El país vasco fue uno de los últimos territorios europeos en donde la Inquisición logró imponer su doctrina de dominación a través del terror. El director Pablo Agüero (aquí la entrevista cuando se la película se estrenó en el Festival de San Sebastián) eligió esta circunstancia histórica para abordar el tema de la caza de brujas a partir del libro de las memorias de Pierre de Lancre, sobre su experiencia recorriendo la región como juez de la corona. Akelarre entonces cuenta cómo un grupo de mujeres de una aldea vasca son detenidas y sometidas a tortura, por las denuncias sobre ellas de realizar cultos satánicos en una ceremonia -el akelarre- en lo profundo del bosque. Amaia Aberasturi es una de las encarceladas y pronto se revela como una astuta líder y el siempre sólido Alex Brendemhül es el alucinado juez que busca obsesivamente al Diablo en esos parajes perdidos, acompañado por Daniel Fanego, que compone a un extraordinario secretario hastiado de su trabajo y ansioso por volver a la ”civilización”. Las decisiones de Agüero (Eva no duerme, Madres de los dioses, 77 Doronship, Salamandra) en cuanto a la historia y los caminos estéticos tiene algunas particularidades. Si en general la inquisición fue retratada en distintas películas desde variadas y atroces escenas de tortura y el martirio de las mujeres, a la hora de la crueldad estos relatos se definían o bien por la elección de confesar para acabar con el suplicio, o el silencio heroico. En ambos casos, claro, el final era la muerte. El guión del propio Agüero, junto a Katell Guillou, se desmarca de las historias habituales y elige para las mujeres el el camino de la inteligencia, de la imaginación y el engaño. El empoderamiento de las mujeres es el tema de Akelarre –reciente ganadora de 5 premios en los Goya-, en donde estas víctimas sin educación, aterrorizadas, solas -los hombres de la aldea están ausentes por largos períodos en alta mar en los balleneros-, intuyen que no está en juego la religión y la presencia de Satán, sino que se trata de una herramienta más para la dominación desde el poder -el desprecio por la lengua euskera es un buen ejemplo de ello- a través del miedo, la delación y la ejecución para los que intentan vivir libremente. Más allá de unos pocos maniqueísmos, Akelarre tiene el punto de vista de las perseguidas y plantea una puesta luminosa aún cuando no elude la violencia, se define sin ambages por la libertad y se piensa como un puente desde el sufrimiento y las luchas de la historia con la actual lucha por sus derechos de las mujeres de todo el mundo. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 68° edición de Festival de San Sebastián (2020). AKELARRE Akelarre. España / Argentina, 2020. Dirección: Pablo Agüero. Guión: Pablo Agüero, Katell Guillou. Intérpretes: Álex Brendemühl, Amaia Aberasturi, Garazi Urkola, Irati Saez de Urabain, Jone Laspiur, Lorea Ibarra, Yune Nogueiras, Daniel Fanego, Asier Oruesagasti, Iñigo de la Iglesia, Elena Úriz , Daniel Chamorro, Jeanne Insausti. Director de fotografía: Javier Agirre. Montaje: Teresa Font. Banda sonora: Maite Arroitajauregi (Mursego), Aranzazu Calleja. Dirección de arte: Mikel Serrano. Sonido: Urko Garai. Montador de sonido: Josefina Rodríguez. Vestuario: Nerea Torrijos. Peluquería: Ricardo Molina. Maquillaje: Beatushka Wojtowicz. Idioma: Español / Euskera. Distribuidor: CineTren. Duración: 91 minutos.
