El ejecutivo ideal. Con todas las condiciones del triunfo en sus manos. Efectividad, carisma, brillante discurso y cierta frialdad muy valorada en las altas esferas industriales. Así es Alain Vaclaire, el CEO ideal de una empresa de automotores de primera línea. Alain no sabe de tiempos de diversión, de la familia o la intimidad. Su meta es la empresa. Hasta que un día, lo imprevisto ocurre y desmoronado en el piso, el todopoderoso señor no es más que una de las tantas víctimas de un accidente cerebrovascular. El futuro es una incógnita. Memoria y lenguaje son los afectados. El filme de Hervé Mimran se nuclea alrededor de la relación que se establece entre la fonoaudióloga encargada de la rehabilitación (Leila Bekhti) y el difícil paciente (Fabrice Luchini), que intenta recuperar todo lo que la gran empresa necesita de sus empleados. UN CASO PARECIDO No hace mucho tiempo la cinematografía entregó temas parecidos también basados en temas reales que se convirtieron en éxito. "Amigos por siempre" con Bryan Cranston (el de "Breaking Bad" como el aristócrata corso impedido), se convirtió en éxito basado en la versión original francesa y tuvo su réplica en una encantadora comedia argentina con Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna. Claro que aquí la parafernalia de recursos para mejorar al protagonista no es tan alucinada y divertida como la empleada por de la Serna. Leila Bekhti como la fonoaudióloga hace lo que puede para instrumentar técnicas de recuperación y las respuestas de monsieur André constituyen lo más divertido de la película (aunque las más penosas si las vemos sin la cuota de humor) con la aparición de ese metalenguaje que aspira a ser entendido. Humor negro, pero humor al fin. Inspirada en el caso real de Christian Streiff, un importante ejecutivo francés que manejaba una empresa internacional de 200 mil empleados y que sufrió el mismo accidente en 2008 e intentó ocultar su enfermedad por varios meses a su empresa sin conseguirlo, el filme replantea temas eternos. La valoración de la vida, la importancia de los afectos, la confianza en sí mismo, la frialdad capitalista. Con un desarrollo previsible, André recuperará el afecto de esa familia olvidada por el trabajo y el afecto de una profesional que valora sus esfuerzos y sus ganas de vivir. Todo muy básico con un guión nada creativo que un gran actor, Fabrice Luchini, el Fouché de "El emperador de París" con su dominio dramático y humorismo fino, logra sacar adelante.
Novena película de un creador. Quentin Tarantino construye un filme diferente y sin embargo, absolutamente personal. "Perros de la calle", "Kill Bill", "Pulp Fiction", "Bastardos sin gloria", "Django sin cadenas", "Los ocho más odiados" son quizás los más exitosos de su geografía cinematográfica. Un mapa en que se mezcla la violencia, el humor, la locura y la imaginación desbocada. Un poco de todo esto tiene "Había una vez...en Hollywood", con ciertas luminosidades no tan habituales en el estilo del director. Aquí la evocación se llama Los Angeles 1969, con un Hollywood donde los sistemas industriales cinematográficos están listos para cambiar, la Edad Dorada se está oxidando y sus protagonistas, actores, directores están dejando de ser. Así, Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), un exitoso actor televisivo, hasta ahora "el héroe" de las series de moda inicia la carrera al descenso y su doble Cliff Booth, "demasiado buen mozo para ser doble", como dice alguien y con el halo siniestro de haber matado a su mujer, indudablemente deberá desaparecer. Tiempo de hippies en el que Dalton no parece acomodarse en la feria del western con sus protagónicos clase B. Con ese desparpajo visual y su tarantinesco entusiasmo musical, "Había una vez...en Hollywood" brilla al compás de "California Dreaming" y es capaz de desbordar emoción con la famosa vecina de Dalton y Booth, Sharon Stone (la expresiva