Conmovedora odisea de un joven y un tigre en el océano Pacífico No hay dudas: Ang Lee es un maestro del encuadre. Lo ha demostrado en "Sensatez y sentimiento", en "Secreto en la montaña" y, sobre todo, en "El tigre y el dragón", donde la poesía se conjugaba con las imágenes en una urdimbre asombrosa y conmovedora. "Una aventura extraordinaria" no es la excepción. Por el contrario: ratifica esta tendencia del director taiwanés hacia un cine intimista y con mensaje existencial. Un cine que no sólo cuenta historias maravillosas, sino que también las presenta con texturas y colores que tienen un sentido espiritual. En esta oportunidad, la narración se sustenta -por primera vez en el caso de Lee- en la tercera dimensión, aunque la película se disfruta de la misma manera en 2D. Quitando la rutinaria introducción y el asombroso epílogo -a estar atentos al final donde todo adquiere explicación- la historia en sí narra una aventura extraordinaria. La de un joven -extrañamente llamado Pi-, que vive en la India junto a su familia, dueña de un zoológico. Cuando la empresa quiebra, el padre decide trasladarse a Canadá y se embarca junto a su esposa, hijos y animales, en un buque de carga japonés. Pero, a mitad del Océano Pacífico, el barco naufraga en medio de una terrible tormenta. El único sobreviviente es Pi, que queda a la deriva en un bote salvavidas con un tigre tan hambriento y aterrado como él. Poco a poco, la odisea del joven se va transformando en un viaje iniciático que cambiará para siempre su vida. Sorpresas deliciosas Técnicamente, el filme es impecable: está plagado de fenomenales efectos visuales y un 3D maravilloso que llena la pantalla de sorpresas deliciosas, al estilo de "Hugo" de Martin Scorsese. Con esta base técnica-visual, Lee indaga con maestría en "Life of Pi" ("Vida de Pi"), la novela de Yann Martel en la que se basa la película, para llegar a un final inesperadamente conmovedor. Para esta empresa, Lee se unió al fotógrafo Claudio Miranda, de quien vimos trabajos igualmente inspirados tanto en "El curioso caso de Benjamin Button" (2008) como en "Tron, el legado" (2011). Lo mejor de todo es que, lo que ambos hacen, no es solamente para sorprendernos, sino que -muy al estilo de "Tron"- juegan con una arquitectura visual que apunta a todos los sentidos. La escena en la que Pi arriba a una misteriosa "isla canibal" es, por ejemplo, una de las más logradas de la historia del cine. Claro que filmarla costó mucho. Lee debió sortear todo tipo de escollos para conseguir recrear ese paisaje agreste y paradisíaco, repleto de algas fosforescentes que, en la noche, iluminan la isla de una manera similar a las plantas del planeta Pandora en "Avatar". El desafío Cuatro años tardó Lee en completar el rodaje de la película. En parte porque había que recrear el movimiento del agua por computadora, generar animales con imagen digital y conseguir un elenco bastante específico para adaptar la novela. Entre los actores -todos desconocidos para nuestras latitudes- se encuentra el francés Gérard Depardieu, en un pequeño pero intenso papel el como cocinero del buque. Un párrafo aparte merece el trabajo del debutante Suraj Sharma, que tuvo sobre sus espaldas todo el peso de la película. Debió tragar agua, exponerse al sol y perder peso en extremo, para mostrar con crudeza la tragedia que vive Pi. Lo consiguió con creces. Incluso más que Tom Hanks en "Náufrago". Curiosamente, no fue nominado como mejor actor para los Oscar, aunque el filme acaparó 11 candidaturas, entre ellas de la mejor película y mejor director. Y, en ambos rubros, tiene méritos suficientes para ganar .
