MI GRAN CASAMIENTO CHINO Acá la jodida, es la familia del novio. Si todavía quedaban dudas, este 2018 terminó de demostrar que la “representación importa” cuando se trata de historias cinematográficas y su relación con el público. Sí, fue durante este mismo año que “Pantera Negra” (Black Panther, 2018) rompió todos los récords de taquilla del cine superheroico, y fue también en el que esta dramedia romántica se convirtió en un éxito rotundo durante el verano yanqui, siendo también la primera producción que se estrena de un gran estudio hollywoodense con un elenco mayoritariamente asiático, ambientada en la modernidad, desde “El Club de la Buena Estrella” (The Joy Luck Club, 1993). ¿Por qué tanta alharaca? PORQUE LA REPRESENTACIÓN IMPORTA y ya no hay vuelta atrás para poner excusas. Jon M. Chu no es un realizador con títulos imponentes, pero aportó su granito de arena al mainstream cinematográfico con “Nada es lo que Parece 2” (Now You See Me 2, 2016) y “G.I. Joe: El Contraataque” (G.I. Joe: Retaliation, 2013). El tipo también tiene experiencia acumulada con varios musicales que, suponemos, le ayudaron a manejar la parafernalia de esta historia que nos lleva a un mundo casi fantástico o, al menos, a uno que sólo podemos imaginar en nuestros sueños más salvajes. Peter Chiarelli y Adele Lim son los guionistas encargados de adaptar la novela homónima de Kevin Kwan, la historia de Rachel Chu (Constance Wu), una joven e inteligentísima profesora de economía de la Universidad de Nueva York, que tras un año de relación está dispuesta a viajar a Singapur para la boda del mejor amigo de su novio, Nick Young (Henry Golding), y de paso conocer a su familia. Hasta ahí “Locamente Millonarios” (Crazy Rich Asians, 2018) comparte gran parte de su argumento con una infinidad de películas, pero resulta que los Young no son cualquier familia, y la noticia de que el heredero de un emporio inmobiliario multimillonario anda enseriado con una señorita, llega más rápido a los oídos de su madre, que lo que Nick trata de explicarle a Rachel su complicado estatus económico. Ella, norteamericana y asiático descendiente, hija de una madre inmigrante que nunca terminó los estudios y llegó a Estados Unidos huyendo de la miseria de su país de origen, no está muy al tanto del mundo de los bienes raíces, mucho menos del jet set internacional, y tarde se desayuna con que su enamorado es bastante más famoso de lo que pudiera imaginar. Una vez en Singapur, y ya en medio de los preparativos de lo que parece ser la boda del siglo, Rachel tiene el primer encontronazo con los Young y entiende, desde ese momento, que no le cae nada bien a mamá Eleonor (Michelle Yeoh). No importa cuán inteligente sea, o cuanto la quiera su hijo, Chu es una “plebeya” que nunca va a lograr encajar con los estándares de la familia, y mucho menos entender el papel que Nick juega en el futuro de esta dinastía. Todo puede resultar muy “Capuletos y Montescos”, o una historia plagada de lugares comunes, pero “Locamente Millonarios” trasciende muchos de esos clichés y se mete de lleno en un universo totalmente ajeno al nuestro, incluso más frívolo y estrafalario que cualquier reality ambientado entre los platudos de Beverly Hills. Esto es parte de otra liga, y como Rachel, no podemos dejar de maravillarnos por los paisajes y los lujos de Singapur, las excentricidades de estos “asiáticos locos y ricos”, y ciertas costumbres que chocan, incluso dentro de la propia comunidad. Acá vendría a sonar “Everyone's a little bit racist” de Avenue Q, claro que más enfocada en billeteras y árboles genealógicos. No importa que Rachel sea maravillosa e independiente, sin la aprobación de mamá y, aún peor, la abuela, no hay romance que valga. Mientras los preparativos del casorio de Colin y Araminta revolucionan al continente, a Rachel le toca lidiar con Eleonor y el resto de los Young, que van a convertir su estadía en un infierno. Claro que no está sola, Goh Peik Lin (Awkwafina), compañera de la universidad, le hace el aguante y la pone al día con las costumbres locales; pero también tiene el apoyo de Astrid (Gemma Chan), prima de Nick, que debe hacerle frente a sus propios problemas familiares. “Locamente Millonarios” es una historia moderna que mezcla las tradiciones milenarias de esta cultura –temas como la comida y el traspaso de las costumbres, con los que cualquiera nos podemos identificar-, con todas las comodidades y miserias del presente. Sí, hay una historia de amor y decisiones que pueden alterar la vida de muchos, para bien y para mal, pero lo más importante e interesante son las relaciones que se establecen entre todos estos personajes diferentes, y el papel que se le asigna a la mujer en esta sociedad en particular. Eleonor, Astrid y tantas otras se nos presentan como mujeres poderosas que, además, deben velar por el bienestar y el qué dirán de sus familias. Son las caras más visibles de la sociedad, pero también las que muchas veces abandonaron todo para ponerles el hombro a sus más que exitosos maridos. Las tradiciones nada tienen que ver con esto, y los realizadores se concentran en destacar que los cambios coyunturales que se viven en el mundo no les son ajenos, y que cada una de ellas eligió el camino más conveniente. De ahí, que la película no sea solamente una historia de “amor prohibido”, llena de enredos y momentos tiernos entre los enamorados. Rachel y Nick están en el centro, sí, pero su romance es la excusa perfecta para examinar un montón de cuestiones sociales que trascienden cualquier tradición y comunidad. La mayoría del tiempo la historia es hilarante, sobre todo cuando se trata de Peik Lin Goh y su familia, pero “Locamente Millonarios” también le deja su lugarcito a los discursos feministas, y es ahí donde la termina clavando en el ángulo. Jon M. Chu aprovecha todos los escenarios de la región, entre paradisiacos y futuristas (¿esos edificios son reales?), para terminar de delinear este “cuento de hadas” y poco y nada tiene que ver con la Cenicienta, pero mucho con el rol de la mujer en la actualidad, y más aún en sociedades tan estrictas. Su puesta en escena es espectacular, vestuario y casorio incluidos, pero son las actuaciones las que humanizan una historia que, de otra manera, podría caer en demasiados convencionalismos. Wu y Yeoh se sacan chispas cada vez que se cruzan en la pantalla, representando dos estilos diferentes y dos generaciones que deben aprender la una de la otra. Esta vez, la historia se enfoca en los chinos (aunque podría aplicarse a cualquier comunidad), dejándonos espiar sus costumbres, que son tan parecidas y diferentes a las de muchos de nosotros. LO MEJOR: - Una historia que, a pesar de las frivolidades, nos engloba a todos. - Para bien o para mal, son las mujeres las que llevan adelante este relato. - Wu, Yoh y Chan son lo todo. LO PEOR: - Que de a ratos se deja llevar por los convencionalismos. - No nos da el presupuesto para vivir la vida de estos muchachos.