Anna Bronsky (la formidable Nina Hoss, que por su trabajo se alzó con la Concha de Plata a la Mejor Actriz en San Sebastián 2019) es violinista y al menos al principio, no se sabe por qué no toca y se dedica a la enseñanza en una escuela de música de élite. En el comienzo se ve una audición de ingreso y Anna discute con sus colegas para que un joven sea admitido. Y lo logra. A partir de allí el excepcional talento del alumno es puesto a prueba por la exigente profesora. Pero a no confundirse, la película de la alemana Ina Wisse no se trata sobre la relación entre ambos personajes, al estilo de la perversa Whiplash: música y obsesión de Damien Chazelle, o si se quiere, La profesora de piano del aún más perverso Michael Haneke -, o al menos no solo de eso. Anna tiene un esposo, un hijo (que también toca el violín, que no quiere, que igual tiene talento y a quien Ana descuida) apenas más chico que su aventajado alumno. Y un amante, también profesor en el mismo instituto donde enseña. La audición trata sobre el esfuerzo, la dedicación, es sacrificio y si, esa dosis de obsesión aparentemente necesaria para desarrollar un don excepcional. El cuerpo, la psiquis y la vida personal sufren las consecuencias, así que la tragedia progresa irremediablemente. LA AUDICIÓN Das Vorspiel. Alemania/Francia, 2019. Dirección: Ina Weisse. Intérpretes: Nina Hoss, Simon Abkarian, Jens Albinus, Sophie Rois, Thomas Thieme, Winnie Böwe, Serafin Mishiev, Ilja Monti, William Coleman, Jana Kuss, Oliver Wille, Mikayel Hakhnazaryan, Stephan Taubert. Guion: Daphne Charizani. Fotografía: Judith Kaufmann. Distribución: Zeta Films. Duración: 99 minutos.
En Hoy partido a las 3, Clarisa Navas (aquí la entrevista cuando su película se presentó en el Festival de Mar del Plata )ubicaba la acción entre baldíos y potreros con las chicas derribando prejuicios desde el fútbol, para dar cuenta de la solidaridad, el compañerismo y el amor con algunas pinceladas que eran suficientes para explicar el contexto difícil. En su segunda película la realizadora correntina vuelve a su ciudad, esta vez para internarse en los pasillos del barrio Las Mil Viviendas, entra en universo áspero del barrio, recorre el deseo (sexual, de otros horizontes) y llega al amor que allí también, tiene que luchar para desarrollarse y ser aceptado. En el comienzo el relato está centrado en Iris (la debutante Sofía Cabrera), que juega al básquet, esquiva los agresivos embates de los hombres de su entorno y se refugia en su casa, con su mamá y sus hermanos, con quienes discute cuestiones como la elección sexual y en donde una única computadora es disputada por los chicos para buscar en internet términos como lesbiana, clamidia o directamente ver videos porno. Pero Iris se muestra incómoda tanto en su hogar como en el barrio hasta que conoce a Renata (Ana Carolina Guerra), una chica más grande, con más experiencias vividas y segura de su sexualidad. Realismo social explícito con un cuidado y respeto mayúsculo por sus personajes, Navas describe y cuenta la dura realidad pero se asoma e involucra a las protagonistas en un futuro posible, mejor. Pero primero la asfixia de los minúsculos departamentos atiborrados de gente y objetos, primero la asfixia del barrio amenazante, y también primero la asfixia de las conversaciones entre amigos, conocidos y casi siempre con elementos de tensión. Delimitados los espacios y las condiciones adversas -hay un gran trabajo con el sonido, una pared sonora de voces contrariadas y ruidos desagradables que acompaña a los personajes-, Las mil y una se concentra en la vitalidad adolescente y despliega ternura aun cuando recurre a las herramientas del documental para registrar los encuentros de Iris y Renata. Navas no es una turista jugando al antropologismo, por el contrario, reflexiona sobre su propio relato en tanto se va desarrollando para cuestionar las posibles representaciones de la pobreza y desde allí concentrase en una vida, la de una chica a las puertas de su iniciación sexual que conoce a otra, fuerte y misteriosa, convertida en una referente para moverse en ese mundo hostil pero aun así fascinante. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 68° edición de Festival de San Sebastián (2020). LAS MIL Y UNA De Clarisa Navas (Argentina/Alemania 2020) Guion y dirección. Clarisa Navas. Intérpretes: Sofía Cabrera, Ana Carolina García, Mauricio Vila, Luis Molina y Marianela Iglesia. Fotografía: Armin Marchesini Weihmuller. Música: Claudio Juarez, Desdel Barro (Hiedrah). Edición: Florencia Gómez García. Dirección de arte: Lucas Koziarski. Sonido: Mercedes Gaviria Jaramillo. Producción: Diego Dubcovsky y Lucía Chávarri. Duración: 120 minutos.
