Viaje a ninguna parte He leído y escuchado que algunos colegas se atreven a comparar este film de Estrada con el cine de Lisandro Alonso o incluso con el de Abbas Kiarostami y otros referentes de la producción iraní. Si existe alguna filiación posible, ésta termina cuando se ven los planos elementales, sin brillo, profundidad ni "peso" de esta opera prima apenas correcta y bienintencionada. Basada en un caso real (un padre que salva a su hija enferma llevándola a lomo de burro entre montañas desde su casita perdida en el medio de la nada hasta una ciudad con hospital), El viaje de Avelino sintoniza con algunos elementos muy de moda en estos tiempos (los cruces permanentes entre el documental antropológico y la reconstrucción/ficcionalización de hechos verdaderos interpretados por los propios protagonistas), pero a este film le falta la audacia, el lirismo, la sensibilidad y la profundidad como para trascender los modelos más transitados. El distanciamiento (que algunos confundirán con austeridad y pudor) tampoco genera empatía hacia la épica de Avelino. Y, para cerrar el combo, no hay aquí capacidad como para transformar a los paisajes helados y pedregosos de Río Grande en un personaje más de la historia. La "frutilla" del film es la inclusión de un fragmento televisivo (un típico informe edulcorado de la señal TN) en el que nos aclaran que este caso ha sido real, aunque luego un cartel nos indicará que un caso similar terminó con la muerte de un menor. Decisiones a tono con las limitaciones de la película. PD 1: Esta reseña fue publicada durante el BAFICI 2009. PD 2: Más allá de la calidad de la película, destacamos que con este film arranca formalmente como espacio exclusivo para documentales argentinos la sala 3 (105 butacas) del complejo Arteplex Belgrano, desde ahora denominada INCAA-DOC, que será programado por el INCAA, y tendrá entradas a 10 pesos (con descuentos para jubilados y estudiantes). Una excelente iniciativa.
Diferencias de clase... sin clase "Al menos las actuaciones y la fotografía de Agnès Godard logran que esta sea una muy elegante basura". Así define, con absoluta contundencia y no poca justicia, el crítico Jason Anderson en EyeWeekly.com a este nuevo film de Catherine Corsini. OK, quizás lo de "basura" es un término demasiado fuerte, pero esta (otra) historia de infidelidad matrimonial obvia, "de manual", huele a fórmula rancia, a cúmulo de clisés, estereotipos y lugares comunes que -pese a sus intenciones y esfuerzos- no resulta jamás audaz ni provocativa ni perturbadora. Un médico exitoso (Ivan Attal) vive con su esposa (Kristin Scott Thomas, definitivamente convertida en la nueva "musa" del melodrama romántico francés), que tiene intenciones de volver a ejercer como kinesióloga luego de una década alejada de la profesión. Mientras reciclan un sector de la mansión familiar (tienen dos hijos ya adolescentes) para que ella pueda tener su consultorio, la protagonista se va obsesionando por (y enamorando de) un albañil español (Sergi López) que es padre de una niña y acaba de salir de la cárcel. La cosa transita por carriles esperables dentro del drama pasional con una trama de manipulaciones, extorsiones y engaños que hacen un claro hincapié en las diferencias de clases y los abusos de poder. Algo que, por citar un ejemplo, el gran Claude Chabrol ya ha elaborado con mucha mejor fortuna en joyas como La ceremonia. Gran éxito en Francia, Partir llega aquí en busca de lo que queda de ese público adulto e intelectual, pero -más allá de los paliativos que cita el colega canadiense (y que suscribo)- resulta otra decepción de una directora (Replay, La repetición) con la que sigo sin tener suerte. Una pena.