LOBO, ¿ESTÁS? No es bueno que el hombre (prehistórico) esté solo. Kodi Smit-McPhee -el nene de “La Carretera” (The Road, 2009)- pegó el estirón y es el protagonista (humano) absoluto de este relato épico que nos lleva al territorio europeo de hace unos 20 mil años atrás. Albert Hughes se separa de su hermano Allen -los Hughes Brothers de historias como “Desde el Infierno” (From Hell, 2001)- para dirigir esta aventura de “iniciación” y amistad entre hombre y bestia, con un dejo de mensaje ecológico. Keda (Smit-McPhee) es el hijo de Tau (Jóhannes Haukur Jóhannesson), líder de la tribu que se ganó su lugar en la próxima cacería de la gran bestia, actividad riesgosa y necesaria que mantiene a los hombres y mujeres más capaces alejados de los suyos, pero indispensable para la supervivencia de todos durante las épocas más heladas. El camino es largo y otras tribus se unen a la cacería, Keda todavía debe aprender varias cosas para, el día de mañana, sustituir a su padre, además de sobreponerse a unos cuantos de sus miedos. El primer encontronazo con los bisontes resulta una catástrofe, y tanto Tau como el resto, terminan abandonando a Keda, tras darlo por muerto. Pero la voluntad del pibe es más fuerte que sus heridas y los elementos. Lo primero es recuperarse, y lo segundo, encontrar el largo camino a casa, marcado por las señales y las enseñanzas de los ancestros. La intemperie está llena de peligros, entre ellos, una manada de lobos que pretende sorprenderlo. Keda logra herir a uno de ellos, pero no tiene el coraje para matarlo. En cambio, tratará de curar sus heridas y ganarse su confianza. Así, estos dos enemigos naturales buscaran la forma de sobrevivir y regresar con sus respectivas familias antes de que la nieve lo cubra todo. Hughes nos lleva de paseo por esta lección de antropología, un vistazo a la vida del hombre del paleolítico que domina ciertas herramientas y conocimientos astronómicos (ponele), pero que todavía no había domesticado a las fieras. Por ahí, viene la historia de “Alfa” (Alpha, 2018), como Keda decide denominar a su nuevo compañero de viaje, un relato que se mete de lleno en esta relación, no tan distinta a muchas de animalitos que ya hemos atestiguado. La novedad pasa por el setting y esta decisión que va a cambiar la existencia humana para siempre porque como bien dice el dicho: “No es bueno que el hombre esté solo”. Kodi Smit-McPhee y su compañero peludo (Chuck) son el alma de este relato que rescata el viaje iniciático que debe hacer Keda, no sólo para sobrevivir, sino para demostrar su pasta de líder. La relación con el canino es tierna, por momentos peligrosa, y divertida, ya que ambos deben aprender del otro, un pasito a la vez. El paisaje y los elementos (aunque sea Canadá y no la Europa prehistórica) se convierten en otro protagonista de esta aventura donde el héroe debe poner toda su voluntad a prueba para encontrar el camino de regreso con los suyos, y todo ese coraje un poco menoscabado por la sombra de su padre y esa primera cacería fallida. Hughes, ante todo, pone el acento en la dupla y en la creciente relación que se va gestando. Acá no se trata de un perrito extraviado, así que el instinto salvaje del lobo juega un papel importante, pero también el instinto salvaje de Keda, que no se va a dejar amedrentar por unos cuantos colmillos y esa actitud desafiante. “Alfa” gana desde los visual, una fotografía que mezcla escenarios reales con muchos efectos digitales que nos transportan derechito a una era cruel y desolada que no tiene compasión ni por los humanos, ni los animales, expuestos a altas temperaturas, el ataque de otras bestias, y la misma tierra cambiante con sus volcanes y erupciones. Mucho CGI cuando se trata de mamuts y otras criaturas, aunque no siempre el resultado es positivo. El realizador termina creando una buena atmósfera gracias a estos elementos, la actuación de Kodi Smit-McPhee y un lenguaje extraño, creado especialmente para la ocasión (bien ahí que el paleolítico no se chamullaba en inglés), pero en un punto la historia comienza a caer en algunos lugares comunes, y el desenlace se nos vuelve un tanto (bastante) predecible. Igual, hay lugar para una última sorpresa, pero no para desarrollar los personajes o el futuro de la tribu, más allá de este punto, algo que hubiera sido interesante. “Alfa” es una aventura “familiar” hecha y derecha, centrada en esta relación entre humano y animal de la que siempre aprendemos y rescatamos algo positivo, y que ya forma parte de un subgénero específico de películas. No aporta mucho desde lo visual o lo narrativo, pero cumple mínimamente con lo que promete y entretiene, si uno no es tan exigente con el argumento. LO MEJOR: - La dupla protagonista tiene química. - Esos paisajes ayudan. - La banda sonora de Joseph S. DeBeasi y Michael Stearns. LO PEOR: - Esta historia ya la vimos varias veces. - ¿Es necesario poner a Morgan Freeman de narrador en todas partes?
HASTA LA CIMA NO PARAMOS A nosotros no nos pegó el amor. Qué cosa rara cuando al resto de los mortales les encanta una película y uno también espera caer en ese influjo. Qué decepción cuando esto no pasa, obligándonos a preguntarnos es un problema nuestro (¿tendremos algún cosito roto?), o si el hype que se genera alrededor tiene más peso que los gustos personales. Este es un planteo para otra ocasión, pero le cabe muy bien a “Nace una Estrella” (A Star Is Born, 2018), la ¡cuarta! remake de esta historia romántico musical que se viene repitiendo desde el año 1937. Tras varias idas y vueltas, y los desplantes de Clint Eastwood, Beyoncé y tantos otros, Bradley Cooper tomó la posta y se plantó detrás de las cámaras para su debut como realizador. También, agarró el protagónico masculino como Jackson Maine, el músico famoso, baqueteado y alcohólico que encuentra un poquito de luz en la voz celestial y las letras de Ally Campana (Lady Gaga), joven y talentosa aspirante a artista cuyos sueños se venían apagando. Tras descubrirla en un club nocturno, Jack queda hipnotizado, no sólo por el carisma de la chica, sino porque ve en ella una continuación de sus propias ambiciones y anhelos musicales que, seguramente, se fueron perdiendo con los años de giras, grabaciones y demasiados vicios. La conexión es inmediata, y antes de darse cuenta, Ally ve como se empiezan a concretar sus sueños cuando Jack la invita a uno de sus conciertos y a interpretar juntos una de sus canciones sobre el escenario. El éxito del “dúo”, y el amor, llegan al mismo tiempo, tal vez demasiado rápido para la trama, pero esta es una historia harto conocida y (algunos) ya sabemos por dónde viene la mano. Lo que queda son más de dos horas de película (dos horas y pico que se sienten demasiado) donde la parejita va a luchar por mantener el amor y las convicciones a flote, en medio de las presiones de la industria, la fama inesperada, los celos y las constantes recaídas de Maine que, además, está perdiendo su audición poco a poco. Cooper, que también metió mano en el guión -junto a Eric Roth y Will Fetters-, la producción y la composición de los temas musicales, hace un gran trabajo desde la silla del director en cuanto a captar la vertiginosidad del mundillo musical y las performances en los escenarios. Nadie puede negar su talento actoral, aunque acá cae en demasiados estereotipos, ni la facilidad con la que Gaga logra deslumbrar con cada interpretación de una banda sonora 100% original para este film, de la cual también ella también es responsable. Lo de su actuación es un tanto más debatible y no importa cuánto lo intente, sus caritas sin maquillaje no llegan a conmover cuando el argumento más lo requiere. El principal problema de “Nace una Estrella” es su cadencia, la falta de química entre los protagonistas y una trama demasiado fantasiosa en principio que, al poco tiempo, empieza a chocar con el drama irrefrenable. En los primeros veinte minutos atestiguamos un cuento de hadas donde todo es rosas y “vivieron felices para siempre”, demasiado inverosímil para el planteo de film que no tarda en cambiar de rumbo. Cooper arranca bien arriba, se apura a sentar las bases de esta