El cine de terror dejó de dar miedo (salvo contadísimas excepciones) hace mucho ya. Pero, en compensación, o quizás en pos de un nuevo género emergente aún sin denominación, surgen películas que, aún sin asustarte, resultan interesantes. En nuestros pagos la historia ya la vimos en Alexia, el último y excelente cortometraje de Andrés Borghi. En esta oportunidad nos llega un largometraje sobre la misma base: una persona que se suicidó, Laura Barns, (Heather Sossaman, de 10.0 Earthquake) establece contacto con los vivos; primero a través de las redes sociales, para luego impactar directamente en la vida real de sus víctimas. Desde el punto de vista de Blaire (Shelley Hennig, Ouija), asistimos a una charla vía Skype con sus amigos: Matt (Matthew Bohrer, Generic Girl), Val (Courtney Halverson, True Detective: 2ª temp.), Adam (Will Peltz, Men, Women & Children), Jess (Renee Olstead, The Secret Life of the American Teenager), Ken (Jacob Wysocki, Pitch Perfect) y su novio Mitch (Moses Storm, Correcting Christmas). Lo destacable de Unfriended (en nuestro país traducida como "Eliminar Amigo") es la literalidad más absoluta del punto de vista: toda la película transcurre en la pantalla de la computadora, navegando a través de Facebook, YouTube y otros sitios de acuerdo a la necesidad dramática. De a poco, esta charla entre amigos, que parecía tener una liviandad cotidiana como cualquier chat grupal que solemos tener, termina tomando un tinte trágico y se convierte en una pasada de factura de Laura, una víctima de bullying por parte de los otros involucrados (quienes finalmente la pasan tan mal o quizás peor que ella). La economicidad de recursos es asombrosa. Es como una multiplicación del found footage que "inventó" Blair Witch Project: en diferentes ventanas se reproduce la webcam de cada uno de los integrantes del chat grupal. Y claro, el fantasma de Laura es lo suficientemente vivo como para jugar con ello. Los realizadores de la película también lo fueron: cuando entran en juego mensajes individuales a cada uno de ellos, y no ves el contenido pero sí la reacción, es cuando Unfriended alcanza los picos más altos de suspenso. En parte por requerimientos del formato, y en parte como una gran cristalización de la manera de proceder de la juventud actual (bueno, yo no soy tan vieja, por lo cual me incluyo, pero no taaaanto), todas las soluciones se buscan vía internet: la película registra con precisión cómo se han perdido costumbres tales como llamar por teléfono, buscar información en libros o realizar consultas con personas reales. Todo, absolutamente todo, sucede a través de Internet, por medio de una inagotable multiplicidad de ventanas (ya todos quisiéramos una computadora con la velocidad que tiene la de Blaire). Esa precisión en la actitud cotidiana de los personajes, sumada a un espíritu vengativo, es la combinación que hace sumamente interesante a la película. Queda en cada espectador verla solamente como una cinta de terror (fallida, porque asustar, no asusta) o darle una vuelta que permita encontrarse ante un film más interesante y bastante reflexivo sobre las formas de comunicarnos con nuestros pares. VEREDICTO: 8.0 - GRAN INTENTO Tal como indiqué anteriormente, si buscamos una película que nos genere miedo, como supo hacer el terror en muchas de sus cintas maestras, nos vamos a sentir estafados y defraudados. No obstante, Unfriended es atrapante y muy, pero muy interesante. Como dicta el dicho popular: "Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira".
La historia arranca con Damian (Ben Kingsley, de Gandhi, La Invención de Hugo Cabret), un millonario que está siendo consumido no sólo por el cáncer sino también por el fruto de su egoísmo: su hija, lo único no material que tiene, lo odia por haber estado ausente, pero más que nada por haber intentado suplir esa ausencia con abultados cheques. La cercanía de la muerte y la soledad se le hacen tangibles tras una descompensación, y decide entonces aceptar la extraña oferta de una poderosa pero ultra-confidencial empresa privada: a cambio de una fortuna, podrá transladar su consciencia a un cuerpo nuevo, sano y churrísimo. Ese cuerpo es el de Ryan Reynolds (de Buried, The Proposal, la esperadísima Deadpool), y acá le damos la razón, porque más de un gordo adinerado sin problemas de salud haría lo mismo solamente por estética. El tema es que Damian no hace las preguntas correctas, como le indica el doctor Albright (Matthew Goode, de Imitation Game y Watchmen), y resulta que el cuerpo al que mudan su mente no es un producto artificial de laboratorio, sino que es un cuerpo natural usado. Pero se entera de esto después del tratamiento, que consta en el traslado de su consciencia mediante unos imanes similares a los de una resonancia magnética y el posterior mantenimiento de dicha consciencia en su lugar mediante medicación. Damian comienza a tener pensamientos y visiones que asume como meras alucinaciones o algún efecto colateral de la operación, pero que en realidad son recuerdos de Mark, el dueño original de ese cuerpo. Es así como no sólo salen a la luz esas memorias sino que también emerge el entrenamiento militar de Mark, que es lo que le permite empuñar armas con precisión y abrirse camino a las piñas y patadas contra "los malos" a un nivel que el Damian original no hubiese podido. La película es un poco arriesgada respecto a su propuesta de género: plantea un híbrido entre policial y ciencia ficción que podría haber salido muy mal. Pero tiene en su discurso la increíble virtud de la naturalización: no sobre-explica absolutamente nada. Toda la información se brinda en la dosis necesaria y en el momento justo. Está tan bien puesto el foco en cada pequeño indicio que va construyendo la trama, que todos pasan desapercibidos hasta que sus consecuencias hacen avanzar la historia, abriendo nuevas puertas o solucionando viejos obstáculos. Ambos perfiles (Mark y Damian), con sus respectivos conflictos y objetivos y los enfrentamientos con la asociación científica que controla estos "cambios de piel", triangulan de manera armónica y fluida, dando como resultado una historia final llena de suspenso y adrenalina. Detrás de cámara, el director hindú Tarsem Singh (el mismo de The Cell y del clásico videoclip de R.E.M., Losing my Religion), consigue que el elenco en su totalidad se vea sólido y contundente. Reynolds logra una gran interpretación surfeando de manera convincente entre la personalidad avasalladora y soberbia de Damian, y el sacrificado y buenazo de Mark. Y Kingsley, ¿qué se puede decir del pelado? Siempre es sinónimo de calidad y te levanta cualquier papel que le den. El cast se completa con las participaciones de Natalie Martínez (End of Watch) y Victor Garber (Alias, Argo). VEREDICTO: 9.0 - CUMPLE Y DIGNIFICA Sin pretensiones pero con una fuerza arrolladora y una correctísima propuesta visual, Self/less (Inmortal) se aleja un poco del estándar de las cintas de acción introduciendo elementos de ciencia ficción que le dan aire fresco y la convierten en una película atrapante.
