Cameron Diaz, una maestra indecente El título original, «Bad Teacher», es literal: Cameron Diaz es una maestra realmente mala, y básicamente esa es la clave de una película de humor escatológido, políticamente incorrecto y, de algún modo, feminista, pero que al fin y al cabo no deja ninguna enseñanza, ni buena ni mala. No hay una gran trama, pero esta película de Jake Kasdan (hijo del generalmente más equilibrado Lawrence Kasdan, el de «Silverado» y «Cuerpos ardientes»), juega con lo original de su premisa, que es todo un factor sorpresa. Es que el espectador sabe que este tipo de comedias guarras en colegios secundarios al estilo de «Porkys» o «American Pie» tienen a los estudiantes como los chicos malos de la historia, mientras que en este caso los roles se invierten y las picardías corren por cuenta de la profesora. Aunque decirle picardía a las cosas que hace la protagonista es quedarse demasiado corto, ya que la docente en cuestión está dada vuelta en clase (tiene botellitas en sus cajones), se burla de los alumnos y realmente es capaz de cualquier cosa, al punto de que su simple existencia en un colegio podría describirse como un severo caso de negligencia criminal. Por suerte -o lamentablemente- las imprevisibles consecuencias de esta original base argumental se suavizan un poco dado que la antiheroína por algún milagro enfoca sus fechorías en un solo objetivo, conquistar a un profesor suplente que a su lado es un verdadero boy scout. Lo que no se sabe es si el bonachón, interpretado por Justin Timberlake con bastante gracia, equilibra la película como contrapunto del personaje de Cameron Diaz o si, en realidad, la desequilibra haciendo que la cosa termine en la nada, y algo que podría haber sido más audaz termine siendo un buen divertimento para un zapping del cable. En todo caso, la idea sigue siendo fuerte y original, y Cameron Diaz en plan de docente indecente bien justifica la película.
Autos espías para grandes y chicos El guion de la nueva «Cars» recuerda bastante a los de viejos y queridos cartoons como «Meteoro» o «Los autos locos», con carreras de autos que se desarrollan en distintos lugares del planeta (Japón y Europa) y unos villanos siempre listos para sabotearlas. Todo esto metido dentro de una trama de espías escrita con mucha simpatía. El asunto es que más allá de las diferencias entre los autos protagónicos -es decir el auto de carreras McQueen y su mejor amigo, torpe y tonto pero bueno, una grúa desvencijada- hay mucho vértigo y super acción para mantener la cosa sobre ruedas, con muchos chistes eficaces (esto se aplica tanto a grandes y chicos, al mejor estilo de las producciones de Pixar), a lo que hay que sumar un atractivo visual importante, con una dirección de arte por momentos deslumbrante y una especie de hiper realismo digital que vuelve especialmente intensas las escenas de carreras. Los que vean «Cars 2» en su versión original disfrutarán, además, de un par de autos muy bien interpretados por actores de lujo, empezando por Michael Caine como el espía que mete a la grúa boba a trabajar como agente secreto (el chiste es que el espía cree que la «supuesta» estupidez de la grúa es su gran fachada); John Turturro como el auto italiano de competición que aparece como un archirrival de McQueen (Owen Wilson) y hasta Vanessa Redgrave como la reina de Inglaterra (todas las escenas londinenses sin lugar a dudas están entre o mejor del film tanto en acción como en humor). Pero obviamente, por cuestiones de edad y de cómo está planteada su distribución, la mayor parte del público argentino verá «Cars 2» en su versión doblada al castellano, que de todos modos se disfruta igual o más que el film original, que era un poco más dialogado y menos visual que este muy buen entretenimiento para todo público, dotado de una de esas soberbias bandas sonoras que ya desde hace unos años viene componiendo Michael Giacchino para los estudios Pixar.