Margot Robbie). La modelo y actriz, esposa del director de "El bebé de Rosemary", Roman Polanski, tendrá una fama que sólo la necrofilia pudo imaginar, lograr una publicidad infinita como una de las víctimas del "Clan Manson", esa aberración que nace en el momento de la "la paz y de la flor". INGENUIDAD Mixtura de estilos, con antinomias imposibles, como las escenas en el cine y la llegada de parte del clan Manson. Pocas veces una secuencia de emoción e ingenuidad, donde la Stone se ama tiernamente al verse en una película, contrasta tanto con el salvajismo apocalíptico de la secuencia de la llegada del "clan Manson" a la casa de Rick Dalton. Pisadas de estilo de un director original, capaz de desencadenar la carcajada y la violencia, como la pelea de Bruce Lee (escena de Mike Moh) y el doble de riesgo. O hacer aparecer y desaparecer homenajes a series ("El FBI", "Mannix") con personajes típicos, el agente de prensa Schwarz (notable Al Pacino) o su esposa, la Brenda Vaccaro que conocimos en "Perdidos en la noche" de John Schlesinger. Aquí hay que detenerse. "Había una vez...en Hollywood" es un filme sobre la memoria y "Perdidos en la noche" ("Midnight Cowboy") de John Schlesinger es indudablemente un referente directo del recuerdo de Tarantino, porque Joe Buck (Jon Voight), uno de sus protagonistas es un antecedente de Rick Dalton. Aquél era un vaquero texano que llegaba a Nueva York a triunfar como gigoló, Dalton llega a Los Angeles para vivir para siempre como "héroe inexpugnable" del micromundo de las series. Uno y otro se dan cuenta que todo es diferente, que nada es para siempre. Arriesgada película en los 55 años de un creador. Una inmersión en profundidad con los fantasmas de toda la vida. Esta vez con la revelación como pareja de los increíbles Brad Pitt y Leonardo di Caprio, mágica unión de dorados conductores de un mundo de fantasía.
Un hombre solo que camina en la ruta barrosa. El perfil de una chica joven despertándose en lo que parece ser un humilde cuarto de una zona rural. Lo que viene describe el contexto. Ella y su rutina. Las tareas de la casa, la costura, las idas al médico que controla su embarazo. Lo sabremos porque el hombre de la ruta sería la pareja de la chica, que la llama desde donde está, un hotel en la ciudad. Poco a poco se va armando la historia de dos seres separados por la necesidad de ganarse la vida. Día a día, las acciones se repiten. Alguna salida en camioneta con chicas que como ella no son de hablar, lecturas bíblicas en casa de una mujer evangélica y algo así, como el consuelo de saber que hay un Dios que las puede proteger de todo mal. Afuera, la naturaleza en una mostración tan austera como lo cotidiano. Ese manto que recubre la angustia de la mirada de la chica sola frente a las velas que se prenden a la noche, rodeadas de santos y vírgenes en la mesa chica de la casa. OTROS TIEMPOS Filme mínimo en el conteo de situaciones básicas, de tendencia a las sombras más que a la luz, como una constante de lo que va copando la mente. Ese tipo de películas de ritmo cansino, donde las palabras se quedaron dentro de cada uno y donde todavía existen las cartas y se espera la llamada del teléfono público en el almacén del pueblo. Otros tiempos, otros espacios. La película fue rodada en Primer Ingenio Correntino, un pueblo de la Corrientes interior, lejano y solitario, con una atmósfera que recuerda a "Sudeste", de Haroldo Conti, o algún relato de Saer. "El llanto" es la ópera prima de Hernán Fernández, un director de poco más de treinta años. Su composición narrativa es cuidada, densa, y algún fuego exterior o la ropa secada al sol son acciones que repiten actos que nunca cambian y arman una trama tan compacta como rutinaria. Una simetría cinematográfica que puede despertar cierto tedio, sólo conmovido por un final que -también simétricamente- explica sin palabras la solidez de los sentimientos compartidos.