pocas semanas del estreno en Netflix del extraordinario documental sobre los Chicago Bulls, El último baile, ahora es el turno de Reset, volver a empezar de Alejandro Hartmann (aquí la entrevista) otra película sobre el mundo del básquet. Si El último… cuenta las proezas del mejor equipo de la NBA de todos los tiempos pero casi como excusa para retratar el pasado y el presente de Michael Jordan, en Resert el procedimiento es inverso, en tanto tiene a Fabricio Oberto como protagonista absoluto que reflexiona sobre el retiro de la competencia y el paso del tiempo, para el propio jugador pero también para buena parte de lo que se denominó la Generación Dorada del básquet argentino. Fabricio Oberto es un jugador de básquet cordobés que se retiró hace seis años de la actividad, luego de haber sido parte de la selección argentina (que entre otros muchos títulos ganó el oro olímpico en Atenas 2004), del equipo texano San Antonio Spurs (campeón de la NBA en 2007) y otros equipos importantes como Atenas, TAU Cerámica y Olympiacos B.C. A seis años del retiro, Oberto aún se pregunta “Y ahora contra quién compito”. Y el documental trata de responder el interrogante que lo persigue (“los demonios” según el cordobés), que en realidad es una exploración sobre las alternativas a disposición después del final de su carrera y la incertidumbre del futuro. Una banda de rock, el ascenso al Aconcagua, la práctica del motocross en el Sahara, son solo algunas de las actividades -la película también lo es- que encara Oberto en la búsqueda de aplacar sus demonios. Y le va mal, siguen allí. Así que se recorre el mundo para hablar con sus ex compañeros, en búsqueda de respuestas. De Córdoba a Bahía Blanca, de Santa Fe a San Antonio en Texas, la respuesta de Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Facundo Campazzo y otros, es más o menos la misma, es difícil pero hay vida después de la alta competencia. Reset es una película sobre cómo se vuelve a empezar, pero también es el término que se utiliza para el procedimiento de restaurar el ritmo cardíaco normal del corazón, una intervención quirúrgica a la que el ex jugador se sometió tres veces y que determinó su retiro definitivo de las canchas. Esa afección fue la que le impidió despedirse de la actividad como lo soñaba y tal vez es la razón de su malestar. Hace unos años el legendario jugador de la NBA, Patrick Ewing, decía en una entrevista que cerca del retiro, miraba a sus piernas y les rogaba “Un partido más”. Reset, volver a empezar tiene el mismo tono, un ruego que solo Fabricio Oberto podrá contestar. RESET, VOLVER A EMPEZAR Reset, volver a empezar. Argentina, 2019. Dirección y guion: Alejandro Hartmann. Con Fabricio Oberto, Facundo Campazzo, Marcelo Milanesio, Hugo Sconochini, Luis Scola, Andrés Nocioni y Emanuel Ginóbili. Duración: 77 minutos.
Mara está bien. Rondando los 25, es ordenada, trabaja, todavía no encontró el amor, avanza en su carrera, está bien plantada. Sí, Mara está bien. Pero esa determinación -un tanto endeble pero determinación al fin- puede que esté disminuida por la energía que le insume su relación con Jo, su amiga desde niña. Incapaz de mantener un trabajo, de sostener una pareja, Jo da por sentado que sus habituales crisis tendrán siempre el sostén de Mara, que corre a asistirla ante cada colapso, amoroso, laboral o existencial. No, Jo no está bien. El relato registra la relación entre Mara y Jo -extraordinario trabajo de Tallie Medel y Norma Kuhling- durante una década, con un camino ya recorrido, en donde ambas buscan su espacio en Nueva York. Mara como asistente en jardines de infantes en busca de un puesto de maestra efectivo y Jo como una brillante trabajadora social, tan precarizada como su amiga pero además, decididamente inconstante e irresponsable. Con una pocas locaciones, el director y crítico de cine Dan Sallitt arma una puesta intimista en donde se suceden estallidos emocionales, la normalidad de las chicas en su vida diaria, bares, drogas, parejas, intentos de suicidios, padres preocupados, maternidad, divorcio y la casi certeza de los problemas mentales de Jo, que definitivamente afecta a ambas. Catorce podría dialogar con el cine de John Cassavetes, pero en realidad está más cerca del también crítico y realizador Eric Rohmer, en donde los personajes van desandando su camino con los espectadores, para alcanzar una reflexión final sobre su accionar. En ese sentido, el arco dramático del relato va dejando postas sobre la amistad entre las protagonistas, el origen de la relación y un posible motivo que disparó la inestabilidad de la brillante, hermosa y caótica Jo. Y también del papel de sostén que asume Mara casi hasta el final, cuando su propia vida se impone sobre el deber de cuidar a su volcánica amiga. Presente en la sección Autores en el Festival de Mar del Plata del año pasado, la exhibición por streaming de Catorce es la oportunidad de acercarse a una muy buena película del actual cine independiente estadounidense. CATORCE Fourteen. Estados Unidos, 2019. Dirección, guion y edición: Dan Sallitt. Intérpretes: Tallie Medel, Norma Kuhling, Evan Davis, Willy McGee, Scott Friend y C. Mason Wells. Fotografía: Chris Messina. Duración: 94 minutos.
