Se estrena el séptimo largometraje de Fabián Forte, uno de los nombres que más – sino el que más – pisa fuerte dentro del terreno del cine de género argentino. Forte se fue forjando desde abajo, de las escuelas de cine, pionero del BARS, y la peleó cuando estas películas ni asomaban en estrenos en cartelera. Co- Director de ambas Socios por Accidentes junto a Nicanor Loreti; en El Muerto Cuenta Su Historia podríamos pensar que su ubicaría más cerca de una propuesta como lo fue Malditos Sean, puro género y terror nac & pop. Sin embargo, su visión aguda, su interesante trasfondo, y sus múltiples lecturas tamizadas de humor negro la posicionan más cerca de La Corporación, su mejor film hasta hoy. El Muerto… cuenta la historia de Ángel (Diego Gentile), un director de cine publicitario, que lleva una vida acomodada con una familia de vínculos rotos. Su mujer, Lucila (Moro Anghileri) le exige una conexión que él parece no poder darle, y su hija Antonella (Fiorella Duranda) es quien lo espera todas las noches en la puerta, en una espera permanente. Ángel vive para sí, le importa su trabajo, su ambiente y progreso, y no concibe la fidelidad bajo ningún término. Dice amar a su esposa, pero las mujeres son como ese cigarrillo que dice que va a dejar, pero. Ese estilo de vida tan desapegado tendrá su precio cuando su amigo y socio Eduardo (Damián Dreizik) lo termine conduciendo a un bar al que solo parecen concurrir mujeres, entre las que se destaca Bea (Emilia Attias). Será seducido en medio de una ensoñación, y comenzará su perdición. Basándose libremente en la mitología celta, Forte junto a Nicolás Britos (Kryptonita) idearon el guion sobre una cofradía de mujeres, diosas, hadas, demonios, vampiros; milenarias, que intentan instaurar un nuevo orden en la sociedad, plagada de mensajes cosificadores de la mujer. La historia, contada en retrospectiva – como adelanta su título – hasta la mitad; nos adelanta que Ángel está muerto, Eduardo también, y no son los únicos. Estas mujeres los utilizan como esclavos a su antojo con la última finalidad de despertar a Macha, la diosa máxima. Con mucho del cine de Alex de la Iglesia, sobre todo de Las Brujas de Zugarramurdi, Forte pasa de la comedia al terror borrando los límites. El humor, negro, ácido, satírico, corrosivo, y muy efectivo es una constante que va en crecimiento y aligera una certera bajada de línea. Porque al igual que en el film con Osmar Nuñez, Forte se vale del género para plantear cuestiones bastante concretas respecto a problemáticas comunes de la sociedad. El machismo y el feminismo, los costos del éxito económico, lo plástico de la vida moderna, y hasta algún encriptado político para el más atento. El espectáculo presenta un timing perfecto, en medio de una comedia que dibuja una sonrisa y nos obliga a lanzar varias carcajadas. Su relato, justo, no muy extenso, presenta un quiebre sustancial cuando se le da sentido al título; diferenciándose un grotesco del primer tramo por lo fantástico del segundo; tanto en uno como en otro, la comedia está presente. La fotografía de Leonel Pasoz Scioli y la dirección de arte a cargo de María Alicia Vázquez colaboran en un acabado técnico destacable, demostrando, como se viene haciendo desde hace tiempo en el género nacional, que no se necesita de un presupuesto enorme para crear un aspecto correcto y envolvente. Si la puesta en arte e imagen nos introducen en atmósfera inclinándose por los colores cargados, oscuros y las sombras; el montaje de Demian Rugna (co-director de MalditosSean) colabora con la agilidad y la ferocidad necesaria, que también entiende del progreso del argumento e irá apresurándose en conjunto con los hechos. Otro de sus atributos es lo acertado de su elenco, manejado con buena mano por su director. Gentile merecía un protagónico, su personaje va en progreso y termina por imponerse y ganarnos. Dreizik, al igual que las apariciones desopilantes de Lautaro Delgado, Chucho Fernandez (en una gran composición), Berta Muñiz, Marcelo Sain, y Pablo Pinto son su perfecto apoyo demostrando lo divertido de la propuesta en su costado más bizarro. Por el lado de las mujeres, Moro Anghileri expone una vez más su ductilidad que pide a gritos un protagónico absoluto, pareciera capaz de componer lo que sea. Emilia Attias (que muestra otra vez ser mucho más que un rostro bellísimo), Viviana Saconne – como la líder de esas mujeres enigmáticas –, Julieta Vallina, y Pipi Onetto, comprenden a la perfección ese juego de diabólica seducción, de dominio sobre el otro género, a la par de entrar al juego de comedia. Párrafo aparte para la pequeña Fiorella Duranda que no necesita de demasiado esfuerzo para hacernos ver la situación por la que pasa su personaje, poseedora de una cara muy expresiva; y Susana Varela quien con solo unos minutos en pantalla merece todos los aplausos. El Muerto Cuenta Su Historia se coloca en los lugares selectos del cine de género argentino, gracias a una buena mezcla de suspenso; crítica social; homenajes que pueden ir de Burdel de Sangre, a Jess Franco o Terminator; y un gran ritmo para la comedia con gags muy acertados y hasta incómodos. Fabián Forte dio otro paso adelante en su filmografía, y nos deja bien en claro que su nombre no debe pasar en vano; tan en claro como sus ideas. No la dejen pasar.
