“Ausencia de mí”, de Melina Terribili Por Gustavo Castagna La voz de Zitarrosa actúa como separador entre recuerdo y recuerdo. Las filmaciones caseras y familiares se anteponen a la música, a los temas más reconocidos, al lugar común de un documental de estas características. Es la voz del elegido, más la trascendencia que adquieren esos objetos históricos, ahora encerrados en cajas para la entronización del mito. De un mito con los pies en la tierra, en su tierra uruguaya, aquella que añorara tanto en sus años de exilios, incluyendo a este paisaje a punto de estallar. Ausencia de mí, documental de Melina Terribili, explora al hombre fuera de su lugar de pertenencia a través de esa voz que rememora, poetiza, sufre, padece y convive con el desarraigo. No hay espacio para otras voces que no sean las cercanas, las hijas y la esposa de Zitarrosa, cuestión que se agradece al circunscribir el relato hacia lo esencial, sin necesidad de glorificar al personaje con elogios ni alabanzas extremas. En ese punto, Ausencia de mí converge a fijar la atención en cómo Zitarrosa describe diversos hechos y reflexiona sobre su Uruguay y aquella Latinoamérica de los 60 y 70. Las imágenes de archivo, con ese blanco y negro de noticiero político, acompañan a la voz, desde Montevideo al Obelisco de Buenos Aires, hasta otros exilios pautados como bienvenidos separadores estilísticos (Exilio I, Exilio I, Exilio III). Está el hombre y su contexto. También el artista y su momento histórico. Pero en los últimos minutos prevalece cierta desazón y descreimiento por ese Uruguay que no es el mismo de antes del destierro. La ovación, los aplausos y proclamas cuando Zitarrosa retorna a su Uruguay se fusionan a esa mirada melancólica en la fiesta final de su hija. Esa mirada observa y se percibe que extraña a un paisaje que se había ido para siempre. Quedan las canciones, queda su obra, permanece el silencio junto a esos ojos ocultos detrás de los anteojos. AUSENCIA DE MÍ Ausencia de mí. Argentina, 2018. Dirección, guión y fotografía: Melina Terribili. Música: Alfredo Zitarrosa. Duración: 82 minutos.
“La última locura de Claire Darling”, deJulie Bertucelli Por Gustavo Castagna El manual del cine otoñal, desde sus formas y contenidos, se da cita enLa última locura de Claire Darling. Fusionando el presente con el pasado a través de flahsbacks académicos y previsibles, la historia del personaje central (Catherine Deneuve), su hija Marie (Chiara Mastroianni) y otras criaturas de esos dos tiempos que van y vienen en la narración, presenta varios focos de conflicto que la directora Julie Bertolucci roza en más de oportunidad sin profundizar demasiado. En el presente, Claire está segura que tiene horas de vida y por eso pone su arsenal de muebles y recuerdos a disposición del interesado en el jardín de su casa. Se la ve insegura, con dificultades de memoria y cierta confusión. En tanto, en el pasado, Claire (Alice Taglioni), casada, y entre idas y vueltas con su pequeña hija, muestra algunos síntomas de arrogancia y presuntuosidad. La casa, esa enorme casa, esconde secretos del pasado, acaso una muerte, un llamado telefónico que nunca se hizo, una culpa que parece no florecer en la solitaria Claire, inestable de salud (acaso física, pero también mental) y que prevé muy cerca su final. Por momentos, Bertucelli abre demasiadas resquicios argumentales (la aparición de un novio de la adolescencia de Marie; un curioso cura afín al pasado de Claire), deshilvanando cierta bienvenida descripción del personaje central y la oscilante relación a su hija, al fin y al cabo, el centro operativo del relato por encima del resto. En los paseos solitarios de Claire, en su mirada hacia los jóvenes y en las conversaciones que tiene con Marie (un plus importante es que madre e hija trasladan su “realidad” como tal a la ficción), la película encuentra sus mejores (pocos) buenos momentos. Para sostener el interés hasta el desenlace, el film se vale de Catherine Deneuve, con un presente prolífico más que activo como actriz (2, 3 películas por año), ya lejos de aquella seducción única de los 60 y 70 y de un par de décadas siguientes. Con una composición repleta de matices y pequeños detalles, no puede imaginarse a la veterana Claire sin la piel arrugada de Deneuve, a una distancia importante de corporizar aquel bloque de hielo erótico y sensual. Pero no tanto, tal vez exagero: con sus 75 años Catherine sigue siendo la hermosa Deneuve. LA ÚLTIMA LOCURA DE CLAIRE DARLING La dernière folie de Claire Darling. Francia, 2018. Dirección: Julie Bertucelli. Guión: Julie Bertuccelli, Marion Doussot, Mariette Désert, Sophie Fillières y Lynda Rutledge sobre la novela “Faith Bass Darling’s Last Garage Sale” de Lynda Rutledge. Producción: Yael Fogiel, Laetitia Gonzalez. Fotografía: Irina Lubtchansky. Montaje: François Gédigier. Intérpretes: Catherine Deneuve, Chiara Mastroianni, Alice Taglioni, Samir Guesmi, Johan Ledysen. Duración: 94 minutos.