Reaparecen en pantalla los célebres pájaros isleños que provocaron el entusiasmo universal de los más chicos, luego de su irrupción como videojuego hace no más de diez años. Surgidos de la Universidad Tecnológica de Helsinki en 2003, tres estudiantes finlandeses iniciaron este fenómeno, valorado hace menos de tres años en 1.000 millones de dólares y que ahora se conoce como la franquicia de los Angry Birds. Red, el pájaro malhumorado de la primera parte de la serie, sigue teniendo pocas pulgas y las cejas pobladas. Está considerado como héroe por su victoria contra los cerdos invasores que se comían los huevos de la Isla de los Pájaros. Su amigo Chuck siempre lo acompaña (es amarillo y sería un canario), mientras que Bomb, otro pájaro (pero negro), integra con ellos una pequeña pandilla. La novedad en la historia es que los cerdos tratan de aliarse con sus ex enemigos porque sufren ataques con extrañas bombas de hielo llegadas de una tercera isla. El caso es que se desencadena una guerra contra otros pajarracos (suerte de águilas) de la isla enemiga que quieren apropiarse de las dos islas con sus habitantes. Entre pequeñas artimañas de infiltración (un poco tontas la mayoría, sólo la del baño destaca), espionajes varios y la ayuda de los cerdos, que tienen cierta habilidad tecnológica, se desarrolla la historia. Paralelamente, hay otros polluelos (deliciosos) que andan por el agua, entre las islas, tratando de rescatar a sus hermanos no nacidos aún (unos rozagantes huevos). EMPODERADAS En síntesis, nada nuevo, un poco denso y largo todo, con muchas alusiones a ritmos de moda o géneros exitosos como los de los superhéroes o los de James Bond, con algo de rap y break dance. A diferencia de la primera de la serie, tan clara en su narrativa y organizada en su desarrollo, ésta opta por lo caótico, la evocación y hasta el tema del empoderamiento femenino con Silver (una dulce patita) y una desagradable Zeta al frente de la Isla del Hielo y de los atacantes. Los pajarracos, y los pajaritos especialmente, siguen atrayendo a los más chicos y el mensaje de integración y solidaridad es válido. Aunque la reivindicación feminista hace agua con una Zeta desmelenada, que pareciera haber armado todo solamente para compensar una desilusión amorosa.
Tranquilos habitantes de Alsina, donde nacieron, los Perlassi tienen un sueño. Transformar "La Metódica" en una fuente de trabajo para el pueblo. Esa desactivada acopiadora de granos puede convertirse en un verdadero proyecto comunitario. Y cómo no considerar comunitario un emprendimiento que une a un anarquista, el viejo Fontana (Luis Brandoni), con Carmen, exitosa propietaria (Rita Cortese), un auténtico proletario de nombre Medina (Carlos Belloso) y muchos vecinos más. Gente que aporta sus ahorros para crear la cooperativa que manejará la acopiadora. Pero la trampa es la fecha: estamos en 2001, todo va a parar al banco del pueblo y el corralito con su incautación de ahorros permitirá que sinvergüenzas como el gerente y el abogado del banco, con engaños, se conviertan en los nuevos dueños de ese dinero que no es suyo. Y es entonces que, fortalecidos por la desgracia, con el recuerdo de la mayor impulsora del proyecto, la esposa de Perlassi (la estupenda Verónica Llinás), se decide la revancha de los perdedores y el triunfo sobre la injusticia. El plan, cercano a lo imposible, combinará el ingenio, el humor y el absurdo. LUJOSO PLANTEL Narrada en tercera persona, como en el libro de Sacheri en el que está basada ("La noche de la usina" es la tercera de sus cinco novelas adaptadas al cine), "La odisea de los giles" es una atractiva comedia. Con algunos toques dramáticos y abundantes secuencias de humor se logra la empatía del público con los "perdedores" y que todos participen de ese "robo por la justicia" que organizan los vecinos. Lo mejor de la película, los actores, muy bien elegidos para cada papel (el Perlassi de Darín, que trabaja con su hijo Chino Darín, o el anarquista de Brandoni. Pequeña tragicomedia en la que el corralito de 2001 reaparece como un simple disparador de otra estafa, "La odisea de los giles" rehabilita a los perdedores y tiñe la narración con un color cálido y disparatado que lo hace entrañable. Ciertas momentos no desarrollados lo suficiente o alguna que otra obviedad se pierden ante tal plantel de actores y un ritmo ágil que aprovecha para colarse entre los altos decibeles de la música de Babasónicos, Divididos o el inolvidable Spinetta.