Inés (Mercedes Morán) es una empresaria exitosa, bien instalada en la sociedad chilena y con evidentes vínculos con el poder, a los que debe recurrir cuando se conoce la noticia de la detención de un hombre que mató con su auto a un ratero que le había robado su cartera a una mujer en la calle. Este “justiciero” es Gerardo (Marcelo Alonso), un viejo compañero de Inés y de su esposo Justo (Felipe Armas), cuando en los los setenta formaban parte de la organización de extrema derecha Patria y Libertad. Inés entonces moverá sus influencias para que Gerardo sea internado en una institución psiquiátrica, primero para ayudar a su antiguo amigo y amante, pero sobre todo para que no salga a la luz el pasado violento de los tres. La película de Andrés Wood (Machuca, Violeta se fue a los cielos) vuelve a indagar en el pasado chileno, en su autoritaritarismo y en la feroz división de clases, con un relato dividido, primero en el presente con Inés (Mercedes Morán, como siempre precisa y convincente) como la protagonista excluyente, un personaje poderoso y seguro de que sus acciones la ubicaron justo donde imaginaba estar en su juventud, formando parte del statu quo dominante que ayudó a perpetrar y convencida de su patriotismo. Esa certeza se traslada a todos los ámbitos de su vida, desde el trabajo donde conduce con mano mano de hierro hasta la intimidad familiar, con un marido quebrado y alcohólico y un hijo que le reprocha a la pareja el pasado violento, aunque él mismo forma parte y se beneficia de esa elite dominante producto de aquellos años. La otra parte de Araña está construida a través de numerosos flashback, donde se muestra a una joven Inés (la española María Valverde), que transita con soberbia y audacia esa suerte de militancia chic junto a su esposo Justo (Gabriel Urzúa), a los que se suma Gerardo (Pedro Fontaine), de otra clase social, atractivo, violento y resuelto. Este trio militante y también amoroso forma parte de las bandas que asolan a los militantes de izquierda en Santiago de Chile y sus acciones son cada vez más ambiciosas, hasta que terminan cometiendo un asesinato. Con una puesta lustrosa y ordenada para la actualidad y llena de colores que se van oscureciendo a medida que se acerca el golpe cívico-militar a Salvador Allende, es decir, sin sutilezas pero con una evidente efectividad, Wood explica el presente de un país profundamente injusto, manejado y al servicio de una clase dominante en el poder desde 1973. Pero Araña también indaga de manera premonitoria el hartazgo del pueblo, que desde el estallido del pasado 18 de octubre continúa protestando en las calles exigiendo un cambio. ARAÑA Araña. Chile/Argentina, 2019. Dirección: Andrés Wood. Intérpretes: Mercedes Morán, María Valverde, Marcelo Alonso, Felipe Armas, Pedro Fontaine, Caio Blat, Gabriel Urzúa. Guión: Guillermo Calderón. Fotografía: Miguel Littin. Edición: Andrea Chignoli. Sonido: Ricardo Reis. Distribuidora: Cinetren. Duración: 105 minutos.
