En 1999, el cineasta ruso Alexander Sokurov emprendió el comienzo de lo que sería una tetralogía sobre “hombres del poder” con Moloc, metiéndose con la figura de Adolf Hitler, seguiría luego con Tauto (Lenin) y El Sol (Hiroito), para “desembocar” en la figura del Fausto de Goethe, a diferencia de los otros, seres reales e históricos, un personaje de ficción, pero que encarna muchas de las caraxcterísticas de los anteriores, sobre todo bajo el entendimiento que Sokurov le da a la historia y al personaje. No, no estamos frente a una clásica adaptación del relato de Goethe; pero también es cierto que esta historia a dado tela para cortar desde Murnau a Brian Yuzna, pasando por Luis Saslavski y Chespirito en uno de sus cortos inolvidables. Brevemente para los que no leyeron el libro ni vieron ninguna adaptación, el Dr. Fausto vende su alma al diablo, o en este caso al Prestamista, un emisario de aquel, a cambio del eterno amor de la joven Margarita (al que Fausto asesina a su hermano), eterna juventud, y descubrimiento del significado del alma. Sokurov no se centra tanto en lo que en la obra de Goethe era fundamental, el pacto con el diablo, la venta del alma; sino que directamente indaga, desde el comienzo, ¿existe el alma? ¿qué es? ¿dónde se encuentra?; y pone el acento en su protagonista, que no se convertirá en un monstruo directo, como lo podría imaginar una película de terror; entrará en una decadencia, física, psíquica, y moral, en definitiva algo mucho peor. En realidad, el argumento pareciera importar poco, desde el comienzo Fausto y el Prestamista viven en mundo oscuro, degradante, putrefacto; pero a medida que avancen los hechos y Fausto vaya perdiendo la poca dignidad que le queda, la decadencia en ese mundo será peor y peor. Esto, Sokurov intenta compararlo con el mundo de Margarita, mucho más refinado en un principio, pero que también con el correr del metraje se sumergirá en lo oscuro, siniestro y revulsivo. En pos de cerrar su tetralogía, el director, nos muestra hasta dónde se puede llegar en la búsqueda de más poder, poder para subordinar al otro; una necesidad desenfrenada, que termina convirtiendo a su protagonista en algo peor que una cosa, un ser amoral, realmente perverso, perdido. En este punto, las interpretaciones de Johannes Séller (de gran parecido con Ralph Fiennes) y Anton Adasinsky como Fausto y El Prestamista respectivamente, son esenciales, y Sokurov logra una dirección que los lleva a la excelencia. Habiendo visto algo de la filmografía del director de "Madre e hijo" y "El Arca Rusa", no es sorprendente que encuentre belleza en medio de tanta fealdad buscada adrede. Cada toma, cada plano, hasta cada fotograma, subyuga más que el anterior. La película busca crear una repulsión desde el minuto cero, y sin embargo no se pueden despegar los ojos de la pantalla. Hay que hacer una aclaración, para quienes nunca hayan visto una película del director y desconozcan de quien se trate, "Fausto" no es una película para un público masivo, no será del gusto de muchos, su ritmo es lento, la historia es algo confusa y los 140 minutos se notan; es una película de impacto visual, muy personal, para los que amamos el costado más artístico del cine. Tampoco será una película para os que quedaron impactados con la grandilocuencia y el preciosismo de "El arca Rusa"; si bien estamos frente a un film de enorme calidad, es mucho más pequeño que aquel. Es una pena que estos materiales, no lleguen aquí en fílmico, formato que permitiría un mayor disfrute; igualmente, es un gusto que se empiece a estrenar más seguido obras de este director del cual en nuestro país son contadas con los dedos de una mano lo que pudimos disfrutar en sala. Esperemos, sea una costumbre que no se pierda.