La historia bien podría ser un mito urbano: un restaurante de una única mesa, oculto tras una pequeña puerta de calle graffiteada, completamente desapercibida. Pero, atravesándola, está Cenáculo: una especie de catedral gótica destruída, un montón de ruinas de fantasía (ya que aún no había llegado la "colonización" a nuestro territorio en la época auge de estas catedrales en Europa), restos de una inmensidad por los cuales parecen haber pasado más historias que las que el tiempo puede contar. Es justamente esta pregnancia y exclusividad del lugar lo que le da un tinte tan particular, que hace que las personas que van allí, nunca regresen. Por algún motivo, la soledad, el clima, el silencio, sacan lo peor de cada uno. Y es inevitable que los comensales entren en crisis. Conscientes de estas crisis, de estas rupturas de las apariencias de los clientes, Benito (Pepito Cibrián, de Un día en el Paraíso... y de este momento glorioso, claro) y su hermana Iris (Graciela Borges, de Viudas) se regocijan en sus propias miserias, viéndolas reflejadas en lo que sucede en cada cena a través de cámaras de seguridad con las que espían cada reunión. La primer cena arranca bien arriba: dos hermanos (Mauricio Dayub, de La pelea de mi vida, y Luis Machín, de Necrofobia) con sus respectivas esposas (Carola Reyna, Betibú, y María Socas, Las Voces) comparten anécdotas frívolas y dejan entrever cuestiones relacionadas con comprarle a un tercer hermano su parte de un laboratorio recién heredado para dejarlo así afuera del negocio. Y cuando llega el hermano en cuestión, interpretado por Favio Posca (Apariencias), todos estallan: reproches sarcásticos, drogas, humor negro y un doloroso pero hilarante enfrentamiento familiar que no logra resolverse, sino que empeora. Con un breve intermedio en el que se retoma la relación entre Benito e Iris, en el que vamos conociendo la dinámica y secretos guardados entre ambos hermanos (estructura que tomará la película en su totalidad), llega la segunda cita, la más dolorosa: es la primera vez que alguien regresa y así lo constata el Libro de Firmas, siendo el personaje de Oscar Martínez (Relatos Salvajes) quien ya había cenado ahí con su esposa en 1991. Ella (Julieta Díaz, Juan y Eva) llega más tarde, y es visiblemente más joven que él. La diferencia de edad es la primera sospecha de que este relato está sumido en lo sobrenatural. Y, como justamente este tramo no se enmarca dentro de una explicación racional, quedan muchos cabos sueltos, generando una reflexión mucho más profunda, quizás por su planteo metafísico o por su proximidad a temas tan universales como el amor y la muerte. Con las emociones a flor de piel, asistimos a un tercer encuentro: estrafalario, artificial, y en un punto falso, éste se da entre Alfredo Casero (Cha-Cha-Chá) y Leticia Brédice (Nueve Reinas). A Iris le genera una gran indignación que estas dos personas se sienten a su mesa. No son dignos, dice. Porque, al principio, son pura apariencia, y el que va a Cenáculo a aparentar nunca experimentará una catarsis real. Pero claro que el lugar logra desenmascararlos: el juego se termina, las propias máscaras que llevaban caen y se revela quiénes son, en un punto en el cual quizás ellos mismos tampoco se conocían. A esta altura la película nos sumerge en un clima general de desesperanza, ya que en cada cena surge lo real de cada persona y esta realidad parece ser horrible. Aunque en la última cena el director Marcos Carnevale (Corazón de León, Viudas, Anita) nos deja ir con un mensaje esperanzador: tres viejas amigas, dos de ellas amantes por un largo tiempo (Norma Aleandro, La Historia Oficial, y Marilina Ross, La Raulito), y la tercera (Ana María Piccio, La Tregua), una cómplice luchadora que orquesta todo para que puedan despedirse, porque la enfermedad del personaje de Aleandro empeora día a día. Y más allá del cierre general que viene después, este segmento es lo suficientemente emotivo como para salir del cine con el corazón contento y los ojos llorosos. Si comparamos cada encuentro, a mi juicio el más flojo de todos es el de Casero-Brédice: no logró atraparme como sí hicieron otros; pero, a su vez, esta pequeña distracción sirvió para recibir más atenta el segmento final. ¿Mi favorito? Sí, el de Favio Posca. La película es en cierto punto muy teatral: una mesa, iluminación puntual sobre los personajes, músicos en vivo en una pequeña tarima; el entorno podría desarrollarse tranquilamente en un escenario en vivo. Y porque, aparte de los movimientos de cámara utilizados para dar cuenta de la magnitud del lugar, no hay artificios técnicos en la puesta. La elección del director de mostrar las cenas recurriendo a la vieja pretensión de invisibilidad del cine clásico es acertadísima en relación al énfasis que se pone en las actuaciones. Es una historia de personas, de sentimientos, de contradicciones, de humanidad y las grandes actuaciones imprimen una personalidad y una verosimilitud por sobre la media de lo que vemos habitualmente. VEREDICTO: 8.0 - GRATA SORPRESA Debo confesar que fui al cine vaticinando aburrimiento pero me equivoqué. De hecho, había pensado varios chistes para esta review, como llamarla "El embole de los otros", pero no hay lugar en absoluto para ello. Cada situación vista en El Espejo de los Otros sabe generar su propia tensión apoyándose en lo que no se dice hasta que todos explotan, y eso que nunca debería haberse dicho, sale a la luz. Bien hecho, Carnevale: brindemos por más Espejos y menos Corazones de León.