Si desde Chile hasta Francia, pasando por Colombia, Ecuador, Líbano y China, las noticias sobre protestas, revueltas, exigencias de cambio y denuncias ante la desigualdad son el tema del momento, el reconocimiento que empezó el año pasado nada menos que con la Palma de Oro en Cannes 2019 y la nominación al Oscar, parte de la certeza que con Parasite el surcoreano Bong Joon-ho logró capturar el estado de las cosas en buena parte del mundo, a partir de una sátira social, tan devastadora como risueña, una de esas comedias para reír con la mandíbula definitivamente tensa. El camino pendular elegido de la narración lúgubre entre el trhiller y la comedia disparatada no hacen más que potenciar el tono oscuro y la bufonada histérica, un relato que habla de la brecha social entre ricos y pobres desde la ciudad de Seúl, capital de un país pequeño pero orgulloso de su desarrollo ultra capitalista y ultra innovador, pero también ultra clasista y profundamente desigual. En el comienzo está la familia Kim, con un hogar miserable -el inodoro ubicado en un lugar imposible es la prueba más flagrante de su devastadora precariedad- y casi subterráneo en los suburbios, en donde el padre, la madre y sus dos hijos sobreviven armando cajas para una cadena de pizzerías mientras con enojo y resignación, observan por una única ventana ubicada al ras de la calle cómo los borrachos hacen sus necesidades en el callejón en donde está ubicada la casa. Son desagradables, su pobreza tan brutal como absoluta es casi un cliché que inicia el camino de la comedia. Pero el hijo consigue trabajo como profesor particular de una niña de una familia adinerada, los Park, con una casa soñada, modales de la alta burguesía y una vida sin sobresaltos. Ese será el escenario de un thriller improbable pero verosímil, en donde poco a poco el resto de la familia Kim se convertirá en viral para totalizar el personal de servicio de los Park: chofer (el padre, interpretado el extraordinario Kang-ho Song, una súper estrella del cine coreano), cocinera (la madre) y psicoterapeuta artística (la hija). Y no, no son parásitos, son lúmpenes a la fuerza que ven una oportunidad y la toman, sin detenerse en cuestiones morales y éticas. No cuentan con ese beneficio. Pero se trata del cine coreano y Bong Joon-ho (Memories or Murder, The Host, Okja) también introduce lo fantástico dentro de esa mansión hípermoderna, con otros desesperados que precedieron a la familia invasora y que también son parte de la ecuación ricos vs. pobres, en donde el resultado necesariamente va a ser negativo para todos. Con su mirada cáustica y desencantada, Bong parece decir “son ellos o nosotros” y transita por la certeza de que la convivencia no es posible y la prueba está ahí, en el relato que intenta encajar dos realidades sociales diferentes, con una intensidad que va subiendo, un desenlace que se encamina hacia el abismo y una tragedia que sorprende que no se traslade masivamente a todo el mundo. Aún. PARASITE Gisaengchung. Corea del Sur, 2019. Dirección: Bong Joon-ho. Guión: Bong Joon-ho y Han Jin-won. Intérpretes: Song Kang-ho, Jang Hye-jin, Choi Woo-shik, Park So-dam, Park Seo-joon, Lee Sun-kyun, Jo Yeo-jeong, Jung Hyun-joon, Jung Ji-so, Lee Jung-eun. Producción: Bong Joon-ho, Jang Young-hwan, Moon Yang-kwon y Kwak Sin-ae. Duración: 132 minutos.
La familia es el centro de Los sonámbulos de Paula Hernández (aquí la entrevista), que en su cuarta ficción luego de Un amor, Lluvia y Herencia, indaga sobre un clan presidido por Meme (la gran Marilu Marini) una madre tremenda que sigue siendo ineludible en la vida de sus hijos ya mayores (Daniel Hendler, Luis Ziembrowski y Valeria Lois) pero también en la de su nuera Luisa (Érica Rivas) y hasta su nieta adolescente Ana (Ornella D’Elía). Es entre Meme y Luisa que se estructura el relato, una tensión que empieza emerger en el comienzo de la película, en una madrugada calurosa en el departamento de Luisa que se despierta sobresaltada, que recorre un departamento silencioso -extraordinario y perturbador plano secuencia- hasta encontrar a su hija Ana afuera, mirando sin ver la puerta del ascensor, desnuda y con la entrepierna ensangrentada. Sonámbula. Luisa, una extraña desde el centro, una observadora desde en el vórtice de los entendidos sin enunciar, de los conflictos larvados, de los secretos, es también la involuntaria encargada del diagnostico sobre el elemento oscuro que tiene como representación al sonambulismo familiar. La reunión de fin de año en una quinta en las afueras, con Meme como anfitriona, claro, reúne a toda la familia, a la que se suma la presencia inesperada de Alejo (Rafael Federman), un sobrino veinteañero con el que Ana enseguida establece una complicidad, con el componente inocultable de la tensión sexual. La decisión de Meme de vender la casona explicita las relaciones de fuerza en la familia, los conflictos económicos y también cuestiones que tiene que ver con una historia en común plagada de frustraciones, silencios, celos y postergaciones. Los síntomas están allí y Luisa junto a Meme parecen ser las únicas capaces de registrarlos aunque también son incapaces de conciliar, mientras una registra el derrumbe de su matrimonio y la otra asiste a la desintegración familiar. Con Los sonámbulos, Paula Hernández alcanza una madurez extraordinaria como realizadora y junto a un elenco notable -Rivas y Marini son definitivamente deslumbrantes-, plantea una puesta desde el terror, el thriller familiar y elementos fantásticos, para un relato devastador y tenso que inexorablemente va avanzando hacia la tragedia, de la que únicamente se sale escapando. LOS SONÁMBULOS Los sonámbulos. Argentina/Uruguay, 2019. Guión y dirección: Paula Hernández. Intérpretes: Érica Rivas, Daniel Hendler, Luis Ziembrowski, Ornela D’Elía, Marilu Marini, Valeria Lois y Rafael Federman. Fotografía: Ivan Gierasinchuk. Música: Pedro Onetto. Edición: Rosario Suárez. Dirección de arte: Aili Chen. Sonido: Martín Grignaschi. Duración: 107 minutos.
