No sos vos, somos todos Harvey Keitel, Toni Collette y Rossy de Palma despuntan en Madame (2017), salada y dulce comedia que aborda el tema de la superficialidad con una humorada capaz de hacer reír o llorar con la misma facilidad. La chica Almodóvar lo hizo otra vez, se gana al espectador a través de un cariñoso personaje no convencional. Interpreta a María, la sirvienta de una acaudalada pareja interpretada por Harvey Keitel y Toni Collette. Por puro sentido cabulero y debido a la intromisión de su hijastro, la mujer de la casa decide espantar el numero trece y agregar un cubierto más a la mesa donde se producirá una burgués reunión. Quien ocupa el inesperado lugar catorce es María, de la cual nadie sabrá su verdadera identidad. Al mismo tiempo, caerá como café cortado en el adinerado grupo. El punto disruptivo del guion se nos presenta cuando alguien se enamora de ella. Ahora entonces descubriremos que cada uno en esta triple delantera de lujo protagónica, esconde algo en su vida. Un medico y una traductora francesa son el escondite de la señora y el señor de la mansión. Los inentendibles celos de Anne (Collette) hacia su criada y el desinterés de Bob (Keitel) por su matrimonio, son el combustible de María para continuar adelante con la inesperada relación, que, tanto en el interior del espectador como en el de ella, sabremos que una palabra extra hará tambalear el castillo de naipes creado accidentalmente por la millonaria mujer. En esta película dirigida por Amanda Sthers, todos se tomarán casi como un juego, algo lúdico, el aparentar ser alguien. Lo que le quedará al espectador como subtexto-entrelineas será esa sensación de que lo superfluo no es algo que se pueda manipular, y, aunque pueda tener encanto por un rato (como el momento donde vemos a la criada y su amante cenando en un lujoso restaurant mientras es vigilada por el matrimonio desde un auto y comiendo hamburguesas) al final, termina haciendo daño.
Rostros imborrables En Fragmentos Rebelados (2018) el incansable documentalista social David Blaustein asume el riesgo de volver a los setenta para no sólo reponer la figura del realizador Enrique Juárez, sino también seguir revisando el instante más urgente que tuvo el cine nacional. ¿Quién podría olvidar el sonido de los tambores repiqueteando en La hora de los hornos (1968)? Pues el director de producciones como Cazador de utopías (1996), Botín de Guerra (2000), oye los ecos de este sonido y toma la iniciativa política. Blaustein no hace documentales formales, y eso lo deja claro otra vez cuando incrusta cine, política y pasado al llano presente de producción-exhibición que vive el séptimo arte argentino. Familiares, compañeros militantes y amigos (con injerencia predominante en el cine de la base), recuerdan al desaparecido Enrique Juárez. Se halla cierto placer cuando escuchamos a Fernando "Pino" Solanas, José Martínez Suárez y Octavio Getino. Todos reunidos con el fin reflexivo sobre lo que se hizo bien y (también) mal durante aquellos días. A su vez, sería difícil saber cuál habrá sido el ultimo registro que aunó a todos estos directores militantes que destrabaron el bloqueo creativo en Latinoamérica. Por otro lado, Blaustein recurre a un cierto Macguffin hitchcockeano adaptado a la realidad del ejercicio práctico filmado, funcional para su idea: puntapié inicial con Juárez, para luego colarse por las arterias del pasado cinematográfico que tuvo una identidad pocas veces tan marcada en nuestro cine. Blaustein, quien también ganó el Premio Especial del Jurado en la Competencia de Documentales del Festival de Cine de La Habana, se vale de imágenes de archivo, fotografías y cortos donde aparece Juárez, con el propósito de rearmar y volver armar la historia setentista. Cineastas, militantes, revolucionarios, pero, por sobre todas las cosas, personas. Ese es el efecto que causa este material. Podremos ser más o menos adherentes a una ideología a la que hoy cuesta encimarle renovación conceptual y generacional, pero nunca quedaríamos implícitamente exentos del impacto que provocó la generación del cine liberación. Probablemente de los mejores documentales en 2018.
