No siempre nos preocupamos por ver películas buenas y disfrutar escribiendo al respecto. A veces también reconocemos que nuestro rol de comunicadores conlleva alertarlos sobre películas que no hay que ver con grandes expectativas; The Boy Next Door (acá estrenada como Cercana Obsesión) es una de ellas. La película se presenta como un drama, y siendo éste justamente uno de los géneros mas amplios (como que históricamente las pelis que no son ni una cosa ni la otra, son clasificadas como Drama o como Comedia), te podés esperar cualquier cosa. Jeniffer Lopez (JLo para los amigos) encarna a Claire Peterson, una profesora de Literatura que vive con su hijo (Ian Nelson, de The Hunger Games), recientemente separada tras una infidelidad de su marido. Tras la muerte de sus padres, se muda justo al lado Noah Sandborn (Ryan Guzman, de Heroes Reborn), quien, que por la cercanía etaria, rápidamente hace buenas migas con el chico. Pero ella lo espía un poquito, desde la ventana de su pieza a lo Rear Window, o incluso lo observa sin ningún tipo de disimulo cuando están cara a cara. Como este muchacho está viviendo solo en la casa de su tío, rápidamente se pone a su disposición para invitarlo a comer y demás; un poco por cortesía, otro poco por instinto maternal y, claramente, por interés personal, ya que -a pesar de doblarlo en edad-, el vecinito parece ser un hombre más maduro y culto que los demás hombres de su entorno. Una noche, con ella borracha tras una cita fallida e histeriquándole de a ratos, finalmente tienen sexo. Y el pibe flashea mal: la empieza a acosar, a amedrentar, a espiar sin disimulo. Es decir, es acá cuando la película se va a la mierda. Noah es uno de los peores personajes inventados por el cine: psicópata, calculador, manipulador y abusivo, pero tan mal actuado que su propio fisique du rol lo vuelve completamente inverosímil. Es decir, la suma de que es un chico joven y fachero, con lo exagerado del personaje y la mala actuación logran transformar en un perfecto idiota a quien se supone que debemos temerle o, cuanto menos, tenerle cuidado. Claire definitivamente no se queda atrás, es una de las mujeres más tontas que dio el cine. Nunca dice nada, nunca pide ayuda, pero nunca tampoco parece querer darle una solución al problema. Es como que, en el fondo, en algún sórdido rincón de su psicología (jamás desarrollada por el guión), parece disfrutar el acoso del vecino, lo que haría juego con el abandono sufrido por su marido: la dejaron, entonces ahora le gusta que le presten atención, pero de lo que no está segura es si la atención que le presta su vecino es precisamente la más sana. Porque después que se pudre todo, ella sigue espiándolo. Nunca lo denuncia, a pesar de tener suficientes pruebas en su contra. Sólo le cuenta algo de la historia a su amiga, la vicedirectora del colegio donde trabaja, aún más boluda que ella. Como mensaje que deja la película en base al comportamiento global de Claire, nos hallamos frente a una mujer que provoca y parece disfrutar del acoso desmedido de su vecino. Y esto es lo que no queremos más: estamos en el 2015, muchachos; basta de culpar a la víctima. Y esta culpabilidad transmitida al personaje de JLo te hace desear, en algún momento, que el final sea completamente trágico para ella. Pero hacer cine no es sólo contar una historia; entre otras cosas, es poner al espectador en una determinada situación, cual conejillo de indias, para generarle ciertas reacciones, pensamientos, sentimientos. Y hacerlo sentir que la víctima se merece lo que le pasa es una las intenciones más estúpidas que un cineasta pueda tener. Fuera de eso, que no es menor, la historia va creciendo con buen ritmo al principio, pero crece tanto, tanto, que por suerte no te la creés. Tiene, eso sí, un par de momentos de suspenso bien logrados y un plano gore hermosamente descolgado dentro del código que maneja el film. Tan descolgado que es maravilloso. VEREDICTO: 2.0 - NI UNA MÁS Basta de películas tan estúpidas. De verdad, basta. La poca precisión con la que The Boy Next Door (Cercana Obsesión) da su horrible mensaje, la termina salvando de ser tan perversa como la cinta de propaganda nazi "El Triunfo de la Voluntad". Pero que espanto que lo sigan intentando.
