Historia de fútbol y amigos Sacheri y Taratuto en una apuesta infalible En un país como el nuestro, en el que el concepto de amistad es sagrado y está repleto de ceremonias y rituales, y teniendo en cuenta que, paradójicamente, no son muchos los films nacionales que se han acercado a esta temática, Papeles en el Viento viene a compensar en parte esta falencia. Por otra parte el film reúne una serie de apellidos valiosos, empezando con la dupla creativa articulada aquí para hilvanar la historia, compuesta por los reconocidos Eduardo Sacheri como autor y Juan Taratuto como cineasta. A ellos se les suma un elenco sumamente atractivo, encabezado por el cuarteto Echarri-Peretti-Rago-Torres, nunca antes unificado en un film. Nombres que aportan sus respectivos talentos en cada puesto de tarea, pero que sin embargo, sumados, no elevan la realización a un punto extraordinario, aunque si garantizan su eficacia. La trama aborda las vicisitudes de un grupo de amigos atravesados por una serie de cismas, algunos más traumáticos y decisivos que otros, tras lo cual entrará en juego el futuro de su niña, querida como si fuera hija del grupo, y una inversión efectuada en una promesa de fútbol que está lejos de ser lo que se esperaba. A partir de allí se vivirán momentos encarnizados, graciosos y patéticos, en pos de darle algún potencial a ese jugador casi irrecuperable. Si bien algunos personajes y situaciones quedan a mitad de camino y hubiesen precisado de mayor desarrollo, la ecuación de fútbol y amistad de Papeles en el Viento, como principal motor de la trama, funciona. Además el film está surcado por un puñado de muy buenas escenas, en especial la última, resignificada por el revoloteo de papelitos al término de un partido de fútbol. Convincentes y sensibles, Diego Peretti, Pablo Echarri, Pablo Rago –el más comprometido en su composición, física y gestual– y Diego Torres, aportan también su carisma, dentro de un elenco que incluye intérpretes de gran nivel como Daniel Rabinovich, Cecilia Dopazo, Paola Barrientos y Daniel Loisi, entre otros.
Pasión por el arte Tal como señala su título, Reconstruyendo a Cyrano es un film que registra el lento pero virtuoso y conmovedor proceso de recuperación de un espectáculo teatral que parecía irrecuperable. Así como el documentalista Eduardo de la Serna –junto a Lucas Marcheggiano y Adriana Yurcovich– relató el esforzado pero estimulante periplo de un cineasta amateur y bizarro en El ambulante, aquí se las arregla muy bien él solo para plasmar otra epopeya mínima, la de un reducido equipo teatral que, ante un imprevisto cisma entre la pareja de protagonistas, ve desplomarse casi un año de trabajo escénico, entre dramaturgia, ensayos y representaciones. Una obra off titulada Cyrano, un vodevil franco-argentino que, con una refrescante relectura del clásico Cyrano de Bergerac, estaba logrando el favor de la crítica y el público, y hasta se había alzado con tres premios ACE en las categorías principales. De la Serna pone el foco en el director Pablo Bontá, quien en medio de su vida cotidiana comenzará a restaurar su original y personal proyecto con otro actor en la piel de ese Cyrano, que es a la vez el personaje y también su desorientado intérprete. Con mucho de poesía verbal y escénica, reforzada por los acordes de Erik Satie, Reconstruyendo a Cyrano introduce al espectador en el espíritu romántico del teatro independiente argentino. Una reconfortante experiencia que homenajea la pasión por el arte.