“Los papeles de Aspern”, de Julien Landais Por Gustavo Castagna En la comparación pierde y por mucho esta discreta adaptación de la novela corta de Henry James a cargo del novel cineasta francés Julian Landais. En comparación, cabe aclarar, con transposiciones cinematográficas más que intensas y valiosas del escritor: La habitación verdede Truffaut; Otra vuelta de tuerca de Jack Clayton, Los bostonianos(en cine, Amarás a un extraño) de James Ivory, por citar solo tres de más de un centenar de tensiones lógicas que aparecen cuando la palabra escrita se convierte en imagen. Ocurre que Los papeles de Asperntrasunta solemnidad y gravedad en alta dosis, remarcada por la acumulación de diálogos y textos registrados en cansinos planos y contraplanos donde la potencia de la imagen queda invalidada desde los primeros minutos. La historia del obsesivo Morton Vint (a cargo de un afectado en exceso Jonathan Rhys Meyers – un buen actor -), escarbando en el pasado de Jeffrey Aspern y su corta vida y husmeando en el pasado de la ya anciana Juliana y en el presente de su sobrina Tina, en manos de un director debutante, surge como teñida de una excesiva prolijidad formal, sin atisbo alguno de tomar riesgos estéticos, marcadamente acondicionada a un registro televisivo de décadas atrás. Acaso la presencia de Vanessa Redgrave, sentada en (“casi”) toda la película ofrece algún ápice de interés a una película excesivamente declamatoria. En ese punto, la imagen coquetea con un “cine de calidad” invadido por detalles escenográficas que, dentro de la medianía, aligera la acumulación de tanta verborragia más que explícita. Peores o de casi nulo interés son los flashbacks a los que apela la trama, ahora sí, revestidos por una pátina publicitaria de discutible calidad. En los créditos aparece el nombre del veteranísimo (91 años) James Ivory, acá como productor ejecutivo, un director emblemático de esta clase de cine adherido a la corrección y a la prolijidad formal. En efecto, me refiero al cineasta de Los europeos; Lo que quedadel día; Maurice; El Sr y la Sra. Bridge;La mansión Howard; la citada Amarás a un extraño, entre otros títulos). Volviendo a las comparaciones, cualquiera de ellas, aun las menos interesantes, vale más que estos desvaídos papeles de Aspern. LOS PAPELES DE ASPERN The Aspern Papers. Inglaterra / Alemania, 2018. Dirección: Julien Landais. Guión: Jean Pavans, J. Landais y Hannah Bhuiya sobre el texto de Henry James. Producción: Gabriel Bacher y James Ivory (productor ejecutivo). Música: Vincent Carlo. Fotografía: Philippe Guilbert. Montaje: Hansjörg Welsbrich. Dirección de arte: Federico Calò Carducci. Con: Jonathan Rhys Meyers, Vanessa Redgrave, Joely Richardson, Lois Robbins, Jon Kortajarena, Poppy Delevingne. Duración: 92 minutos.