Insidious: Chapter 3 es la tercera entrega de la saga de terror creada por James Wan, esta vez protagonizada por la entrañable Elise Rainier (Lin Shaye), y se centra en los sucesos previos a la primera película de la franquicia. Pero está muy lejos de ser "el capítulo más oscuro de la saga", como promete su tagline. Aunque quizá sí lo sea en términos de calidad, aunque ¿quién promocionaría así su película? A Quinn Brenner (Stefanie Scott) se le muere la madre, y recurre a una vidente (la misma Elise) para intentar contactarse con ella. El tema es que en la sesión, Elise contacta a alguien más, que intentará matarlas, a ella y a Quinn, a quien despacha, avisándole que deje a los muertos en paz. En medio de un entorno familiar desestabilizado, con un hermanito (Tate Berney) que requiere más atención que la que tiene, y un padre (Dermot Mulroney) que no da abasto con su doble rol papá-mamá, Quinn tiene un accidente que la deja con las dos piernas enyesadas... y ahí empiezan los ruiditos, las pesadillas, las pisadas y todos los indicios paranormales que desembocan en la posesión. Es aquí cuando su hermanito Alex contacta, con el consentimiento de su padre, a través de internet al dúo de Specs (Leigh Whannell) y Tucker (Angus Sampson), que venden sus dudosos servicios de cazafantasmas. Elise, por su parte, también decide ayudarla a pesar de la amenaza, y de esa ayuda entre ellos tres surge la alianza que luego veremos en toda la saga. En primer lugar, la película tiene una destacable propuesta de arte. Mucha textura, mucho color cálido y madera, sobre todo en la habitación de Quinn, otorgando una atmósfera por un lado típica de película de terror pero por otro lado original, que no remite a ningún film en particular. Fuera de eso, es una película completamente estándar donde nada se destaca: la música, las puestas de cámara, el uso del sonido, los recursos utilizados para darte un susto... todo, absolutamente todo, es un enorme meh! Insidiuos: Chapter 3 tiene un gran problema, ajeno a sus formas y colores, pero no por ello menos interesante de analizar: se estrenó en Argentina muy pegada a Jessabelle (la de la chica que tras un accidente queda momentáneamente postrada en silla de ruedas y es acosada por espíritus en su casa paterna) y a Poltergeist, donde, entre otras cosas, aparece la figura del médium que se acude a sacarle las papas del fuego a los protagonistas. ¿Qué quiero decir? Que a veces, las películas se pueden ver perjudicadas por su contexto de exhibición: al salir todas tan juntitas en las salas de nuestro país, al asiduo espectador de terror le queda la sensación de que Insidious es un hijo, un híbrido entre las mencionadas anteriormente. Y es una pena. Porque la planificación de la exhibición también forma parte de hacer una película. Fuera de eso, que puede considerarse mas una apreciación personal que un hecho objetivo sobre la película, la historia se construye de manera prolija pero en oportunidades algunas cosas que se vuelven importantes para la trama suenan forzadas. Hay dos personajes más, la amiga y el vecino con quien Quinn coquetea, quienes, al igual que el padre y el hermanito (salvo por la mencionada escena donde contratan a Specs y Tucker) están completamente desaprovechados: no hacen nada. Y cuando un personaje no hace nada, debería irse. El hecho de no saber a que se enfrentan hace que la delimitación del daño que puede causar se vuelva borroso y atente contra el verosímil de la película. Es decir: Eloise va descubriendo a qué se enfrenta, pero al espectador se lo informan en cuentagotas. Y esta entidad no genera el miedo suficiente, no sabe captar nuestra atención ni hacernos sentir ningún tipo de riesgo. Eso, sumado a que, al ser una precuela, ya sabemos que termina todo bien o, al menos, sin mayores consecuencias. Ah... ¿el demonio de cara roja? Sí, aparece en un solo plano, al final. Es como que viendo el corte definitivo de la peli, dijeron: "¡Uh, pará! ¡Nos olvidamos del Darth Maul!", "Bueno, metélo acá un toque, no pasa nada". VEREDICTO: 3.0 - MEH Definitivamente una película más de una franquicia. Sin aportar nada nuevo, salvo un origen para el trío de investigadores paranormales (que era mejor imaginarse a que te lo muestren), y sin ninguna propuesta técnica o estética que valga la pena resaltar, Insidious: Chapter 3 se vuelve completamente prescindible.
Jessabelle -de Kevin Greutert (Saw VI y VII), con Sarah Snook (Predestination), Mark Webber (Scott Pilgrim) y Joelle Carter (High Fidelity)- se estrenó en EE.UU. hace más de 6 meses, pero a nosotros recién nos llega a la pantalla grande hoy. Hay veces que este delay nos garantiza que vamos a enfrentarnos a un bodrio, pero no es el caso. Aunque sume muchas críticas negativas te juro que no es el caso. La película tiene una cortísima escena inicial de felicidad: Jessabelle (Snook) está recientemente embarazada y cargando sus pertenencias en el auto del novio, para mudarse con él. Pero la fatalidad les roba el futuro: un camión choca al vehículo en el que viajan, matando a su novio, a su futuro hijo y dejándola paralítica. Completamente sola, Jessabelle tiene que recurrir a su padre, quien la había abandonado de chica. El viejo la lleva a vivir a su propia casa en Lousiana, donde había convivido con la madre de Jessie hasta que falleciera de cáncer, pocos meses después de nacida ella. Ya instalada, la muchacha comienza a encontrar mensajes de su madre en cintas de VHS desperdigadas por toda la casa, mensajes que le traen malos presagios, y comienza entonces el tole tole del terror: puertas que se cierran solas, espejos que se rompen y espíritus vengativos que se materializan. En general, en el cine de terror, parece estar todo dicho. La gran mayoría de los filmes recurre a los mismos recursos para generar miedo o suspenso, y suelen ponerlos en el mismo orden y en idénticas dosis. Lo interesante en esta oportunidad es que, a pesar de caer por momentos en estos pequeños lugares comunes, el film sabe dosificar la información. Por supuesto que siempre estará el cinéfilo fan del terror que se conoce todas las fórmulas del género y ata los cabos antes de tiempo, arruinándose el final. Jessabelle te engancha desde el principio y va construyendo climas interesantes de menor a mayor, sumando datos y pistas que sirven para resolver la trama con gran coherencia, porque -por lo general-, siempre que los protagonistas se enfrentan a un espíritu vengativo lo primero que tienen que hacer es averiguar quién es y qué quiere. Y es en el transcurso de este descubrimiento en el que la misma Jessie va descubriendo quién es ella. VEREDICTO: 6.0 - #NIUNAMENOS (?) Jessabelle no es mala, pero juega en el límite de cuánto conocés del género y cuánto no, y es precisamente en esa delgada línea donde puede parecerte una porquería o pueden sorprenderte sus vueltas de tuerca.