“Monos”, de Alejandro Landes Por Hugo F. Sanchez Un grupo de jóvenes guerrilleros tiene a su cargo la custodia de una doctora estadounidense (Julianne Nicholson) secuestrada en el medio de la nada en Los Andes. Los captores llevan un régimen militar, sufren las humillaciones de su comandante, pero cuando quedan solos dan rienda suelta a la violencia, los juegos y mientras se aferran a su propia humanidad, el aislamiento y las carencias los van acercando a un primitivismo que dispara en todo momento sus pulsiones más primarias. Primero en la montaña y luego en la selva Landes (Cocalero, Porfirio) transita un relato con la seguridad de un narrador experimentado, pero además el virtuosismo, la voluptuosidad de las imágenes, el reto de las locaciones, el agua, da cuenta de un regodeo de la puesta que en algún lugar empieza a agobiar y aplasta la dimensión del relato, para terminar siendo un espectáculo grande, grandioso, espectacular. Esta reseña fue publicada durante el XXI Bafici. MONOS Monos. Colombia/Argentina/Países Bajos/Alemania/Suecia/Uruguay, 2019. Dirección: Alejandro Landes. Guión: Alejandro Landes y Alexis Dos Santos. Elenco: Moisés Arias, Julianne Nicholson, Sofía Buenaventura, Julián Giraldo, Karen Quintero, Laura Castrillón, Deiby Rueda, Wilson Salazar, Sneider Castro, Jorge Román. Producción: Alejandro Landes, Santiago A. Zapata, Fernando Epstein, Cristina Landes y Campo Cine. Distribuidora: Santa Cine. Duración: 102 minutos.
“Claudia”, de Sebastián De Caro Por Hugo F. Sanchez Claudia es una comedia, una comedia protagonizada por Dolores Fonzi en el rol de una organizadora de eventos que debe reemplazar a una colega en una boda en donde todo va a ser raro, fallido y sin timing, como repite una y otra vez Claudia en su trabajo. Claudia es perfeccionista, severa y tan obsesiva, que el día de la muerte de su padre trabaja y no solo eso, se saca de quicio cuando en el velorio las cosas no están organizadas como lo hubiera hecho ella. De Caro instala en el centro del relato a Claudia (Fonzi) confiando en su talento y claro que la decisión es correcta, tanto como acompañarla por Laura Paredes como su asistente en plan buddy movie. Pero casi nada funciona en Claudia, la película es una sucesión de situaciones, algunas cómicas aunque casi nunca efectivas, transiciones confusas, chistes cinéfilos mal resueltos, como por ejemplo la torta del casamiento tiene la forma del mítico edificio Nakatomi Plaza de Duro de matar, sin conexión con nada del relato. Y para sumare más elementos en contra, en Claudia -inexplicablemente elegida para inaugurar la última edición del Bafici- se notan las carencias de producción y Fonzi, que es una buena actriz, sorprende para mal con un trabajo fallido en donde nunca se la nota cómoda. CLAUDIA Claudia. Argentina, 2019. Guion y dirección: Sebastián De Caro. Intérpretes: Dolores Fonzi, Laura Paredes, Julieta Cayetina, Julián Kartun, Paula Baldini, Gastón Cocchiarale y Jorge Prado. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Darío Georges. Edición: Flor Efron. Dirección de arte: Laura Caligiuri Sonido: Pablo Gamberg. Distribuidora: Aura Films. Duración: 87 minutos.