historia y el romance, y luego mete todas las canciones y numeritos musicales imprescindibles para que se destaque su estrella femenina… y para vender montones de CDs de la banda sonora, obvio. Ahí es donde más sufre el argumento, y los personajes, cuyas actitudes se empiezan a contradecir con el primer acto. Se entiende que, ante todo, esto es un romance musical, más precisamente una “jukebox movie” -una película que se afirma en su banda sonora sin ser un musical propiamente dicho-, y no deberíamos esperar ningún tipo de análisis o crítica sobre el mundo del espectáculo y las exigencias (y diferencias) cuando se trata de intérpretes masculinos y femeninos. En un punto (mejor dicho, varios puntos) el planteo flota en el aire, pero los guionistas desaprovechan esta oportunidad de sumar un poco de reflexión sobre un tema que sigue muy vigente hoy en día, a pesar de la igualdad de la que tanto se jacta la industria. Seguramente, la historia de amor no me haya convencido demasiado y es ahí donde se caen el resto de las estructuras. “Nace una Estrella” no se sostiene más allá de los números musicales, más presentes en la historia que la relación y los conflictos entre Jack y Ally o, en su defecto, entre Jack y su hermano (y manager) Bobby, un siempre genial Sam Elliott que le agrega verdadera humanidad al relato, a pesar de lo breve y conciso de su papel. Por lo demás, esta remake esta recargada de momentos y personajes bizarros y desconectados que entran y salen de la trama, a veces como comic relief fallido (hablamos del padre de Ally), o el caso de Dave Chappelle como George Stone, músico y amigo de Jackson, que le tiende una mano cuando más lo necesita. Si vamos a ser sinceros, esta nueva versión del clásico de William A. Wellman no aporta mucho más que un contexto más moderno donde se destaca brevemente, y a grandes rasgos, el contraste entre los artistas “maduros” y los emergentes que deben vender su alma para alcanzar el estrellato. Y claro, una banda sonora que escucharemos hasta el hartazgo, o hasta que Gaga, Mark Ronson, Anthony Rossomando y Andrew Wyatt alcen la estatuilla dorada por “Shallow”. Listo, me voy a ver “Once” (2007) que, encima, es mucho más deprimente. LO MEJOR: - Cooper filma MUY bien. - Gaga haciendo de Gaga. - Y sí, la banda sonora. LO PEOR: - La química nula entre los protagonistas. - Lo chicloso y desbalanceado de la historia.
DE TERROR… “Scream: Vigila Quién Llama” (Scream, 1996) le hizo muy mal al terror porque, a partir de ahí, ya no podemos aceptar que los jóvenes protagonistas de este tipo de historias no conozcan las “reglas del juego” y sigan cayendo en todos los lugares comunes del género. ¿En serio? Pleno siglo XXI, toda la tecnología al alcance de un click, y estos personajes medio nabos siguen bajando/subiendo escaleras en la oscuridad después de escuchar ruiditos sospechoso. Está claro que las protagonistas de “Slender Man” (2018) nunca vieron una película de terror… ni sintieron miedo alguno al caminar por una calle/bosque/ciudad/vivienda oscura y terrorífica. Nos alegramos por ustedes chicas, pero sepan que este tipo de actitudes “despreocupadas” le quitan un poco (bastante) de credibilidad a cualquier relato. Hasta en la comedia más ingenua, las mujeres (y los hombres) no salen a la mitad noche a pasearse por el bosque más cercano. Estas son las historias fallidas que tanto desprestigian a un género que la tiene que remar para alejarse de los clichés y sorprendernos con sus personajes y argumentos. Por suerte, en los últimos tiempos la balanza se viene inclinando para el lado del bien con ositas como “¡Huye!”, “El Legado del Diablo”, “Raw” y “Un Lugar en Silencio”, que aportan originalidad, maestría y verdaderos sustos que, poco y nada tienen que ver con los clásicos ‘jump scares’ de manual. Los buenos realizadores buscan hacer la diferencia desde la narrativa, la coyuntura o, simplemente, con una película bien hecha. En el caso de “Slender Man”, ni podemos imaginar que quiso hacer el director Sylvain White, responsable de “The Losers” (2010) y de un montón de capítulos televisivos, cuando decidió adaptar este creepypasta -algo así como una leyenda urbana que surge de las páginas de la web- creado por Eric Knudsen. Sabemos que a Hollywood se le acabaron las ideas desde hace rato, y raspando el tarro encontraron estos mitos de Internet que podrán funcionar para asustar a algún adolescente que abre desprevenido un mensajito de texto, pero que hacen imposible sostener una hora y media de película. Es más, “Slender Man” podría haber funcionado mucho mejor como un episodio de media hora dentro de alguna antología de terror, pero llega un punto que la historia de White no avanza y se vuelve repetitiva, justamente, porque no sabe qué hacer ni con sus personajes ni con su criatura. Estamos en un pequeño pueblito de Massachusetts, Wren (Joey King), Hallie (Julia Goldani Telles), Chloe (Jaz Sinclair) y Katie (Annalise Basso) son cuatro súper amigas y compañeras de secundaria que sólo quisieran escapar de la monotonía del lugar y que, sin mucho más que hacer un viernes por la noche, deciden (con énfasis en deciden) invocar a Slender Man, una misteriosa figura humanoide y sin rostro (el flaquito pálido ese que aparece en los afiches) al que, según cuenta la leyenda, le copa secuestrar niñitos y traumatizar a aquellos que no se lleva. Una vez más, ¿por qué querrían invocar a semejante espectro? Muy al estilo de “La Llamada” (The Ring, 2002), las chicas ven un video por la web, con las instrucciones adjuntas, y listo, así dejan la puerta abierta para que esta criatura comience a acecharlas. Una semana después, Hallie comienza a experimentar extrañas pesadillas y alucinaciones, y durante una excursión escolar Katie desaparece sin dejar rastro. Claro que la mayoría del pueblo cree que se escapó o fue secuestrada, o es lo que suponemos, ya que no la buscan mucho que digamos. Para eso están sus amigas, que van a tratar de averiguar qué anda pasando, además de encontrar la manera de rescatarla. Se podrán imaginar que no tardan mucho en descubrir que todo tiene que ver con el dichoso video y Slender Man, que empieza a aparecer cada vez de forma más frecuente en sus visiones, llevando a cada una de las chicas al borde de la locura. Esto es básicamente “Slender Man”, una película donde las adolescentes son imbéciles a más no poder (elijan el cliché del género que más les guste que, acá, lo van a encontrar); donde los adultos brillan por su ausencia, es más, en el 99% de los casos ni hay un padre, tutor o encargado a la vista que se anime a preguntarle a su hija/alumna si le pasa algo; mucho menos una autoridad competente que investigue la desaparición. Todo recae en estas tres protagonistas que van a recurrir a la web (cuando no) y a un misterioso personaje que las va a guiar para que puedan ayudar a su amiga. Nota para los que están leyendo: esto NO se hace, siempre conviene acudir a un adulto responsable… claro que, como dijimos, no hay ninguno a la vista. A White no parecen preocuparle ni los lugares comunes que atestan su relato, ni las incongruencias, mucho menos los personajes y situaciones que van quedando inconclusos (o sin justificación) por el camino. Trata de darle una explicación a la criatura, anclarla en relatos míticos, pero cuando nada de esto funciona, inunda la pantalla con una parafernalia visual (un montón de imágenes estroboscópicas y sin sentido) que molesta más al espectador que a las víctimas de Slender Man. Triste que Ramin Djawadi se haya prestado para este mamarracho y no, ni su banda sonora (compartida con Brandon Campbell) ayuda a salvar una historia que, desde el primer momento, sabemos que da para fiasco. Mejor busquen el creepypasta original, seguro que algún susto les arranca. No es el caso de esta historia que cae en los lugares más elementales, incluso, desde sus movimientos de cámara. LO MEJOR: - Vamos a decir que la banda sonoro de Djawadi, aunque sea intrascendente. - Que si fracasa van a dejar de hacer estos mamarrachos. LO PEOR: - Si decimos TODO, ¿es mucho? - Bueno, todo. - Ok, la historia, los personajes, la criatura, etc.