“La Feliz. Continuidades de la violencia”, de Valentín Javier Diment Por Gustavo Castagna El arco va de un extremo al otro, desde los inicios de los 70 hasta culminar en 2017 con un final abierto. Pero en ese trayecto hay odios, muertes, asesinatos, ajustes de cuentas, ajusticiamientos, actitudes racistas, secuestros, torturas, revanchismos, retornos. Y todo en la Ciudad Feliz, glorificada por aquella aristocracia de inicios del siglo XX, disfrutada por los marginados y cabecitas negras con la eclosión del peronismo de los 40, ansiada por cualquier clase social hasta hoy, más allá o más de acá de decisiones económicas neoliberales que la olvidan hasta que el bolsillo (de nuevo) se vuelve flaco y debe volverse (otra vez) al paraíso custodiado por los lobos marinos. Pero La Feliz. Continuidades de la violencia, la nueva película de Javier Diment (responsable de las esenciales, cada una a su manera, Parapolicial negro y El eslabón podrido) decide testimoniar e investigar el surgimiento y actividad de la CNU (Concentración Nacional Universitaria) y ese accionar feroz de la agrupación que llevó a asesinar a una estudiante de arquitectura en los inicios de la década compleja. Desde allí el documental oscila entre la cronología histórica (repleta de datos e informaciones) y los testimonios a cámara que describen a un mundo diferente, a una sociedad a punto de estallar, comandada por los servicios de inteligencia, la peor resaca de aquel peronismo de los 70 y la aparición de centros de tortura y muerte. La Feliz ya deja de ser tal o, en todo caso, se convierte en un (otro) campo de concentración oculto al resto del mundo, es decir, a los veraneantes de la ciudad, a los concurrentes al casino, a los habitués de aquellos boliches de Constitución. El paisaje desaparece y quedan las voces y los relatos del horror junto a las cicatrices y heridas expuestas desde la palabra. Queda La Noche de las Corbatas y el terror llevado al extremo en esos lugares clandestinos donde el cuerpo desaparece y deja de ser tal para convertirse en una masa deforme que resiste el dolor. Hasta donde se pueda. Queda la verborragia de Carlos Pampillón con su visión personal de los hechos del pasado, del presente y de un futuro que el sujeto prevé como aterrador – de acuerdo a su opinión – frente a la farsa de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad. También quedan los rebrotes del nazismo más actual en una Ciudad Feliz teñida de svásticas y asados donde se entrevista a cara descubierta a los amigos que actúan y piensan de la misma manera, de esa idéntica forma surgida en esos años 70. Así es el arco temático que Diment propone y expone de un extremo a otro, iniciado hace casi medio siglo y cerrado con los hechos de 2017. Corrijo: nada está clausurado en La Feliz y sus continuidades de violencia, diferentes de un extremo al otro de ese arco imaginario. Pero con más de un punto o cercanía en común. LA FELIZ. CONTINUIDADES DE LA VIOLENCIA La Feliz. Continuidades de la violencia. Argentina, 2018. Dirección, guión y montaje: Valentín Javier Diment. Música: Alejandro Soler. Fotografía: Claudio Beiza. Duración: 87 minutos. Se exhibe los sábados de abril a las 18 en el MALBA.
