La comedia romántica siempre ha sido un género difícil para el cine argentino, por lo menos en el sentido que EE.UU. le impuso al género. En un principio era encarado de un modo teatral, folletinesco; después se giró hacia lo picaresco, la comedia cuasi erótica pero con trasfondo amoroso; para finalmente recaer en los últimos años en una suerte de telecomedia compactada y reducida a la duración de una película promedio, es más o menos lo mismo ver una tira diaria de Pol-Ka que cualquiera de los films producidos por Adrián Suar. "Amor a mares" no es nada de esto, es un híbrido, y es que comedia romántica que pretende ser no es ni lo uno ni lotro, no es romántica y mucho menos cómica. En su segundo film como director Ezequiel Crupnicoff (Erreway, Cuatro Caminos) desde el vamos no pretende ser original, y eso de por sí no está mal, pareciera querer lograr una película romántica común a la época, o sea televisiva, y esto se evidencia en el elenco más que nada; pero la impericia y/o falta de experiencia hace que el producto esté bajo aún para esos estándares. Luciano Castro interpreta a Javier, un escritor que supo tener algo de fama, pero que ahora se encuentra bloqueado tras haberse separado de su mujer. Para sacarlo de ese lugar, su agente literario (Miguel Ángel Rodríguez) lo sube a un crucero en el que supuestamente se relajará y se inspirará. Lo cierto es que esto último lo logra, arriba del crucero, Javier va a vivir historias supuestamente inesperadas, divertidas, alocadas, descontracturantes, o algo así, la cuestión es que esto irá inspirando a escribir sus propios relatos en una suerte de relato dentro del relato que no termina de definirse muy bien. El primer problema que tenemos es que pese a que el guion es muy básico y poco original, está mal resuelto, no hay otra forma de explicarlo. Las pequeñas complicaciones (necesarias para que una comedia de enredos sea mínimamente entretenida) son presentadas de manera confusa, lo mismo que el estilo de narración indefinido; presentando todo un desafío para el espectador en saber qué es lo que sucede ( alo que hay que sumarle una pronta baja en el interés). Arriba del crucero Javier se va a relacionar con su compañero de camarote (Gabriel Goity); a una pareja quebrada (Paula Moralres y Nacho Gadano) él infiel y con pocas luces, ella, abogada, linda, e interés romántico del protagonista; y también a una veterana, Paloma (Luisa Kuliok) responsable del crucero, presentada como una mujer de armas tomar. A estos habría que sumarles el rol de Agustina Córdova como novia inquieta y demandante. Sí, los roles son de manual, esquemáticos, pero lo peor es la forma en la que son presentados, a las apuradas, sin ninguna lógica (en especial el inentendible papel de Kuliok). Luciano Castro reconoció semanas atrás estar muy a disgusto con su actuación en la película; un gesto de autocrítica no muy común sobre todo en época de promoción; lo importante es que parece que tiene buen ojo clínico, su interpretación es lo único gracioso del film (lleno de chistes fallidos hasta la vergüenza ajena). El resto del elenco, a pesar de no haber cometido el sincericidio de Castro, está más o menos en el mismo registro, y si se disimula un poco es por la menor presencia en pantalla. En definitiva, "Amor a mares", demuestra que tenemos que seguir trabajando en el género para ofrecer al público buenas comedias románticas. A nuestra industria local eso le cuesta, y éste es un claro exponente de nuestra falta de decisión para abordarlo como se debe.
