(Anexo de crítica) El año pasado Rodrigo Cortés sorprendió a público y crítica con la inesperada Enterrado, una obra pequeña que logró sorprender por su clima sofocante. Nobleza obliga, admito que particularmente la película no llego a conmoverme, casi todo lo contrario; cuestión de gustos. Lo cierto es que este director español pasó del día a la mañana a ser un autor muy “apreciado”, y había muchísimas expectativas respecto a su próximo film; de este modo llega Luces Rojas. Lo primero que hay que aclara es que este nuevo opus (que nada tiene que ver con el excelente film francés de 2004 con el que comparte título) tiene algunas similitudes con Enterrado, pero también fuertes diferencias. Es muy difícil contar un argumento como el de Luces Rojas sin caer en la tentación de adelantar algo. Sigourney Weaver (en un rol muy logrado) es una doctora en parapsicología que trabaja, junto a un ayudante, Cillian Murphy, para una universidad descubriendo a los farsantes que dicen poseer algún poder místico o sobrenatural y en realidad sólo buscan el lucro (gran participación pequeña de Leonardo Sbaraglia como uno de ellos). Sin revelar más de lo justo, en un principio la historia nos sumerge en su mundo, para luego (tras un hecho que no voy a contar) pasar al caso de un ciego (Robert DeNiro en su salsa de sobreactuación bien lograda) que la juega de mentalista y dice poder sanar o matar tan sólo con su mente… no va a ser tarea fácil desmentirlo. Para apreciar esta película desde el comienzo hay que aceptar ciertos convencionalismos, hay planteos que uno no debe hacerse desde la lógica; es un film de magos y descubrefarsantes serios y académicos, como El Ilusionista pero en un tono más cruento, misterioso, por decirlo de algún modo. Es obvio que Cortés contó con muchos más elementos esta vez, todo se nota más grande. Pero aun así el clima opresivo está presente al igual que en su anterior película, solo que de una manera distinta. Ese es el gran logro del director en Luces Rojas, la construcción desde todos los detalles de un mundo extraño y a la vez fascinante. Tal vez esto se deba a la oportunidad ahora de contar con un guión propio, aunque su última experiencia e el área (Donde habita el diablo) haya sido bastante pobre. Sin lugar a dudas el protagonismo es de Cillian Murphy, pero las fuerzas interpretativas de Weaver y De Niro terminan por comerse su rol; y el guión sabe otorgarles sus buenos momentos. Luces Rojas tiene mucho de dos películas recientes, una es La Invención de Hugo Cabret con su visión cinematográfica de la magia (o mágica del cine), y otra es la aún no estrenada The Awakenings en la cual Rebecca Hall se encarga descubrir la verdad detrás de ciertos mitos como casa embrujadas. Dos grandes películas a las cuales esta obra de Cortés no llega a igualar pero que igualmente le alcanza para ofrecernos un buen rato de misterios, intrigas, y fascinación por ese mundo oculto que es la magia. Hay momentos hipnóticos, vueltas y giros constantes (hasta uno sobre el final que dividirá las aguas), y una pregunta, lógica, queda rondando, la eterna ¿sirve descubrir el truco de los magos, o es mejor entregarse a su mundo de fantasias sin cuestionamientos?
