Mi papá es un chanta... y un ídolo En los escasos cinco meses (marzo-agosto) que pasaron desde el inicio del rodaje de Igualita a mí hasta su estreno comercial escuché en el ambiente varias voces de preocupación sobre la marcha del proyecto: que costó encontrar el director, que hubo ciertos problemas con los tiempos, que se produjeron muchas discusiones con el corte final... Fui, por lo tanto, con cierta cautela a la proyección de prensa y la verdad es que 110 minutos más tarde salí bastante conforme y... aliviado. Me intrigaba saber cómo sería el trabajo de Diego Kaplan, un realizador indie que ocho años atrás había mostrado algunas cosas interesantes en ¿Sabés nadar? y que -luego de algunas incursiones en la pantalla chica, pero sin haber vuelto al cine- trabajaba ahora por "encargo" para la principal productora del medio local (Patagonik). Ya entraré en el análisis más específico de los méritos y carencias del film, pero lo primero que hay que decir es que Kaplan consigue de entrada y mantiene durante casi todo el relato un buen timing para la comedia (tanto física como verbal) y que su puesta en escena es más que digna, sólida, serena, sorteando incluso cierta tendencia a la factura (léase vicios, facilismos) "televisiva". La dirección de actores (tanto del dúo protagónico como de los muy buenos personajes secundarios) también está por encima de la media local. Otro aspecto que me interesaba -casi tanto como el narrativo- era el técnico: la película se rodó con la hoy muy de moda cámara RED ONE y la proyección que se nos ofreció a los críticos y cronistas fue en una de las salas digitales que se suelen usar para los films en 3D. La calidad de imagen y sonido fue inmejorable: dudo mucho que el público pueda apreciarla en esas mismas condiciones en cualquiera de los cines que tengan copias en fílmico. ¿Y la película?, se estarán preguntando a esta altura los lectores. Digamos que está bien (por momentos muy bien), pero a mi gusto se queda un punto por debajo de Un novio para mi mujer. Sí, hay bastante de fórmula y de caricatura, pero la cosa funciona. Es más, diría que durante su primera mitad (y aunque las feministas se horroricen con el machismo estereotipado del chanta que interpreta Adrián Suar) el film se disfruta con esa ligereza y fluidez que el género necesita y el espectador agradece. Los problemas empiezan a surgir en la segunda mitad, cuando la historia se torna cada vez más y más sentimental, cuando cede a la dictadura de la corrección política y termina siendo absolutamente condescenciente y demagógica. La propuesta es sencilla y bastante eficaz: Freddy (Suar) es el típico soltero cuarentón que vive de fiesta en fiesta, de conquista en conquista (casi un émulo de Isidoro Cañones), evitando cualquier tipo de compromiso o responsabilidad (vive de la empresa del hermano mayor y de cierta capacidad para el "chamuyo"). Su vida cambia por completo cuando Aylin (Florencia Bertotti) aparece en su vida para contarle que no sólo es su hija (producto de un fugaz romance con una adolescente durante un viaje de egresados a Bariloche) sino tambien que él va a ser... abuelo. Igualita a mí -que según mi percepción tiene un destino casi inevitable de gran éxito comercial- coquetea en varios pasajes con la negrura, la audacia y la irreverencia (es notable una escena muy zarpada entre Suar y Claudia Fontán, una peluquera también cuarentona que puede sacarlo de su obsesión por los romances pasajeros con jovencitas), pero -más allá de que siempre sostiene una mínima dignidad- va decayendo en su segunda parte, cuando el padre busca reconciliarse y redimirse con su hija, aparece una viejita como posible víctima de un fraude inmobiliario y la cosa se pone demasiado conservadora en todos los ámbitos. Así, la película termina siendo "sólo" buena y demasiado igualita a muchas otras.
