Hay historias de ficción basadas en situaciones y personajes reales que toman vuelo poético, y ese es el caso de “Gauchito Gil” el film que nos ocupa en esta ocasión. La película, dirigida por Fernando del Castillo y protagonizada por Roberto Vallejos, ahonda en la historia de Antonio Mamerto Gil, el “Gauchito Gil” para sus seguidores y quienes suelen visitar su altar en Corrientes, un gaucho que regresa de la Guerra de la Triple Alianza y como muchos se oculta y escapa de la ley y el orden impuesto por aquel entonces.
Sobre el síndrome del nido vacío y otras desventuras emocionales Que es difícil soltar y dejar crecer a los hijos es algo que ya se sabe. Pero como es una experiencia muy personal e intransferible, puedo centrarme y contar al respecto de Mi niña (Mon Bebé), la película dirigida por Liza Azuelos y protagonizada por Sandrine Kiberlain, a quien pudimos ver en Enamorado de mi mujer (Amoureux de ma femme, 2018) y Sin dejar huellas (Fleuve noir, 2018), cuyo estreno tiene lugar a través de las plataformas iTunes y Google Play. Se trata de una comedia dramática con ligeros toques de profundidad, con puntos emocionales inteligentes y que se reserva buenos golpes de crítica para con la sociedad, la historia y todo aquello que nos ha formado y establecido como humanidad en este mundo raro y a veces tortuoso, en teoría “moderno”. Y es que Héloïse trata de sobrellevar el hecho de ser madre divorciada y disfrutar de su persona, de su individualidad, del sexo sin que ese cartel, sin que esa mirada externa, le pese. Y es que no debería hacerlo y sería lo natural, pero ya conocemos la sociedad en que vivimos; la autocrítica siempre queda ahí, a medio camino, y se desbanda en una doble moral bastante repulsiva. La película es un tobogán de emociones y va y viene a través de los flashbacks en que podemos ver a Héloïse junto a sus hijos pequeños y cómo ella les va enseñando el mundo en el que vivirán como adultos. Pero sobre todo hace foco en la relación con la protagonista y Jade (Thaïs Alessandrin), su hija menor, con quien tiene el vínculo más fuerte. Kimberlain le aporta a su personaje una calidez y una cercanía que el espectador seguramente agradecerá. Y es que el contexto que enmarca su vida y la de sus hijos (incluidos los dos restantes, también el hijo con el que no tiene la misma relación que con la pequeña a la que alude el título) no es fácil pero su gracia física la convierten en un personaje con el que es sencillo empatizar. Y el recorrido de su vida en la que ha logrado, al menos, algunas de las cosas que ha deseado para sí y para sus hijos, produce sentimientos que nos hacen sentir cercanos a ella en más de un aspecto. Para cerrar, podemos recomendar Mi niña como una buena muestra de la vida que nos toca, y si no es en carne propia, a través de los ojos de quienes están cerca, o alrededor, y parece que nos olvidamos de ello. Es una excelente película sobre el nido vacío y el vínculo fuerte entre una madre y su hija menor, con muy buena dirección y actuaciones.
El espejismo Miragem, la pelicula de Eryc Rocha, es una visita libre a la vida que transcurre en los espacios diferentes, las vidas de trabajadores que se enfrentan a recursos mínimos, a situaciones conflictivas y que bordean la falta de respeto y consideración, mientras procuran sostener un deseo y una vida natural dentro de lo que un sistema opresivo y vigilante les permite. Y es que esta declaración de principios es más que un discurso vacío, y podemos verlo hoy más que nunca. Estamos expuestos y desnudos ante una realidad que nos supera, en la que el control ante el que estamos sometidos no nos permite lo mínimo y nos obliga a través del miedo. Finalmente, parece que lo han conseguido. ¿Dónde estamos parados en nuestra vida? ¿Cómo miramos el mundo y la realidad que nos rodea? Estas son las primeras preguntas que se disparan al ver esta película y que a la luz de los acontecimientos que nos ocupan cobran mayor fuerza. Y así es como vive Paulo, el protagonista que lleva el relato y quien procura llevar adelante su vida y la distancia que lo separa de su hijo. Es más que una cámara oculta, se trata de una inspección casi de mirón a la vida de un hombre forzado a (sobre) vivir mientras trata de recuperarse como persona. Y es que lo peor que puede uno perder es justamente la idea de su valor como individuo y el autorespeto, cuando desde afuera, o desde los lugares más impensados (o no tanto) lo que se baja es la denigración y la falta absoluta de consideración, como si solamente fuéramos sujetos que debemos sumar, sostener y colaborar, pero jamás reclamar ni peticionar ante quien decide y organiza. Siempre habrá alguien a quien echarle la culpa. Siempre es útil un enemigo al que responsabilizar desde la autoridad si las cosas salen mal. Miragem es un relato de la crueldad que vivimos, de la lastimosa realidad que viven los trabajadores informales y precarizados mientras se acomodan a los contextos, situaciones que los diversos estados y representantes no desconocían y ahora que salen a la luz, disimulan.
