Una de terror que asusta más con sus climas que con sangre Aunque generalmente se ha dedicado al gore más explícito de la primera «El juego del miedo» o a policiales truculentos como «Sentencia de muerte», esta vez el director James Wan optó por adentrarse en lo sobrenatural con un estilo más sustancioso en climas e ideas que en sangre. Con excelentes resultados, ya que «La noche del demonio» es una gran película de terror de bajo presupuesto, que tiene el don de asustar realmente al espectador. La premisa parece original, aunque analizándola bien, no es otra cosa que una inteligente reelaboración del legendario episodio «Little girl lost» de la clásica serie «Dimensión Desconocida» sobre una nena perdida en una especie de limbo sobrenatural lindante con su propia habitación. El episodio en cuestión fue también el que inspiró la famosa producción de Spielberg «Poltergeist», pero Wan le da un toque especialmente realista y dramático al asunto, tan dramático como para tener en coma a un chico durante casi toda la película. Sólo que el chico no está en coma: su familia se acaba de mudar a una casa antigua donde hay ruidos y apariciones raras y difíciles de creer, pero que culminan con el espíritu vagando por el Más Allá y acosado por seres horribles, mientras su cuerpo vacío está postrado sin que ningún médico pueda hacer nada por él. Barbara Hershey, la gran actriz que protagonizó un clásico en la materia como «El ente», es la abuela del nene que conoce un secreto que hace evolucionar la historia en una dirección distinta a la de la típica historia de casa embrujada o espíritus diabólicos. James Wan logra paralizar de miedo al espectador con efectos de montaje y un buen guión que no requiere de demasiados efectos especiales, y sólo hacia el electrizante final la película se adentra en un terreno totalmente ajeno a la realidad, pero igualmente atemorizante, con recursos imaginativos que le dan al film un raro toque de cine de arte. En sintesis, «La noche del demonio» es una película de terror absolutamente recomendable al fan del género. Para el resto, hay que repetir la advertencia: asusta en serio.
Resaca más alocada que la de Las Vegas Bangkok es una ciudad atrapante. O mejor dicho, que atrapa. Esa es una de las lecciones de vida que se aprende viendo la segunda parte de «¿Qué pasó ayer?», la memorable comedia sobre una resaca colectiva en Las Vegas, con los mismos personajes resacosos de hace dos años transportados al sudeste asiático para experimentar otra juerga de dimensiones épicas y aún más salvaje que la original. No se sabe bien qué pensará del film la oficina de Turismo del gobierno de Tailandia, pero se puede asegurar que nadie puede sobrevivir a esta película sin sufrir al menos un par de fuertes ataques de carcajadas La estructura es la misma del film anterior. Hay un prólogo donde una novia tailandesa está siendo severamente recriminada por su padre por la desaparición del prometido justo la mañana del día de su boda. Suena un teléfono y uno de los padrinos llama y avisa que lo hicieron otra vez: están en grandes problemas, tan grandes como para ir pensando en la posibilidad de que la ceremonia no pueda llevarse a cabo. Ahí la narración retrocede a las vísperas del viaje a Tailandia para el casamiento del más serio del grupo de amigos (Ed Helms), el dentista que tiene una debilidad por las prostitutas, como se vio en las Vegas cuando se casó, totalmente borracho, con la profesional que les dejó su bebé de seña. El mismo hombre se casa ahora de verdad con una chica tailandesa de buena familia, y previniendo que no pase nada parecido al desastre previo, censura la despedida de soltero, y hasta se cuida de no beber nada que no haya abierto él mismo en los días previos a su boda. Pero, corte, y se despierta en un sórdido cuarto de hotel tailandés con el rostro tatuado a lo Mike Tyson y un monito que fuma y está vestidito con una campera rockera. El demente que arruinó todo la vez anterior drogando a todo el mundo (Zach Galifianakis, el Curly de estos Chiflados del reviente) jura que esta vez no tuvo nada que ver, pero de todos modos nadie se acuerda nada de lo que pasó la noche anterior, dónde demonios están, y por qué está desaparecido el hermanito de 16 años de la novia, un joven prodigio ya a punto de convertirse en cirujano. Lo más perturbador es que este virtuoso adolescente del chelo se dejó algo en el cuartucho de hotel: un dedo cortado cuidadosamente apoyado en un platito. Todo intento por reconstruir la noche en tinieblas para devolver el chico a la familia sólo los lleva a situaciones más dementes, que incluyen gangsters, traficantes de cualquier cosa, un monje budista que ha hecho votos de silencio y un burdel típicamente tailandés. Los gags son terriblemente eficaces, y sobre todo de un nivel de incorrección política que recuerda al más salvaje cine de culto de los 70, más que a cualquier producción hollywoodense actual. La nueva «¿Qué pasó ayer?» es tan buena, o incluso mejor, que la original, y además de estar sólidamente actuada e imaginativamente filmada, tiene la cualidad de intentar con éxito rotundo algo tan difícil como volver aún más negro, corrosivo y audaz el sentido del humor desquiciado de la película anterior.