Pequeño caballero Ulises Dumont fue un actor emblemático del cine argentino, pero también un notable intérprete de teatro, al que la TV no dejó de lado. Un verdadero artista, en suma, que a través de su talento, sensibilidad y carisma, conformó una personalidad única que transitó por escenarios y sets sin dejar indiferente a nadie. Él sabía cómo llamar la atención, por eso el film de “Eddie” Calcagno se refiere fundamentalmente al hombre, al personaje, al pequeño caballero; gracioso, irónico, inestable, impredecible, amigable y afectuoso, que fue Dumont en vida. Un artista reconocido y requerido, sí, pero también un hombre común, alejado de marketings, fastuosidades y jactancias habituales del oficio. Con esa óptica precisa, Calcagno, que lo conoció a fondo y con quien compartió diversos rodajes (Los enemigos, El censor, Yepeto), va diseñando una pieza sencilla, emotiva y reveladora, acerca de una figura muy conocida por quienes transitamos el medio, pero prácticamente extraña para el resto. Acierta rescatando imágenes suyas representativas y sobre todo al recopilar enfáticos y divertidos testimonios de sus principales afectos, entre los que habría de destacar a su hijo, también actor, Enrique, Norman Briski, Mauricio Kartun, Emilio Disi, Esther Goris y Carlos Gorostiza, entre otros. Ulises, un alma desbordada es un Ulises Dumont en cuerpo y alma, lo que es más que suficiente y reconfortante.
La pesadilla masculina Con un humor muy particular, Diego Recalde ha construido una sucinta carrera como guionista y cineasta, además de sus otras actividades como monologuista, cronista radial y televisivo, cantante con su propio grupo musical y asimismo novelista. Precisamente Tenemos un problema, Ernesto parte de un libro propio que convierte en una insólita pero no por ello menos cinematográfica propuesta. Recalde había sorprendido positivamente con su sarcástico e innovador primer film, Sidra, y aquí, a través de una inconcebible trama, cuenta una historia tragicómica pero a la vez hace una radiografía de las peores pesadillas masculinas y además tiene tiempo de elaborar unas cuantas alegorías que van más allá de la peculiar anécdota que trasunta el film. Con la premisa de ver qué sucedería con un hombre que un buen día se levanta y descubre que carece de su miembro viril, aborda a un sometido guionista de televisión (que tendrá mucho que ver con él mismo) que deberá emprender una desesperada búsqueda, rodeado por bizarros y bribones personajes urbanos. El resultado, sin poder evitar algunos momentos chabacanos, es indiscutiblemente gracioso y entretenido. El histrionismo de Recalde resuelve a favor escenas que parecen no tener sentido, mientras que un elenco de figuras (el excelente Ernesto Claudio, Paula Kohan, Héctor Díaz, Cabito) acompañan de manera cómplice y divertida las acciones.
Los chicos crecen El inclasificable y creativo cineasta estadounidense Richard Linklater siempre fue un innovador: en Tape desarrolló una historia en una única escena y en tiempo real, y para Despertando a la vida apeló a la animación digital sobre un rodaje con actores. Con la trilogía Antes del amanecer (seguida por …del atardecer y …de la medianoche) logró un hito cinematográfico: un abarcativo relevamiento acerca del espaciado vínculo entre un hombre y una mujer que significó. No conforme con esto, ahora –un ahora que llevo más de doce años– presenta Boyhood-Momentos de una vida, una exploración dramática de una familia disfuncional a lo largo de ese plazo, rodada sin cambiar actores: los intérpretes maduros van envejeciendo, los adultos poniéndose mayores, y los niños crecen hasta convertirse en adolescentes y jóvenes. La película se filmó entre 2002 y 2013, en sólo cuarenta días de rodaje. En Boyhood, presenciar el transcurrir temporal de los personajes, sin ningún tipo de artificio digital o maquillaje, es un verdadero experimento cinematográfico y casi antropológico; en ese sentido, se trata de una verdadera proeza fílmica sin parangones. A pesar de su ambiciosa complejidad artística, Boyhood es un film sencillo, sereno, desacomplejado, sin exacerbaciones melodramáticas innecesarias. Los personajes atraviesan por distintas circunstancias, algunas arduas, pero ninguna lo suficientemente traumatizante como para descarrilar una narración plácida, pero jamás monocorde, y siempre interesante pese a su extenso metraje. El amor al prójimo, los valores humanos y sociales y el sentido esencial de la vida signan los preceptos del film y lo enaltecen. La elección de Ethan Hawke, actor fetiche, indispensable de Linklater, no parece haber sido la ideal, porque permanece con su aspecto inmutable a través del tiempo, mientras que una –o varias– magnífica Patricia Arquette se destaca dentro de un elenco que se expande y crece junto a las imágenes. Y vale la pena apreciar la evolución física e interpretativa del ex niño Ellar Coltrane.
