Sin filtro Las últimas comedias provenientes del otro lado de la cordillera que he tenido la oportunidad de ver en este tiempo de pandemia han estado teñidas de cierta cuestión de clase que las convierte en intentos más o menos graciosos pero con fallas estructurales y con la sensación mal organizada a la hora de trazar el camino y el contexto de sus personajes. Parece ser que, a la hora de crear el mundo para ellos, la historia que narrarán, termina pesando más el mensaje (edificante, por cierto) que la realidad que ocupan y el contexto en que se desarrollan y crecen dichas historias. Y es eso justamente lo que hace que se pierdan en una burbuja de sinsentido con chistes desmembrados e ideas sueltas colocadas al azar aquí y allá en una narración con pequeños buenos momentos que solamente se dan en momentos muy puntuales de chistes efectivos y puntos de emocionalidad bien lograda (más algún que otro golpecito bajo) que logran a pesar de cierta aparente desconexión interna. El despliegue interpretativo del elenco en No estoy loca es excelente y es lo que sostiene en pie a la comedia que nos ocupa en esta ocasión, y que puede verse, como algunos de los estrenos de los que he podido hablarles en el último tiempo, en Apple Tv y Google Play. El director Nicolás López, quien cuenta en su haber variadas producciones y entre ellas Sin filtro, a partir de la cual se generaron numerosas remakes en el mundo, incluida la versión argentina con Natalia Oreiro (que tuvo inconvenientes a la hora de pensar su estreno porque se empataba con la española, interpretada por Marivel Verdú y Santiago segura, y entonces las fechas se modificaron) logra llevar con paso firme la historia y el elenco. Al menos se sostiene y logra, a pesar de los chistes muy específicos y contados, un film decente a la hora de sopesar su calidad. No estoy loca es una película aceptable, con buen despliegue interpretativo de los protagonistas, y un trabajo que se sostiene en base a ello y los chistes que, aunque contados, son efectivos.
Filmado en 2019 en la Provincia de Santa Cruz, en las localidades de Los Antiguos y Perito Moreno, y en el Parque Nacional Patagonia, la Meseta del Lago Buenos Aires y el Sitio Arqueológico Cueva de las Manos, Río Pinturas; éste documental retrata la situación del ‘Parque Patagonia’ proyectado por filántropos internacionales alrededor de la Meseta del Lago Buenos Aires (Provincia de Santa Cruz)– y también la situación de los productores tradicionales de la zona, que serían desplazados por la iniciativa.
En primera persona Silvia, el documental de María Silvia Esteve, cuyo estreno tuvo lugar en el Documentary Film Festival de Amsterdam y fue premiada en el Jerusalem Film Festival es, tal vez, un poco personal para un público medianamente masivo, aunque genera empatía con la directora e hija de la persona que le da nombre a la película y cuya historia se constituye como soporte de la narración. La construcción y el camino de investigación toma un sendero que se recorre en algunos pasajes de manera un poco confusa pero a la vez de algún modo interesante, en la revisión de videos en VHS que son un signo de época y sirven para la constitución del armado de la idea final. Tiene buenos momentos de experimentación visual y sonora, recursos intimistas que pretenden no ser invasivos en los testimonios de los vínculos con las hermanas de Esteve, y muy buen trabajo de utilización del material de archivo familiar, novedoso en sí mismo, a la vez que expone a su hacedora de una manera muy fuerte y jugada. Quizás, por momentos, La película se narra desde un lugar de lentitud emocional que puede resultar confusa para el espectador común, y si bien la intencionalidad es ayudar desde la experiencia para que menos mujeres se vean expuestas a tan cruel situación de sometimiento emocional, no es posible medir cada vez las películas, su forma y posibilidades más o menos “comerciales” por el objetivo final que puede estar por encima de la vanidad crítica de descripción y valoración de la producción, pero que no generará un interés superlativo a la hora de valorar su contenido y finalidad pública. En cuanto a lo estrictamente profesional, la directora tiene grandes cualidades y su personalidad, vista desde las condiciones que entrega en su búsqueda estética y experimental, tiene la fuerza para ver en un futuro próximo, una gran entrega para su siguiente proyecto audiovisual.