Sirenas caníbales se roban la cuarta “Piratas del Caribe” La bucanera Penélope Cruz aporta tensión erótica a la entretenida secuela Las sirenas se roban esta cuarta entrega de los «Piratas del Caribe». Es decir, los elementos sobrenaturales vuelven a superar la actividad corsaria más realista, igual que en la segunda y tercera parte de esta saga inspirada por el más antiguo de los juegos mecánicos del parque de diversiones Disneyland. En su intento de llevar a la pantalla esa rara mezcla de tren fantasma y montaña rusa acuática, los detalles sobrenaturales son los que hacen la diferencia en relación a la más ñoña película original de esta serie de films que hasta ha cautivado al mismísimo guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards, que vuelve a aparecer como el padre del pirata Jack Sparrow, personaje que le sirve a Johnny Depp para sacar a la luz todo su lunático sentido del humor. La trama narra los esfuerzos de tres expediciones distintas por llegar primero a una fuente maravillosa de la juventud eterna. El asunto no es fácil, ya que cada uno de los miembros de las diferentes partidas posee un secreto indispensable para hacer funcionar correctamente la fuente mágica. Y el más problemático de los componentes del ritual es conseguir la lágrima fresca de una sirena. Lejos de la tradición homérica, estas sirenas si bien son mujeres hermosísimas con la mitad inferior del cuerpo cubierta de escamas y cola de pez, no enloquecen a los marinos con sus cantos para hacerlos zozobrar, sino que salen a la superficie, los besan, y habiendo seducido a sus presas, las arrastran a las profundidades del océano para devorarlos con su afilada dentadura. La escena del ataque de las sirenas justifica por sí sola toda la película, y es la que mejor aprovecha el 3D digital, que no siempre juega un papel demasiado importante, dado el estilo más bien llano elegido por el director Rob Marshall. Este especialista en musicales como «Chicago» se las arregla bien con las coreografías de las numerosas peleas entre piratas, incluyendo un escape de Jack Sparrow del palacio de Buckingham delante de las mismas narices del rey de Inglaterra, y un furibundo motín a bordo del buque «Venganza» del pirata Barbanegra, personaje nuevo en la saga muy bien interpretado por Ian Mc Shane, que se vuelve el centro de cada escena donde aparece. Penélope Cruz también es muy divertida como la hija de Barbanegra, una pirata que tiene una relación de amor/odio con Jack Sparrow que no se soluciona nunca a lo largo de la película y que logra dotar de una buena dosis de romance y tensión erótica a todo el film. Un film que empieza un poco lentamente luego de la espectacular fuga inicial y después, sobre todo a partir de la aparición de las sirenas, va tomando buen ritmo humorístico-fantasmal. Geoffrey Rush, como siempre, también aporta su talento a dos de las escenas más macabras de la película. En medio de tanto desmadre bucanero hay lugar para la poesía: la extraña historia de amor entre un predicador y una sirena es un raro condimento que realmente no se podía esperar en una superproducción de Disney.