Fábula (des)animada con moraleja ecologista Sin llegar a ser una gran película, el Martín Fierro en versión Fontanarrosa que en 2007 presentaron Norman Ruiz y Liliana Romero tenía varios aspectos narrativos y visuales interesantes por lo que podía esperarse un nuevo paso adelante con esta transposición de otro clásico, en este caso el de Horacio Quiroga. Con la experiencia adquirida y con los tres años de distancia (una eternidad en cuanto a desarrollo tecnológico dentro del campo de la animación), casi no había dudas de que nos íbamos a encontrar con un film mejor. Lamentablemente, no fue así y lo digo con absoluta decepción. Estos Cuentos de la selva resultan precarios (por ser generosos) en el terreno artístico y decididamente aburridos en cuanto a su historia y su narración. Quienes me leen saben que no soy patriotero ni pro-Hollywood, pero si esta es la gran apuesta nacional para enfrentar en estas vacaciones de invierno a la notable Toy Story 3 y a la mediocre Shrek para siempre, la batalla está perdida de antemano. La película está mucho mejor dibujada y coloreada que animada. Me explico: las figuras de lo animales son atractivas, pero sus movimientos lucen toscos, sus rostros carecen de expresividad y así la cosa se hace muy cuesta arriba. Para colmo, el tratamiento carece del humor, de la empatía y de la chispa que un producto infantil (familiar) exige a gritos. Hay cosas básicas, imperdonables a esta altura: dentro de una misma escena, por ejemplo, se alternan fondos fijos y otros en movimiento (como si el viento o el agua de golpe se detuvieran por completo y a los pocos segundos todo volviera a seguir su curso). Tampoco hay demasiados hallazgos en cuanto al trabajo con las voces, las canciones ni las coreografías. Lo que queda, entones, es una obvia fábula ecologista sobre los peligros del desmonte indiscriminado en la Mesopotamia que genera sequía, contaminación y falta de comida para los animales. Las especies locales -en peligro de extinción- se rebelerán contra "La Bestia" (léase los insensibles humanos con sus arrasadoras maquinarias), mientras que un niño será el despertar de las conciencias. Poco, muy poco (increíblemente poco) para esta (des)animada versión de la obra maestra de Quiroga, que merecía mucha mejor suerte en el cine.
Contra la obediencia debida Corneliu Porumboiu es un descubrimiento de la Quincena de Realizadores (muestra paralela del Festival de Cannes), ya que desde allí ganó nada menos que la Cámara de Oro (distinción a la mejor opera prima) de la edición 2006 con la satírica Bucarest 12:08, estrenada luego en los cines argentinos. Con su segundo largometraje, Policía, adjetivo, este notable exponente del nuevo cine rumano fue uno de los premiados en la sección oficial Un Certain Régard de Cannes 2009. Esta gema también llega ahora a las salas locales, aunque sólo en proyección digital. Police, Adjective describe los dilemas éticos y morales de un detective al que le encargan vigilar a un estudiante secundario que todos los días consume cigarrillos de marihuana en un parque. Su superior y un procurador quieren que investigue quién le provee la droga, con quién la comparte y desbaratar así el "tráfico". Pero el protagonista está convencido de que se trata de un muchacho cualquiera y va dilatando el caso para no tener que detenerlo por una simple tenencia, delito que en Rumania -al contrario que en el resto de Europa, donde está despenalizado- tiene un mínimo de tres años y medio de prisión. Porumboiu se sumerge en los problemas de conciencia, filma la cotidianeidad del policía (los diálogos con sus compañeros de trabajo y con su esposa) y su obsesivo seguimiento del caso, mientras va descubriendo las miserias burocráticas y la tendencia represiva de una sociedad que todavía no ha podido quitarse del todo la pesada carga de su pasado comunista. El film tiene una puesta en escena precisa, un nivel de observación y de detalle que lo hace implacable, un humor que la platea festeja a cada minuto, y un nivel actoral sublime. Pero lo más importante de todo es la inteligencia con que Porumboiu construye y deconstruye el relato, cómo va agregando capas y niveles de lectura, cómo el final aumenta y resignifica todo lo que se ha visto hasta entonces. Una película pequeña y enorme a la vez.