El clásico moderno Blanca como la nieve, de la directora Anne Fontaine, supone en principio una muestra del deseo sublimado luego de la apertura emocional de una joven mujer presionada y fuertemente vigilada por una mujer que además de someterla, la envidia. De alguna manera pareciera tomar algo de “El retrato de Dorian Gray”, por esto de la envidia de la belleza y la juventud para adaptar un relato clásico. Y bueno, no es spoiler porque el título ya casi lo dice todo. De cualquier modo la mención a la novela de Wilde pasaría por alto dado que es una idea base y un conflicto bastante utilizado… siempre la cuestión reside en el modo en que se lo utiliza. Particularmente tengo un tema con una de las actrices principales, Isabelle Huppert, quien me parece algo afectada, exagerada… Lou de Laage hace un papel que le exige un accionar promedio y para el que con su gracia natural le alcanza… Algunos momentos de Blanca como la nieve pueden resultar algo interesantes, pero por lo demás hay una suerte de obviedad de lo que se muestra y lo que el observador puede interpretar de ello. Si la idea era validar el disfrute sexual de la mujer a través del personaje de de Laage, eso no parece haber salido muy bien. Muy por el contrario si el deseo de la joven debía interpelarnos, convertirnos en (casi) involuntarios mirones de su disfrute, y tal vez avergonzarnos un poco por ver. Blanca como la nieve es una película que adapta un relato clásico y recupera elementos de otros para convertirnos en mirones de lujo y avergonzarnos, tal vez, de ello.
Lo nuestro es algo eterno Un cielo rojo, profusamente rojo, de un color intenso. Las nubes densas copan todo el firmamento y los personajes, un hombre y una mujer, se muestran en una danza equilibrada y amorosa. Así comienza Las furias, de Tamae Garateguy, directora de Mujer lobo (2013) y Hasta que me desates (20179, entre otras. Una historia que muestra cómo la violencia y el abuso son una cara de la falsa moral, el odio racial que suele amplificarse hacia otros odios, y de qué modo derivan estos en miedo y más horror. El miedo ante la persecución y la amenaza violenta y horrible, que muestra el fuego interno que crece al aire libre. La naturaleza influye en el deseo y los rituales antiguos e intensos se fusionan en medio de los cuerpos de los amantes. Pero el miedo invocado en nombre (y por parte de) el que “manda” y el que tienen “la razón” parecen más fuertes, y retratan una pintura de lo que somos, a nuestro pesar. El pasaje de los personajes principales, de una cierta “inocencia” y pureza inicial a una violencia marcada y una ira (no) contenida se enmarcan en la necesidad de sobrevivir. Casi una muestra social minimalista en espacios que son ajenos a la mirada centralista que rige usualmente. Un gran cuidado de la estética y la fotografía hacen de Las furias un film de consideración y de factura poética sostenida pero también una construcción cruda de una visión de la realidad que no vemos, de la diferencia de odio dirigida a la idea de superioridad que luego invade todo lo que nos rodea y nos vincula, inmersos en los problemas de la comodidad pos moderna citadina. Los protagonistas son perfectos: Guadalupe Docampo, Nicolás Goldschmidt, Juan Palomino, Daniel Aráoz y Susana Varela se encuentran perfectamente con la narración que los abriga. Las furias es una película de género concisa, cuidada, de creación y estructura detallada en los espacios en que los personajes se van transformando, y resuelven, perseguidos por el horror y la sed de venganza, en algo que nunca imaginaron ser.
