Existe un sub-género ya definido dentro del mundo de los documentales, aquel que sigue durante un lapso a un músico y/o banda ídem; los muestran en el escenario, en camarines, durante una gira, hablándole a la cámara, en su mundo cotidiano; las variantes son muchas; hasta dio pies a falsos documentales como el memorable This is Spinal Tap. Zuloak, segundo trabajo documental de Fermín Muguruza (su primer obra es un documental sobre una banda en Palestina) es un claro ejemplo de esto, con todos los lugares comunes esperables, y alguna particularidad. El documental sigue hasta estas chicas desde varios puntos, en girs, relatando su historia desde sus comienzos (incluyendo conflictos internos y cambios en la formación), gritándole a la cámara, y hasta en la intimidad con cierto resguardo (hay momentos en que piden no ser filmadas). Todo esto se va mezclando con diferentes imágenes, expresiones, y una cámara ligera, llena de colores chillones, movida, casi en constante movimiento. La encargada de documentar a la banda, de filmarlas es Arrate Rodríguez, suerte de manager, representante, busca talentos del mundo marginal; luego Muguruza se encargó de lo extra, darle forma. En este punto se hace interesante cierta dinámica extraña entre el grupo y Rodríguez. Zuloak logra destacarse, y diferenciarse, cuando se sale de esquema, cuando muestra la movida cultural del País Vasco, cuando hace del documental una película expresionista. Cuando se centra en las vivencias de la banda, todo depende de lo bien que nos caigan estas mujeres bravas. Hay momentos interesantes, letras de canciones para pensar, shows que transmiten adrenalina rockera, anécdotas simpáticas y hasta risueñas; pero poca sorpresa en ese ángulo. Lo que Muguruza logra con Zoluak es que su documental parezca una película de ficción, y esto es sin desmerecerla, al contrario, la agiliza; y hace que uno pueda seguirla como si tuviese un guión. Puede resultar atrayente para otras bandas en la misma situación ver cómo se crearon de la nada, como cuentan con el fomento (en varios sentidos) de sus fans; y cómo lograr un (mínimo) crecimiento sin perder los orígenes. También se cuenta con entrevistas de vario tipo, y a varias personalidades, lo que agrega otro estilo más; en su mixtura total. Otra vez, como se dio la semana anterior con El Ministro y Néstor Kirchner: La Película – en la que veíamos costados ficcionales y reales de la política, respectivamente – Zoluak (que significa agujero en Catalán) se estrena junto con Las chicas de la banda, dejando entre ambas un fresco de realidad y ficción sobre el mundo de la música y su relación con los representantes de alguna manera. Zuloak es un documental con una cáscara descontracturada, llamativa; que esconde debajo un documental de banda no muy original aunque definitivamente entretenido para quienes desean ver este tipo de propuestas; tal vez un público similar a los seguidores del quinteto. No es mucho lo que puede decirse sobre Zuluak en cuanto a película; su título se lo debe a una banda de neo-punk underground vasca integrada por mujeres (primero trío, luego quinteto); y como el género manda, es un grupo “de armas tomar”; contestatarias, de letras con contenido fuerte (en todo sentido), y posición socio-política bien marcada y definida.
Debo confesarlo de entrada, fui a ver "Dulce de Leche" con la esperanza de cruzarme con una película sencillamente bizarra, encontrarme con otras de esas películas que a todos nos gusta destrozar. Al igual que sucedía hace unas semanas con "Un amor de película" (de Diego Musiak); Mariano Galperín es uno de esos directores... digamos polémicos, que sujelen llamar la atención no por la escelsa calidad de su trabajo; veamos, es el director de "Chicos Ricos", "1000 búmerangs" (¿alguien se acuerda de esa “aventura” de Los Cadillacs en una casa quinta?) y El Delantal de Lili, casi venía con un extraño record. Punto, basta de pegarle a Galperín, para mi sorpresa, "Dulce de Leche" está lejos de lo que me esperaba, es un film convencional, agradable (hasta un momento), del cual salí bastante conforme pero no por las razones que creía (lo aclaro, soy amante de las películas malas). Estamos frente a un bella historia de amor iniciático, adolescente. Lucho (Camilo Vitale) es un adolescente que se muda de Buenos Aires a Ramallo para encontrarse con su madre (Florencia Raggi), ahí hace buenos amigas con Pedro (Marcos Rauch), pero también con Anita (Ailin Salas) con la que pronto comenzará un idílico romance... aunque Pedro también se fijo (primero) en ella, y sí, el pibe está medio obsesionado. En un principio todo marcha sobre ruedas, pero ya sabemos: el amor adolescente y la imcomprensión del mundo adulto; los mayores (falta Luis Ziembrowski como el padre de Ana que de primeras parece macanudo, pero...) se van a oponer, y los tortolitos van a defender su amor hasta lo inimaginable. Todo hasta una vuelta de tuerca que quita de un borrón lo idílico y lo vuelve algo oscuro. Galperín cuenta la historia con idas y vueltas, lo hace con la ayuda de un lindo escenario campestre; y aunque adquiere el clima correcto para estos films rurales, no e olvida del todo de