Una de magos con poca magia El aprendiz de brujo, una superproducción demasiado artificial y previsible Hace cuatro semanas, Disney estrenó una película construida íntegramente en computadora como Toy Story 3 , capaz de emocionar hasta las lágrimas con sus personajes animados. Hoy, lanza una superproducción con actores de carne y hueso que luce siempre mecánica y artificial, más allá del vértigo, de la espectacularidad y de la adrenalina de sus múltiples escenas de acción elaboradas a fuerza de efectos visuales. La acumulación de set-pieces (secuencias de alto impacto) constituye el sello de las producciones del poderoso Jerry Bruckheimer ( Bad Boys, Piratas del Caribe , Transformers ), que aquí se reúne con el director Jon Turteltaub y el astro Nicolas Cage con la idea de repetir el éxito de otra de sus sagas: La leyenda del tesoro perdido . El guión de Matt Lopez, Doug Miro y Carlo Bernard propone una mixtura de fórmulas ya vistas en decenas de películas: desde la historia del mago Merlín hasta situaciones propias de la franquicia de Harry Potter, pasando por el esquema de mentor-discípulo, los clisés de las comedias románticas juveniles y, claro, la combinación entre elementos antiguos y contemporáneos ya elaborada por este mismo equipo en la apuntada La leyenda del tesoro perdido . Cage interpreta ahora a Balthazar, uno de los tres herederos de Merlín, que debe enfrentar a los malvados (caricaturescos) hechiceros Maxim Horvath (Alfred Molina) y Morgana (Alice Krige), salvar a su amada Veronica (Monica Bellucci) y encontrar al aprendiz del título -denominado El Supremo Merliniano-, que no es otro que un típico antihéroe veinteañero de la Nueva York actual (Jay Baruchel), que parece más interesado en conquistar a la rubia Becky Barnes (Teresa Palmer) que en convertirse en el salvador del mundo. El film nunca alcanza la intensidad buscada (toda una paradoja en una producción que bombardea con constantes escenas de acción editadas con un ritmo trepidante y un sonido invasivo) y, como el espectador queda imposibilitado de comprometerse y mucho menos de identificarse con las vivencias de los personajes, todo parece armado como si se tratara de una sucesión casi sin pausas de secuencias a puro vértigo, de un largo trailer de 108 minutos. Tómelo o déjelo.
¿Quieres ser Natalia Oreiro? Director de culto dentro del cortometraje y el videoarte, el joven montevideano -radicado en Madrid- Martín Sastre llega finalmente a su primer largo con una apuesta pop y posmoderna que remite en estética y desenfado al cine de los Michel Gondry o los Spike Jonze, pero sin renegar de sus raíces bien uruguayas. Llena de ideas y de apuestas de riesgo, Miss Tacuarembó podría haber sido mucho mejor de lo que es, pero al mismo tiempo resulta mucho mejor que buena parte del cine latinoamericano reciente. Si la proporción de aciertos (estéticos, humorísticos, narrativos) sobre el total de intentos hubiese sido mayor, estaríamos hablando de una película enorme y del surgimiento de un gran director. Pero los logros (no menores) terminan siendo más bien modestos, ya que en varios pasajes el film resulta algo fallido. Sastre narra la historia de la protagonista Natalia en varios tiempos, básicamente durante su infancia (interpretada por la promisoria Sofía Silvera), cuando a los 9 años sueña con ganar el concurso de Miss Tacuarembó para salir de ese pueblo gris y sin futuro con la intención de viajar y triunfar como cantante en Buenos Aires; y su adultez (ya en la piel de Natalia Oreiro), cuando la ahora treintañera es un cúmulo de decepciones, trabaja en un patético parque de diversiones de temática religiosa y termina participando a su pesar en un reality show del estilo Gente que busca gente. Basada en la novela de Dani Umpi y construida a partir de varias canciones originales de Ale Sergi (líder del grupo Miranda!) que