¿Por qué Zack? ¿Por qué Zack? ¿Por qué? Yo te bancaba. Yo festejé cuando salió Dawn of the Dead y la declaré una de las mejores películas de zombies contemporáneas. Yo defendí 300, y la consideré estéticamente hermosa. Yo aplaudí Watchmen, pensando que lo tuyo no era solo estético, sino que podías contar una historia con eso. Incluso te dejé pasar la de las lechuzas ¿Por qué nos hiciste esto Zack? ¿Por qué? Hoy nos entregás, con Sucker Punch, tu primer guión original, la primera historia creada íntegramente por vos. El resultado es una película que se queda corta en lo estético y sobre todo en lo argumental. En lo estético hacés agua en varias oportunidades, con efectos sin sentido, con ralentis que no llevan a ningún lado, con algunas imitaciones mal logradas de Matrix, incluso con malas imitaciones de tus anteriores películas ¿Por qué Zack? No lo necesitabas. En lo argumental es donde más pifias; hacés un comienzo imitando al de Watchmen, tratando de explicar a través de imágenes montadas y música apropiada el contexto de la historia que vas a contar. Pero lo que era pericia en Watchmen ahora se vuelve torpeza, y contás una historia que se distancia del resto de la película, un comienzo gratuito, un recurso repetido que funcionó en el pasado. En ningún momento los personajes generan un mínimo de empatía, pueden ir muriendo poco a poco que no despiertan siquiera un escalofrío. El esquema de la historia es el de un videojuego, con niveles marcados, con objetivos que, de tan claros, se vuelven tontos. El mismo esquema que se toma con humor en Scott Pilgrim vs The World está tomado demasiado en serio en Sucker Punch. Nunca pensé que la idea de zombies nazis, anacronismos y guerreras violentas podía fallar, pero falló. Las imágenes derivadas de la imaginación de la protagonista son demasiado caprichosas, demasiado inexplicables. No te pido lógica, no me gusta la lógica, desprecio la lógica; te pido coherencia, que las imágenes tengan sentido con el todo, o simplemente que haya un sentido detrás de las imágenes. Para colmo de males terminás la película, no solo con una enseñanza berreta, sino con una enseñanza berreta en voz alta, que es la más berreta de las enseñanzas berreta. De todas formas todavía no me voy a pasar de bando, todavía creo que Dawn of the Dead es una excelente película, todavía creo que los diez primeros minutos de Watchmen no son casualidad, todavía creo que tu tratamiento de la imagen tiene un significado y que te queda mucho por darle al cine.
La película empieza mostrando a Becky Fuller (Rachel McAdams), una joven productora de televisión, obsesionada con su trabajo, que no puede ni siquiera entablar una relación amorosa. Cuando cree que esto le va a generar un ascenso la echan, y repentinamente se convierte en una niña, que a sus 28 años parece de 18, que busca su primer trabajo, que no sabe cómo buscarlo, que no sabe cómo desempeñarse en una entrevista, que se humilla y se muestra desesperada. Apenas consigue trabajo y cuando creemos que esa niña sin experiencia va a fracasar, vuelve a ser la del principio, una mujer obsesionada por su trabajo que, nueva información, es muy buena en lo que hace. Hasta este momento la película construye mal a su personaje principal. Y después va a seguir igual con el resto, pero hago un parate porque en este momento entran en escena Diane Keaton como Colleen Peck, una suerte de Anabela Ascar del primer mundo; y Harrison Ford como Mike Pomeroy, haciendo el papel de Meryl Streep en El Diablo Viste a la Moda pero menos creíble... mucho menos creíble. Dentro de la línea principal de la película, una productora intentando salvar a un programa de televisión y a su carrera mientras lucha con un presentador intratable, se teje muy gruesamente y con un hilo muy fino una comedia romántica que pasa desapercibida. Más allá de esto la película entretiene y carga con algunos buenos momentos (pobre consuelo). No solo los personajes de Harrison Ford y Meryl Streep tienen en común esta película con El Diablo... (uno bien logrado y el otro no), sino que comparten a Aline McKenna como guionista (que realizó un guión bien logrado y el otro no). Aunque hay que ser justos, este es un guión original... no, no se confundan con esa palabra, mejor digamos que, a diferencia de El Diablo..., este es un guión que no fue adaptado de un libro. El director Roger Michell (Notting Hill) hace lo que puede y nos trae una película que parece decirnos: basta de televisión seria, un poco de televisión basura y popular también es bueno... Déjenme decirles que este humilde servidor no está de acuerdo en lo más mínimo. Ahora los dejo porque empezó Gran Hermano.