EL ABRAZABLE HOMBRE DE LAS NIEVES Demoliendo mitos, un pixel a la vez. A simple vista, “Pie Pequeño” (Smallfoot, 2018) podría confundirse con una mala copia del abominable hombre de las nieves de “Monsters Inc.” (2001) y su precuela, pero no. Migo (en el original con la voz de Channing Tatum) no tiene nada que ver con el simpático yeti de John Ratzenberger, más allá de que ambos viven en el Himalaya y comparten especie de monstruito. Warner Bros. sigue sumando historias animadas a su catálogo, siempre con el ojo puesto en sus empáticos personajes, pero también en sus temas. Tal vez no sean las películas más taquilleras del mercado, pero historias como “Cigüeñas” (Storks, 2016) y esta de la que ya les vamos a hablar, resultan una grata sorpresa y una mirada diferente para los más chicos y los más grandes. Karey Kirkpatrick, un profesional consumado en esto de los dibujitos -guionista de cosas como “Pollitos en Fuga” y “Jim y el Durazno Gigante”, y director de “Vecinos Invasores” (2006)-, es el responsable de esta aventura digital basada en el libro “Yeti Tracks” de Sergio Pablos. Los yetis (no, nada que ver con Luke) viven felices en lo más alto del Himalaya, en una comunidad apartada de todo y regida por las reglas de las rocas, una serie de “preceptos” milenarios que todos siguen a rajatabla. Su aldea está ubicada por encima de las nubes en una montaña que flota (¿?), suspendida sobre la nada, más o menos como la Tierra estaba sostenida por cuatro tortugas gigantes, mucho antes de que Colón vinera a complicar las cosas. Sí, estas pacíficas y enormes criaturas se manejan por un pensamiento mágico que no contradicen, salvo algún que otro renegado que siempre le busca la quinta pata al gato. Pero Migo, no. Él sólo espera el turno de tomar el lugar de su papá como responsable de golpear el gong para que asome el sol y comience el día. Una tradición familiar que trae varios problemas de cabeza (literales), ya que es la parte del cuerpo más requerida para esta importantísima tarea. Migo falla en su primer intento y sale despedido fuera de la aldea, donde atestigua un accidente aéreo que lo cruza con la extraña criatura mitológica conocida como pie pequeño. Acá no hay ningún misterio, nos referimos a un simple y pequeñísimo humano que sale disparado de la montaña entre sustos y un paracaídas empujado por el viento. Atónito, Migo vuelve con los suyos a contarle las novedades, pero como ya no hay pruebas y los tratan de mentiroso, el yeto queda expulsado de la lugar con un destino bastante incierto. Pero entre los de su clase hay compañeros que le creen y, apoyados por la evidencia (objetos que fueron encontrando), deciden ir en busca de pie pequeño para probar su existencia. ¿El problema? Las rocas dicen que los pie pequeño NO existen y asegurar lo contrario implicaría que hay errores en esta milenaria sabiduría. ¿Se entiende? En esta comunidad no está bien visto ir en contra de lo estipulado y buscar la verdad por otros medios. Las dudas deben ser enterradas y apegarse a la rutina. Abajo, en un pueblito himalayo, Percy Patterson (James Corden) intenta recuperar a su audiencia. Este pseudo youtuber solía ser una personalidad de la tele que fue perdiendo popularidad, pero empezó con un propósito más altruista demostrando su amor por los animales. Hoy, todo se mide en likes y seguidores, y el encuentro con el piloto traumado que asegura haber visto al “abominable hombre de las nieves”, le va a dar la idea perfecta para romper la Internet con su próximo video. Se imaginarán que, tarde o temprano, los caminos de Migo y Percy se van a cruzar, desencadenando un revuelo en la aldea y, posiblemente, una revelación que cambiará la vida de todos para siempre. “Pie Pequeño” no juega a lo seguro cuando se trata de dar un mensaje (los mensajes). Obvio que va a ir por el lado de las diferencias, el choque de las especies (y los mitos) y quien es el verdadero monstruo en esta historia, pero también habla de la moral, la ética de trabajo, nuestra adicción a la tecnología y las redes sociales, y nos alienta a nunca dejar de perseguir la verdad, aunque esta esté escrita en piedra (literalmente). Claro que no viene a revolucionar el cine infantil, pero qué lindo que los peques (y los grandes) estén expuestos a un poquito de anarquía animada en épocas sociopolíticas tan convulsionadas como las que nos toca transitar. Los momentos más ñoños de la película (no olvidemos que el público principal siguen siendo los niñitos), seguramente, son sus numeritos musicales, algunos realmente graciosos, pero suelen romper el clima de la película. Claro que ayudaría tener a mano las voces originales, pero hay que conformarse con un doblaje bastante decente. Por lo demás, “Pie Pequeño” es divertida, súper entretenida para los más chicos de la mano de su “humor físico”, y no tiene necesidad de apelar al golpe bajo. Técnicamente, no tiene nada que envidiarles a monstruos como Pixar o Disney, sobre todo cuando vemos los pelajes y la variedad que existe entre los yetis. Cuando pensamos que todo ya está cocinado, Kirkpatrick y su codirector Jason Reisig, suman una vueltita de tuerca más, terminando de confirmar que las películas para chicos casi nunca toman el lado facilista. LO MEJOR: - Un abanico de mensajes súper interesantes. - El individualismo de sus personajes. - Que trata de romper los moldes. LO PEOR: - Esos numeritos musicales… - No es Disney, ni Pixar, ni tiene minions.
