En el espacio nadie puede escucharte hablar en francés ¿Es posible hacer una película en el espacio y que no sea tildada como Ciencia Ficción? Probablemente este fue el desafío que se autoimpuso la directora francesa Claire Denis con High Life (2018), su más reciente opus que causó polémica en el Festival de Toronto y tuvo su paso recientemente por el Festival de Cine de Nueva York. En un futuro no tan lejano, la tierra se torna un lugar inhabitable. Una nave es enviada al espacio, directamente hacia un agujero negro en el cual podrían encontrar una nueva fuente de energía alternativa. Pero esta nave posee una particularidad, su tripulación no son científicos ni cadetes especialmente preparados para la travesía, sino jóvenes criminales sacados de las calles y los reformatorios para formar parte del experimento, de forma un tanto involuntaria. Monte (Robert Pattinson) es el único sobreviviente de la nave junto a una pequeña bebé, y mientras el relato se reconstruye a través de flashbacks que detallan el destino fatídico del resto de la tripulación y los pormenores de su misión original, el hombre debe buscar un nuevo destino en la inmensidad de la galaxia donde la vida pueda subsistir. La propia Denis se encargó de aclarar que la suya no es una película de Ciencia Ficción. A pesar de la ambientación espacial, High Life es un relato que busca echar luz sobre los rincones más oscuros de la condición humana, el laberinto de su naturaleza sexual y su inclinación hacia la violencia. Incluso el diseño de arte se aleja de los parámetros de la Ciencia Ficción, con una nave en forma de paralelepípedo y una tecnología con inclinaciones retro futuristas. La idea de la directora siempre fue evitar los efectos especiales y el despilfarro visual tan fácilmente asociado con el género. La suya es una aproximación mucho más terrenal, valga la ironía, respecto de cómo sería una travesía espacial en un futuro distópico como este. Cada secuencia y cada escena van dando sentido a las múltiples capas de lectura que ofrece el relato. Su clima denso y ominoso no hace más que iluminar el camino que lleva hacia esa tragedia inevitable. Sin dudas es un film que pone toda su confianza en la perfomance de Pattinson, quien prácticamente se adueña de la pantalla. Sin muchas líneas de diálogo, la expresión de su cara y el trabajo de su corporalidad hablan cuando no hay palabras de por medio. De hecho, Denis vuelve a rodar un film hablado en inglés tras mucho tiempo, ya que según ella no se imaginaba personajes en el espacio hablando en francés. Denis tenía este proyecto en mente desde hace más de 15 años, inicialmente quería tener a Philip Seymour Hoffman en el papel de Monte, pero su muerte inesperada cambió los planes. No conocía el trabajo de Pattinson, pero este sí conocía y admiraba el trabajo de la directora, por lo que desde hacía tiempo le había trasmitido interés por trabajar en alguno de sus proyectos. El ambiente enrarecido, los personajes enigmámticos (como el de la doctora interpretada por Juliette Binoche) y la sensación de pesadez temática funcionan como sostenes para transmitir la idea de una problemática universal: cómo enfrentar lo desconocido.