Floja crónica de la caída de una espía real Antes que nada, no se explica por qué a una película que se llama en inglés «Fair Game» (es decir, algo así como «Juego limpio») acá le ponen el mismo título en castellano que un superclásico de Sidney Lumet («Network»), para colmo, a pocas semanas de la muerte del gran director. Pero, en fin, ése es un problema ajeno a este drama conspirativo, ya que sus productores no tienen la culpa de cómo lo titulan en nuestro país. Se llame como se llame, «Fair Game» tiene graves problemas propios. La película se basa en dos libros autobiográficos; uno escrito por Joe Wilson, el personaje de Sean Penn, otro por Valerie Plame, el personaje de Naomi Watts, ambos marido y mujer involucrados con el gobierno de George W. Bush, justo antes de la invasión a Irak buscando armas de destrucción masiva que no existían. El tema está mejor tratado en el film bélico cargado de suspenso «La ciudad de las tormentas», con Matt Damon (que lamentablemente entre nosotros sólo se conoció en DVD), donde se narra la decepción de un oficial en busca de dichas armas de destrucción masiva de Hussein en plena ocupación de Bagdad. En el caso de este film de Doug Liman, la decepción la sufren una agente de la CIA y su marido, ex diplomático que acepta hacerle un favor ad honorem a la administración Bush, viajando a un país africano que supuestamente le vendió uranio enriquecido a Saddam, cosa que sus pesquisas desmienten por completo, lo que no impide que los halcones de Washington den vuelta su informe para justificar una guerra. Nuestro héroe, indignado por la mentira, llama al «New York Times» y cuenta sus verdades, provocando que el Gobierno, en venganza, descubra la identidad de su esposa espía, lo que deja a su merced a sus múltiples contactos secretos en Irak y otros países de Medio oriente, llevando a la muerte a todos los que confiaron en ella. Si bien no es el tema más atractivo del mundo, lo más rescatable de esta floja crónica de lo que el espectador ya sabía de antemano es la descripción de las miserias de la vida cotidiana del espía, que genera, por ejemplo, como en este caso, que el marido nunca sepa dónde demonios anda su esposa, o si va a volver a su casa en una sola pieza, aunque le haya dicho que iba a una reunión muy aburrida en Cleveland, cuando perfectamente puede estar de incógnito en cualquier lado donde está a punto de explotar todo. Pero esto no basta para mantener la atención del espectador durante casi dos horas, que dado lo moroso de la narración, parecen bastante más. Sean Penn ayuda con su alto nivel actoral, mientras Naomi Watts prácticamente no cambia de expresión a lo largo de todo el film. Y, al final, ninguno de los dos sabe qué cara poner cuando el guión los obliga a sugerir un final feliz por salvar su matrimonio olvidando la estela de muertos inocentes que su ingenuidad dejó atras. La moraleja que deja «Fair Game» es que si uno se va a casar con una agente de la CIA, al menos conviene recordar que la agencia no incluye la mejor gente del mundo, sobre todo en tiempos de un presidente como Bush. Al film sólo le faltaría insinuar que ahora que gobierna un Premio Nobel de la Paz como Obama, ya no hay que preocuparse porque está todo bien.
Atractiva mezcla de thriller, cine negro y drama tribunalicio Mezcla de thriller, cine negro y drama tribunalicio, «Culpable o inocente» tiene a su favor una trama ingeniosa y, sobre todo, muy buenos actores, empezando por el personaje protagónico a cargo de Matthew McConaughey, pero cuidando cada actor que aparece cubriendo roles secundarios. Sólo le falta un poco más de suspenso, pero nunca deja de tener muy buen nivel. McConaughey es el abogado al que se refiere el titulo original, y lo mejor de la película es la descripción de los ardides poco escrupulosos de este picapleitos que literalmente tiene su oficina en un auto con el que recorre las calles asistiendo clientes que son invariablemente culpables de los delitos de los que los acusan. Por ejemplo, una reunión entre el asesor legal y sus clientes puede ser en la banquina de una aautopista cuando lo interceptan unos «hell angels» que quieren que libere a su principal «agricultor». Este tipo de detalles pintorescos más los astutos trucos del abogado para liberar tipos que le harían mejor a la sociedad si estuvieran tras las rejas, no logran que la policía tenga en gran estima al protagonista, ni tampoco su ex mujer, que está a cargo de la Fiscalía. Pero el hombre tiene una justificacion para su especialidad: un consejo de su padre abogado afirmando que la peor pesadilla puede ser un cliente inocente al que no se logra salvar de una condena injusta, mientras que si se falla con un delincuente culpable, no existirán demasiados problemas de conciencia. El asunto es que la defensa de un millonario que se jura absolutamente inocente de una acusación de ataque violento e intento de violación contra una prostituta coloca al abogado en el peor punto de aquellos temores paternos. Aparentemente podría estar defendiendo al culpable de un crimen por el que actualmente está preso un viejo cliente que juraba ser inocente, afirmación a la que, por supuesto, no le prestó atención, dada su línea de trabajo. El film empieza de manera contundente, pero, a medida que el director deja de describir el modus operandi del abogado estelar para centrarse en la trama policial, al asunto le falta un poco de tensión para thriller. Por suerte, funciona mejor cuando se asiste al juicio en el que un defensor quiere liberar a su cliente sólo para que lo puedan acusar por otro caso. Entre los brillantes actores secundarios, el que más se destaca es el talentoso William H. Macy en un rol de detective totalmente distinto a los papeles que ha interpretado a lo largo de su carrera.