Otra vez vengo a escribir sin tener la información previa adecuada. Y como la verdad siempre gana, me parece mucho más sensato confesarles, queridos lectores, que no tenía ni idea de la existencia de la serie televisiva The Man from U.N.C.L.E. (su nombre original), así como tampoco ví Ghost y, claro, Illya Kuryaki me sonaba solamente por la banda de Spinetta y Horvilleur. Entonces, otra vez, como ha sucedido en la review de Los Cuatro Fantásticos, puedo hablar sólo de la película, sin establecer vínculos con su origen en otros formatos. La historia rejunta muchos temas clásicos del cine Hollywoodense: agentes secretos a quienes se les encarga una misión relacionada con bombas nucleares, mafias italianas, nazis, rusos y la Alemania dividida por el muro de Berlín en la década del '60. A simple vista da la sensación que se hizo un cóctel azarozo de temáticas que finalmente derivó en esta película, pero, afortunadamente, el film dirigido por Guy Ritchie (Snatch, las últimas Sherlock Holmes) está muy lejos de ello. La trama se desarrolla con naturalidad y un verosímil impecable. Napoleón Solo (Henry Cavill, el último Superman) es un convicto reclutado por la C.I.A. para oficiar de agente secreto, quien gracias a sus mañas adquiridas en ese pasado delictivo, se convierte en uno de los agentes más versátiles y con mayor éxito de dicha agencia. En este caso en particular es enviado a Alemania Occidental a rescatar a Gaby (Alicia Vikander, la androide de Ex Machina), una mecánica hija de un ingeniero nazi que aparentemente está desarrollando avances en una bomba nuclear. A pesar que ambos no están en contacto, ella será la llave para encontrarlo a través de su tío, quien reside en Italia. El escape de Napoleón y Gaby de Alemania marcha bien, de no ser porque Illya Kuryakin (Armie Hammer, el último Llanero Solitario), un ruso patriota con pasado militar, actual agente de la K.G.B. e implacable en el cumplimiento de sus misiones, los persigue cual mosca al dulce de leche; un denso, y, además de denso, altamente rudo y preciso, aunque en este caso la elegancia de Solo hace fracasar su misión. Pero Solo no se libraría del amenazante ruso tan rápido: en pos de encontrar la bomba nuclear y evitar que caiga en manos equivocadas, ambas agencias de inteligencia diseñan un plan en conjunto donde partirían a Italia Solo, Gaby... y Kuryakin. La película tiene dos puntos a favor que son enormes: a pesar de todas las temáticas comunes que trata, la relación entre los agentes marca la diferencia. Las personalidades de Solo y Kuryakin son tan parecidas pero a la vez tan disímiles que el choque emana magia por todos lados: ambos están convencidos que su método, su solución, su manera de ver el mundo, es la única válida, la definitiva, y entran en constante crisis tratando de demostrarle al otro (con grandes dosis de humor) quién tiene razón. El otro pilar es la excelente reconstrucción temporal, al tratarse de una película de Hollywood de primera línea este punto era bastante obvio que iba a ser, al menos, correcto. Pero es injusto suponer que algo va a estar bien y si efectivamente cumple con las expectativas ni siquiera mencionarlo. Hay una propuesta estética bien definida dentro del marco de época: cada personaje y espacio va teniendo sus formas, su paleta de colores, su personalidad. Y eso merece ser destacado. Por otro lado, no sé si yo estoy vieja o acostumbrada a otro tipo de cine, pero (y me siento muy hinchapelotas por esto que voy a decir) me pareció que la cámara se movía mucho. De verdad. Lo suficiente como para distraerme o exigirme un esfuerzo para enfocar la atención, sobre todo en las persecuciones. Me había pasado recientemente, viendo otra película que ahora no me acuerdo cuál es, que tenia también una secuencia de persecuciones y acción. Y la verdad es que los personajes y la trama te importaban muy poco, no sentías esa adrenalina de “tienen cinco minutos para desactivar una bomba, ¿lo lograrán?”; era algo muy superfluo a nivel suspenso pero estaba excesivamente remarcado por los movimientos de cámara, la rapidez del montaje y la música, entonces, la tensión igual se construía. En el caso de El Agente de C.I.P.O.L. también se cae en este exceso formal, a mi entender innecesario porque la construcción del guión en si misma ya genera una suficiente tensión llegando al clímax y lo único que hace esta vertiginosidad visual (pantallas divididas incluidas) es distraer. VEREDICTO: 8.0 - CÓCTEL EXPLOSIVO Guy Ritchie logra recrear una vieja cinta de espías de manera muy prolija y coherente, soportándose principalmente en la dupla Solo – Kuryakin. Pero, con determinada vertiginosidad visual, termina meando un poco afuera del tarro. Si bien no es una película que quedará en los anales de la historia del cine, El Agente de C.I.P.O.L. es interesante de ver y te garantiza pasar un buen rato.