Desde el trailer ya sabíamos de qué se trataba la película: de recaudar dinero. Ese morbo que genera el cine catástrofe, de ver el mundo caerse pero atisbar una luz de esperanza sigue funcionando a la perfección: la película recaudó en EE.UU. y Canadá, el fin de semana de su estreno, la nada despreciable suma de 53,2 millones de dólares. Y sigue en carrera. Quiero destacar en primer lugar el mensaje de Dwayne "The Rock" Johnson al principio: mirando a cámara, en un estudio, explica que en la película interpretará a un rescatista y que le dedica la cinta a los Bomberos Voluntarios de Argentina, repitiendo Argentina varias veces, con una perfecta modulación. Tribunero a más no poder, pero estas cosas a uno lo compran un poco, como que sabés que vas a ver un bodrio pero lo ves con una sonrisa. A grandes rasgos, Ray (Johnson, Fast & Furious 6), es un experimentado rescatista (que te maneja helicópteros, aviones y surfea tsunamis con lanchitas) que está yendo a socorrer a las víctimas del primer sismo (porque la falla geológica es así, primero se sacude un poquito y va aumentando de intensidad hasta romper todo), pero se desvía para salvar a su esposa Emma (Carla Gugino, Night at the Museum, Watchmen), y en el camino se enteran que el nuevo novio de Emma, Daniel (Ioan Gruffudd, Fantastic Four, en el papel más cuadradamente estereotipado del mundo) dejó abandonada a Blake, la hija de ambos (Alexandra Daddario, True Detective)... y a la mierda el rescatismo, el altruismo y el servicio a la comunidad: se van a rescatarla. Todo en la película se debe a la casualidad, y esta misma casualidad que hace avanzar la acción se encuentra justificada desde los diálogos: eso hace al filme endeble, débil, inverosímil, forzado. Los diálogos también rozan lo bizarro (en el sentido bizarro que aplicaríamos a Zulma Lobato) cuando , por ejemplo, antes de la catástrofe, Emma almuerza con una señora, la cual le pregunta más o menos: "¿Vos tenías otra hija aparte de Blake que se murió ahogada, no?". Se supone que la pérdida de una hija fue lo que destruyó la familia en el pasado, pero no genera ningún tipo de empatía de la manera en que está contado: los diálogos se parecen a las novelas argentinas de principios de los noventa, donde atendían el teléfono y sobreactuaban frases del tipo "¿Que la abuela tuvo un accidente? ¿Y está internada muy grave?". En paralelo a este rescate, se desarrolla la historia de Lawrence (el siempre impecable Paul Giamatti, Sideways), un geólogo que se da cuenta que desarrolló un sistema que puede predecir los terremotos. Toda esta trama también transcurre por casualidad, pero quería hacer un aparte para mencionar a Giamatti, lo mejor de la película. ¿El 3D? Bien, gracias. Los edificios se desmoronan según la ley de gravedad, para abajo, y la puesta de cámara es mayormente frontal, así que la tercera dimensión se utiliza poco y nada. VEREDICTO: 5.0 - CATASTRÓFICA Todavía tengo fe en la existencia de una película de catástrofe con un guión sólido, que cuente algo, que no sea una sumatoria de pavadas con final feliz. No es el caso de Terremoto, la falla de San Andrés. A seguir esperando nomás...
Tomorrowland es el último estreno de la factoría Disney, con dirección de Brad Bird (The Iron Giant, The Incredibles) y protagonizada por un George Clooney (Ocean's Eleven, Gravity y la inolvidable E.R.) cada vez más parecido a Pocho la Pantera. A simple vista, parece ser un inofensivo film sobre una realidad alternativa, pero ¿lo es realmente? Todo comienza en la infancia de Frank, el personaje de Clooney (pero que de pibe lo interpreta Thomas Robinson). Frank viaja justamente a Disney para participar de una especie de convocatoria de inventos científicos, donde le muestra a Nix (un Hugh Laurie que demuestra que puede despegarse perfectamente de su Dr. House, aunque algunas lineas de diálogo le jueguen en contra) su invento: una mochila propulsora para volar, pero que no funciona del todo bien; tanto es así que, en un claro tono de "cualquier cosa te llamamos", Nix lo despacha rápidamente. Es entonces cuando Athena (Raffey Cassidy, de Snow White and the Huntsman) le da un pin con la letra "T" de Tomorrowland; es gracias que este pin que -tras seguirlos a ella y su grupo al subirse a una atracción-, Frank podrá transportarse hacia esta especie de país de la utopía y la felicidad, de la evolución científica, donde los autos vuelan y todo eso. Ahora sí, ATENCIÓN... ¡¡SPOILERS!! Pasan varios años, y se acerca el Apocalipsis al planeta Tierra. Entre idas y venidas, Athena recluta a Casey (Britt Robertson, la misma de The Longest Ride) porque es especial y, junto al desterrado Frank (ahora sí, un reacio Clooney adulto) regresan y se enfrentan a Nix, quien, básicamente, usa una máquina para predecir el futuro que diseñó el mismo Frank, y de esta manera influir negativamente en las personas y hacer que acepten la idea del Apocalipsis... porque, precisamente al aceptarla, sucederá. Parece una película más sobre No Rendirse, sobre los sueños y sobre la interracialidad políticamente correcta, porque el elitismo que había al principio del filme para entrar a Tomorrowland deviene en una migración masiva de múltiples nacionalidades. Pero, en el fondo, creí leer algo bastante más perverso que intentaré detallar a continuación... Tomorrowland es Disneylandia. Visualmente las similitudes son evidentes. Una de dos: o los directores de arte de la empresa del ratoncito se quedaron sin ideas o la similitud es intencional. Y claro que la opción mas indicada es la dos: ¿por qué remitirían a un espacio tan específico accidentalmente? ¿Me vas a decir que con los estándares de profesionalidad que tienen nadie dijo, "Che, man... esto es igual a Disneylandia"? De hecho, la