Viaje a lo desconocido Una de las películas argentinas (aunque rodada integramente en la selva amazónica ecuatoriana) más interesantes del BAFICI 2009 fue Soy Huao, de Juan Baldana. Había visto 40 minutos durante el festival, pero por compromisos familiares tuve que abandonar la sala, cuando estaba completamente enganchado con este documental sobre una de las últimas comunidades originarias indígenas que subsisten de manera autónoma y se mantienen al margen de la sociedad capitalista/contemporánea/consumista para sostener sus tradiciones, una existencia basada en la caza, la pesca, la agricultura a pequeña escala, es decir, con un contacto directo con la naturaleza. Baldana logra una cercanía notable con estos indios que hablan en su propio dialecto, pero al mismo tiempo mantiene una distancia respetuosa y nunca invasiva. Un ejemplo extraordinario de documental observacional/antropológico que pude terminar de ver gracias a un DVD que gentilmente me acercaron sus dos productoras argentinas. Aunque estuvo un poco perdida en la programación (al ser rodada en Ecuador quedó fuera de la competencia oficial argentina) se trata de una producción con muchísimos méritos, y que merecerá ser recuperada por el público y la crítica en un futuro inmediato. PD: Llegó la hora, pues, de que los cinéfilos porteños que se perdieron este documental el año pasado finalmente pueden apreciarlo.
La fascinación por la crueldad Vincere, de Marco Bellocchio, es un feroz retrato poético y político de Benito Mussolini El notable director de El diablo en el cuerpo, La condena, La nodriza, La hora de la religión y Buenos días, noche consigue con Vincere una de las películas más potentes e inteligentes que se hayan hecho sobre el horror del fascismo, con todo su poder de seducción y manipulación, su integrismo, su violencia y su crueldad. Bellocchio evita los lugares comunes de las épicas históricas y las caricaturas de las biopics convencionales para construir una película íntima y grandilocuente, poética y política a la vez. Vincere no es una obra perfecta (no pretende serlo) ni del todo redonda, y hasta puede pecar por momentos de excesiva y agotadora, pero así y todo es una experiencia que se acerca bastante a lo sublime, con una vibración, una ferocidad y una audacia (estética, narrativa, temática) que el cine contemporáneo parecía haber perdido. El film, construido con una enorme convicción y talento apelando a un tono casi operístico, arranca en el período previo a la Primera Guerra Mundial (la acción va y viene entre 1907 y 1914), cuando un joven Benito Mussolini militaba en el Partido Socialista. En la impresionante escena de apertura, vemos al protagonista (gran trabajo de Filippo Timi) desafiando a Dios en un mitin. Más tarde, será expulsado de la organización por apoyar la participación italiana en el conflicto bélico. Mientras tanto, Bellocchio recorre la creciente pasión con Ilsa Dalser (consagratoria interpretación de Giovanna Mezzogiorno), una mujer fascinada por su figura, que le financia de su bolsillo la edición del periódico Il Popolo d´Italia y con la que tiene un hijo, al que llaman Benito Albino. Pero durante su ascenso al poder -para no tener conflictos con sus aliados en la Iglesia- Mussolini la traiciona y la encierra en un neuropsiquiátrico durante más de 11 años, mientras el niño es enviado a un instituto. Durante la segunda hora, el film coquetea por momentos con el melodrama más clásico y lacrimógeno (la performance de Mezzogiorno lo mantiene siempre vivo), pero el desenlace (con Timi ahora en el papel del desquiciado hijo de Dalser y Mussolini) vuelve a elevarlo a la categoría de obra maestra. Heridas abiertas Con un excelente uso de los materiales de archivo de la época, con la continua sobreimpresión de carteles con eslóganes políticos y militares y con un montaje arrasador, Bellocchio elabora una base para que las recreaciones ficcionales tengan el contexto adecuado y adquieran la dimensión necesaria. Historia trágica y conmovedora (dolorosa), Vincere tiene el sello inconfundible de uno de los últimos representantes del mejor cine italiano, que se suma a colegas-compatriotas como Pier Paolo Pasolini o Roberto Rossellini en la exploración de los orígenes, la explosión y las heridas aún abiertas del fascismo.