permiten jugar con coreografías semi(anti)profesionales, Miss Tacuarembó apuesta a una estética kitsch ochentosa en la que no faltan referencias directas a Los Parchís, Flashdance, Madonna o la telenovela Cristal (con cameo incluido de la actriz Jeanette Rodríguez). Más allá de una glamorosa escena en Hollywood a-la-Flashdance, Oreiro sostiene un personaje (en realidad dos, ya verán) con bastante de perdedora y no poca frustración. Por supuesto, tendrá espacio para cantar y bailar (hasta con el Cristo que interpreta Mike Amigorena), demostrando que es una gran estrella, aunque la película lejos está de ser un mero vehículo para su lucimiento. Entre la sátira religiosa a-lo-Monty Python, participaciones especiales como las de Graciela Borges (en el papel de una excéntrica multimillonaria), un despliegue estético que permite ir desde la home-movie hasta la edición fotográfica, pasando por el musical cursi o el grotesco (vean si no a la almodovariana Rossy de Palma como conductora del reality televisivo), Miss Tacuarembó resulta una fábula pop sobre los sueños, miserias y crueldades de la infancia, sobre la amistad, el amor, la fama y la fe, sobre la hipocresía y la represión social (y cómo cambatirlas). Estamos ante una película inevitablemente despareja y seguramente polémica en su recepción, pero también ante una propuesta artística llena de libertad y de creatividad. Es más de lo que mucho cine puede ofrecer en el adocenado y previsible panorama actual. PD: Luego de los créditos de cierre hay imágenes del casting realizada a más de 800 niñas de 9 años que, por entonces, soñaban con ser la pequeña Natalia (Oreiro) de la ficción.
Otra misión imposible El guión del ignoto Patrick O'Neill apuesta a combinar por agua, tierra y aire acción, aventuras, romance, suspenso, comedia y un festival de efectos visuales reciclando elementos, situaciones, ambientes y recursos ya vistos una y mil veces. Una rápida enumeración no debería obviar a: 1- El cine de Alfred Hitchcock. 2- La saga de Misión: imposible. 3- Las películas de James Bond. 4- La saga del agente Jason Bourne. 5- Sr. y Sra. Smith. 6- La saga de La gran estafa. 7- Charada. La lista podría seguir hasta el infinito... y más allá, pero considero que el lector ya tendrá a esta altura una idea más o menos cierta de por dónde transita este "refrito" que no indigna, es cierto, pero que creo sólo puede disfrutarse (un poco) en plan "bizarro"; es decir, aceptando su apuesta por el ridículo y minimizando sus clisés y estereotipos en pos del "homenaje", la "cita" o la "recreación" de toda la propuesta. Esperaba más de James Mangold, no porque sea un gran director (tiene un par de bodrios en su haber) sino porque venía demostrando que es de esos "artesanos" todoterreno que tan funcionales (y necesarios) son para la industria de Hollywood. Pero esta vez el director de las dignas Tierra de policías, El tren de las 3:10 a Yuma y Johnny & June: Pasión y locura. se limita a fotografiar lo mejor posible a las dos estrellas (¡qué viejos están Tom Cruise y Cameron Diaz y qué poca química hay entre ellos!) y a construir, una tras otra, las set-pieces a fuerza de CGI en los más diversos puntos del planeta y en todas las variantes posibles (aviones, trenes, autos, motos, lanchas). Pero si con el romance y la comedia no pasa absolutamente nada y si Cruise no logra convencernos de que es el heredero de Cary Grant, la adrenalina tampoco alcanza a compensar demasiado los baches (abismos) de un producto tan inofensivo como en definitiva insustancioso. La trama aquí es lo de menos (todos luchan por hacerse de una batería, el MacGuffin del asunto) y la cosa por lo tanto queda en una sucesión de persecuciones y explosiones. Ah, el destino final de los protagonistas es... el Cabo de Hornos. Recibamos, entonces, a esta pareja marketinera, pero esta vez muy poco explosiva.
