Hay matrimonios que jamás deberían celebrarse, duelos que nunca deberían ser batidos y géneros que siempre deberían permanecer en estamentos estancos. La aleación de los metales más incompatibles podría llegar a ser todo un éxito en comparación con la unión de los cowboys con los aliens. Dirigida por el actor/realizador Jon Favreau, la historia se sitúa en Absolution -un desértico pueblo de Arizona-, allá lejos y hace tiempo en el año 1873. Un fugitivo amnésico (Daniel Craig) despierta en medio de la nada con una única pertenencia: una extraña muñequera que parece soldada a la medida de su brazo. En medio de la confusión y una discusión con el poderoso terrateniente Dolarhy (Harrison Ford), Absolution es atacado por naves espaciales y depredadores extraterrestres que vienen en busca de seres humanos. Con la ayuda de Doc (Sam Rockwell), una mujer enigmática (Olivia Wilde), el nieto del sheriff, algunos guerreros Apache y ciertos forajidos con los que se topan en el camino, el hombre sin recuerdos y el déspota malhumorado, deberán exterminar a los invasores y liberar a su pueblo. Desde el momento en que se anunció la realización de este filme, otro de los intentos por reflotar el género western al precio que sea, más de uno se preguntó como resultaría la combinación de dos personajes clásicos de la gran pantalla. Descubrir que Harrison Ford desechó el guión en la página treinta y que debió ser convencido de aceptar este rol ya que era “lo que la gente quiere ver en la actualidad”, tal como lo confesó en una reciente entrevista, nos permite descubrir los entretelones de tamaño collage. Que el desenlace sea previsible y que las situaciones se reiteren cíclicamente tampoco ayuda demasiado. Si hay algo que confirma Cowboys & Aliens es que una sumatoria de grandes nombres detrás de cámaras (produjeron Ron Howard y Steven Spielberg, escribieron Alex Kurtzman, Roberto Orci y Damon Lindelof), no garantiza la efectividad de una película.
En un instante, la Séptima calle de Detroit queda sumida en una oscuridad total. Las pocas personas que no se desvanecieron si dejar rastro comparten un denominador común: en el momento del apagón, todos estaban en contacto con una fuente de luz, por mínima que ésta fuera. Con el llegar de la mañana unos pocos sobrevivientes descubrirán un panorama desolador: centenares de prendas de vestir despojadas de sus portadores alfombran las calles, la energía eléctrica ha dejado de existir, las sombras se compran de manera errática y los días son cada vez más cortos. Un bar será el refugio para un puñado de personas (Hayden Christensen, Thandie Newton, John Leguizamo y Jacob Latimore) que utilizarán el mismo como base de operaciones para descubrir qué es lo que se esconde en la oscuridad y de qué manera pueden detener el avance de la misma. El novedoso planteo no alcanza para sostener la película más de quince minutos: los poco elaborados efectos visuales, los tradicionales flashbacks para contarnos que hacía cada uno de los protagonistas al momento del apagón y las actuaciones dispares hacen de “La Oscuridad” una historia de terror sobrenatural tan mal concebida que provoca más risas socarronas que saltos en la butaca. El director Brad Anderson tiene tan poco manejo del clima y de las situaciones (es cierto que los guionistas brindaron una trama por demás endeble) que los personajes deben recitar en voz alta todos sus planes y dilemas morales en lugar de traducirlo en acciones.