Con tan sólo seis películas en más de quince años, Diego Musiak (Fotos del ama, Te besaré mañana, Cartas para Jenny) se hizo de un nombre dentro del cine argentino. A no confundir, no es que el hombre haya hecho una obra laureada, alabada; casi todo lo contrario, fácilmente puede ser “catalogado” como uno de los más controversiales directores de nuestro país (por lo menos en la actualidad), y si vieron alguna de sus películas reconocerán que son memorables en un sentido particular. Aún así no se puede dejar de reconocer que cuenta con un sello muy personal, de alguna manera es un cineasta que deja huella, y hasta podría llegar a entender que tenga algunos seguidores. Su último film, "Un amor de película" (estrenada internacionalmente como Hostia), es un claro de ejemplo de todo esto. Para empezar el protagonista se llama Juan Perez (ehhhh), interpretado por el español Antonio Chamizo, es un director de cine con algunos problemas financieros (a pesar de que se lo nombra como exitoso); se encuentra en una partida de póquer que por supuesto pierde. El ganador es un productor con pinta (cliché) de chanta, mafioso, Bernardo, en la piel de Miguel Angel Rodríguez (que esta semana cumple un triste doblete en "Amor a mares") y como forma de pago le impone a nuestro ¿anti-héroe?: filmar un guión pésimo, con escasísimos recursos, y convertirlo en una película taquillera. No se hable más, la puesta en marcha no tarda demasiado y prontamente Juan Pérez se encuentra filmando la película y lidiando con todos los inconvenientes posibles. Quienes rodean a esta sufrido personaje son, además del mafioso Bernardo, la amante de este, Maite (Luciana Salazar) que es impuesta como actriz al director, una actriz veterana en caída Jean Bombón (Geraldine Chaplin), y la ex novia de Perez Laura (María Grazia Cuccinota) a quien él quiere reconquistar. Todo estos les van a ir planteando inconvenientes al protagonista que parecerá (o nos quieren hacer creer) al borde de la locura. La película juega en distintos ángulo, por un lado el obvio, el del film dentro del film y su detrás de escena (lo que la hace algo similar a The Last Shot con Matthew Broderick y Alec Baldwin); también la comedia romántica a cargo de Juan y Laura; y la comedia de enredos con gags de distinta resolución (todas con discutible resolución). Pero si algo tiene definido es el tono de disparate pretendido, de desparpajo, en donde todos los personajes hablan a los gritos. Son tantos los desaciertos que se va sucediendo en el metraje que es imposible enumerarlos. Desde problemas de continuidad, un argumento demasiado simple y trillado, actuaciones sin brillo, problemas de iluminación, diálogos imposibles, desfasajes temporales, y el problema recurrente de toda co-producción con la mezcla inexplicable de acentos. El asunto es que en un momento esto comienza a jugarle a favor, y cuando uno ya se convenció de que lo que está viendo es muy malo, se relaja, y comienza a reírse de lo absurdo del conjunto, y ahí sí, es un divertimento tan involuntario como irresistible. Lo mejor (lo único ciertamente positivo) que tiene la nueva obra de Musiak es ser consciente de su flaqueza, se hace fuerte en el ridiculo y hasta saca provecho de tomarse nunca en serio. "Un amor de película" es un película rara, extraña para definir, si dijera directamente que es su resultado es pobre estaría en lo correcto, pero también que busca burlarse de serlo. Luego de sus otras obras, Musiak pareciera gritarle a todos (críticos y espectador) que poco le importa hacer un film considerado bueno, y por ende busca a propósito una “fealdad” adrede. Vuelvo al principio, no me extrañaría que este director tenga seguidores de toda su obra, hay artistas que extrañamente se destacan por lo rudimentario y bizarro de sus creaciones (por ejemplo, Jorge Polaco lo es). "Un amor de película" es un film a dejar pasar por la casi totalidad de los espectadores, pero al que le auguro, en un futuro no muy lejano, un destino de film de culto; esperen y verán!!!