su pasado videoclipero y le otorga cierto ritmo y una fotografía adecuada. La película está destinada a un público entre adolescente y joven, que serán quienes se sientan identificados con la parejita; aunque el público general adepto a las historias edulcoradas (repito, hasta un momento en que las cosas se retuercen) no la va a pasar mal. Por otro lado, un agregado de humor en medio del drama ayuda a descontracturar. En cierta forma, la película peca de tener un estilo algo televisivo, casi de abusar de su simpleza; pero encuentra en los rubros actorales grandes hallazgos. En un tono en general pasable (algunos sobreactúan), es Ailin Salas quien se luce como Anita; esta joven actriz está aún dando sus primeros pasos, pero cada uno es más fuerte que el otro (recordar sus intervenciones sobresalientes en Televisión ara la inclusión y En Terapia); se le augura un gran futuro. La química que logra con Camilo Vitale es más que creíble, y se transforma en el motor del film, lo que hace que uno se sienta cómodo frente a la pantalla. Dulce de leche es una película para corazones sensibles, llena de buenas intenciones, de amor puro, real, y de decisiones difíciles, de esas que uno debe tomar cuando ama profundamente a alguien. Mariano Galperín sorprende realmente con este film, no llega a ser una obra perfecta, ni siquiera extremadamente buena, es un film correcto, entretenido, con pocas pretensiones y de resultados modestos. Con eso sólo le alcanza para que sea el mejor trabajo de su carrera cinematográfica, esperemos que siga por este rumbo.
La cinematografía belga no es muy reconocida en nuestras tierras, principalmente por la escasez de títulos que nos llegan de ella, y también porque comúnmente se las confunde como películas de países con más “trayectoria” como Francia o Alemania. Podría creerse que es debido a una falta de registro, de estilo propio; sin embargo, caeríamos en un error, el cine de Bélgica suele tener una característica predominante, contar historias simples, amables, casi cotidianas; hecho que se repite en Las Chicas de la banda, producción que llega a nuestro país tardía (data del año 2009) y sorpresivamente. La protagonista es Claire (Marilou Mermans), una septuagenaria que acaba de enviudar. Esta mujer tiene un hijo, Sid (Jan Van Looveren) del que hace mucho tiempo se encuentra distanciada; pero las nuevas circunstancias servirán para el reencuentro. Como estamos frente a una comedia, no pasará mucho tiempo antes de que Claire recuerde sus viejos mejores tiempos con un trío musical de lo más simpático. Para tratar de recomponer su relación y cumplir un viejo sueño del pasado, Claire le propondrá a su hijo reconstruir aquella banda bajo su dirección y producción musical; sólo hay un pequeño detalle, Sid es aficionado al Hip Hop electrónico. Por supuesto, en una primera instancia el hombre (que ya está grandecito) se rehusará a la proeza, pero cuando escuché hablar de dinero será el bolsillo el que hable por él, aunque impondrá una sólo condición, el trío se adaptará a su ritmo musical... Eso es la película, un trío de ancianas que se rehúsan a aceptar que el tiempo ya les pasó, que vuelven a las andadas, y cambian los tonos de Jacques Brel (el de la hermosa Ne me quitte pas, también actor y director cinematográfico) por el del estruendoso Hip Hop (con un cover de Pump on the jam de Technotronics incluido); y un hombre que debe aceptar que las viejitas aún pueden darle algunas lecciones. El film de Geoffrey Enthoven (con una importante trayectoria en cine y TV de su país, pero aquí casi desconocido) gana en simpatía y ternura¸ el tono de comedia dramática le sienta muy bien; y es cuando encuentra un balance entre esos dos elementos, la comedia y el drama, cuando mejor uno se la pasa. Entonces, el problema está cuando se acerca a alguno de los bordes; por un lado la película hace una reivindicación de la vejez y que todavía esos pueden ser los mejores años de vida; y sin embargo, en los tonos gruesos de comedia, se ríe de las viejitas haciendo el ridículo cuando rapean, y hasta termina en un cierto dejo de “los ancianos que se creen jóvenes son grotescos”. Sucede lo mismo con algunos semi golpes bajos esperables, pero aún así innecesarios; la búsqueda del drama se inclina al llanto gratuito. Estas dos cuestiones lo transforman, en definitiva, en un film algo sentencioso , extrañamente conservador. Marilou Mermans (con un cierto parecido a Blythe Danner) compone una Claire adorable, lo mismo que todo el elenco mayorcito. Las cualidades actorales de Von Looveren no son muy apreciables, su personaje, Sid, es algo patético e irritante. Por lo demás es un film técnicamente correcto, modesto en sus intenciones y logros, con una importante banda sonora (en definitiva podría decirse que es un film musical) que oscila entre los dos géneros y hasta se da el lujo de algunas canciones propias (los hip hops del trío). Las chicas de la banda se define como un film dirigido a un público acorde al de las tres mujeres, el mensaje está directamente dirigido a ellos; y si no tienen grandes pretensiones pasarán un momento muy agradable... lástima que en un punto se ría de ellos.
