En nombre de los padres Un documental del calibre de Borrando a papá inevitablemente acarrea polémicas y controversias, pero es un trabajo testimonial que, además de abordar una temática muy sensible para la sociedad, posee velados intereses creados detrás. Tuvo que intervenir el propio Incaa para que el film finalmente se dé a conocer, ya que sectores avalados por un sistema judicial engorroso mantenían el estreno sin fecha. Hasta la Presidenta de la Nación manifestó su preocupación por el tema, respaldando esta lucha, que tiene que ver con una infancia postergada, aquella que no puede gozar de sus derechos al vínculo tanto maternal como paternal. Borrando a papá se ocupa específicamente de los casos comprendidos en la última acepción, padres que se ven impedidos de tener contacto con sus hijos, generalmente tras divorcios conflictivos, en los que en la mayoría de los casos la madre acusa falsamente al hombre de ser un sujeto peligroso y se arroga el derecho de decidir al respecto, amparada por leyes de discutible vigencia y de dudosa intransigencia. El documental de Ginger Gentile y Sandra Fernández Ferreira, además de ser ágil y contundente, aborda con lucidez una problemática que discrimina, estigmatiza y castiga al género masculino como una amenaza, mientras que a la vez denuncia oscuros negociados que giran alrededor de estos procedimientos tanto en la Argentina como en otros países del mundo, con precisas y conmovedoras evidencias audiovisuales. Por supuesto que ni el film ni este comentario pretenden justificar al hombre violento, pero como diría el entrañable Panigassi, “una cosa es una cosa y…”.
Abordajes costumbristas Desde 1995 Historias breves viene presentando año a año cortometrajes realizados desde la escuela de cine del Incaa, donde se lanzaron reconocidos cineastas. E Historias breves 9 ofrece trabajos de gran calidad, con un par de perlas, dentro de abordajes que presentan coincidencias en la declinación y la muerte, por un lado, y en ciertas tradiciones y costumbrismos pueblerinos, por otro. Y la interrelación entre ambos tópicos. El gran Varitosky inicia con acierto la serie, ingeniosa animación en stop motion de Matías Carrizo. El desafío se adentra en una tétrica leyenda campestre, con buenas actuaciones que incluyen al humorista Larry De Clay. El pez ha muerto logra una narración serena y metafórica, mientras que El Paso, de Victoria Mammoliti, en su triple rol de directora, guionista y protagonista, es uno de los mejores cortos del film, girando con muy buenos climas alrededor del maquillaje mortuorio en el marco de una pequeña comunidad. Estacionamiento, de Luis Bernárdez, atrapa desde la primera toma, con su trama alegórica ambientada en un interminable garaje. Videojuegos es arriesgada en su lenguaje y no muy lograda, pero el magnífico y sombrío En Crítica, de Luz Orlando Brennan, redondea el compendio. Impecable narrativa y visualmente y con un gran protagónico de Alberto Ajaka como un periodista del diario de Botana llamado Roberto Arlt, se enmarca en una notable reconstrucción de época.
Teorema futurista La vigencia de un Terry Gilliam auténtico y esencial es el principal atractivo de Un mundo conectado, que, como no podía ser de otra manera viniendo de su mano, es ambiciosa y también, muchas veces, deslumbrante. Luego de algunos años de silencio y un par de realizaciones no tan logradas (especialmente la farragosa El imaginario del Doctor Parnassus), el director de Brazil y Doce Monos aborda una realidad global retro futurista –como a él le gusta–, tan conectada como reza el título en castellano como desvinculada de la esencia humana, pero sin caer en postulados desesperanzados y opresivos del recurrente subgénero posapocalíptico. Llamado en verdad The Zero Theorem, se refiere a la obsesión por la resolución de un extraño teorema por parte del protagonista, un proyecto que podría terminar de descubrir que la existencia individual es parte de una totalidad, entre otras teorías reflexivas acerca de la evolución y la involución de la vida. Con su intransigencia acostumbrada, Gilliam construye una gran experiencia audiovisual, sostenida por una enorme caracterización de Christoph Waltz, bien acompañado por el gran David Thewlis, Mélanie Thierry y un inesperado Matt Damon. Más allá de logros estéticos y creativos, y de mantener en un digno estado a un género a veces frivolizado, vapuleado e incomprendido como el de la ciencia-ficción, Un mundo conectado funciona fundamentalmente como para festejar el regreso, y en su mejor forma, de un cineasta inconfundible.