A fines de los años ’90 cuando de la crisis social surgió el llamado Nuevo Cine Argentino, el foco se poso sobre una zona olvidada durante mucho tiempo por nuestro séptimo arte, el conurbano bonaerense. Los directores nacidos en esa época lentamente fueron “evolucionando”, y hoy en día nuevamente ya no es tan común encontrarse con historias centradas en las zonas olvidadas al “costado” de la Ciudad de Buenos Aires. Por eso, Boxeo Constitución, documental estrenado esta semana de manera limitada en la sala Artecinema luego de su paso por el BAFICI en su edición de este año, vuelve a poner en escena a estos personajes que la luchan día a día, nunca mejor dicho. La opera prima de Jacob Weintgartner pone su foco en dos boxeadores jóvenes, los muestra desde sus comienzos, los sigue en su entrenamiento en un gimnasio ubicado bajo la estación de trenes de Constitución y los acompaña hasta la primer subida al ring. El documental pone el acento en mostrar a estos dos jóvenes con sus esperanzas y sueños, la posibilidad de abandonar su “calidad de vida”, la relación con el entorno y sus personajes, y los confronta con la cruda realidad en la cual los sueños no son tan fáciles de cumplir. La cámara de Weintgartner es una ojo atento, cuidado, casi detallista; no sólo muestra a sus “protagonistas” como boxeadores, sino como luchadores de su vida, los muestra en su día a día; y acá es remarcable que no carga las tintas en ninguno de los dos sentidos, no los muestra con realismo mágico, dando esperanzas de final feliz; pero tampoco se regodea en las miserias, elude los golpes bajos. Simplemente muestra el hecho, tal vez con una mirada algo alejada, pero que le otorga cierta objetividad. Es fundamental para la conquista del espectador lograr la empatía con los personajes, y en este punto, los dos boxeadores tienen un extraño carisma con la cámara, lo mismo algunos otros secundarios; claro está, no son personajes de ficción, exudan realidad.La película da mucha importancia también a su banda sonora. Andrés Schteingart, conocido como El Remolón, es un músico pionero de la llamada Cumbia Digital, su música es omnipresente en el documental, y funciona a la manera de crear entorno... eso sí, hay que advertir a los que este estilo de música les puede resultar molesta. Boxeo Constitución quizás no sea un documental remarcable de los estético, lo artístico, y tampoco pareciera buscarlo. Simplemente es un documental sobre historias de vida, vidas que crecieron a los golpes, y a los golpes intentan salir adelante todos los días; el resultado es interesante.
Hace exactamente una semana, debido al estreno de "Una mujer sucede", comentaba sobre cierta tendencia en el cine argentino independiente actual a volcarse hacia historias de misterios y secretos en pueblo chico, aprovechando para mostrar algo de la zona de locación y quizá poder hacerlo de manera sombría, alejándose pretendidamente de lo netamente turístico. "Uno", debut en el largometraje de ficción de Dieguillo Fernández (quien co-dirigió el interesante documental No ser Dios y ciudarlos), vuelve a caer en las mismas temáticas; y es esto lo que le quita cierta potencia a un relato que en primer lugar prometía más, la falta de originalidad en el tratamiento. El protagonista es Sebastián (Luciano Cáceres, en un registro, por suerte, distinto al que se lo ve todos los días en la tira Graduados), un arquitecto que tras una separación complicada con su mujer, se encuentra de paso por un pueblito en el que se cruza con Mariela (Camila Fiardi Mazza, niña que en el país del norte haría buenas películas de terror), vestida para la comunión, pero sola, su padre falleció y lo único que le legó es una hostería que encima pretende un eterno rival, Barrera. La niña va a ver en Sebastián un enviado de Dios producto de sus continuas plegarias, lo va a hacer pasar por su tío cambiándole el apellido (y en definitiva la personalidad) y utilizándolo para todos sus propósitos. La película va a desarrollar el vínculo entre ambos, en todas las aristas posibles (y esperadas). Tal como también lo veíamos la semana pasada con La inocencia de la araña, Mariela esconderá algo de pronto deseo hacia Sebastián, el deseo inocente del despertar sexual (visto también en la subvalorada Una estrella y dos cafés), y de alguna manera “engatusará” al protagonista para que cumpla el rol de Mesias salvador que ella buscaba. El punto de partida, de por sí, no es malo, Cáceres y Fiardi Mazza tienen una extraña química y la relación entre ambos fluye siendo lo más rico de la historia. El problema principal es la indefinición, si bien el género en que mejor encuadra es el drama, hay algunos elementos que despistan, confunden. El ritmo, algunos diálogos de Mariela, la puesta en escena, y hasta algo de la musicalización nos hace pensar que estamos frente a una película de suspenso o terror clase B; lo mismo sucede con la fotografía y el tratamiento general de la cámara. Igualmente, en el conjunto,a pesar de los desniveles, el film cumple. "Uno" es una película interesante, con más méritos que contras; y la sensación al abandonar la sala es la de haber visto una obra digna, pequeña, hecha con esfuerzo, y a pesar de ciertas equivocaciones, si la intención es lo que cuenta, la obra de Dieguillo Fernandez las tiene de sobra; y algo muy importante, sabe retomar el rumbo antes de desbarrancarse, puede encausarse a buen puerto y a tiempo. Punto aparte para el cine independiente argentino en general, volviendo al principio, sería bueno ir buscando otras temáticas, otros rumbos; no es que las películas sean malas ni mucho menos, pero se pierde algo básico, el factor sorpresa, la sensación de ver algo que antes no habíamos visto.