Dos vidas en un instante La magia de la literatura siempre está presente en el cine y el caso de Un amor a segunda vista (Mon Inconnue) claramente no es la excepción. Tranquilamente me recuerda a historias del estilo, pero no por falta de originalidad, más bien porque cualquier cuento intenso y romántico como el que nos trae aquí, que tiene como parte importante de su estructura a la literatura, a la fantasía y el amor tanto como el destino (sabemos que muchas veces hay poco de destino en ello, pero qué lindo es creerlo, ¿verdad?), construye una idea de la relevancia de la literatura como primer encuentro con la ficción y, tal como ella, dejas huellas profundas en cada uno de los que se embarcan en ese increíble viaje. Las idas y vueltas de Raphaël, el personaje principal, que lleva la voz cantante y tiene en su mente las maravillosas aventuras de un personaje de ficción sobre el que escribe una saga de novelas (y que le hace una vida perfecta junto a Olivia, su novia de la secundaria, una exquisita pianista), queda al descubierto cuando el ego le juega una mala pasada y genera un cambio en la ficción que repercute de manera seria en la vida real. ¿Es posible modificar ello? Esa es la pregunta del protagonista y la que llevará adelante la historia, mostrándole al público (y a sí mismo) una parte de su esencia, esa que dadas las circunstancias y la infelicidad a las que lo lleva, necesitará modificar. ¿Cuántos somos felices y no lo notamos? ¿Cuántos tenemos cosas que parecen detestables y no nos llenan, pero son suficientes para una vida “buena” y permiten dar un paso más allá? No se trata de un conformismo ideológico ni de la presión en el convencimiento de clase de lo que tenemos es suficiente. Justamente la cuestión es; ¿Por qué siempre estamos disconformes con lo que tenemos? Un costado filosófico en una muy buena comedia romántica. Eso es lo que entrega Hugo Gélin en esta producción de 117 minutos y que protagonizan François Civil, Joséphine Japy y Benjamin Lavernhe, digna de ver y disfrutar entonces, de ese modo, de una magia como la que cada vez es posible encontrar en las páginas de un libro. Un amor a segunda vista es una historia perfecta de fantasía romántica, que muestra cuán profundo puede llegar el mundo de la imaginación, con un ligero toque filosófico.
Una pintura costumbrista Una película coral como Hacer la vida necesita de un entramado interno armónico que permita entrecruzar y entender las historias de los personajes de manera prolija, pero también comprensible, generando para el espectador una línea más o menos clara de vínculo entre ellos. Un armado desprolijo de estas cuestiones internas produce una sensación de incomodidad ligera en la que las historias que, en principio, cada una por su lado y deshilvanadas, se presentan interesantes, a la hora de mostrarlas como un todo la intención se cae y desinfla como un globo. Es una pena en esta película, porque tal vez, con un tallado más armonioso, hubiera podido estar a la altura de las mejores exponentes de este tipo de cine que es, a esta altura, un género en sí mismo. Es de esperar que la presente reseña no se tome como malintencionada; siempre la idea es el respeto pero también es una muestra de sinceridad y de amor por el arte audiovisual, por todos quienes estamos de algún modo vinculados a él (también por la realizadora de este film), para demostrar que su trabajo vale y que uno lo ha visto respetuosamente y en todo su esplendor, para poder así considerar todas las aristas de lo que propone. Hacer la vida es una película con una buena intención que presenta interesantes historias individuales que no logra hilvanar a la hora de presentar un relato homogéneo.
Huir para sobrevivir La creciente, la película con guion y dirección de Demian Santander y Franco González, muestra un enfoque cuidado de la vida silvestre, el vínculo con el ser humano y cómo la vida en esos espacios puede mostrar más de nosotros mismos que el propio comportamiento individual de las personas. La sombra de lo que somos siempre esta ahí, y el film se encarga de demostrar ello en toda su dimensión. El ritmo de la narración es como el agua mansa que luego desborda como el título enuncia, y arrasa con todo luego de salir por fuera del cauce del río que lo contiene, destruyendo todo a su paso. Las imágenes se muestran como pinturas enlazadas una a una como si su constitución fuera pensada en una unidad genérica pero que a la vez forma una fuerza que integra al espectador en las cuestiones de los personajes. El protagonista aparece huyendo de algo que no vemos, quizás de su propio espejo, y se une al nuevo espacio en que comenzará una vida teóricamente nueva, en principio tomando contacto con la naturaleza y luego de eso vinculándose desde lo humano con el nuevo círculo de pertenencia y del que dependerá para sobrevivir. La concepción del universo descripto arma tensión entre los personajes que basan su relación en la idea de dominio y poder sobre todo lo que nos rodea; tierras, animales, personas. Nada escapa a la violencia que parece marca registrada de la zona y el modo de vida, pero en realidad eso es engañoso y son los propios personajes los que se ven obligados a actuar con la violencia y utilización del sometimiento al otro para no verse ellos mismos vencidos. No se trata de justificar, más bien de comprender.
