Anexo de crítica: Por fin tenemos un drama tan sincero como despojado que le escapa a todo facilismo, “homenaje” y/ o afectación oportunista del cine arty contemporáneo: El Laberinto (Rabbit Hole, 2010) es un pequeño prodigio sustentado en las maravillosas actuaciones del dúo protagónico, el impecable guión de David Lindsay-Abaire y la excelente dirección de John Cameron Mitchell, ese “niño terrible” que nunca deja de sorprender...
La reasignación del tiempo Luego de aquella pequeña maravilla intitulada En la Luna (Moon, 2009), el británico Duncan Jones ratifica su talento en 8 Minutos antes de Morir (Source Code, 2011), otra remarcable exploración en el terreno de la ciencia ficción aunque en esta oportunidad con un presupuesto mucho más generoso detrás. De hecho, el realizador transforma lo que podría haber sido un típico producto industrial en una obra lúcida que funciona a la perfección tanto dentro de las fronteras del género específico como en lo que respecta a las inclinaciones definitivamente humanistas de un señor que hasta hace poco sólo era registrado por su condición de ser el primer hijo del siempre extraordinario David Bowie. El Capitán Colter Stevens (Jake Gyllenhaal), un piloto del ejército estadounidense en Afganistán, despierta frente a Christina Warren (Michelle Monaghan) en un tren hacia Chicago. A pesar de que ella lo conoce bajo el nombre de Sean Fentress, él no sabe cómo llegó hasta allí y cuando comienza a investigar de pronto la formación ferroviaria estalla a los ocho minutos exactos. En ese momento Stevens parece viajar y vuelve a recuperar la consciencia en una suerte de cápsula desde la cual Colleen Goodwin (Vera Farmiga) y el Doctor Rutledge (Jeffrey Wright) no dejan de interrogarlo sobre lo ocurrido y le anuncian que se encuentra en una misión y deben regresarlo al tren las veces que resulten necesarias. Como el film presenta un planteo enigmático y sucesivas vueltas de tuerca conviene no adelantar más acerca de la trama, basta con la secuencia inicial. Mientras que En la Luna proponía una mixtura muy peculiar de 2001: Una Odisea del Espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) y Solaris (Solyaris, 1972), 8 Minutos antes de Morir combina la estructura narrativa de Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993), algunos detalles de 12 Monos (12 Monkeys, 1995) y una intriga de espionaje símil Alfred Hitchcock: en ambas películas descubrimos un cuestionamiento sutil a la insensibilidad contemporánea, en la primera apuntando a las mega corporaciones energéticas y en la segunda al estado norteamericano. A decir verdad sorprende el trabajo meticuloso de Ben Ripley, un guionista con escasa experiencia y ningún mérito previo que merezca ser señalado. El proyecto se preocupa por acoplar de modo armonioso todas las dimensiones de la historia y especialmente privilegia el desarrollo de personajes y la progresión dramática por encima de la rutina de las escenas de acción y los artilugios visuales, ingredientes cinematográficos por antonomasia a nivel mainstream: el clasicismo y la mesura que encauzan al relato obedecen a las inquietudes de Jones (no cabe la menor duda que con el mismo material cualquier asalariado de los estudios hubiese edificado otro mamotreto estándar de esos que pasan sin pena ni gloria). La química entre Gyllenhaal y Monaghan constituye un contrapunto inmejorable para los vericuetos de la pesquisa detectivesca y las preguntas del dúo compuesto por Farmiga y Wright, rectores máximos del “código fuente” del título en inglés, un programa informático a testear que controla esa cíclica reasignación temporal que padece el protagonista. Más allá de la banda sonora retro de Chris Bacon y la minuciosa edición de Paul Hirsch, las grandes estrellas de 8 Minutos antes de Morir son la naturalidad e inteligencia en función de las cuales se ejecuta una compleja premisa central vinculada a la manipulación de nuestro devenir cotidiano en beneficio de poderes que nos otorgan “cero margen” de autonomía…
Anexo de crítica: Con todos los problemas clásicos del cine argentino en lo que respecta a las actuaciones y a la naturalidad general del convite, El Túnel de los Huesos (2011) por lo menos no pasa vergüenza y ofrece una medianía relativamente aceptable. El realizador Nacho Garassino propone un enfoque ambicioso aunque mal ejecutado: a fin de cuentas hablamos de otro film más acerca de la eterna impunidad autóctona, cadáveres no identificados de por medio...