Las huellas del rencor Tras el inmenso éxito mundial de La caída, el alemán Olivier Hirschbiegel se trasladó a territorio irlandés para dirigir una historia de fuerte sentido humanista que se sostiene en una sólida narración dividida en dos épocas y en el duelo actoral que en la segunda mitad tiene como protagonistas a Liam Neeson y el gran James Nesbitt. El film arranca en 1975 -pleno período de guerra civil en Irlanda del Norte (una situación bien sintetizada al inicio con una edición de imágenes de archivo de la época)- y narra el ingreso en el universo de la violencia y el ojo por ojo de Alistair Little, un adolescente protestante que comete su primer asesinato "político" por encargo. La víctima es otro joven, aunque -claro- católico (de la zona controlada por el IRA). Narrado con sequedad y precisión, el atentado da pie a la historia actual, en la que Alistair Little (ya en la piel de Neeson) viaja a un encuentro con el hermano de aquella víctima (Nesbitt), armado por un canal de televisión para que el primero pida perdón y se llegue a la tan ansiada reconciliación. Las cosas, por supuesto, no serán tan sencillas. Ganadora de los premios al mejor director y mejor guión del Festival de Sundance, Cinco minutos de gloria es una película que abona (y al mismo tiempo pone en cuestión) la corrección política y que habla sin desbordes ni ampulosidades de los traumas, los remordimientos, la culpa, el rencor, las huellas en el tiempo y el sinsentido propios de toda guerra civil y -más aún- de una como la irlandesa, que dejó más de 3.700 muertos, muchos de ellos amigos o vecinos de sus propios victimarios.
El ángel vengador Leo que a no poca gente le gustó más la primera entrega de la saga (Los hombres que no amaban a las mujeres) que esta segunda película basada en la popularísima trilogía literaria sueca de Millennium escrita por el fallecido Stieg Larsson (ya se vienen las versiones hollywoodenses con David Fincher como director, Daniel Craig como protagonista masculino y Carey Mulligan u otra actriz de moda como heroína). Sostienen que en el film original había más frescura (?) y sorpresa por el hecho de que fue allí cuando aparecieron en pantalla la intrigante joven Lisbeth Salander (con su rebeldía, su look dark y su blanca palidez, su bisexualidad, sus piercings, sus tatuajes, su ropa de cuero, y su capacidad como hacker e investigadora) y al ya maduro e igualmente conflictuado periodista Mikail Blomkvist. A mí, en cambio, me atrapó más este segundo film. Le vuelvo a ver las "marcas", las "costuras", las articulaciones que sostienen un atrapante y al mismo tiempo algo calculado producto con toques de perversión y audacia. Aquí, Salander y Blomkvist (ella esta vez con mucho mayor protagonismo que él) deberán enfrentar a una red dedicada al tráfico sexual con prostitutas de Europa del Este como víctimas y poderosos clientes involucrados. Lisbeth se verá incriminada en un doble asesinato y deberá apelar a todo tipo de recursos (y a la violencia) para evitar ser atrapada por distintos bandos. Se convertirá, por lo tanto, en una suerte de "vigilante", de despiadado ángel vengador. El film -más allá de la estructura a-lo-Agatha Christie de toda la franquicia literaria- adquiere un intereante aire lynchiano con personajes extremos y una apuesta por el absurdo que podrá irritar a algunos, pero que para mí le da un mayor vuelo narrativo y visual. No todas los momentos son igual de inspirados ni efectivos (es floja y está pobremente resuelta, por ejemplo, una larga secuencia en un galpón/granero incendiado), pero le alcanzan su buen dispositivo, sus climas, su dosificación del suspenso y la tensión y -claro- la fascinación que genera la magnetica Salander creada por Noomi Rapace para hacer de La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina un más que digno thriller.