El otro exilio Del inteligente cineasta Diego Lerman, Refugiado relata con crudeza y sensibilidad un caso de violencia del hombre hacia la mujer (la mal llamada –por discriminatoria– “violencia de género”). Pese a esa determinante y algo restrictiva temática, se aparta de lo obvio y con algunos momentos introspectivos y sugerentes intenta indagar un poco más allá de lo que la trama lineal propone. Un niño y su madre embarazada se ven forzados a “exiliarse” de su hogar, sus pertenencias, colegio, compañeros, etc., debido a las agresiones y amenazas de la pareja de ella y padre del niño. En ese peregrinaje, pasarán por un lugar en el que momentáneamente se sentirán protegidos, una suerte de albergue preparado para mujeres víctimas de maltrato: ese espacio poco conocido al que alude el título del film no es aprovechado al máximo. Luego, un ámbito familiar los contendrá, resignificando de alguna manera la existencia de ambos. Refugiado cumple con sus objetivos dramáticos con una narración atrayente y ágil, aun apelando a un ritmo ondulante. Lerman, autor de un puñado de films muy peculiares y a la vez diferentes entre sí como Tan de repente, Mientras tanto y la notable La mirada invisible, acierta en el tratamiento de esta pieza, que pudo haber dado para más y que en su elenco cuenta con una intensa Marta Lubos. Julieta Díaz transmite con altibajos su duro rol, mientras que los niños se ven muy naturales gracias a la especialista María Laura Berch.
El poder de la música En estos tiempos, el patrimonio de los buenos films de animación ya no pertenece sólo a las grandes corporaciones norteamericanas: esto quedó comprobado con certeza ante el Metegol de Campanella, que pudo contar una historia de gran argentinidad realizada con excelencia, divertida para chicos y grandes y potencialmente exportable. En el caso de El Libro de la Vida, más allá de que se trate de una coproducción en la que intervinieron capitales estadounidenses, un mejicanismo a ultranza recorre la película de punta a punta. Producida nada menos que por Guillermo del Toro y dirigida por Jorge Gutiérrez, la trama se puede asimilar como una comedia romántica animada pero va mucho más allá de eso, ya que es una verdadera recreación de diversos mitos y rituales, especialmente la tradición mexicana sobre el Día de los Muertos, pero se puede encontrar también el mito de Orfeo, ante la presencia de un héroe que con el poder de su música aspira a rescatar a su amada del reino de los muertos. La trama es llevada adelante por un joven muy particular (casi todos los personajes tienen una conformación de muñecos de madera), que se debate entre el mandato familiar de ser torero y su amor por el arte musical. Esa circunstancia marcará su camino al atravesar por tres fantásticos mundos para recuperar su existencia y el amor de María, enfrentando sus mayores temores. Con una historia romántica, sensible y profunda, El Libro de la Vida también tiene espacio para observar cuestiones sociales del México actual, como el machismo y el rol de la mujer en la comunidad, a la vez que recupera historias y tradiciones con pasión y valores altruistas. Todo, enmarcado por un diseño estético formidable, dentro de un deliberadamente melodramático triángulo amoroso. Pese a ciertos costados sombríos, el entretenimiento familiar está asegurado, afirmado en unos cuantos gags imperdibles cristalizados por desopilantes personajes.