Anexo de crítica: A pesar de sus buenas intenciones, Los Agentes del Destino (The Adjustment Bureau, 2011) no funciona ni como drama romántico ni como thriller de ciencia ficción debido a la torpeza del director y guionista George Nolfi. Sin dudas lo mejor de la propuesta pasa por la participación del gran Terence Stamp y la química entre Matt Damon y Emily Blunt: la levedad general y la poca garra del relato no se condicen para nada con la obra de Philip K. Dick…
¿Títere terapéutico o enajenación progresiva? El cine a veces ofrece posibilidades de redención y en otras ocasiones entierra determinadas carreras sin el más mínimo preámbulo: si existe alguien que conoce de estos avatares de la vida artística es el inefable Mel Gibson, un señor que ha sido acusado de prácticamente todo lo nocivo en la historia de la humanidad (racismo, maltrato, homofobia, misoginia, violencia, antisemitismo, etc.). Con el transcurso de los años el norteamericano se ha convertido en un paria dentro de Hollywood tanto por las “actividades” apuntadas como por varias decisiones profesionales arriesgadas y por fuera de los cánones de la industria. Junto con Al Filo de la Oscuridad (Edge of Darkness, 2010), La Doble Vida de Walter (The Beaver, 2011) constituye el regreso de Gibson a la interpretación luego de más de un lustro abocado al rol de director, recordemos para el caso las pomposas aunque insípidas La Pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004) y Apocalypto (2006). Puede resultar curioso pero lo más rescatable de la propuesta en cuestión es precisamente el desempeño del simpático de Mel como el Walter del título en castellano, un CEO de una compañía de juguetes que padece de una depresión crónica que le impide relacionarse con su entorno. Así las cosas, un día el protagonista encuentra en un tacho de basura un títere de un castor y casi instintivamente se lo lleva al hotel que habita desde que su esposa Meredith (Jodie Foster) lo echó del hogar. Después de un intento de suicidio fallido, el pequeño ser de peluche se transforma en un álter ego a través del cual procurará recuperar a su familia y hasta salvar a su empresa de la bancarrota. Jamás sabremos cuánto de ficción hay en el trabajo del actor no obstante consigue destacarse sacando a relucir su costado ciclotímico y moviéndose con ingenio en esa delgada línea que separa al verosímil del ridículo absoluto. Lamentablemente debemos señalar que en el convite la que no sale muy bien parada es Foster, aquí delante y detrás de cámaras en lo que parece ser el tardío eslabón final de una trilogía centrada en los sinsabores del devenir parental. Como en las correctas Mentes que Brillan (Little Man Tate, 1991) y Feriados en Familia (Home for the Holidays, 1995), la acción hace foco en la dinámica maltrecha de un clan en el que los conflictos están a punto de estallar. Pese a que mantiene el tono ameno, hoy no vislumbramos la fuerza narrativa de antaño y las buenas intenciones del relato no tapan las carencias en el desarrollo general. Sin embargo vale aclarar que el problema principal del film es el guión del inexperto Kyle Killen ya que acumula muchos estereotipos, se siente demasiado previsible y nunca llega a tomar vuelo más allá de una medianía respetuosa para con un tema tan delicado como la depresión (basta con decir que la subtrama protagonizada por los excelentes Anton Yelchin y Jennifer Lawrence por momentos opaca al resto). Por suerte la película evita las soluciones facilistas símil manual de autoayuda del dramedy contemporáneo e invita a compartir las vivencias con los seres queridos para esquivar una progresiva enajenación…