Y llegó el día, Hace ya casi diez años que terminó la enorme trilogía de El Señor de los Anillos, y ya desde antes se hablaba de la posibilidad de continuar con otra de las obras del autor J.R.R. Tolkien, El Hobbit, una suerte de precuela de esas aventuras fantásticas vividas por Frodo, Aragorn, Gandalf y compañía. El destino quiso que todo se complicara, Guillermo Del Toro abandonó la silla de dirección antes de arrancar, hubo problemas y cambios en la producción, y al final, fue Peter Jackson quien puso otra vez las barbas en remojo para retomar de alguna manera su obra más emblemática y hacer que ahora todo se encaminara buen puerto; y por los resultados vistos, fue una decisión más que acertada. La historia comienza con el Bilbo anciano (Ian Holm al igual que en El Señor...) quien escribe una carta narrandole a Frodo (breve aparición obligatoria de Elijah Wood) sus aventuras pasadas. Nos remontamos 60 años en el tiempo, el Dragón Smaug robó un tesoro preciado y sumió en la oscuridad a toda la comarca de los Enanos, dejándolos sin hogar. Uniéndose en la desesperación, Gandalf (Ian McKellen, obviamente) organiza de improviso una reunión en casa del Hobbit Bilbo (Martín Freeman, en composición muy similar a Merry y Pippin) a la cual llegarán 13 enanos, entre los que figura el Rey Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage). Entre la sorpresa y negativa de Bilbo, todos emprenderán un viaje hacia la Montaña Solitaria para recuperar el tesoro robado. Esto es solo un pequeño comienzo, lo que sigue es enorme e inesperado. Este año parecía ser el de los grandes superhéroes, las más importantes superproducciones habían pasado por ese sub-género, sin embargo, Peter Jackson vuelve a demostrar que el mundo mitológico, fantástico y espectacular de la Edad Media vuelve a estar más vivo que nunca, y convierte a 2012 en el año de un anti-héroe pequeño, el cual lo que no tiene de fuerza y músculos lo tiene de honor y valentía; al igual que Frodo, este Bilbo es un personaje enorme. Sólo los grandes directores tienen una idea completa, abarcativa de lo que “la aventura” debe ser, y el director de Bad Taste y Braindead lo tiene bien sabido. El Hobbit: Un Viaje Inesperado no es un film de acción, de violencia explícita, de ritmo frenético, es “una de aventuras” de esas como las que disfrutábamos cuando éramos chicos. Jackson logra algo increíble, que aunque ya conozcamos ese mundo en tres films anteriores no podamos dejar de abrir los ojos bien grande y asombrar nos ante cada nueva maravilla. Hay momentos para todos, y para los ya visitados, las escenas con Galadriel, Saruman y Elrond y las de Smeagol/Gollum son puramente emotivas. El Hobbit no sólo es impactante visualmente, narrativamente también lo és, y eso es lo que la hace una aventura entera. Hay una moda actual en Hollywood de estirar las novelas/libros originales en varias películas para poder “sacar más jugo”, de esta modalidad, El Hobbit pareciera ser la que mejor uso logra, a pesar de que, como se dijo, se toma varias licencias sobre el original de Tolkien. En un primer momento el ritmo es más lento, agradable, se nota que fue alargado, pero sin embargo hay tanta gracia, humor, calidez en esos momentos que todo se mira con placer. Cuando el ritmo aumente y los riesgos se apuren uno tras otro ya sí, el vértigo de la aventura será magnífico, pero siempre sin apurar los tantos, dejando que el espectador disfrute del todo. Así, podemos separa el film en dos partes distintas, que se complementan perfectamente y no van una en desmérito de la otra, el espíritu del autor sigue estando intacto. Por supuesto que los FX, la construcción de criaturas, y la fotografía en general está a la altura de las circunstancias, todo apunta al preciosismo y lo logra. Las actuaciones no suelen ser un punto alto en estas mega-producciones, sin embargo acá hay lugar para que todo el complejo de actores (en su mayoría ingleses) se luzcan. El Hobbit tiene un logro fundamental, dura 169 minutos, y sin embargo, cuando llega la escena final uno se queda con ganas de más, no es que no fue suficiente, sino que ya nos sentimos como un chico deseoso de una nueva aventura por vivir; esa es la esencia del nuevo film de Peter Jackson, y por eso podemos decir que, por suerte, tenemos, por lo menos, dos más por vivir...