Puede una película ser criticada por su ideología? ¿puede un contenido netamente reaccionario arruinar la apreciación artística de una obra?, yo soy de los que creen que un film, como cualquier otra obra de arte, es un conjunto de elementos que forman el todo que al final vemos en pantalla, por lo tanto creo que sí; una película tan jugada ideológicamente como Otros Silencios no puede ser analizada pasando por alto el contenido y mensaje de lo que relata; y para los que estamos en sus antípodas resulta muy molesto. Nacido en Buenos Aires pero exiliado hace años en París, Santiago Amigorena es un escritor y cineasta con cierto reconocimiento, más que nada en el mundo literario. En el 2006 había debutado en la dirección con "Algunos días en Septiembre", película que si bien es mejor que la que se estrena hoy en nuestro país, no pareciera merecedora de los grandes elogios que tuvo en su momento. En esa oportunidad se nos contaba la historia de un Agente de la CIA que, previo al atentado de las Torres Gemelas, buscaba a su hija a la que había abandonado y se enfrentaba a un pérfido asesino cuyo único objetivo era perturbar al resto de los ciudadanos. En "Otros Silencios", Amigorena vuelve a recorrer el mismo camino, mezclando el drama con el policial, pero va más allá en lo que había esbozado en su primer film, y lo que es peor, por lo menos para nosotros, es que carga sus tintas sobre su país de origen, Argentina. Mary (Marie-Joseé Croze) es una oficial de la policía de Toronto; la vida a sido buena con ella y además de ser excelente en su profesión tiene una familia perfecta, un hijo digno de un comercial de cereales y un esposo bueno y lindo; sí, los tres son altruista y el mundo les sonríe con los ojos de la perfección. Pero una noche, el papá y el nene van a un partido de hockey y en el camino se les cruza una camioneta repleta de gente mala y los liquidan sin ningún tipo de remordimientos. La mujer está dolida, pero aún así es fuerte y logra investigar para llegar a la conclusión de que el autor intelectual no es otro más que Pablo Molina (Luis Ziembrowski) un narcotraficante al que ella había capturado, y el autor material es el sobrino de este, Pablito (Ignacio Rogers) que huyo a Argentina, más precisamente ¡¡a la Quebrada de Humahuaca!!. Cegada por la venganza (o más bien según su idea, firme en la búsqueda de justicia), Mary llega a la zona para encontrarse con un clima hostil, violento, terrible, en fin, un país que merece ser limpiado por alguien con la moral bien alta, y para eso está nuestra esposa y madre abnegada que cobrará venganza a puro tiroteo, pero también sufriendo por la miseria personal y del tercer mundo, porque al fin y al cabo esto es un drama. Tengo que pedir perdón si pareciera que relato socarronamente el argumento de esta película, pero es que sinceramente me cuesta tomarlo seriamente. En entrevistas, Amigorena dijo sentir mucha conexión con la tierra de Jujuy cuando vino a filmar esta película (que data del 2011), a decir verdad eso no se trasladó en la pantalla. "Otros Silencios" pareciera ser otro de esos films en donde el primer mundo descarga su mirada de superioridad sobre las atrocidades de los que ellos consideran tercer mundo... con total desconocimiento de causa. Hay infinidad de películas similares, desde las recientes Taken, Colombiana, Valiente (la de Neil Jordan con Jodie Foster no la obra suprema de Pixar), Daño Colateral, y sin más la saga de Charles Bronson. Pero más allá de su insoportable panfleto derechoso, lo que hace aún más intolerable a "Otros Silencios" es descubrir la cantidad de componentes argentinos que encontramos en ella, desde su director (que aunque exiliado, de algo se debe acordar), varios actores, y el dinero de la co-producción entre Francia, Canadá, Brasil, y nuestro país.
(Anexo de crítica) Pocas veces tenemos la posibilidad de, en una misma semana poder "apreciar” por partida doble de las dotes interpretativas de un actor, menos si en ambos casos es protagonista absoluto, y menos aún si muchos interesados en el cine (comercial) tienen los ojos puestos en el futuro de este actor que hasta ahora sólo ha sido reconocido por una saga exitosa. La realidad es que, en esta semana tenemos Robert Pattinson por dos (¡y la semana próxima vuelve con la culminación de Crepúsculo!), y comparando ambas películas podemos decir que en cada una toma los dos caminos obvios posibles, el de seguir perpetrándose como sex symbol, o el de arriesgarse para ser considerado seriamente como actor. Bel Ami, es la primera de las opciones. Basada (bastante libremente) en una novela clásica homónima de Guy de Maupassant, se nos relata la historia de Georges Duroy (Pattinson), quien se instala en París regresando de la guerra en Argelia. Decidido a convertirse en un exitoso (económicamente hablando) periodista para mejorar sus cuentas en rojo, prontamente descubre la falta absoluta de talento; y al no estar dispuesto a formarse adecuadamente, inmediatamente descubre otra cosa, la virtud de su belleza. Duroys mantendrá contactos y affaires