Desaprovecha talentos un melodrama circense Aun sin haber leído la novela original en la que se basa este melodrama circense, da la sensación de que el director Francis Lawrence le hizo a su autora, Sara Gruen, algo parecido a la destrucción vergonzosa aplicada a Richard Matheson para su aborrecible versión fílmica de «Soy Leyenda». En todo caso, la película no empieza nada mal, ya que un gran actor como Hal Holbrook es un anciano medio perdido a la salida de un circo en tiempos actuales, y cuando el manager del lugar intenta devolverlo al asilo en el que vive, empieza a contar una larga historia sobre su paso por dos de los circos más famosos de la década de 1930, incluyendo uno donde hubo una memorable catástrofe con los animales sueltos atacando a los espectadores. La historia parece que va a ser larga, y para contarla, el anciano pide una botella de algo «que no sea jugo de manzana». A él le dan su whisky, pero lamentablemente el espectador recibe una tremenda sobredosis de opio. Es que «Agua para elefantes» convierte el típico triángulo amoroso entre la ecuyere, el domador y el forzudo de tantas películas mudas y de comienzos del sonoro en algo menos sórdido, aguado y, por sobre todo, menos sexy, lo que es una pena ya que en los mejores momentos Reese Witherspoon aprece realmente apetitosa. Ella es la mujer del cruel dueño del circo (Christop Waltz, gran actor bastante desaprovechado) que se enamora del estudiante de veterinaria Robert Pattinson, que cuida a la elefanta Rosie, seriamente maltratada por el villano de la historia. Las dos horas de proyección se vuelven casi eternas, ya que el director tiene una predilección por estirar escenas desabridas y minimizar las partes más intensas, por ejemplo la citada suelta de animales salvajes que podría haber incluido aunque sea alguna mordida de tigre que valga la pena. Pero no, y lo mismo pasa con las escenas de sexo, totalmente livianas. Incluso Holbrook sólo vuelve a aparecer al final, y ni siquiera mantienen su voz en off para el relato, que pasa a ser la de su versión juvenil, el inexpresivo galán Pattinson. En síntesis, es el tipo de película bien producida, con buena ambientación de época, pero en las que casi nunca pasa nada verdaderamente intenso, destinada a verse en alguna sesión de zapping de cable de tarde lluviosa.
