Del bullying al homicidio en un acto Tate Taylor es un director que tuvo su momento de brillo a principios de esta década, gracias a Historias cruzadas (The Help, 2011) y las nominaciones obtenidas en los Premios Oscar de esa temporada. Después de ese momento fugaz poco supimos de él, al menos hasta la llegada de su nueva película Ma (2019), en la que vuelve a trabajar junto a la ganadora del premio de la Academia Octavia Spencer. Pero esta vez no estamos ni cerca de cuestiones raciales ni tensiones sociales, ni oscar baits. Acá todo es mucho más simple y directo: Maggie (Diana Silvers) se muda con su mamá Erica (Juliette Lewis) a un pequeño pueblo, típico del midwest norteamericano. Los primeros días en la escuela son complicados, pero rápidamente se hace de un grupo de amigos que siempre encuentra la excusa perfecta para beber, fumar, andar de fiesta y todas esas cuestiones que la cultura americana parece tener estrictamente vedada a los menores de edad. Por una de esas casualidades el grupo cruza caminos con Sue Ann (Octavia Spencer), quien les ofrece su sótano para juntarse a hacer todas esas cosas que ningún otro adulto les permite. La cuestión se pone espesa conforme esta suerte de amistad con Sue Ann se vuelve un tanto obsesiva, por parte de ella por supuesto, y los jóvenes toman real dimensión del verdadero peligro en que se encuentran. Los primeros dos actos de Ma parecen calcados de una película de suspenso de los noventa: pueblo chico, chica nueva, secretos traumáticos, el personaje bondadoso va revelando un costado oscuro, etc. Afortunadamente Octavia Spencer eleva la propuesta por sobre sus clichés estandarizantes y le provee una muy necesitada pátina de clase. Cada una de sus miradas, sus palabras y sus silencios evidencian el poder que su presencia genera en la pantalla sin importar su rol. Por encima de un guión que se encarga de resaltar, de la manera más obvia, aquello en lo que el espectador debería poner atención. El relato va a dejando de lado el Suspenso para darle más espacio al Terror, con un tercer acto cuya verosimilitud desafía la suspensión de la incredulidad y lo vuelve todo voluntaria/involuntariamente camp... por cierto también hay una suerte de mensaje anti-bullying perdido en el camino, pero se desdibuja en un mar de agujeros argumentales, arcos dramáticos apurados y personajes adeptos a las malas decisiones.
Anti-hijo y anti-héroe Los hermanos Gunn (James como productor, Brian y Mark como guionistas) junto con el director David Yarovesky dieron forma a una idea que seguramente cruzó la mente de cualquier fan promedio del mundo de los cómics y los superhéroes: ¿Qué pasaría si Superman fuera un villano en vez de un superhéroe? Sobre esa idea base construyeron Brightburn: Hijo de la Oscuridad (Brightburn, 2019) una película que tiene cautivados desde hace meses a neófitos y entendidos del tema. La historia comienza con Kyle (David Denman) y Tori Breyer (Elizabeth Banks), una pareja que vive en una granja de la zona rural de Kansas, incapaces de concebir un hijo propio. Pero todo cambia cuando un meteorito se estrella cerca de su propiedad, conteniendo a un niño extraterrestre dentro. Los primeros años pasan sin problemas y el pequeño Brandon Breyer (iniciales poco casuales dentro de la génesis superheroica) crece y se convierte en un niño afectivo y con una inteligencia destacable. Pero todo parece cambiar al cumplir 12 años, momento en que Brandon descubre ser portador de poderes y habilidades sobrehumanas. Hasta aquí todos los elementos dentro de la historia remiten directamente a los orígenes del Hombre de Acero y más específicamente a su alter ego Clark Kent, pero lo que sigue a continuación es la metamorfosis de un personaje que no usa sus poderes para hacer el bien, sino todo lo contrario. De aquí en más lo que vemos no es la historia de Superan o un Superman inverso, sino algo mucho más cercano a The Ultraman, un superhéroe del propio