Abordando con cierta audacia formal y expresiva la temática de los chicos apropiados durante los años de plomo, Eva & Lola propone un valioso ejemplar de cine revisionista que descree de la densidad y el melodramatismo. A través de la nada simple amistad entre las dos chicas del título, este tercer film de Sabrina Farji ofrece una reivindicatoria y aún imprescindible mirada sobre la memoria y la identidad, apelando a recursos diferentes y creativos. Dos singulares y jóvenes artistas que hacen performances en un denominado circo cabaret punk, poco a poco deberán enfrentar sus respectivas y desoladoras realidades familiares, vinculadas con la represión ilegal. Eva busca sobrellevar su duro pasado a través de fantasiosas llamadas a un padre ausente, mientras que Lola se niega a aceptar su carácter de nieta que busca ser recuperada. Pero no sólo eso las emparenta, también la presencia de una tercera mujer llamada Alma, entre otros pormenores que las obligarán a comprometerse y crecer de golpe. Más allá de algún desequilibrio, Eva & Lola atrae y emociona, sustentada por buenos diálogos y situaciones, el talento y la belleza de Celeste Cid y Emme y un buen elenco en el que se destacan Victoria Carreras, Willy Lemos y Alejandro Awada.
Este documental representa una meritoria iniciativa, posibilitar que jóvenes recluidos en una suerte de reformatorio de máxima seguridad puedan expresarse a través de la imagen y el sonido. Porque El Almafuerte es una crónica acerca de un grupo de aprendices de cineastas, salvo por el pequeño detalle de que todos ellos se encuentran confinados en un Instituto de Menores denominado Almafuerte. Este derrotero audiovisual que a los directores Martínez Cantó, Cabrera y Roberto Persano les llevó varios años de realización, dio por resultado la manufactura de un cortometraje que este documental sobrevuela, pero que no constituye el principal logro. La disposición de un taller de cine y video dentro del penal permitirá que los internos descubran en ciertos casos sus deseos más profundos. El estilo del documental, clásico y llano, cuenta con algunos fragmentos a cargo de los propios reclusos. Hay que destacar la estupenda e inconfundible participación del Chango Farías Gómez con la música incidental, e incluso participando en un segmento en el que dirige una batucada. Los créditos finales muestran el destino que han tenido cada uno de los participantes del documental y los desiguales caminos tomados por ellos, con sus infortunios y redenciones.
Dos en Uno es el primer film escrito y dirigido por la dupla compuesta por Nicolas Charlet y Bruno Lavaine, que se hacen llamar simplemente Nicolas y Bruno. Y precisamente esta dualidad está vinculada a la trama de este film protagonizado por el excelente Daniel Auteuil, sin dudas el actor francés más versátil y requerido de los últimos años. Un retraído contador, tras ser atropellado por Gilles Gabriel (Alain Chabat), un cantante francés ídolo de la década de los ochenta, se verá obligado a convivir con él, introducido en su cuerpo –o en su cabeza-, forzado a aceptar una voz y personalidad ajenas. La solitaria existencia de este oficinista rutinario será alterada, cuestionada y hasta exaltada por este espíritu excéntrico, opuesto por completo a su carácter. Esto dará pié, claro está, a distintas situaciones disparatadas, quizás la más lograda aquella en la que el personaje transforma una presentación empresarial en un rítmico tema pop. Sin poder evitar comparaciones con Hay una Chica en mi Cuerpo, aquella exitosa comedia de le época de oro de Steve Martin, Dos en Uno tiene su propia impronta, con algunas escenas francamente divertidas y un Auteuil siempre eficaz y camaleónico.
Con un espíritu tan lúdico como el que expresa el título del film, esta ópera prima de Natalia Smirnoff propone una historia singular, con toques de comedia costumbrista y dotada de curiosas situaciones y deliciosos personajes. Las distintas alternativas de la trama van conformando una mixtura tan atrayente como el placer de lograr ensamblar las piezas de un puzzle. Smirnoff debuta como guionista y realizadora introduciéndose en un mundo desconocido, quizás nunca abordado hasta ahora en la pantalla; el de los adoradores de rompecabezas resueltos sin mirar la ilustración a armar. A partir de este punto de partida la trama descubre la presunta existencia de torneos locales e internacionales en los que se compite por parejas. No vale la pena establecer si son reales o ficticios, sí hacer referencia a que Smirnoff no se conforma con esta extraña indagación sino que también tiene tiempo de hacer una lúcida semblanza de un grupo familiar que precisa oxigenarse. A través del vínculo de la protagonista con sus afectos y con el creciente hobby que la fascina, Rompecabezas avanza con simples y pequeñas anécdotas que sin embargo revelan subtextos y complejidades varias. Con la magnética expresividad de Maria Oneto como protagonista, la película se sostiene en un sólido elenco en el que se destacan Gabriel Goity y Arturo Goetz, excelentes y minuciosos a la hora de elaborar sus roles.