Con motivo de los 100 años del nacimiento de la multifacética periodista emblema del inicio de la tevé en sus comienzos, la semana pasada llegó de manera limitada al complejo Artecinema el documental Blackie, una vida en blanco y negro, el cual se encarga de repasar todos los aspectos de la vida de esta incansable artista. Primero, para los desprevenidos, veamos quién fue (o es) Blackie. Paloma Efron, entrerriana de Colonia Novibuco comenzó su carrera artística cuando, trabajando como bibliotecaria despuntaba el vicio de la canción cantando Jazz, esto ya la definió como una pionera del género en el país. Pionera, un mote que la seguiría durante toda su vida artística, el Jazz le permitió entrar a la radio ganando un concurso de canto; luego de un paso por los EE.UU., volvió al país con el seudónimo que la convertiría en una mujer referente de la popularidad. Incursionó en el teatro, brillo en la conducción radial en donde se formó como periodista; y luego sí, llegaría a la televisión, de la cual prácticamente se adueñó, creando un estilo propio, todos recuerdan la calidez de su ciclo Volver a Vivir en el cual se recordaba el pasado de grandes artistas, pero también entre muchísimos otros trabajos llegó a producir Titanes en el Ring, Yo me Quiero Casar ¿y Usted?, y Odol Pregunta; y hasta llegó a debutar como actriz en cine y productora musical; sin dudas una mujer que llevaba la veta artística en su sangre. Su pronta desaparición terrenal a los 64 años de edad dejó un vacio en toda una generación que vio nacer con ella un estilo propio. Ahora sí, hablemos del documental. El documentalista y montajista Alberto Ponce vuelve a ubicarse en la silla de director por segunda vez en 21 años para llevar a cabo una obra de homenaje a la fascinante artista. Pero lo sorprendente, es que uno se encuentra con más de lo que se esperaba, convirtiéndolo así en un justo homenaje a una artista que siempre innovaba. Más allá del clásico, repasado, y esperado material de archivo (que lo hay y de sobra), Ponce le imprime dinámica al documental haciendo de la voz en off de Dora Baret la voz de la propia Blackie quien va narrando por capítulos, los hechos de su vida; y hasta se atreve al reportaje (agua en la cual la homenajeada se movía mejor que nadie), otorgando varios testimonios. No solamente esto, el documental avanza unos cuantos pasos, y sin separarse de su artista reflexiona sobre el pasado, presente y futuro de los medios, en especial la televisión, siempre sobre la supuesta mirada de Blackie. El conjunto resulta interesante para quienes admiren a la mujer y al personaje; para quienes quieran conocer aspectos desconocidos de la misma; pero también para quienes la desconozcan completamente, ya que su naturaleza episódica pareciera apuntar a quienes no saben de quién se está hablando, como un documental de descubrimiento, y en este aspecto es fundamental, dan ganas de averiguar más sobre quién fue Blackie y su vida maravillosa en varios aspectos. Narrativamente, ese romper con la estructura básica lo hace atrayente, entretenido, aunque sabemos que no es Blackie quien habla; y como anoté anteriormente, el material de archivo, las anécdotas de reportaje, y una banda sonora precisa y embellecedora, hacen el resto. Es una lástima que un documental de estas características tenga una difusión tan corta, Blackie, una vida en blanco y negro se disfruta por la persona, por el personaje, pero también por el documental en sí.