El largo regreso a la Tierra Media Está claro. "El hobbit" no es "El señor de los anillos". Y en esta adaptación de Peter Jackson, la diferencia entre una obra y otra está planteada sin tapujos. No solo porque se entregó un filme que apela a constantes flashback hacia ese futuro que ya vimos, sino porque se extendió el metraje hasta niveles casi imposibles para poder cumplir con la consigna comercial de estrenar una película por año hasta el 2014. Con casi tres horas de duración el filme narra la primera parte de una historia que sucedió 60 años antes de los acontecimientos descriptos en "El señor de los anillos". "El hobbit" fue concebido por J.R.R Tolkien, para entretener a los niños antes de ir a dormir. De manera que su estructura es simple y el argumento carece de los planteos filosóficos y existenciales que sí tiene "El señor de los anillos". Esta aventura en estado puro, narrada en casi 300 páginas, hubiera podido plantearse en un solo filme. Pero Jackson decidió estirar la historia hasta llevarla a casi nueve horas de metraje. Una osadía que tal vez le cueste el rechazo de los fans de Tolkien. Sin embargo, el resultado es de una calidad tan excepcional que esa extensión casi no molesta. La imaginería visual de Jackson, su desenfado a la hora de mover las cámaras y el uso impecable de los efectos especiales se fueron perfeccionando. Por eso, el filme es un entretenimiento épico con mayúsculas. Además, desde el inicio de la película (que tiene la misma presentación, clima e impronta que "El señor de los anillos") se tiene la sensación de transitar por un universo conocido. Incluso la música -enorme Howard Shore- retoma algunas de las melodías que ya ganaron un Oscar con la anterior trilogía. Claro que este largo regreso a la Tierra Media puede resultar aburrido para quienes no conocen el universo tolkiano. Pero, para los fans es una vuelta memorable. Una suerte de regalo navideño que se disfruta como el juguete más esperado. Párrafo aparte merecen los actores. Sobre todo Martin Freeman, que encarna a Bilbo con una gracia que no tuvo el melancólico Elijah "Frodo" Wood. Deliberadamente Jackson le otorgó a la historia algunos toques de humor que no están en el texto de Tolkien. Y la mayoría de ellos provienen justamente de Bilbo. La película se estrenó en Tucumán sin la novedad de los 48 cuadros por segundo. Solo llegaron al país 19 copias con este nuevo formato que, obviamente, quedaron en los cines de Buenos Aires. Una pena, porque la sala del Atlas ofrece justamente la posibilidad de ver el filme con este esperado adelanto.
Una divertida aventura en tierras helada Tinkerbell y sus hadas amigas viajan hasta el prohibido Bosque del invierno. Allí, la curiosidad y el coraje llevarán a Tink hacia un apasionante descubrimiento y le revelará un mágico secreto que podría cambiar su vida para siempre. Hace algunos años, Disney hizo una apuesta arriesgada: lanzó una franquicia destinada exclusivamente a las niñas con la idea de reemplazar el ya desgastado mundo de las princesas. Para ello emancipó al hada Tinkerbell (a quien conocimos con el nombre de Campanita) de su eterno compañero de aventuras Peter Pan y la presentó como la estrella de un mundo repleto de magia y ecología. El resultado fue dispar. En Estados Unidos las dos primeras películas no arrojaron las ganancias esperadas, por lo que las siguientes historias -sobre todo ésta que acaba de estrenarse en Tucumán- ni siquiera pasaron por los cines. Sin embargo, en Latinoamérica, la performance fue muy distinta. Todas las películas consiguieron un éxito inmediato. No sólo en la taquilla, sino también en el mercado, con productos como muñecas, indumentaria y útiles escolares. ¿A qué se debe este éxito? Principalmente a que las películas del hada más famosa de Disney tienen una factura técnica impecable. Y eso bastó para ganarse el estreno en los cines, con todo el apoyo publicitario que eso requiere. En esta nueva entrega, Tinkerbell cruza la frontera entre su lado -cálido y verde- y la tierra del invierno, donde viven otras hadas con características muy particulares. Allí encuentra a su hermana gemela Periwinkle, un fenómeno extraño entre estos seres mágicos. Para protegerlas de los climas que no les son favorables, las hadas de ambos lados tienen prohibido cruzar al mundo opuesto. La aventura será, entonces, resolver cómo estar juntas sin provocar catástrofes climáticas. Con recursos que apuntan más a un público adolescente (hay romances y skateboarding, por ejemplo) la película divierte sin demasiadas pretensiones y sin tantos vericuetos en la trama. Además, aparecen nuevos personajes que seguramente enriquecerán el frondoso merchandising que ya posee la franquicia. Un punto a favor para verla en el cine es el uso correcto y equilibrado del formato 3D, que la convierte en una excelente opción para toda la familia. ¿Qué diferencia a esta película de sus predecesoras? Fundamentalmente la frescura. No sólo porque se desarrolla en un mundo helado y casi monocromático, sino porque hay más humor y posee algunas escenas desopilantes que provocan la risa espontánea. Si están predispuestos, los adultos que acompañen sus hijos al cine quizás hasta sonrían con algunas escenas. Lo cual, no es poco en estos días de mucho drama y poco color.