No fue el primer found footage, menos el primer falso documental; pero El Proyecto Blair Witch fue la que los puso de moda (instalándose definitivamente con Actividad Paranormal). El film dirigido por la dupla de Daniel Myrick y Eduardo Sanchez fue uno de los grandes sucesos de fines del Siglo XX, una de esas películas que, gusten más o menos, significaron un quiebre en el género. Producida de manera independiente, con poco dinero – en la filmación –, por una dupla de jóvenes estudiantes de cine que habían crecido con propuestas como Holocausto Caníbal. Un paradigma sobre las nuevas formas de realización; pero también, es innegable, un producto de una de las mejores campañas de marketing (y pionera en el uso de una internet en pañales) desde la mencionada cinta de Ruggero Deodato, haciéndonos creer la vivencia de un caso real. Blair Witch Project estuvo en el centro de mucha fama y muchas polémicas – recordemos la disputa con Alien Abduction y The Last Broadcast –; y siempre se intentó sacarle más jugo del que quizás se podía. Una rápida secuela de concepto más simple y menos valorada de lo que debiera; dos documentales para TV que sirvieron como apoyo de ambos filmes; y una espuma que fue bajando poco a poco, o no tan de a poco. El misterio que aguarda en el Black Hills Forest está de regreso, diecisiete años después; y el tiempo no fue en vano. Myrick y Sanchez vuelven a abandonar la silla de directores; lo cual viendo lo que ambos filmaron después de su suceso no es algo realmente malo. El lugar lo toma esta vez Adam Wyngard, uno de esos nombres que hay que tener en cuenta con joyas como You’re Next y The Guest (prefiero no recordar las antologías V/H/S 1 y 2 y ABC Of Death); junto a su habitual guionista Simon Barret. La dupla, como mínimo, prometía clima, tensión, y buen ritmo; y es eso lo que termina potenciando a esta nueva entrega. La historia pareciera ser pensada para no innovar demasiado, más allá de mostrar más que la original y aclarar algunos tantos. James (James Allen McCune) el hermano de Heather, una de las víctimas originales, continúa en su búsqueda a más de quince años de haber desaparecido. Nuevas pistas lo llevan al famoso bosque, en el que se adentra junto a un grupo de jóvenes compañeros. Obviamente, las cosas no saldrán bien desde el principio, se perderán, quedarán varados sin posibilidad de pronta huida ni rescate, y comenzarán los indicios de que algo no está bien más allá de lo tangible poniendo a prueba el escepticismo que hasta ese momento mantenían. El principal inconveniente que encuentra Blair Witch son sus diecisiete años desde el original. La historia es conocida, la mitología alrededor es popular, y ya nadie puede vender un found footage como algo real – es más hace varios años que vienen en declive al punto de preguntarnos por qué los siguen haciendo –. Quizás el recurso que pretendían encontrar esta vez fue el de mantener la secuela en el anonimato, como una “película “independiente” con otro nombre, The Woods, durante la filmación. Recurso que se les acabó ni bien salió el primer teaser tráiler y un pequeño símbolo en el fondo ya alertó que sería parte de la saga. Ese cambio de título, podía hacernos pensar a lo que sospechábamos de la secuela del 2000, ser uno de esos guiones que andan dando vuelta hace rato en las productoras, al que le adosan algo de la saga para otorgarle luz verde. Sin embargo, no pareciera ser tan así, el primer tramo largo, o las dos primeras partes, son casi un remake de El Proyecto Blair Witch realizado con mayor posibilidad de cámaras manuales (celulares, drones, visiones nocturnas, etc, cosas de la era digital al alcance de todos). Recién el tramo final, claramente lo mejor del conjunto, se distancia, aunque también, precisamente por mostrar lo que anteriormente no se veía, lo que se cortaba justo o se eludía dejando gusto a más. El conjunto actoral no logra destacarse, tampoco se denigra más que otros del género, se agradece que no sea tan estereotipado. En cuanto a las técnicas, el found footage no permite un gran despliegue por más que haya una mayor variedad de cámaras, y será recién sobre el final que el concepto se valorice y sea utilizado para grandes momentos de clima. Blair Witch sufre de estar encorsetada por sus orígenes, de generar un preámbulo demasiado extenso en el que se intenta atar los cabos para que nos acordemos de 1999; pero lo que alguna vez funcionó (es más, siendo sinceros la primera como película en sí está bastante sobrevalorada sobre todo en cuanto a la creación de miedos) ya no lo hace con el mismo efecto. Recién cuando se anima a ir a más, y vemos el talento de Wyngard y Barret para asfixiarnos y mantenernos aferrados a la butaca la cosa se apuntala y mejora considerablemente el promedio. Las ambiciones del mercado suelen ser más grandes que las necesidades creativas. Es probable que Blair Witch Project no sea una película apta para secuelas, que su motor – publicitario – solo funcionara una vez. Ya se probó al año siguiente tomando un camino totalmente diferente con buenos resultados, pero poco apreciado por los seguidores. Ahora se emprende el camino otra vez, tratando de ser más fiel, y la realidad es que solo mejora cuanto más se aleja.