Aislados a la fuerza La comunión de las diferentes historias plantea una enorme amalgama de sensaciones e incógnitas a partir de la idea de cada uno de los personajes que en su propio encierro, en su misma necesidad, se acomodan a sus pensamientos de peligro, miedo, delirio. Tal vez también incomodidad y necesidad. Además algunas situaciones que toman real dimensión de cuestiones que no podían verse, teóricamente, a simple vista. Al fin y al cabo… ¿Quién esperaba estar encerrado por una pandemia? Y de repente la conexión emocional se presenta. Porque somos seres emocionales. ¿No han notado que les falta eso? El vínculo, la expresión de la emoción para con el otro. Y así se va dando este punto, como en el corto de interpretado por Moro Anghileri y Carlos Belloso, que llena de ternura su espacio todo. Lo propio, con un toque divertido, es el segmento que protagoniza Azul Lombardía. El corto interpretado por Menahem atraviesa las diferentes historias y situaciones a modo de cierta guía, manteniendo la idea de sostén del personaje que interpreta y reservando la resolución para el final. El detalle del modo de producción, diferente en su misma concepción por las condiciones que se presentan dada las posibilidades reales de trabajar y funcionar como equipo de rodaje (en condiciones tan inesperadas como distintas a cualquier cosa que hayamos vivido), hacen de esta idea y esta concepción de conjunto de cortos que refieren al contexto que describimos y nos toca, una experiencia sin igual y una muestra de las capacidades de desarrollo y adaptación. No es la idea sostener una falsa muestra, desde nuestra mirada, de interpretar nociones equivocadas sobre reinvención que no son más que nuevas herramientas de peso para desinflar fuerzas. Es, de verdad, demostrar qué hay bajo este velo de sorpresa y miedo la real posibilidad de ser y construir, desde un costado emocional y humano, aún en una realidad que no esperábamos. Ayudar ha sido la idea primordial que generó este trabajo intenso y que presenta un muy buen resultado, con el trabajo de coordinación de producción de Bárbara Factorovich y Baltazar Tokman a través de Masses Content, en colaboración con Anmistía Internacional (en cuya página es posible ver la película, tanto como colaborar, por medio de ESTE link); Tokman también ha sido director de una de las historias que forman parte de Murciélagos.
“Los fuertes”, ópera prima de Omar Zuñiga, y protagonizada por Samuel González, Antonio Altamirano, Rafael Contreras, y Marcela Salinas, recorre el vínculo de dos hombres en un alejado paraje en el que la actividad primaria es la pesca. Se trata de un periplo secreto, tan dulce como hostil, en un espacio en el que todo lo que sucede se sabe, siempre. De alguna manera, el camino se vuelve un poco más incómodo, y quienes lo recorren lo hacen unidos en su encuentro romántico y atravesados por él, para así seguir a flote y sostenerse emocionalmente el uno al otro.
Las hermanas sean unidas Un estilo directo y claramente demostrativo de la realidad, en un momento en que son materia de discusión entre los diferentes colectivos (e inclusive dentro de diferentes facciones de un mismo espacio de discusión) ciertas cuestiones de género. En lo particular, como sujeto social y político, y para dejar sentada mi posición antes de comentar exclusivamente los detalles de Bajo mi piel morena, creo que lo que se deja de lado en la mirada en este tipo de enfrentamientos es la cuestión más primaria y sencilla, que es la cuestión emocional humana. Luego cada grupo podrá entender, y desde ya conocer, mucho mejor que yo las cuestiones que implican sus necesidades y el contexto en que viven, además de las problemáticas a enfrentar. Lo que no quiere decir que sea un idiota desconocedor del mundo que me rodea, desconectado y absolutamente desconectado del funcionamiento de una sociedad compleja que nos afecta a todos. Porque si así fuera nadie podría analizar la realidad social de ningún colectivo si no perteneciera al mismo. Realmente ello carece de lógica alguna. Aclarado este punto, vamos a lo que importa. Para quienes siguen la filmografía de José Celestino Campusano, entienden que no repara en crudeza porque de alguna manera (o más bien con absoluta certeza) sabemos que la vida es así, directa y al rollo, y las historias que cuenta el director nos cruzan a todos. Es entonces que se ocupa de retratar las vivencias de personas que se amparan en una teórica seguridad en sus formas de ver la vida y las relaciones para tapar que no pueden vincularse sanamente… quizás porque no han visto vínculos sanos en su propia vida interfamiliar. Y toman de rehenes a quienes tratan de sobrevivir en un mundo que no les permite nada, a pesar que en teoría pretenden incluirlos, en una realidad que, más allá de los intentos personales y los ligeros cambios sociales, aún es reacia a la aceptación del otro, de lo diferente. Eso diferente que, como muchas otras situaciones y personas no se genera por combustión espontánea. La incorporación de no actores (y, sobre todo, de narradores de cuerpo presente de sus propias historias) y la naturalidad en el registro que le pide al elenco es, a esta altura y hace tiempo, una marca registrada del realizador, quien logra así empatizar de manera más certera. Así es que el camino de lo que se narra forma parte de una investigación que el ideólogo del proyecto expresa llevar realizando hace tiempo. Tema aparte, y hablando de tapar, muchos de los personajes invalidan al ojo del otro lo que son en realidad, y esos cruces que menciono son moneda más corriente de lo que creemos. O nos gusta ver. Y es ese naturalismo que utiliza Campusano el que crea un contexto ideal para estos personajes perdidos y estas realidades vedadas a nuestros ojos. O que por comodidad preferimos no ver. Como si apenas ahora descubriéramos la desigualdad, la miseria, la falsa conmiseración, la vinculación de personas que deberían cuidarnos y se meten con las cuestiones más turbias mientras ponen la basura debajo de la alfombra. Y todos pretendemos que pasamos la aspiradora. Bajo mi piel morena es una invitación a ver realidades vedadas aún en un mundo (y una sociedad) que se hacen todavía los sorprendidos ante el maltrato y la desigualdad manifiesta. Como si no tuvieran nada que ver.