Hace unas semanas se estrenaba en nuestro país la belga "Las chicas de la banda", una comedia sobre unas mayorcitas integrando un grupo de hip hop (todavía está en cartel), y una de las críticas (la principal) que yo mismo le hice en este sitio era que si bien ponderaba el “aguante” del trío, no podía evitar caer en burlarse de ellas al ubicarlas en situaciones ridículas, supuestamente para exclusividad de los jóvenes. Unos días después nos llega "Elsa y su Ballet", documental de Darío Doria, y claramente se ubica en las antípodas. Elsa Agras es una profesora de danza, pero se destaca del resto, de lo común, por un simple dato... tiene 87 años, y no sólo ella, toda su agrupación es un canto a la vida. El mayor acierto es dejarla hablar a ella, no ser una lente entrometida, sino dejar que la propia protagonista sea quien maneje los ritmos. Elsa nos cuenta su historia (comenzó sui vocación a los ¡71 años!), la vemos en escena, bailando ritmos y estilos diversos, ejerciendo, dando clases, haciendo lo que ama... y a través vemos a sus “estudiantes”, y uno no puede más que admirarla. El clima que se maneja es de por más ameno, tranquilo, y sin embargo no decae nunca, se la sigue con mucho interés; y eso es gracias a la historia/s de vida, Doria sabe que la propia Agras es esplendorosa por sí misma, y no necesita de agregados para agrandar su imagen. Hay determinados momentos para el humor, para anécdotas divertidas, pero siempre con respeto, poniendo el foco en las ganas de vivir. No temen mostrarse jóvenes, sin importar la edad, ellas saben que son vitales, que están más vivas que mucha gente de mucho menor edad; y eso es lo que aporta gracia, total empatía. Las chicas de Elsa se exponen ante situaciones “juveniles”, pero no se sienten ridículas, saben que lo hacen bien, y sino no les importa; hasta podríamos decir que no buscan la profesionalidad, buscan encontrar un camino para seguir sintiéndose vitales. También hay un interesante enfoque sobre el arte y su concepción, ¿qué es arte? ¿cuáles son sus “servicios”, su “utilidad”?, son esos momentos de reflexión donde Elsa y su Ballet se torna más seria. Es imposible no hablar de "Elsa y su Ballet" y remarcar repetidamente las palabras vida, vitalidad, juventud; eso es lo que respira esta película, ganas de continuar. La “protagonista” dice aborrecer términos como “tercera edad” y similares, y viendo su historia es entendible, no se puede la puede encasillar, son mujeres atemporales, quizás en su mejor etapa, y sino por lo menos le dan pelea; esto solo ya es mucho más de lo que se puede decir de muchos otros.La cámara de Doria (Grisinópolis) la capta en toda su esencia, valiéndose de su bastón y de una fuerza impresionante, maneja un grupo numeroso (aproximadamente 60 mujeres), con una brecha de edad amplia, van desde los 40 hasta los 90, y de diferentes profesiones y clases sociales; lo que las une son las ganas de seguir adelante. Quizás se apoye mucho en sus “documentadas”, en el aspecto de film en sí, no es precisamente original, hace uso de recursos ya conocidos, pero lo necesita; digamos que en aspecto técnicos se trata de un documental promedio, y esta bien que así lo sea. "Elsa y su Ballet" solamente posa su cámara, deja que los personajes pasen frente a ella, y estos son tan ricos, que con eso sólo ya le alcanza para hacerla altamente disfrutable.