La mejor “Transformers”, gracias al 3D y al elenco El 3D parece haber sido inventado para darle relieve tridimensional a estos robots-autos del espacio que vienen a pelearse a nuestro planeta. Este detalle del 3D basta por sí solo para que la nueva película de Michael Bay sea bastante mejor que la segunda parte, y en realidad para que las escenas de super acción con robots gigantes de esta tercera parte resulten mucho más impactantes que las del film original. Por suerte, el guión también mejora en relación a la segunda parte, que tenía momentos demasiado flojos. Hay un prólogo excelente que lleva al espectador desde las batallas de los Transformers en su planeta de origen hasta la luna, donde algunas de sus reliquias son investigadas y traídas a a Tierra por los astronautas de las misiones Apollo (esto se parece un poco a la reelaboración de la historia ya vista en la reciente película de los X-Men, pero de todos modos funciona más que bien). Luego, la acción lleva al espectador hasta la desolada Chernobyl, y en su momento culminante el guión imagina un ataque masivo de tono apocalíptico a la ciudad de Chicago, en cuyas ruinas transcurren algunas escenas de acción realmente espectaculares e imaginativas, como una en la que los protagonistas usan como tobogán un rascacielos de vidrio inclinado por el ataque alienígena. Hay más novedades positivas, como por ejemplo que el elenco, además de mantener el personaje paranoico de John Turturro, se las ingenie para lograr que los robots puedan convivir con otros excelentes intérpretes del nivel de John Malkovich y Frances McDormand, que probablemente nunca imaginó que después de ganar el Oscar por «Fargo» terminaría sosteniendo diálogos imposibles con personajes digitales. El alguna vez astro adolescente Patrick Dempsey hace también un muy buen aporte como un millonario corrupto, mientras que Rosie Huntington-Whiteley, la nueva novia del protagonista Shia LaBeouf, es lo bastante sexy para casi impedir que se pueda extrañar a Megan Fox. Igual que en la película anterior, hay más chistes malos de lo necesario y cierto apego a la sobredosis de peleas entre robots que no parecen terminar nunca. Sólo que esta vez el 3D, utilizado intensivamente en un grado muy superior al de la mayoría de las producciones tridimensionales recientes, hace casi imposible aburrirse.
Kidman en melodrama moroso y deprimente Es dificil pensar qué llevó al director del musical rockero «Hedwig and the angry inch» a hacer una película tan deprimente como «El laberinto», depresión que no surge sólo de su argumento sino también de la forma monocorde con el que está elaborado el film. Nicole Kidman, en otra de sus obvias actuaciones, es una madre obsesionada por la pérdida de su pequeño hijo, que salió de la casa corriendo detrás de su perrito y sufrió un accidente fatal. Su marido, Aaron Eckhart (que muestra aquí el carisma de una percha de plástico), trata de sobrellevar el asunto lo mejor que puede, refugiado en su trabajo y concurriendo a grupos de asistencia religiosa para padres que han sufrido pérdidas similares. Pero ella no lo lleva nada bien, ve cada señal amable del marido como un artilugio para tener sexo, y anda persiguiendo micros escolares, además de entablar una relación más mórbida que amistosa con el responsable del accidente en el que murió su hijo, que le pide disculpas de todas las maneras posibles. Teatralidad La protagonista también tiene problemas de relación con su hermana (para colmo, desde su punto de vista, embarazada) y con su madre un poco loca y alcohólica, lo que trae el beneficio de una buena actriz como Dianne Wiest, que no está del todo bien dirigida, ya que en algunas escenas lanza sus diálogos con temible teatralidad. Lo que se puede decir a favor del director es que para teatro filmado, hay una buena cantidad de exteriores, lo que se agradece ya que las bonitas imágenes y paisajes ayudan a contener un poco tanta depresión. Al final, los personajes la pasan un poco menos mal, pero el espectador se sentirá bastante peor, sobre todo si piensa en lo que le costó la entrada para ver este flojo melodrama.