(Anexo de crítica) Mucho tiempo ha pasado ya de aquellos tiempos en los cuales el cine de animación parecía ser el monopolio de una sola empresa. A la gigante Disney le fueron apareciendo hace ya casi 15 años dignos contrincantes en la taquilla como Dreamworks, Fox, Universal, Sony, sin olvidar varias producciones más “independientes”. Es por eso que ahora es más común contar con una gran variedad de películas animadas estrenadas por año, ya no son propiedad única de las vacaciones de invierno o de la temporada de Fiestas. Esto lleva como consecuencia que la sorpresa en el género hoy en día no sea algo tan corriente, muchas de esas películas corren el riesgo de pasar desapercibidas; la competencia es ahora tan grande que los estudios deben hacer esfuerzos para captar la atención de un público más dividido. Esto nos lleva a la pregunta ¿qué tiene para ofrecernos Hotel Transylvania? Drácula (con la voz de Adam Sandler) regentea un hotel cuasi turístico en el cual los monstruos llegan a pasar una temporada y a esconderse del ataque de los humanos (las cosas parecen haberse invertido). En ese lugar el Conde vive con Mavis (Selena Gomez) su adolescente hija que está a punto de cumplir 118 años, por lo que planea organizarle una fiesta a todo trapo. Claro, para la ocasión van a llegar los amigos más cercanos de la familia, Frankenstein (Kevin James) con su esposa Eunice (Fran Drescher), la momia Murray (CeeLo Green), una pareja de hombres lobo (Steve Buscemi y Molly Shannon), el Hombre Invisible Griffin (David Spade), entre varios otros monstruos clásicos. El problema es que en el medio del jolgorio se cuela un humano Jonathan (Andy Samberg) que llega por accidente al hotel y de inmediato se enamora de Mavis. El asunto va a girar principalmente en el conflicto Monstruos-Humanos, Drácula va a mirar con reticencia a Jonathan, teme a los mortales, y no quiere saber nada de la unión de su hija con uno de ellos. Jonathan va intentar ganarse a su posible suegro y querrá demostrarle que (no todos) los humanos son tan malos... y en el medio los monstruos hacen de las suyas. Volviendo al comienzo, lo que nos ofrece Hotel Transylvania es una comedia ligera, con diálogos rápidos, humor ATP (salvo algunos chistes), animación colorida, y voces de actores famosos (más que nada en EE.UU.) que en el doblaje español se pierden. Desde el comienzo sabemos que no es la intención ofrecernos una película que se destaque por su originalidad, casi todo lo contrario, no tiene mayores pretensiones que hacernos pasar (sobre todo a los chicos) un rato amable. Desde la selección de voces originales vemos que hay varios actores salidos de Saturday Night Live y que, por consiguiente, son recurrentes en los films protagonizados/producidos por Adam Sandler. La cuestión es que aquí están algo limitados por un guión netamente infantil y con chistes algo remanidos. La animación también va por el mismo rumbo, los personajes se destacan por su colorido tono pastel y formas caricaturescas y “acolchonadas” , casi como si fuesen muñecos peluches en lugar de monstruos reales. En cuanto al 3D, como suele suceder, es poco lo que aporta. Su director es Genndy Tartakovsky, que tiene experiencia en haber “revolucionado” el mundo de la animación para TV con series como El Laboratorio de Dexter, Samurai Jack, La Vaca y el Pollito, y Las Chicas Superpoderosas (donde oficia como productor). Acá debuta con un largometraje, y lo que muestra parece ser una versión extendida (y algo lavada) de cualquiera de esas series. Secuencias rápidas, humor pretendidamente irreverente (que en esta ocasión se logra a medias), y animación llamativa. Antes de verla uno podría esperar una película que mezclara el humor con algo de terror en onda infantil (al estilo de Monster House o cualquiera de los films de Henry Selick, todos más logrados que este). Nada de eso hay en Hotel Transylvania, casi como si el asunto de los monstruos fuese una introducción para darnos una comedia familiar. Los chicos deberán buscar dar sus primeros pasos en el terror en otra ocasión. Ni hablar de emparentarse con Monster Inc. y su chispeante humor crítico/social. Tenemos una comedia simple, directa, y con la esperada moraleja de unión entre distintos. Aún así, sin ser original y apenas consiguiendo un divertimento amable a Hotel Transylvana le alcanza para que los más chicos pasen un rato agradable, (casi siempre) gracioso, y lo fundamental bastante entretenido. Talvez no sea un film memorable, pero el rato en el cine pasa.