La ventana indiscreta Algo con una mujer, con dirección y guion de Mariano Turek y Luján Loioco, es la muy buena película basada en la obra teatral “La Rosa”, de Julio César Beltzer, que se estrena esta semana y está disponible en CineAR Tv y CineAR Play. La naturalidad en la construcción del universo de la protagonista es de gran relevancia, por los detalles que hacen al todo y son de lo mejor de la película, pero no, claramente, lo único relevante de esta producción, en que también la fotografía, a cargo de Gustavo Biazzi, hace lo suyo. Cierta naturalidad en el trabajo de armado y enlace de los personajes con sus historias, con sus sensaciones y desavenencias (externas e internas) preparan un piso excelente en esta historia en que una joven ama de casa que gana dinero con sus dotes para la costura vive y llena sus huecos emocionales con las películas de crímenes y misterio. Pero en un momento todo se da vuelta y deja la chatura (a la que ella misma se cree expuesta) y comienza la verdadera película… en más de un sentido. Porque, aunque parezca que no, el contexto en que lo ocurrido se narra, y de lo que se nutren los personajes (Nota: la historia tiene lugar pocos meses antes del golpe del 55, en Buenos aires). La fantasía se mezcla con la realidad y las cosas de las que “no se debe hablar”. Es ese contexto gris, pleno del miedo que flota en el aire, todo se ve natural, aunque no lo sea del todo. Los intervalos en los que Rosa (María Soldi) se confiesa sirven de punto de unión y muestra de las dudas que la aquejan,y de cómo en el fondo ella nunca duda ni de lo que vio ni de lo que siente debe hacer. Todo ello englobado en la tensión política que está al tiro y la violencia que se ve venir con el próximo golpe. En suma, Algo con una mujer es una gran producción que vale la pena ver y disfrutar. Una muy buena adaptación de una pieza teatral con oportuno y delicado trabajo de dirección, arte y fotografía.
Lo primero es la familia Nunca, o casi nunca, se dan este tipo de reseñas, pero no voy a negar que estoy poniendo primera. Y es que el horror del espectáculo que se exhibió ante mis ojos fue de tal magnitud, a un nivel dantesco, de una aparatosidad casi inimaginable… Vamos por partes. Primero, el guion, realizado por el propio director, Boris Quercia, quien además tiene uno de los papeles protagónicos, es espantoso. Se basa en un monólogo cómico. No quiero saber cómo habrá sido de malo ese monólogo. La historia no tiene ni pies ni cabeza, o en todo caso los tiene mal distribuidos, y entonces termina siendo una especie de Frankestein remendado y cosido por todas partes. Y las costuras son tan visibles que uno se queda con la mandíbula desencajada pensando cómo fue que alguien creyó que los chistes burdos que se presentan como la mayor gracia universal posible eran efectivos. Y es que los actores se ríen y tratan de forzar ese supuesto efecto de lo que dicen pero nada acompaña y el espectador se queda preguntándose qué mal hizo para ver tal monstruosidad. Y ahí viene otro punto: el elenco. Los actores. No se qué movió a la gente de casting a elegir al resto del elenco… suponiendo que hubo un departamento de casting. En su defensa diré que no son del todo malos, pero con una historia que se cae a pedazos, personajes anodinos y una dirección que no sé ni cómo calificar… no se puede hacer mucho. Porque la química entre ellos es nula y parece un mal ejercicio de un grupo de estudiantes de cine de primer año de la carrera. Y estoy siendo injusto e insultante con los estudiantes. Ni hablar de las otras costuras. La edición…. ¡Por favor, la edición! ¿Qué hemos hecho para merecer esto? La unión entre escenas carece de coordinación alguna. Hay saltos morbosos y en medio se generan dudas que nunca se explican. Pasan cosas y pasan cosas… y lo que falta viene no se sabe de dónde. Tal vez les faltó una jornada de rodaje y editaron con lo que tuvieron. Si no, no se explica. Si en algún punto plantea algunas críticas desde el humor a cuestiones de comportamiento social, la verdad es que están muy bien disimuladas. Realmente me apena porque carezco de maldad y hasta ofrezco no comentar una película si veo que es insostenible o me da vergüenza ajena lo que veo, las veces en que ello sucede, pensando en todo el trabajo que se ha realizado. Pero de verdad, con una mano en el corazón, es la peor película que vi en, mínimo, una década.