Danza con delfines Tal como ocurrió con la primera película, la potente emocionalidad de la historia vuelve a llegar a través de un delfín y de carismáticos personajes humanos inspirados en seres reales que dedican su vida al trabajo en un gran acuario. Winter: el delfín se llamó aquel sencillo pero bello film acerca de una hembra gravemente herida rescatada por un niño y por un equipo del Clearwater Marine Aquarium de Florida, un centro de recuperación de animales sin fines de lucro. La historia recorría las difíciles alternativas del animal tras sufrir una amputación, y el tesón por su recuperación por parte de la gente del establecimiento y por ella misma. Algo que en la vida real ha causado una enorme inspiración para niños y adultos discapacitados, que diariamente concurren a visitar a la delfín y su prótesis especialmente diseñada que permitió que sobreviva. Nuevamente de la mano de la sensibilidad y la capacidad expresiva del realizador Charles Martin Smith, Winter: el delfín 2 retoma la trama a varios años de aquellos hechos, en donde resulta imperativo encontrar un animal para su piscina, ya que los delfines deben estar siempre en compañía. Surgirá otra delfín rescatada, mucho más pequeña, y el desafío será lograr que Winter y la recién llegada puedan establecer un vínculo y convivir, de lo contrario la licencia del acuario será revocada. Con un convincente y emotivo elenco, resulta un film ideal para los amantes de la naturaleza y más aún para los que admiran a los delfines, esas criaturas acuáticas tan lúcidas y afectivas. En cuanto a los niños, son innecesarias las recomendaciones: todos ellos aman a los animales sin hacerse planteos al respecto.
Subí que te llevo Inquietante, feroz, incómoda, sin concesiones, El cazador es una despiadada visión de la condición humana en situaciones extremas. Perteneciente al subgénero del cine post-apocalíptico, recurrente hasta el agotamiento en los últimos años, esta película del realizador australiano David Michôd redescubre esta impronta otorgándole una visceralidad casi intolerable. Todo lo que se ve o vislumbra en el film llega a las entrañas, se transforma en una vivencia compartida con el espectador en la que lo que ocurre parece palparse, olerse y hasta saborearse, en el peor sentido del término. Con un aliento de western desolado y futurista, El cazador reserva un espacio considerable a la redención, a la posible salvación de almas irredentas. El insospechado vínculo que se establece entre un hombre aparentemente desalmado e implacable y un joven desorientado y de escaso raciocinio signa de manera poderosa la segunda parte del film. El primero le salva la vida al otro sólo con la intención de no perder la pista de su vehículo robado, un auto rastreado obsesivamente quizá por contener algo valioso o como transporte en un mundo anárquico y desquiciado. Pero esa relación ventajosa entre ambos adquirirá otra envergadura, acercándola casi imperceptiblemente a una rara humanidad. Un impecable y pleno de sutiles matices Guy Pearce, componiendo a un lúcido y contradictorio criminal, acompañado por un sorprendente e irreconocible Robert Pattinson, cada vez más comprometido con su carrera artística, enriquecen una pieza notable, que va bastante más allá de estar adscripta a un estilo fílmico en boga. Un inesperado final, relacionado con ese codiciado automóvil, conmueve y redimensiona el film.