Cuál es la frecuencia con la que podemos disfrutar en nuestro país de una película de nacionalidad peruana? Ya este sólo dato amerita aunque sea una visión curiosa de Las malas intenciones, debut en la dirección de Rosario García Montero, también autora del guión. Pasada esa curiosidad, descubrimos que además estamos frente a un pequeño gran film, toda una sorpresa. Hay algo que está caracterizando a la mayoría del cine latinoamericano (incluyendo Argentina) de los últimos tiempos, una revisión de su historia reciente de manera crítica pero escapando a lo panfletario; muchas de ellas en cinematografía nacientes como en este caso. Resumiendo un guión con muchos ángulos, la visión recae en Cayetana (Fátima Buntinx) una niña de ocho años, de clase algo acomodada, a comienzos de los años ochenta. Oscura e inteligente como es (hace recordar a la pequeña de El encanto del erizo, otro gran film con puntos en común con este) ve su entorno convulsionado de un modo entre áspero y aniñado. La poca alegría que se vislumbra en ella cae estrepitosamente cuando su madre (de inminente divorcio y con nueva pareja) regresa de un viaje con una noticia, está embarazada. La reacción de la niña será clara y directa, se encierra en su dormitorio y dicta un anuncio a modo de presagio, profecía, el día que su hermano nazca será el día de su muerte. Contar más sería innecesario y quitaría algo de sorpresa; solamente agregar que el entorno social e histórico tendrá mucho que ver en el relato, la presencia del grupo Sendero Luminoso está ahí. En esta co-producción entre Perú, Argentina y Alemania, García Moreno construye un juego minucioso en donde todo parece importar. No hace falta decir que Las malas intenciones no es un film de acciones rápidas, acelerado; tiene sus tiempos propios, y el espectador debería saber si los podrá apreciar de ante mano. También pareciera necesario poder observarla con algo de conocimiento previo sobre la historia más importante de Perú, o por lo menos de Latinoamérica; ese conocimiento previo hará que determinados momentos que parecen confusos (como algunas “alucinaciones”) se comprendan mejor. La directora expone su “idea” de esos años a través de la mirada entre inocente y perturbadora de una niña conflictuada, decisión inteligente; la película intenta abrir un debate desde el pasado (con un reconstrucción lograda), y lo logra. Si se entra en su mecánica se podrá ver que estamos ante un funcionamiento exacto, preciso, construido de a paso. La estética pareciera simple, austera, y sin embargo fuerte y con matices. Lo mismo sucede en la dirección actoral bien marcada. Fátima Buntinx se lleva todos los aplausos con un protagonismo que nada tiene que envidiarle a actores de más edad y más experimentados; el resto del elenco acompaña y apoya muy bien. La película ofrece un clima extraño, oscuro, como siempre a punto de estallar, y esa incomodidad lograda en el espectador también es un logro. Hay momentos en los que el argumento se estanca, se traba, y pareciera no tener más qué contar; momentos en fin pequeños. Como lo aclare, Las malas intenciones no es un film para un público general, puede tener muchísimos detractores que le encontrarán varias fallas, especialmente en el ritmo sino se acostumbran a él. Por el contrario, quienes gusten de un momento pausado, de reflexiones, y así mismo de fuertes mensajes y grandes analogías, encontrarán una pequeña joya, una visión histórica más que interesante, por supuesto, con consecuencias directas en el presente, la invitación está hecha.