El cine independiente argentino viene abundando en los últimos años en historias de pueblo chico, películas que no sólo cuantan su relato en los personajes sino en la ambientación del lugar en el que se desarrollan. A este estilo, Una mujer sucede, ópera prima de Pablo Bucca, le otorga una vuelta de tuerca más, y es eso lo que la hace llamativa y le permite destacarse pese a ciertas falencias en el resultado final. Ese “giro” se refiere al hecho de contar tres historias en una, tres diferentes historias sobre un mismo personaje para desentrañar el misterio de su personalidad. En medio de la tormenta, un hombre, Santos (Eduardo Blanco) llega a un pueblo aparentemente abandonado, el único lugar que encontrará es el velatorio de una mujer, mujer de la cual desconocemos su nombre y todo dato. En ese solitario y extraño velorio se encuentra el encargado, Villalba (Oscar Alegre) que no sólo le ofrece refugio sino jugar una partida en las cartas; y más tarde se les suma Fernández (Alejandro Awada). Sorpresivamente, estos tres dicen conocer a la muerta, pero cada uno tiene una visión diferente de ella; y así conoceremos sus puntos, sus historias con ella (Viviana Saconne) y finalmente descubriremos quién es... o lo quien nos dicen que es. Estos ocasionales “camaradas” tuvieron cada uno su romance, pero si bien se trata de la misma mujer, no lo parece, son disímiles entre sí, y en eso estará el desentrañar el misterio. Basada en una novela de Luis Lozano, Una mujer sucede tiene un comienzo interesante, atrapante, misterioso; el problema es que no mantiene el mismo ritmo durante su corta duración. En su comienzo pareciera adentrarse en una atractiva resolución, hace un buen planteo, casi de film negro; pero pasado ese fuerte arranque se diluye en situaciones más costumbristas, que abren el abanico de género llevándolo al camino del drama, e indefectiblemente la hacen mucho menos interesante, más rutinaria. Técnicamente sería incuestionable, o por lo menos no se le puede exigir a una producción claramente “económica”; puede ser algo pobre en recursos, pero sabe hacer buen uso. Lo mismo sucede en el plano actoral, el trío masculino aporta buenos labores aunque estan algo atados por cierto esquematismo de guión/novela. Por su parte a Saconne (extrañamente algo avejentada) cuesta no verla en una imposición más “telenovelesca”, igualmente es remarcable la tarea de interpretar a tres mujeres diferentes, aunque sean una sola. En la bifurcación está el dato de "Una mujer sucede", como historia a narrar no es demasiado sorprendente, pero sí atrae el hecho de poder ver que la personalidad de alguien puede no ser una sola; y así mismo, descubrir cuanto de realidad y cuánto de visión “personalizada” hay en cada relato, y por lo tanto, cuánto de sí mismos Santos, Villalba y Fernández vieron en su concepción de este enigma de mujer. En definitiva, se está ante un film que comienza con expectativas altas, y al saberse no poder cumplirlas opta por los caminos más convencionales; no es del todo una mala idea, la película llega a buen puerto, con un ritmo más pesado, con un paisaje ya visto, pero concreta su viaje, su planteo, y eso, por lo menos, ya es algo.
Los aficionados al cine Clase B (digámoslo, con B de berreta) estamos de para bienes, en las últimas semanas estamos teniendo una serie de estrenos que, bien diferentes entre sí, todos llevan la misma impronta. A las recientes Un amor de película y El décimo infierno (de estreno comercial esta semana), hay que agregarle ahora Diablo, el sorprendente policial negro de Nicanor Loreti, sorprendente en varios sentidos. Es la historia de Marcos Waisberg (El Inca del Sinaí), un ex boxeador que debió/quizo retirarse luego de matar de un puñetazo a su contrincante. Marcos se encuentra en un espiral de degradación constante, y la llegada de su primo Hugo sólo complicará las cosas. Hugo es el típico porteño que se cree piola, un mafioso de poquísima monta que encima anda detrás de unos negocios más que turbios. Marcos sólo quiere pasarla tranquilo, especialmente ese día, pero el destino no lo quiere, y junto a Hugo van a vivir horas extremadamente violentas, un derrame de hemoglobina que puede impactar algún desprevenido. Estos dos personajes se irán cruzando en su travesía sangrienta con personajes aún más borders que ellos... hasta que sí, todo se salga de control, mucho más de lo que estaba entonces. No es bueno adelantar nada, el viaje que se nos ofrece es un viaje de ida, y es mejor disfrutarlo a desconocimiento. Digámoslo ya, no hay reproche posible para "Diablo", Loreti, viejo conocido del mundo del terror, fantástico y la acción más visceral, construye un todo perfecto; cada detalle en particular está extremadamente cuidado, y aunque determinados elementos parezcan logrados al azar, se nota una mano dúctil detrás. No por nada ganó la Competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata. Juan Palomino simplemente nos deja con la boca abierta ante tamaña composición de Marcos Waisberg, es un hombre golpeado, una bestia, un pobre tipo, del que sin embargo se tiene empatía, es EL antihéroe; y Palomino nos hace creer todo (lo mucho) que le sucede en su interior. El Hugo de Sergio Boris también es una criatura en definitiva hermosa, un chanta tan despreciable como querible. En definitiva, el espectador goza viendo las (des)venturas de estos dos seres perdidos. También habrá lugar para secundarios destacados de Luis Aronoski, Luís Ziembrowski