Uno de los proyectos más anunciados y más postergados de la historia del cine argentino. Hacía años que la actriz Natalia Oreiro tenía el deseo de ser ella, la reina de la bailanta, la abanderada. Por una cosa o por otra, problema de derechos, guiones rechazados, nuevos proyectos que se superponían; el deseo de Natalia ya parecía inalcanzable. Pero como una sutil metáfora, tras mucho pelearla y aferrarse a ese sueño, llegó el día. Los planetas se alinearon para que el estreno llegue en la forma y momento justo. Gilda: No me arrepiento de este amor, pertenece a un género difícil, el biopic, el retrato de una vida real; más una biopic sobre un ídolo popular que trascendió su arte. No hay muchos antecedentes satisfactorios de estos, menos en nuestro cine. La sola propuesta ya despertaba ciertos temores. Temores descartados, no solo se estrena en un momento justo por la fecha conmemorativa de los veinte años del fallecimiento de la cantante; sino en el momento ideal para conseguir los nombres y los elementos justos para lograr el mejor de los resultados. Para quienes no sepan de qué hablamos (¿Habrá alguien?), se sigue la vida de Myriam Alejandra Bianchi, o mejor dicho de Gilda; porque el foco principal estará puesto en esa difícil transición entre la mujer cotidiana y la ídola eterna. Por supuesto, Natalia es Myriam, o como le gusta que la llamen, Gil, una maestra jardinera de Devoto, casada, con dos hijos, y algo frustrada. Su sueño es seguir ese lazo que la unía con su padre Omar (Daniel Melingo), la música. Ella quiere ser cantante, y a escondidas responde a un clasificado para el casting de la voz líder de un grupo tropical. En esa audición, no solo comenzará el giro hacia su vocación, conocerá a Toti Giménez (Javier Drolas), con quien terminará formando más que una sociedad. Este es el camino de un anonimato al estrellato, con todas las complicaciones, y ese destino trunco tan pronto que se respira en el aire. Por supuesto, el mayor acierto de esta película está en su protagonista, Natalia Oreiro siente al personaje en cada gramo de su cuerpo e impostura. Lo compone segura de que será el rol de su vida; y más allá de que la actriz de Miss Tacuarembó ha oscilado entre roles más livianos y otros más comprometidos y muy logrados (recuerden a esa madre de Infancia Clandestina); en Gilda logra una simbiosis absoluta. No hace falta que se le parezca físicamente (que sí se le parece), tampoco en el timbre de voz (hay mucha semejanza), la interpretación pasa por una cuestión de ser, de saber comprender a esa persona detrás del personaje. Hay otro acierto, otro nombre, a la altura del logro de la actriz, Lorena Muños, su directora y co-guionista junto a Tamara Viñez. Proviniendo del mundo documental, Muñoz hace el aporte necesario para que esta propuesta se destaque. Quienes hayan visto Yo n sé que me han hecho tus ojos y Los Próximos Pasados, sabrán de la capacidad de la directora para focalizar en lo fundamental y armar un relato perfecto a través de hechos reales. En Gilda, aun ficcionalizando, se repite ese esquema. Si bien el guion recae en varios clichés de las biopics populares, y del drama en general, no hace un nunca abuso de lo melodramático. Myrian/Gil/Gilda sufre por ese marido (Lautaro Delgado) que no la comprende, que la cela, y del que cada vez se distancia más a la par que se acerca su socio. También sufre por esa madre (Susana Pampin) que tampoco la apoya y cela la relación que tuvo con su padre ya fallecido. Pero Muñoz prefiere no centrarse en eso, exponerlo, pero no ir por a senda de la heroína de telenovela que se disputa entre dos amores. Prefiere hablar de una mujer que persigue un sueño, que se mete inocentemente en un ambiente turbio y le gana a todos los prejuicios; que cada vez que se acerca más a su objetivo de cantar siente que resigna tiempo con sus hijos, que Gilda le va ganando lugar a Myriam. Con un tono destellante, la fotografía también cuenta una historia que parece de ensueño, como si no todo se contase en palabras, como si la contundencia de los planos y las imágenes alcanzara para dejar claro lo que se quiere decir sin necesidad de recalcarlo. Gilda, es una película que maneja sutilezas, que elige las canciones en el momento justo, y que funciona a modo de homenaje e historia de vida más allá de las sensaciones que el personaje real le puede despertar a cada uno. En esas sutilezas se encuentra también la dirección actoral y el conjunto actoral. No es fácil destacarse en un secundario dentro de una película con un personaje descollante y tan central. Aquí todos los secundarios encuentran su propio momento de brillo, cada uno nos hace creer su personaje; con especial atención a Drolas, Delgado, Roly Serrano y Daniel Valenuela (los representantes de la “mafia musical”), y una Ángela Torres que quizás necesitó de mayor espacio dentro de la historia, pero que cada vez que aparece se hace notar a pura garra. No importa si uno tiene simpatía o no por la cantante; Gilda, no me arrepiento de este amor se disfruta de todas maneras por toda la potencia que expone. Potencia que se desborda en los últimos tramos de un metraje algo excesivo. Elevándose por sobre la media de los films con los que se puede comparar; Oreiro, Muñoz y equipo logran una película que como la música de Gilda apunta a lo más popular del sector; y como aquella, ofrece algo distinto y superior.
No es fácil instalarse en un medio como el terror en el que todo parece ya estar inventado. Los grandes maestros del género son indiscutidos por más que no siempre estén a la altura de las circunstancias. Y se realiza tanto en el mercado, que es muy probable quedar tapado entre mucho estreno de dudosa calidad. Fede Alvarez es uno de esos nombres que logra trascender por sobre el conjunto de los demás. Sin destacar sus propuestas por la originalidad, posee el suficiente manejo del impacto para que estemos atentos a cuál será su próximo paso. Si somos adeptos al género y tenemos algo de memoria, recordaremos que el director uruguayo emprendió una carrera maratónica que le permitió pasar de la realización de cortometrajes (alguna vez estuvo en nuestro Buenos Aires Rojo Sangre presentando uno), hacerse conocido mediante las redes por su corto de robots ¡Ataque de Pánico!, y de ahí directamente saltar a Hollywood de la mano nada más ni nada menos que de Sam Raimi, quien le encargó la difícil tarea de reversionar su clásico Evil Dead. Si Alvarez salió más que bien parado en aquella ocasión con la sobresaliente Posesión Infernal (uno de los pocos remakes que se distancian del original, pero logran resultados igual de dignos), era hora de probarse frente a un largometraje completamente nuevo; y a la vista de los resultados, el examen fue aprobado satisfactoriamente. Co-Escrita con Rodo Sayagues, y producida nuevamente por Raimi, No Respires no se destaca ni por un guion complejo ni demasiado original. Casi todo lo contrario, transita caminos conocidos y trae casi una excusa ir directo al grano. Tres jóvenes que en mayor o menor medida se dedican a la delincuencia, al asalto de hogares deshabitados para ser más precisos. Money (Daniel Zovatto), suerte de líder, Alex (Dylan Minnette) el que posee los datos necesarios para la intromisión por medio de un padre que trabaja en seguros; y Rocky (Jane Levy) la mujer del grupo y en apariencia la más frágil. Money presenta lo que parece un trabajo infalible y de ganancia inmensa. Solo hay un detalle, el asalto será con el dueño de la casa adentro, un hombre ciego que cobró una cuantiosa suma en concepto de indemnización por la muerte de su hija. Como siempre sucede en la fórmula, habrá reticencia, pero todos terminarán aceptando y dirigiéndose a la casa de este veterano de guerra ciego del que no conoceremos su nombre. Primera sorpresa, el dinero en la casa es mayor del que esperaban. Segunda sorpresa, el ciego es bastante menos indefenso de lo que pensaban. No Respires se inscribe en el clásico tópico delos victimarios convertidos en víctimas. En este caso, la referencia inmediata será Gente detrás de las paredes, con la cual tendrá varios puntos en común más allá de diferenciarse en el tono. Alvarez y Sayagues no necesitan de mucho preludio para introducir al ratón en la ratonera, y lo que sigue es un juego de escape. Sin necesidad de caer en el gore extremo (alejado de Posesión Infernal), No Respires precisamente no da respiro; logra mantener una tensión extrema a lo largo de todo su metraje. Para aferrarse a la butaca, inteligentemente, se basa en los personajes, no los pone como simples peones, tienen una historia y un carácter particular cada uno; nos importa qué es lo que les sucede. El trayecto tendrá algún vuelco y sorpresas como para mantener siempre la atención; pero, en definitiva, lo más logrado será el gran clima que Alvarez logra con elementos mínimos. El camaleónico Lang compone un antagónico formidable, desde postura, voz y movimiento, no solo es creíble, es verdaderamente temible. El logrado juego de luces y sombras y la musicalización envolvente contribuyen a esta sensación. De los jóvenes, si bien todos están correctos, será Jane Levy (irreconocible de Suburgatory y Posesión Infernal) quien más se luzca por un mayor peso, es una víctima que queremos que salga indemne, que supere todas las trabas, nos hace pasar todo su dolor en gestos mínimos. No Respires es una de las mejores películas de terror del año, y lo logra sin hacer un derroche de factura. Puro profesionalismo y pasión por lo que se hace. No hay dudas, Fede Alvarez se encuentra en un camino de excelencia.