Cuando en 2004 se estrenó "El juego del miedo" ("Saw") comenzó una nueva moda en el cine de terror estadounidense, un estilo que luego se conocería (críticamente) como porno tortura, el de las películas que enrostran en primer plano muertes y torturas terribles con la sólo excusa de ver cuerpos perforados, despedazados porque sí. Película tras película (la mencionada, inexplicablemente consiguió seis secuelas) el argumento se iba reduciendo en pos de exponer cada vez más escenas presumiblemente impresionables. A El Juego... le siguieron Hostel, Los ojos del mal (la de la WWF, no la de Jessica Alba), y en 2009 The Collector/El juego del terror, primera parte de la película que nos ocupa hoy día, Juegos de Muerte. Lo primero que hay que decir es que no se entiende la decisión de un título local que esconde su condición de secuela; ya que esta nueva entrega comienza directamente donde termino su original y es casi indispensable haberla visto para poder entender algo de la mínima historia. Arkin (Josh “cara de nada” Stewart), el sobreviviente de aquella primer masacre escapa del secuestro al que el asesino enmascarado lo había sometido en el final de la anterior. Cuando se está recuperando en el Hospital, es visitado por un grupo parapolicial (o algo así) que debe rescatar a una joven, Elena (Emma Fitzpatrick) la nueva secuestrada de El Coleccionista. Arkin duda pero acepta, su captor le dejó un mensaje, iría por su familia. Sin ninguna vuelta, el grupo armado acompañado del héroe llegan hasta el lugar en donde el asesino mantiene a sus secuestrados, un hotel abandonado lleno de trampas que le sirve de secreta guarida. Lo que sigue es lo obvio, un desfile de fichas de dominó que van cayendo uno a uno sin demasiada lógica ni esfuerzo. Lo llamativo de esta saga (que amenaza con continuar) es la poca verosimilitud, el desdén por buscar alguna excusa, la falta total de un móvil/motivo. Las escenas previas a comenzar con las muertes y las que sirven como conectores se manejan de manera rápida, apurada, descuidada, como si no se viera la hora de mostrar otra tortura. El poco desarrollo de los personajes se hace muy notorio en la figura del maniático, algo que ya había sucedido en la primer entrega, no se sabe nada de él, quién es, por qué hace lo que hace, cómo lo hace, cómo llega a los lugares, cómo y por qué elige a sus víctimas, nada; es solo un loco suelto. En esta oportunidad, al contrario de aclarar algún dato, se le agregan más “excentricidades” ya no sólo no se sabe qué es “la colección”, sino que ahora gusta de hacer unos experimentos aún más extraños, todo sin explicación. Tampoco entendemos como arma los enormes dispositivos para llevar a cabo sus planes en lugares continuamente ocupados como una casa de familia o un boliche (la escena en la Disco es sencillamente imposible de ser tomada en serio). Ni menos aún hay una lógica en ver cómo algunos zafan de sus trampas y otros caen tontamente en el lugar justo. Así es como están las cosas, The Collection es otro muestrario de agonías y decesos, y así es como se la analiza, dividiéndola en las escenas específicas de cada muerte. Por ahí anda dando vueltas Christopher McDonald, que supo hacer glorias mucho mejores, como el padre de Elena en un personaje que al principio pareciera prometer más. Indudablemente, estas películas tienen su público, y habrá quienes disfruten de las “ingeniosas” formas de rasurar la carne ensangrentada; en este punto se hace incuestionable; la película les entregará lo que quieren ver, torturas cada vez más cruentas y un clima sucio, pegajoso, acorde con el común de todos estos films, similar al del matadero de un frigorífico. Este público difícil salga decepcionado, y en definitiva la película está pensada para ellos, dudo que alguien entre a Juegos de Muerte buscando una historia de amor; tal vez, algo de suspenso, tensión, miedo real, eso deberán buscarlo por otro lado
Hay películas que ponen a sus elencos por encima del relato en sí, películas que parecieran construirse como una suerte de excusa (esto dicho sin desmerecer) para poder ver a un gran elenco interactuar entre sí, aunque a veces ni siquiera se cruzan en escena; recordemos por ejemplo la saga de Ocean Eleven o los films hollywoodenses de Alejandro Gonzales Iñarritu. Luego de la parcialmente fallida Escondido en Brujas, Martín McDonagh vuelve a dirigir y escribir una película que mantiene, por lo menos, el mismo ritmo alocado y desenfrenado; aunque esta vez sí, con bastante mejor suerte. Marty (Collin Farrell) es un guionista de cine con un preocupante bloqueo creativo, hace ya un tiempo largo que intenta desarrollar una historia de la cual sólo tiene el nombre “Siete Psicópatas”. Su amigo Billy (Sam Rockwell) es un actor frustrado, bastante desquiciado, que se dedica junto a su socio Hans (Christopher Walken) a secuestrar perros de raza para pedir rescate; además está deseoso de poder ayudar a desarrollar el guión. Son