Es un ejercicio cinematográfico que confía toda la potencia al trabajo de un actor. Paso con “Enterrado” con Ryan Reynolds. Paso con Jake Gyllenhaal en “Culpable” por solo dar unos ejemplos. El experimentado director Phillip Noyce recurre a Christopher Sparling para tener la base de este film hecho durante la pandemia, que plantea la desesperación de una mujer en el medio de un bosque con un teléfono inteligente como única posibilidad de manejar una situación extrema. Naomi Watts se carga al hombro toda la película. En el comienzo sabemos que hace un año quedó viuda, que tiene dos hijos, uno de ellos, el adolescente pretende faltar al colegio donde sufre bullying, mientras que su hija va sin problemas. Mientras habla con sus padres, amigas e hijos, corre por un espléndido bosque y recibe demandantes encargos. En esa situación, alejada de todo, y con su celular recibe la terrible noticia de una situación límite en el colegio, tipo Columbine. Desarrollada en tiempo real, esa madre vive horas desesperadas, como dice el título original, y recibe y hace todo tipo de llamados. A medida que se precipitan los acontecimientos, lo confuso, lo irreal y hasta la repetitivo desarrollan un film, que como era de esperarse, informa a medias y atrapa al espectador con trampas del género y un suspenso logrado pero cansador. Para una actriz esta producción que descansa solamente sobre su capacidad de transmitir todas las emociones es un desafío de la que la Watts sale airosa, como siempre.
Es un cálido recorrido por la vida de la cantante, siempre comprometida con los derechos de la mujer, con los derechos humanos en general, que colaboró durante muchos años con Adolfo Pérez Esquivel cuyo testimonio como el de Nora Cortiñas agregan luz sobre su ideario en acción. Susana Moreira es la realizadora que muestra el mundo de esta creadora, desde la infancia y sus recuerdos más cálidos, su adolescencia aprendiendo al lado de Cuchi Leguizamón, su encuentro con Jaime Torres, sus viajes al exterior. Pero también sus actuaciones, su voz entonando las canciones más sentidas, las reuniones familiares, la casa de Buenos Aires y el lar familiar jujeño, para culminar de una manera muy especial. Ese festejo del carnaval en Tilcara con el significado profundo de la alegría reencontrada, del baile, de la reunión amigable, del adiós a las tristezas de este mundo, conforman el cierre perfecto para alguien tan arraigado y defensor de su cultura como Sara. Una bella forma de acercamiento o descubrimiento de esta autora y compositora, profesora de filosofía, voz imprescindible.
En este documental Alejandro Maci, que conoció y trabajo junto a María Luisa Bemberg, analiza y homenajea a una creadora imprescindible de nuestro cine y avizora su legado. No solo es un recorrido por su obra escasa, hecha por la urgencia de haber empezado con su vocación desde grande, ni por los testimonios de quienes tuvieron la suerte de conocerla, despierta, como principal mérito una emoción evidente hacia quien fue esta mujer excepcional para su tiempo. El estreno coincide con el centenario de su nacimiento, y el filme sigue los pasos de quien nació en los años 20, en el seno de una de las familias más poderosas del país, con educación fuera del sistema, maniatada entre mandatos familiares y de clase, que supo revelarse con un pensamiento del vanguardia sobre el rol de la mujer en la sociedad. Fue líder y pionera, de avanzada y talentosa. María Luisa dejó un legado excepcional. Con los testimonios del propio director ,que trabajo con ella en la parte final de su vida, y de Graciela Borges, Susú Pecoraro, Jorge Goldenberg, Lita Stantic, Chango Monti e Imanol Arias.