AL TOPE DE LA CADENA ALIMENTICIA El extraterrestre cazador está de regreso, sin Arnie, pero con más humor. Ponele. Los ochenta siguen siendo la influencia más potente a la hora del “rescate emotivo” y las remakes/secuelas/reboots/precuelas que llegan a la pantalla grande por estos días. Sin dudas, “Depredador” (Predator, 1987) reúne varios de los requisitos del cine de aquella época, cargado de violencia, súper acción, testosterona, héroes imposibles y un poquito de misoginia. Muchos de estos elementos quedaron atrás y ya no tienen cabida en la coyuntura del siglo XXI, de ahí que Shane Black –responsable de “Iron Man 3” (2013), “Dos Tipos Peligrosos” (2016) y los guiones de “Arma Mortal”- haya decidido revisitar este antro de nostalgia ochentera (ligada a su propia juventud y los comienzos de su carrera) para darle una vuelta de tuerca e impregnarle su estilo tan particular que mezcla la acción desbordada con la comedia. El mismo Black formó parte del elenco de la película original protagonizada por Arnold Schwarzenegger (siempre te recordaremos querido Rick Hawkins), así que no nos equivocamos al afirmar que es un cierre de ciclo para el realizador. Claro que ya no se trata de enaltecer la figura del militar todopoderoso y enfrentarlo con el alienígena de las rastas, pero lo que intenta también se queda por el camino. Shane vuelve a hacer dupla con el guionista Fred Dekker, amigo y colaborador desde siempre, para traernos una nueva aventura del extraterrestre que caza por deporte, presentando un argumento y personajes remozados, pero conectando con la información que ya teníamos de las entregas anteriores. Hay guiños por aquí y por allá, pero el director trata de hacer lo suyo sin repetir las fórmulas del pasado y sumar su aporte a este universo cada vez más extenso. Arrancamos con el francotirador Quinn McKenna (Boyd Holbrook) que, junto a su grupo de militares, intentan rescatar a un grupo de rehenes en medio de alguna “selva” latinoamericana. No muy lejos de ahí, se estrella una nave extraterrestre, cuyo ocupante pronto va a hacer contacto con este grupo comando. Ya se imaginarán que los humanos salen perdiendo y tras ver cómo despedaza a todo su equipo, McKenna logra incapacitar a esta amenaza, tomar algunas pruebas de lo que acaba de pasar y escapar de la escena ante la llegada de Will Traeger (Sterling K. Brown), agente del gobierno y director del proyecto “Stargazer” que se apodera del bicho y persigue al militar para borrar toda huella. Al pobre Quinn lo quieren hacer pasar por loquito tras presenciar la muerte de sus hombres. Después de capturarlo y hacerle los exámenes psicológicos correspondientes, lo meten en un autobús junto a los “loonies” - Williams (Trevante Rhodes), Coyle (Keegan-Michael Key), Baxley (Thomas Jane), Nettles (Augusto Aguilera) y Lynch (Alfie Allen)-, un grupo de ex militares que padecen diferentes trastornos post traumáticos, pertenecientes al mismo grupo de terapia que van de camino a sus celdas acolchadas. Pero McKenna logró esconder ciertas pruebas (equipos extraterrestres) y no tuvo mejor/peor idea que enviarlas a su casa, mejor dicho ex casa, donde vive su ex esposa Emily (Yvonne Strahovski) y su pequeño hijo Rory (Jacob Tremblay), un nene con trastornos del espectro autista que cree que los cachivaches alienígenas son un nuevo videojuego. Mientras Rory activa las alertas y se convierte en el blanco de los Yautja, a Traeger se le da por experimentar con su presa y necesita de los servicios de la doctora Casey Bracket (Olivia Munn), bióloga experta en evolución, mucho más fascinada que asustada por su primer encuentro extraterrestre. Claro que las cosas se desmadran en el secretísimo laboratorio de Stargazer, y la pobre chica pronto se ve corriendo para salvar su vida, al mismo tiempo que cruza caminos con Quinn y los loonies. Ahora, y aunque no lo quieran, van a tener que hacer equipo para salvar al pequeño McKenna, e intentar averiguar que traman los bichitos venidos del espacio, que cayeron con varias sorpresas a cuestas. Black y Dekker no revolucionan ninguna estructura narrativa, pero experimentan bastante con los arquetipos protagonistas dando vuelta la tortilla. Holbrook es el único que vendría a encajar en la “fórmula” de héroe de acción, pero le toca lidiar con un conjunto (sus nuevos soldados) que sigue sus propias reglas. Hasta ahí todo bien, y hasta el tipo de humor semi bizarro funciona, pero pronto se vuelve repetitivo y forzado, y lo vertiginoso del relato no permite el desarrollo de ninguno de estos personajes, lo que hace imposible terminar de empatizar con ellos o relacionarnos con su causa. Al final, son sólo un mero adorno narrativo, un recurso más de la trama: el comic relief, en este caso particular. Lo mismo ocurre con el personaje de Tremblay, cuya intervención es tan predecible como inverosímil, pero hey, estamos rodeados de extraterrestres cazadores con “perritos” incluidos, así que todo se vale en la guerra, el amor, y las historias de ciencia ficción. Igual, los realizadores logran romper con los estereotipos, aunque terminan cayendo en varios lugares comunes. La que sale ganando en Olivia Munn y un personaje que, suponemos, haría lo que verdaderamente hace en estas situaciones: asustarse cuando es necesario, fascinarse porque es parte del trabajo de toda su vida, y hacer lo necesario (sin parecerse a Rambo) en nombre de la supervivencia. No podemos negar que “El Depredador” (The Predator, 2018) es divertida y cumple con el objetivo de entretener. Es tontona a más no poder y derrocha acción y violencia, pero no aporta nada nuevo, ni al género ni al universo que arrancó con la película de John McTiernan. Una lástima, porque Black suele encontrar el equilibrio y regalarnos grandes historias que, acá, queda opacada con los efectos especiales (a veces correctos y otras demasiado berretas), y el eterno juego del gato y el ratón entre el depredador y aquellos que tratan de detenerlo. Igual, se siente la química y la camaradería que trata de transmitir. La imperfección de estos “soldados”, a diferencia del profesionalismo de las entregas anteriores, sumando diversidad y algunos personajes más realistas. Lamentablemente, la intensión se queda por el camino y sólo rescatamos una trama un tanto retorcida y extraña (con guiño incluido, pensando en el futuro de la franquicia), y resoluciones muy de manual y agarradas de los pelos. En realidad no importa tanto, ya que “El Depredador”, sus incursiones terrestres y ese peinado tan copado, siguen siendo uno de los mejores placeres culposos. LO MEJOR: - Que intenta romper con los estereotipos anteriores. - Olivia Munn, te queremos en todo. - Que cumple con el mínimo objetivo d entretener. LO PEOR: - La acción desenfrenada no deja lugar al desarrollo de personajes. - Mucho ex machina dando vueltas.