varias las aristas que se van manejando paralelamente a lo largo de la película. Por un lado, Billy y Hans secuestraron el Shih Tzu de Charlie (Woody Harrelson)un mafioso tan peligroso como obsesionado con el perro, que no reparará en aniquilar al que sea con tal de recuperarlo. Mientras Charlie los busca desesperadamente, Billy va contándole a Marty historias sobre distintos psicópatas, ninguno encasillado, todos bastante fuera de lo normal (un cuáquero vengativo, un vietnamita ex guerrillero, una pareja que asesina asesinos seriales, y un encapuchado que ejecuta mafiosos) y esto más la adrenalina del “trabajo de Billy y Hans” servirán de inspiración a Marty que saldrá de su bloqueo a la vez que es llevado al borde la locura. También hay una pequeña historia con la novia de Marrty (Abby Cornish), no demasiado desarrollada. Ese juego constante del cine dentro del cine, del desarrollo conjunto de la “realidad” y el guión/historias de Billy son lo mejor de Siuete Psicópatas, que dispara un gag filoso en casi todas sus frases. La película avanza a un ritmo aceleradísimo, casi como un film de Ritchie (aunque, por suerte, mucho menos videoclipero), lo que hace que nunca decaiga y se disimulen ciertos baches en la historia. Ya lo dije al principio, una película así necesita de un gran elenco, y "Siete Psicópatas" afortunadamente reposa en el; Collin Farell queda desdibujado en su protagonismo ante un Sam Rockwell que se roba todas las escenas. Los citados Harrelson y Walken, además de pequeños papeles para Tom Waits (el asesino de asesinos que busca a su pareja) y Harry Dean Stanton (el cuáquero), tampoco desentonan y logran actuaciones sobresalientes (aunque suenen a papeles repetidos). Si algo habría que criticarle a este film sería cierta confusión debido a la cantidad de meta relatos y un ritmo apurado; además de una llamativa aceptación de la violencia como elemento cómico (lo cual no es particular de esta película). Por el resto, la sonrisa está asegurada; Siete psicópatas no busca más que ser un buen entretenimiento, y eso sí que lo cumple. Una banda sonora predominante en cancones “tranquilas” de los ‘60/’70 – en la que se destaca Different Drum interpretada por Linda Rondstadt – acompañan muy bien. La suma d un muy buen elenco, una historia entretenida, y un desarrollo técnico correcto hacen de "Siete Psicópatas" una buena opción para relajarse en la sala y ver, una vez más, a Hollywood hablando de sí mismo.
Son esas casualidades que nos da el cine, el hecho de que en esta semana se estrenen simultáneamente la francesa "El Ministro" y "Néstor Kirchner: La Película", no deja de ser un hecho fortuito (¿o causalidad?) que nos permite dar un pantallazo amplio a dos aspectos diferentes del mundo de la política; el de los negociados, las traiciones, el juego sucio; y el de la militancia, los ideales políticos; ambos pueden ir de la mano para formar un todo, y sin embargo son antagónicos. Lo primero que hay que aclara del documental de Paula De Luque es que quienes estén buscando una polémica la busquen en otro lado; el film no pretende ser controversial, es simplemente un fresco de vida, tanto la vida pública como la privada ambas signadas por la política. No es ningún descubrimiento decir que este documental tiene una posición tomada clara, y eso por sí solo no está mal, no engaña; el público que busca (ya desde el trailer, la publicidad, y sus productores) es el afín al gobierno – el de Néstor y el actual – por lo que estamos frente a una película netamente militante, y bienvenido que así sea; en ciertos casos no puede buscarse una objetividad imposible de lograr; así y todo ofrece aspectos interesantes para un público abierto, general. El documental va siguiendo una narración más o menos lineal, temporal, sobre todo en cuanto a los hechos de gobierno, y los va mechando inteligentemente con anécdotas de lo privado; como aclarando que en todas sus decisiones políticas (una palabra que indefectiblemente se repite mucho en esta reseña como en el film) hay paralelismo con su vida, ser consecuente. Las primeras imágenes son las del discurso de asunción, el primero, y ya en él hay frases que resuenan. Luego iremos viendo una recorrida por los últimos años previos a su gobierno como para explicarnos/recordarnos de dónde venimos, ahí también (como en todo el trayecto) hay imágenes de impacto. Y luego sí, comienza la historia de vida, su infancia, sus primeros años de militancia, los distintos hechos como gobernador, como presidente, y en el rol que ocupó durante la primera presidencia de Cristina Fernández. Lo llamativo del trabajo de la directora es que pese a tratarse de un documental de archivo, de imágenes recolectadas de distintas fuentes (recuerden la solicitada realizada en el Correo Argentino), formatos y estilos (aunque luego se filmaron algunos testimonios extras), logra que todo se amalgame muy bien; la narración fluye correctamente, casi como si