¿Vieron esas publicidades en las que parecen prometernos que uno puede tener todo? El equilibrio entre una vida profesional exitosa, y una vida social equiparada la perfección entre amigos y familia, más algo de individualidad; es posible consumiendo un cóctel de analgésicos, energizantes, antioxidantes, y otros tantos etcéteras como para no tener que parar ni un segundo y cumplir con todas las expectativas del mercado. Déjenme decirles un secreto, las publicidades no (siempre) son ciertas, y es (muy) posible que tal equilibrio no exista. La comedia hollywoodense cada tanto parece muy dispuesta a dar solución a este dilema, en diferentes frascos y formatos. Esta vez, de la mano de la mentada Nueva Comedia Americana llega El Club de las Madres Rebeldes. La protagonista es Amy (Mila Kunis), joven madre profesional con una agenda full time tanto en uno como en otro aspecto. Todos los que la rodean parecen demandar algo mucho de ella. Luego de una serie de infortunios típicos de estas comedias volcadas a lo físico, Amy recae en una reunión de padres que terminará por ser la gota que rebalsa el vaso. Por un lado, la archirrival perfecta Gwendolyn (Christina Applegate), esas madres que andan por la vida con el dedo acusador. Por el otro, Carla y Kiki (Kathryn Hahn y Kristen Bell), dos madres en situaciones similares a Amy. Las dos últimas más la protagonista se unen con un solo fin, organizar una serie de actividades que las lleven a no cumplir con lo que el rol social les impone, en palabras claras, ser malas madres, desbocarse. Los realizadores Jon Lucas y Scott Moore, que provienen de la impresentable 21 La Gran Fiesta, intentan aquí un mix peligroso. Introducir comedia escatológica moderna, presuntamente desfachatada, balanceada con un tono de comedia amable, eso que se mal conoce como “chick flick” o comedia femenina. Depende como uno encare esta película variará su percepción. Como algo pasatista y vacío, tiene momentos graciosos, quizás no de largas carcajadas, pero de marcadas sonrisas. Probablemente Kunis, Bell y Applegate no sean las actrices más acordes para el rol que les toca. Cuesta creerle a Kunis como esa madre abnegada y profesional exitosa, sigue manteniendo el espíritu de apenas universitaria. Bell no termina de encajar dentro del juego escatológico. Y Applegate debería estar en el rol de Kunis. Sin embargo, pasada esa primera impresión, las tres logran una química lo suficientemente correcta. Los problemas más graves surgen cuando se intenta ver más allá; cuando caemos que esta supuesta solución al problema, no es más que otra publicidad que insiste sobre lo mismo, y que todos sabemos tendrá moraleja moral al final. ¿Si no tenían tiempo para cumplir sus obligaciones, tienen tiempo para descarriarse? ¿Ese afán de descarriarse no termina siendo más funcional a lo que supuestamente se intenta combatir? En definitiva, reglas de mercado que esta comedia liviana ni intenta exponer. Lucas y Moore logran una mejor cohesión que en su anterior film, lo cual ciertamente no es mucho decir, pero aun así terminan ubicándose varios escalones por debajo de consagrados como Judd Apatow o los Hermanos Farrelly (esta pareciera ser una película para ellos). No hay nada fuerte para criticar, pero tampoco demasiado para sobresalir de una gran media baja, ese es el asunto. Con sus pros y sus contra, El club de las madres rebeldes ofrece un rato entretenido, al que no le importa ser explícitamente falsa en su mensaje, ni limitada en cuanto a su propuesta. Se sabe que será una más y que no debe analizársela más allá de su superficie, y con esas reglas claras, cumple, y no le pidan más.