Anton es un médico sueco que trabaja en zonas en situación de riesgo en el continente africano. Alterna su vida entre el campo de refugiados y su resquebrajada familia en Dinamarca. Son estos dos mundos contrapuestos, los de guerrillas armadas, enfrentamientos desalmados y muerte constante, y la aparente paz y tranquilidad de un país desarrollado, lo que lleva a Anton a replantearse los valores morales y las prioridades en la vida. En uno de sus períodos lejos de casa, su hijo mayor Elias (que sufre constantes ataques por parte de sus compañeros de colegio) se hace amigo de Christian, el chico nuevo del aula que acaba de regresar al país junto con su padre tras la dolorosa muerte de su madre en Londres. Ambos, complementarios en un primer momento, tan distintos con el correr de los días, se verán envueltos en una peligrosa venganza que se salió de control y sus padres deberán enseñarles a enfrentar las consecuencias de sus actos. Ganadora del Oscar al mejor filme de habla no inglesa en la última entrega de los premios de la Academia, la historia dirigida por la danesa Susanne Bier aborda a los matrimonios en crisis, las muertes trágicas, el bullying, la incomunicación y casi una decena de temas enmarcándolos en el violento contexto social que rige el orden mundial actual. Es cierto que son demasiadas aristas como para poder llegar a profundizar en cada una de ellas sin ser demasiado aleccionadora, pero el resultado global es digno de ser apreciado. La música compuesta por Johan Söderqvist recuerda a trabajos de The Chemical Brothers y Metronomy, y la fotografía cálida y de amplios contrastes le sientan bien tanto a la aridez africana como a la tensa calma de la ciudad. Por último, es sabido que el zoom dentro de una escena no siempre es el mejor recurso para direccionar nuestra atención: Bier desecha esta premisa y utiliza el recurso de manera repetida.
Hal Jordan (Ryan Reynolds) es un experimentado piloto aéreo que se gana la vida probando nuevos desarrollos creados especialmente para mejorar el equipamiento bélico de Estados Unidos. Tras una prueba que casi termina en desastre, una noche es abducido por una veloz luz verde que lo deposita a los pies de una nave intergaláctica: dentro de ella un guerrero del cuerpo de Linternas Verde le explica que su destino está en unirse a esta fuerza espacial para defender al universo de Parallax, una amorfa criatura que se alimenta del miedo de sus presas y que amenaza con destruir el balance perfecto entre planetas. Hal es el primer humano en ser reclutado para esta misión y junto con la ayuda de su colega y compañera de entrenamiento Carol (Blake Lively, Gossip girl) deberá enfrentar sus propios temores para no desmoronarse frente a Parallax y ayudar a los otros 3600 linternas verde a salvar el universo. Bajo las órdenes de Martin Campbell (Casino Royal), llega por primera vez a la pantalla grande este personaje surgido de las páginas de DC Comics y que jamás, salvo como parte del equipo de la Liga de la Justicia, había tenido la chance de estar en el centro de la escena. Reynolds y Lively están más preocupados por verse bien en pantalla y demostrar lo atractivos que son para sus respectivas plateas, que en componer personajes sólidos… algo que en definitiva no importa demasiado aquí. La acción es constante, salvo por una pequeña meseta en la cual no sabemos hacia dónde se dirigirá la historia, y hace honor a un personaje del que poco conocemos. Contar el surgimiento de un superhéroe desde su génesis no es tarea sencilla, y sin llegar a ser el mejor ejemplo de cómo se logra hacerlo, este debut protagónico de Linterna Verde tampoco decepciona del todo.
Proyectada en DVD en escasas salas porteñas, este filme documental de Andrés Di Tella cuanta la vida de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios de General Rodríguez, cineasta secreto que hace años experimentó con las posibilidades que el celuloide y el súper 8 ofrecían. Este recorrido, casi estático por momentos, aprovecha valioso material de archivo, como la película de 1976 en donde Marta Minujín es enterrada viva como parte de una de sus instalaciones artísticas. Los diez años que Caldini pasó sin trabajo ni hogar fijo son apenas esbozados, su presente lo describe apagado e insatisfecho. “Hachazos” es demasiado informal y desprolija para pretender ser un documental que invite a descubrir a la persona detrás del personaje, el estilo es más adecuado para una emisión televisiva que para un eterno filme de 80 minutos.