estuviésemos frente a una historia ficcionalizada. No hay dudas del oficio de Paula De Luque, ya lo había demostrado en sus anteriores films, y en este vuelve a mostrar una buena cohesión de elementos. Son fundamentales una buena selección de archivos y saber dónde ubicarlos para lograr lo que se quiere provocar, la emoción de quienes apoyan la figura pública; en esto también cumple un rol importante la exacta banda sonora de Gustavo Santaolalla. Anteriormente aclaré que si bien el estilo es puramente militante, puede tener cierto interés para todo el público; es el de poder recorrer algunos aspectos de nuestra historia reciente. Que puede ser una visión recortada, parcializada, que se ofrece una mirada partidaria, todos son argumentos atendibles; pero principalmente, en su rama política, el documental ofrece hechos, momentos, discursos. Si bien el film no creará una polémica (su mensaje de homenaje es muy claro y directo), si puede abrir un debate, y desde ese lugar sería interesante tener una mirada amplia. Existen varios documentales similares a este, films políticos y partidarios, sin ir más lejos el famoso "Perón: Sinfonía de un sentimiento" de Leonardo Favio; o más aún, la visión que el año anterior entregó Clint Eastwood en "J. Edgar" es mucho más polémica que este documenal; sin embargo aquí cobra relevancia la cercanía de los hechos. Desde lo que se ve, hay datos reveladores, imágenes que se han visto ya varias veces, otras filmaciones más desconocidas (como algunas familiares en Super 8, o momentos vistos repetidas veces pero desde otro ángulo) y algunos testimonios no tan comunes, como el de su hijo Máximo (lo que por otro lado hace sorprender que faltan su hija Florencia y principalmente la propia Cristina). Es un Kirchner visto desde la mirada ajena, del otro, y ahí sí (aunque suene utópico) hubiese sido interesante algún testimonio no partidario (más allá de lo familiar/amistades). Cuando hace un tiempo se habló del alejamiento de Israel Adrián Caetano del lugar de director (los productores no aceptaron su corte original), ambas partes aceptaron que su mirada era demasiado política. Viendo el resultado de De Luque esto queda más evidencia, "Néstor Kirchner: La Película" prevalece más al hombre que al político, o por lo menos nos demuestra que uno y otro aspecto siempre van de la mano.
Desde sus comienzos, la historia de Hollywood está plagada de fábulas hermosas sobre el sentido moral, el estilo perfecto de la vida; esas historias de esperanzas, de nunca rendirse y alcanzar lo imposible. Lo ha hecho de diferentes maneras, en films de contenido social, en romances imposibles, en dramas sobre la adversidad, y también en épicas deportivas. Curvas de la vida tiene un poco de todos esos tópicos, y mucho del estilo edulcorado del mainstream estadounidense. Sin vueltas, es la historia de Gus Lobel (Clint Eastwood), un cazatalentos del baseball que trabaja para los Bravos de Atlanta, ya desde la primer escena vemos que los años están pesando sobre él, su capacidad física ya no es la de antes, y además tiene un principio de glaucoma que intenta ocultar torpemente. Como si tuviese poco, en el club/equipo/empresa ya no lo consideran como antes, y su talento “natural” para conseguir a las mejores estrellas pareciera querer ser remplazado por las computadoras de su rival Phillip (un Mathew Lillard que se repite a sí mismo desde el Stu de Scream). Gus tiene una hija, Mickey (Amay Adams), pronta a ser nombrada socia en la firma de abogados para la que trabaja incansablemente. La chica tiene una relación difícil con su padre ya que fue abandonada por él mismo luego de la pronta muerte de su madre. Pero cuando Pete (John Goodman notorio en un papel pequeño), un colega y amigo de su padre le pida que lo acompañe a este en un “viaje de negocios”, ella primero se negará, para luego asistir, como siempre sucede. Gus dedbe ir a ver personalmente a una joven promesa del basebal, universitario, pero de la que desconfía de su talento para el juego. Como es de esperarse este viaje servirá para que padre e hija se conozcan, se reprochen, y se reconcilien. Además, será un viaje iniciático para los dos, a Gus le servirá para afrontar su ancianidad y la posibilidad de una jubilación (voluntaria u obligada), y Mickey le servirá para descubrir cuáles son las prioridades en su vida, qué es lo que la apasiona realmente. Ah, y además, en el medio, hace su aparición Justin Timberlake como Johnny “La Flama” Flanagan, un cazatalentos del equipo rival, los Red Sox, ex lanzador, y con una promesa de empleo como relator del deporte. Johnny llega buscando al mismo bateador que Gus, pronto se reencuentra con quien fue su “descubridor” y claro, romancea con su hija. Curvas de la vida marca el debut en la dirección de Robert Lorenz, quien fue repetidas veces segunda dirección en films de Eastwood, y esto se nota; estamos ante un film del director de Los Imperdonables (que anunció un posible