La princesita que quería vivir Mérida es todo lo contrario a una princesa convencional. Hija del rey Fergus y de la reina Elinor, la impetuosa y pelirroja jovencita se atreve a desafiar una antigua y sagrada costumbre de los señores de la tierra. Pero su rebeldía desatará fuerzas que cambiarán para siempre la vida de su familia. Las historias de princesas ya son una tradición para los estudios Disney. Desde la primera de ellas, Blancanieves, hasta ésta, Mérida, han pasado exactamente 75 años. Y la diferencia entre ambas es notoria. Mérida es lo opuesto a Blancanieves: aguerrida, arquera experta y decidida a forjar su propio destino en lugar de ser oprimida por las tradiciones, esta princesa adolescente de frondosa cabellera rojiza no espera a su príncepe azul. Y tampoco lo busca. Desde este punto de vista, el planteo de la historia es bastante original. Después de una fuerte pelea con su madre, Merida se aleja de su castillo cabalgando entre lágrimas. Aquí es cuando esperamos ver el comienzo de la épica aventura que se sugiere en los trailers. Todo parece que iremos en esa dirección cuando la jovencita se topa con una bruja en el bosque. Pero el deseo que esta anciana le concede perjudica a su madre y lleva a la historia de vuelta al castillo. Esta segunda parte de la película es algo más fantasiosa pero igualmente transparente, que apunta a la inversión de roles entre madre dominante e hija dominada, para, en última instancia, reconciliar las posiciones más irreconciliables. La presencia de personajes secundarios como los tres hermanitos de Mérida, ayudan a sostener una historia que seguramente quedará en la memoria de chicos y grandes. Un párrafo aparte se merece la excelente banda de sonido de Patrick Doyle (el mismo de las últimas películas de Harry Potter), que con melodías de raíz celta le confiere al filme un aura especial. La frutilla del postre lo constituye el corto animado "La luna", que se puede ver antes de la proyección de la película y que es pura poesía y emoción. Un combo para disfrutar en familia y apostar a los sueños.
Magia en estado puro El gran Martin Scorsese nos tiene acostumbrados a un cine polémico, casi siempre violento y descarnado, pero nunca intrascendente. Sin embargo, con "La invención de Hugo Cabret" nos regala una clase magistral de cine familiar, repleto de ternura, magia, melancolía y belleza sin tiempo. La película, que consiguió 11 nominaciones al Oscar, es en rigor un sentido homenaje a George Méliès, precursor del cine como espectáculo. Aunque, por extensión, también rinde un tributo al arte en general y sobre todo a la literatura. De hecho no hay una sola escena en la que no haya alguna referencia explícita a los orígenes de leyenda que tiene Hollywood o a las obras de escritores como Julio Verne. Hugo, un huérfano que vive oculto de la Policía, pasa sus días mirando como un voyeur lo que sucede en la estación central de París de la primera mitad del siglo XX. Allí busca engranajes que lo ayuden a reparar un complejo robot "autómata" que su padre relojero no llegó a componer antes de morir. Atormentado por la pérdida de su progenitor y perseguido por el guardián de la estación, el pequeño busca desesperadamente encajar en el engranaje de la vida y supone que la respuesta está en el autómata. Es en esa París de ensueño -en la que los niños huérfanos son tratados como delincuentes juveniles- donde Hugo se encontrará con Papá George, un juguetero de la estación de tren que esconde un secreto de su pasado ligado al cine. Con una narración impecable, una banda sonora perfecta -enorme Howard Shore-, una fotografía deliciosa y un montaje a veces difícil de creer por su planificación, Scorsese nos entrega dos horas de magia en estado puro en las que, entre otras cosas, podemos deslumbrarnos ante el mejor homenaje jamás rodado de la llegada del tren a la estación de la villa de Ciotat o con un increíble paseo por los tiempos de Méliès de la mano del arrebatador Ben Kingsley. Por momentos la película recuerda levemente a "Cinema Paradiso", el filme de Giuseppe Tornatore que también rindió un nostágico e inolvidable tributo al cine. Sobre todo cuando aparecen algunas escenas de filmes de Chaplin o del mismísimo Méliès. Es en estos momentos cuando la historia adquiere ribetes de antología y la fantasía comienza a fluir a borbotones, como si se tratara de un río incontrolable. Un devenir incesante de la imaginación en el que hay algunos clichés, como los personajes de la estación (los viejos enamorados, la florista, el guarda) o escenas previsibles (como el momento en el que Hugo casi es arrollado por un tren). Sin embargo, semejantes deslices no alcanzan a opacar el inmenso brillo de esta película. Eso sí, uno se queda con las ganas de ver más al mítico Christopher Lee, en el rol del bibliotecario misterioso que ayuda a desplegar la fantasía de Hugo. Al final, el mensaje es claro y contundente: toda vida tiene un propósito. Y, por eso, tenemos que animarnos a vivir nuestros sueños. Mención aparte merece el formato en 3D, herramienta ya prácticamente desvirtuada por su abuso comercial pero que en esta película está puesta al servicio de la fantasía. Tremendo regalo. Y una recomendación: se trata de una película familiar, pero son los adultos los que mejor podrán disfrutar de toda su exquisitez.