¿Hasta dónde llega el compromiso de un autor con su obra? Esta podría ser una de las preguntas que plantea Ruby, la chica de mis sueños, segunda película del dúo de directores Valerie Faris y Jonathan Dayton que hace seis años pasaron de la TV y los videoclips al cine con la grata sorpresa que fue Pequeña Miss Sunshine, una de esas gemas que suelen salir del indie norteamericano y que de tanto en tanto se convierten en éxitos de crítica (y público) y taquilla. Sin embargo, este nuevo film se presenta como muy distinto a su ópera prima. Pequeña... se trataba de una road movie simple y directa sobre una familia muy disfuncional. Ruby, la chica de mis sueños es mucho más compleja, más grande en cuanto a sus ambiciones, y con un argumento en apariencia mucho más profundo. Paul Dano (que cada vez se parece más a Cillian Murphy) es Calvin que fue un niño prodigio, con gran intelectualidad, y ahora es un escritor de cierto y repentino éxito, con muchos problemas tanto sentimentales como de bloqueo artístico. Su vacía vida social y amorosa parece ser lo que más lo acompleja, y es así como comienza a soñar con una mujer perfecta, un ideal de la chica de la cual él podría enamorarse. Calvin comienza a escribir alrededor de esta mujer, Ruby Sparks (Zoe Kazan, que también oficia como guionista) y al tiempo esta pasa de los sueños y las letras a materializarse en lo que podríamos llamar realidad. Obviamente el amor nace entre ambos, pero Calvin pronto comienza a encontrarle defectos (o detalles que hacen a la imperfección), por lo que va a recurrir a la escritura para ir “perfeccionándola”. Son muchos los planteos que realiza Ruby..., por un lado habla de la labor de “los intelectuales” y “la relación” que logran con su obra (llevando esto al paroxismo de la materialización); por otro lado es una película sobre la soledad, sobre las decisiones a las que nos lleva la misma; y también habla de la idealización, de la complejidad de las relaciones amorosas que la buscan, y sobre si se puede o no cambiar al otro en esa búsqueda; todo en un marco de realidad y ficción, ensoñación. La cuestión es el tratamiento que estos dos directores le dan a tamañas cuestiones. Desde el hilo argumental pareciéramos cruzarnos con un film de Charlie Kaufman o del Woody Allen de Zelig o La Rosa Púrpura del Cairo. Pero no, Dayton y Faris parecieran tomar otro rumbo, tomar la complejidad del asunto y con ella realizar una obra más simple, amena, hasta si se quiere ligera de lo que podríamos haber esperado. No es que la “sencillez” del tratamiento le juegue en contra, la perjudique; pero sí podría desilusionar a los que buscaban encontrar un gran planteo filosófico o psicológico. Como aclaré al principio, la película arranca con grandes ambiciones, fuertes planteos, y termina encontrando un ámbito ameno en el que los directores de Pequeña Miss Sunshine parecen moverse mucho mejor. Dano da el tono perfecto para su Calvin, todo el tiempo nos hace creer sus tribulaciones. En cuanto a Kazan está en cada uno creerle su perfección, pero la labor de la actriz no es para nada reprochable. A este dúo protagónico los acompañan un sólido apoyo en secundarios de Chriss Messina, Steve Coogan, Anette Bening, Antonio Banderas, y sobre todo el terapeuta encarnado por ese gran actor que es Elliot Gould. Los rubros técnicos también son correctos manteniendo esa sensación de sueño permanente y atribulada realidad al principio. Ruby, la chica de mis sueños es una película que fluye muy bien, logra que su hora cuarenta pasen imprevistamente, y al finalizar hay una sensación de haber visto una buena obra. ¿se esperaba más de los directores? ¿se esperaba más desarrollo de los planteos de la historia? Cada espectador irá con sus expectativas. Por el momento este es un buen exponente de la “movida independiente norteamericana”, con todo lo que eso implica de positivo y negativo.