alejamiento en el “puesto”) solo que menor. La historia entretiene y se sigue con interés y una sonrisa ( y hasta alguna lagrimita), pero desde entrada uno debe saber que estamos ante un film idílico y sin grandes sorpresas. Más o menos leyendo el párrafo anterior uno podría saber cómo empieza, sigue y termina todo; el mensaje familiar está clarísimo. Llegado el momento Gus va a tener su “excusa” para el abandono, y no estoy adelantando ninguna posible sorpresa. Nada sería lo mismo sin sus protagonistas, Clint Eastwood y Amy Adams son los motores de la película, el relato se apoya en mostrarlos “naturalmente” (o lo que nosotros creemos que son naturalmente). Clint tiene los mejores momentos, sus chascarrillos como viejo gruñón son por lejos lo mejor que tienen para mostrarnos, el relato encuentra en esa incipiente ancianidad la excusa ideal para mostrarnos al actor en lo que mejor sabe hacer. Por su parte, a Amy siempre se le creen estos papeles de mujer simple, que puede parecer refinada o de la gran ciudad pero que esconden una campechana; la pelirroja es tan bonita como buena actriz y tan adorable en pantalla que no se le puede reprochar nada. Timberlake (al que ya no se lo juzga como cantante haciendo de actor) no cuenta con un rol atrayente que logre interesar, su Flanagan parece metido con fórceps (otros secundarios parecen fluir mucho mejor, como los amigos de Gus o el citado Pete), para incluir la necesaria cuota romántica, y hasta sus apariciones no son del todo necesarias, lástima el muchacho tiene carisma. Curvas de la vida es una película amable, pasajera (sus extensos 111 minutos no se sienten tanto), y agradable de ver; no le pidamos más. Tal vez con algún brio más de originalidad la cosa hubiese ido mucho mejor, pero pareciera no necesitarlo, sabe con las armas que juega, y las utiliza bien para ganarse al espectador. ¿Se esperaba más de un film de Clint Eastwood? Puede ser, pero este es uno de Robert Lorenz quien ya encontrará un estilo propio en otra oportunidad, acá tenemos esto, un estilo ajeno y en menor calidad.
De los barrios, arte es un documental, dirigido por Fernando Romanazzo, centrado en las figuras de varios artistas plásticos que desarrollan su arte en la Zona Oeste de la Ciudad de Buenos Aires. Esto, que parece una simple gacetilla informativa, en verdad revela mucho del sentido de este trabajo; hablamos de un documental formal que no reniega de serlo, de un retrato de artistas variados, y de un retrato de barrio; esos son los tres puntos clave que maneja Romanazzo para intentar llevar su trabajo a buen puerto. Se han hecho muchas apreciaciones desde el cine sobre los barrios del Oeste porteño, siempre rescatando el costado de lugar típico, algo antiguo, que respira aire de Conurbano en plana Capital. Viéndolo desde ese factor, De los barrios, arte, da un pantallazo distinto (aunque recae en algunos lugares comunes) a lo que se acostumbra ver. También si vemos la otra arista, no es el clásico documental sobre un artista que debate consigo mismo y se lo muestra en un mundo culto y paisajístico, son artistas de barrio, más profesionales algunos que otros, pero todos con un fuerte arraigo de pertenencia que marca también su forma de ser. Entonces, estas dos vertientes nos hacen pensar en un riesgo, en algo distinto y original de ver. Pero Romanazzo, limitado desde los recursos de producción suponemos, entrega un film, desde lo cinematográfico, simple, directo, contrariamente con poco riesgo; en definitiva poco cinematográfico valga la redundancia. El director hace un registro de los artistas con la zona de fondo, los muestra en su arte, expresándose en la pintura y esculturas, con las manos creativas, y también desde la palabra, y conviviendo con su entorno diario. Es interesante ver la historia que cada uno tiene para contar, qué tienen para decir y mostrarnos; hablamos de la vocación verdadera, de gente que busca el rédito artístico antes que el económico, de verdaderos creadores pasionales. Ese interés que despiertan los personajes no es acompañado desde la cámara que busca un equilibrio entre la persona y el lugar, pero lo hace de un modo demasiado clásico y formal, y hasta con algún inconveniente de edición. Esta “simpleza” termina diluyendo el interés del espectador al que le costará focalizar en vetas importantes. De todos modos, el resultado no es amargo; la intención de plasmar una mirada diferente sobre un género y un lugar transitado queda cumplida con puntos satisfactorios; y como suele suceder en estos trabajos que enfocan diferentes personalidades, hay momentos en donde la persona se gana al público disfrutando a pleno de la vista. Es una lástima que no se haya optado por seguir el ejemplo de los protagonistas, artistas que buscan no encasillarse, que hacen algo impensado de lo que la sociedad les quiere imponer; un poco más de vuelo visual y narrativo hubiese ayudado a redondear un muy buen trabajo documental.