Peligrosa curiosidad El Atelier (2017) abrió Les Avant Premiere. La película del respetado director francés Laurent Cantet, quien también pasó por Argentina para presentar el material, es tal vez la más astuta en la muestra. Escrita por su socio Robin Campillo, el intimidante relato invita al espectador a ser temerario y descubrir qué se esconde detrás de los textos de un joven aprendiz de guionista. Luego de pasar por el festival de Sevilla y Cannes (en la sección Una Cierta mirada) Les Avant Premiere consigue traer a nuestro país una pieza digna para festejar los 20 años de la muestra, algo así como la frutilla del postre. Ya habíamos tenido pruebas de que el dúo Laurent Cantet-Robin Campillo (director de la aclamada 120 pulsaciones por minuto (120 per minutos, 2017)), funciona muy bien. Sucedió con Hacia el sur (Vers le sus, 2006) y la ganadora de la palma de oro Entre los Muros (Entre les murs, 2008). Ahora vuelven a destacarse con la historia de un joven que asiste a un taller de escritura conformado por varios chicos, los cuales funcionan como representación social de la Francia actual. Un africano, dos musulmanes, la profesora con ADN europeo y, entre otros, Antoine, nuestro protagonista. Se le da muy bien, sobre todo a Campillo, esto de conformar un elenco coral, joven y enérgico, volcarlo en una clase, para luego desprender a uno del grupo e ir desglosándolo hasta transformarlo en la figura a seguir. Es así como descubrimos a este muchacho retraído, que no le interesa mucho coincidir con sus compañeros, y mucho menos con los padres, quienes casi no tienen peso en el argumento. Los que recuerden el rostro argumentativo en Elle - Abuso y seducción (Elle, 2016), no podrán dejar de imaginar en el papel de la profesora Olivia (interpretado por Marina Foïs) a Isabelle Huppert. El personaje le calzaría justo, no solamente en lo actoral, sino también por la historia, donde hay momentos en los que El Atelier parece ser hermana de la producción de Paul Verhoeven. Hay niveles de seducción moral-intelectual altísimos (y hasta alguna escondida pulsión sexual) que empieza a jugarse cuando la profesora observa lo atosigante que resulta ser su alumno para el resto. La plasticidad de Antoine para defenderse de sus polémicos textos sobre la violencia atrae a conocer al hermético personaje creado por estos dos realizadores de extirpe guionista. A pesar de su provocador y peligroso silencio, queremos saber más sobre su vida. La suma de todas las partes, a las que merecen ser agregadas ciertas características del cine de Michael Haneke (sobre todo en los momentos donde el chico espía a su profesora) construyen una película temeraria. Conocemos, al igual que Olivia, el peligro de sumergirse en la mente del joven, pero aun así decidimos continuar. Hasta las últimas consecuencias.
Gurrumin italiano La cartelera comercial a veces esconde pequeñas piezas dignas de ser encontradas. Así sucede con La Ciambra (A Ciambra, 2017). Producida por Martin Scorsese y seleccionada por Italia para participar en los últimos Oscars, este film muestra el resultado de lo que sucede cuando la marginalidad social ataca al mas vulnerable: Los niños. “La familia es lo primero”, dirían los Benvenuto. Y así lo toma Pio, un joven que integra una familia italiana y gitana, ubicada en Calabria. Cuando su hermano es encarcelado por robar un auto, el “benjamín” de la familia se convertirá en el gurrumin de los suburbios. Martin Scorsese vuelve a su Italia para, junto con el realizador Jonas Carpignano, armar este relato (en principio arrimado a Cannes como un corto), que pendula entre la inocencia y la marginalidad. El relato desata una batalla que se construye en silencio durante toda la película; el mundo de “los grandes”, contra la ingenuidad del universo infantil. Veremos a Pio negociar el precio de un televisor robado, y su miedo a subirse a los trenes, fumar cigarrillos baratos y enamorarse de la chica del barrio, estafar a un comprador y abrazar a su abuela. Películas así ya se vieron en el pasado, pero se agradece ver imágenes de calles suburbiales recorridas por personajes perdidos en tiempo y espacio que en cierto punto funcionan como flashbacks al neorrealismo italiano. El buen ojo de los dos realizadores italoamericanos, (donde se nota que ambos aprenden juntos), prepara distintos tipos de géneros musicales para entremezclarlos y colocarlos en la misma dirección del guion. Reggeaton, latino, notas italianas y hasta un entonado tema soft pop suenan por los barrios y le dan el toque especial sobre todo a la escena final. Sin dudas, producción de esas que podrían haber gustado a la academia americana. Pio también construirá una paradójica amistad con Koudous, inmigrante originario de Burkina faso, que vive en una colonia africana “a las afueras de lo afuera”. Él es el amigo que no tiene y es incapaz de construir con 14 años. Otra vez, es ese contrapunto social y cultural lo valioso que ofrece esta realización, que, detalle no menor, está protagonizada realmente por una familia entera del sur italiano. Así, Carpignano logra escapar del casillero de “lo superficial”, al cual podrían acudir algunos si los protagónicos hubiesen caído en manos de actores conocidos. Como si fuera poco, logra hacer un fiel retrato panorámico cuando mete su cámara para apuntillar el conflicto inmigratorio de pueblos africanos hacia Europa y como éstos interactúan con las comunidades italianas. A su vez, es recomendable quedarse hasta lo último para disfrutar de una suave caricia a Pio, justo antes bajarse el telón, será la escena mas esperable del fin de semana para disfrutar con familia, amigos o simplemente en soledad, como vive Pio.