“Yo no me llamo Rubén Blades”, de Abner Beanim Por Gustavo Castagna Más allá de su música, altamente reconocida y popular, el documental sobre Rubén Blades explora otros territorios públicos y privados del personaje. Su faceta política, su lugar como activista, su labor como abogado, su habilidad como declarante, su opinión sobre el mundo y el estado de las cosas. Desde la geografía panameña o desde la tranquilidad y paz de primer mundo vigilado y atento de las calles de Nueva York. Blades habla, canta, cuenta, recuerda, recorre espacios y ambientes de antaño y explica su tirante y conocida relación “comercial” cuando estuvo con los Fania All Stars. Mientras Blades habla a cámara y refiere a su pasado, al presente y a su acotado futuro (“tengo más pasado que futuro”), el documental expone el encuentro con un hijo hasta ese momento no reconocido, en tanto, los testimonios de otros, claros pero nada reflexivos (Paul Simon, Sting y algunos más) adicionan poco y nada al resultado final del trabajo. Es que la hora y media de Yo no soy Rubén Bladesde Abner Benaim constituye una mirada aduladora, excesivamente protectora, casi elegíaca sobre el personaje, sin dudas ni contradicciones, ejemplificadora desde el recorrido de un vida pero sin interrogante alguno. Cuando Blades se expresa sobre la música, a través del recuerdo de Pedro Navaja (ese clásico), más las invocaciones a Willie Colón, Tito Puente, Cheo Feliciano, Celia Cruz y otros salseros “agusasanados” (disculpas al lector pero decidí no ocultar mi opinión al respecto), el documental puede llegar a atrapar al interesado sobre el tema. En cambio, cuando el trabajo manifiesta su interés en otros vértices temáticos las imágenes parecen las de un político en campaña, seguido por una cámara inquieta (siempre aduladora) al servicio de un candidato a un cargo importante. Simple desde la formulación y convencional en sus resultados, Yo no me llamo Rubén Bladesagrega poco y nada a las docenas de documentales concebidos por empresas de cable…. Ah, claro: el 25, este lunes, se pasa por HBO. YO NO ME LLAMO RUBÉN BLADES Yo no me llamo Rubén Blades. Argentina / Panamá, 2018. Dirección: Abner Beanim. Producción: Gema Juárez Allen y Abner Benaim. Fotografía: Gaston Girod y Mauro Colombo. Montaje: Felipe Guerrero. Diseño de sonido: Lena Esquenazi, Música: Rubén Blades. Con Rubén Blades, Sting, Paul Simon, Residente, Gilberto Santa Rosa. Duración: 81 minutos. En BAMA Cine Arte (Diagonal Norte 1150), a las 13 y 21.50. Desde el lunes 25 también por HBO/HBO GO.
“Lobos”, de Rodolfo Durán Por Gustavo Castagna Un policial de márgenes, un policial “familiar” aunado a la corrupción policial y al destino que le corresponderá a cada uno de los personajes es aquello que narra la nueva película de Rodolfo Durán (Cerca de la frontera, su opera prima; Cuando te vuelva a ver; El karma de Carmen). Policial familiar porque hay un clan protagonista pero en las antípodas de los Puccio. Familia disgregada, con un hijo fuera de los negocios (Luciano Cáceres), un padre viudo que necesita dar un par de golpes más, levantar buen dinero y así retirarse (el excepcional Daniel Fanego), una hija peluquera (Anahí Gadda) que preocupa a su progenitor al no poder dejarle una mejor herencia, un yerno asociado a su andar delictivo (Alberto Ajaka), un chorro que sale de sale de la cárcel y que jamás oculta su comportamiento irascible (Ezequiel Baquero), y como centro operativo del argumento, el cana Molina (estupendo trabajo de César Bordón), quien maneja los engranajes públicos y hasta privados de un paisaje en permanente tensión. La familia Nieto no se refleja en el clan Puccio porque Durán, en la primera parte de Lobos, describe con elegancia a un grupo que delinque sin regodearse en el dolor ajeno. Por eso, más allá del distanciamiento entre el padre y el hijo que trabaja para una empresa de seguridad, la fortaleza de este clan ciclotímico pero sincero en su intimidad no se compadece con las características de ese otro violento personaje recién salido de la cárcel. Es decir, la necesidad por vivir al margen de la ley y luego retirarse se manifiestan en más de un acción del grupo. Pero siempre convive, al tratarse de quien guía las acciones de todos, el policía Molina, sujeto actuante cuando está en cuadro pero también protagonista desde el espacio off. Los diálogos, muy bien trabajados, que se establecen entre el padre de familia y ese custodio de los movimientos ajenos y rey de los negocios turbios resultan los mejores de la película, en contraste con cierto esquematismo de los personajes de los hijos y del yerno. Lobos se destaca por capturar una geografía que recuerda a la de Un oso rojo de Caetano y a aquella de los films de José Campusano, pero sin la roña y el salvajismo a flor de piel del autor de Vikingo y Fango. Los últimos minutos, en oposición, a cierta previsibilidad argumental, acumulan buenos momentos visuales a través de un paisaje abierto, una lancha acaso salvadora, un tiroteo con la policía, cuerpos que caen, planos con cámara cenital y el destino que marca con sello a la familia Nieto, señalado tal vez desde la primera imagen de Lobos, cuando el contexto y las decisiones de un otro ajeno al clan ya prevén quién ganará finalmente la partida. LOBOS Lobos. Argentina, 2019. Dirección: Rodolfo Durán. Producción: Fabián Duek y Rodolfo Durán. Guión: María Meira. Fotografía: Mariana Russo. Dirección de arte: Augusto Latorraca. Montaje: Emiliano Serra. Música: Gabriel E. Bajarlía. Diseño de vestuario: Carolina Cichetto. Intérpretes: Luciano Cáceres, Daniel Fanego, Alberto Ajaka, César Bordón, Anahí Gadda, Fabián Arenillas, Ezequiel Baquero, Alberto Cattan, Martina Krasinsky. Duración: 92 minutos.