universo de DC Comics que funciona como espejo de Superman: vive en una tierra paralela y usa sus poderes para hacer el mal. Pero la película elije transitar el camino del Terror por sobre el camino del tropo superheroico, y construye un protagonista cuya oscuridad podría equipararse con aquella de Damien en La profecía (The Omen, 1976), Charlie en Llamas de Venganza (Starfire, 1984) o los niños albinos de El pueblo de los malditos (Village of the Damned, 1995). Elizabeth Banks es uno de los puntos altos, interpretando a una madre que se debate entre el amor por su hijo y el temor por la amenaza inminente en la que se está convirtiendo. Jackson A. Dunn hace un trabajo correcto poniéndole el cuerpo a Brandon Breyer, pero sin superar la media del subgénero que podríamos llamar “niños malvados”. El marco del film es pequeño pero va tras un concepto pocas veces explorado dentro de la aglomeración generada por el cine superheroico colorido de la última década, funcionando como contrapeso. Pero conforme avanza el relato, le falta ambición para lograr algo realmente destacable, que avance más allá de una premisa cautivante. Es posible que Poder sin límites (Chronicle, 2012) haya logrado mayor efectividad y mejores resultados al momento de construir la historia del superhombre que elige el camino más oscuro y menos transitado en la pantalla grande. Con una propuesta que no termina cumpliendo con todo lo que promete, lo más cercano que tiene para ofrecernos Brightburn: Hijo de la Oscuridad probablemente se encuentre en su epílogo. Quedaríamos más satisfechos pensándola como una película de Terror, una historia breve antes que una de superhéroes. Si eso alcanza o no, es una pregunta que tendrán que responderse a si mismos los espectadores en primer lugar, y en segundo los productores, según el potencial como franquicia que vean en todo esto.
En la mira de los asesinos. Si alguien nos hubiese dicho hace casi 20 años que la saga más popular de Keanu Reeves no iba a ser Matrix, seguramente nos hubiésemos reído en su cara… y mucho. Con Sin control (John Wick, 2014) el ex-boxeador devenido doble de acción y posteriormente director Chad Stahelski inició una saga que no se propuso reinventar la rueda, pero sí hacerla girar distinto. Así las cosas, John Wick 3 (John Wick: Parabellum, 2019) llega para solidificar ese camino trazado dentro de un cine de acción teóricamente clásico, pero con condimentos actualizados. La trama retoma exactamente donde nos dejó John Wick 2: Pacto de sangre (John Wick Chapter 2, 2017), con el personaje titular (Keanu Reeves) siendo excomulgado de la organización secreta de asesinos a la cual pertenecía y con una recompensa millonaria por su cabeza para quien lo atrape, preferentemente muerto antes que vivo. Lo que inicia como un pequeño homenaje a The Warriors (1979) de Walter Hill muta hacia a un beat ‘em up del mejor arcade ochentero que puedan imaginar, entregando secuencia tras secuencia la oportunidad perfecta para que nuestro protagonista despliegue su oficio letal con una variedad inusitada de armas en los ámbitos menos pensados, con un timing más que inoportuno y con peleas de un nivel coreográfico tal que cada movimiento se puede leer como un paso de ballet perfeccionado con horas y horas de ensayo. Al cast de renombre que acompaña a Reeves desde las entradas previas, como es el caso de Ian McShane y Lawrence Fishburne, ahora se suman figuras como Angelica Houston y Halle Berry. Porque una de las políticas más interesantes de este renacimiento del cine de Acción es dejar en claro que la violencia y su capacidad de imponerla sobre otros ha dejado de ser potestad exclusiva de los hombres. De la misma forma la toma de poder es demostrada desde el personaje de La Adjudicadora (Asia Kate Dillon), persona encargada de poner las cosas en orden tras el desparramo de tiros y sangre cortesía de John Wick. Sin traicionar su estilo, las más de dos horas de película