con determinadas mujeres que lo ayudarán en su cometido de ingresar en las altas esferas de la sociedad y si se puede, ser periodista. En su novela, Maupassant nos hablaba del rápido ascenso de su personaje en la París de fines del Siglo XIX, y esto le servía de puente para retratar a la alta alcurnia societaria de la época, de una manera descarnada, ácida, y sin miramientos; algo común en los autores de entonces. Pero acá, ni los productores, ni los nóveles directores Nick Ormerod y Declan Donnellan, ni tampoco su guionista Rachel Benette tienen el mismo ambicioso propósito; como se esperaba, Bel Ami es un vehículo para que su protagonista siga haciendo lo que mejor sabe hacer, seducir. Hay una tendencia en el cine inglés de los últimos tiempos de adaptar grandes obras de la literatura y/u obras de teatro y convertirlas en meros muestrarios de escándalos de alcoba, exhibir hombres y mujeres guapos en trajes antiguos y con muchas ganas de sacárselos; sucedió con la última El retrato de Dorian Grey (por nombrar una de tantas) y vuelve a suceder en esta oportunidad. Todas las críticas sociales, las más que interesantes anotaciones al mundo del periodismo, y la sútil picardía del relato de Maupassant acá se encuentran más que diluidas; algo de eso queda, pero funciona como mascarada. Entonces, dadas las circunstancias, vamos a hablar de Pattinson que parece que es lo que importa. El muchacho sabe lo que hace, tiene que componer a un seductor sin escrúpulos, un hombre que utiliza a las mujeres con un propósito, y eso lo hace bien; el asunto es cuando se le pide que vaya un poco más allá (como podrán apreciar en la reseña de Cosmópolis). Digamos que para disimular ciertas posibiliades de dificultad, el hombre fue rodeado de un cast de mujeres más que interesantes (actoral y físicamente), Uma Thurman, Christina Ricci y Kristin Scott Thomas están sobresalientes en sus roles, y muy por encima de lo que el film tiene para ofrecer; casi vale la pena verlo por ellas. Ormerod y Donnellan son más reconocidos en el mundo del teatro y especialmente el musical; y eso se nota en este, su debut detrás de cámaras cinematográficas. Técnicamente Bel Ami es correcta, se nota un buen uso de una producción alta; aunque en el armado algo suene artificioso, ampuloso; claro, teatral. Similar sucede con los diálogos, con varios párrafos con una cadencia más propia de un musical recitado. La obra de Maupassant ya había sido adaptada previamente, en 1947 por Albert Lewin en unas versión mucho más fiel y conceptual. Lo que se nos ofrece ahora no es más que a un vampiro, si bien no literalmente (aunque a propósito en varias escenas les mira el cuello a sus féminas), un hombre que usa su belleza para engatusar, seducir, y controlar a su casual pareja, todo con el fin de exprimirlas y sacarles el provecho que necesita. Al final, Edward Cullen era más romántico.
A esta altura ya es difícil definir a un David Cronenberg único, durante años estuvimos acostumbrados a un cine suyo, propio, no quiere decir que las películas eran todos iguales (al contrario), pero sí encontrábamos en todas una marca única, algo que lo hacía reconocible. Tal vez era cierta propensión a lo impresionable, a jugar con límites de lo correcto, y por qué no decirlo, estar siempre a un paso de lo repulsivo (no hablando artísticamente, obvio) y a la vez ser hiponótico. Entonces llegó a su vida Viggo Mortensen, y las tres películas que lo tenían como protagonista marcaron una diferencia en lo que el director nos tenía acostumbrado. Aun así algo preservaban, films violentos (sobre todo los dos primeros), más racionales, pero igual de potentes, podríamos decir que tuvimos la etapa de “Cronenberg para todos”, excelentes y mucho menos “enigmáticos” que sus obras anteriores. Esto nos lleva al presente, con Cosmópolis, donde el director pega otro “volantazo”, hasta ahora sus películas habían sido raras, fuertes, quizá inexplicables, duras, pero algo innegable es que siempre eran atrapantes... bueno, conozcan al Cronenberg aburrido. Basada en un best seller de Don DeLillo, en "Cosmópolis" conocemos a Eric Packer (Robert Pattinson) un joven empresario, multimillonario, inmerso en el capitalismo. Estamos en un futuro cercano, tal vez no muy distinto a la época actual, quizá un poco más feroz. Es el fin de semana, y Eric recorre Manhattan de punta a punta, en su limusina, con el solo propósito de llegar a la peluquería y cortarse un poco el pelo. El afuera es un caos, todo se derrumba, pero Eric está abstraído, habla pavadas una tras