aventura comienza en el parque, en los años '50, y es a través de una atracción que se abre un portal mecánico reconociendo los pines con la "T" y Frank puede llegar del otro lado. Las rutas de esta especie de Wonderland (que en realidad no tienen sentido porque los autos vuelan) son (visualmente) montañas rusas: tienen ese recorrido, esas curvas, esas pendientes, remiten a las atracciones de manera directa. El monitor, el centro desde el cual se transmiten esas ondas radiales negativas que hacen que la humanidad acepte su extinción es, de manera literal, la famosísima pelota gigante de Epcot Center. Para volver a Tomorrowland, los personajes recurren a un transbordador interdimensional que parte de la Torre Eiffel, justificándose en que Eiffel la creó a modo de antena conociendo la existencia del otro mundo. ¿En qué lugares del mundo, fuera de los EE.UU., hay Disney Resorts? Sí, adivinaste: en París, además de Tokio y Hong Kong. Por último, el personaje de Casey. En primer lugar, el vestuario. Esa gorrita roja de la NASA, justificada en una linea de diálogo como que "es de su padre" da una enorme sensación de pibita yankee de vacaciones que va a divertirse al parque. Y eso sin contar siquiera su actitud, gritando desaforadamente como si estuviera en una montaña rusa cada vez que se sube a algún transporte específico con un poquito de adrenalina, como la bañera voladora de Frank. En Tomorrowland, Nix tiene un plan muy claro aunque al principio lo niegue: destruir el mundo, hacer que la gente se rinda, transmitiendo su perverso mensaje. ¿Cómo evitar sentirte en medio de una gran manipulación que te es revelada impunemente si estás, justamente, en una sala de cine viendo una película de Disney? ¿Cómo plantarte si la manipulación te revela su propio mecanismo para moldearte, en medio de su proceso mismo de moldeado? Lo mas irónico, cínico o sombrío, como quieran llamarlo, es que finalmente ese monitor, ese mensaje desesperanzador, es destruido. Y las puertas de Tomorrowland vuelven a abrirse para todos: para el papá de Casey que no tenía trabajo, para los negros, para los iraníes, para los chinos, para todos, como una enorme burla final de Disney sobre una igualdad que no promulga y que nunca defendió, y regalándote un final feliz para que salgas de la sala empalagado como un autómata, olvidándote que te avisaron durante toda la peli que estaban lavándote la cabeza. VEREDICTO: 6.0 - ¡HIPÓCRITA! Con un muy buen ritmo narrativo, personajes sólidos y una dualidad dimensional completamente creíble, Tomorrowland te muestra la punta del iceberg de lo macabro que puede ser Disney. Pero no lo cuestiona ni lo destruye: simplemente se te ríe en la cara y sigue con lo suyo.
Al principio, cuando apareció dando vueltas la idea de una Mad Max sin Mel Gibson, hubo rechazo y resistencia. Pero después, empezaron a circular rumores sobre cómo sería esta cuarta entrega de la saga, dirigida por George Miller, el director de la trilogía original... y un poco aflojamos. Vinieron imágenes del rodaje, fan arts, teasers y trailers. Y, en un punto, la espera se volvió insoportable. Ayer finalmente llegó a las salas argentinas. Ufssssss. ¿Por dónde empiezo? Imperator Furiosa (Charlize Theron), una especie de líder de la entera confianza de Inmortan Joe (Hugh Keays-Byrne, el mismo que interpretó a Toecutter, villano de la primera Mad Max) se rebela silenciosamente y aprovecha un mandado que tiene que hacer para secuestrar a las novias de Joe: mujeres hermosas, con todos los dientes, que él tiene en cautiverio para procrear y continuar así su estirpe. La premisa de la película es muy fuerte en este aspecto: se planta firme y clara en contra de la trata de personas, en todo sentido; el mismo Max Rockatansky (el cada vez más prolífico Tom Hardy) es tratado como una bolsa de sangre ya que es donante universal, y Nux (un irreconocible Nicholas Hoult, el joven Bestia de las últimas X-Men) necesita transfusiones constantes. Completando este panorama de cosificación las madres también son proveedoras de leche de madre: sí, son mujeres ordeñadas para alimentar gente. La factura técnica es impecable, con un uso del 3D puesto de manera magistral al servicio de la acción: no son cosas volando a cámara, son distintos planos de acción, distintas cosas que pasan en paralelo, a veces desembocan en un mismo punto y a veces se separan, pero favorece muchísimo al clima de caos general, a la sensación de estar siendo atacado todo el tiempo de todos lados. Mención aparte para la música, gracias a un recurso diegético en las persecuciones que es épico: acompaña, intensifica, enmarca el ritmo, y en contraposición el silencio, el escaso silencio; la película te da muy poco respiro, y cuando te lo da, el silencio establece una fuerte tensión en el aire. El personaje de Furiosa es quien lleva adelante la acción: fuerte, a paso firme, tumbando todo por delante y con la esperanza de encontrar un lugar digno donde vivir, lejos de la tiranía de Inmortan Joe. Pero no puede hacerlo sin grandes aliados. Ahí es donde entra Max que, a pesar de su intensa lucha contra demonios internos (la secuencia inicial de presentación de esta lucha con su locura es completamente impactante) no duda en sacrificarse una y otra vez... y siempre salir ileso. Respecto a esas mujeres que va a liberar: ¿el sexo débil? ¡Mis polainas! Tenés un montón de chicas hermosas, delicadas (hasta una embarazada), cargando armas, a los tiros, a las patadas, repitiéndose constantemente que no son cosas, que no son propiedad de nadie y que van a seguir luchando por su libertad. Al fin alguien toma el toro por las astas y muestra las mujeres que queremos ver: fuertes, luchadoras, inteligentes. Y es genial que el contexto sea una película