“Con este miedo al futuro”, de Ignacio Sesma Por Gustavo Castagna Sin contemplaciones al bucear en la psiquis de un personaje autodestructivo, un profesor universitario de literatura (Leo) en crisis afectiva y profesional, la segunda película de Ignacio (Nacho) Sesma (opera prima: Noche de perros) no busca espectadores ansiosos por ver historias bonitas sino el devenir de un personaje límite, border, de escasa o nula empatía. Pues bien, el argumento no escamotea información: a Leo le va mal, está a punto de separarse, sus fosas nasales están en plena actividad, pide más horas de clase para poder ir a vivir solo, la relación con sus alumnos es ciclotímica (salvo con una joven, interpretada por Ailín Salas) y la noche y sus zonas oscuras están ahí, al alcance de un personaje poco enfático y al borde del precipicio. Nacho Sesma toma riesgos estéticos desde una cámara que persigue y acosa a sus criaturas de ficción (con especial énfasis en Leo), siguiéndolos de espaldas, o desde sus nucas, propiciando más de una referencia (acaso demodé a esta altura) con aquella poética inquietante del cine de los hermanos belgas Jean-Luc y Pierre Dardenne. En ese transcurrir vacilante del personaje central, con escasas alegrías y dudando del día de mañana, Con este miedo al futuro ofrece sus intenciones formales y temáticas. Acaso sin demasiadas originalidades desde la captación de un personaje abanderado de cierta postura nihilista frente al mundo y tal vez con una elección de puesta en escena a la que por momentos se la percibe asfixiada y solo eso debido al recurso de la cámara en mano y en permanente movimiento. Sin embargo, la película esquiva con elegancia el subrayado de textos y situaciones, acomodándose de la mejor manera en silencios, pausas, cruces de miradas y gestos mínimos. Dos ejemplos. Uno, cuando Leo (estupendo trabajo de Facundo Cardosi), en medio de la clase y tiza en mano escribe “Se van a morir” en el pizarrón. El otro: cuando visita a su ex mujer (María Canale) y de manera parsimoniosa las imágenes muestran una cuna de bebé y una tragedia que nunca se exterioriza, que el director controla con maestría, aferrándose a los rostros de los dos actores y a unas pocas líneas de dialogo, suficientes y necesarias para comprender una situación límite vivida en un pasado no tan lejano por esa pareja. Hermoso y triste momento donde allí sí la película golpea y bien desde la emoción pura. CON ESTE MIEDO AL FUTURO Con este miedo al futuro. Argentina, 2018. Dirección y guión: Ignacio Sesma. Fotografía: Manuel Bascoy. Dirección de arte: Lucía Lalor. Vestuario: Bernarda Crudo. Montaje: Mariano Blanco e Ignacio Sesma. Producción: Damián Moon e Ignacio Sesma. Con: Facundo Cardosi, Ailín Salas, María Canale. Duración: 78 minutos.