La película te satura de payasitos en sus primeros dos minutos: Jack (Christian Distefano, de Finding Christmas) festeja su cumpleaños y es fanático de los payasos. La torta, los vasos, todo, todo tiene payasos. Pero el payaso principal, el de carne y hueso, el animador, cancela su visita. Indignada por partida doble, su madre Meg (Laura Allen, The Collective) telefonea al padre del mocoso, Karlsson (Peter Stormare, Fargo), que no sólo aún no llegó al cumpleaños, sino que se ve obligado a sacar de la galera un Plan B para mantener en pie la ilusión del pequeño. Resulta que este padre, ocupado pero tierno y dedicado, es agente de bienes raíces, ¿y qué es lo que encuentra en una de sus propiedades, guardado en un viejo baúl? ¡Así es! Un traje de payaaaaso. Creyendo que la buena suerte le sonríe, se lo pone y parte rumbo a su casa para animar él mismo la fiesta de cumpleaños. Pero, finalizado el festejo, no se lo puede sacar: es que no sólo se puso el traje, sino que también se convirtió en vehículo de un demonio que exige el sacrificio de cinco niños para dejarlo ir. En primer lugar, la idea de encontrar el traje tan oportunamente me fastidió. Me generó la idea de “Aaaah, siii, tan fácil, justo ahí estaba el traje y justo él lo necesitaba, que estafa”... pero no. No es así. Es la voluntad propia de los objetos malditos, que como tienen su propio objetivo se acercan, deliberadamente a los humanos que podrían sacarlos de su inacción. Es el sentido completo de su ser: por algo están malditos. Más allá de usar al humano que los descubre para lograr su cometido, también tienen que lograr atraerlos hacia ellos. Y en este punto, como en tantas otras películas de terror, sucede algo que en la vida real no sucedería (de hecho sucede todo lo contrario, cuando buscás algo, desaparece); pero, ¿vale la pena mencionar que estamos viendo una película de género, el cual establece claramente sus reglas y su verosímil? No, no seamos giles. Por otro lado, el tema del género es quizás el punto más flojo: la historia se va narrando de manera clásica. Se dosifica de a poco la información: qué es el traje, qué ocasiona, de dónde salió y cómo librarse de él. Mientras tanto, en paralelo, asistimos a cómo la vida propia del traje se va apoderando de Karl, convirtiéndolo poco a poco en demonio y atravesando la necesidad de sacrificar niños para alimentarse. Lo cuestionable es que, al principio, la secuencia en que no puede sacarse el traje se desarrolla como un drama lleno de humor negro. De este punto en adelante la trama podría tomar absolutamente cualquier giro: da lo mismo que vire al terror o que continúe siendo un filme dramático con una gran preponderancia del absurdo, donde el principal obstáculo a superar es no poder sacarse el traje. Dato Nerd: quien se caracteriza como payaso para interpretarlo es el mismísimo director, Eli Roth. Es por eso, justamente, que cuando comienza la cacería de infantes uno puede sentirse un poco... incómodo. Claro que no estamos hablando del Pennywise de nuestra querida adaptación ochentosa de It; éste es otro payaso. Con menos presencia, menos chapa. De hecho, la esposa, en plan de liberar a su marido de la maldición, termina cobrando más fuerza en la trama que el mismo protagonista. Al no tener tanta presencia el payaso en sí, cuesta creerse que avance tan firme en el camino de cumplir su cometido; si bien la voluntad principal pasa por el demonio originario poseyendo a Karl a través del traje, la poca voluntad que le queda a él mismo (sumado a la esposa y los distintos ayudantes que van apareciendo a lo largo de la trama), da la sensación de que el payaso no representa ningún riesgo. Y si efectivamente, para dejar ir a su esposo, le exige a Meg que traiga un nene más para completar el sacrificio de los cinco... medio que ya fue: da igual si mata a cuatro o mata a cinco. A menos que ese quinto sea, claro está, el hijo de la pareja. La cuenta regresiva con la que la película pretende alcanzar el clímax se apoya en esta premisa. Pero tampoco logra tener fuerza, a uno no le genera ninguna empatía el hijo de ambos, más allá que lo hayan mostrado siendo víctima de bullying. No sólo no nos importa si muere, sino que, también, en un punto hasta lo consideramos justo: ¿Karl-payaso mató a cuatro chicos inocentes? Bueno, que mate a su hijo y vuelva a la normalidad, así al menos vive el resto de su vida atormentado por la culpa. VEREDICTO: 6.0 - UNA PAYASADA El Payaso del Mal es una película que, para disfrutarla, hay que romper con toda la solemnidad de la sala de cine. Si la ves, tiene que ser en un pijama party, con amigos, riéndote y comentándola. En ese contexto, es un plan increíble. Pero si querés ver algo en sala, seriamente, mejor andá a ver la israelí (o de por ahí), esa que se llama Omar.
Allá por 2012, Seth MacFarlane, el creador de la desopilante Padre de Familia, nos presentaba a Ted, un oso de peluche fumón, alzado y parlanchín que había cobrado vida con el simple deseo de su dueño, un pequeño John que de adulto encarnaba Mark Wahlberg (La Tormenta Perfecta, Los Infiltrados). Juntos emprendieron aventuras adultas llenas de sexo y drogas, ¡y eso sin contar la participación de Sam Jones (Flash Gordon), el ídolo de toda la vida de ambos! Pero este 2015 lo encontró más... desganado. Con una trama que como idea era buena, Ted 2 se propone indagar sobre la identidad del oso: ¿es un ente inanimado, propiedad de John? ¿O es un ser vivo, autónomo, con conciencia propia, que debe ser considerado con los mismos derechos que los seres humanos? La pregunta viene como consecuencia del deseo de Ted y su esposa, Tami-Lynn (Jessica Barth), de tener un hijo, algo imposible por las condiciones biológicas del oso y por el vacío legal que se genera respecto a la pareja como adoptantes. La trama es muy débil y completamente lenta, resumible en la premisa: el sujeto tiene un problema legal, se asesora con un abogado que investiga y arma un buen caso, la justicia falla a su favor, fin. Sin emoción, sin suspenso, sin tensión. Un argumento flojo que avanza en una sola dirección con pocos e insignificantes obstáculos, y emparchada con gags políticamente incorrectos o alusivos a la cultura pop, de esos gags que funcionan tan bien en Padre de Familia, pero de menor calidad acá. Previsibles. Y uno, en la comedia, a veces espera una acción, y es justamente eso lo que te causa gracia (por ejemplo, en El Chavo del Ocho, cuando entra el Señor Barriga, ya sabés que le van a pegar: te lo estás esperando y por eso mismo te hace reír). Pero en el caso de MacFarlane busca sorprender, descolocar, irse a la mierda, y la previsibilidad se vuelve su peor enemigo. Aunque, ojo, contados con los dedos de una mano, hay algunos momentos muy graciosos. Pero, para ver momentos graciosos inconexos, pongo un video de bloopers en Youtube y listo. Las cortas apariciones del eterno Morgan Freeman y de Liam Neeson son, por lejos lo mejor por lejos, pero por supuesto no alcanzan para que el producto levante vuelo. ¿Amanda Seyfried? Bien , gracias. Insulsa y sin intensidad, como lo fue Mila Kunis en la primera película. Definitivamente podemos llegar a la conclusión de que MacFarlane tiene serios problemas para sostener un largometraje. Ted llegó a buen puerto por la novedad y la química entre Ted y John, pero con Mil Maneras de Morir en el Oeste mostró la hilacha. Y con Ted 2 lo confirma. La duración de los episodios de Padre de Familia o The Cleveland Show le vienen como anillo al dedo, y es ahí donde realmente demuestra la fuerza de comediante que tiene. Con una duración mayor, su actitud se diluye y termina aburriendo horrores. VEREDICTO: 3.0 - TEDiosa Ted 2 no llega a enganchar, ni a entretener, ni a contar una historia que justifique su duración. Se trata de querer verla, empezar a quedarte dormido, despertarte con un destello de genialidad y dormirte de nuevo. ¡Despabiláte, MacFarlane! ¡Sabemos que podés darnos más!