La vida normal del aparentemente normal Barney Panofsky esconde más de lo esperado. Desde el siglo XXI, donde un anciano Barney se encuentra solo, con algunos problemas para ubicarse en el tiempo y con falta de memoria, viajamos hasta la Roma de 1974, donde toda esta historia tiene su comienzo. Contada desde el punto de vista del protagonista (la traducción del título original “Barney’s version” hace referencia a este concepto) la versión oficial indica que su vida se rigió por ser un tipo común, albergando a un insatisfecho crónico con todas sus decisiones tomadas, incluso sus tres matrimonios. La desesperación y el menosprecio son los motores de su vida hasta que conoce a la mujer ideal el mismo día en que él acababa de pasar por el altar con su prometida. Basada en la premiada novela de Mordecai Richler, El Mundo según Barney fue nominada al Oscar a mejor maquillaje, ganó el premio del público en el festival de San Sebastián y le valió a Paul Giamatti el Globo de Oro al mejor actor en comedia (ironías aparte teniendo en cuenta que, en su mayor parte, el filme no pertenece a dicho género). Hay que mencionar que el personaje que le tocó en suerte a Rosamund Pike (la tercera esposa del indeciso hombre) tampoco es de sencillo abordaje, estando a la par de su coequiper masculino. Mucho menos convincente es la participación de Dustin Hoffman, quien parece esta estancándose en un estilo de personaje que le sale sin esfuerzo y que le requiere poco compromiso: el del padre canchero, casi desubicado, que brinda consejos liberales por doquier sin que ni siquiera alguien le haya pedido su opinión.
Todo era tranquilidad en Pitufolandia: la aldea se encontraba próspera, cada pequeño duende azul realizaba su tarea en armonía bajo el son de una pegajosa melodía, los preparativos finales para la esperada ceremonia de la luna azul avanzaba según lo previsto. Tampoco nadie previó que pitufo Tontín revelara el secreto de su ubicación al malvado Gárgamel y a su inteligente gato Azrael. Ahora, con la vida tal como la conocen puesta en riesgo, Papá Pitufo, Pitufina y los pitufos Filósofo, Valiente, Gruñón y Tontín –quienes fueron enviados a través de un portal mágico a la ciudad de Nueva York- deberán encontrar la manera de acabar con los planes de Gárgamel y volver a su aldea para reconstruirla. Realizada por la división Sony Pictures Animation en asociación con Columbia Pictures, Los Pitufos está basada en la obra del artista belga Pierre “Peyo” Culliford, quien presentó por primera vez a estos personajes allá por 1958 en “Schtroumpfs”. Dueños imbatibles de una popularidad que trascendió las fronteras y los años, los personajes fueron el centro de historietas, libros, videojuegos (la versión para iPod es muy popular entre los más chicos), dos películas y la memorable serie creada por el dúo Hanna-Barbera. Sin contar los trescientos millones de muñecos vendidos a lo largo de estas décadas. El gran acierto de esta versión dirigida por Raja Gosnell (Scooby-Doo) y escrita por J. David Stem y David N. Weiss, fue haber sacado a los pitufos de su ambiente natural y llevarlos a la Gran Manzana: esa ciudad tiene un magnetismo que contagia todo lo que toca. Con destacadas participaciones en televisión, la elección de las cuatro figuras “de carne y hueso” tampoco falló: Neil Patrick Harris (How I met your mother), Jayma Mays (Glee), Sofía Vergara (Modern family) y Hank Azaria (Los Simpsons, Friends) son los contrapuntos ideales de los pitufos en este filme pensado para los niños de hasta unos diez años… y para todos los melancólicos, también.