Elogio del amor (desmesurado) Aunque varios de mis colegas más prestigiosos de todo el mundo vienen sosteniendo desde que la vimos en su première mundial en el último Festival de Cannes que Las hierbas salvajes es una obra maestra (Cahiers du Cinéma, por ejemplo, la consignó como la mejor película de 2009), yo no alcancé a disfrutarla a ese nivel y, si bien lo considero un trabajo lleno de audacia, de libertad, de ideas y de hallazgos, no lo ubiqué en mi lista de favoritos del año pasado. Decidí -Resnais se lo merece- darle una segunda oportunidad y volví a ver la película unos días antes de su (bienvenido) estreno comercial. No hubo caso. Su apuesta al artificio naïf, al absurdo, a la exageración que por momentos casi roza el ridículo son demasiado para mí, al menos en el contexto de esta tragicomedia romántica (Conozco la canción, por ejemplo, sí me parece una obra maestra porque el musical se presta más a los desbordes). En su siempre estimulante columna Desde Europa, nuestro amigo catalán Manuel Yáñez Murillo propone una "lectura" posible del film: "Resnais violenta los límites de lo verosímil para confeccionar un grácil elogio de la energía fabuladora del cine. Sin miedo a incurrir en lo naif, Resnais construye una historia de amour fou entre el cinéfilo Georges (André Dussollier) y la aviadora Marguerite (Sabine Azéma), en la que el deseo y la pasión consiguen romper con los protocolos sociales y el academicismo narrativo. Un delirio lúdico, lúcido, incandescente y moderno que no teme transitar el territorio de lo ridículo en su apetencia por la conquista de lo sublime. No tengo demasiados argumentos para oponer al brillante concepto de Manu, por lo que aquí entra a jugar la más absoluta y caprichosa subjetividad / sensibilidad: disfruté del hecho de que un maestro del cine como el director de Hiroshima mon amour y Hace una año en Marienbad adaptara con casi 87 años por primera vez en su carrera una novela y convirtiera el relato original de Christian Gailly en una de sus típicas películas corales y de enredos sobre los vericuetos del amor y del azar. Pero, aunque me divierten sus excesos y me tienen sin cuidado sus recaídas, no pude ingresar del todo en el juego de gato y ratón, de atracciones y rechazos, de perversiones y convenciones sociales que propone Resnais. Así, quedé como un observador privilegiado, fascinado, pero no "involucrado" en esta comedia/drama demencial. La historia de amor (imposible) entre un hombre casado desde hace 30 años y dueño de un oscuro pasado que sólo podemos adivinar (Dussollier) y una dentista y fanática de la aviación (Azéma) que se desata a partir de un hecho banal de lo cotidiano (el robo a ella de una billetera roja que luego es encontrada por él en el estacionamiento de un shopping) es premeditadamente desconcertante en sus bruscos cambios de tono (que pendula entre la más absoluta levedad y ciertos toques de gravedad), pero termina siendo rescatada por la innegable gracia, sensibilidad, melancolía y ligereza de este incansable patriarca de la nouvelle vague. PD: Gran trabajo del DF Eric Gautier y lucido, como siempre, los secundarios de Anne Consigny (la esposa del protagonista), Emmanuelle Devos (la amiga y confidente de Azéma) y Mathieu Amalric (el desquiciado policía "psicólogo").