otra, mantiene conversaciones sobre la nada y, al principio, nada parece preocuparle. Mientras tanto, en la misma limusina que lo aparta de lo externo, se cruzan diferentes personajes, socios, amantes, y esposa, y cada uno con planteos diferentes. DeLillo planteó el fin de una era, una crítica mordaz al sistema capitalista de su país y de la mayoría del mundo (siempre que uno crea en el poder de autocrítica de un estadounidense y más un escritor de best sellers, démosle una chance), y eso Cronenberg lo cumple, lo respeta. En realidad respeta todo de la novela, demasiado. La crítica es terrible, la idea de que el sistema nos aleja de lo humano es palpable y está muy bien resuelta, y hasta uno podría compartirla y aplaudirla; la cuestión es la esencia cinematográfica. Pattinson es el protagonista absoluto, de presencia constante; pero ojo las amantes del romance vampiril adolescente, Cosmópolis no es una obra pasajera y liviana; es la prueba del actor para saber si realmente sabe actuar, y cumple más o menos. Cuando en las escenas se encuentra solo, es casi respetable, un poco creíble; el asunto es cuando empieza a cruzarse con otros actores. Cronenberg (al igual que en el otro estreno de la semana Bel Ami), rodeó a su protagonista de un elenco maravilloso. Juliette Binoche, Paul Giamatti, Samantha Morton, Emily Hampshire y Mathieu Almaric se suceden en pantalla evaporizando al indefenso protagonista. Ese único traspié en la lección de protagonista no sería tanto, sino fuese acompañado por otras flaquezas que ofrece el film. Principalmente extraña su falta de ritmo, sus 109 minutos parecieran acercarse a las tres horas de duración en los ojos del espectador; es una sucesión interminable de diálogos, muchos de ellos vacíos, que al principio atrapan en su ironían, pero que al rato irritan, y lo peor, aburren, llevando al triste destino de la somnolencia. En los rubros técnicos sí, "Cosmópolis" es un Cronenberg auténtico, el hombre sabe donde poner su ojo y esos primerísimos planos y hasta enfoques de una gota de sudor ayudan y mucho. Hasta hay algo de la repulsión de sus primeros films, ya no tanto en lo gráfico sino más en lo hablado. Entonces, lo dicho, falla en su adaptación del papel a la pantalla, que se advierte en exceso fiel, quitándole el timing que toda película necesita para no caer en el tedio. Aún así, y con todo, es un film correcto, ambicioso, y claro en sus objetivos de crítica, quienes solo estén buscando esto (y repito, crean en la crítica de un estadounidense), no saldrán decepcionados.
El cine argentino suele tornar en determinadas oportunidades hacia el cine denuncia; el que plantea una polémica para instalar un debate y hacer llaga en la sociedad; este pareciera ser el rumbo de "El sexo de las madres", segundo largometraje de Alejandra Marino luego de la simpática Franzie. Ana y Laura son dos amigas inseparables de la infancia que se criaron en u n pueblito perdido (y sin nombre para el espectador) en Tucumán. Las vueltas de la vida y algunas circunstancias escabrosas del pasado ayudaron a que ambas se separaran y rehicieran su vida por separado. Laura (Roxana Blanco) es obstetra, se fue a Buenos Aires, tiene un hijo adolescente, Juan (Tahiel Arévalo); y guarda un oscuro secreto. Ana (Victoria Carreras), en cambio, se quedó en el pueblo, cuida un hotel que lo utiliza también como vivienda junto a su hija Roberta (Carolina Carreras, hija de Victoria, nieta de Enrique); y no está mejor que Laura, casi todo lo contrario, es una ex adicta recuperándose que convive, como puede, con los fantasmas de un hecho ocurrido hace tiempo. Una noche, Laura recibe un llamado de ayuda de Ana, la situación es insostenible. Sin más, Laura regresa al lugar a reencontrarse con su amiga (a quien le quitaron la tenencia de otros dos hijos), y por supuesto también con el pasado. Mientras tanto, Juan y Roberta se conocen y le escapan a la pesadumbres general enamorándose.Como habrá notado el lector, "El sexo de las madres" hace mucha referencia al pasado, a un secreto, a algo que no se puede contar... y sin embargo, es algo obvio. Está relacionado con una violación, un asesinato, y un aborto... y al decir esto no estoy adelantando nada que no se sepa a los pocos minutos. Marino intenta esbozar un alegato en contra de la violencia de género, desde varios matices, y como su mirada es femenina (algo similar al de otro estreno de la semana ¿Y ahora adónde vamos?) también se defienden las represalias que las mujeres pueden tomar, más allá del cargo de conciencia posterior.