Uno siempre, siempre, tiende a mirar hacia afuera. ¿Serán vestigios de aquella europeización tan deseada por Sarmiento y compañía? ¿Serán deseos de pertenecer a las grandes metrópolis primermundistas que siempre están en el centro de atención de las noticias? ¡Quién sabe por qué tenemos esa tendencia! Lo que sí sabemos, es que (muchas veces) es un error. Solemos conocer la historia de asesinos seriales o grandes criminales a lo largo y ancho de todo el mundo, algunos de ellos de otro siglo incluso, como Jack el Destripador, pero poco sabemos de los ejemplares autóctonos de esa raza de perversiones. Arquímedes Puccio es uno de ellos. Y si bien el apellido puede sonarte, es muy poco probable que estés enterado, al detalle, de todas las aberraciones que ha cometido. Es entonces el director Pablo Trapero (Carancho, Leonera) el encargado de llevar a la pantalla grande la historia de Arquímedes. Y de su familia, a secas, el clan. La historia transcurre entre los años 1982 y 1985 de nuestra historia argentina; años cruciales, de inflexión, de transición entre la más sangrienta dictadura que hemos sufrido y la llegada de Ricardo Alfonsín junto con la democracia que aún hoy disfrutamos. En la localidad de San Isidro vive, con su esposa y sus hijos, Arquímedes Puccio, un contador muy relacionado con el gobierno de facto, ex diplomático, que, con su fachada de vecino anciano completamente inocente, se dedica al secuestro extorsivo de jóvenes empresarios y el consecuente rescate millonario por su liberación. Pero, aunque cobre el dinero, Arquímedes no duda en matar a sus víctimas. A sangre fría, a pesar de no ser él mismo quien gatilla las armas. El patriarca de la familia cuenta con el principal soporte de su hijo Alejandro (Peter Lanzani) a la hora de cometer los secuestros. La sociedad entre los Puccio (si bien son padre e hijo los activos, el resto de la familia oficia como cómplice al guardar absoluto silencio ante las evidencias de gente cautiva en su propia casa) y sus dos ayudantes funciona aceitadísima: eligen una víctima, diseñan el plan, cobran el rescate e, indefectiblemente, asesinan a dicha víctima. Arquímedes engatusa a su hijo constantemente, agradeciéndole su apoyo y premiándolo con grandes sumas de dinero, recalcando que, sin su ayuda, nada sería posible. Cuando Alejandro conoce a una joven y se enamora, decide abrirse del negocio. Un primer intento de secuestro sin él falla, y su padre no duda en hacerle cargar toda la culpa del fracaso. Pero él permanece inamovible en su postura de no participar más. En lo personal, no conocía la historia de los Puccio. Creo que por ese mismo hecho es que la película me enganchó tanto y, para no arruinarles la experiencia, dejaré la sinopsis en ese punto. El Clan es una historia oscura. Arquímedes Puccio es un psicópata, un manipulador. Se muestra siempre frío, tranquilo, como si planear un secuestro fuera lo mismo que planificar si ir primero a la panadería o a la carnicería. Alejandro se muestra más humano, más terrenal, con más contradicciones, y son esas mismas contradicciones las que hacen entrar en crisis al clan. La película hace gala de una excelente edición. Ya sea en el ritmo de sus secuencias o en la alternancia con la que muestran en claro contraste situaciones en paralelo, el montaje lo es todo. No busca efectismos, no busca incomodar: busca transmitir la misma frialdad con la que Puccio actuaba. Y vaya que lo logra con creces, sustentada con una gran musicalización que, lejos de ser un mero acompañamiento, va más allá, jugando al contrapunto, logrando una gran profundidad en cada secuencia. La ambientación temporal es simplemente impecable: sitúa a la película correctamente en los años '80, pero, a la vez, lejos del fluorescente colorido característico de la época; posee más bien un clima de oscuridad que acompaña adecuadamente todo el desarrollo de la acción. Las actuaciones son (a excepción de algunos bolos y dudosas entonaciones de voces en off) impecables. Guillermo Francella está muy lejos de aquel jocoso y bigotudo Guille de Bañeros 2. Y, si bien lo extrañamos y tememos haberlo perdido para siempre, celebramos de todo corazón el enorme crecimiento actoral que tuvo en estos últimos años. Compone con cada palabra, con cada parpadeo, con cada movimiento del músculo más pequeño a un villano dignísimo de temer. Porque Puccio, según se cuenta, era un señor adorable, tranquilo, completamente inocente a simple vista, pero que podía fulminarte e inducirte a un temor insospechado con su mirada. Y Francella lo hace. A la perfección. Literalmente se come la película. Es todo lo que Trapero necesitaba a la hora de contar la historia: se arriesgó al elegirlo. Y ganó. Supo ver en Francella lo que el actor hace tanto viene reclamando y, desde El Secreto de sus Ojos, viene confirmando: tirar miradas pícaras a cámara al grito de "si es una nenaaaa" no es lo único que sabe hacer. Guille sella rotundamente su consagración como un señor actor de drama. Entre nosotros... era obvio, chicos. Hacer reír es mucho más difícil que lo que parece. Aquel que sabe hacer reír está capacitado para generar cualquier otra sensación. Y si Guille sólo tuvo que desprenderse de su bigote para lograrlo, la inversión ha sido ampliamente positiva. VEREDICTO: 9.0 - ¡IMPACTO! La historia de los Puccio es completamente cinematográfica: intrigas, planes oscuros, crueldad y frialdad a la orden del día. Trapero y compañía saben aprovecharla con creces para darnos una gran película. La sala estaba llena. Y, realmente, deseo que en las próximas proyecciones lo siga estando: El Clan es un enorme proyecto que merece que lo acompañemos como espectadores. En Argentina también se pueden hacer películas brillantes. Porque, claro, también tenemos excelentes historias locales que ameritan ser bien contadas.