Como “Hechizo del tiempo”, pero serio Lo único que impide considerar a este thriller fantástico una obra maestra es el recuerdo del antecedente de Harold Ramis, «Hechizo del tiempo» («Groundhog Day») esa comedia negra de culto en la que Bill Murray vivía una y otra vez el peor día de su vida, que intentaba mejorar sin mucho éxito en cada repetición. Pero «Ocho minutos antes de morir» no es una comedia en absoluto, sino una compleja historia de ciencia ficción donde un soldado, desde una hipertecnológica instalación militar, debe interactuar dentro de un mundo virtual, o realidad paralela, para evitar que el mismo terrorista que ha volado un tren haga explotar una bomba radiactiva en el centro de Chicago. Duncan Jones, hijo de David Jones, es decir David Bowie, que ya habia sorprendido con la excelente «Moon» (que solo conocimos en DVD) hace entrar al espectador en un juego complicado, que durante un tercio de proyección hasta puede resultar un tanto irritante, Es que la constante y repetida aparición del protagonista en el mismo tren que en ocho minutos va a volver a explotar una y otra vez -debido a las extrañas características del proyecto que se describe- convierten al film en un tour de force narrativo que, entre intervalo e intervalo en la cápsula donde está atrapado el desorientado protagonista, va transformando paulatinamente el sentido del relato hasta convertirlo, ya casi al final, en algo mucho más profundo que un thriller de lucha contra el terrorismo. «Ocho minutos antes de morir» está muy bien actuado (Jake Gyllenhaal vuelve creíble un personaje que pasa por fases terribles, más allá de lo que supone experimentar su propia muerte varias veces de distintas formas), pero sobre todo excelentemente filmado y brillantemente escrito. Con esta película, Duncan Jones demuestra que su vocación no es para nada el capricho de una estrella de rock, y que es un muy buen director del que se pueden esperar grandes cosas.
Lucha teológica contra vampiros con un atípico toque de western Lo mejor y más original de este comic llevado al cine es el póologo de animación donde se explica todo sobre la eterna lucha entre seres humanos y los vampiros, y cómo la Iglesia adiestró sacerdotes especialmente preparados en el arte de pelear contra las criaturas de la noche. Así fue como los vampiros (unos seres horribles que mueren al ser expuestos a la luz solar, pero no parecidos en nada a la tradición vampírica conocida) quedaron semiextintos, relegados a unas reservaciones, mientras que los sacerdotes, quizá demasiado poderosos, confinados a misiones de poca importancia casi como marginales. Por momentos este film fantástico parece una remake desquiciada de «The Searchers» de John Ford, ya que en enorme moto a turbina el sacerdote Paul Bettany recorre unos áridos territorios en busca de una cautiva a la que quiere asesinar creyéndola infectada. Hay mas parecidos con el western, pero la película también es similar en tono a la anterior del director Scott Charles Stewart, «Legion», un poco más original que este divertido y bastante minimalista entretenimiento de matinée de superacción, con maá dirección de arte que otra cosa, a excepción de un vertiginoso desenlace. También le falta sentido del humor, ya que todo el asunto se toma muy en serio a sí mismo, empezando por el solemne sacerdote protagónico, mientras que a Christopher Plummer bien le podrían haber escrito alguna escena más en su breve papel de máxima autoridad religiosa de ese futuro teocrático y bastante horrible.
Gibson y su amigo el castor Es difícil saber a qué tipo de público se dirige Jodie Foster con esta especie de fábula de autoayuda que podría definirse como mezcla de comedia dramática de salud mental, estilo «canto a la vida», y película de psicópata, sin ser en realidad ninguna de las dos cosas. El film empieza con una familia abatida por la depresión del marido, un Mel Gibson que heredó una fábrica de juguetes con la que no sabe qué hacer, mientras Jodie Foster, su esposa, se refugia en su trabajo de diseño de montañas rusas (la familia tipo). La comunicación con sus dos hijos, uno adolescente y otro mas chiquito, es casi nula, hasta que harta de la situación la esposa manda al marido deprimido a vivir solo. La idea no parece ser lo mejor para el paciente, y así, en medio de un ataque de cuasi coma alcohólico, termina hablando con un títere que coloca en su mano, con el que desarrolla una extraña doble personalidad en principio aparentemente beneficiosa para su comportamiento social, más alla de lo excéntrico que pueda lucir un tipo hablando con un castor de peluche. En todo caso, el hombre encuentra una manera de estar menos deprimido, ya que antes de dirigirse a las demás personas les entrega una tarjeta que indica que deben hablarle a través de ese títere terapéutico. Así logra en pocas semanas renovar su vida marital -pese a algunos recelos lógicos de su esposa- y, sobre todo, a relanzar maravillosamente su empresa con la nueva sensación del mundo del juguete, una caja de herramientas con cara de castor. Esta última creación lo lleva a convertirse en una verdadera celebridad que aparece en televisión y todo, aunque claro, el recurso terapéutico también tiene su lado oscuro, que en cualquier momento puede hacer eclosión. Como directora, Jodie Foster no sabe encontrar el tono adecuado, aunque en este caso hay que reconocer que el guión no la ayuda. Mel Gibson sobreactúa un poco en un papel que podría irle mejor a Robin Williams, y sólo cuando el clima se oscurece un poco empieza a meterse más de lleno en el personaje de doble vida. La película es mas rara que realmente buena, aunque de todos modos tiene sus momentos.