Pajaritos y pajarones La imagen y la maravillosa voz de Victor Hugo Morales (como una suerte de presentador a la vieja usanza) abren y cierran esa delirante, irreverente, lúdica fábula que es Pájaros volando, la más reciente apuesta del director de Cómplices, Soy tu aventura y El regreso de Peter Cascada (en cine) y Todo por dos pesos (en TV), quien se reencuentra con Diego Capusotto y Luis Luque para filmar un guión original de Damián Dreizik. El resultado de esta nueva incursión del equipo en el largometraje es desparejo, pero al mismo tiempo tiene tantos aciertos parciales, regala tantos pequeños buenos momentos, que el balance termina siendo positivo. La irregularidad del film es inevitable. Me explico: resulta casi imposible sostener durante 110 minutos una trama construida a fuerza de gags (físicos, verbales o visuales), de cameos (los hay muchos y divertidos) y de raptos de inspiración de los protagonistas. Estoy convencido de que el humor de Capusotto funciona mejor en pequeños sketches y con distintos personajes (el esquema de Todo por dos pesos) que cuando tiene que sostener, como aquí, una historia, por más absurda y zarpada que esta sea: aquí, DC interpreta a José, un músico bastante petético (vive con su padre y mantiene una banda que tuvo un hit ocasional hace ya demasiado tiempo) que deja su trabajo en una agencia de remises para trasladarse a la casa de su desquiciado primo Miguel (un desatado y querible Luis Luque) en un pueblito serrano, donde vive una comunidad de hippies / cultores de la new-age / viejos rockeros / artesanos / ecologistas, varios de los cuales creen haber sido abducidos por extraterrestes y se preparan para un inminente viaje en plato volador. El "sentido", la solidez de la trama, de todas formas, es lo de menos: todo está servido para un festival del deborde, del ridículo, de la incorrección política, del guiño cómplice para la generación de treinta y cuarentaypico. Además de Victor Hugo, por la pantalla desfilan desde Juan Carlos Mesa hasta Norberto “Ruso” Verea, pasando por Miguel Cantilo, Claudio Puyó y Miguel Zavaleta. A nivel de nostalgia rockera, es un placer escuchar a una superbanda de veteranos (Rodolfo García, Willie Quiroga, Ciro Fogliatta y Héctor Starc. o algo así como la mixtura entre Vox Dei, Los Gatos, Almendra y Aquelarre) acompañando en vivo al dúo Capusotto-Luque en el tema homónimo y leit-motiv del film compuesto por DC y David Lebón. Además de ese y otros placeres, cabe destacar el ambicioso despliegue visual (con mucha posproducción y creativas CGI) para esta sátira sobre antihéroes, adultos que parecen eternos adolescentes, que no hace otra cosa que amplificar el desparpajo de una propuesta que, por momentos, hasta coquetea con el cómic y el cine de animación. Estamos, por lo tanto, frente a una de esas comedias fumonas que tan bien funcionan en la taquilla de los Estados Unidos o en España, un film con inevitable destino de culto. Habrá quienes logren sumergirse en este universo lunático y quienes, en cambio, se queden afuera. Más allá de la mayor o menos adhesión, lo cierto es que Pájaros volando es un largometraje con no pocos méritos, que no se burla del espectador sino que, por el contrario, lo invita a ser parte de una fiesta llena de humor negro y desprejuicio.