Antes de comenzar esta review, quiero dejar en claro un único punto: no soy una gran lectora de comics. Ni por asomo. Lo más cerca que estoy de la historieta en general es haber leído Mafalda y Condorito en mi infancia. Pero, además de eso, estoy muy lejos de los (entiendo gloriosos) universos creados por Marvel y DC Comics. Habiendo aclarado ese punto, siento que tengo algo a favor a la hora de hablar de la película, y es el no estar atada a algo leído previamente. Me pasó con muchísimos libros que adoro y, a la hora de ser llevados al cine, la comparación es inevitable. Sin embargo, en este caso puedo centrarme exclusivamente en la película, sin tener en mi horizonte sus orígenes gráficos. La historia es muy tediosa y aburrida: inicia en la infancia de Reed Richards (de grande interpretado por Miles Teller, el pibe baterista de Whiplash) quien, ayudado por su amigo de la infancia Ben Grimm (en su versión adulta, Jamie Bell, de Nymphomaniac y Snowpiercer), comienza a desarrollar determinados avances tecnológicos que culminarán en una máquina que permite viajar a otras dimensiones. Dimensiones en las que, debido a inconvenientes en el viaje, ellos dos, junto con Victor (interpretado por Toby Kebbell, de Dawn of the Planet of the Apes), Sue Storm (Kate Mara, de House of Cards) y Johnny Storm (Michael B. Jordan, Chronicle) terminarán obteniendo sus poderes sobrenaturales. Hay un muy, muy, pero muy leve intento de dibujar un conflicto. Pero este conflicto no deja de ser individual, y es Reed tratando de remediar las modificaciones que han sufrido luego del viaje interdimensional. Error, garrafal error: si son un equipo, ¿no deberían actuar como tal? A lo largo de toda la historia, los cuatro protagonistas parecen cuatro hijos de un fallecido peleando por la sucesión mediante abogados: interactúan poco y nada, y a ninguno parece importarle mucho el otro. En un momento de la trama, se dan cuenta que volviendo a viajar a aquella otra dimensión, es posible que cada uno vuelva a su estado físico original. Y en esa dimensión paralela es que se enfrentan con un Victor ahora devenido en Dr. Doom, que había quedado olvidado en la primera misión porque ellos lo creyeron muerto y tuvieron que regresar. Un enfrentamiento completamente absurdo, que sucede en un lugar ajeno al planeta Tierra, totalmente irrelevante para cualquier ser humano. Es así como, sin ninguna trama fuerte que los sustente, sin ningún riesgo mayor a correr como consecuencia de sus acciones, transcurre el filme. No hay nada que reseñar porque no pasa absolutamente nada a lo largo de toda la película, son solo cuatro pibes con los poderes de Los 4 Fantásticos, pero sin ningún tipo de objetivo más que destruir a un resentido Victor que no significa un riesgo para nadie. Los actores, más allá de haberse consagrado cada uno individualmente, están muy lejos de formar una unidad. En ningún momento logran ser Los Cuatro Fantásticos: desde el inicio de la película, cuando son simples seres humanos en plena investigación científica, hasta el final, cuando ya han testeado cada uno sus nuevas habilidades, nunca son un equipo. Nunca hay una unión, una dependencia, nunca conforman un engranaje. Son como un equipo de Fútbol 5 conformado por cinco Maradonas: todos son fantásticos, todos tienen un poder sobrenatural, pero a todos les chupa un huevo el resto. Y creo que no, este no es el camino para mostrar a una hermandad de superhéroes que actúan en equipo. COMENTARIO METIDO DEL EDITOR (que sí es un viejo lector de comics): ¿La mejor película de Los 4 Fantásticos en cine? Sí, claro. La hizo Pixar en el 2004. Se llama Los Increíbles. VEREDICTO: 3.0 - FANTÁSTICA-CA Insisto, aún sin conocer el origen gráfico de los superhéroes, me sentí estafada. Los 4 Fantásticos sufre tres de los males más grandes del cine pochoclero hoy en día: ser un reboot, ni siquiera intentar contar una historia, y el "síndrome Michael Bay" (léase "explosiones sin sentido por doquier y predominio de los efectos visuales"). Y para terminar de indignarnos, hay una segunda parte anunciada para 2017 (bah, por ahora...).