entregan una secuencia frenética tras otra, pero repletas de la frescura necesaria para no caer en la repetición ni aburrir al espectador: una pelea de sables cruzando un puente arriba de una moto, un escape a caballo montado a pelo, un intercambio dentro de una armería que ofrece literalmente un arsenal de alternativas, y así nos vamos moviendo por la trama. Una trama que por cierto parece morderse su propia cola mientras transiciona del segundo al tercer acto, dando la sensación de que algunas elecciones del guión sólo buscan hacernos llegar a la próxima escena de acción, pasar a la siguiente pantalla, ver qué se trae entre manos la siguiente wave de asesinos. John Wick 3 funciona como confirmación de un antihéroe posmoderno, un protagonista que a fin de cuentas es un hombre atrapado en su propio laberinto y a quien ni los guionistas ni los estudios planean dejar tranquilo, especialmente pensando que a pocos días de su estreno ya se confirmó una cuarta parte para el año 2021. La palabra Parabellum, incluída en el título original, deriva de la frase en latín “si vis pacem, para bellum” que significa “Si quieres paz, prepárate para la guerra”. Esa paz tan ansiada por Wick, esa vida tranquila que añora, no va a ser posible a menos que dispare, golpee y en última instancia mate a todo lo que se cruce en su camino. Tomando la taquilla y los fans como referencia, todo indica que el pobre Sr. Wick no va a tener paz durante un largo tiempo.
La comunidad del bostezo Si bien nadie puede negar que John Ronald Reuel Tolkien -mejor conocido como -J. R. R. Tolkien- es uno de los autores del género Fantástico más laureados del mundo de la literatura, habría que hacer una encuesta para saber a cuántos de sus más acérrimos seguidores les urgía ver una biopic del escritor, y por sobre todo una biopic como la que nos entrega el finlandés Dome Karukoski, quien por cierto hace su debut en un film de habla inglesa. Como anticipamos, Tolkien (2019) cuenta la vida del escritor, poeta, filólogo, académico y veterano de la primera Guerra Mundial cuyo nombre decora el título del film. El relato hace énfasis en los años formativos del autor de -entre otras- la saga literaria de El Señor de los Anillos, planteando un paralelismo entre este recorte temporal y su experiencia supuestamente traumática en el frente de batalla. Nicholas Hoult (saga X-Men) le pone el cuerpo al escritor y Lily Collins (Okja, Hasta los Huesos) hace las veces de interés romántico. Bien vale aclarar que la familia de Tolkien dejó en claro que no participaron ni avalan esta biopic, un dato que por sí solo levanta polvareda y no augura sensaciones demasiado optimistas. Lo más curioso de una película que busca reflejar la vida de uno de los autores más imaginativos de su generación es lo chata y bajada a tierra que termina siendo su ejecución narrativa. Todo parece resumirse en una suerte de mix entre drama clasista de época y ciertos ecos a La sociedad de los poetas muertos (Dead Poets Society, 1989). Probablemente la performance del ensamble de jóvenes actores sea de lo más destacado de un film que también se luce gracias a su diseño de arte y ambientación de época. Cuestiones que merecen su reconocimiento pero lógicamente incapaces de sostener por sí solas un relato cuya inclinación por el drama nos priva de momentos más "luminosos" de la vida del autor, y definitivamente más cercanos a sus trabajos más popularmente fantásticos. Las pequeñas referencias y alusiones simbólicas que se incluyen en alguna que otra secuencia no terminan satisfaciendo a nadie, mucho menos a los propios fans de Tolkien. Las dos líneas temporales sobre las que se establece la narración no parecen tener otro objetivo más allá de generar intriga sobre cuestiones que terminan siendo más accesorias de lo que inicialmente parecen en el mapa general del film, cuyos momentos más inspirados terminan siendo hechos convenientemente copy pasteados de Wikipedia.