Luego de diez películas y seis series para televisión el universo de Star Trek parecía agotado allá a poco de iniciado el nuevo siglo. Sin embargo, en 2009 el nombre de J.J. Abrams y sus guionistas Roberto Orci y Alex Kurzman, lograron lo impensado, realizar un reboot a la altura del mito original, que cautivara tanto a fieles como a los recién llegados, y hasta a quienes desprestigiaban el germen. En 2013 vino la secuela, En la Oscuridad, y con el mismo equipo y fórmula, el resultado fue aún mejor. Pero en 2015, Abrams cruzó el charco y partió hacia la vereda de enfrente, la saga Star Wars, y sin él, los dos guionistas también marcharon. Pero Star Trek debe continuar, cambio de nombres mediante ¿Logra la franquicia imponerse a los realizadores? La respuesta está en el medio, un sí parcial, y un fuerte no. Durante las dos entregas superiores, Abrams y equipo se encargó de sentar bases claras, presentar los personajes, todo sin apuro, dando lugar a una muestra de caracteres individuales. El primer cambio notorio en este film dirigido por Justin Lin (Rápido & Furioso 3 a 6) y guionado por el actor Simon Pegg junto a Doug Jun, es precisamente ese, quitar el foco de los personajes a la acción. Star Trek: Sin Límites no se anda con demasiadas vueltas, va directo al grano. Si la elección de un realizador significa algo, podríamos decir que los productores a la hora de escoger a Lin buscaban precisamente lo que lograron, una película que no de respiro, que pase de un segmento a otro y “no pierda tiempo” en el desarrollo, casi convulsiva; siendo claros, una Rápido & Furioso en el espacio. Continuando por el mismo carril, el argumento esta vez es notoriamente más sencillo y con menos sorpresa que las entregas anteriores; por más que se intente disfrazarlo de cierta parafernalia que no aporta más que algo de barullo. La US Enterpresise, con su clásica tripulación, emprende una misión de rescate que termina en emboscada. Con la rotura de la nave quedan varados en el Planeta Altamid, en el que habita Krall, el villano de turno interpretado con cierto desgano por el omnipresente Idris Elba. Krall busca una reliquia que se imaginarán en manos de quienes están, con la cual poder activar un arma superpoderosa. Esa es la premisa que se mantienen sin mucha evolución durante sus más de dos horas, quizás más corta en duración que las anteriores, pero que se hacen sentir más en la paciencia del espectador. Kirk, Spock, Uhura, Sulu, McCoy, Chekov, y Scotty están todos otra vez, interpretados por los mismos actores, y la sensación también es que no tienen mucho para agregar. Como si anteriormente se hubiese hecho una presentación y ahora es solo cuestión de verlos en acción haciendo lo que ya les vimos hacer, quizás con más desenfado; esto hablando en el ritmo de montaje más que en pulsión de guion. Remontándonos a la saga original (que también tenía filmes más flojos que otros), es probable que esta entrega se asemeje más a la “Nueva Generación”, en cuanto a la concepción de personajes y planteo de premisa. No hay tantos conflictos “protocolares” como algo parecido al espionaje básico. Lo dicho, el montaje, la fotografía, y hasta el sonido (música incluida) colaboran a la furia que se le quiere imprimir al asunto. Todo es rabia, rapidez y neón de colores fuertes. Otro sería el resultado final de no tratarse de una tercera entrega de una (nueva) saga con los lineamientos ya figurados, o más aún, de no tratarse de una historia con una mitología popular fuerte detrás. Sin Límites, tiene siempre la posibilidad a mano de refugiarse en los orígenes, de mirar hacia atrás, y dejar contentos a los fans; y es en esos momentos en los que se repone; cuando Lin y compañía entienden que esto es Viaje a los Estrellas y no la otra saga que lo hizo conocido. Menor, pasatista, y con varios errores formales, Star Trek: Sin Límites puede ser un paso en fakso en una saga que aún busca una identidad propia, que extraña a sus creadores; pero que aún tiene el suficiente peso como para entregar algo de lo que queríamos ver. Que un tropezón no es caída, y Star Trek sigue siendo una historia con una fuerza imparable.
Pasaron los años y Leonardo Kachanovsky – el arquitecto protagonista de El Hombre de Al Lado – abandonó la arquitectura por la literatura, abandonó su “polémico” hogar, cambió su nombre a Daniel Mantovani, y emigró a Europa en donde triunfó en las letras y recibió el Premio Nobel de literatura. Ahora es convocado por el pueblo que lo vio nacer. Esto no es exactamente así; Leonardo y Daniel no son el mismo personaje, pertenecen a diferentes películas; pero dentro de la mente de los realizadores Mariano Cohn y Gastón Duprat (más el guionista Andrés Duprat, hermano del segundo), parecieran querer repetir – quizás inconscientemente – las características de uno en otro, siete años después. Cohn y Duprat tienen una larga trayectoria tanto en el cine como en la televisión, en diferentes rubros y géneros. Pueden dirigir un “documental” como Yo, Presidente; y una película como Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo; ser directores del Canal de la Ciudad; y crear programas como Cupido y TV Abierta. Eclécticos, quizás haya una línea directriz en toda su obra, una supuesta irreverencia. Esa irreverencia es la que intenta imponerse en su nuevo opus El Ciudadano Ilustre, posiblemente su film con mayores similitudes a su proyecto más celebrado, El Hombre de Al lado; y no solo porque los protagonistas de ambos films se parecen mucho entre sí. Mantovani (interpretado por Oscar Martinez) nació en Salas, pueblo rural del Interior de Buenos Aires. Hace muchos años emigró de ahí y se autoexilió en Europa. Escritor, goza de mucho éxito y reconocimiento, aunque vive alejado de la sociedad, tapado por libros y objetos inanimados de lujo. En el momento en que se encuentra en medio de un bloqueo creativo, recibe la premiación al Nobel de Literatura por sus escritos, todos representados en el pueblo de su juventud. Paralelamente, Salas se encuentra en los festejos del Bicentenario, y el Intendente, en un acto de demagogia, convoca a su hijo pródigo a participar de los festejos; además de ser el centro de una ceremonia en la que se lo declarará Ciudadano Ilustre del pueblo. Daniel acepta, emprende el retorno, pero una vez allí verá que las cosas no son tal como él las recuerda; o sí, pero vivirlas en carne propia será otra experiencia. Así como en El Hombre de Al Lado – trazar paralelismos me resulta inevitable – la medianera dividía dos estilos de idiosincrasia distintos, entre el snob apático, y el noble vulgar; en El Ciudadano Ilustre, el océano es el que divide el estilo de vida “intelectual”, citadino de Mantovani, con el pueblerino de los habitantes de Salas; el cruce de uno hacia el otro producirá