Llegó la reboot de Hellboy, sin la venia de Guillermo del Toro pero con Neil Marshall detrás de cámara.
Novelón de posguerra. Abundan en el séptimo arte las historias que suceden durante la Segunda Mundial. Tal vez por ese motivo Viviendo con el enemigo (The Aftermath, 2019) eligió centrar su conflicto en el marco de posguerra. Todo quedó en manos de James Kent, director proveniente de la televisión y prácticamente sin experiencia en ámbito cinematográfico. La que se cuenta es la historia de Rachael Morgan (Keira Knightley), quien viaja a una arrasada Hamburgo para acompañar a su esposo, un militar británico interpretado por Jason Clarke, durante los meses posteriores al triunfo de los aliados en tierras bávaras. A la pareja le es asignada una lujosa casa en la cual vivir, perteneciente a una familia que perdió a la madre durante los bombardeos en la ciudad, sobreviviendo el padre Stephen Lubert (Alexander Skarsgard) y su hija adolescente. Por un motivo poco desarrollado, ambas familias deben vivir bajo el mismo techo, motivo generador de diversos puntos de tensión que van desde lo cultural y social hasta lo llanamente sexual, al punto tal que la señora Morgan comienza un pequeño affair con el señor Lubert. La historia basada en el libro de Rhidian Brook deriva en un dramón a tono con la novela de la tarde, a base de un melodrama que se construye de forma meticulosa durante gran parte del relato y de manera inexplicable decide quemar gran parte de sus cartuchos en el tercer acto, obteniendo como resultado una progresión narrativa bastante despareja. Tanto Knightley como Clarke reinciden en esta clase de roles llamativamente iterativos en sus respectivas carreras: ella como la mujer sufrida que busca una vía de escape de su realidad y él como ese hombre recio incapaz de comprender (al menos hasta que ya es demasiado tarde) lo mal que la pasan quienes lo acompañan cotidianamente. Hay un gran trabajo a nivel diseño de arte, en particular durante aquellas secuencias que nos muestran a una Hamburgo destruida por los bombardeos de los aliados, luchando por una reconstrucción que parece sufrirse ladrillo a ladrillo a coste de los más pobres. A pesar de tratarse de un eje menor dentro del film, también hay una representación interesante respecto del escenario de posguerra y los nuevos conflictos del pueblo alemán tras las derrota en la que derivó el conflicto bélico. El mayor problema de Viviendo con el enemigo probablemente sea haber puesto en primer lugar esta suerte de triángulo amoroso que carece del interés, la frescura y la tensión necesarias. Más aún teniendo en cuenta la riqueza del resto de los ejes “satélite” que podrían haber entregado una historia mucho más atractiva en el caso de que hubiesen conseguido el espacio necesario dentro del relato.
30 años después llega una nueva versión cinematográfica de Cementerio de Animales (Pet Sematary), la novela clásica del maestro del Terror Stephen King.