Gracias Jefe. Sarfraz Manzoor es un periodista pakistaní radicado en el Reino Unido desde su infancia. Su destino profesional quedó marcado a fuego desde el primer momento en que escuchó la música de Bruce Springsteen, el héroe del rock de las clases bajas norteamericanas salido de Ashbury Park, en Nueva Jersey. Como forma de poner en palabras ese camino que eligió acompañar con la música de “el Jefe” Manzoor escribió sus memorias tituladas “Grettings from Bury Park: Race, religion and Rock N’ Roll”, en clara alusión al título del primer trabajo de su músico favorito. Basándose en dichas memorias la directora Gurinder Chadha (Jugando con el destino, 2002), otra extrajera que adoptó tierras británicas como su segundo hogar, trae a la pantalla grande La música de mi vida, la historia de Manzoor convertida en una suerte de biopic espolvoreada con musical. Javed, tal el nombre ficticio que se eligió por algún motivo para representar a Manzoor, es un joven hijo de inmigrantes pakistaníes viviendo en Inglaterra, más precisamente en la pequeña ciudad de Luton, habitada por una clase media trabajadora que al momento en que se narra esta historia sufre los sacudones de la recesión y los conflictos racistas que a fines de los ochentas marcaron la gestión de la Primer Ministro Margaret Tatcher. El seno de familiar tradicionalista de Javed no ve con buenos ojos las expresiones de otras culturas o incluso aquellas tan propias de la tierra a la que eligieron emigrar, con un padre autoritario y conservador, una madre sumisa y dos hermanas que se debaten entre la rebeldía y la tradición. Pero todo cambia para nuestro protagonista el día que un compañero de colegio le presta dos cassettes de Bruce Springsteen. Las letras y el espíritu luchador del artista abren los ojos de Javed a un universo completamente nuevo, y esto sucede al mismo tiempo tiempo (coincidencia o no) en que él mismo comienza a cuestionar las tradiciones y el mandato familiar, en pos de alcanzar su sueño de convertirse en un escritor. Si por un momento nos olvidásemos que se trata de una historia sacada de la vida real, el relato tiene todos los elementos de una historia coming of age: la llegada del personaje a una nueva etapa de su vida, la curiosidad por lo que el mundo exterior tiene para ofrecerle, el interés en el sexo opuesto. Si bien es una película que se mueve al ritmo de la música, no es un musical per se, y aquellos momentos en que intenta serlo se vuelven un híbrido poco eficiente que queda a medio camino de todo. Hay múltiples puntos de conexión con Sing Street: desde la concepción de ese universo adolescente hasta el argumento guiado esa música que pone en movimiento todos los engranajes del conflicto. La única diferencia es que la película de John Carney sí puede ser considerada un musical propiamente dicho, unificando de manera mucho más fluida esos momentos con el resto de la narración. Probablemente una de las decisiones más interesantes de Chadha es no quedarse dentro del círculo interno de la historia de Javed. La directora nos pinta un panorama completo respecto de cómo era ser un extranjero en el Reino Unido de los ochentas: la xenofobia, la política, la crísis económica, la ruptura del sueño inmigrante. Todo presentado desde una perspectiva que no busca aleccionar ni bajar línea, sino transmitir de primera mano a través de sus personajes la experiencia cruda de ese período. Tan crucial es la música de Bruce Springsteen para esta historia que su nombre figura dentro de los créditos del guión como “inspirado por el trabajo y la música de”. Exactamente ahí radica uno de los mayores encantos de esta historia, cuya función central es transmitir la idea de que nuestros sueños son siempre válidos, sin importar haber nacido en Pakistán o Inglaterra y más allá de lo que dicten las convenciones… y si la magia transformadora de la música acompaña, mucho mejor.