DETRÁS DE UN GRAN HOMBRE… Glenn Close hace goles de media cancha. A veces, sólo aludimos a la imagen “sexy”, malvada o de femme fatale que Glenn Close ostentaba en la década del ochenta, y olvidamos que es una grandísima actriz que no siempre tiene el reconocimiento que se merece. “La Buena Esposa” (The Wife, 2018) la vuelve a tener como protagonista indiscutida, y nos recuerda que la SEÑORA está en la cresta de la ola, aunque sean las intérpretes más jóvenes las que siempre se quedan con los titulares y, muchas veces, con los premios. Jonathan Pryce y Christian Slater son sus consortes en este drama basado en la novela homónima de Meg Wolitzer y dirigido por Björn Runge, realizador sueco que, desde las frías imágenes de Estocolmo, le hace honor a su país. Joan Castleman (Close) es la esposa ideal, devota, aplicada, siempre dispuesta para ayudar a los suyos, la gran mujer detrás del hombre: su esposo Joe (Pryce), afamado escritor, un hombre de carácter y bastante egocéntrico que desparrama sus encantos frente a cualquiera dispuesto a idolatrarlo. Por fin llega ese día que tanto espera como artista, y desde el otro lado de la línea telefónica, un representante de la Real Academia le anuncia que ha sido elegido para recibir el premio Nobel de literatura. La ocasión merece el debido festejo antes de viajar a la ciudad de Estocolmo (Suecia) para recibir el mentado galardón, una reunión de familiares, amigos y conocidos que deja escapar el lado más narcisista del literato, el mal trato hacia su hijo David (Max Irons) –aspirante a escritor que, obviamente, busca la constante aprobación y el respeto de su famoso padre-, y cómo su esposa siempre va a quedar en un, aparente, segundo plano. Ojo, ese es el lugar que ella decidió ocupar, haciendo la vista gorda a la mayoría de las infidelidades y malos tratos de su esposo, y apoyando su carrera en un cien por ciento. Los logros son compartidos porque Joan siempre estuvo ahí desde el primer momento, sosteniendo el entorno de Joe por más de cuarenta años, dejando de lado sus propios sueños y ambiciones. Claro, Joan no es la típica ama de casa y madre, todo lo contrario. Es una mujer excepcional e inteligente que, por varios motivos, decidió dejar su carrera de lado. Tras la llegada a Estocolmo, y en medio de los preparativos y los protocolos, se empieza a dar cuenta que ya no quiere vivir rodeada de mentiras y secretos. A lo largo de las pocas horas que la pareja y su hijo permanecen en Estocolmo, Runge y la guionista Jane Anderson (ganadora de varios premios televisivos), entretejen la tensa realidad del matrimonio en la víspera de la premiación con imágenes del pasado, desde que la joven Joan (Annie Starke) conoció al joven Joe (Harry Lloyd), típico profesor universitario que conquista a sus entusiastas alumnas con su encanto e intelecto. Una relación de cuarenta años que dejó al primer matrimonio de Joe por el camino (sí, Joan fue una de sus tantas conquistas), una hija mayor con la que casi ni tiene contacto, y la carrera literaria de Joan, una meta casi imposible para las mujeres de la década del sesenta, rechazadas por las editoriales (y por el público) que no creían vendibles sus historias. Ante esta disyuntiva, la joven bajó los brazos y decidió apoyar incondicionalmente la incipiente trayectoria de su marido. Claro que hay secretos que no vamos a revelar, aunque Nathaniel Bone (Christian Slater) -editor que quiere convencer a Castleman para escribir sus memorias-, está muy bien encaminado y aprovecha que el marido está ocupado, para emboscar a la señora. Las insistencias de Bone y los comportamientos de Joe van a hacer mella en la fragilidad emocional de Joan que, llegado el momento, va a demostrar como la gota puede rebalsar el vaso. “La Buena Esposa” se va construyendo entre presente y pasado. Acá no se trata de develar los ‘misterios’ en sí, sino de comprender las elecciones de la protagonista y acompañarla en el ¿último? tramo de este viaje de liberación y autodescubrimiento. Un relato que celebra el individualismo femenino, aunque no siempre haya un lugar para expresarlo. Joan, como figura central, se amolda a los convencionalismos y las etiquetas de comportamiento que debe tener como esposa abnegada y compañera. Puertas adentro, en el hotel o donde sea, es menos permisiva y sumisa, dejando bien en claro que de tonta no tiene un pelo. Close es pura perfección: dulce, sarcástica, sincera, emocional, según lo necesite la escena. Su Joan ama con cada fibra de su cuerpo y, por eso mismo, sufre cuando la golpea la realidad. No podemos evitar estar de su lado a cada momento, defenderla si es necesario, o aspirar a tener ese mismo valor a la hora de decir las cosas de frente. Un personaje que encaja a la perfección en la coyuntura de la lucha femenina, pero que prefiere mantenerse oculta y sólo revelarse ante nuestros ojos como espectadores. Esto es lo más frustrante y maravilloso del relato de Runge, que traslada la frialdad y la oscuridad de las calles nórdicas a la relación de los Castleman. Y, más allá de que los logros sean de Joe y a simple vista ponga a la mujer por detrás de ese gran hombre, el verdadero foco de atención siempre está puesto sobre su protagonista, aunque la mayoría de las veces brille en silencio. LO MEJOR: - Glenn Close en todo su esplendor. - Lo bien que encaja el relato en esta época. - Que las consecuencias son más importantes que las revelaciones. LO PEOR: - Que sólo la va a ir a ver tu abuela. - Que hay pocos papeles como estos para actrices “maduras” y talentosas.
HASTA QUE SE DEMUESTRE LO CONTRARIO Un drama legal que deja más preguntas que respuestas. La segunda película de Gonzalo Tobal -“Villegas” (2012)-, se mete de lleno en el drama legal y los pormenores del juicio contra Dolores Dreier (Lali Espósito), joven estudiante de indumentaria que, hace poco más de dos años, fue acusada de matar a su mejor amiga Camila, quien fue hallada con heridas fatales tras una fiesta de despedida organizada en su propio departamento. Dolores fue la última que la vio con vida, y sin otros sospechosos a la vista, se convirtió en la única responsable ante los ojos de las autoridades (que no siguieron investigando), de la sociedad (la primera en juzgar), los medios (los primeros en condenarla), algunas de sus amigas y su propia familia, a la que no parece importarle tanto la verdad, como que su hija se libre de la cárcel. Desde el hecho, Dolores no sale de su casa, y si lo hace es bajo la estricta vigilancia de su mamá Betina (Inés Estévez) y su papá Luis (Leonardo Sbaraglia), que empeñaron hasta lo que no tenían para contratar al mejor abogado defensor, Ignacio Larocca (Daniel Fanego). Los días son un suplicio para la joven que consume su tiempo entre tardes de juego con su hermano menor, visitas de sus compañeras y un “noviecito”, que parece creer en su inocencia. Se acerca el juicio, el circo mediático la rodea, y Dolores empieza a sentir la presión y los miedos ante la perspectiva de ser encontrada culpable. La evidencia parece irrefutable y son sus propias dudas (y sus recuerdos enmarañados) los que empiezan a jugarle una mala pasada. Tobal pone a los Dreier en el centro de la escena, y sobre todo a Dolores, una chica imperturbable que fue juzgada antes de tiempo, justamente, por no demostrar sus sentimientos en público y el dolor por la pérdida de su amiga, como todos hubieran esperado que lo hiciera. El hermetismo familiar no ayuda, y así se construye una trama donde, al final, cualquiera puede resultar culpable del hecho. El director, y co-guionisa junto a Ulises Porra, logra crear buenos climas y sembrar algunas dudas en el espectador, pero falla en varios puntos: si bien hay veracidad desde el marco legal y los procesos que se ven a lo largo del juicio, la historia deja un montón de detalles librados al azar y “errores” que rompen con ese realismo que nos tratan de vender a cada rato. Como si no pudieran justificar ciertos baches argumentales y ahí aparece el tan mentado “un hechicero lo hizo”. Será que tenemos mucho drama detectivesco encima (culpamos a “La Ley y el Orden” y “C.S.I”) y suponemos un montón de cosas, pero igual nos choca que, por ejemplo, la policía haga un allanamiento en la casa de la acusada recién durante el juicio y encuentre pruebas que estuvieron ahí, a la vista e inmutables, dos años y medio después del asesinato. Un poquito agarrado de los pelos, pero al final a “Acusada” (2018) no le queda otra, porque no puede encausar una trama que se apresura demasiado a cerrar todos esos cabos sueltos, dejando más