Juego de Tronos No es particularmente novedosa la incursión en pantalla grande de ese pedazo de historia que cuenta sobre la rivalidad entre la Reina María Estuardo y la Reina Isabel I. Muchas películas, siendo tal vez la más conocida aquella de 1971 protagonizada por Vanessa Redgrave, y series, como por ejemplo la reciente The Crown, se han encargado de trasponer la mítica rencilla monárquica. En esta ocasión Josie Rourke, una experimentada mujer del mundo del teatro, hace su debut como directora cinematográfica y evidencia su falta de experiencia en un relato novelesco y plagado de incongruencias históricas. Las dos reinas (Mary Queen of the Scots, 2018) nos lleva a mediados del Siglo XVI, momento en que María Estuardo regresa a vivir a Escocia tras la muerte en Francia de su esposo Enrique Estuardo. Esta vuelta a su patria es tomada como una amenaza por la Reina Isabel I de Inglaterra, quien a partir de ese momento considera a María una amenaza para su trono. Y así comienza una guerra a distancia entre ambas mujeres que involucra poder, política, ambición y todos esos condimentos base para quienes luchan por estar y mantenerse en las altas esferas. Saoirse Ronan (Lady Bird) interpreta a María mientras Margot Robbie (Yo soy Tonya) le pone el cuerpo a la reina Isabel con prótesis de nariz de por medio y todo. Ambas entregan performances a la altura de sus capacidades, si bien Ronan da indicios de empezar a repetirse un poco, ya sea que interprete a una estudiante con crisis existencial o la Reina de Escocia. Las acompañan unos irreconocibles Guy Pearce y David Tennant, a raíz de la cantidad de barba y pelo tras los cuales esconden sus rostros. Andre Bazin fue el cultor detrás de la idea del famoso “montaje prohibido”. En resumen Bazin argumentaba que si filmamos una secuencia entre un cazador y un león, ambos personajes debían aparecer al menos una vez juntos en el mismo plano para dar credibilidad ante la audiencia. Según él, en esa situación el montaje o la edición están prohibidos. Las dos reinas nos invita a pensar todo el tiempo en la idea de Bazin, ya que durante prácticamente el 98% del film ambas protagonistas no comparten una sola escena. Si bien esto deriva del hecho real y simpatiza con aquellos historiadores detractores de un hipotético encuentro entre ambas, da como resultado un relato que genera poca tensión. Rourke parece no decidirse entre hacer una recreación dramática y novelesca o un thriller político filoso sobre dos de los personajes mas interesantes de la historia de las monarquías antiguas. Y hablando de recreaciones, la elección de actores de descendencia negra y asiática para interpretar personajes que supuestamente vivieron en la Inglaterra de 1561 no hace más que desconcertar. El resultado de la obra es un híbrido sin mucho vuelo, que no se la juega por la rigurosidad histórica ni por la libre interpretación.
El viudo ilustre El director Santi Amodeo eligió salir de su más reciente letargo detrás de cámara con Yo, mi mujer y mi mujer muerta (2019), uno de los recientes móviles para los histrionismos más versados y frecuentemente visitados dentro de lo que es el oficio de un actor de la talla de Oscar Martínez. Martínez interpreta a Bernardo, un estricto docente y arquitecto que enviuda sorpresivamente. La vida sin su esposa demuestra ser un poco más complicada de lo que creía, y en medio de todo esto decide cumplir el deseo de la difunta de cremarla y esparcir sus cenizas en la costa de Málaga, en España. A partir de este punto, bastante avanzado en el relato, el personaje comenzará una suerte de viaje circular en el más clásico de los sentidos narrativos, a través de un periplo que -por supuesto- lo irá transformando. Los rasgos que evidencian ese aire familiar a coproducción argentino-española están a la orden del día y concentran buena parte de su ímpetu en el personaje interpretado por el ibérico Carlos Areces (Las brujas, Balada triste de trompeta, Mi gran noche), una suerte de sidekick de Bernardo en Málaga. El viudo descubre que su mujer tenía una vida totalmente diferente cuando veraneaba en esas costas. Si por algún motivo alguien llega a ver sólo los primeros 30 o 40 minutos del film difícilmente podría imaginar todo lo que sucede después. Parecen dos películas en una: primero un drama sobre la perdida de la pareja de toda la vida y cómo sobrellevarlo, y por otro las desventuras de un hombre rígido y estricto obligado a salir de su zona de confort en pos de develar los secretos de su difunta esposa. Y como si esto fuera poco ambos "momentos" son interconectados por situaciones que aluden a lo paranormal, para nunca ser retomadas a posteriori ... curioso por decir poco. No es necesario siquiera recurrir a ninguna clase de spoilers en el caso que hayan visto algún trailer o avance de la película, el cual de por sí revela de manera poco sutil el quid de la cuestión. Oscar Martínez hace un trabajo correcto en base al material con el que cuenta, aunque por esta misma razón no estamos ante una performance que sacuda ningún paradigma. Bernardo es una suerte de extensión de su Daniel Mantovani en El ciudadano ilustre (2016) pero perdido en una picaresca que se esfuerza bastante por disimular esto último.