Si se alude a la íntima relación entre la ideología y el cine no puede dejar de destacarse la presencia del director Nanni Moretti ("Caro Diario", "Aprile", "La habitación del hijo"). Por eso su aparición al frente del proyecto del documental "Santiago, Italia" se manifiesta como una vertiente más de su actitud militante. La película es un verdadero fresco de lo que ocurrió a partir del golpe de Estado de 1973 en Chile, que termina con la presidencia de Salvador Allende y que intentaba, según palabras del propio Moretti, ""un experimento de socialismo democrático"". "Santiago, Italia" es un verdadero caleidoscopio que reúne material de archivo de la época y testimonios de sobrevivientes del drama. Imágenes poco conocidas del bombardeo de la sede de gobierno, la posterior locura del Estadio Nacional con una cifra que rondó los 40.000 detenidos políticos, y las confesiones de las víctimas preceden al núcleo de la narración, el papel de la embajada de Italia en Chile, que salvó a más de 250 presos políticos dándoles asilo en su sede. Si la impresión se mantiene con el material de archivo, la riqueza de los testimonios asombra, porque abarca desde la visión realista de un sobreviviente del estadio como Patricio Guzmán (fragmentos de su película, "El primer año" forman parte del filme), pasando por el testimonio de represores o la de una madre que temió perder su pequeña hija, lanzada (afortunadamente con éxito) hacia el jardín de la Embajada de Italia en Chile en un desesperado intento de refugio final. LOS OPUESTOS El dramatismo de los reportajes (nunca se ve a Moretti preguntando, salvo su breve y filosa aparición con un represor prisionero) abarca el verdaderamente emocionante de un ex prisionero del Estadio Nacional, evocando sin nombrarlo al arzobispo Silva Henríquez, gran defensor de los derechos humanos, que mantuvo una actitud de valentía extrema durante el gobierno de Pinochet e intentó, antes del golpe, todo tipo de conciliación entre los extremos. La profunda emoción que impide a un ateo (el sobreviviente) casi pronunciar palabras por la admiración y respeto por un religioso que cumplió dignamente su misión, habla de las posibilidades de diálogo entre opuestos. Como fondo y trasfondo abruma el escepticismo de Moretti frente a la actual Italia pragmática y lejana a veces a cierta solidaridad, tan diferente a aquella que albergaba seres humanos en desgracia desafiando un exterior político inmanejable. "Santiago, Italia" reaviva la polémica universal que enfrenta una actitud de integración y solidaridad, cada vez más lejana en el mapa internacional con las nuevas contingencias de un milenio conflictivo.