El hogar del trauma Jimena Monteoliva es mejor conocida como una de las productoras del hit nacional del año 2015 Kryptonita. En el marco del 18 Buenos Aires Rojo Sangre, Monteoliva tomó el rol de directora en Clementina (2017) un relato con aroma fantástico que expone el drama de la violencia de género. Juana es una joven atravesando los primeros meses de embarazo, pero la feliz etapa se ve opacada por los ataques de violencia que sufre a manos de su esposo, quien tras el último episodio se encuentra prófugo. Juan regresa a la casa que juntos están remodelando, y es en ese momento cuando comienza a experiementar situaciones extrañas, curiosas apariciones, ruidos en la habitación contigua y hechos de esta naturaleza, que se combinan con el momento tan particular que la protagonista se encuentra atravesando, haciéndola dudar si realmente está sucediendo o es producto de su imaginación sugestionada. Con una mezcla de thriller sobrenatural y el drama cada vez más cotidiano de la violencia de género, Monteoliva utiliza ciertos elementos del género fantástico para exponer una problemática muy real. Ciertas similitudes estéticas y elementos que conforman el estilo narrativo recuerdan a la Iraní Under The Shadow (2016), que se pudo ver el año pasado en el Festival Internacional de Mar del Plata. Pero promediando el segundo acto, todo elemento fantástico se anula y el relato se vuelca completamente sobre el drama doméstico, casi olvidándose de gran de parte de aquello que se venía desarrollando hasta el momento, y nos quedamos con la sensación de estar ante un film que se vende de una forma pero termina siendo de otra. La buena construcción argumental, que todo el tiempo cuestiona la propia cordura de su protagonista y genera intriga sobre aquello que se expone, carga demasiado las tintas en el tercer acto sobre el conflicto pasional y se aleja de lo que parecía ser una propuesta más efectiva.
El niño y sus monstruos Tras 23 años de una infinidad obscena de video juegos, series animadas, juegos de cartas y cualquier otro subproducto imaginable que alimente el merchandising furtivo y masivo, la franquicia Pokémon -esa de los pequeños monstruitos que necesitamos atrapar, tal como dice su canción- llega a la pantalla grande con su primer film live action. Pokémon: Detective Pikachu (2019) sigue los pasos de Tim Goodman (Justice Smith) un joven que investiga la misteriosa desaparición de su padre, un detective que trabaja y vive en Ryme City, la primer cuidad en la que humanos y pokemones viven juntos en armonía. Pikachu, la criatura del título, se suma a la búsqueda de Tim, ya que por motivos que desconocemos era el compañero de su padre… y por otros motivos que desconocemos Pikachu es detective. A través del planteo de este conflicto, la estructura narrativa se conforma cual noir ATP con los dos personajes principales moviéndose escena tras escena y pista tras pista, por supuesto sin la exigencia que impone el género en condiciones normales, sino aggiornándo las acciones y los indicios al público más joven, no sea cuestión que alguno se pierda en el camino y contemplar a los monstruitos en pantalla demuestre no ser entretenimiento suficiente. El gancho para los más grandes, al menos aquellos que vean el film en su idioma original, es la colaboración de Ryan Reynolds (Deadpool, 2016) quien pone su voz a Pikachu, convirtiéndolo en un personaje dinámico y verborrágico, alejado completamente de su versión televisiva y animada que sólo se limita a repetir su propio nombre ad-eternum. Hay un nivel de autoconsciencia en este nuevo acercamiento al personaje que lo vuelve uno de los mayores aciertos. Rob Letterman es el hombre que se puso el proyecto al hombro. Un director con experiencia y éxito comprobado en este terreno tan particular, como ya lo supo demostrar con El espanta tiburones (Shark Tale, 2004), Aliens vs. monstruos (2009) y Escalofríos (Goosebumps, 2015). Como evidenció esta