tan alabada por el público masculino (si sos minita y te pareció re groso lo que hace Anastasia Steele con Grey en 50 Shades, si ves Mad Max no lo vas a poder creer). Hay una delicada línea entre feminismo, igualdad y feminazismo: Miller la comprendió perfectamente y no insiste de manera redundante en la cosificación de la mujer ni en su victimización: la plantea como una realidad y hace foco en todo lo que hacen las mujeres para escaparse de eso. Las mujeres nunca quieren exterminar a los hombres, no los odian, pero tampoco les temen: se plantan frente a ellos de igual a igual en una vorágine de acción, digna de Mad Max. Porque... a esta altura, Mad Max no es un personaje ni una saga de películas: es un género en sí mismo. Sí, al igual que James Bond, es un género nuevo, único. Es una construcción estética post-apocalíptica, es desierto, es locura, es un pogo. La escatimación en el uso del CGI es una sabia decisión que mantiene visualmente intacto el espíritu de la trilogía original. Lo mismo con los diseños de vehículos, vestuarios y personajes: texturas, decadencia, suciedad, vestigios de una sociedad de relativa tecnología destruída. Fusiones de materiales partiendo de la base de la funcionalidad: nada es arbitrario, nada es meramente estético; cada tuerca, cada palanca, cada tornillo, todo está puesto por algo. Los personajes, sobre todo los vándalos, son hienas desquiciadas sin miedo a nada, kamikazes sin tierra ni carácter cuyo único objetivo es destruir hasta inmolarse en el trayecto. Hordas que causan más miedo que cualquier formación de soldados armados hasta las muelas: van sembrando el caos, la locura, la destrucción, con cadenas, palos, lo que tengan a su alcance. Y por eso son tan temibles, porque no les importa nada. El apetito de destrucción es tan grande que la mejor manera de coronarlo es destruirse ellos mismos. Y los espacios (la carretera, el desierto), son siempre espacios abiertos, de pasaje, de transición, donde no hay un futuro, no hay un pasado, sólo hay un hoy y ese hoy es un eterno transitar, es un sobrevivir constante, es una huida de todo lo que te puede atacar; es un día a día, es la vida de Max. Max es un sobreviviente, un caminante, no quiere vencer a sus fantasmas, elige enfrentarlos día a día porque esa sería su manera de redimirse por las cosas que no pudo hacer. Es un héroe de western que aparece en la vida de Furiosa para ayudarla, pero no tiene hogar ni quiere tenerlo, y que -al igual que esos viejos cowboys- debe siempre volver a partir; el camino es su lugar, transitar, sin saber a dónde va pero sabiendo de qué se escapa. El continuo movimiento, el no quedarse quieto pues eso implica ser atrapado. La libertad. Porque en la película la idea de libertad es central: todos los caminos conducen a ella. El problema de esos caminos, es que hay que recorrerlos. Y están llenos de furia. Pero con inteligencia, valor, y un poco de locura, se puede llegar a buen puerto. VEREDICTO: 10 - ¡ORGÁSMICA! Vale la pena verla en cine. Vale la pena verla YA. Trata con delicadeza temas que, mal enfocados, serían innecesariamente polémicos. Todas las historias cierran. Y visualmente es una fiesta. Cierren los cines, ya fue, no estrenen nada más: estamos ante LA PELÍCULA DEL AÑO.
De la mano de Eduardo Sánchez, quien co-creó y co-dirigió The Blair Witch Project, se estrenó en el día de ayer esta película que podemos enmarcar en tres categorías fundamentales: películas de found footage (el nombre snob que se les da a las películas cuyo material supuestamente fue captado por los mismos protagonistas, tan de moda últimamente e instaurado por el mismo Sanchez allá por 1999), películas cuya traducción al español es "Terror en..." (Amityville, Lo Profundo, Chernobyl, etc.), y películas con Pie Grande. Sí, Pie Grande, el de Los Henderson, Bigfoot, Willow Creek. La película comienza con un grupo de adolescentes que va en secreto a una cabaña en medio del bosque a pasar un fin de semana, y accedemos a la aventura mediante sus propios registros audiovisuales. Por el camino, de noche, atropellan a algo que parece ser un humano, pero no logran vislumbrar bien de qué se trata, así que siguen camino. Ya en la cabaña, hacen deporte, se divierten, van registrando breves apariciones del monstruo y dudan qué es y qué no... encuentran la camioneta rota, uno va a buscar ayuda en bici porque no tienen señal para llamar de los celulares y Pie Grande lo hace cagar. En fin: terminan todos muertos a manos de los dos Pies Grandes que realmente había. El found footage no maneja grises: o lo amás o lo odiás. Pero, tratando de ser lo más objetiva posible, hay que reconocer cuando está bien hecho (Cloverfield, Chronicle) o cuando apesta (Tape 407), y en esto Sánchez se lleva todos los méritos del tema: es uno de los inventores de este lenguaje tan de moda, y sabe cómo usarlo a la perfección. Se cree al ver estas películas que son fáciles y baratas de hacer, grabo con un celular y que la imagen se mueva toda y ya, pero no, no es así. La progresión en la visualización que hacemos del monstruo es muy buena: partimos de sombras, siluetas, hasta un primer plano en el final. Lástima que este manejo técnico tan estudiado no es acompañado por el guión: la historia parece ser salida de un bolillero de clichés del cine de terror. Es todo un desafío superar los primeros quince minutos sin decepcionarte por lo estereotipado que es todo. VEREDICTO: 5.0 - BASTA, CHICOS El cine de found footage ya se agotó en sí mismo, y Terror en el Bosque es (otra) prueba cabal de ello. Lejos de haber creado un género propio, el recurso comprueba la teoría más antigua del cine: si no tenés una historia que contar, a tu película no la salva nada, ni siquiera un Pie Grande. O dos.