El clérigo renegado Siguiendo la línea de la reciente Daybreakers: Vampiros del Día (Daybreakers, 2009), llega la segunda realización del especialista en efectos digitales devenido director Scott Stewart: a rasgos generales podemos afirmar que Priest: El Vengador (2011) funciona como una “versión mejorada” de Legión de Ángeles (Legion, 2009), un film con espíritu clase B que comenzaba prometiendo para pronto diluirse en un vendaval de secuencias predecibles y diálogos huecos. En esta oportunidad tenemos la adaptación hollywoodense del comic coreano homónimo de Hyung Min-woo, una mixtura de ciencia ficción y terror. La historia está ambientada en un mundo paralelo en el que la Iglesia Católica controla la existencia de los seres humanos, hoy todos aglutinados en mega ciudades amuralladas, luego de luchar durante siglos y finalmente vencer a los vampiros, criaturas nocturnas no muy populares que han sido obligadas a vivir en “reservaciones”. El susodicho éxito se debió a la intervención de los “sacerdotes” del título, unos guerreros símil samuráis entrenados por el clero con vistas a masacrar a los chupasangres: pasado ya el tiempo del combate, nuestro héroe se encuentra marginado por las autoridades y la misma sociedad. El entorno apocalíptico está condimentado con la iconografía del western clásico y un generoso número de escenas de acción: así es como la estructura narrativa reproduce al pie de la letra el devenir de Más Corazón que Odio (The Searchers, 1956), la obra maestra de John Ford, y el receptor de tanta incomprensión parece un clon karateca del personaje de Sylvester Stallone en la inefable Rambo (First Blood, 1982). Cuando el señor descubre que los antagonistas de turno han secuestrado a su sobrina, decide ir a su rescate en un camino que lo llevará a contradecir las órdenes de sus superiores y a enfrentar muchísimos peligros. Vale señalar que pese a la poca originalidad del guión de Cory Goodman, el desarrollo por lo menos evita las cursilerías de Legión de Ángeles y entrega una aventura árida bastante eficaz. Más allá de las bienvenidas participaciones de Christopher Plummer, Brad Dourif y Karl Urban, es Paul Bettany quien sostiene el proyecto componiendo con sutileza al justiciero renegado, una especie de infiltrado protestante en medio del dogma romano fundamentalista. Stewart le saca provecho a la bella fotografía de Don Burgess y ofrece un producto entretenido aunque olvidable que se destaca sólo por su fantástico diseño visual…
Anexo de crítica: Kung Fu Panda 2 (2011) es un producto un tanto desparejo: si bien el film resulta maravilloso a nivel formal gracias a un admirable trabajo de animación, a decir verdad la historia termina molestando a fuerza de clichés quemados y cero novedades. Ya no sorprende que las películas mainstream para niños incluyan una mínima temática adulta y/ o detalles sombríos, una vez más la colección de escenas de acción no alcanza…
Cuando los niños crecen... Claramente el cuarto trabajo de Joe Wright es uno de esos films que terminan sobresaliendo por la suma de sus partes, no tanto porque se acoplan entre sí de manera armoniosa sino más bien debido a que cada una se destaca dentro de su categoría, elevando a fin de cuentas el nivel general. En términos prácticos Hanna (2011) es un clásico thriller de acción sustentado en un relato de venganza que incluye algunos de los condimentos habituales del realizador en lo que respecta a la faena visual y al contenido específico: a esta altura de la carrera del inglés ya podemos aislar inclinaciones como los travellings depalmianos, un esteticismo más que concienzudo, mucha fanfarria y ciertos personajes de espíritu circense. La historia es en extremo sencilla y gira alrededor de tres ejes: por un lado tenemos a la adolescente del título, Hanna (Saoirse Ronan), luego está su padre, el ex agente de la CIA Erik (Eric Bana), y finalmente descubrimos a la compañera del anterior, Marissa (Cate Blanchett). El detalle que impulsa la narración pasa por el homicidio de la madre de la joven en manos de la despiadada Marissa, tragedia que de inmediato produjo una respuesta vinculada a una obsesión de revancha. Ocultándose en una remota cabaña de Finlandia, Erik entrenó a Hanna a lo largo de toda su vida para convertirla en una asesina sigilosa que pudiera enfrentar a sus futuros enemigos y por supuesto “despachar” a la villana de turno. Cuando los niños crecen y comienzan a tomar sus propias decisiones el control parental rápidamente se viene abajo como un castillo de naipes: así un día la protagonista considera que ha llegado la hora de cumplir la misión asignada y contemplando su serena eficacia papá no puede más que asentir. Pese a que el guión de Seth Lochhead y David Farr no se caracteriza por su originalidad y por momentos se