última semana el desconcertante trailer de la inminente película de Sonic, la película (Sonic the Hedgehog, 2019) no es un trabajo tan simple dar forma a una historia con el atractivo suficiente para hacer contrapeso al despliegue visual del CGI, ya sea bien o mal empleado. El conflicto en Pokemón: Detective Pikachu parece seguir los pasos del clásico de Robert Zemeckis ¿Quién engaño a Roger Rabbit? (Who Frammed Roger Rabbit, 1988), compartiendo muchos puntos en común como humanos y seres animados conviviendo en una misma ciudad, un misterio por resolver y las pistas que van surgiendo secuencia tras secuencia. De la misma forma los guionistas se apoyan en algunos de los tropos más transitados por las buddy cop movies. Probablemente la pata más floja sea un tercer acto que acumula demasiadas sorpresas y giros inesperados (aunque algunos no tanto) a punto tal que termina atentando contra su propia lógica interna, hecho evidente al menos para todo aquel que logre ver a través de estos pequeños agujeros argumentales tras 95 minutos de criaturas coloridas y simpáticas atiborrando la pantalla y nuestros sentidos.
Llega el cierre de la saga de superhéroes más ambiciosa de la historia del cine, te la vas a perder? Acá te dejo mi review SIN SPOILERS!
Boogie woman latina Para sorpresa de muchos, el universo de terror sobrenatural comandado por James Wan (El conjuro, La monja) acaba de sumar un nuevo adepto proveniente del folclore hispano parlante. La llorona, una suerte de contracara femenina del popular hombre de la bolsa, es ese mito urbano que habla de una mujer fantasmal cuyo llanto engaña a niños para capturarlos, en represalia por la pérdida de los propios. El relato tiene lugar en Los Angeles en el año 1973, continuando la costumbre de este universo terrorífico de ubicar sus historias en décadas pasadas... ¿será que no hay lugar en la modernidad para el terror clásico y conservador? Anna García (Linda Cardellini) es una flamante viuda y madre de dos hijos, que trabaja como asistente social y tiene ante sí un curioso caso, también de una madre soltera, acusada de maltratar a sus dos hijos varones. Conforme Anna investiga más a fondo, empieza a nota cierta conexión entre este caso y la figura de “la llorona”, ese personaje pagano que trae malos augurios según el folclore latino. Para colmo de males la maldición impacta de forma directa en Anna, siendo sus hijos también potenciales víctimas, convirtiendo a la lucha contra el ente en una cuestión personal. El director Michael Chaves hace su debut en un largometraje y construye un film que se apoya en los elementos fundacionales de este subgénero y en particular del universo Wan: una familia fracturada, víctimas inicialmente descreídas de aquellos sucesos del orden sobrenatural o fantástico, la respuesta ineficiente de las instituciones religiosas, la ayuda de un personaje poco ortodoxo que parece ser el único capacitado para enfrentar a la amenaza en cuestión, etc. El tono de la narración y la forma en que se elige retratar al ser maligno recuerda un poco a En la oscuridad de la noche (Darkness Falls, 2003) un film pequeño pero efectivo que daba un giro tenebroso a otra figura del folclore popular: el hada de los dientes. Abusando un poco de los sustos fáciles, jump scares para el mundo angloparlante, La maldición de la llorona (The Curse of La Llorona, 2019) hace todo de manera prolija y segura, decisión que seguramente atraerá tantos detractores como defensores. Apuesta a lo previsible y va tildado todos los casilleros que tienen para ofrecer tanto el manual del género como los respectivos tropos internos. Es así como el film queda parado sobre esa fina línea que divide lo más clasista del genero de aquellas producciones perezosas que buscan el susto fácil y los lugares comunes para asegurarse una buena afluencia de público que ocupe las butacas... y salte de las mismas tantas veces como el monstruo titular lo considere necesario.