y hasta de ¡¡Kato, el Ninja!! (Hugo Quiril). Los rubros técnicos también son altamente remarcables, Nicanor Loreti hace uso de todo los recursos que tiene a mano, y desdobla el relato de mil maneras, a su antojo, va hacia delante y hacia atrás en los tiempos, cuenta hechos paralelos, y a todo le otorga una estética diferente, fascinante... y sin embargo logra que el espectador no se pierda. El argumento (otro punto fuerte, desquiciado, pero atrapante) se sigue con interés, a la altura de los grandes thrillers, y además se le adosa buenas cuotas de humor. Como dije al principio, el espíritu Clase B esta presente desde el principio, mucho en decisiones deliberadas, se busca el impacto, el humor desde lo grotesco lo absurdo, y por supuesto, lo guarro. Aclaremos, Diablo no es un film para todos los públicos, mucho menos para el sensible. Para adentrarse en su juego hay que saber que entramos a un mundo donde lo más impresionable es posible, y en dónde todo puede ponerse peor que hace un segundo: hay violencia en todos las formas y formatos posibles, y se hace una celebración de eso; y si bien puede ser interpretado como parodia, nunca es burla. Otro hallazgo, la banda sonora cargada de heavy metal se funde completamente, es necesaria. "Diablo" tiene lo mejor de la época dorada del cine que evoca, pero siendo original, sin imitar a rajatabla el molde; nada tendrá que envidiarle, por ejemplo, a los mejores años de la Cannon Group Films. Leí varias veces que se compara a Loreti con otros competidores hollywoodenses como Tarantino y Ritchie, en mi opinión Diablo es una producción que respira por sobre todo argentinidad. Este film nos invita a completar una aventura, y aquellos corajudos que aman el género, no deberían perdérsela.
En 1999 el escritor y ensayista Mempo Giardinelli publico su novela El décimo infierno, un relato policial en el cual se realiza una analogía con los círculos del infierno planteados por El Dante. Más de diez años después, es el mismo Giardinelli el encargado de adaptar su novela al guión cinematográfico y dirigir, junto al también debutante colombiano Juan Pablo Méndez, la película de mismo título. Lo primero que hay que aclarar es que estamos ante un telefilm, co-producido por Canal Encuentro realizado entre 2010 y 2011; esto es fundamental para saber a qué (tipo de) producción nos vamos a “enfrentar”. Por momentos parece una producción casera, la falta de una mayor producción se hace notable; al igual que la falta de trayectoria de ambos directores; varias escenas son resueltas de una manera algo sencilla. No obstante, las flaquezas que puede tener en la producción son “tapadas”, disimuladas, con pericia; El décimo infierno es un film atrapante, desde el relato, pero mucho más desde la imagen. La historia se desarrolla en el ambiente húmedo del Nordeste argentino, en un pueblo pequeño. Alfredo y Antonio son socios en una inmobiliaria, aparentemente además mantienen una relación de amistad. Antonio está casado con Griselda, y llevan una vida acomodada acorde a la labor del hombre. Pero esta aparente pasividad dura muy poco en El décimo infierno; de entrada sabemos que Alfredo es el amante de Griselda, y a los pocos minutos llega el detonante; Alfredo pregunta por qué no asesinar a Antonio, y Griselda, lejos de espantarse, le sigue el “juego” pregunta cómo lo pueden hacer. El plan no tarda en llevarse a cabo, y ambos emprenden una fuga que no saldrá tan perfecta como lo planearon; la idea, cruzar la frontera con Paraguay. La película avanza al ritmo de una road movie violenta, sudorosa. Ambos protagonistas escapan de algo, de su pasado, y lo hacen sin ningún remordimiento; no importa si lo que hicieron está bien o mal, es el fuego de la pasión lo que los rige. Y es precisamente eso, el fuego, lo que ocupa un lugar primordial; tal vez planteando la relación de un camino al infierno, de los círculos del infierno de La Divina Comedia, hay muchos planos de fogatas, de material consumiéndose, de humo; todo contribuye a un clima sórdido, pretendido y logrado con mínimos recursos. Hay algo muy típico de los unitarios televisivos o, como en este caso, los telefilms, y es cierto abuso del plano principal, de enfocar demasiado cerca, y por ende los planos cortos; claro que todo esto también habla de que no se cuenta con las posibilidades de una superproducción como las que, de a poco, nos vamos acostumbrando en Argentina. Sin embargo, en esta oportunidad, ese abuso no es del todo negativo, esos planos cerquísimos permiten captar gestos, miradas; y es muy necesario para este relato negro. Otro aporte fundamental es el de Patricio Contreras y Aymará Rovera (la actriz de Extranjera) en los protagónicos, ellos estan casi todo el tiempo en pantalla, el film es la relación, extraña, tortuosa, entre los dos; y ahí funciona una química mortal. Ambos actores le ponen todo su oficio a una película que lo necesitaba. Giardinelli y Mendez realizan un buen trabajo, tanto de adaptación (la novela está algo simplificada, pero es entendible), como de puesta en escena firme aunque precaria. El décimo infierno es, se nota, un film hecho a pulmón, quizá haga recordar a cierto cine argentino que ya casi no se hace (el de los comienzos del furor del cine hogareño directo a video); pero a su vez demuestra que este no siempre es un condimento negativo. Lo que aquí falta de desarrollo, de producción, sobra en esfuerzo, en ganas de hacer una de suspenso entretenida. Objetivo cumplido.