Se trata de un western, rodado en solitarios y montañosos paisajes (Uspallata y Potrerillos, en Mendoza), donde dos mujeres rivales se unen en contra de un inescrupuloso colega. Es un ambiente de paleontólogos. Descubridores de restos del pasado que generan un misterio que solo se revelará en el sorpresivo final. El film comienza con una escena de la televisión italiana, donde un conductor sensacionalista trata de sonsacarle con avidez escandalosa, los secretos a la investigadora que ha publicado un libro sobre la existencia de los hipogrifos, de existencia mitológica. Luego de esa escena ya estamos en clima, creado por el realizador Matías Lucchesi (Pampero) que escribió el guión con Mariano LLinas. Entre las dos mujeres de la historia, en esa soledad que puede engendrar las mejore y las peores acciones, está en disputa no solo una cuestión generacional o de prestigio profesional, sino la espera de un sentimiento solidario. Quien investiga y guarda secretos, quien controla desde lo administrativo y puede jugar bien o mal sus cartas. Y en el camino los valores, las creencias, el duelo eterno del bien y el mal. Mercedes Morán esta fantástica en esa mujer indomable y herida. Natalia Oreiro en una gran entrega para su rol, que se transforma. Diego Velázquez exacto en su encarnación de la ambición sin límites. Entretenido, de permanente tensión, el film se encamina hacia una resolución que no permite la indiferencia.
Los hermanos Jean Pierre y Luce Dardanne no solo crearon un estilo de cine premiado y reconocido sino que con este film, ganaron como mejores directores en Cannes, también demuestran que se atreven a cambiar. Por primera vez ponen su atención y el protagonismo en una etnia y en un grupo social que no sea de europeos blancos y de clase trabajadora. Aquí un niño de trece años, de madre belga blanca y padre árabe, es el inmutable centro del film. Lo que se muestra con su habitual virtuosismo de los realizadores, es como un adolescente, se rebela contra el entorno familiar y educacional, influido por un imán local que le predica el odio hacia los infieles. La transformación es tan grande que su propia madre, insultada por el hijo por beber alcohol, lo desconoce en sus hábitos. Ese chico que reza cinco veces al día que se niega a darle la mano a su maestra con quien tiene una deuda de gratitud, que trata de prostituta a su hermana porque viste a la moda, toma la determinación de asesinar, de hacer su propia misión. La radiografía de cómo la penetración de la religión en un niño en transformación se produce queda en el espectador, se sabe que tuvo un primo que se inmoló, que su futura víctima musulmana pero que sale con un judío y tiene una interpretación pacífica y amplia de la religión, pocos datos. El adolescente actúa con una frialdad digna de un robot absolutamente inmune a la preocupación de psicólogos, asistentes sociales ,que se engañan a si mismos de sus progresos y la insinuación de una relación amorosa con una compañera de tareas. Una visión escalofriante de los fanatismos, una mirada sobre alguien a quien la piedad nunca lo alcanza.
Si uno se abstrae totalmente de los problemas que rodearon a esta película ( la cancelación de Johnny Depp, los escándalos de Ezra Miller, las declaraciones anti-trans de Rowling) se puede sumergir como un espectador gozoso de esta tercera entrega de los animales fantásticos que si bien es un poco larga, ( dos horas, 22 minutos) se parece nostálgicamente la una de Harry Potter, que tiene todos los elementos de calidad de los rubros técnicos, efectos y criaturas muy logradas, para entretenernos lúdicamente. El guion que la Rowling escribió con Steve Cloves, relega a un segundo plano al personaje de Eddie Redmayne, Newt Scamander con su eterna bondad, y se centra en los personajes de Dumbledore (Jude Law) y Grindelwald (Mads Mikkelsen) mucho más ricos y sorpresivos. Ellos fueron amantes en el pasado y un pacto de no agresión le ata las manos al futuro director de colegio de magos. También esa lucha del bien y del mal se nutre de datos históricos, Dumbledore defiende la integración y la democracia y Grindelwald vira hacia un nazismo evidente. El peligro no solo envuelve al mundo mágico sino también al común de los mortales. Y además por los poderes de adivinación del villano el equipo del bien se las debe ingeniar en improvisar, hacer lo opuesto a lo que parece y enfrentar peligros cada vez mayores. La fotografía, el vestuario, los escenarios reales o recreados, los efectos, tienen un nivel de excelencia técnica. Las actuaciones están a tono.