A esta altura ya son muchas las películas que se hicieron sobre el interminable conflicto entre Cristianos y Musulmanes en la zona árabe; y sin embargo, pareciera que siempre hay más tela para cortar, otra vuelta de rosca que dar. En esta oportunidad, es la directora Nadine Labaki (la misma de la modesta Caramel estrenada aquí hace unos años) la encargada de otorgarle nuevos bríos a un tema que, aunque es de una actualidad candente, ya puede resultar a remanido. Lo que hace particular a Et maintenant, on va où es el punto de vista de los hechos, al igual que en Caramel, el de las mujeres de la comunidad. La historia transcurre en un pueblo libanés sin nombre y ciertamente aislado de todo ya que los alrededores se hayan minados y sólo se accede mediante un puente. En ese lugar la población está bien dividida, conviven cristianos y musulmanes, y la violencia entre ambos ya es casi intolerable. No es un film de personaje fijo, sino más bien de conjunto, pero cada individuo pareciera tener su historia, casi como un film coral. Están los hombres que es sobre quienes recae el asunto del conflicto, la violencia, los hechos y actitudes irracionales. Separadas están las mujeres, también de ambos “bandos” y estas parecen ser el complemento ideal, las que pretenden la unión, las que pregonan la convivencia mutua e intentan calmar las cosas con los hombres. Y también están los niños o jóvenes, que parecen ser la carnada del asunto. Hay un lineamiento general, sobre dos chicos que son primos y se encargan de traer las provisiones desde afuera al pueblo; uno de ellos tiene un percance en la Iglesia, se cae y la cruz se parte por la mitad, un simbolismo bastante obvio y subrayado. Este hecho y el de unas cabras con los musulmanes parecen ser los que marcan el relato que igualmente sirven sólo como disparadores para mostrar la locura de una Guerra Civil religiosa en donde las excusas parecen sobrar. Repito, el foco está puesto en las mujeres y en todo lo que están dispuestas a hacer (tretas incluídas) para que el asunto no se vaya a mayores. Desde ese lado, el clima que ofrece Labaki es mucho más ameno, distendido, con un aire de comedia que relaja la tensión por la carga histórica. Pero en determinados momentos esto puede convertirse en un boomerang y descolocar al espectador, como en la escena de un cuadro musical realmente y extrapolado. Como buena defensora de sus derechos, la directora no disimula el panfleto feminista y así las cosas quedan bien claras, sino fuese por ellas todo terminaría peor de lo que está. Claro que aquí también podríamos encontrar una contradicción en esas mujeres liberales por un lado, pero abnegadas a los asuntos de sus maridos por otro. Las actuaciones son frescas y espontáneas, es más, en algunos se evidencia ese clásico de actores no profesionales frente a la cámara; todo esto suma a la distención, a un clima muy relajado. Nadine Labaki (que además es actriz y tiene una participación importante en el film) proviene del mundo publicitario occidental, y eso se nota en su filmografía repleta de imágenes fuertes, potentes, que dicen más que muchas palabras, aunque a veces caiga en el subrayado. Concebida, sin lugar a dudas, como un film ganador de premios internacionales y for export (aunque no turístico, claro está), Et maintenant, on va où cumplió sus frutos y entre varios otros cosechó premios en Cannes y Toronto, festivales muy occidentales y permeables a este tipo de relatos. Como en su anterior film, Labaki trae un tema fuerte, interesante y le otorga una mirada cálida, casi jocosa, cumpliendo con lo esperado, darle un aire renovador a lo que ya fue contado más gravemente. Puedo no ser un film perfecto, se le encuentran ciertas limitaciones, pero un logro no menor es hacernos pasar un momento liviano ante semejante crueldad inexplicable alrededor. Cada uno sabrá si es esto o no, lo que está dispuesto a ver
Hay películas que por su temática y desarrollo deberían ser exhibidas sólo en su país de origen, o en su defecto en países con los que comparta ciertos puntos en común. Uno no se imagina una exhibición comercial en EE.UU. de, por ejemplo, Revolución: El Cruce de los Andes, o el documental Yo, Presidente; así como en otros países fue un desperdicio estrenar films como El Patriota. Algo similar ocurre en Locos por los votos; hay dos maneras de ver al nuevo film de Jay Roach (Austin Powers, La Familia de mi novia), y una de ellas es (o debería ser) de exclusivo interés de los norteamericanos. La historia se sitúa en Carolina del Norte donde Cam Brady (Will Ferrell) pretende ser electo por quinta vez como congresista del cuarto distrito. La elección parece sencilla, nunca a contado con ningún oponente, y esta vez no es la excepción. No obstante, un escándalo sexual con una voluntaria complica las cosas. Dos hermanos empresarios (John Lithgow y Dan Aykroyd) ven la oportunidad de beneficiarse económicamente, y aprovechan la oportunidad para candidatear al director de turismo del pueblo, a su vez hijo de uno de sus socios, Marty Huggins (Zach Galifianakis). Al principio Cam no verá en Marty, un hombre extremadamente simple, familiar, externo a la política y pueblerino; a un verdadero oponente. Pero las cosas empiezan a complicarse para Cam, y ahí comienza una campaña salvaje en donde todo puede salirse de eje. simple comedia (que posiblemente es lo que estemos buscando afuera de su país de origen) el entretenimiento está servido y es amplio; el secreto está en no analizarla. Ahora si lo que se busca es una mezcla de ambas cosas, y uno está interesado en descubrir algo de la política estadounidense, hay que decirlo, Jay Roach (que también realizó el telefilm Game’s Changing con Julianne Moore como Sarah Palin) no es Barry Levinson ni Alan J. Packula; su aparente crítica al sistema no lo es tanto (casi al estilo Robert Redford); y hay más aire de oportunismo por las próximas elecciones que de rebeldía política, es poco lo que se va a aprender. Ferrell, Galifianakis, y Roach parecen con esta película más que querer adoctrinarnos en su política o mostrarnos su patriotismo, demostrarle a lo más alto de Hollywood que pueden ser parte de su sistema. Locos por los Votos funciona como una perfecta introducción de la Nueva Comedia Irreverente al mainstream, y cuando eso sucede, ya se sabe, algo hay que ceder.