¡Buuuu, una versión con personas de la película de Disney que tiene una tetera y un candelabro que tienen vida propia! ¡Buuu, que embole, mejor voy a ver videos de rusos borrachos en Youtube! ¿Qué bardeás? ¿Por qué prejuzgas así, qué tipo de limitación tenés? Nada que ver, posta. Casháte y leé, hacéme el favor. Esto es así: Disney se acaparó de todo el imaginario de leyendas y cuentos populares que acumuló la sociedad occidental en los últimos miles de años y los transformó en tonteras machistas para niños. Pero por suerte todavía hay gente que sabe cómo darle una vuelta de tuerca a la historia original y hacer una película que se sitúa en la orilla opuesta de lo que hegemónicamente impuso el estudio del viejito congelado. La primer versión publicada de la historia corresponde a la francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve en 1740, y esta película comparte origen geográfico, con lo cual podemos suponer que quienes participaron del film, franceses también, tienen otra implicación con la historia original, y que no son una fábrica de chorizos hollywoodense a quienes les dieron un cuentito europeo para que destrocen. La historia comienza contando la decadencia de El Mercader (André Dussolier, de Amelie, Micmacs) quien pierde toda su fortuna, lo que repele a los pretendientes de sus tres hijas, aunque Belle (Lea Seydoux, de The Grand Budapest Hotel, La vie d'Adèle) sigue recibiendo algunos candidatos, a quienes rechaza con cortesía. Un día, uno de los barcos del padre llega al puerto, y las dos hijas mayores, cual hermanastras de Cenicienta, le piden que les traiga joyas cuando regrese, pero Belle le pide solamente una rosa. En el trayecto, el caballo del Mercader se accidenta en medio de una tormenta de nieve, y es La Bestia (Vincent Cassel, el de Black Swan e Irreversible) quien lo rescata, le cura al caballo y le da comida. Pero, antes de irse, el Mercader recuerda la promesa que le hizo a Belle... y se afana una rosa, sin saber que las rosas son lo más preciado que tiene la Bestia, que por supuesto se siente traicionado por el robo y lo condena a regresar a palacio para matarlo. El Mercader le confía a Belle lo sucedido, ella se siente culpable porque la que le había pedido la rosa era ella, y lo encierra para ir al palacio a recibir el castigo en su lugar (¡Bien piba! ¡Esas son las mujeres que el cine necesita!) Las secuencias de Belle en el castillo, enamorándose, descubriendo por un lado a la Bestia y por otro lado la historia que lo llevó a ser quién es, recuperan, con mucho menos elementos surrealistas, el clima onírico de la versión de Jean Cocteau de 1946. Belle obtiene un corto permiso para retornar a su casa a acompañar a su padre, que agoniza de enfermedad y del dolor por haberla perdido. Pero su entorno queda tan deslumbrado por el vestido y las joyas que tiene, que no dudan en hacer una breve expedición al castillo de la Bestia con intención de desmantelarlo. Se desata una batalla épica entre gigantes de piedra y los intrusos, en medio de la cual la Bestia queda herido de muerte con una flecha de oro, la misma flecha con la que le había dado caza siendo aún humano a una ninfa convertida en ciervo, lo que ocasionó la furia del dios del bosque y su consiguiente maldición, de convertirlo en bestia hasta que alguna mujer lo ame. Y es Belle la que le confiesa su amor a poco de creerlo muerto, rompiendo así el hechizo, porque supo ver más allá del salvajismo de Bestia, vio su dolor, su sufrimiento, y pudo redimirlo. Hay que dejar bien en claro que no estamos ante una película para niños. Estamos ante un drama adulto enmarcado en un cuento popular. Bestia no había matado a cualquier ninfa: esa ninfa era, sin que él lo supiera, la mujer que amaba. Todo el período que transcurre transformado en un monstruo, oculto, en el más absoluto salvajismo, hasta que Belle lo libera del hechizo, es su duelo. Su ambición por cazar a la hermosa cierva, a pesar de haberle prometido a su amada no hacerlo, lo llevó a la perdición. Fue castigado por partida doble, y es que su pecado era doble: mentirle a la mujer que amaba al dejarse enceguecer por la codicia de tener un trofeo, un animal hermoso para colgar de su living. La superficialidad fue lo que cavó su fosa. Y es la misma superficialidad la que Belle tiene que dejar de lado para enamorarse de él y liberarlo. Si ella se guiaba por su aspecto solamente, si tomaba la misma postura que él había tenido siendo hombre, no había película. En su enamoramiento, Belle se hace responsable por los pecados cometidos por la Bestia, los asume como propios y los enmienda, y es sólo a través de ese amor que ambos pueden llegar al merecido final feliz, porque, por supuesto, terminan juntos, viviendo junto al Padre de ella y con dos hermosos hijos. VEREDICTO: 7.0 - ¡DALE CAMPEÓN! Son casi dos horas realmente atrapantes. El ritmo puede parecerte lento, pero si te zambullís en el universo espacial, recargado sin saturar, tenés con qué entretenerte. No es una historia boba de amor, es una auténtica lección de vida, sobre todo en el mundo superficial al que estamos acostumbrados.