el choque cual la ventanita en la medianera. Cohn y los Duprat arrojan líneas sin preocuparse en sutilezas, no se andan con demasiadas vueltas para dejar en claro que tanto uno como los otros tienen rasgos cuestionables y/o despreciables. El escritor es egocéntrico al punto de caer en la falsa modestia abiertamente, mira permanentemente desde arriba y cargado de prejuicios y rencores. La gente del pueblo – focalizados en especial en uno interpretado por Dady Brieva, amigo de la infancia de Daniel, rivalizados por una mujer con el rostro de Andrea Frigerio queriéndonos hacer creer que puede ser una mujer de pueblo – es extremadamente vulgar, salvaje, inescrupulosa, intolerable, y varios otros adjetivos descalificativos de la condición humana. Dividido episódicamente; en un primer tramo el film plantea las miserias – y bondades en contrapunto – de unos y otro; pero en determinado momento, se advierte aquella subjetividad que ya olíamos más disimuladamente en el film de 2009. El Ciudadano Ilustre adopta la mirada del recién llegado al pueblo y se focaliza en querer hacernos reír con las excentricidades y mal gusto de los habitantes de Salas, dejando abierta una clara generalización hacia la vida en los pueblos ¿En definitiva los prejuicios del urbano no eran tan errados? Tanto en El Hombre… como en esta oportunidad, habrá una suerte de redención para que no pensemos que los realizadores tienen las mismas ideas que sus personajes “de ciudad”. Pero en esta oportunidad, el trazo anterior es tan extenso, corrosivo, y explícito, que siempre quedará tildando la duda. Aun en proyectos como El Artista que buscaba reírse de la comunidad artística, no se ahorraban una mirada socarrona hacia un sector mísero. Pensemos que son los creadores de (por lo menos) dos ciclos televisivos famosos por burlarse de cierto aire popular, desde lo exagerado o grotesco. Como comedia, El Ciudadano Ilustre funciona si nos dejamos llevar, en base a un humor directo, de gags explícitos, que no le temen a lo escatológico. No hay ninguna búsqueda estética ni narrativa, tampoco las necesita. El elenco, encabezado por Martinez omnipresente y Brieva, saca lo mejor de sí, y parecen ser producto de un correcto casting en el que cada uno tiene el rol que merece (con la salvación hecha antes de Frigerio). Las interpretaciones son lo mejor de la propuesta. Cohn y Duprat realizan otra mirada aguda al género humano desde la comedia directa. Mirada que cuando es más abierta logra sus mejores momentos. No puede evitar mostrar una hilacha de subjetividad en carne viva, y desde ese momento, dependerá de las ideas previas del espectador, apreciar la obra a su manera; lástima que la propuesta no se abre al debate.
Hay juegos que mejor no jugarlos, desafíos que mejor no aceptarlos. Esto es lo que deberían saber los protagonistas del nuevo film de la dupla Henry Joost y Ariel Schulman (Actividad Paranormal 3 y 4). Juegos los hay de todo tipo, desde los deportes físicos, juegos de mesa o videojuegos; y también los que exponen al jugador a situaciones fuera de la rutina, a modo de prueba de carácter. Desde verdad/consecuencia a el juego de la botella, todos exigen una prueba a superar. Claro que no todas las pruebas son tan inocentes como contar una intimidad o dar un beso a otro participante; algunos van más allá, como el que propone Nerve: Un juego sin reglas. Basándose en las últimas tecnologías populares, el guion de Jessica Sharzer sobre la novela homónima de Jeanne Ryan, nos habla de una aplicación de celular, también adaptable online, que lleva por título el mismo del film. Emma Roberts es Vee, una adolescente, recién entrando en la universidad, que lleva una vida bastante controlada y tranquila. Todo lo contrario, a su amiga Sidney (Emily Meade), extrovertida y casi adicta a Nerve; un juego online mediante el cual los registrados van siguiendo a los usuarios y les proponen distintos desafíos que deben cumplir a cambio de dinero que será depositado en una cuenta bancaria; si no cumplen con el desafío pautado, pierden lo recaudado. Vee en un principio no está interesada en Nerve, pero ante la insistencia de sus amigos y ese temor a no ser menos, entrará en el mismo. Los desafíos irán en aumento, de besar a un desconocido, probarse el vestido lujoso de una tienda, a cosas cada vez más peligrosas; hasta que todo se salga de control. Vee no estará sola en este descontrol, contará con la colaboración de otro participante (el desconocido a que debe besar en primer lugar), Ian (Dave Franco) con quien formará una pareja forzada por los usuarios que desean verlos juntos superando las pruebas; aunque puede ser que Ian sepa más de lo que muestra. Nerve posee un privilegio, tiene el target de público bien definido. Claramente se trata de una película para adolescentes, casi menores a la edad de Vee e Ian. La premisa, que pese a tener muchos puntos en común con películas como 13 Pecados (más el remake norteamericano), pudo tener algún indicio de originalidad. Sin embargo, durante el desarrollo, tanto la dupla de directores como desde la historia, parecen empeñarse en caer en cuanto cliché tenían a su alcance. Los lineamientos son los típicos del manual de relato “teen”. Chica retraída, se tienta ante la aventura que la expone al peligro, se abre al mundo y por eso pagará las consecuencias y saldrá no sin aprender una moraleja antes. También está el romance con el desconocido del que no se sabe si se puede confiar; y hasta los personajes secundarios están ahí como muestrario de estereotipo. La amiga extrovertida con la que puede enfrentarse, el amigo compiche y geek, los curiosos que alimentan el morbo; y la madre, personaje que retomaré más adelante en el texto. Nerve se impone como una suerte de film de suspenso pre dieciocho, pero naufraga principalmente porque en él no hay suspenso. No hablamos del gore de la 13 Pecados coreana, o el mal gusto del remake hollywoodense, ni siquiera hablamos de terror (género al que decididamente no quiere pertenecer); hablamos de que no genera ni siquiera gran intriga sobre el devenir de los personajes. En los desafíos propuestos, no solo no hay sangre, no hay tensión (salvo algo módico y mal ejecutado). Esta falta de presión sobre lo que debió ser el elemento principal de la propuesta, hace que el morbo que expresan los usuarios de Nerve no sea transmitido al espectador, dejándolo virtualmente fuera de juego. Roberts y Franco no crean química, no solo sus personajes son esquemáticos, entre ellos no se nota unión; y las vueltas de tuerca de uno y otro pecan de demasiado previsibles. Hay algún atisbo en la historia de querer encarar un estudio sobre la generación joven actual y la necesidad de fama mediática online; algo que quizás en la novela se explaye e mejor (desconozco), pero