La guerra de los dioses El género de la épica clásica siempre le ha dado jugosos dividendos al cine. Así lo demostraron megaproducciones como "Troya" de Wolfgang Petersen (2004) y "300" de Zack Snyder (2007), que sacudieron la taquilla cuando fueron estrenadas. Otras películas, como "Percy Jackson y el ladrón del rayo" (2010, Chris Columbus) o "Furia de titanes" (2010, Louis Leterrier) no tuvieron tanto impacto (la crítica las destrozó), pero igualmente sirvieron para ratificar que el género goza de buena salud. Una salud que el director Tarsem Singh supo capitalizar con "Los inmortales". La historia, que tiene sus raíces en la mitología griega, fue explotada al máximo a través de escenas monumentales. Singh es un experto a la hora de crear escenarios que dejan sin aliento al espectador, tal como lo demostró en "La celda". Ahora, en su regreso a la pantalla grande, Singh ratifica que no ha perdido un ápice de su talento. En el filme hay momentos realmente majestuosos. Como la recreación del pueblo en el que vive Teseo, enclavado en las alturas de una gigantesca grieta rocosa. El mismo Singh ha comentado que se inspiró en los cuadros de Caravaggio. Y, en consecuencia, cada uno de los escenarios tiene esa aura clásica, en el que la luz y la sombra juegan un papel fundamental. Pero poner a un sibarita de la fotografía detrás de cámara no garantiza una obra maestra. Y eso es lo que ocurre con "Los inmortales". El primer problema que tiene este filme radica en el guión. La clásica historia narrada en la mitología griega es manipulada hasta el paroxismo con detalles que poco tienen que ver con la odisea de Teseo. El protagonista, por ejemplo, es retratado como un simple campesino adiestrado por Zeus en los secretos de la guerra. Pero de ninguna manera aparece como el mítico rey de Atenas, hijo del dios Poseidón. Los titanes no son gigantes horrendos sino un puñado de reos empalados como un metegol humano; y los dioses no se presentan como inmortales, ya que por una curiosa cláusula divina descubren que pueden matarse entre ellos. Esta mezcla entre mitología y ficción moderna, conspira contra el filme, que por momentos se vuelve monótono. La interacción entre los personajes tampoco ayuda. Los diálogos son más que correctos en su contenido, pero casi ninguno de ellos resulta emocionante. Henry Cavill, en el rol de Teseo, tiene el porte de un dios, pero su discurso no convence y hasta suena demasiado hueco. Sólo las abundantes escenas de acción sacan del letargo al espectador. Y lo hacen con la mayor crudeza: con abundante sangre y mutilaciones. Un párrafo aparte merece la labor de Mickey Rourke, que compone un Hiperión despiadado y fascinante, amante de las mutilaciones y las torturas, que al mismo tiempo deja al descubierto su infierno interior. Un consejo: ver la película en 3D puede convertirse en una experiencia inolvidable.