El título Una dama en París, no muy diferente del original salvo por la diferencia clave de “Estoniana” a “Dama”, y el nombre de Jeanne Moreau grande en el afiche, nos da la idea de cruzarnos con una gran diva, de años pasados, caminando por la Ciudad de la luces haciendo uso de glamour. Nada de eso hay en este cuarto film de Ilmar Raag, primero en estrenarse en nuestro país; principalmente porque la Dama/Estoniana a la que se hace referencia no es Jeanne Moreau, sino la más desconocida Laine Mägi; y también porque estamos frente a un trabajo que focaliza más en los interiores, los espacios cerrados. Mägi es Anne, una estoniana, acompañante terapeútica que abandonó todo para dedicarse a su cuidar a su madre con un grado de Alzheimer avanzado. Cuando esta fallece, a regañadientes o no, acepta un trabajo que la llevará a París, para cuidar de una mujer anciana que entre otras cosas, recientemente intentó suicidarse, Frida (sí, Jeanne Moreau). Si vieron aunque sea un drama de estas premisas sabrán qué es lo que sigue sin demasiados sobresaltos. Frida es una mujer difícil, que sabe que no le queda mucho tuempo lo cuakl la hace aún más irritante, y a la que le gusta que se respeten ciertas reglas; reglas con las que Anne chocará una por una. Hay un tercer personaje de menor importancia, Stephane (Patrick Pineau), un tutor del que Frida está enamorada y por el cual no es correspondida; será este hombre el encargado de “enseñarle” todo el “protocolo” a Anne. Si bien Frida provino de Estonia también, constantemente muestra rechazo hacia Anne y otros inmigrantes; y así la tensión crece y las diferencias entre ambas se remarcan, hasta lo obviamente esperado. Raag, también oriundo de Estonia, filma un relato de soledades que se encuentran, de objetos que por detalle dicen más de lo que parece, y de diálogos o silencios interpretativos. El manejo de la cámara también parece jugar en estos sentidos, varias veces deja al personaje en cuestión hablando solo mientras se focaliza en algún detalle de fondo, o directamente en el rostro del interlocutor. Moreau sigue mostrando grandeza aún en un rol apagado como el que aquí se le exije, sigue siendo lo mejor de la propuesta. Laine Mägi también hace uso de buenos recursos interpretativos para captar la atención por sobre o a la par de la diva. Una dama en París es un film prototípico, no hay novedades, pero tampoco decepciones, sí es de extrañar cierta frialdad en este tipo de películas que suelen ser más cálidas. Quizás con un poco más de riesgo y variación de molde los resultados serían algo más llamativos.
(Anexo de crítica) Cesar no es feliz, eso se nos advierte desde la primer escena en la cual el hombre está parado al borde de una azotea; suena una radio, él mira como perdido dentro de sí y alrededor no hay más que soledad... además la propia voz en off del protagonista lo deja bien claro, está solo, no es feliz. Esta escena funciona como una perfecta muestra de lo que estamos por ver, cinco minutos le alcanzan al director para pintarnos a un personaje, el protagonista de Mientras Duermes. Juame Balagueró se hizo de un nombre dentro del cine de género español. Con tan solo siete películas en su haber ya se convirtió en un referente obligado para los que quieran hurgar dentro del terror ibérico. Ese prestigio no es en vano, cada una de sus películas (salvo el documental sobre Operación Triunfo) se enmarca en un subgénero distinto dentro del terror y el suspenso, y pareciera que de cada uno tiene algo bueno para extraer. Esta vez la cuestión parece ser la intromisión a la soledad, a la infelicidad, específicamente contándonos la historia de un personaje oscuro, perturbado, en definitiva triste. Cesar (Luis Tosar) es el encargado de un edificio que funciona como una pequeña comunidad; él tiene contacto con todos los habitantes, los ve entrar y salir, se gana su confianza, y exteriormente parece un hombre bueno, gentil, amable. Pero en realidad no encuentra otra manera de satisfacer esa infelicidad más que haciendo infeliz a todos los que lo rodean, o sea a la gente del edificio. Dentro de esa “comunidad” podemos encontrar al representante del consorcio (un argentino que lo tiene entre ceja y ceja); una mujer mayor con un perro al que trata como a un hijo; un hombre que vive con una niña casi tan perversa como Cesar; la encargada de limpieza con el hijo como ayudante; y la resplandeciente Clara (Marta Etura) una chica que parece ser la antítesis del encargado, la felicidad encarnada en una sonrisa permanente. Pronto Cesar se va a ir encargado de cada uno de ellos, pero no como un asesino, no busca la muerte, busca amargarles la vida, simplemente no soporta que otro sienta esa felicidad que él no tiene; y claro, su obsesión será la bella Clara de la que por momentos podemos pensar que está enamorado, pero no, él mismo lo dice, quiere joder su puta alegría.