La voz en off de Tamara, la protagonista, va llevando el camino del relato, en que traza la idea del despertar de sus emociones y la aceptación de la voluntad de Miguel, el líder. Pero el contacto con el mundo exterior y los cambios físicos que se producen en ella generan emociones que ni siquiera el teóricamente omnipresente líder puede controlar. Y allí es que echa mano de la utilización de la culpa y la manipulación para con Tamara, a quien ha ido tratando de inocular sus locas ideas de plan de reproducción del “Hombre nuevo”. Da miedo, casi, lo resonantes que son las palabras que Miguel utiliza, porque las dice con convicción y quienes se creen sus propias mentiras tienen usualmente la fuerza para que sus delirios de poder coopten la voluntad de quienes se someten y repiten lo que se les dicta.
Someter, callarse, aceptar La violencia contenida puede tener, como es el caso de La fiesta silenciosa de Diego Fried, dimensión física, visual, y muestra fatal de la idea de la posesión del cuerpo del otro y de sus deseos. Un análisis desde lo sociológico y lo político , desde lo psicológico también, tal vez, generaría un debate profundo cuyo espacio más que probablemente sobrepasaría los limites de esta reseña, pero es interesante, al menos, dejar establecido el planteo y es seguramente la idea que el director eligió mostrar para dejar expuestas las cuestiones que llevan a los personajes a moverse en un terreno que claramente los arrastra al límite. (A partir de aquí no hay spoilers literales, pero lo que viene en cuanto al acercamiento por medio del análisis se le puede parecer bastante). Laura parece buscar algo que no encuentra en sus vínculos más cercanos; se nota de manera muy clara, desde sus gestos de hastío, una suerte de rechazo no demasiado sutil a partir de la lectura de sus movimientos corporales para con las acciones y dimensiones desmedidas del comportamiento de los hombres que la rodean, tal vez porque uno de ellos necesita dejar plantado que su figura representa al alfa (aunque lo demuestre con soltura, casi con campechana amabilidad) y el otro congraciarse con el que manda, para luego demostrar que puede ocupar su lugar, abandonando su comportamiento deslucido y casi pleno de sumisión obligada. Pura pose, en definitiva. Laura es libre cuando escapa de la mirada hipercontroladora y se sumerge en un festejo en el que cada quien está inmerso en su propio espacio, en su rollo individual, hasta que conecta con el otro, y no justamente para bien. Laura es libre, como decía, y disfruta en este nuevo contexto de la seducción, del disfrute y el deseo (otras emociones contenidas) hasta que se ve forzada a un acto que no elige. Y la acción bestial llega y el sometimiento de la manada vence, a través del control violento, una vez más, la voluntad de la protagonista. Para muestra de la sociedad basta un botón. Sometete, callate, aceptá. El trabajo de Jazmín Stuart es valorable no solamente por el ejercicio físico actoral que supone exponerse y llevar adelante la recreación de la situación de abuso; se ve en ella, en su rostro, en sus movimientos el nervio, la angustia, el desgano y el cansancio. ¿Qué sería de la vida de su personaje, de esa mujer, si no estuviera en ese lugar en el que se la ha puesto? ¿Tendría otra búsqueda, otra idea de lo que quiere para sí misma? No nos es posible saberlo. Tal vez apenas imaginarlo. Gerardo Romano tiene también una gran performance. No basta con levantar la voz para parecer malo. Su personaje fue construido con intención y atención, de manera revisada, honesta, en capas que van desde la amabilidad sutilmente violenta y dominadora de todo lo que lo rodea hasta su pico máximo de huracán desmedido que decide tomar y arrasar con todo a su paso. Evidentemente una gran construcción de parte de este experimentado actor. El resto del elenco (como Lautaro Bettoni y Gastón Cocchiarale) tiene también su oportunidad y el planteo es que sean apenas sombras indignas de seres que toman lo que ven, o se muestran agazapados y amenazantes, cuando el espacio o la situación se los permite. La dirección tomó ese planteo a la hora de la pintura completa que recrea una interacción social que, de momento y en lo que a mí respecta, no es posible comprender. La fiesta silenciosa es una muestra indirecta de la violencia social (no tan) solapada en capas de reacción brutal cuyo fin es apropiarse del otro y su voluntad mediante el sometimiento.