Los malos y la conquista de la Luna Mi villano favorito, una buena historia con simpáticos personajes que seguramente tendrá continuación Tras los éxitos de Disney-Pixar (como la saga de Toy Story ), Fox (la de La Era de Hielo ), DreamWorks (la de Shrek ) y Sony ( Lluvia de hamburguesas ), un nuevo estudio de Hollywood se suma al muy lucrativo e hipercompetitivo mercado de la animación digital: se trata de Universal que, de la mano de la compañía Illumination Entertainment y con el aporte de numerosos artistas europeos, debuta -con todos los honores- con Mi villano favorito . La primera audacia (y el principal logro) de este film pasa por Gru, el villano favorito del título en castellano porque, claro, se trata de un protagonista que es un gran villano y que, con el desarrollo de la trama, se convertirá en el verdadero favorito del público. Un personaje tan dominado por traumas, inseguridades, celos y delirios de grandeza que es capaz de plantearse una misión para muchos imposible (robarse la Luna), concretarla con la ayuda de su veterano ladero, el Dr. Nefario, y luego cambiar por completo de rumbo (no adelantaremos nada más). La película se permite ser en principio muy negra y despiadada (casi al borde de la incorrección política) y luego, profundamente sentimental (heredera del espíritu dickensiano) sin perder nunca el ingenio, la gracia ni la empatía de sus muy disímiles personajes, que van desde malvados que parecen salidos de un film de James Bond hasta unas pequeñas y encantadoras huérfanas capaces de ablandar el corazón más rocoso. Más allá de la solidez de la trama y de la simpatía de sus caricaturescos protagonistas, los principales aciertos de Mi villano favorito tienen que ver con la fluidez de la narración, la belleza de sus coloridos y extravagantes dibujos y el inteligente uso de las posibilidades de la animación tridimensional (véase ese verdadero demo de aplicaciones tecnológicas que es la secuencia de créditos finales). Puede que a este film le falten esos raptos de genialidad y de lirismo que aparecen en las películas de Pixar, pero sería injusto minimizar los logros de esta primera producción animada del tándem Universal- Illumination frente a la extensa trayectoria de los creadores de WALL-E . Por lo pronto, este villano animado ya tiene vuelo propio y, seguramente, mucho futuro dentro de lo que seguramente será una larga y fructífera franquicia. Lamentablemente, Mi villano favorito se estrena sólo en versión doblada al castellano. Por lo tanto, será imposible (por lo menos hasta la edición en DVD) disfrutar de las voces originales de Steve Carell como Gru, Will Arnett, Jason Segel, Russell Brand y Julie Andrews, entre otros grandes intérpretes. Una pena.
Pensar en grande Terminé de ver El Origen hace tres horas (¡la proyección de prensa arrancó a las 9.30 AM!). Me fui del Cinemark Palermo sin hablar con nadie (a propósito) y al rato -ya instalado frente a mi netbook- tuve un interesante intercambio vía Twitter con los colegas/amigos Diego Lerer, Hernán Ferreirós y Santiago García (a los dos primeros les gustó menos y al tercero más que a mí). Esta película de Christopher Nolan (desde ahora CN) es de esas que se van a discutir mucho y durante mucho tiempo. Es uno de esos (escasos) films ambiciosos, exigentes e “importantes” made in Hollywood que piden a gritos una segunda visión, un tiempo prudencial para que “decante” y así poder analizarlo, desmenuzarlo mejor. Pero a mí, en cambio, me gusta escribir “en caliente”, con las palpitaciones todavía a mil. Ya habrá tiempo, si cabe, para una relectura. Para mí, aclaro, no es la obra maestra que buena parte de los críticos del mundo han exaltado y ni siquiera la considero lo mejor de un director de enorme categoría como CN, pero creo que no tenía tanta expectativa previa (al final, un poco defraudada) ni tantos deseos de escribir desde… ¿Batman: El Caballero de la Noche? Lo de la calificación, si me permite, merece una explicación y, como siempre, es relativa: un film de “8 puntos” debería haberme convencido o emocionado más que El Origen, pero al mismo tiempo se trata de una "tormenta" visual y de un guión que propone un universo cinematográfico tan impactante y arriesgado, que uno no puede ponerlo en el mismo nivel