interrogantes que respuestas. Suponemos que la idea de Tobal es dejar una historia abierta para que el espectador saque sus propias conclusiones. Pero a los que estamos de este lado nos faltan datos y momentos cruciales, sobre todo cuando se trata de la víctima, olvidada entre tantos dramones familiares. Camila es apenas un recuerdo en la mente de los realizadores y en la lucha de su mamá para encontrar al culpable de su muerte. Nunca podemos identificarnos con su causa, y ese distanciamiento crea una nebulosa cuando se trata de Dolores. Todo gira a su alrededor y, sobre todo, la relación con su entorno: sus padres (y un matrimonio que se está yendo al cuerno), la confusión de su hermanito, sus amigas… todos divididos al no estar convencidos de su culpabilidad o inocencia. Y ahí está el segundo gran error de la película, delegar todo el peso y dramatismo sobre los hombros de la protagonista. Lo sentimos Lali, pero con una sola expresión (se supone que es esta imperturbabilidad), no convencemos a nadie. Se entienden las intenciones, aunque en la práctica, y después de hora y media de metraje, esa cara de nada aburre un poco. Y no se trata de prejuicios, ya que la actriz hace su mejor esfuerzo, pero este tipo de historias requiere un poco más profundidad para calar con el compromiso de la audiencia. “Acusada” funciona la mayoría del tiempo, entre el presente turbulento de los Dreier, flashes de esa noche desgraciada (confusos, ya que salen de los recuerdos todavía más confusos de la protagonista), los alegatos del juicio y la espera del veredicto. Puertas adentro, la dinámica familiar en un tanto extraña. Estévez y Sbaraglia lo hacen de taquito, pero sus personajes no terminan encajando y, muchas veces, sus actitudes son tan frías como las de su hija de la ficción. Claro que interesan más las apariencias y el qué dirá la gente, pero en el caso de mamá Dreier no hay ni un atisbo de consuelo, mucho menos conocer la verdad de los acontecimientos. Antes del desenlace, “Acusada” ya se va quedando por el camino, en parte por las interpretaciones, pero mucho más por esos baches narrativos e incongruencias que se van interponiendo a lo largo de la trama. No es una mala película, sólo que no es brillante, y aunque trata de transmitir toda esa angustia y claustrofobia por la que atraviesa la protagonista, nunca termina de concretarlo realmente. Igual, es una buena alternativa para los amantes del drama legal sin muchas pretensiones. LO MEJOR: - La trama judicial en sus primeras instancias. - Que el foco esté puesto en la acusada, aunque se olviden de la víctima. - La interacción con el entorno familiar. LO PEOR: - A Lali le falta drama. - Mucho bache e incoherencia argumental.
CON PECADO CONCEBIDA Ya no se puede confiar ni en una religiosa (¿?). Sin mucho espamento, y con presupuestos acotados, James Wan y compañía lograron conformar un universo terrorífico bastante exitoso, gracias al empujón de “El Conjuro” (The Conjuroing, 2013), los casos de los Warren y otras criaturas que se fueron desprendiendo de estas historias macabras. Después de “Annabelle” (2014), conocimos a la monja, ese ente demoníaco que llegó para atormentar a Lorraine Warren (Vera Farmiga) en “El Conjuro 2” (The Conjuro 2, 2016), demonio que también responde al nombre de Valak. La historia de esta “religiosa” volvió a asomarse en “Annabelle 2: La Creación” (Annabelle: Creation, 2017), dejándole la vía libre para su “debut” cinematográfico. La tarea, en esta oportunidad, recae sobre el director Corin Hardy, otro habitué del terror, responsable de cosas como “Los Hijos del Diablo” (The Hallow, 2015), y el guionista Gary Dauberman, quien metió mano en “It (Eso)” (It, 2017), por ejemplo. Bien ahí, pero no se entusiasmen, porque “La Monja” (The Nun, 2018) rankea en los más bajo de este universo compartido. Sí, incluso, más al fondo que la muñeca maldita. Esta vez, la historia nos lleva al año 1952, precisamente a una abadía en Rumania, donde una joven religiosa lleva a cabo el peor de los pecados: el suicidio. Para investigar qué pasó realmente, el Vaticano decide mandar al padre Burke (Demián Bichir) y a la hermana Irene (Taissa Farmiga), una novicia con ideas más modernas y un don especial, que todavía no terminó de tomar los votos. A su llegada al pueblo, la dupla se contacta con Frenchie (Jonas Bloquet), un joven francocanadiense, responsable de encontrar el cadáver de la monja. Frenchie es de los pocos que se animan a acercarse al convento para llevar provisiones a las religiosas que allí habitan, ya que el resto del pueblo está convencido de que es un lugar maldito. Y así lo parece a simple vista, un lugar semi destruido por culpa de los bombardeos de la guerra y abandonado, oculto en medio de un bosque nebuloso. Cualquiera hubiera salido corriendo, pero Burke e Irene deciden pasar allí la noche, hasta poder hablar con los “testigos” a primera hora de la mañana. Los sustos y las presencias sobrenaturales no se hacen esperar y ambos experimentan extrañas visiones y otras yerbas. Hardy no se contiene y arranca con todo el arsenal de lugares comunes desde el principio, sin dejar espacio para el suspenso o el desarrollo de la trama. Mucho menos el desarrollo de unos personajes que parecen no tenerle miedo a nada y casi como que ni reaccionan a todo lo que pasa a su alrededor. “La Monja” tiene un argumento demasiado desordenado, facilista para algunas resoluciones, y demasiado intrincado para otras. La presencia de Valak es un rotundo “un hechicero lo hizo”, y el caso de que se la agarre con las monjitas, es puramente azaroso. Pero lo peor de esta historia son los personajes, sin contexto ni mucha justificación. Se entiende que Burke es un experto en cuestiones “anormales” y exorcismos, pero más allá de sumar dos más dos para descubrir al demonio, no aporta mucha sapiencia, ni acción, a este lío. Casi todo recae sobre los hombros de Farmiga (tan parecida a su hermana, físicamente y de carácter), peor igual salimos del cine como muchísimas incógnitas sobre su presencia en el lugar. Eso sí, le envidiamos lo valiente. El director se concentra demasiado en crear las atmósferas de miedo: los pasillos oscuros, los rincones tétricos, los pasadizos secretos, las cruces invertidas, la niebla y todos los clichés que puedan encontrar en un convento “embrujado”; pero se olvida de pulir una historia coherente que se sostenga por sí misma, como lo lograron su compañeras de franquicia, con mayor o menor éxito. En cambio, prefiere los “jump scares” de manual, la música lúgubre y unos cuantos giros narrativos que se ven a kilómetros de distancia. La Monja, como ente, ya nos había causado bastante miedo gracias a la secuela de James Wan y ese cuadro maldito. Acá, la misión principal de los realizadores es contarnos su origen, expandir su mitología y, de ser posible, conectar con la historia de los Warren. Esto último es lo único que hace bien la película, el resto, viene muy flojito de papeles… bah, de ideas. Valak, o Volac (entre muchos otros nombres), ya tiene prontuario eclesiástico y es conocido como el poderoso Gran Presidente de lo absurdo del Infierno, un demonio gustoso de profanar el cuerpo de entes benignos de la iglesia, de ahí que haya tomado el cuerpo de una monja para hacer de las suyas en este universo cinematográfico. Hasta ahí, todo bien, pero el resto se nos va al tacho. Ni Hardy, ni Gary Dauberman dan pie con bola a la hora de convertirlo en una entidad realmente amenazadora que ponga en riesgo la vida, o aún peor, el alma de los protagonistas, empujándonos a ponernos de este lado. En cambio, no es buena señal si muchas de las escenas “terroríficas” nos dan un poquito de gracia por culpa de lo absurdo del momento o de la forma en la que encajan (medio a la fuerza) dentro de la trama. Una lástima que “La Monja” no pueda seguir sumando ladrillitos a esta construcción que arrancó con “El Conjuro” y esas ganas de retornar el estilo y las características más clásicas del género, con una buena puesta en escena, grandes actuaciones, y la atmósfera ideal para ponernos los pelos de punta, mezclando la fantasía con esos casos “basados en hechos reales” que aportan su granito de credibilidad al asunto. Con esta película, la franquicia se trastabillea y nos hace desear el regreso de Lorraine y Ed lo antes posible. LO MEJOR: - Las Farmiga y el terror se llevan bien. - El diseño casi onírico de algunas secuencias. LO PEOR: - El desarrollo de la trama y los personajes. - Demasiados clichés juntos. - Toda la mitología del personaje viene flojita de papeles.