Puntos límite Rebosante de ideas, robustecidas por una enorme destreza narrativa, Relatos salvajes cumple desde el primer fotograma al último con lo que venía prometiendo desde el inicio del proyecto: un thriller ramificado, escabroso y atiborrado de personajes al límite de la perturbación absoluta. La estructura de episodios desconectados argumentalmente entre sí era una apuesta riesgosa, teniendo en cuenta la rareza y poca repercusión de este tipo de films. Pero evidentemente fue el formato que precisaba un Damián Szifrón recargado para volcar su catarata de tramas y obsesiones, una diversificación expansiva que encauce una cabeza poblada de visiones. Y el recurso de reunir seis cortometrajes, o una suerte de ellos, en un solo largometraje, resulta una determinación fascinante, que redefine genérica y expositivamente al film. Con tan sólo dos buenas películas en su haber, Szifrón es más conocido por su genial ciclo televisivo Los simuladores y aquí realmente se decidió a plasmar su talento expresivo en el cine sin guardarse nada, fuera de temores o prejuicios. Ingeniosa, impredecible, retorcida, grotesca, tragicómica, perturbadora y además divertida y entretenida, Relatos salvajes asombra y atrapa en cada capítulo por igual, con diferentes armas y elementos audiovisuales, surcados por extravagantes personajes inmersos en inauditas situaciones. Circunstancias que los irán llevando, dentro de una sociedad agresiva y decadente, en pos de una reparación justiciera, a un irremediable extravío. Y es lo máximo que se podría contar acerca de una obra en la que la sorpresa es uno de sus ingredientes clave. El párrafo final sólo podría estar dedicado a un elenco que no sólo se destaca por su poderío, sino por su convicción, entrega dramática (Martínez, Darín, Grandinetti) y despliegue físico (Sbaraglia, Rivas). Junto a ese núcleo protagónico, el espléndido nivel de intérpretes como Núñez, Gentile, Zylberberg, Cortese o Marull queda equiparado al más ínfimo papel de reparto, por lo que se trata de la mejor película de Szifrón, también, como conductor actoral. Simplemente un peliculón. Sólo hay que ir a verla.
Detrás de cámara Girando alrededor de un personaje singular y querible, Gabor combina documental con toques de ficción y propone diferentes vertientes, que quizá lo diversifiquen demasiado. De todas maneras, este film del cineasta argentino radicado en Madrid Sebastián Alfie logra con cierto encanto aunar sus distintas intenciones expresivas y atraer al espectador, más allá de que no todo esté bien amalgamado. Gabor parte de un trabajo por encargo: un corto que iba a referirse a un caso de recuperación de no videntes en Bolivia, y lentamente se transforma en otra cosa, pero sin embargo, y paralelamente, logra conectarse con la misma temática. Esto se produce gracias a la integración al proyecto de Gabor Bene, un húngaro ex director de fotografía que insólitamente sigue viviendo de alguna manera de su oficio, en este caso alquilando cámaras y lentes. Pero este hombre es también un buscavidas que atravesó por diferentes experiencias en su vida, no todas legales, y el director tiene la inconcebible idea de que lo acompañe en su tarea y vuelva a ponerse detrás de las cámaras, con toda la incertidumbre que eso conlleva. Desde España, el equipo de filmación llegará a Bolivia y algunas preguntas se irán develando en ese trabajo en el que la ceguera será también el tópico esencial. A pesar de no internarse a fondo en ese mundo, Gabor, fundamentalmente a través del hombre que le da título al film, logra interesar en todo momento.
El arca del arte A través de un proyecto casi inconcebible por su ambiciosa connotación, La ballena va llena narra las vicisitudes de un grupo de artistas que no permiten que nada ni nadie –ninguna crisis ni impedimento– les arrebate un sueño loco y aparentemente irrealizable. El colectivo de artistas Estrella del Oriente, integrado por reconocidos nombres –Juan “Tata” Cedrón, Marcelo Céspedes, Daniel Santoro, Juan Carlos Capurro y Pedro Roth, los realizadores del film–, están en principio persuadidos de que el concepto y el alcance de lo que normalmente se define como obra de arte se puede ampliar y redefinir. En la concepción de un proyecto de enorme envergadura artística que se mixtura con un intento solidario de una magnitud semejante, el film combina documental con situaciones recreadas ficcionalmente al narrar la excéntrica pretensión de un grupo incondicionalmente creativo. Ellos advierten que en Europa las leyes destinan importantes sumas de dinero a las obras de arte; entonces sostienen con legitimidad que se podría convertir a los migrantes en algo equivalente, para que no sean perseguidos ni deportados. Para lograr ese objetivo se proyecta la construcción de una suerte de crucero en forma de ballena que los contendría a la vez que sería la meca del arte mundial. Con casi imperceptible ironía y picardía y una gran perseverancia conceptual, el film analiza los sinuosos destinos de fondos y becas, entre la realidad y una virtuosa y reconfortante irrealidad.