Wes Anderson es un director que se dio a conocer a fines de los ’90 con dos películas pequeñas como "Bottle Rocket" y la excelente "Tres son Multitud". Fue una de las insignias de lo que sería el nuevo cine independiente norteamericano. A diferencia de muchos de los que comenzaron con él, lo que hace único al director de "Los Excéntricos Tenembaun" es que nunca perdió su rumbo, su origen, su estilo; a pesar de incursionar en distintos modos de encarar un film. Luego de un parate de tres años, vuelve con "Moonrise Kingdom" a confirmar por qué se ganó un lugar entre los nombres más destacados de Hollywood. Cuento anárquico infantil/adolescente. Situada en 1965, Sam (Jared Gilman) es un niño boy scout huérfano al que sus padres adoptivos rechazan y su misma tropa parece no comprenderlo. Suzy (Kara Hayward) es algo así como una niña grunge, de ojos delineados, mirada aguda, analítica, y con sentimientos algo apáticos hacia la sociedad. Como si fuese 11 y 6 de Fito Paez, ya se habian conocido el verano anterior y mantenían una relación a través de cartas. Suzy siente una atracción inmediata hacia Sam y su aspecto nerd y retraído; se re-encuentran, y entre los dos nace un amor profundo que los lleva a huir de quienes no lo comprenden, o sea huyen del mundo de los adultos. El punto de fuga será una la isla de Nueva Inglaterra, la misma que le da título a la película, un lugar mágico, un punto de encuentro donde nadie los moleste. Por otro lado, los adultos (observados de una manera despiadada) emprenderán una búsqueda impensada para encontrarlos... y un tornado (literal y metafóricamente) se avecina. Al igual que en sus films anteriores, Anderson toma como partida una historia simple, sin demasiadas complicaciones, para una vez allí poner el foco en los personajes, en conjunto y por separado. Si antes se insinuaba cierta mirada de desagrado hacia la madurez y algo de mirada cómplice hacia ese momento especial que es la infancia, en Moonrise Kingdom esa idea está más explícita que nunca. Los adultos parecieran comportarse de manera más estúpida cuanto mayor sea su grado de profesionalismo o responsabilidad. Por ese lado tenemos a los padres abogados de Suzy (Bill Murria y Frances McDormand), el instructor de los Scout (Edward Norton), la asistente social (Tilda Swinton) y el Capitán Sharp (Bruce Willis); y tal vez este último sea el único que merece salvarse. En cambio, el dúo de niños es mostrado en su esplandor, Sam y Suzy son únicos, extraños pero muy queribles, y la cámara de Anderson los ama, los comprende. Todos los elementos están ahí, la ironía, cierta melancolía, el juego de diálogos, la marcación actoral precisa (todos, niños y adultos cumplen labores remarcables), la cámara aguda casi antropológica. Pero además Moonrise Kingdom suma un elemento que hasta ahora era extraño a su director, cierto mundo de ensoñación, rozando el realismo mágico; esto puede complejizar un poco entender qué es lo que se está viendo (por lo menos para un ojo no acostumbrado), pero a la vez le suma una atmósfera increíble, perfecta. A esta altura confesar que soy un admirador de la obra de su director ya es redundante, y Moonrise Kingdom se encuentra entre sus mejores películas. Todo está perfecto donde debe estar. Anderson logra, aunque ya se presiente que entró con todo al mundo de Hollywood, mantenerse más fiel que nunca su estilo. Por momentos puede pecar de pretenciosa, y con algunos subrayados innecesarios, en todo caso datos menores. Así, "Moonrise Kingdom" es una excelente ocasión para re-encontrarnos con su cine, más sabiendo que a su anterior película se nos condenó a verla directo en DVD; oportunidad imperdible.