Estrenada en nuestro país bajo el título de En tus zapatos, la última película de Thomas McCarthy (Win Win, The Visitor), protagonizada por Adam Sandler, es un rejunte de ideas una peor que la otra, y que, como un par de zapatos 3 talles más chicos, no llevan a ningún lado... The Cobbler (título original) se centra en el zapatero Max Simkin (interpretado por Sandler, quien hizo muchísimas películas pero entre las recordables podemos mencionar Zohan y Happy Gilmore), quien lleva una vida más que monótona... hasta que un día se le corta la luz, se le rompe una máquina de coser y tiene que volver a usar, en modo contingencia, una vieja máquina de coser a pedal que guardaba en el sótano (máquina heredada, junto al oficio, de su difunto padre). El tema es que, por motivos simplemente mágicos, esta máquina no cose solamente los zapatos: tras calzárselos después de haber sido reparados, Max se transforma en los distintos portadores de dichos zapatos, en medio de una secuencia que pretende ser divertida pero cae en lo predecible: primero es un negro, luego un colegial gordito, un travesti y un muerto. Buoh. Y claro, el chascarrillo de ser otra persona con una vida más interesante, le encanta, y empieza a salir a la calle y a hacer pequeñas travesuras luciendo como alguien más. Ojo, la única restricción es que ese alguien más calce 10 1/2, sino el zapato no le queda (no, amiguis, no se abre ninguna trama adicional sobre esto, es solamente un detalle mencionado de manera repetitiva que no lleva a ningún lado). Y así, la película va creciendo en esta especie de estructura de bola de nieve, pero el personaje es tan monótono que... sí, le van pasando cosas más complicadas, pero nada grave ni interesante como para engancharte. Se calza los zapatos de su padre (Dustin Hoffman, de Tootsie y Rain Man) para tener una última cita con su madre, y ella al día siguiente aparece muerta por la emoción; se transforma en un chabón re fachero para tener sexo con la novia pero claro, se da cuenta que no se puede sacar los zapatos y el acto no se concreta, y así, se ve involucrado en diferentes situaciones random, y cada tanto se cruza e interactúa con Jimmy, el peluquero del negocio de al lado, interpretado por Steve Buscemi (Paris je t'aime, Los Soprano), quien le da algunos consejos aleatorios, parece preocuparse por él y le convida pepinillos en vinagre (!). Cuestión que se ve involucrado en un asesinato, va a la policía a confesarlo y cuando va a mostrarles el cuerpo en el lugar donde lo dejó... no estaba. También habían limpiado la escena del crimen y su bolso con plata del mafioso asesinado, relojes y los zapatos, no estaban donde lo había dejado... sino que aparece en su zapatería. Finalmente (y me salteo en contarles algunas escenas que realmente no valen la pena), resulta que Jimmy (el vecino) era en realidad su padre Abraham, que no había muerto pero había tenido que desaparecer por motivos no especificados (que probablemente ni siquiera estaban en el guión), entonces con el truco de los zapatos había asumido la personalidad del peluquero para desaparecer, pero a la vez para estar cerca (!!). Y para cerrar la película, sacaron del bolillero de finales posibles una visita guiada por el sótano de la peluquería, donde, en medio de un montón de vitrinas con diferentes zapatos, Max se convierte en la cuarta generación de guardianes de almas de gente fallecida mediante la conservación de sus zapatos. Sí, eso que leyeron. La película no tiene ni pies ni cabeza. Empieza por un lado, zozobra, naufraga, y termina por otro. Lo bueno que tiene es que, como cada vez que el zapatero se cambia los zapatos se transforma en otra persona, no te tenés que fumar a Adam "No tengo carisma y soy horrible" Sandler durante los 99 minutos de duración. VEREDICTO: 0.0 - ¡UN ESPANTO! Mirala solamente (y de reojo) si te está persiguiendo la mafia china y el único lugar que encontrás para refugiarte es la sala donde la están proyectando.
La historia de La Cenicienta ya la conocemos, de pé a pá, desde que muere su mamá hasta que vive feliz para siempre con el príncipe. Pero cada remake es un mundo aparte. Hay dos elementos que definen claramente qué estamos por ver: la combinación entre cuento de hadas y Disney, una dupla que está presente en el cine desde hace más de 70 años. La película de Kenneth Branagah (mejor dicho: hecha por encargo por el director de Sleuth y Thor) comienza desde la infancia feliz de Ella (Lily James, conocida por Broken y Clash of Titans), con sus padres, hasta que la madre muere y le recuerda que siempre deberá ser valiente y bondadosa. Una elipsis temporal nos lleva al personaje ya crecidito, pasando una tarde con su padre (Ben Chaplin), momento en que éste le cuenta que va a casarse de nuevo. Y es posterior a esto que empieza la pesadilla. Bueno, no, no empieza, asoma: con la llegada de la Madrastra (la impecable Cate Blanchett) y las insufribles hermanastras Anastasia (Holliday Granger) y Drisella (Sophie McShera), se suponía que la casa se iba a llenar de color y de vida, pero se llena de gritos, peleas y contaminación visual. La pesadilla realmente empieza con la muerte de su padre, cuando las tres mujeres que invadieron la armonía del hogar se sacan las caretas y muestran todo lo malvadas que pueden ser... pero ella no sufre tanto. Recuerda que su madre le dijo que tenía que ser buena y valiente, y se las fuma. Un día tiene un inexplicable ataque de ira después de ser humillada y sale a gran velocidad en su caballo rumbo al bosque, donde conoce al Príncipe (Richard Madden, el Robb Stark de Game of Thrones), quien no revela su identidad, sólo le dice que es un aprendiz del palacio. Coquetean un rato, el Príncipe se queda medio flasheado, y después, al volver a palacio, se entera que su padre está muy enfermo, por lo que tiene que casarse cuanto antes por el temita ese que los reyes tienen que