pierde un poco en lo superficial, vale señalar que acierta incorporando humor negro al convite, centrando el devenir en un “viaje iniciático” y en especial combinando elementos de El Perfecto Asesino (Léon, 1994), la obra maestra de Luc Besson, con una generosa dosis de violencia seca a la Sam Peckinpah. Wright vuelve a sorprender al modificar el rumbo a posteriori de El Solista (The Soloist, 2009), un proyecto humilde que sin ser completamente fallido resultaba olvidable. Aquí ofrece una propuesta inspirada que está muy lejos de las bazofias hollywoodenses del subgénero y hasta recupera aquel virtuosismo altisonante de las extraordinarias Orgullo & Prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación: Deseo y Pecado (Atonement, 2007), dos piezas de época que habilitaban el error de rotularlo como “uno más” dentro del batallón británico oscarizable. Pasado el tiempo, el señor demostró que sabe escaparle a las expectativas, traicionarlas con ingenio y encontrar rasgos personales desde los cuales crear. Sin embargo la soledad no es buena consejera y en esta oportunidad la ayuda recibida es enorme: más allá del desempeño de Eric Bana y Cate Blanchett, la que realmente se roba la película es Saoirse Ronan, una actriz meticulosa rebosante de autodisciplina y talento. Ya vista en la paupérrima Desde Mi Cielo (The Lovely Bones, 2009), hoy se luce y saca adelante una gran cantidad de escenas coreografiadas al milímetro por el equipo técnico. Mención aparte merece la excelente banda sonora de los Chemical Brothers que mezcla el eclecticismo big beat de Come with Us y Push the Button con el drum ´n´ bass de Dig Your Own Hole, en esencia otro apéndice ejemplar para un cóctel tan bello como extravagante…
La evolución del neandertal Ya sabemos que Hollywood todo lo puede y para la industria no hay contexto que no pueda ser modificado si el cambio se justifica: lo que comenzó siendo un proyecto centrado en Magneto, escrito por Sheldon Turner y con Zak Penn como realizador, se terminó convirtiendo en una precuela de la trilogía original en la que Matthew Vaughn reemplazó a nada menos que Bryan Singer. El neoyorquino pasó a ocupar la silla de productor y su influencia se siente en X-Men: Primera Generación (X-Men: First Class, 2011), un mega tanque que abre citando a X-Men (2000) y toma elementos varios de X-Men 2 (X2, 2003). Los minutos iniciales pintan a la propuesta de pies a cabeza: mientras que el sanguinario Sebastian Shaw asesina en un campo de concentración a la madre de Erik Lehnsherr con vistas a “desatar” su poder, el joven Charles Xavier decide proteger a la desamparada Raven, conocida años más tarde como Mystique. Durante aquellos ´60 en que los Estados Unidos jugaban a la guerra fría con la Unión Soviética, la CIA recurrirá al futuro Profesor X cuando necesite información acerca de mutaciones genéticas y todo lo referido a la evolución desde el neandertal -salteándose al homo sapiens- hasta estas “fases superiores”. Pese a que la película mantiene algunos tópicos de los dos primeros capítulos, vale aclarar que no alcanza ese nivel de calidad y en términos formales es una “versión corregida” de X-Men: La Batalla Final (X-Men: The Last Stand, 2006), definitivamente el eslabón más flojo de la franquicia. Tambien por debajo de la dinámica X-Men Orígenes: Wolverine (X-Men Origins: Wolverine, 2009), aún así el producto entretiene y genera empatía gracias a dos factores excluyentes: por un lado la levedad narrativa que instaura un desarrollo ameno y por el otro la labor de un elenco muy bien elegido en donde cada intérprete dignifica su rol. Debemos reconocerle al cineasta una mejoría lenta pero sostenida, pensemos sino en la desastrosa Stardust: El Misterio de la Estrella (Stardust, 2007) o la anodina Kick-Ass (2010). En esta oportunidad acierta respetando el tono prudente de los opus de Singer y “amansando” al estudio para que le permita administrar los tiempos como no pudo Brett Ratner: la progresión dramática que ofrece el guión de Ashley Miller, Zack Stentz, Jane Goldman y el propio Vaughn resulta sumamente natural y logra incorporar la crisis de los misiles en Cuba de 1962 sin banalizar los acontecimientos históricos o caer en el ridículo. El film compensa la superficialidad con la que se tratan temas como la discriminación y el armamentismo con el carisma del trío protagónico, a saber: James McAvoy (Profesor X), Michael Fassbender (Magneto) y Kevin Bacon (Shaw). Con participaciones de Oliver Platt, Michael Ironside, Jennifer Lawrence y la bella January Jones, más un cameo a cargo del genial Hugh Jackman (Wolverine pronuncia el único insulto del metraje), X-Men: Primera Generación entrega solvencia, acción y un verosímil sin sobresaltos. Mención aparte merece el refugio del ex nazi Shaw, nuestra Villa Gesell aunque con lagos y montañas…