United colors of Justicieros La franquicia de Marvel no deja de aportarle viejos y nuevos héroes a su formato cinematográfico. En el caso de los Guardianes de la galaxia, se trata de un puñado de desquiciados personajes con superpoderes que tratarán de revindicarse de sus pecados y convertirse en salvadores del universo. Nada demasiado novedoso, pero tampoco muy transitado en este terreno, y en esta nueva traslación fílmica de un cómic, el resultado es sumamente atractivo, pese al escaso conocimiento de los justicieros galácticos elegidos para recrear. Se trata de unos inadaptados sujetos multirraciales que abarcan un amplio rango dentro de los reinos animal y vegetal. Como Groot, un enorme árbol regenerativo humanoide; Rocket, poderoso mapache parlante e inteligente; Gamora, la letal villana de piel verde; el tatuado y fornido Drax El Destructor, y Peter Quill, el único y corajudo humano, cazarrecompensas y consumidor de música retro, que irá aglutinando al heterogéneo y marginal grupo. Parte de esta mitología apareció en una edición de la marca en 1969, pero bien entrado el nuevo siglo se reconfiguró en una generación de guardianes que se ha versionado en este enérgico, humorístico y centelleante film en 3D. Ambientada mayormente en el espacio y muy alejada del universo de Los Vengadores, Guardianes de la galaxia es más un film de supervillanos que combaten entre ellos que de superhéroes, e integra la aventura, la ciencia-ficción y un ácido humor a su entretenido cóctel audiovisual. James Gunn, un cineasta con pocos antecedentes, maneja toda esa mixtura con enorme capacidad y gran dinamismo. Un fulgurante grupo de intérpretes termina de amalgamar el producto. Además de los buenos protagónicos de los cinco renegados-guardianes, entre los que se destacan Chris Pratt y la voz de Bradley Cooper como el mapache, aparecen talentos como los de John C. Reilly, Glenn Close y Benicio del Toro. Héroes casi desconocidos e inesperados, pero muy disfrutables.
Llegando los monos Siguiendo la tendencia de generar nuevas y redituables sagas, la revisión de esta franquicia iniciada por una película señera y memorable de la ciencia-ficción de los ’60 como El planeta de los simios es una de las mejores apuestas recientes de Hollywood. Aquella pieza emblemática dirigida por Franklin J. Shaffner y protagonizada por un ícono de la época y el género como Charlton Heston dio pie en su momento a una insufrible serie de secuelas y una serie televisiva que jamás remedaron el nivel narrativo y simbólico del original. Tras una torpe intentona de remake de un desconocido Tim Burton hace una década, parecía que la genial trama urdida por Pierre Boullé iba a quedar archivada, pero El planeta de los simios: (R)evolución de Rupert Wyatt fue el extraordinario puntapié inicial de una renovada exploración de la trama. Con sustanciosos elementos expresivos, visuales, filosóficos y alegóricos, esa precuela logró atraer, conmover y conmocionar a la vez. Y esta continuación, aún en proceso de revisar los orígenes de la historia, mantiene su gran calidad y preceptos conceptuales, robusteciendo con inteligencia y sensibilidad sus aspectos más conflictivos. Quizá se podría reprochar en …Confrontación que arranque con el trillado paisaje post apocalíptico del cine de anticipación contemporáneo (planeta devastado y con pocos sobrevivientes despojados de toda tecnología, que vuelven a las fuentes en una urbe abandonada). Pero aquí están los simios, que viven en comunidad en el bosque y han evolucionado gracias a César, el chimpancé rebelde del primer film, sin dejar de lado ámbitos y hábitos naturales. Tanto los humanos como ellos cuentan con un líder positivo y otro negativo, y esas polaridades no tardarán en hacer eclosión. Matt Reeves, director de la excelente y pionera Cloverfield, logra establecer una narración clásica pero creativa y atrapante, llegando a uno de los puntos más altos en la técnica de captura digital de movimiento en las caracterizaciones de los simios, especialmente la de Andy Serkis como César. El elenco humano funciona y el film, pese a no descuidar su hondura dramática, no da respiro.