El femicidio en primera plana Tomando situaciones y casos que podemos ver (lamentablemente) a diario en las noticias, tanto como en las redes sociales, Nicolás Herzog estructura en base a estos hechos de violencia y vínculos con la trata, una película sobre un pueblo en el que una organización en que los vínculos con el poder son notorios y fuertes hace desaparecer jóvenes mujeres para incorporarlas a su red de prostitución. Un ex policía sale transitoriamente en libertad y se ve envuelto en una especie de ida y vuelta entre la realidad y lo fantasmal en la que el recuerdo de su propia culpabilidad lo empuja a dar pasos que modifican todo, en función de las responsabilidades de su círculo, las que lo vinculan directamente. El elenco es magnífico y a las excelentes posibilidades interpretativas por todos y conocidas de Lautaro Delgado Tymruk, se suma Claudio Rissi en un muy buen desempeño (un rol diferente a los que le tocan en suerte en general, con mucho más relieve) y una agradable sorpresa con Rita Pauls, en un trabajo delicado y fuerte a la vez, con certeza por sobre lo que cuenta su personaje. Con una idea general que apunta, desde la mirada que el director propone, a un mensaje sobre situaciones de las que hasta hace muy poco tiempo no se hablaba, el velo se quita y se pone de relieve la realidad sobre la trata y la connivencia de quienes deberían ayudar a combatirla. La sombra del gallo es una mirada trabajada de manera excelente desde lo estético y las interpretaciones, para poner de relieve una realidad compleja de la que, hasta hace un tiempo no muy lejano, no se hablaba.
Otra mirada a Malvinas Ni héroe ni traidor, de Nicolás Savignone, escrita por el mismo Savignone junto a Francisco Grassi y Pío Longo, es una película cuya constitución general es correcta y pensada así como la describo encaja perfectamente en la época y dentro de los espacios y sucesos que describe y en los cuales se enmarca. Para cualquiera que no haya vivido la década de los 80s, puede parecer como ver el Canal Volver: básicamente una forma diferente de ser, comportarse, unos modismos que suenan, incluso, risueños. Y es que en ese punto donde, considerando que la idea y planteo desde la dirección eran justamente esos, la película acierta en la reconstrucción, y junto con la reconstrucción de época, dan en el clavo con los detalles y la atmósfera que se pretende recrear. A partir de un muy buen elenco, entre los que se encuentran Juan Grandinetti, Inés Estévez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiaralle, Fabián Arenillas y Héctor Bidonde, el director trabaja con la mirada que le imprime a su personajes y utiliza muy bien lo que cada uno de los intérpretes puede dar en función de tonos y posibilidades, y logra una recreación ajustada y sincera de los momentos y vínculos de tres generaciones que se encuentran en el dolor y la búsqueda de los sueños. En cuanto a la visión histórica, del momento y de los personajes, de la desesperación sobre una guerra incomprensible y la comparativa con otras guerras y conflictos motivados por cuestiones diferentes y tal vez más válidas en el pulso de los acontecimientos (pero nunca justificables por todo lo que significa un conflicto armado en términos de pérdidas de vidas humanas) lleva a preguntarse qué ha hecho la humanidad y cómo ha elegido resolver sus conflictos. Un planteo que se une con el primero, con el que sobrevuela y es el interés particular de la película que nos ocupa, y pinta la decisión inentendible (desde la lógica más básica) de declarar una guerra por motivos espurios y una clara intención de manipulación ideológica tendenciosa de la población, de la mano de un poder violento que había arrebatado la libertad y los derechos básicos, sentándose casi literalmente sobre una constitución que, aunque a veces y a los tumbos, debe respetarse y más o menos funciona. Ni héroe ni traidor es una película de una armado y una construcción particular, que parece, inclusive, filmada en la misma época en que transcurrieron los hechos, y ello le imprime una atmósfera que acerca aún más a los hechos que se narran.