Esta vez el escenario es rural. Hay un chico, hijo del dueño de una estanzuela, que, siendo adolescente, no puede dejar de acosar al hombre que lo inició sexualmente: un cura. El sacerdote que atiende comedores suele abusar de algunos de los jóvenes asistentes. Otra vez José Celestino Campusano aborda temas polémicos con su particular estilo. Sin metáforas ni vueltas, acorde con el nombre de su productora, Cine Bruto. La película elige como tema los comienzos sexuales de Ariel, el protagonista, y el tema del abuso por parte del sacerdote. La seguidilla de relaciones con los peones de la propiedad, para escándalo de su padre, se desarrollan luego del abandono del sacerdote. Sin embargo, la actitud del padre del chico, que intenta reorientar su inclinación sexual, lo conduce a una serie de problemas con jóvenes vecinas de la zona, hasta que logra iniciar una amistad con una de ellas. Campusano esta vez muestra un mayor cuidado formal en su producción y esto se suma al buen manejo narrativo, especialmente del tiempo, que redunda en un ritmo ágil. Pero no puede evadir uno de los problemas clásicos de sus filmes, el desempeño de los actores (profesionales o no), que deslucen la puesta en general. La película no es lo mejor del director, se extraña la autenticidad de "Vil romance" e incluso algunos de sus protagonistas, totalmente identificados con el tema y los espacios utilizados. "Hombres de piel dura" es plana, con personajes sólo en blanco y negro, con diálogos que remedan ciertos excesos del lenguaje periodístico y abundan en lugares comunes. A esto se suma cierta moralina que molesta el desarrollo general del filme.
Es cierto que las "comedias geriátricas" ya tienen su lugar en la industria cinematográfica. Desde viejitos que planean un robo en represalia por las magras jubilaciones ("Un golpe con estilo") hasta veteranas amantes de la literatura que disfrutan de la lectura y arman su club ("Cuando ellas quieren"). Y ahora se agrega directamente el tema de los "resort de la tercera edad", que es el que elige Martha (Diane Keaton) para pasar sus últimos días luego de un diagnóstico complicado. Entre señoras de su edad o mayores que ella deberá acceder al mundo de las piletas climatizadas, las canchas de tenis y hasta los juegos de bolos de los veteranos. Pero como a Martha todo eso la aburre, después de liquidar su casa para poder pagar el resort decide cumplir su sueño: ser jefa de porristas. Con la amiga Sheryl y otras cómplices de aventura seleccionarán un team que sueña con competir en el mejor estilo, luego de las prácticas que Martha impone al conjunto. La directora Zara Hayes, que hacía documentales hasta filmar "Mejor que nunca", proyectaba una película deportiva, orientada hacia el mundo de las porristas. Pero desvió la atención hacia la ficción y luego de pensar en Diane Keaton ("Annie Hall: dos extraños amantes") y en un buen elenco, contrató a la coreógrafa Margaret Derricks, premiada varias veces y presente en las recordadas "Pequeña Miss Sunshine" y "Showgirls". Ella se ocupó de preparar a las actrices y logró la escena final que involucró a setecientos extras. PROS Y CONTRAS Que el filme es liviano, lo es. Que abunda en estereotipos, sí. Que su guion deja mucho que desear y los chistes sexuales se reiteran y no son nada luminosos, también. Pero a pesar de todo, Keaton, con su carisma y alegría de vivir, junto con Jacki Weaver y Pam Grier, no dejan de ser lo que son, primeras actrices. Y brillan a pesar del argumento, de las obviedades y de todo lo que se critique de este filme. Es que a pesar de tantos puntos en contra, la película, que no es para señores, ni para chicos o adolescentes, sólo para mujeres (si son mayores, mejor), recupera puntos. Y lo hace con muchas de esas veteranas que soñaron, desde un continuado, con Rock Hudson y envidiaron a Doris Day, desconocidos para la juventud que ama a Brad Pitt y envidia a Rihanna. Ellas se reconocen, de alguna manera, en los sueños simples o imposibles como éste de ser porristas, sueños en que se refugiaron muchas amas de casa que nunca pudieron frecuentar el resort "Sun Springs" de la película.