Loser Divertida comedia sobre perdedores en el amor y en la vida, El karma de Carmen es una sólida propuesta de género, más interesante aún por no girar alrededor de un hombre sino de una mujer, joven y graciosamente frustrada. Allí reside gran parte del encanto y la singularidad del nuevo film de Rodolfo Durán (el de la estupenda Cuando yo te vuelva a ver), muy bien escrito y dialogado por María Meira, que se enriquece a través de una actriz principal dúctil y por momentos desopilante. Una Malena Solda que desde la primera escena define las características de un personaje obstinado y tragicómico, que a cada paso encuentra motivos para fastidiarse con el mundo que la rodea. Circunstancias que no siempre son tan negativas y que la irán empujando a un indeseado viaje que operará –por momentos– como un bálsamo a su atribulada vida. La trama va desarrollando sus situaciones con naturalidad, sin forcejeos, y eso contribuye a aumentar su disfrute. Sin por esto dejar de lado algunos apuntes sociales y familiares, y otros pertenecientes a una suerte de “marketing amoroso” al que se somete la gente inadvertidamente. Junto con la imperdible protagonista, un elenco convincente (Sergio Surraco, Laura Azcurra, Manuel Callau, María Rosa Fugazot, Daniel Valenzuela, Oski Guzmán, Martín Gervasoni) aporta su talento aún en pequeños roles.
Cuarteto de antihéroes Desprejuiciada, lanzada, desfachatada; Delirium, en primer lugar, le hace honor a su título, sin dudas. Tras ese punto, hay que decir que las ideas puestas en juego en el film por el director y guionista Carlos Kaimakamian Carrau, en las que deben haber participado activamente el trío de protagonistas Ramiro Archain, Emiliano Carrazzone, Miguel Di Lemme y el propio –e inesperado– coprotagonista Ricardo Darín son muy buenas, pero no siempre quedan expuestas de la mejor manera para lograr los objetivos satíricos y humorísticos buscados. Los tres jóvenes sujetos suponen que una vía para lograr dinero rápido es la producción de una película, sin tener idea cómo hacerla, pero se las ingenian para “contratar”, fruto de una confusión –o más de una–, a un Darín cuya participación, además haciendo de sí mismo, garantiza una indudable atracción narrativa, visual y jocosa. Las peripecias del ahora cuarteto de antihéroes para llevar adelante el rodaje del disparatado proyecto incluyen una insólita cámara de VHS, tomas y escenas insostenibles para cualquier actor de ese renombre y una circunstancia trágica que será llevada hasta las últimas consecuencias, dramáticas e irónicas. Contando con correctas participaciones de figuras televisivas como las de Susana Giménez, Guillermo Andino, Cecilia Laratro, Germán Paoloski, Facundo Pastor y Catalina Dlugi, entre otros, el film alterna buenos y no tan buenos gags. Pero ciertos toques de agudo humor negro, apuntes que evocan a la comedia sarcástica estadounidense contemporánea y un final desbordante en su paroxismo (incluyendo los coloridos y creativos créditos de cierre) aportan elementos positivos como para atreverse a una experiencia fílmica fuera de lo habitual.
Emotiva fantasía Lúcida, entrañable y aditada de reconfortantes hallazgos, El cerrajero es sin dudas uno de los estrenos argentinos más relevantes del año. Sin por eso ser un film impactante ni que arrastre multitudes, se trata de una obra que quedará en la evocación y el corazón de cualquier espectador que viva la experiencia de verla. Los hallazgos referidos son tanto expresivos como simbólicos y enriquecen una trama que encierra otras, breves pero muy significativas. La historia de ese confundido y movilizado cerrajero de mediana edad deambula entre la realidad y la fantasía, entre una extraña y real nube de gas o humo que invadió Buenos Aires hace unos años, y un indescifrable don que el protagonista adquiere quizás –o no– debido a ese fenómeno. Esa peculiar habilidad suya hace que la directora Natalia Smirnoff incursione sutilmente en lo fantástico o extrasensorial, elemento muy bien ubicado en la estructura del film y que entrelaza conflictos de una manera relajada y poética. Entre los variados estímulos que la película propone, los toques emotivos afloran con naturalidad y cuidado sentimentalismo. Esteban cine nacional Lamothe vuelve a ofrecer una interpretación contenida pero sumamente expresiva y emocional, acompañado por una Erica Rivas plena de sensibilidad y matices. Lo propio se puede decir de los aportes sustanciales de Arturo Goetz y Yosiria Huaripata.