Trastorno de identidad Mucho se ha hablado estas últimas semanas de Todos tenemos un plan. En realidad, mucho se ha hablado de la presencia de Viggo Mortensen en Argentina para promocionar el film, como si todo se centrara en él; y no es que el tipo me caiga mal, todo lo contrario, solo que la película es más que una mega-estrella de Hollywood hablando en porteño, es mucho más. Voy a empezar diciendo que no todos tienen la “suerte” de Ana Piterbarg de encarar su ópera prima con semejante producción y elenco detrás; pero hay que reconocer que la directora ha sabido hacer un buen uso de todos los muchos recursos con los que contó a mano. Policial negro como no es muy común ver en Argentina, Todos tenemos un plan nos cuenta la historia de Agustín (Mortensen) médico de vida “soñada”, aburguesada, casado con Claudia (Soledad Villamil) que quiere adoptar un bebé, idea que Agustín rechaza de plano, dice “no tener nada para ofrecerle” a la criatura. Claramente pide a gritos un cambio, un shock que lo haga despertar. Para eso llega de visita Pedro, su hermano gemelo (un Montensesn andrajoso), que sigue viviendo en el Delta del Tigre donde ambos nacieron y se dedica a la apicultura. No voy a adelantar mucho de lo que sucede, sólo lo básico para que se entienda, luego de unas vueltas Agustín tomará el lugar de Pedro (la identidad y fundamentalmente su vida) y se dirigirá al Delta donde intentará arrancar de nuevo y se relacionará con Rosa (Sofía Gala Castiglione, quien ya no sorprende en sólidos roles) una suerte de aprendiz e interés romántico de Pedro y por qué no de Agustín; y fundamentalmente con Adrián (Daniel Fanego) un socio en otros tipo de “negocios”. Como es de esperarse, Pedro no tenía una vida transparente, y Agustín deberá pagar las consecuencias, todo se irá de las manos y la cosa se pondrá negra, muy negra. Piterbarg maneja muy bien los hilos del policial, casi como una experimentada, se nota que trabaja con pasión el género. Como aclaré la película hace un muy buen uso de sus recursos, por lo tanto los rubros técnicos son sencillamente impecables, casi podríamos decir al nivel de cualquier super-producción. El relato fluye muy bien, y si bien al principio pareciera costarle arrancar una vez que lo hace el ritmo es constante aunque (se agradece) no desenfrenado. Puede criticársele sí algunas alegorías obvias, así como ciertas referencias textuales y subrayadas; pero puede entenderse en alguien que parece adorar el género. En cierto punto podríamos encontrar algún parecido entre Todos tenemos un plan con Las vidas posibles (2007) de Sandra Gugliotta en ese juego de identidades dobles, y en el que ya no sabemos quién es quién. Pero fundamentalmente puede emparentarse con el cine de Fabian Bielinski, principalmente con El aura (2005), otro gran policial negro argentino. Al igual que en aquel, pareciera difícil encontrar en el film de Pieterbarg personajes con buenas intenciones, tal como lo aclara su ajustado título, todos tienen un plan, para diferentes cosas, pero todos tienen segundas intenciones. En cuanto al importante rubro actoral, si bien la directora maneja muy bien a un elenco de grandes figuras en el que todos logran registros más que satisfactorios (Fanego y Castiglione a la cabeza), hay algunos personajes que parecen tener destinos abruptos, finales talvez apresurados, lo que limita la diagramación del mismo por lo que podría creerse que son unilaterales, específicamente Soledad Villamil hubiese necesitado de más presencia en pantalla para delinear mejor su personaje que puede resultar esquemático en el guión, igualmente le alcanza a la actriz para demostrar su buen talento. Y si, después está Viggo Mortensen, a quien parece “endilgársele” más un status de estrella Hollywoodense que lo que demuestra en esta, su primera película argentina. Sorprende verlo con tanta naturalidad, en ningún momento pareciera querer ubicarse por encima del resto (más allá de que es el protagonista indiscutido), logrando muy buena química con todos. En la difícil tarea de interpretar dos roles, a Mortensen se le termina creyendo todo, tanto el atildado y apesadumbrado Agustín, como al pueblerino Pedro que desde el vamos se nota que guarda algo; y más aún, luego interpreta a Agustín haciendo de Pedro, que para el actor no es lo mismo que Pedro, incluyendo características de ambos. En definitiva, más cerca de los films de Cronenberg que del Aragorn de Peter Jackson, vuelve a demostrar muy buena ductilidad frente a las cámaras. Todos tenemos un plan es un film atrapante, ingenioso, talvez no sorprendente, y menos perfecto, pero si muy correcto y disfrutable; una nueva apuesta por un cine argentino distinto, pensado desde lo comercial pero sin resignar en calidad artística. Un muy buen avance al que nos deberíamos ir acostumbrando.