que, digamos, Miss Tacuarembó, Las hierbas salvajes o Plan B, por nombrar a las tres últimas películas que califiqué con 7. Hay tres sensaciones que tuve durante la visión de El Origen (una experiencia fascinante, agobiante y agotadora a la vez) y que luego el amigo Lerer compartió en el ida y vuelta de los 140 caracteres twitteros: 1) Que a Nolan se le subieron el éxito y los elogios a la cabeza y decidió regodearse (y abrumarnos) con su inmenso talento narrativo y su inagotable creatividad en lo que por momentos resulta un ejercicio de virtuosismo demasiado frío y artificial; 2) Que los múltiples hallazgos formales y temáticos del film se ven truncados en buena parte por la constante (sobre)explicación, perdiéndonos así como espectadores la posibilidad de vagar por esos universos enigmáticos donde cada uno puede elegir cualquiera de esos senderos que se bifurcan; 3) Y que su psicologismo barato (digno del tomo 1 de un manual freudiano) conspira contra la empatía y la identificación del espectador (yo también pensé mucho durante la proyección en qué hubiesen hecho David Lynch y especialmente David Cronenberg con estos materiales: seguramente algo mucho menos explícito, calculado y perfecto). ¿Con todos estos reparos estoy desaconsejando la visión de El Origen? Rotundamente no. Las mil y una referencias que leí y escuché en los últimos días -el Stanley Kubrick de 2001, odisea del espacio, Minority Report, El vengador del futuro, Blade Runner y la obra de Philip K. Dick; el Orson Welles de El ciudadano, el cine de Michel Gondry o la literatura de Jorge Luis Borges- me parecen válidas e intrascendentes a la vez (esta vez, mero regodeo de críticos), porque más allá de sus múltiples influencias, antecedentes, inspiraciones y “homenajes” el gran mérito de CN es el de haber concebido un thriller noir y psicológico (onírico) a la medida de las (impresionantes) posibilidades del arte de las CGI. En este sentido, me animo a sostener que es tan o más “revolucionaria” que Avatar. “No temas soñar en grande”, le dice un personaje a otro promediando la película y ése parece ser el leit-motiv de El Origen y de la obra de CN en general. Los sueños, la percepción, la manipulación de los recuerdos, la realidad virtual y los saltos en el tiempo son una constante en la filmografía del creador de Memento: recuerdos del crimen; Noches blancas, El gran truco y sus dos incursiones en el mundo Batman; y aquí el director se da todos los gustos con sus 200 millones de dólares de presupuesto. CN nos sumerge en las desventuras de un equipo (Leonardo DiCaprio, Joseph Gordon-Levitt , Ellen Page, Tom Hardy, Ken Watanabe y Dileep Rao) de ladrones y “traficantes” de sueños, especialistas en extraer y, por qué no, también en implantar vivencias e ideas para así cambiar el pensamiento y, claro, el comportamiento de una persona. Los 148 minutos de El Origen nos llevarán entonces con sus múltiples capas narrativas (un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño) por terrenos de la ciencia ficción, del thriller corporativo con traiciones cruzadas, de eas misiones imposibles propias del cine de acción, de un melodrama sobre la culpa y el perdón, y de una épica romántica (y familiar) con DiCaprio y la francesa Marion Cotillard protagonizando un amor trágico e imposible (que nunca termina de funcionar del todo). Aunque al colega Javier Porta Fouz le repugne el análisis “por rubros”, le voy a dedicar unas líneas de admiración al fotógrafo Wally Pfister (un orfebre capaz de iluminar hasta los más mínimos detalles del plano) y otras de indignación a la omnipresente, abusiva y explícita banda sonora de Hans Zimmer, de esas que nos dicen cuándo debemos conmovernos o sobresaltarnos (cosa que igualmente casi no ocurre). De todas formas, aún cuando puede decirse que El Origen es una experiencia algo fallida como un todo, hay secuencias espectaculares, dignas de un maestro como sin dudas lo es CN. No quiero adelantar nada, pero la París “doblada” o las imágenes que desafían la ley de la gravedad son sólo algunas de ellas. Esos pasajes de gran cine compensan todo lo que de agobiante y pretenciosa tiene esta laberíntica, quijotesca película que, seguramente, seguiremos debatiendo largamente aquí abajo. Por supuesto, están todos invitados.