Hace unos días nomás vaticinábamos en nuestra nota sobre las peores comedias nacionales que este film formaría parte de esa pequeña élite vomitiva. Así y todo, nos animamos a ir a verla y confirmamos nuestra teoría. Gregorio (Alberto Fernández de Rosa) es el cuidador del Zoológico de Buenos Aires. Ama a los animales, mimándolos día y noche. Aunque, si se pasa todo el día en el zoo, ¿dónde vive? ¿Cuándo duerme? ¿Cuánto cobra por esas largas jornadas laborales? ¿Estará en blanco? Ah sí, está en blanco. Porque te cuenta, con voz en off, que ésta es su última noche como cuidador y se está despidiendo de los animales... que hablan, por cierto. Porque él les leía un libro de cuentos, y con eso solamente, aprendieron no sólo a hablar, sino también cuándo y con quién, porque esta habilidad es su gran secreto. O así te lo venden. En este estado de cosas se presentan los diferentes personajes y las tramas que los relacionan: tenemos a Julián (Fabián Gianola, nuestro propio James Woods), quien sale con la insufrible Delfina (Mariana Antoniale, la ex-"Niña" Loly), una cheta sobreactuada, pero en realidad está enamorado de Paz (Luciana Salazar), la veterinaria del zoológico. En medio de este triángulo amoroso, es una especie de coordinador del establecimiento, porque está en la puerta como anfitrión recibiendo a la gente pero a la vez es como que tiene un montón de mulos a los que les da instrucciones. Benjamín (Nazareno Mottola) coquetea (en una escena nada más, pero la piba no hace mucho en el resto de la película y la verdad que como actuando se defiende bastante bien decidí al menos nombrarla) con Noelia (Noelia Marzol) y va descubriendo que los animales hablan, entonces piensa que se está volviendo loco. Después está Alejandro (Matías Alé) que tiene que satisfacer el pedido del personaje de Alejandro Muller y que no me acuerdo cómo se llama, así que digámosle El Mafioso porque trafica animales al exterior, y para conseguirle animales más grandes o más originales, es que contrata a los hermanos Bielsa (Pachu Peña - Alvaro Navia), dos pelot... eh, detectives privados, que se robarán a Pipo, el gorila que habla. Para finalizar, también está Marley, que tiene un puesto de comidas cuyo ingrediente principal son los bichos y se la pasa comiéndolos y ofreciéndoselos a todos. Ah, y el dueño del zoo, interpretado por Emilio Disi. La historia es débil e inconsistente como papilla de bebé. Se supone que Alejandro necesita al gorila porque se supone que el mafioso que se lo encarga es super mega pesado. Y para resolverlo, alejándose de cualquier lógica convencional, en vez de recurrir a ladrones o estafadores para que se lo roben, recurre a dos detectives. Y es por este pifie, comparable a ir a una verdulería a quejarse del precio de la carne, que toda la trama del robo del mono es una cosa espantosa: lo único que hacen para robarlo es disfrazarse de cosas diferentes: de mujeres, de obreros, de estatuas vivientes. Los obreros, obviamente, viajan intelectualmente a los '90 y llaman a Pekerman para que los deje romper la vereda... bueno, al menos no está Leo Rosenwasser haciendo el "¡Osoooo!". Pero... ¡momento! Porque los Bielsa se meten a la jaula de Pipo y es el monito el encargado de hacer el chiste, dejando de garpe a Navia con la manito extendida. Pero bueno... supongamos que la trama general no sea una bazofia. Ponéle que se lo perdonamos, aunque sea sólo para avanzar con la review y no dejar que la ira nos invada. Ponéle que la trama es una simple excusa para que se encadenen pequeños sketchs humorísticos. El problema es que tanto los humoristas como los sketchs atrasan. Muchísimo. El abanico de situaciones que se pretenden graciosas van desde un pésimo humor físico (un cuerpo cayendo es gracioso en dos casos: si cae de manera inesperada o si, en esa caída, parece desarmarse, desintegrarse, caer con gracia digamos. Algo tan simple como una caída no funciona, no es graciosa por sí sola), a chistes relacionados con la cultura pop (Karina Olga diciendo "lo dejo a tu criterio"), pasando por malentendidos varios y... ¿cómo olvidarnos de la magistral edición de Homero Simpson, poniendo que pasen rapidito algunas secuencias de gente corriendo? Ponéle que se lo perdonamos porque el humor puede fallar, puede que los actores tenían un mal día, o que uno ya está grande para algunos chistes. Ponéle. Entonces sólo nos queda mirar a los animalitos que hablan, quienes, cual coro griego, van comentando la acción. Pero estos comentarios tienen una serie (larga) de problemas. A saber: 1- La factura técnica. Hay planos que se nota que fueron hechos de muy lejos con zooms temblorosos (suponemos que para no invadir a los animales) y luego ampliados digitalmente, con lo cual tienen una gran pérdida de definición respecto al resto de la película. 2- La construcción del espacio. Se incluyen los comentarios de cualquier animal en cualquier orden, entonces no sabemos cómo se ubican en el espacio y suena rarísimo que todos puedan comentar por igual lo que pasa en cualquier parte del zoológico... y cómo pueden además oírlos los humanos. 3- El movimiento de las bocas. Se ve que fueron probando a ver qué les salía mejor: darles alguna comida que mastiquen de manera natural a lo Mr. Ed, animar las bocas "por computación" (computación incluye desde CGI hasta Paint, y la animación se acerca más a este último programa... aunque no sea un software de animación, sí). Hasta que finalmente se dan cuenta que no, no les sale. Entonces se dan por vencidos y pegan audios de voces sobre animales completamente inertes. Como barras de carbón. 