Rápidos, furiosos, sin control y entretenidos Esta es la mejor de todas las «Rápido y furioso», no sólo porque el cambio de escenario en Rio de Janeiro ayuda mucho, sino básicamente porque no es una película de picadas entre delincuentes, sino una película sobre un robo imposible. La trama presenta al rey de las picadas, Vin Diesel, y el policía infiltrado, Paul Walker, ahora ya convertido en criminal fugitivo, escapando a Rio, donde inmediatamente se ponen a robar autos de alta gama. La escena de este atraco en un tren no sólo es un delirio que ya sirve para ver la acción demente y vertiginosa que propine el director Justin Lin sino qe detona el resto del argumento. Engañados por un jefe narco, y acusados de la muerte de varios agentes de la DEA, los héroes deciden enfrentar al gangster carioca pegádole en donde más le duelo, su dinero. El problema es que los 100 millones de dólares del narco se encuentran depositados en la caja fuerte ultramoderna de una comisaría, ya que según esta película el 90 por ciento de los policías de Rio son corruptos, lo que tal vez no haya dejado muy confomes a las autoridades brasileñas, pero a los efectos de hacer el film mucho más entretenido, funciona de maravillas. Dado que los cariocas están vendidos, el guión introduce a un policía implacable, nada menos que Dwayne «The Rock» Johnson haciendo un papel mucho más violento de los que acostumbra, ya que en una escena cualquiera se puede liquidar media docena de narcos de la favela sin pestañear. Teniendo en cuenta la violencia real que hay en las favelas de Rio, según se ve en los noticieros de televisión, se podía imaginar que el director Justin Lin podría poner todo su despliegue de imaginación para hacer que todo explote en este «Rápido y Furioso» brasileño. Pero las fantasías más audaces del espectador se quedan cortas con la super acción sin paz ni pausa que ofrece esta «Fast 5», corta en picadas pero riquísima en tiroteos, explosiones y sobre todo persecusiones desquiciadas con patrulleros, llegando a un climax, obviamente el robo final, donde la caja fuerte juega un papel único y realmente sorprendente dada su participación en una de las escenas de choques más demente de la historia del cine. No por ser totalmente inverosímil, este film deja de ser divertidísimo, y ningún fan del cine de super acción debería perdérselo.
El humor y el final son lo mejor de “Scream 4” Es difícil mantener una saga después de cierto tiempo, y la dupla Wes Craven (director) y Kevin Williamson (guionista) tuvo el buen tino de esperar una década antes de volver a los cuchillazos por llamada telefónica del gran éxito de taquilla «Scream». Esta cuarta parte empieza de manera realmente contundente, con varias amigas solas en las casas de sus padres, a punto de ver una película de terror, en este caso alguna nueva secuela de la saga de «Stab» (dirigida por Robert Rodriguez) es decir una serie de películas ficticias basadas en los crímenes telefónicos de las viejas películas de «Scream». De las seis espectadoras sólo sobrevive una. Las muertes son tan divertidas como creativas, tal como el fan de las tres películas anteriores de Craven y Williamson puede esperar. Luego llega justo Neve Campbell al pueblo, ya que la única sobreviviente entre las víctimas de la saga (sin contar a David Arquette y Courteney Cox, periodista y policía, ahora casados) acaba de escribir un libro sobre su horrible experiencia, un verdadero bestseller que por algún motivo, detonó una nueva serie de asesinatos del hombre de la capa negra, máscara de fantasma y gigantesco cuchillo. La película sigue carriles más o menos conocidos, con un par de muertes realmente fuertes e imaginativas en el medio, y algunos chistes formidables, que casi son lo mejor del film. Luego hay una especie de carnaval cinéfilo sobre las reglas del cine de terror, y cuando todo parecía un poco apagado, viene un doble final a todo splatter que no tiene desperdicio, donde termina de percibirse por completo el toque feminista del film. Lástima que todo no tenga el nivel de esta última parte porque, de ser así, ésta sería una de las mejores entradas en la serie.