Una comedia bastante infantil Son como niños no logra superar las obviedades y los clichés de su planteo La dupla conformada por el director Dennis Dugan y el actor, productor y ocasional guionista Adam Sandler ha concretado en los últimos 15 años seis películas, todas muy exitosas y un par de ellas (Un papá genial, No te metas con Zohan) bastante atendibles. En Son como niños , con Sandler como coautor de la trama, pero sin el protagonismo exclusivo de otros films suyos (hay una apuesta por una estructura coral con varias estrellas de la comedia norteamericana rodeándolo), el resultado es de lo más decepcionante que en términos artísticos ha entregado esta prolífica asociación entre realizador e intérprete (ya tienen dos nuevos proyectos en camino para el año próximo). La película arranca con un prólogo ambientado en 1978, cuando un equipo infantil de básquet gana un campeonato interescolar en el último segundo. Tres décadas más tarde, el entrenador de aquel grupo muere y los ya cuarentones ex jugadores se reencuentran en el funeral para homenajearlo. Uno de ellos, un exitoso agente de Hollywood (Sandler), alquila una casona junto a un lago e invita a los otros cuatro, típicos perdedores, excéntricos pero de buen corazón (Kevin James, Chris Rock, David Spade y Rob Schneider), a pasar el tradicional fin de semana largo del 4 de julio junto con sus esposas e hijos. Un ámbito y un contexto ideales para todo tipo de enredos, malos entendidos, travesuras, bromas y torpezas protagonizadas por estos adultos inmaduros a los que alude el título. Como en todo producto de la denominada Nueva Comedia Americana, hay muchos chistes de doble sentido, escatológicos y sexuales, pero esta vez la propuesta no sólo no es transgresora en su retrato de las familias disfuncionales sino que termina siendo concesiva. El problema mayor, de todas maneras, tampoco es que sea complaciente (está lleno de historias que dejan al espectador satisfecho aún apelando a ciertas resoluciones demagógicas) sino que aquí todo se resuelve con torpeza y sin ingenio. La película -con muchas más carencias que aciertos- intenta contraponer la camaradería masculina con la femenina (por allí aparecen, muy desaprovechadas, Salma Hayek, Maria Bello, Maya Rudolph y la veterana Joyce Van Patten), pero el contraste tampoco funciona. Esta celebración de la amistad más allá de las diferencias tiene, es cierto, un puñado de observaciones graciosas y emotivas, pero esos hallazgos son escasos dentro de una comedia que, en definitiva, resulta demasiado obvia y superficial.
Puro reciclaje... con onda Esta opera prima de los hermanos catalanes Alex y David Pastor (29 y 31 años) no es más que un reciclaje (no debe haber ni una sola idea original en sus 84 minutos) de elementos, personajes y situaciones ya vistos en decenas de películas de terror apocalíptico sobre virus + zombies + caos + violencia. Los Pastor -que se suman a la avalancha de cineastas españoles que están haciendo carrera dentro del género de terror/fantástico- tienen parte de la culpa (son los guionistas), pero también parte del mérito de hacer bastante tolerables los 84 minutos gracias a un aplomo narrativo (digna la puesta en escena y sólidos en el uso de los recursos técnicos) que les sirve de carta de presentación con vistas a filmar en un futuro historias un poco más audaces y originales. Dos hermanos (uno tosco e impulsivo, el otro contenido y cerebral) y sus novias/amigas recorren carreteras desoladas y pueblos fantasmas en un planeta que se va quedando sin comida, sin combustible... y sin gente. Es territorio arrasado, un ámbito para el sálvese quien pueda y la supervivencia del más apto, ya que la cura del virus que ha desatado la epidema parece cada vez más lejana. Todos los sobrevivientes van armados y son (o se ven obligados a ser) insensibles ante el dolor y la degradación (física y moral) que los rodea. Como verán, esta suerte de sinopsis podría ser extraída de cualquier página de IMDb. Estamos, por lo tanto, ante un subproducto con algo de George A. Romero y compañía. De todas maneras, no deja de ser medianamente entretenida. Ya veremos, por lo tanto, a los hermanos Pastor haciendo dentro de poco películas más grandes (en presupuesto) y más elaboradas (en guión).