Luego de un paso por ámbitos más urbanos y el género del thriller en la extraña exquisita El gato desaparece, Carlos Sorín vuelve a sus fuentes con Días de Pesca; no solamente vuelve a filmar en la región patagónica y vuelve a mezclar actores profesionales con aficionados (o no actores directamente), sino que regresa a los relatos pequeños, simples, en los que pareciera no ocurrir demasiado; y va más allá logrando un fresco intimista. Como ya dije, el argumento es sencillo, es la historia de Marco (Alejandro Awada) porteño de clase acomodada que viaja a Puerto Deseado con dos objetivos, por un lado el obvio, pescar tiburones; por otro, el profundo, el sentimental, reencontrarse y recuperar a su hija (Victoria Almeida), madre reciente. La película es eso, Marco recomponiendo su relación paternal, su vida en general (es alcohólico en recuperación), el tiempo perdido, y desde ya, encontrándole un nuevo sentido a todo. Y hablando de perdido, el que parece estarlo, por lo menos en un principio, es Marco en el pueblo patagónico en el que se va cruzando con distintos lugareños, y en el que no parece encajar con toda su “porteñeidad”; pero como Sorín demuestra en cada una de sus películas, esos lugares terminan por ganarse el corazón de uno. No tan inclinado a la comedia como en Historia Mínimas o El Perro, Días de Pesca es un drama hecho y derecho, de diálogos justos, algunos que parecen intrascendentes pero que encierran trasfondo, de momentos pequeños, de gestos, de miradas, de contemplación. Para eso, el director necesitaba de un conjunto de elementos, y todo parece haberle salido perfecto. Awada y Almeida no pueden estar mejor, sus interpretaciones son exactas, precisas, realmente son padre e hija distanciados, dolidos, resquebrajados. Hasta los habitantes de la zona (quew podríamos decir se interpretan a sí mismos) logran una naturalidad tal que los hace irremplazables. La fotografía también es destacada, paisajista, abstracta, brillante y opaca, todo en el momento justo, indicado casi como si se contara una historia paralela con las imágenes. También la banda sonora (a cargo del propio hijo del director) tiene sus momentos justos y juega a la emoción aunque ciertos momentos queden remarcados). Días de Pesca nos cuenta la historia de un hombre roto, que viaja hasta los confines de nuestro país para encontrar a su hija, en fin encontrarse a sí mismo; y en definitiva es un film sobre la soledad; sobre el esperar y encontrar eso que nos haga un clic, un giro, al que nos devuelva las ganas de vivir; y lo hace sin caer en el manual de autoayuda, y los más importante, sin aburrir. Marco deambula perdido por el pueblo, mira, observa, está solo aunque esté acompañado; no es solo la visión de un extranjero en tierra extraña, es la de un hombre que busca algo, no sabe qué. Cada espectador podrá encontrarse con una experiencia propia al finalizar el film. Reconozco ser un seguidor de la obra de este director desde los tiempos de La película del rey, pero esta, a pesar de parecer una más de sus obras, logra destacarse por sobre el resto. Si tuviera que compararla con algo, no lo haría con ninguna de sus películas anteriores, su punto de referencia tal vez sea Una historia sencilla de David Lynch y ese viaje en tractor para visitar a un hermano que en principio no nos decía nada. También tiene algo de los últimos films de Alberto Lechhi, aunque con menos humor y más peso dramático. Cada elemento conjuga un todo, y todos forman un film perfecto, triste aunque cálido; eso sí, es para interesados en este tipo de historias, los que necesiten de acción, un raudal de diálogos y diatribas sobre el sentido del ser, o un ritmo vertiginoso para no aburrirse, busquen otra cosa en cartelera. Esta es una película de tiempos, lo que no quiere decir extensa, su duración es realmente corta y pasa volando, pero no necesita de más, es justa, cada minuto vale. A este altura decir que, a mi gusto, es el mejor film de Carlos Sorín, y uno de los mejores argentinos del año, sobra, se da entendido. Días de Pesca es una película a la que todos deberían darle una oportunidad, no perderse la experiencia de una hora y veinte de pura contemplación, e introspección.