Magnífica fantasía sobre cuento de Dick Los encuentros casuales, pérdidas y hallazgos inexplicables de algún objeto, embotellamientos que parecen surgir de la nada, y la falta de Internet o señal de un celular o un teléfono que da ocupado, entre muchas otras señales, tienen una explicación específica en el universo de Philip K. Dick. En su cuento «The Adjustment Bureau» hay una especie de burócratas controlando a la gente para que no se desvíen de un plan establecido previamente por un ser superior. Esto lo descubre un joven candidato a senador interpretado por Matt Damon, cuando por error de uno de estos «agentes « del destino todo el plan queda expuesto en peligro, permitiendo el segundo encuentro fortuito entre el protagonista y una bailarina que actúa inmediatamente como si fuera a ser la mujer de su vida. El joven político parece estar de acuerdo con este sentimiento, pero lamentablemente el plan es otro, y todo tipo de trucos serán utilizados para que no puedan estar juntos. Los relatos de Philip K. Dick suelen tener conceptos profundos y diferentes de todo lo conocido, dejando por otro lado un amplio rango de posibilidades para hacer el guión de una película; en este caso las ideas del autor de «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?» (es decir, la novela en que se inspiró «Blade Runner» de Ridley Scott) dan lugar a un relato romántico, ciento por ciento original, que rompe con las estructuras a las que nos tiene acostumbrado Hollywood, al punto de que el único defecto que puede tener el film es la imposibilidad de adivinar en qué dirección se va a disparar una trama sólidamente escrita a partir del muy ingenioso cuento corto. Productor de la última de las «Bourne», el director debutante George Nolfi se valió de un maestro de la fotografía, como John Toll, para generar imágenes alucinantes y un ritmo endiablado, sin apelar a las típicas escenas de acción que servirían para otra película pero no para esta historia que transcurre en varias dimensiones simultáneas. Contada con un estilo clásico que se extraña en el cine actual, «Los agentes del destino» está muy bien actuada por la consternada pareja protagónica, aunque el que se roba la pelicula es el veterano Terence Stamp en el papel de uno de los agentes más implacables a la hora de defender el plan original.
“Hanna”: una asesina mezcla de Nikita y Kaspar Hauser Esta es una película que no acepta términos medios. Es algo para amar u odiar, e incluso puede provocar las dos cosas al mismo tiempo. Lo seguro es que «Hanna» es toda una experiencia, con las caracteristicas de una cult-movie, empezando por la antológica banda sonora de los Chemical Brothers, que realza el carácter psicodélico de las imágenes de este oscuro cuento de hadas utraviolento. Con una aproximación más convencional, éste podría haber sido un sólido thriller de conspiraciones, espías y paranoia, un poco al estilo de «El largo beso del adiós» de Renny Harlin, pero para bien o para mal, el director Joe Wright tenía en mente algo más alternativo. «Hanna» es una ensalada rara, especie de cruza entre «El enigma de Kaspar Hauser» de Herzog, «El niño salvaje» de Truffaut y «Nikita» de Luc Bessonn -del que tambien toma prestado bastante del snobismo fashion y ochentista de «Subway»-. Todo esto con un despliegue visual totalmente desaforado que parece querer continuar los delirios formales de «auteurs» como Ken Russell o Nicolas Roeg, claro que en plan siglo XXI. En una actuación memorable, Saoirse Ronan encarna a la chica del título, una adolescente que ha pasado toda su vida en un bosque cerca del Circulo Ártico entrenada por su padre (Eric Bana), ex agente de la CIA, para matar todo lo que se mueva. Y especialmente a su ex jefa, la despiadada Cate Blanchett (villana minuciosamente exagerada). La pobre chica sale del bosque, donde nunca escuchó musica ni vio televisión, ni a chicos de su edad, para perseguir y ser perseguida por asesinos implacables en Marruecos y media Europa, experimentando de paso sus primeras relaciones con todo tipo de personas comunes, incluyendo su primera cita romántica con un galán español y un pijama party lésbico con la hija de unos hippies que le dan asilo en su casa rodante,incapaces de sospechar los peligros que implica la presencia de esta ninja teenager. Partiendo de la base que este film es cualquier cosa menos realista, y que en algún punto está sobreproducido y que tiene más vuelo estético que sustancia o coherencia narrativa, «Hanna» ofrece un verdadero bombardeo de imágenes alucinantes, y secuencias totalmente dementes filmadas de manera formidable, con un trabajo de fotografia increibemente creativo a cargo del aleman Alvin H. Klucher, que por momentos parece ser el verdadero autor de este delirio.