OTRO DÍA PARA REÍR Dos chicas paseando por Europa... y haciendo desmanes. Desde su título original –un claro guiño a “La Espía que me Amó” (The Spy Who Loved Me, 1977), decima aventura cinematográfica de James Bond-, “Mi Ex es un Espía” (The Spy Who Dumped Me, 2018) pretende burlarse de las convenciones del género, dar vuelta esta tortilla un tanto misógina centrada en el 007, y demostrar que las chicas también se pueden divertir entre enredos y agentes secretos internacionales. Esto no es nuevo, y las burlas son claras, pero la película de Susanna Fogel tiene un mensaje clarísimo más allá de la acción, las conspiraciones y los asesinatos: la amistad inquebrantable entre estas dos protagonistas que nunca se dan la espalda cuando el agua les llega al cuello. Estamos acostumbrados a aceptar (léase, jamás ponemos en duda) las habilidades de un héroe de acción en pantalla, pero cuando llega el momento de ver a una mujer en las mismas situaciones, fruncimos el ceño y saltamos con la pancarta de la “inverosimilitud”. Memo para Hollywood: en todo los casos en inverosímil, pero tomamos como algo natural (¿y socialmente establecido?) que los muchachos son más capaces que sus contrapartes femeninas. Sí, sí, hay un millar de excepciones, pero concentrémonos en “Mi Ex es un Espía”, la historia de Audrey Stockton (Mila Kunis), aburrida cajera de un supermercado que, durante su cumpleaños, debe afrontar la ruptura con su novio Drew (Justin Theroux), vía mensaje de texto (¿really?). Por suerte, tiene una amiga de hierro, Morgan (Kate McKinnon), que la aleja de sus miserias y le alegra el día con sus locuras. Para exorcizar el mal momento, deciden quemar todas las pertenencias del pibe, catarsis interrumpida por un mensajito de él que promete volver para dar explicaciones. ¿Cuáles son? Según Sebastian Henshaw (Sam Heughan), agente del MI6, Drew es un operativo de la CIA que desapareció en medio de una misión en Europa. Audrey ni tiene tiempo de demostrar sorpresa, ya que el novio fugitivo la intercepta en su departamento para recuperar uno de sus objetos, un trofeo cualunque que esconde información sensible y debe ser entregado a la persona correcta en un restaurante de Viena (Austria). Una misión, aparentemente imposible, que recae en el dúo de amigas, quienes deciden dejar la monotonía atrás –y los muertos del departamento- y escapar hacia el viejo continente para vivir esta aventura. Lo primero que comprueban las chicas es que la cosa no es tan fácil como se ve en las películas, y así empiezan los enredos, las persecuciones, la intervención de Nadedja (Ivanna Sakhno), una despiadada asesina rusa, los dobles agentes en los que nadie puede confiar y un sinfín de lugares comunes tan propios del género, que la realizadora y su coguionista David Iserson toman como excusa para delinear las situaciones más hilarantes y extremas. Porque “Mi Ex es un Espía” es parodia, pero también es decontrucción de todos estos elementos que conocemos hasta el hartazgo. A McKinnon le toca hacer el papel de graciosa (porque le sale de taquito y la mamaos así) y un tanto estrafalaria, mientras que Kunis es nuestra leading lady que va perdiendo los miedos y tomando las riendas de la situación por el camino… y como le salga. Lo importante es que las dos forman un dúo dinámico que sostiene toda la película, y donde los personajes masculinos son los chicos lindos (y rudos) súper estereotipados, que no siempre llegan a tiempo para salvar el día. Fogel nos pasea por toda Europa -requisito de cualquier aventura de recontra espionaje cosmopolita-, con escenas de súper acción muy bien filmadas y persecuciones mortales por esas callecitas diminutas, siempre jugando con los tropos, riéndose del género y de nuestro cariño por estas situaciones tan poco naturales. Vamos gente, todo bien con Ethan Hunt, pero ni los verdaderos agentes secretos deben hacer las acrobacias que se manda el buenazo de Tom Cruise. Por ahí viene el planteo principal de “Mi Ex es un Espía”: tirar abajo todos estos clichés y hacernos reír (cosa que logra la mayoría de las veces) con las situaciones más extremas a las que están expuestas estás dos chicas comunes y corrientes. Sin límites de violencia o escatología (todos somos Morgan tratando de tragar sin miedo), Kate y Mila se llevan todos los laureles dentro de una historia que no es la más graciosa, ni la más original que se haya cruzado por nuestro camino, pero funciona. Y funciona, en gran parte, porque se trata de dos protagonistas, cuyos personajes logran hacer realidad muchas de las fantasías de la platea femenina, y por qué no de la masculina. Ya que, ¿quién no fantaseó con cruzarse con Sam Heughan en alguna esquina de Ámsterdam? (¿?). En resumen, la comedia de acción de Fogel no viene a revolucionar el séptimo arte, pero cumple mínimamente el objetivo de entretener y sacarnos unas cuantas sonrisas. Seguimos celebrando la presencia femenina, delante y detrás de las cámaras, sobre todo cuando se animan a romper los convencionalismos y ponerse en ese lugar que, comúnmente, suele estar destinado al sexo masculino. Yo te miro una secuela. LO MEJOR: - Kate y Mila se merecen todo nuestro cariño. - Las escenas de acción que se van al carajo. - Jugar con el género sin poner límites. LO PEOR: - Hay personajes muy caricaturizados. - Que la comedia femenina no siempre funciona con el público.