“No debí pensar jamás en lograr tu corazón, y sin embargo te busqué hasta que un día te encontré, y con mis besos te aturdí sin importarme que eras buena...” así comienza el tango Gricel, y en esas pocas líneas se encierra todo el secreto, de esta canción y del documental que indaga en su historia, Gricel: Un amor en tiempo de tango. En su segundo trabajo como documentalista, Jorge Leandro Colás se inmiscuye en el trasfondo detrás del tango compuesto por José Maria Contursi (la letra, la música es de Mariano Mores). Y sí, Gricel existió en serio, y ambos, autor y mujer, vivieron una de esas historias como sólo el tango puede narrar (aunque esta vez con final feliz). Ahora sí, resumidamente la historia del amor (que para quienes no la conozcan es digna de descubrir), Contursi conoce a Gricel cuando esta tenía tan sólo 16 años, son las hermanas Nelly y Gory Omar las encargadas de presentárselas en un encuentro en la radio. Contursi ya tenía una vida hecha, era bastante mayor, estaba casado y con una hija. Pronto iniciarían un romance oculto, tan apasionado como prohibido... un romance que estaba destinado a perderse, los encuentros se fueron espaciando cada vez más, continuó en cartas durante mucho tiempo, hasta el olvido, o no, porque ninguno pudo olvidarse del otro, como lo demuestran los tristes tangos de amor del autor. Muchísimos años después Contursi decidió no seguir negándose, buscó a su Gricel hasta el cansancio, hasta encontrarla, y allí halló su muerte, con su amada. Colás le escapa al clásico cabezas parlantes, material de archivo “disfrazándolo” con algo de ficción. Nos cuenta la historia de Manuel (Pablo Basualdo) un joven cantante lírico que quiere escribir una ópera sobre Contursi y Gricel y el romance eterno que los envolvió, eso lo lleva a investigar, a buscar en archivos, a entrevistar... y así entramos al plano documental mechándolo con la ficción; y a su vez, el tango se mezcla con la música clásica. Como es de esperarse el documental no se apura, se toma sus tiempos en recalar información, casi como si fuese un análisis periodístico de la cuestión (en la que los personajes de ficción son clave), y va introduciendo al espectador en la historia de a poco, tranquilamente, hasta atraparlo, y hacerlo sufrir a la par de sus protagonistas, aunque uno ya conozca la historia y desde entrada sepa como termina. El gran hallazgo de Gricel: Un amor en tiempo de tango es ese, el contar una historia de amor, más allá del documental histórico, uno logra emocionarse como si estuviese frente a una de esas películas de pañuelo en mano. En este punto, y en el esquema y temática en general, Gricel debe mucho a ese otro gran documental sobre el enigma Ada Falcón que fue Yo no sé que me han hecho tus ojos de Lorena Muñóz y Sergio Wolf. En el plano estrictamente documental, lo hay de todo, entrevistas a hombres y mujeres de la época, a descendientes, a historiadores, material de archivo interesante, y mucho por descubrir aún para los que van con cierto conocimiento previo. Gricel: Un amor en tiempo de tango es un documental que recomendaría específicamente a aquellos que tratan a estos como algo menor; el tratamiento que hace del relato, la fuerte impronta estética, y lo atrayente del conjunto lo hace un film que no tiene nada que envidiarle al mejor de los melodramas salido de la mente de un guionista. Queda demostrado una vez más, la realidad, supera a la ficción.