Enemiga mía. Buena parte del cine de los noventa fue terreno fértil para el thriller psicológico, ese que versaba sobre la obsesión y sus múltiples variantes puestas al servicio del relato: la amante que no acata límites, la niñera que desafía la estructura del seno familiar, el vecino que esconde secretos oscuros, apenas algunos ejemplos. La viuda es una película cuyo rasgo principal es parecer una producción realizada en la época mencionada y guardada en un baúl por motivos desconocidos, llegando inesperadamente a la pantalla grande en nuestro presente. El hombre detrás de cámara es nada menos que Neil Jordan, un director que a pesar de mantenerse relativamente activo, aún sigue siendo ese realizador conocido de forma más popular por películas como El juego de las lágrimas y Entrevista con el vampiro, un estigma que para bien o mal no parece ser capaz de sacarse de encima. La viuda cuenta la historia de Frances (Chlöe Grace-Moretz), una chica tímida e inocente que en plena primer experiencia en la gran ciudad de Nueva York conoce de forma casual, y no tanto, a Greta (Isabelle Huppert) una mujer solitaria con quien comienza una relación de amistad con tintes maternales. Tomando en consideración lo planteado en el primer párrafo, se imaginarán que esta relación entre mujer joven en busca de contención y mujer mayor en busca de compañía comenzará como una unión afectiva donde ambas ganan, pero la cuestión va a tomar un giro hacia lo siniestro cuando Greta comience a obsesionarse con Frances. Y a partir de este punto el relato comenzará a atravesar los tropos propiamente establecidos dentro de los parámetros de todo thriller añejo, por no decir anticuado. Pero es justamente esa falta de actualización -sumada a un tono camp que desafía el verosímil escena tras escena- la que genera un problema con el tono general de la película. Durante varios pasajes es difícil saber si tenemos que reirnos o asustarnos, y sin importar cuál de las dos reacciones sea la buscada, el relato es siempre el que termina resintiéndose. La performance de Huppert sufre a raíz de este mismo problema, constantemente al límite entre lo absurdo y lo legítimamente perturbador, moviéndose en pos de un arco dramático desparejo, toscamente escalonado. En lo que respecta a Moretz, su talento como actriz esta fuera de cualquier cuestionamiento. Pero si bien parece haber sorteado mejor que otras colegas esa difícil transición de niña prodigio a joven y prometedor talento, La viuda es otro claro ejemplo de su falta de ojo, o el de sus representantes, a la hora de elegir papeles jugosos, donde pueda dar rienda explotar mejor sus virturdes. Incontables llamadas telefónicas, mensajes, amenazas en público, stalkeo caricaturesco y crueldad inesperada, todas cuestiones que hacen de La Viuda una película que de haber estrenado allá por 1992 probablemente la hubiese descocido, justo en ese intersecto entre La mano que mece la cuna y Mujer soltera busca. Fuera de ese micro marco temporal, todos sus esfuerzos por ser un thriller legítimo caen en saco roto.
Leonardo DiCaprio y Brad Pitt se ponen al frente de la novena (¿y penúltima?) pelicula de Quentin Tarantino, con una historia que recorta el Hollywood de los 60s como sólo Tarantino podría hacerlo.
Un elenco nacional de lujo trae a la pantalla grande una novela de Eduardo Sacheri que nos cuenta una historia nacida en el corralito del 2001, con los héroes menos pensados.
Rápidos, furiosos y franquicieros... Después de ocho películas llega el primer spin-off de Rápido y furioso, una de las franquicias más taquilleras del milenio que supo construir un imperio a base de autos veloces, tipos duros y chicas audaces. Parece que después de las peleas entre Vin Diesel y Dwayne Johnson durante el rodaje del último film de la saga, la cosa quedó tan mal que en vez de darle para adelante con la novena entrega, decidieron cortar por lo sano tomando caminos separados, lo que implicó darle un spin-off a Hobs, el personaje de Johnson. Pocas veces este recurso sirvió de forma más políticamente correcta para desactivar una enemistad que atentaba contra el futuro de una franquicia millonaria. Así las cosas, Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw (Fast & Furious presents: Hobs & Shaw, 2019) pone a Hobs (agente de la CIA, del Servicio Secreto o la agencia que sea que tiene asignada en este nuevo guión) a trabajar codo a codo con Deckard Shaw (Jason Statham), un personaje que como muchos en esta saga, cambió de bando y ahora es de los "buenos". Juntos tienen detener a una organización secreta llamada Ethion, cuyo objetivo es liberar un virus mortal que amenaza con azotar el planeta. Para hacer la cuestión todavía más crítica, el virus corre por las venas de Hattie, la hermana de Shaw. Con Brixton, un superhombre mejorado en un laboratorio (interpretado por Idris Elba) persiguiéndolos alrededor del mundo, Hobs y Shaw tienen que neutralizar el virus, salvar a la chica y consecuentemente al mundo... uno de esos plots estándar dentro del cine de Acción, con varios ecos al universo de Misión Imposible y a ese subgénero ochentero que conocemos como buddy cop movies. Para todo aquel que vaya al cine con conocimiento previo del universo "rápido y furioso", sus guiños y códigos, y