Plan A: recuperar a su ex. Falló. Plan B: enamorar al actual novio de su ex para que la deje a ella y así allanar el camino... Así, sin mucho más barullo comienza Plan B. Con simpleza y yendo directamente al grano. Quizá con demasiada simpleza, simpleza que por momentos se vuelve torpeza y tosquedad en las actuaciones y en los diálogos, pero con simpleza al fin. Y así comienza la historia de Bruno (Manuel Vignau), un pibe de barrio, pero no de cualquier barrio, de ese barrio de PH, de pasillos largos, de paredes sin pintar, de puertas de doble hoja, de terrazas grises, de terrenos baldíos, de dormitorios comunitarios, ese barrio donde la palabra "puto" es el peor insulto; un pibe que usa más camisetas de fútbol que remeras, cuya mayor reflexividad radica en descubrir que Neverland no existe. Laura (Mercedes Quinteros) es simplemente una excusa, la excusa de Bruno para comenzar con esta historia. Plan B es, en principio, una comedia de amistad masculina (¿Existe otro tipo de amistad?), de fraternidad, de camaradería, de las que nos tiene acostumbrados el cine. Pero toda amistad implica una atracción, y si nos ponemos Freudianos esa atracción siempre es sexual, al menos roza lo sexual. En este caso no solo lo roza sino que lo pasa por encima, esa historia de amistad se convierte en una historia romántica, en el descubrir de una sexualidad, hasta ese momento, reprimida, por parte de Bruno y de Pablo (Lucas Ferraro). Pero Marco Berger, el director, no recurre al cliché, no nos muestra una historia gastada, no adapta una historia de amor heterosexual a los nuevos tiempos; los pone cara a cara (y pito a pito) para que se descubran, no solo al otro, sino a ellos mismos. En realidad la película Plan B es de 2009, se estrenó en el BAFICI de ese año, luego pasó por Malba en 2010 y ahora se estrena en salas del circuito comercial (como si Malba fuera gratis). Incluso no es la última película del director, luego de Plan B, Marco Berger realizó un episodio dentro de la película Cinco, junto con otros cuatro directores salidos de la Universidad del Cine, y Ausente, su última película, que recientemente fue galardonada con el Teddy Awards del Festival de Berlín, que premia a las películas de temática gay, lésbica y transgénero. En el contexto en el que hoy vivimos, con el matrimonio igualitario recién aprobado en nuestro país y con el debate por la igualdad de derechos, la filmografía de Marco Berger se convierte en, por decirlo de alguna manera, necesaria.
La gente en la Avant Premiere es más pelotuda que en las funciones comunes y corrientes –y eso es mucho decir–. Si estamos acostumbrados a los que se ríen desmedidamente en el cine, la premiere de Fase 7 fue el colmo; primero porque yo era mal visto por no reírme desmedidamente –cientos de espectadores con palos y antorchas pidieron mi cabeza al tiempo que gemían y luchaban entre ellos por una bolsa de pochoclos–; segundo porque ni siquiera tenían la delicadeza de reírse en el momento adecuado, o sea después del remate, sino que comenzaban a reír a carcajadas en la mitad del chiste –o con la sola aparición de Yayo en escena– y no se escuchaba el final (malditas películas de habla hispana que no tienen subtítulos para leer). Fase 7 es básicamente una película pos-apocalíptica. Y si, tiene todos los condimentos que deben incluirse en una pos-apocalíptica, es decir planos de las calles sucias, destruidas y desoladas, violencia entre sobrevivientes, racionamiento y búsqueda de alimento, escenas gore (no excluyente pero deseable), etc. Una posible ecuación sería algo así como REC + Zombieland – Zombies = Fase 7. De la primera podemos tomar el lugar físico, vecinos de un departamento en cuarentena luchando por sobrevivir. De la segunda podemos tomar el tono, algo así como una comedia hecha y derecha dentro de un ecosistema atroz (¿Yayo sería Woody Harrelson?), una de terror/comedia si es que ese género existe. En este caso sin zombies en escena, pero esto no le impide a Nicolás Goldbart, su director, agregar algo de gore y sangre. No necesita valerse del zombie para justificar la violencia desmedida (total ya estaba muerto) sino que lo hace entre vecinos vivos que reaccionan ante el miedo ¿Miedo a qué? Miedo a una enfermedad que se expande, miedo ante un televisor que repite incansablemente, como si fuera una música de fondo en loop, las medidas de seguridad para no contagiarse, y que incluso limita las normas mínimas de cortesía, como puede ser el saludo (¿Alguien dijo Gripe A? Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia), miedo al otro; ese otro que en situaciones de riesgo, cuando el individualismo se acentúa y solo importa la supervivencia, se convierte en bestia. Pero la palabra "otro", en realidad, es un grupo muy grande, engloba a demasiadas personas; dentro de ese enorme grupo se encuentran no solo las bestias, sino los que nos van a ayudar a sobrevivir, solo hay que saber reconocerlos. Coco (Daniel Hendler) encuentra en Horacio (Yayo) ese otro que lo va a salvar. Parece que no todo está perdido finalmente. El género vuelve al cine argentino, ese género que no es muy común en estas pampas. Bienvenido sea entonces, esperemos que esta sea la primera de muchas más, tanto para el cine argentino como para la carrera de Nicolás Goldbart.