Hasta que el invierno nos separe Nominada a mejor film, Llámame por tu nombre (Call me by your name, 2017) se convirtió en la distinta de los Óscar. La pareja tiene flechada a la crítica mundial con una historia de amor fresca, desprejuiciada y dirigida por Luca Guadagnino, un realizador innovador que trae con él, el posible apogeo de una primavera artística en Italia. Si alguien dijera que se cumplieron todos los pronósticos, estaría equivocado. Llámame por tu nombre, es de esas películas que empiezan siendo chiquitas, con poca distribución en un principio y extenso recorrido por festivales, hasta acrecentar su figura ganándose a la crítica, por ejemplo, paso previo por la Berlinale y consolidación en el festival de Toronto (clave para la prensa hollywoodense). Toda una carrera cinematográfica, seguida con detalle por los más cinéfilos. Hablada en italiano, inglés y francés a través de sus personajes, la película del italiano Luca Guadagnino se proyecta como un film alejado de las convencionales narrativas clásicas que suelen premiar en la academia, como The Post: Los oscuros secretos del Pentágono (The post, 2017) o Las horas más oscuras (The Darkest Hour, 2017). Es, más bien, un cuento de amor sencillo. El encuentro entre dos desconocidos con edades distintas (un joven adolescente y otro adulto cuarentón), en una residencia ubicada en el norte italiano durante las vacaciones de verano europeo. Los icónicos 80 son la escenografía social que servirán a modo disparador para un tema cultural para nada resuelto durante esos tiempos. La llegada al pueblo de Oliver (Armie Hammer), será el punto de quiebre en la vida de Elio (el joven Timothée Chalamet, nominado a mejor actor). Este adolecente se encuentra descubriendo su mundo sexual, indefinido, el cual será atravesado por la presencia de un hombre, que parece transportar consigo una energía particular, la cual transmiten los individuos carismáticos. Ya el primer contacto de los personajes denotará lo delicado del film. Por sobre todas las cosas sutil, sin golpes bajos, bien cuidado desde lo estético y con una iluminación en exteriores que envidiaría hasta el propio realizador Michelangelo Antonioni (buen aporte del director de fotografía, Sayombhu Mukdeeprom). Hasta el cálido sol veraniego parece alumbrar todos los sentimientos transmitidos en las calles empedradas de la pequeña Cremona, contexto cómplice de este amor de verano. Las escenas serán más jugadas cuando la relación tome color. Un comprometido trabajo en dirección actoral, que formalizó el estilo de Chalamet para diseñar a su complejo personaje. No solamente era cuestión de ponerle la piel, había que darle marco, perfilar las características de un niño que aún desconoce su cuerpo. Es más, muchos de los mejores momentos son las experiencias vividas por el muchacho en la solitaria intimidad de su cuarto. Otra línea aparte merece Armie Hammer. Adulto que en contraposición de Chalamet, se muestra seguro, bien definido en su sexualidad. Sobre todo en la secuencia cúlmine del film cuando le dice a Elio la frase que le da título a la película. Instante donde la realización pasará de ser una película más, a una pieza elemental de los últimos años. Y así como lo fue La vida de Adele (La vie d'Adele, 2013), servirá para otorgarle un antes y un después a las vivencias sexuales de las sociedades del siglo XXI.
Francesca Eastwood (la hija del director) y James Franco son los protagonistas de La bóveda (The Vault, 2017), película que desaprovecha su elenco, tarda en definir su género y lo único bueno es que sabemos que va a terminar. La historia de un trio que roba bancos y se encuentra con una bóveda que encierra muertos vivientes, es de por sí, cautivante. El primer problema del film, es un guion que resulta estar igual o más perdido que sus personajes en el medio del banco. A pesar de contar con Francesca Eastwood, actriz de ascendente carrera, y un actor más consolidado que nunca (James Franco), el relato hace agua porque no sabe definirse (nunca terminamos de entender si es thriller o terror) y, peor aún, tarda en plantear cuál es el peligro al que están atados los personajes. Por primera vez en mucho tiempo, veremos al reciente director de The Disaster Artist: Obra maestra (The disaster artist, 2017) callado, impertérrito, desaprovechado en su sentido del humor y en el talento para poder crear diálogos espontáneos. Además, Dan Bush no sólo logra quitarle todo histrionismo a su estrella, quien interpreta al guardia de seguridad del banco, sino también, el sentido al film, y evidencia el escaso talento para plantear el concepto de la película. Tal vez solo sea un mal comienzo para este director de poca trayectoria en el cine (con esta son tres sus trabajos). Esperaremos con tranquilidad su próxima producción. Por el momento, nos tendremos que conformar con una película pasajera que, tal vez, sirva como pretexto para comer unos buenos pochoclos.