“Rey de ladrones”, de James Marsh Por Gustavo Castagna Mientras veía Rey de ladrones recordaba más de una escena de Jinetes del espacio de Clint Eastwood. No solo por tratarse de una historia con viejos personajes encarnados por intérpretes veteranos sino también por el tono ligero y eficaz de una trama que busca la inmediata identificación con el espectador. Pero acá no hay astronautas que pasaron holgadamente los 60 años sino un grupo de tipos curtidos (no todos) para asaltar una compañía de depósitos con buena plata (en liras). Hay un líder, Brian Reader (el genial Michael Caine) y un quinteto de compañeros de tareas personificados por Michael Gambon, Tom Courtenay, Jim Broadbent, Paul Whitehouse y Ray Winstone, la mayoría de ellos integrantes de la élite actoral británica del último medio siglo. El director Ray Marsh apela a ciertos convenciones dramáticas: cada uno de los ladrones tendrá su parte discursiva y se conocerá su pasado (relacionado o no al líder Reader), habrá roces internos, referencias irónicas a la prolijidad inglesa y a las formas más vetustas de una sociedad y más de un encontronazo al momento de saber el reparto del botín (14 millones de liras) y el destino que le dará cada uno. Una línea argumental interesante (tampoco demasiado original) refiere al impacto que el atraco tiene en los medios de comunicación. El espejo temático y estético de Rey de ladrones son aquellas comedias elegantes de los Estudios Ealing de los años 50, por ejemplo, Los ocho sentenciados, Whisky Galore y El quinteto de la muerte (su título más representativo). Es decir: corrección formal, diálogos sarcásticos, solvencia actoral, contextualización pautada por los textos y la tipología de los personajes. De ahí que las intenciones de la película pretendan ir más allá de la nostalgia, de un cine melancólico que se concibió hace siete décadas, de una manera de transmitir el discurso que le debe con creces aPor Gustavo J. Castagna unas gambetas astutas del guión que a una puesta en escena con cierto rigor que omita por un rato al poder de las palabras. Por eso la cita inicial a la película de Eastwood, esa otra película de viejos que deben viajar al espacio para detener un obsoleto satélite ruso. Entre estos astronautas dignos para el geriátrico y los ladrones ingleses de bancos median las diferencias entre un clasicismo inoxidable y una sutil verborragia británica meramente simpática. REY DE LADRONES King of Thieves. Inglaterra, 2018. Dirección: James Marsh. Guión: Joe Penhall y Mark Seal. Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Amelia Granger, Ali Jaafar y Michelle Wright. Música: Benjamin Wallfisch. Fotografía: Danny Cohen. Montaje: Jinx Godfrey y Nick Moore. Con: Michael Caine, Tom Courtenay, Jim Broadbent, Ray Winstone, Michael Gambon, Charlie Cox, Paul Whitehouse, Matt Jones. Duración: 108 minutos.
“Reina de corazones”, de Guillermo Bergandi Por Gustavo Castagna Entre el documental con cabezas parlantes, con sus respectivos testimonios e historias de vida, y el registro institucional sin contemplaciones, navega la hora y media de Reina de corazones, film inicial de Guillermo Bergandi. La referencia es clara y contundente desde los primeros minutos entre el contrapunto de las chicas trans y las imágenes televisivas (vía ATC) del abominable monseñor Quarracino. Pero Reina de corazones elige un camino más cálido menos de pelea y de combate contra los individuos de mente corta y verba inquisidora. Es ahí que el documental abre el abanico a diez historias, diez registros de vidas que son narradas desde los orígenes: el lugar natal, el cuerpo como interrogante y luego como decisión celebratoria, los escarnios acusatorios contra esos personajes, reales, en una sociedad acosadora y condenatoria. Varias de esas historias remiten a chicas procedentes del interior y algunas de ellas describen el ejercicio de la prostitución como necesidad imperiosa y de supervivencia frente al rechazo laboral y la falta de oportunidades. O, en todo caso, la oposición de la sociedad para aceptar a las chicas trans en un marco de trabajo legal y remunerado. Cuando el documental descansa en ese territorio individual que remite a la vida de cada una de las protagonistas – de diferentes