Luciano Romero construye un mundo donde la precariedad es la marca inexorable en un mundo de necesidades económicas irresueltas. Ya desde el comienzo el film es contundente. Y aunque luego se interne en la relación padre e hijo entre dos albañiles, el derrotero de esa relación también se desestabiliza sin remedio. El que sobrevive, se embarca en una posibilidad de trabajo en negro, sin reglas básicas de seguridad y luego en una espiral donde la violencia y el apriete se enseñorean a gusto. Pobres contra pobres, poderosos sin escrúpulos, verdades a medias. El mundo de la construcción con sus escenarios de edificios sin terminar, enormes y despojados de todo abrigo. Con buenos climas y buenas actuaciones, esa tensión en las vidas de los protagonistas está muy bien lograda. Un salto en el tiempo permite alguna enseñanza, una mirada esperanzadora, no demasiado convincente.
Después del éxito de la película del 2020, llega esta segunda parte sobre la saga de videojuegos de Sega. Instalado con una pareja que lo integra a su relación como a un hijo, Sonic descubre las bondades de la tierra mientras hace algunas travesuras no permitida por Tom y Maddie. Sin embargo un viaje originado por un casamiento le da al erizo azul la oportunidad de conocer a Tails, un zorro amarillo con dos colas que lo admira, y rápidamente tendrá que enfrentarse al retorno del supervillano , el Dr Robotninik y a un asociado temible, Knocles, parecido a un puerco espín rojo. El argumento que abreva en muchas referencias a los superhéroes y a películas de Indiana Jones combina aventuras con efectos especiales y animación llamativa. El mismo equipo creativo de la primera entrega se esmera en un film entretenido para toda la familia, pero por momentos resulta repetitivo Jim Carey con su personaje, que ocupa demasiado protagonismo con sus demostraciones histriónicas. A pesar de eso la entrega mantiene la frescura de los personajes animados que se preocupan por un mensaje de solidaridad y amistad en una vida familiar. Todo unidos pueden contra el superpoder peligroso que emana de una esmeralda que debe ser cuidada y escondida.
La cuota de terror de la semana. Un juguete que se vuelve letal. Tiene un comienzo ingenioso, y a poco de andar ya se sabe que con determinada combinación la caja se abre para liberar a un ser demoníaco vestido de payaso que comienza su rutina de cantidad de sacrificios humanos que necesita, una avidez digna de mejores acciones. La idea de revivir payasos siniestros tuvo un renacer remarcable con “It”, pero este producto no llega a esas alturas. A poco de andar el film se vuelve previsible y las muertes casi habituales. Sin embargo la buena realización del film escrito y dirigido por Lawrence Fowler, con una remarcable paleta de colores, con aprovechamiento de la luz natural al principio adquiere el tono siniestro requerido. El monstruo se ve imponente, está realmente bien logrado y la caja que lo contiene es acorde con su huésped. Es una película que promete mucho y luego no cumple con todo. Sin embargo para los amantes del género puede ser un entretenimiento módico.
Una película sobre el amor que se termina de manera inapelable. Para los protagonistas del film, un matrimonio de 29 años de duración, la vida parece tener un destino marcado. Ella inteligente e impulsiva explota, impone, se divierte a costa de un marido callado y contenido. Sin embargo esa relación que parecía tan estable termina. El, un profesor, se enamora de la madre de un alumno y no vacila en aferrarse a ese nuevo impulso que le da la vida. Ella se queda anonada, sola, triste, final. Frente a frente este triángulo tiene una verdad dura: dos son felices y una tercera persona debe lidiar con una situación desconocida, que la enfrenta a un dolor nuevo y a la necesidad de reconciliarse con su propia vida. Entre ese ex matrimonio un hijo solitario sostiene como puede a su madre. Una Annette Bening, conmovedora construye a su personaje con sabiduría, poblándolo de detalles, de entrega y verdad. Billy Nighy capaz de resolverlo todo en materia de actuación, compone a ese ser reservado y determinado con pocos y efectivos recursos. Bien Josh Connor ( el príncipe Carlos en The Crown) como el hijo incapaz de ser feliz y preocupado. El realizador William Nicholson autor del guión y responsable de la dirección guía con sabiduría a sus personajes que habitan un pequeño pueblo al borde un acantilado, todo un símbolo en la historia.