en la película es abandonado demasiado pronto. Sidney entre en celos paranoicos al ver que su amiga a la que creía timorata le gana en popularidad de seguidores, y parece dispuesta a realizar cualquier desafío de Nerve con tal de recuperar su trono. Lo mismo la incitación de los extraños a continuar mirando el devenir de un desconocido al que le proponen cosas cada vez más humillantes. Esas líneas, con una mayor profundización, podrían haber resultado realmente interesantes; no es el caso. Joost y Schulman se inclinan también por impregnar la pantalla de imágenes con espíritu adolescente. Una noche de neón, cámaras subjetivas con lentes de celulares o webcams, movimiento, y diálogos ligeros de jerga actual. Todo muy tecnológico popular, todo muy “joven”. Inclusive la banda sonora, plagada de canciones de un tracklist pre veinteañero que no progresa junto a las acciones del film. Ese espíritu joven parece llegar también hasta el personaje de la madre, compuesto por Juliette Lewis (actriz de la que se recuerda ser una chica descarriada); una madre como la que esta película necesitaba. Totalmente despreocupada e irresponsable. Las decisiones que toma son básicamente inverosímiles hasta resultar irritante, y es el único adulto del film. Nerve se introduce en el mundo adolescente con la idea de mostrarnos los peligros a los que estos pueden estar expuestos. Pero lo hace con tanta ligereza y desprendimiento que no genera más que una atención pasatista, y hasta algún mensaje contradictorio. Quizás sea que quien escribe ya abandonó esa edad, quizás el público al que definitivamente está apuntada encuentre una mejor identificación; mientras tanto, yo decido desconectarme.
Hay un evento al año que debería ser inevitable para todo los que gustan del cine de calidad. Hace años que todos los años se estrena una película de Woody Allen. Se le pueden achacar muchas cosas, que ya no es el mismo de antes, que se repite a sí mismo, que entró en una zona de confort; pero de todos modos sigue siendo el viejo y querido Woody. Su estreno 2016 lo lleva nuevamente a una recreación de época, a una fina sátira social partiendo de un mundillo; esta vez con la mirada puesta en el Hollywood de Oro, con un guiño a su adorada New York. Su nuevo alter ego (esta es de esas en la que decide ubicarse sólo detrás decámara) es Jesse Eisemberg (Red Social), en la piel de Bobby Dorfman, veinteañero recién llegado del Bronx que se instala en la ciudad meca del cine para encontrar un trabajo que lo haga prosperar de la mano de su tío Phil Stern (Steve Carell), magnate de la industria, agente de las estrellas más codiciadas de la época. A modo de relato paralelo, o viñetas, se cuenta algo de la vida de los Dorfman en su ciudad de origen. Familia típicamente judía (obviamente), con tradiciones algo particulares, en especial las de un hermano de Bobby, y un terrible contrapunto en la relación de mamá y papá. Bobby ingresa tímidamente en el ambiente, y Phil le da el impulso que necesita ubicándolo en un cargo directo debajo de su ala. También lo ayuda en la inserción a la ciudad, y le presenta a su secretaria Vonnie – diminutivo de Verónica – interpretada por Kristen Stewart (La Habitación del Pánico). Vonnie lo lleva a recorrer la ciudad, los puntos más atractivos, pero a la vez más alejados del glamour, demostrando ser la más sensata y centrada de ese nuevo universo al que Bobby debe pertenecer. Obviamente, Bobby se enamora perdidamente de Vonnie; obviamente Vonnie tiene pareja; obviamente Vonnie es la amante del tío Phil. Cláramente hay un quiebre en la historia de Café Society, un punto en el que el relato cambia de ambiente y el tono va virando hacia otro sentido, quizás más dramático y reflexivo. Es en el primer tramo en el que el film más brilla, con una comedia típica de enredos, sin un pretexto muy original (el último Allen rara vez necesita serlo); pero en el que se permite ser más juguetona y lanzar algunos dardos risueños a esa panacea que Hollywood decía/dice ser. Utilizando el nombre de muchas estrellas reales, pero sin la recreación de ninguna de ellas, hay una mezcla entre una declaración de amor a esa época (declaración que ya ha hecho en varias de sus obras maestras) y un golpazo de realidad frente a la falsedad quese esconde detrás de la cortina de seda. También se impone la historia en el Bronx, que atraviesa todo el film, con los mafiosos que arreglan las cuestiones simples a su manera, y un matrimonio judío que será lo mejor de la película en cuanto a comicidad. El segundo tramo, más desencantado, quizás más duro en cuanto a las críticas, nos lleva a Nueva York con cierta negrura y añoranza de otros films de Woody con temáticas de insatisfacción que también ha retratado en varias de sus mejores películas. Allen no solo es un gran libretista, con mucha sensibilidad y un sutil tacto para la comedia verbal; es también un excelente director de actores. Cada vez que decide no ponerse a sí mismo como protagonista, elije un actor que haga de su alter ego, y siempre logra sacar lo mejor de cada uno, y que extrañamente todos se parezcan a él sin ser una imitación. Eisemberg, a quien ya había probado en A Roma con Amor, no es la excepción, el actor pierde varios de sus registros habituales, para mostrarnos a un Woody Allen joven, hablando kilométrica y maratónicamente, con gesticulación ocular, y con una pose corporal comprimida. Podríamos pensar que Bobby al envejecer se hará más flaco, perderá pelo y se calzará esos gruesos lentes para transformare finalmente en ese que todos creemos que es. Junto al actor de Zombieland se lucen Carell; Jeannie Berlin y Ken Stott como ese matrimonio en disputa; Parker Posey como una típica dama de las relaciones públicas; y hasta Blake Lively logra un tono correcto para su personaje, que ingresa en el segundo tramo, mereciendo una mayor presencia de la obtenida. Lamentablemente, hasta el director de Manhattan encuentra su kryptonita en Kristen Stewart que parece participar de otra película. Para ser una mujer que enamora perdidamente a dos hombres, a Stewart le falta todo para ser una femme fatale, una mujer con intriga. No hay nada duro para criticar de su participación, simplemente no va acorde al film sin presentar matices. Posiblemente un enroque con el rol de Lively y viceversa, hubiese fortalecida al personaje de Vonnie. Café Society no es la mejor película del realizador, se ubica dentro de sus films más accesibles y se disfruta con una sonrisa permanente. Con una recreación de época correcta y no ampulosa, más en los modos que en la vista; Allen puede estar en plan descansar, pero su agudeza y mirada vivaz, perspicaz, sigue intacta; y eso es lo que lo hace un creador único. Disfrutemos de esta maravilla que se nos ofrece una vez por año.