Shrek y un extraño pacto con el mal La última entrega de la saga del ogro verde es la más convencional, aunque conserva ritmo y excelencia visual Esta cuarta (y aparentemente última) entrega de la saga de Shrek mantiene su excelencia estética, su ritmo adrenalínico, su apuesta por el gag físico y verbal casi sin pausas y la simpatía de sus queribles personajes, pero el film dirigido por Mike Mitchell resulta el más convencional, el menos inspirado de esta exitosa franquicia infantil (familiar). Los signos de agotamiento y la necesidad de recurrir a fórmulas y lugares comunes de la producción animada son evidentes en buena parte de los 93 minutos de la película, que de todas maneras se sostiene en buena medida por el encanto de sus protagonistas y por el despliegue cromático, un diseño visual que en esta oportunidad incluye además muchos efectos de alto impacto concebidos para el disfrute de los más chicos en las salas digitales 3D. El guión de Darren Lemke (uno de los autores de la cotizada serie Lost ) y Josh Klausner ( Una noche fuera de serie ) arranca con un Shrek agobiado por la crianza de sus tres hijos y harto de la rutina cotidiana. Convertido él mismo y su pantano en atracciones turísticas, desea recuperar la esencia de un ogro: vivir sin límites ni ataduras. Así, resulta una víctima fácil del cruel y ambicioso mago Rumpelstiltskin (la principal incorporación del film), que desea apoderarse del reino de Muy Muy Lejano. Para colmo de males, el anithéroe descubre que Fiona (de la que se ha ido alejando progresivamente) es ahora la líder de un grupo revolucionario de ogros que enfrenta a ese nuevo dictador. Deberá, por lo tanto, unirse a la lucha y reconquistar su amor. Ya sin la creatividad, el ingenio, el desparpajo ni esa capacidad casi inagotable para sorprender, emocionar o divertir que regalaron los dos primeros capítulos (que consiguieron, entre otros muchos méritos, participar nada menos que en la competencia oficial del prestigioso Festival de Cannes), esta película se circunscribe a la apuntada solvencia técnico-visual y a la irrupción de algunos chispazos en los que vuelve a aflorar ese humor irreverente que convirtieron a Shrek, Fiona y Burro en personajes animados tan queridos y con destino de clásicos. Se trata, por lo tanto, de una despedida honrosa, pero al mismo tiempo bastante lejana de los mejores y más memorables momentos de la saga.
Todo por amor Con muy buenos antecedentes como documentalistas (algo que se pudo comprobar en el foco que el BAFICI les dedicó en abril último) llegó el matrimonio entre la italiana Tizza Covi y el austríaco Rainer Frimmel a su debut en la ficción con La Pivellina. Esta modestísima (“pivellina”) producción podría haber sido un desastre (si a uno le dijeran que se trata de la historia de unos artistas de un circo ambulante que crian a una niña de dos años abandonada por su madre en una plaza de un pueblo de las afueras de Roma inmediatamente pensarían en pintoresquismo + golpes bajos + sentimentalismo + melodrama barato). Nada de eso. La película es de una ternura, una vitalidad y una empatía nunca demagógica que la convierten en una pequeña gema. Actores no profesionales (Patrizia Gerardi parece una nueva Anna Magnani), dos directores que se encargan de casi todos los rubros, cámara 16mm en mano, nada de música incidental y una combinación entre rigor artesanal, humanismo y observaciones pletóricas de sensibilidad en medio de esas casas rodantes hacen de La Pivellina una de las grandes sorpresas de los últimos tiempos. PD 1: Nuestro amigo y colaborador catalán Manuel Yáñez Murillo escribió en OtrosCines.com que La Pivellina "se ubica en la línea del cine europeo de corte realista y centrado en la observación de las dinámicas sociales. Se trata de una historia que habría cautivado tanto a Vittorio de Sica como a Federico Fellini y que Covi y Frimmel filman a la manera de los hermanos Dardenne". Un concepto impecable para definir a estos neo-neorrealistas y al que me sumo. PD 2: Quienes hayan visto durante el último BAFICI el documental Babooska (2005) descubrirán allí el germen de lo que luego Covi y Frimmel concretarían en La Pivellina.