¡Larga vida a Harry Potter! "It all ends here". Todo termina aquí, se lee en el afiche. Y el vaticinio se cumple a rajatabla. Así está escrito. La última aventura del mago más famoso del mundo será recordada finalmente como uno de esos acontecimientos cinematográficos más impactantes de la historia del cine. Con buena parte del camino dramático ya recorrido en "Harry Potter y las reliquias de la muerte. Parte 1", el director David Yates afronta esta segunda parte con las fuerzas bien dosificadas. Una vez más demuestra que se trata de un realizador contundente: consigue narrar con entusiasmo y pulcritud un final que tiene decididamente ribetes épicos. La acción comienza exactamente donde la dejó en la primera película: un Voldemort victorioso eleva a los cielos la varita de Sauco extraída de la tumba del profesor Dumbledore. Yates no se toma el trabajo de recapitular o resumir los acontecimientos narrados anteriormente. Por el contrario, decide sumergir de lleno al espectador en esa lucha entre el bien y el mal. Y lo hace con equilibrio. Sin salirse de los límites. Mientras Harry y sus amigos deambulan buscando los horrocruxes que les permitirán destruir al que ahora sí puede ser nombrado, el resto del mundo mágico se alista para la batalla final. Yates aprovecha este enfrentamiento para atar cabos sueltos. Así, por ejemplo, el espectador descubre el verdadero rostro de Severus Snape (un magistral Alan Rickman), quien en realidad es el protector de Harry y el eterno enamorado de su madre, Lily. Lamentablemente no vive para contarlo y muere a manos de Voldemort, al igual que otros personajes queridos por los fans, como uno de los gemelos Wesley o el licántropo Remus Lupin y su esposa Tonks. El vértigo de la narración no decae en ningún momento. Esa es la mayor virtud del filme y la diferencia con su antecesor. Mientras la primera parte trabajó sobre lo conspirativo y lo conjeturable, la segunda lo hace sobre la acción. El trío protagonista cumple correctamente la compleja tarea de dotar a sus personajes de una madurez más visible. Sin embargo, la poca pasión que transmiten los jóvenes actores convierte algunas escenas en meros devaneos infantiles. Sobre todo en el caso de Daniel Radcliffe (Harry), quien entrega el beso menos atractivo y convincente de la historia del cine. Lo opuesto sucede con el elenco de estrellas de factura británica, a quienes les basta una leve aparición para brillar en todo su esplendor. Fiennes, como Voldemort, hiela la sangre; Helena Bonham-Carter, como la trastornada Bellatrix Lestrange, perturba y Maggie Smith, como la profesora Minerva McGonagall, llega arrancar una sonrisa en el momento más dramático de la historia. Otra de las fortalezas del filme radica en su asombrosa factura técnica. En realidad, esta última película de la saga es el resultado de un largo y meticuloso período de posproducción, en el que se han corregido fallas y añadido efectos gracias a los prodigios de la tecnología digital. Las dos últimas películas se rodaron entre el 19 de febrero de 2009 y el 21 de diciembre de 2010, pero es obvio que el mundo de Harry tiene mucho de ilusión, y eso es imposible de reflejar mediante los métodos tradicionales. Este filme es, además, el único que se estrenó en el formato 3D, lo que le agrega un atractivo adicional. Por último, en este final de saga es posible reconocer algunos recursos narrativos usados, por ejemplo, en "La guerra de las galaxias", "Matrix" o "El señor de los anillos". En un momento de la película, Harry nos recuerda a Luke frente a Darth Vader o a Frodo ante el abismo, tentado por la posibilidad de adquirir un poder inconcebible gracias a la varita de Sauco. Incluso hay una escena donde la realidad y el mundo espiritual (o virtual) se confunden, como ocurría con Neo en la trilogía "Matrix". De cualquier forma, Yates demostró que sabe manejar el suspenso mucho mejor que las escenas de guerra. Y entrega una película poderosa, destinada a dejar su huella. En esto también tiene mucho que ver el guión, a cargo del infatigable Steve Kloves, quien ha trabajado otra vez bajo la atenta mirada de la propia J. K. Rowling, productora junto a David Heyman y David Barron. Por lo tanto, es de suponer que nada de lo que la película ofrece, incluidos ciertos cambios respecto de la obra literaria, se ha hecho sin el consentimiento de la máxima responsable de la franquicia. No vale la pena contar más datos del argumento. Basta decir que las revelaciones son decisivas e inesperadas, y ello asegura un buen puñado de sorpresas para aquel espectador que no ha leído los siete libros de la saga. Así, el final llega como una despedida entre amigos, al pie del andén en la estación y con los protagonistas junto a sus hijos. Como deseando vivir de nuevos esas mágicas aventuras. ¡Larga vida a Harry Potter!