El cine Cosmos (UBA) exhibe La verdad a cualquier precio (Route Irish, 2010), película que nunca había sido estrenada en Argentina. Una oportunidad única para conocer en un mismo film, los dos pilares del cine de Ken Loach: La pérdida de un ser y la lucha contra las instituciones. Dos amigos. La guerra. Una muerte. La angustia por perder a un ser querido que se transforma en escenario político donde se librará la batalla contra el leviatán. Ese monstruo doctrinario y del estado absoluto descripto por Thomas Hobbes, muta en la corporación del ejército en este film del director británico. La historia esta vez nos traslada a la guerra de Irak, en la zona de Route Irish, lugar donde muere el soldado ingles Frankie (John Bishop), durante una misión, en condiciones muy dudosas. Fergus (Mark Womack), su “hermano de corazón”, será el encargado de buscar hasta el hartazgo las razones de su fallecimiento. El detonante es un celular que llegará a sus manos. En él hay una filmación que bien podría ser exacto reflejo del escandaloso video filtrado por Wikileaks alla por 2007, donde se muestra cómo un helicóptero de las fuerzas americanas derriba a civiles en Bagdad. El personaje de Bishop, es de esos protagonistas al que nos tiene acostumbrados Ken Loach durante toda su filmografía. El hecho que corrompe una vida, el breve duelo. Y después la lucha. Siempre la lucha. Los casos de Bob en Como caídos del cielo (Raining Stones, 1993), Steve en Riff Raff (Riff Raff) o el de su última realización, Daniel Blake, son emblemáticos. Cada uno desposeído de su dignidad a manos del estado, que quita y burocratiza el bienestar de las personas. Lo más llamativo, que logró con la experiencia, es que el realizador nacido en Nunenton, tiene la habilidad de hacer política sin hablar de la misma explícitamente en sus películas. Sin sesgos partidarios ni tendencias específicas, el director logra hacer de su cinematografía, un bastión en defensa de la condición humana y los derechos que tienen las personas por el solo hecho de haber nacido en el mundo. Si bien esta producción es menor dentro de su filmografía, se agradece que se estrenen materiales de este tipo, aunque el film haya tenido estreno mundial en el 2010. Las temáticas de Loach son siempre actuales, no pasan de moda. Podríamos proyectarla dentro de diez años más, y no perdería vigencia. Algo que habla muy bien del curtido director, y muy mal de los sistemas democráticos.
El documental Mirala (que linda viene) (2018), se introduce en la gestación de una comparsa los días previos al carnaval. Este cuento urbano íntimo, define a la murga como un estilo de vida e intenta romper con sutileza prejuicios sociales. Primer dato curioso de este registro que tiene como protagonistas al grupo murgero “Los cometas de bohedo”: Las imágenes están impresas en blanco y negro. Y es que la murga siempre fue asociada a la multiplicidad de colores como sinónimo de alegría, diversidad. Todo intencional por parte Javier Pernas (el director), con el objetivo de centrarse en la cocina de la comparsa y sus hacedores. Con su cámara entramos a un grupo humano, que fraterniza y asimila conceptos murgeros. Pero también discute sobre cómo perfeccionar el show. Todo bajo la atenta mirada paternal de los profesores. Son ellos, quienes con algunos consejos y retos, van haciéndose protagonistas. “El paso cometa se salta con los dos pies muchachos”, repite uno sin cesar. “Si había algo que no te gustaba tendrías que haberlo dicho desde el primer día”, dice otra cuando alguien reclama. Se manifiesta también, cierto talento del realizador para retratar la vocación y paciencia de los maestros. Con cámara en mano, somos un testigo más, que baila con los jóvenes, se siente parte del grupo y escucha a los mayores. Este cuento urbano intentará a su vez, rescatar valores populares mediante las reflexiones de los directores de la comparsa. “No dejen que los chicos bailen con una botella de cerveza en la mano. Intentamos recuperar la sociedad perdida de los 70”. La alegría por lo que hacen estas personas, es el motor de un cine urgente, que intenta rescatar a la murga de los prejuicios y ubicarla como hecho social y producto cultural vigente. La manera artesanal de realizar la actividad murgera, será su bastión. Con fecha de estreno inteligente, (jueves 8) justo previa al carnaval (algo poco probable los realizadores argentinos durante sus primeros pasos), es el momento ideal para ver este material, que sin ofender a nadie, puede poner en duda conceptos muy arraigados en el espectador. Ahora sí el telón se corre, en plena noche veraniega, carnavalesca, y sorprende la pantalla explotada de colores.