siendo consciente del producto que tiene frente a sus ojos, el entretenimiento está más que garantizado. La estructura narrativa está conformada de manera tal que a una escena explicativa que detalle quién es el malo y que tienen que hacer los buenos, la seguirá la consecuente escena de acción que ponga en hechos lo planeado, y a continuación o durante la acción misma seremos testigos de un intercambio de "chicaneadas" entre Hobs y Shaw... y así ad eternum... o al menos hasta finalizar unos tal vez excesivos 135 minutos de película. Decir que Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw juega todo el tiempo con el verosímil y desafía la suspensión de la incredulidad escena tras escena sería sumamente redundante y derivativo. Este tipo de productos son un género en si mismo donde el espíritu "over the top" todo lo atraviesa y hacen de la exageración un dogma, donde gran parte del goce para el espectador es ver cómo la próxima secuencia se las ingenia para superar el absurdo de la previa, sin importar lo que digan las reglas de la Tecnología, la Ciencia, la Física, la Química y por sobre todo la gravedad. El tercer acto del film es prueba viviente de esto, además de dar la sensación de ser claramente un capricho 100% de The Rock, quien es también uno de los productores. Johnson y Stathan se lucen durante sus jocosos intercambios probando la buena química que hay entre ambos, de la misma forma que demuestran en cada momento de acción porque siguen siendo dos de los referentes del género. Algo que probablemente sea el condimento fundamental de Rápidos y furiosos: Hobbs & Shaw, un producto que entretiene y muy conscientemente cumple su rol de placer culposo de todo amante de los tiros, los golpes, las explosiones y los tipos rudos con sentido del humor.
Volver al ‘98 El largometraje debut de Juan Francisco Otaño transpira nostalgia y cada fotograma esconde alguna clase de guiño a los jóvenes de treinta y tantos. Con una marcada influencia de Volver al futuro (Back to the future, 1985) y Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993), todo lo que sucede en Rebobinado (2018) deja percibir múltiples ecos del cine y la cultura Pop de los ochentas y noventas. Hay una suerte de revisionismo sentimental que funciona como soporte para una historia de amor desencontrado. Alejandro es un joven que carga sobre sus hombros con el peso de un trauma infantil: en el cumpleaños de su mejor amigo desperdició la oportunidad de darle una carta de amor a la chica que lo tenía enamoradísimo, y desde ese momento vivió convencido que de haber resultado exitosa la declaración de amor, su vida sería completamente distinta. MacGuffin de por medio, Alejandro encuentra un reproductor de cassettes que le permite viajar en el tiempo a aquel traumático momento de sus 12 años. Todo lo que tiene que hacer es reproducir la cinta con la música que había preparado para la ocasión. Claro que necesitará varios intentos para lograr rectificar su propio destino. Se nota de principio a fin la atención puesta en los detalles. La producción independiente que contó con el aporte de la plataforma Ideame se destaca principalmente por su dirección de arte, creando espacios que reflejan el espíritu de sus personajes y dando sentido a este universo ficcional donde (no nos olvidemos) un reproductor de cassette te hace viajar en el tiempo. Todo objeto que aparece en pantalla tiene poco de casual y mucho de causal, con un trabajo de cámara y encuadre que resalta la estética de cada escena. Irónicamente, el único aspecto que podría jugarle en contra a una realización hecha con tanto corazón es su timming. ¿Se trata de una película que llega tal vez 10 años tarde? ¿No pudo alcanzar a tiempo el tren de (500) días con ella (500 Days of Summer, 2009) y Scott Pilgrim vs Los siete Ex de la chica de sus sueños (Scott Pilgrim vs. The World, 2010)? Tal vez sea así para quienes se paren con mayor frialdad ante la obra. Pero para todo aquel sentado en la butaca del cine con la idea de pasar 96 minutos distendidos, la apuesta es más que satisfactoria. La temática fantástica, a fuerza de viajes en el tiempo y personajes coloridos, nos hace creer que estamos ante un simple ejercicio pasatista. Pero al mismo tiempo, ofrece un análisis muy sincero sobre cómo eligen vivir jóvenes del nuevo milenio; cuáles son sus anhelos, qué significa realmente madurar, dejar atrás el pasado y la niñez para poder encarar los desafíos que les impone el mundo adulto. Nada mal para una película sobre un chico enamoradizo y un radiograbador devenido en máquina del tiempo.