François Ozon es un especialista en sorprender y movilizar al espectador con legítimos recursos, apelando fundamentalmente a la creatividad y la originalidad en ideas y tratamientos cinematográficos. Ricky es quizás el ejemplo más acabado de esta impronta del realizador de La piscina, que narra cómo una pareja de módicos recursos y aspiraciones dan sin embargo a luz una criatura fuera de lo común, un bebé mágico. Las características extraordinarias del pequeño acarrearán conflictos e ingratitudes y a la vez sorprendentes derivaciones para ambos y la niña de ella. Metafórica, teológica y siempre sugerente, Ricky vuelve a demostrar que a Ozon la resolución de los misterios no le interesan y esa es quizás la principal atracción que ejerce el film, su incógnita permanente. Algo similar, pero con una tónica más dramática y melancólica, ocurría con Bajo la arena, en el que el enigma de la desaparición de una persona en la playa nunca se resuelve. El film atrapa, propone un emotivo final de reconciliación familiar pero también desconcierta y da la sensación que pudo haber dado para más. El magnífico trío protagónico de Alexandra Lamy, Sergi Lopez y la niña Mélusine Mayance se complementa con un notable y realista –dentro de una historia irreal o acaso onírica- trabajo de efectos especiales.
Kris Niklison, actriz, bailarina y puestista teatral argentina residente en Holanda, diseña en esta ópera prima documental –con algunas realistas recreaciones ficcionadas- una verdadera joya del género. Que arranca precisamente en Amsterdam con una detallista instantánea de un alegre y voluptuoso desfile de la comunidad gay. Imágenes que nada tienen que ver –o quizás mucho- con el resto del film, que incluirán unos breves e irónicos apuntes de la cineasta sobre sí misma y su dinámica familiar, para pasar inmediatamente a volcar un retrato íntimo y profundo de una señora octogenaria y levemente aristocrática llamada Bela. Su propia madre, que ocupará la casi totalidad de este singular trabajo en un encendido y distendido discurso cotidiano con una sola interlocutora, su empleada Cata, y una sola presencia, la del peón de su estancia. Con estos simples elementos se conforma una cautivante radiografía de la vejez, con reflexiones especialmente lúcidas como aquellas que teorizan acerca de la rápida decrepitud de los políticos, entre otras. Mientras tanto sus arrugas, registradas por la cámara con el mismo espíritu que se muestra el bellísimo paisaje ribereño, contrastan permanentemente con su energía física y mental. Una última anécdota suya revelará el peculiar sentido del título de esta pequeña y admirable pieza audiovisual.
Con una apuesta narrativa y estética semejante a la del cine argentino de los años 60, sensación acentuada por la fotografía en blanco y negro, La hora de la siesta observa el comportamiento de una pareja de niños hermanos, el día del fallecimiento de su padre, en un ámbito pueblerino. A la hora de la siesta los hermanos, incómodos por la presencia de parientes indeseables, saldrán de su casa y darán una vuelta por el barrio, haciendo escalas en su plaza y su iglesia. Pero finalmente pasarán la mayor parte de ese lapso en una casa oscura y misteriosa donde viven un niño obeso y su madre enferma, donde tendrán lugar escenas extrañas, crispadas y acaso alegóricas. La idea puesta en juego por la directora y guionista Sofía Mora en esta ópera prima tiene un arranque interesante, pero luego las situaciones se irán volviendo grotescas, en medio numerosas indefiniciones narrativas y argumentales. A estos tramos fallidos se les suma una muy floja dirección de intérpretes infantiles, que en muy pocos momentos alcanzan una mínima convicción actoral; aunque hay que aclarar que también deben batallar con los diálogos de un guión caprichoso. Sólo el trabajo de la iluminación y la imagen, entonces, se pueden destacar.