El origen de los X-M, lo mejor de la serie Ya era hora de ir sabiéndolo: la crisis de los misiles de Cuba que casi lleva al mundo a la guerra nuclear a comienzos de la década de 1960 fue un episodio histórico provocado por villanos mutantes. Por suerte, ahí estaban los heroicos mutantes de Marvel Comics para evitar la Tercera Guerra Mundial y formar lo que luego sería conocido como el equipo de los X-Men. Matthew Vaughn, director de una de las mejores películas del año pasado, «Kick Ass», logra el mejor film fantástico de lo que va del 2011 con esta formidable precuela de la franquicia de Marvel. Aquí vemos cómo los distintos mutantes se van formando, desde los campos de prisioneros de la Europa ocupada por los nazis o la elegancia de una universidad inglesa. Los futuros archienemigos Magneto (Michael Fassbender) y Charles Xavier o Profesor X (James McAvoy) se encuentran y forman lo que parece ser una sólida amistad, aunque obviamente el espectador sepa que está destinada al fracaso. Es que, de niño, el pobre Magneto vivió una experiencia traumática cuando un científico nazi mató a su madre sólo para despertar su ira y motivarlo a hacer surgir sus superpoderes mutantes. Pasado mucho tiempo, incluso luego de ir a Villa Gesell, Argentina, a buscar venganza de los nazis refugiados en ese rincón arenoso de Sudamérica, el futuro Magneto no puede reconciliar su espíritu furibundo, aunque sí lo domina lo suficiente como para poder asociarse con el más equilibrado y estudioso de las mutaciones, Profesor X, entusiasmado con la idea de formar una fuerza que trabaje junto con la CIA para evitar un nuevo conflicto global. No sólo la historia, mezcla de fantasía de historieta y eventos históricos, es fascinante, sino que la ambientación de época totalmente sixtie le sienta especialmente bien a esta nueva entrada en la saga de X-Men, muy superior a la precuela anterior con la historia de Wolverine (que aparece aquí unos segundos en un divertido cameo). En realidad es prácticamente la mejor de todas las películas de la serie, por su ritmo y super acción permanente, por las impactantes imágenes fantásticas -el ataque de los mutantes a las dos flotas conjuntas, estadounidense y soviética, es uno de los tantos momentos épicos de antología-, por el lujo y la diversión que propone la estética pop de Vaughn al apelar a todo posible recurso de época, desde todos los budgets de las películas de James Bond a un burdel de Las Vegas digno de la era clásica de la revista «Playboy». Pero, además, el director logra grandes caracterizaciones de todo el elenco mutante y, por qué no, también humano (como el hombre de la CIA Oliver Platt o el almirante Michael Ironside). Aunque tal vez su mayor aporte a estos personajes de Marvel es darle uno de los mejores -o peores- villanos que jamás hayan tenido: Kevin Bacon interpreta a un mutante megalómano con pasado nazi destinado a ser un icono insoslayable en esta saga que, por suerte, esta vez mutó para mejor.