Modas de Hollywood. Los relatos épicos parecen estar otra vez en la cima, con tanto superhéroe y ser salvador; también hay una creciente ola de cine cristiano, desde diferentes ópticas, atravesando géneros resaltando valores morales y éticos como hace tiempo no se veía. Mezclando estos dos tópicos, y sumándole ese gusto actual que tiene la gran industria de actualizar todo en nuevas versiones; era de esperarse que una Ben Hur estuviese en cartera. Sin embargo, y a la vista de los resultados, esta nueva adaptación del texto clásico, toma algunas decisiones que la podrían considerar riesgosa. Claro que de los riesgos no siempre se sale bien parado. Al hablar de Ben Hur más de uno tendrá en su memoria el inmortal clásico de William Wyler protagonizado por Charlton Heston como ese desgraciado príncipe de Jerusalem. Sin embargo, la versión de 2016, a diferencia de varias de las adaptaciones que se hicieron con posterioridad al film de 1959, no pareciera apoyarse en ella, sino volver a los orígenes, el texto de Lewis Wallace. Retomemos la historia, hechos que transcurren casi en paralelo a lo que conocemos como la Natividad y la Pasión de Cristo. Judah Ben Hur (Jack Huston) es un aguerrido príncipe de Jerusalem, que mantiene una fuerte amistad con su hermano adoptivo Messala (Tobey Kebbell), enamorado de su hermana Tirzah (Sofía Black D’Elia). Ambos se defienden y se aprecian, pero Messala se siente inferior y ajeno a la familia, indigno de Tirzah. Es por eso que decide partir y alistarse al ejército romano; hecho que quebrantará (no tan) lentamente la relación con Judah. El tiempo pasa, Judah logra contraer matrimonio con la esclava Esther (Nazanin Boniani) y se rencuentra con un Messala que ya no es quien solía ser. Los celos vuelven a aflorar y este traiciona a Judah, acusándolo de traición al imperio por respetar sus creencias de Jerusalem, desterrándolo hasta la (presunta) muerte y atacando a la familia (su ex amada Tirzah y su madre Naomi). Al modo de un Conde de Montecristo (por lo menos en este film), Judah vaga por el desierto y Océano, y es rescatado por el árabe comerciante Ilderim (Morgan Freeman con un lampazo en la cabeza), quien lo reformará, pero no logrará cesar su sed de venganza. Ilderim lo forma en las carreras de carruajes, entretenimiento por excelencia entre los romanos y en el que Messala es campeón, y desoyendo las súplicas de la sufrida Esther, se enfrentarán en una dura batalla final. Al escuchar el nombre del director elegido para esta versión, Timur Bekmanbetov (Guardianes de la noche/día, Wanted), la espera era una recarga en la acción, un sobre exceso de digitalización, un montaje rabiosamente convulsivo, y un espectáculo visual de impacto. Pues no, salvo por algunos detalles digitales no muy logrados (incluidos un 3D inexistente) y una carrera de carruajes a modo Rápido & Furioso pero sin ser convulsiva; este Ben Hur se presenta como una representación dramática y con escasa épica de los acontecimientos. No encontraremos nada de la grandilocuencia de Wyler ni el efectismo esperado; tampoco una puesta en escena que equipare a una superproducción. Sin tampoco recargar las tintas en lo religioso salvo en determinados tramos y un epílogo desatado, lo que queda es un reato bastante despojado, que apunta a los valores éticos y al mensaje de la hermandad por sobre la venganza que oscurece el alma. La historia de Jesús (Rodrigo Santoro) circunda todo el metraje, pero nunca se llega a profundizar, ni siquiera en el conflicto de fe planteado en la época, tratado de un modo superficial. Sin nombres remarcables en el elenco, salvo Morgan Freeman (que ya está en una etapa de aceptar roles sin leer el guion) y ¿Rodrigo Santoro, Tobey Kebbell?, las interpretaciones están a tono con el film, correctas, aunque lavadas. No hay mucho demasiado grave para criticarle a esta nueva versión, ofrece un entretenimiento justo para quienes busquen algo que no profundice en ningún aspecto. Se inclina al drama, pero no contiene diálogos pulcros; no posee épica ni gran aventura, pero tampoco llega a aburrir del todo más allá de una primera hora bastante aletargada; y ni siquiera se juega el todo en la escena que todos quieren ver la famosa carrera de carruajes. Con anclaje en Gladiador, Montecristo (versión Kevin Reynolds), y la reciente Hijo de dios; es una propuesta menor, sin un rumbo fijo, pero que consigue sus bajas intenciones, pasando más desapercibida que odiada. Esta Ben Hur podía ser esperada dentro de las nuevas/repetidas tendencias de Hollywood, lo que está en dudas es si era necesaria.