Un perro como el que todo soñamos tener y más. Así es Enzo, filósofo casi sartreano que sueña en convertirse en un hombre. Su dueño es un piloto de carreras de nombre Denny y el bueno de Enzo, ese prodigio de cuatro patas, lo acompañará en las experiencias de su vida, desde las carreras, su romance, el casamiento y el nacimiento de su hija. Sus reflexiones en que se asocia la ruta y la vida matizan una historia de buen ritmo, llena de fuerza y encanto. "Mi amigo Enzo" está basada en "El arte de competir bajo la lluvia", best seller de Gerth Stein, profesor de literatura, escritor y piloto que dejó su afición a la competencia automovilística luego de un accidente grave que le ocurrió bajo la lluvia. El filme de Simon Curtis ("Adiós, Christopher Robin", la del delicioso osito de ese nombre; "Mi semana con Marilyn", vista en tevé hace poco tiempo) se mete al público en el bolsillo. Una, porque es difícil sustraerse al encanto de un animal, en este caso un perro y, para más datos, con la voz de Kevin Costner. Y otra, por no dejar de ponerse al lado de sus jóvenes y lindos protagonistas, Ventimiglia y la chica Seyfried ("Mamma mía", "Diario de Julieta"). En algún momento recordamos "La razón de estar contigo", aquella de perros y reencarnaciones dirigida por Lasse Hallstrom y, por supuesto, el caso real de Hachiko de la estación de Shibuya en Tokio (inmortalizado con una estatua) y la fidelidad hacia el dueño. Pero sin lugar a dudas, uno se obnubila con las sabias reflexiones de Enzo y las comparte mientras se toma todo el sol de las rutas y los bellos paisajes. Buen trabajo formal. Lo convencional se va de vacaciones o se esconde sutilmente en medio de tanto amor y amistad entre hombres y perros.
Otra de "Rápidos y furiosos", y van... La clásica franquicia entra en un nuevo siglo en su calidad de spin off (historias surgidas de una obra ya existente). Los personajes que componen el núcleo central de la saga, como recuerdan los fans, son Luke Hobbs (Dwayne "La Roca" Johnson), aquel musculoso miembro de los Servicios de Seguridad del Cuerpo Diplomático de Estados Unidos, y Deckard Shaw (Jason Statham), ex miembro del cuerpo de Ejército Británico, que una vez fue encarcelado por Hobbs por su condición de mercenario. La dupla, esta vez ayudada por la hermana de Deckard, la rubia Vanessa Kirby, ex agente del M16, debe olvidar sus diferencias y enfrentar a un tercero en discordia. Acorde con la época actual, el nuevo enemigo, Brixton Lore (Idris Elba), es un modificado genéticamente que con sus cualidades de superhéroe excede cualquier intento común de defensa y es portador de un virus mortal capaz de hacer desaparecer la Tierra en cuestión de minutos. Y por supuesto, los únicos capaces de enfrentarlo son Hobbs y Shaw, que deberán tratar de moderar sus diferencias para sumar poderes entre despliegues de kick boxing y taekwondo. HUMOR Y EFECTOS "Rápidos y furiosos: Hobbs and Shaw" entrega lo que sabe hacer mejor, toda la acción y la desmesura iluminadas por ráfagas de humor. Las peleas más exageradas, los golpes con consecuencias imposibles, el helicóptero que parece desafiar a los rascacielos entre los que se escapa, las bajadas absurdas del piso cuarenta como si fueran cómodos toboganes. Todo puede pasar en la película de David Leitch ("Deadpool 2"), hasta encontrar al luchador profesional Joe Anoa (destacado en futbol americano) en el papel de hermano de Luke Hobbs. Claro que el parentesco no es tan lejano. Dwayne "La Roca" Wayne, que hace de Hobbs, es en la vida real primo de Joe Anoa, que figura en los créditos como Roman Reigns, su nombre de competición en lucha libre. Persecuciones, acrobacias varias jugadas por Hobbs ("una lata de golpes", como se presenta a él mismo) con su amigo-enemigo Shaw, más una buena cuota de efectos especiales y un ritmo a toda máquina, resultado final de un spin off de impecable trazo formal.