estar casados. Los miembros de la corte (por cierto... el Capitán, interpretado por Nonso Anozie, es negro; yo siempre había pensado que los negros en esa época sólo eran esclavos) deciden organizar un baile para que él pueda elegir esposa (como un Tinder en la vida real) y como él se había quedado con la intriga de la chica que conoció en el bosque, decide hacer extensiva la invitación a todas las habitantes del reino, sin importar la clase social (bien pibe, Marx te ama). Es justamente Ella, quien está en el mercado cuando hacen el anuncio, quien lleva la noticia a su casa, provocando la sobreexcitación de sus dos hermanas. Se banca un poco más de basureo y humillaciones, hasta que toca fondo cuando no la dejan ir al baile en el palacio... y se queda triste pero se la banca. Aquí interviene su Hada Madrina (Helena Boham Carter), quien en una gran escena, transforma ratones en caballos y calabaza en carroza, le arregla los harapos, le da los zapatos de cristal (que es lo que nunca jamás entendí de la historia en ninguna de sus versiones, ¿por qué si a las 12 de la noche se termina el hechizo los zapatos no vuelven a ser las alpargatas mugrientas de siempre?), y la manda a palacio, donde claramente deslumbra a todos al llegar. El príncipe la reconoce, bailan y coquetean hasta las 12, pero entonces ella huye, dejándolo de nuevo intrigado sobre su identidad. Héte aquí que, por un lado, la madrastra es una viva bárbara que se da cuenta que la que bailó con el príncipe era ella, le propone un plan a lo House of Cards donde ella la bancaría en presentarse al palacio, pero a cambio le pide un montón de poder, a lo que ella no accede. Entonces la madrastra... que es re mala... ¡le rompe el zapato!, pero se lleva el taco para mostrarle al Duque (Stellan Skarsgard) que una de sus sirvientas era la chica misteriosa y que lo mejor para el reino es que el príncipe nunca se entere y tenga un casamiento más conveniente. Pero, por otro lado, el príncipe es un terrible cabeza dura y mueve cielo y tierra para que todas las mujeres del reino se prueben el zapato. Por esas cosas del destino, la última casa que les queda sin revisar es la de nuestra amiga, quien encerrada en el ático no podrá participar de la prueba. Anastasia y Drisella forcejean con el zapato sin éxito, y cuando el duque amigo de la madrastra está por dar por finalizado el tour del zapato... la escuchan cantar. Porque Ella es amiga de unos ratones, que son amigos de unos pájaros, y entre todos abrieron la ventana del ático para que los hombres del rey la escuchen cantar e insistan en que se pruebe el zapato también. Es el mismo Príncipe quien le prueba el zapato, que obviamente calza perfecto, parten al palacio no sin antes ella perdonar a su madrastra... y todos viven felices por siempre. Sobre la realización de la película en sí, ya a esta altura de más está decir que es correcta: muestra lo que tiene que mostrar, al ritmo que lo tiene que hacer y procurando que la historia se entienda. Mención aparte para la secuencia del hechizo del Hada Madrina: hay un gran estudio de la morfología de los animales/objetos a transformar: se van convirtiendo en el cortejo de Cenicienta por partes, a un muy buen ritmo y con una gran gracia. Es LA escena de la película (lo mismo cuando el hechizo se rompe, gran trabajo de animación). Respecto al baile... también, en este caso más es más: mucho lujo, muchos personajes, mucho vestuario de época que no se ve genérico, todos los personajes, por más que sean extras tienen su identidad (como easter egg: hay mujeres luciendo los clásicos vestidos de Belle, de Beauty and Beast, y Ariel, de Little Mermaid, entre tantos otros). Así y todo, la película no me pareció un producto neutral y puramente comercial, sino que me dejó un sabor bastante amargo: Cenicienta siempre parece depender de una figura masculina para estar bien. Es feliz hasta que el padre muere, sufre sin rebelarse a manos de la madrastra (pero no se va de la casa porque le prometió a la madre que la cuidaría), se queda llorando cuando le rompen el vestido y si era por ella se quedaba sin ir al baile pero el Hada le sirve todo y la despacha, y tampoco hace nada por volver a acercarse al Príncipe después, incluso son unos tiernos animalitos quienes accionan más que ella abriendo la ventana mientras canta como una boluda en vez de patalear y hacer ruido así la comitiva real detectaba su presencia y tenía también posibilidad de probarse el zapato. El Príncipe le pone el zapato (dale, ¡aunque sea calzáte sola, mujer!) y claro, se olvida de la promesa de cuidar la casa porque se va a vivir al palacio. En todas las versiones del cuento pasa globalmente lo mismo, pero Branagh le da al film un ritmo determinado, donde ella es extremadamente pasiva y el que mueve cielo y tierra por encontrarla es el Príncipe, mientras ella sólo piensa en ser buena, que es lo que le prometió a su madre, y esa bondad es aguantar maltratos y no luchar por nada, por más justo que sea. Las escenas donde se cuenta su felicidad son extremadamente felices, reforzadas con luz dorada, movimientos de cámara y música, pero cuando sufre no llega a haber un contraste: Disney evita el "Efecto Mufasa", no hay una intención de transmitir ningún tipo de sufrimiento o dolor y la muestra resistiendo, como si en el fondo ella misma no importara, como si la vida fuese vivir en la nostalgia de un tiempo pasado mejor pero sin un presente y menos un futuro promisorio. Esta versión de Cenicienta de valiente no tiene nada, y es tan buena que se pasa de boluda. VEREDICTO: 7.0 - Basta de Cenicientas Si a muchos Amelie ya nos parece una tonta, esta Cenicienta es peor. Ojo, la película es correcta, cuenta lo que tiene que contar de manera prolija, con buen ritmo, e incluso momentos emotivos bien construidos. Pero no es el ejemplo de mujer que quiero ver, ni tampoco me gustaría que mis hijas vieran.