En el verano de 1979, en un pequeño poblado de Ohio, un grupo de chicos está decidido a terminar su propia y caserísima película de zombies. Con sus cámaras de Super 8, una caja llena de maquillaje y un plan de rodaje acotado por el inicio de las clases y las imposiciones de los padres, deciden rodar durante las noches. En una de las tantas escenas previstas, la de la estación de tren se ve recompensada con lo que a ellos les encanta llamar “valor de producción”: una extensa formación se aproxima y la misma será utilizada para enaltecer la acción dramática. Sin embargo, los chicos son testigos de una catástrofe y, tras salvarse de milagro, descubren que lo que presenciaron no fue exactamente un accidente. De allí en más, una carrera por descubrir la verdad y saber qué es lo que está produciendo extraños eventos en el pueblo se transformará en la aventura de sus vacaciones. Desde su productora Bad Robot (quién no recuerda la vocecita de este personaje al final de cada uno de los episodios de “Lost”), el productor y director J.J. Abrams rescata lo mejor de “E.T”, “Los Goonies” y “Amigas para siempre” para regalarnos un relato plagado de homenajes a esos filmes que marcaron la infancia de varias generaciones. Descontando la excelencia de los efectos visuales creados por Industrial Light & Magic, la música de Michael Giacchino acompaña cada una de las desventuras de estos amigos, encarnados por Kyle Chandler, Joel Courtney, Gabriel Basso, Noah Emmerich y la actuación de quién se recorta por sobre el resto, Elle Fanning. A pesar de todos los logros alcanzados por Abrams, cabe destacar que una vez revelado el rostro de la criatura, se pierde algo de la magia creada, hecho similar a lo ocurrido en otra cinta del mismo productor, “Cloverfield”.
Un escritor inglés llega a la Toscana para presentar su nuevo libro referido al valor de las copias en el mundo el arte. Allí conoce (¿o se reencuentra?) con una galerista francesa que lo llevará a descubrir algunos de los puntos turísticos más importantes de la zona de Lucignano. Esta co-producción francesa, italiana y belga dirigida por Abbas Kiarostami está basada en una anécdota del director que la propia Juliette Binoche (alma del filme) insistió para que la transformara en una historia fílmica. A lo largo de las casi dos horas de metraje el realizador aprovecha a analizar el concepto de originalidad, hecho que se remonta a la época romana donde los comerciantes vendían réplicas de las obras egipcias. Las connotaciones de esa palabra hacen un paralelismo entre la reproducción del arte y la reproducción de la raza humana. Los primeros cincuenta minutos de esta narración trilingüe (inglés, italiano y francés) recuerdan mucho el estilo impreso por Richard Linklater en su binomio “Antes del Amanecer/Atardecer”. Pero Kiarostami no se conforma con ello y decide hacer un viraje total del relato mediante una pequeña gran revelación, recurso que no mencionaremos aquí. El director aborda diversos temas, como las relaciones conflictivas (“no se supone que seamos simples, somos seres complejos por naturaleza”, desliza por allí el personaje de Binoche), el verdadero sentido de la vida, el placer en oposición al deber, los sueños versus la realidad cotidiana, el arte como industria cultural (“no importa el objeto expuesto sino la percepción que tenemos del mismo”). El dialogo que se da con la cantinera italiana es una mezcla de emociones tan dispar que lo convierten en uno de los highlights de esta historia.
Rechazo tras rechazo, Steve Rogers no está decidido a abandonar su sueño de formar parte del servicio militar para defender a su país en la Segunda Guerra Mundial. Pero el destino querrá que por casualidad un doctor decida darle la oportunidad de su vida al ofrecerlo como voluntario para un proyecto científico y bélico top secret. Fortalecido físicamente y con una resistencia más allá de lo normal, Rogers adquirirá la identidad de Capitán América para las galas de recaudación de fondos. Cuando uno de sus amigos es considerado perdido en batalla, Rogers se unirá a sus colegas en el frente para descubrir la verdad tras el avance de una rama descarriada del nazismo: Red Skull. Capitán América: El primer vengador es el filme que necesitaba Chris Evans para alcanzar de una vez por todas su primer protagónico absoluto. Este combo de una historia atractiva, con un estilo old fashioned, sin ese elemento nacionalista extremo que podría haber acabado con su recorrido comercial, es más que recomendables para los seguidores del mundo Marvel y para los aficionados en general. Para ver un adelanto de lo que se vendrá en mayo de 2012 con la reunión de “Los vengadores” quédense hasta el final de los créditos.