El metrónomo y los recipientes vacíos Con un presupuesto minúsculo para los estándares hollywoodenses de apenas un millón y medio de dólares, La Noche del Demonio (Insidious, 2010) resultó un inesperado éxito de taquilla en Estados Unidos recaudando la friolera de 50 millones: por lo general en este tipo de casos interviene tanto el momento del estreno y la competencia circunstancial como el “boca a boca” y los méritos específicos del equipo de realizadores. En el terror no es fruto del azar que se reproduzca este contexto, en mayor o menor proporción, fundamentalmente por la fidelidad del público en cuestión y la repetición de los mismos apellidos detrás de cámaras, garantes de una determinada idiosincrasia formal que suele cumplir sus promesas. Estamos ante la tercera colaboración entre el director malayo James Wan y el guionista y actor australiano Leigh Whannell, responsables nada menos que de El Juego del Miedo (Saw, 2004) y El Silencio de la Muerte (Dead Silence, 2007). Definitivamente los señores se complementan bastante bien porque si hay algo que vincula a films tan disímiles es la excelente articulación entre los resortes del subgénero considerado y el trabajo meticuloso aportado desde la cúspide para administrar con sabiduría los recursos en stock. Podríamos afirmar que una vez más dan vuelta la página y deciden dejar de lado el gore, jugarse con una historia de “acoso paranormal” y abrazar el suspenso sustentado en pequeños detalles. Hoy el dúo sorprende gracias a una propuesta heterogénea con una primera mitad que combina elementos varios de El Exorcista (The Exorcist, 1973) y Aquí Vive el Horror (The Amityville Horror, 1979), y una segunda parte orientada hacia el inefable tópico de las “proyecciones astrales” y el secuestro de almas cercano a Poltergeist (1982). El matrimonio compuesto por Josh Lambert (Patrick Wilson) y su esposa Renai (Rose Byrne) lleva una vida tranquila en su nuevo hogar hasta que la caída desde una escalera del ático de Dalton (Ty Simpkins), uno de sus tres hijos, deriva en lo que parece ser un estado de coma. Casi de inmediato se van acumulando sucesos extraños y los terribles espectros no tardan en llegar. Luego del maravilloso thriller de venganza Sentencia de Muerte (Death Sentence, 2007), Wan regresa al minimalismo concienzudo de sus opus iniciales pero siempre conservando su interés en la puesta en escena, el pulso narrativo y los rubros técnicos, todos ítems en los que La Noche del Demonio sobresale a puro preciosismo y solvencia. El talento del cineasta se percibe en la diagramación de las tomas y la utilización por demás altisonante de la banda sonora: uno de sus mayores logros radica en haber resuelto un final ambicioso de un modo sumamente sencillo y sin que se noten las limitaciones presupuestarias (ya era hora de que pudiéramos ver un rescate etéreo en un “más allá” pocas veces representado). Sin lugar a dudas otros puntos importantes que debemos destacar son el villano de turno, una entidad muy misteriosa con “cara de fuego”, y la bienvenida contribución de veteranas del género como Barbara Hershey (Lorraine Lambert, la madre de Josh) y Lin Shaye (Elise Rainier, una suerte de médium especializada en niños), dos figuras extraordinarias que se roban cada secuencia en la que participan. En lo que respecta a Wilson y Byrne, puede que no sean grandes intérpretes no obstante cumplen dignamente evitando el clásico arsenal de estereotipos de los “padres atormentados”. Sólo resta poner el simpático metrónomo en funcionamiento y disfrutar de esta lucha lacónica por recipientes corporales desocupados…