4- El código que se establece para informarle al espectador que los humanos escuchan a los animales: los animales hablan siempre igual (moviendo la boca como el orto), pero a veces los personajes los escuchan y a veces no... entonces, ¿en qué quedamos? ¿No era que eso de que los animales hablaban era un secreto? ¿Por qué, sin ningún tipo de razón, a veces la gente los escucha y a veces no? Ponéle que lo de los animales ande joya, sea creible, tenga sentido, esté bien hecho y sigamos buscando algo donde pegarle porque somos malos, cizañeros y tenemos un mal día. Olvidemos el hecho que parece que alquilaron una grúa una o dos horitas para las tomas aéreas y en el montaje se dieron cuenta que necesitaban más planos panorámicos, entonces... hay un plano que usaron dos veces. ¡Sí! El primer plano de la película, una toma con grúa del cartel de acceso al Zoológico vuelve a ser usado después, en el medio de la cinta. Ponéle que el problema es nuestro, que tenemos mucha memoria visual, y que el espectador promedio no notará esta cuestión. Ponéle. Entonces hablemos, no sé, ¿del vestuario? Se ve que anticiparon venir que no iría ni el loro al cine y quisieron ahorrar presupuesto. Entonces fueron al Ejército de Salvación, agarraron ropa aleatoriamente, y la dividieron por talles según los actores. Y listo. Lo que hicieron con Matías Alé no tiene ningún tipo de sentido. Si uno tolera más o menos todas las aberraciones que mencioné antes, el vestuario es la gota que rebalsa el vaso. La mitad del vestuario zafa, porque son los uniformes del zoo. La otra mitad tiene una sola justificación: los personajes vinieron desnudos del futuro, cayeron en un cotolengo, se pusieron lo primero que tenían a mano y salieron corriendo porque unos aliens los querían matar. Sino... no, no se explica. VEREDICTO: 2.0 - ¡LADRONES SUELTOS EN EL INCAA! Ni el carisma ni la graciosísima gestualidad de Marley (a.k.a. "el Jim Carrey argentino") logran levantar a Locos Sueltos en el Zoo. Y no es idea mía que, en un cine lleno, con entradas agotadas para Minions y otras más, el público le daba rotundamente la espalda. Los pocos que entraban a la sala se distraían, jugaban, o directamente se iban antes. La película no funciona, y aún así el problema no es ése: el problema es que ni lo intenta. No le importa nada, y esto en el cine comercial es imperdonable y completamente desleal. Ojalá el público siga ignorando a estos delincuentes que, en vez de hacer cine, hacen caca. Sí, leyeron bien, dije caca.
Es muy complejo situarse a hacer la review de esta película. Básicamente, porque uno es una bolsa de prejuicios e ideologías muy difíciles de ser dejados de lado y, además, se enfrenta muchas veces a "lo correcto", lo que sabe que su perfil de lector genérico quiere leer. Pero, más allá de eso, está la búsqueda no de objetividad, sino de justicia. Y hay que intentar dejar todo lo que uno tiene encima en pos de ser justo. Socios por Accidente 2 es la continuación de las aventuras de Matías (José María Listorti), uno de los pocos traductores de idioma ruso en la Argentina, y Rody (Pedro Alfonso), un agente de Interpol, en una misión en la que intentan evitar un atentado al Primer Ministro ruso (el inigualable Mario Pasik) que se encuentra en la Argentina en un viaje diplomático. Desde el comienzo, desde el film anterior en realidad, queda bien claro que es una película argentina de entretenimiento para que la familia vaya a ver durante las vacaciones de invierno, con fuerte apoyo en lo mediático gracias a varios personajes que conocemos de la cotidianeidad televisiva; un ejemplo extremo de esto es el humorista Campi, quien interpreta a un médico caracterizado de viejo, en vez de recurrir a un actor entrado en años (¡habiendo tantos!). Pero no venimos a cuestionar la ética o funcionalidad económica de la película. Obviamente queremos que todas las películas del mundo nos vuelen la cabeza como Mad Max: Fury Road, pero no todo el mundo quiere lo mismo. Algunos hombres sólo quieren ver el mundo arder (!). La historia es clara, simple, y fácil de seguir: Matías, traductor asignado a una conferencia del Primer Ministro ruso, será utilizado para detonar una bomba que asesine al diplomático, mientras que Rody, actuando de oficio tras haber sido suspendido de Interpol después de la misión de la primera película, vuelve a asociarse con él para salvar la vida de todos y, además, desbaratar la banda de los malos. Como el objetivo es tan claro y tan simple, la acción avanza en una sola dirección y sirve de excusa para hilvanar una serie de situaciones cómicas en la que el dúo se ve involucrado. Humor sano y para toda la familia, sin culos ni tetas, pero tampoco con mucha lucidez: quien ha visto mucha comedia reconoce la acción e intuye la reacción. Pero, con la gente que colmaba la sala, funcionó de maravillas. Siempre me llamaron la atención las carcajadas del público en un film nacional cuando se putea: alguien dice "boludo", "mierda", "cagar", y la gente se descostilla. La factura técnica de la película se sitúa un poco por encima del standard, teniendo incluso escenas muy buenas (como la pelea dentro del ascensor, por ejemplo). Hay algo más, un pequeño plus de autor a la hora de contarla que la aleja de las películas del montón. Lo más flojo de la película son las actuaciones: exceptuando a Anita Martínez y a Mario Pasik, el resto son olvidables. Alfonso está un poco menos sobreactuado que en el film anterior, pero aún sigue siendo poco creíble su personaje. Pero, directamente, "el error" es el cast, lo cual genera una paradoja sin respuesta: si el chiste de la película es que los protagonistas sean ellos por la exposición mediática que tienen ¿debemos o no cuestionar sus actuaciones? ¿Qué película queremos ver, y qué película estamos viendo? ¿Existiría Socios por Accidente como tal, si Matías y Rody fueran personajes legítimos y no papeles pensados para estos dos productos made in Tinelli? ¿Hubiesen llegado las dos películas a concretarse? VEREDICTO: 6.0 - PRESCINDIBLE Si bien no es el tipo de películas que queremos ver, Socios por Accidente 2 no deja de ser coherente y llevadera, sin ser espantosamente idiota. Es por lejos la mejor película argentina para las vacaciones de invierno que se ha estrenado en los últimos años, pero, no olvidemos, que sus principales rivales han sido bazofias como Bañeros 4 e Incorregibles.