“Thor”: el comic en su máxima expresión Junto con El Hombre Araña, Hulk y la inminente Capitán América, Thor era uno de los superhéroes top de la Marvel, y tal vez de ahí la demora en atreverse a convertir el comic sobre el hijo de Odín en película. Por suerte, el resultado está a la altura de las expectativas, con algunas de las imágenes más asombrosas que hayan surgido de la adaptación al cine de una historieta. La historia de Thor comienza con un misterioso prólogo donde un equipo de científicos liderados por Natalie Portman buscan una rara especie de tormenta cósmica y se encuentran con un hombre literalmente arrojado del espacio que choca contra su camioneta. De ahí la narración corta a la saga seminórdica, totalmente Marvel del Dios de Todo, es decir Odín (Anthony Hopkins tan eficaz como siempre). Todo lo que tiene que ver con el reino de Asgard y el puente del arco iris que la comunica con otros mundos tiene cualidades visuales superlativas. Los que temían que el británico Kenneth Branagh se deje llevar por algún delirio shakespeareano se equivocaban: las intrigas palaciegas entre Thor y su malvado hermano Loki (Tom Hiddleston) confabulado con el rey del mundo del hielo están llevadas con fluidez y rodeadas de super acción ciento por ciento fantástica, sin lugar para más pausas que las necesarias para que el espectador tenga tiempo de admirar los fabulosos decorados plasmados con imágenes que, al menos en este sentido, superan cualquier otra adaptación de Marvel Comics. Luego, cuando Thor es desterrado a nuestro planeta por un indignado Odín, Branagh maneja muy bien el humor propio de las andanzas de este hijo de dioses caminando entre simples mortales, lo que da lugar a vertiginosas escenas de acción, como cuando se enfrenta a todo el servicio secreto para tratar de recuperar su famoso martillo, retenido como si fuera alguna especie de satélite extraterrestre. Justamente el momento en el que Thor, convertido en mortal, vuelve a ser digno de sostener su martillo del poder, da lugar a una de las grandes escenas del comic en el cine, y justifica por sí sola la visión de este film en una sala (más por la dirección de Branagh y la música de Patrick Doyle que por los efectos 3D, que están dosificados con gran moderación). Las idas y vueltas de Thor de Asgard a la tierra le quitan algo de fluidez a la historia, dotada de múltiples momentos vertiginosos a cargo del más talentoso de los directores de segunda unidad, Vic Armstrong, el de la serie Bond y tantas otras producciones que necesiten que alguien se ocupe de los diálogos y otro de la acción (no por nada en este caso, el primer lugar luego del «Thor» de los títulos lo ocupa Armstrong). Los fans de la historieta se van a deleitar con las conexiones entre éste y otros comics de Marvel, y ya se pondrán ansiosos esperando la obvia secuela perfectamente adelantada en el final, quizá un poco menos generoso que el resto de esta gran película.
A Caperucita le sienta el terror No es la primera vez que, partiendo de la base del clásico infantil «Caperucita roja», un director termina aportando algo interesante al cine de hombres lobos. Ya lo había hecho Neil Jordan en una de sus mejores y menos conocidas películas, «En compania de lobos», que convertía la archiconocida historia en una estilizada película de terror . Ahora la directora de la transgresora «A los 13» y de la mucho más exitosa pero menos interesante «Crepúsculo», Catherine Hardwicke, toma el asunto de frente ya desde el título original, «Red Riding Hood», que perfectamente podría haberse traducido como «Caperucita Roka». La película es despareja y, sobre todo, tiene un comienzo muy flojo, con un prólogo super cursi con dos niños atrapando un conejo para matarlo sádicamente, y luego convertirse en adolescentes de un pueblo medieval asediado por el miedo al lobo, que obviamente no es un animal sino un temible licántropo, con el que los aldeanos han realizado un pacto de no agresión, sacrificando su mejor ganado las noches de luna llena para evitar las víctimas humanas. Pero una «noche de lobo», como le dicen en el pueblo, la tregua se rompe y el lobo vuelve a matar nada menos que a la hermana de la protagonista, que aún está a media película de recibir de manos de su abuela (la mismísima Julie Christie) la capa roja del título. La película se vuelve realmente interesante y por momentos muy lograda cuando empiezan los ataques masivos del lobizón, lo que sucede en simultáneo con la entrada en escena de Gary Oldman como una especie de cazador oficial de monstruos de la Iglesia. Con algo de inquisidor y algo de Van Helsing, el personaje de Oldman tiene un fascinante doble filo entre cruzado en lucha contra el mal y fanático religioso, obsesionado con su presa al punto de tener uñas de plata para nunca estar sin defensa contra la bestia. Poco a poco, «La chica de la capa roja» se va transformando en un buen film de terror, con escenas gore que faltaban en «Crepúsculo», y un sólido elenco que ayuda a mantener el interés en los aspectos románticos y la duda principal acerca de la verdadera identidad humana del lobo. Plásticamente, el film tiene grandes hallazgos como todos los gadgets antimonstruo de Gary Oldman y los alucinantes paisajes terroríficos donde transcurre la acción. Y la música de estilo dark, mucho más rockera que la típica banda sonora de un film de terror, ayuda a hacer de esta Caperucita una película de terror original y recomendable.