generaciones, vale aclarar – el trabajo de Bergandi encuentra su centro de interés narrativo y conceptual. Sin demasiadas novedades estéticas, anclando su mirada en los sueños y perspectivas generales de las protagonistas, allí y en ese sector, Reina de corazones vale como material y testimonio de un estado de las cosas. Otras líneas temáticas y argumentales, por su parte, invitan a una zona rutinaria, de informe televisivo, de anclaje en el documental institucional. Zonas que abarcan las escenas que describen a la Cooperativa Ar / Tv Trans junto a las imágenes de alguna de las marchas por el Orgullo Gay, por momentos, empantanan la narración y la potencia de los testimonios de vida. Por eso, más allá de determinados hilos dramáticos que anexan estas cuestiones, Reina de corazones termina resultando un trabajo excesivamente partido en diferentes ejes, algunos más originales que otros. REINA DE CORAZONES Reina de corazones. Argentina, 2016. Dirección y producción integral: Guillermo Bergandi. Producción ejecutiva: Nadia Martínez. Cámara y fotografía: Ramiro Cornidez. Sonido: Daniel Celina. Dirección de arte: Mauro Savarino y Gilda Tesone. Montaje: Guillermo Bergandi. Música: Aqualáctica y Mariano Lemon, Martínez Bucas y Javier Sáenz. Con Daniela Ruiz, Emma Serna, Nicole Cagy, Camila Salvatierra, Lourdes Arias, Estefania Menzel, Alessandra Babino, Mar Morales, Valeria Pereira, Victoria Guadalupe Sánchez, Gisell Gali, Paola Agustina Silva, Rocío Rocha. Duración: 83 minutos.
“El día que resistía”, de Alessia Chiesa Por Gustavo Castagna A puro formalismo y a pura fusión de imágenes y sonidos transcurre El día que resistía, la extraña opera prima de Alessia Chiesa. Tres niños protagonistas de 9, 7 y 5 años, Fan, Tino y Claa sus personajes (Lara Rógora, Mateo Baldasso, Mila Marchisio), una casa, un bosque, unos libros, unos espacios a descubrir y recorrer, una ausencia notoria relacionada las figuras de los padres. Con esos elementos en tensión y entre juegos infantiles al inicio, Hansel y Gretel como primera lectura referencial y las atmósferas y climas de los cuentos de hadas, la película de Chiesa elige tonos pausados y cansinos, nunca aferrados a una morosa letanía, con la intención – siempre bienvenida – de sostener el interés a través de la potencia de las imágenes en perfecta combinación con el uso de la luz y el sonido. Fan, la mayor, está al cuidado de los otros dos chicos y esta información no es menor. La voz principal es la de ella pero los temores invaden a los tres pequeños, o en todo caso, los movimientos en solitario del trío protagonista reflejarán los momentos más tensos e incómodos de la película. Por ejemplo, en los casi diez minutos donde Tino está solo y la naturaleza adquiere fuerza protagónica a través del sonido. Chiesa logra en varias zonas de su película transmitir los – supuestos – temores infantiles (enmarcados desde la inocencia de los púberes) hacia un espectador adulto. El chico, o cualquiera de los tres protagonistas de El día que resistía, van de acá para allá, invaden el bosque, miran sin comprender, escuchan sin decodificar los sonidos, juegan, preguntan y no reciben respuestas cuando están solos. Son chicos ocupando espacios nuevos y originales para ellos. Son chicos observando y descubriendo territorios desconocidos. Y la película, su directora y los impecables rubros técnicos consiguen comunicar ese pasaje: los temores se transfieren al espectador, como si cualquier de nosotros estuviéramos con los tres niños en ese bosque intangible, en esa vegetación, al mismo tiempo, protectora y agresiva. Sí, de alguna manera se está ante una relectura de Hansel y Gretel. Pero el mejor cine de terror, el de la elusión y el del fuera de campo, también se hace presente en más de una secuencia de El día que resistía. EL DÍA QUE RESISTÍA El día que resistía Argentina/Francia, 2018. Dirección y guión: Alessia Chiesa. Fotografía: Alejandro Bonilla. Edición: Maxime Cappello, Alessia Chiesa y Baptiste Petit-Gats. Dirección de arte: Jimena Gaillour. Sonido: Mercedes Tennina, Gonzalo Palmieri y Agathe Poche. Con: Lara Rógora, Mateo Baldasso, Mila Marchisio. Duración: 98 minutos. Se exhibe los domingos de febrero, a las 19.30, en el MALBA (Figueroa Alcorta 3415).