Género difícil la Ciencia Ficción, puede encararse de muchas diferentes maneras. Ya sea enmarcándola como un relato de acción pura, como un contexto para ofrecer una gran aventura, o como apertura para una serie de planteos reflexivos y/o filosóficos. Looper, asesinos del futuro tiene algo de lo primero y supuestamente algo de lo tercero, pero carece del sentido de la aventura. Los hechos se sitúan en un futuro relativamente cercano, 2042, no muy distinto de nuestro presente. Joe (Joseph Gordon-Levitt) forma parte de una mafia integrada por asesinos a sueldo llamados Loopers (para los que no saben ingles sería algo así como “cerradores de ciclo”). Los viajes en el tiempo han sido inventados pero está prohibido su uso por las implicancias que podría traer. Estos Loopers se dirigen a un lugar aislado, reciben a un enviado encapuchado que la misma mafia les envió desde 30 años en el futuro y sin más lo matan de un escopetazo recibiendo como recompensa unos lingotes de oro que los del futuro le pusieron en la espalda a las víctimas. Joe pareciera vivir sin remordimientos, se droga constantemente con unas gotitas en el ojo y se acuesta con cualquier cabaretera de un bar. Pero lo primero que le mueve el piso es la aparición desesperada de su amigo y colega Seth (Paul Dano) que cometió el “error” de ver quién era su víctima, cayendo en la realidad de que era él mismo y dejándolo escapar. La mafia, encabezada por un emisario del futuro (Jeff Daniels), anda detrás de Seth (el del presente y el del futuro), y Joe trata de resistir hasta dónde puede. Sucede que en ese futuro de 30 años un asesino llamado Rainmaker tomó el control y está estableciendo un nuevo orden terrorífico eliminando a otros Loopers a los que considera traidores. Como si Joe tuviese poco hasta ese momento, perturbado, comete el mismo error de Seth, y el Joe del futuro (Bruce Willis) logra escapar. Ahora al Joe joven no solo lo persigue la mafia, sino que intenta frenar a su yo mayor que tiene el plan de eliminar al Rainmaker que por ese entonces tiene 10 años; ah, me olvidaba, el nene es el hijo de una de las cabareteras. Empecemos por los aspectos positivos, Looper es técnicamente (casi) irreprochable. Su director Rian Jonhson (Brick, Los Estafadores) pareciera saber qué es lo que quería mostrarnos desde un principio, y hace un muy buen manejo de los recursos que tiene. La filmación es precisa, rígida, en ningún momento se confunde, y la fotografía algo ruinosa le agrega mucho al aspecto que se buscaba. Esto se nota mucho en las escenas de acción (que son las justas y necesarias lo mismo que su duración) filmadas con solvencia y logrando que siempre se entienda a quién se apunta, quienes combaten, y qué es lo que sucede, algo no muy común hoy día. El problema con Looper es cierta pretensión en su contenido. Su director y guionista dice venir manejando la idea de esta película hace más de diez años. La realidad es que al verla pareciera tener una serie de elementos que funcionan solamente como ornamentas para manejar una historia que ya se manejó mil veces. Para dejarlo claro, como película de Ciencia Ficción, Looper falla precisamente en eso, no es un film de ese género. Con todo, la película se sostiene relativamente bien hasta acercarnos a un elemento promediando el final que pareciera extraído de un film de terror y que no solo suena ajeno sino que además está mal resuelto, llevando el resultado a un desbarranco. Lo dicho, en varios diálogos del guión hay una buscada intención humorística (a veces lograda, a veces no), y en eso el personaje de Jeff Daniels es fundamental. Joseph Gordon-Levitt no es Humphrey Bogart y se le nota, igualmente su desempeño no es malo y hace de su personaje alguien creíble. Bruce Willis pareciera estar en ese punto de la carrera en el que el actor ya se cree más allá del bien y el mal y no quiere ser tomado en serio; es imposible analizarlo seriamente, es grande. Por último, a Emily Blunt nunca deberían haberla dejado salir en cámara mostrando sus no pechos, la credibilidad de cabaretera desaparece al instante. Algo positivo, el nene Pierce Gagnon mete miedo en serio, y nos hace acordar las buenas épocas de Miko Hughes. Looper es un film que se mantiene de a momentos, convencerá a quienes entren en su mixtura de géneros y sub-géneros, y al que definitivamente le sobran varios minutos. Tiene logros muy buenos que la hacen destacable, pero cae en algunos errores que pueden convertirla en insalvable.