NO CULPES A LA NOCHE, NO CULPES A LA PLAYA… Si vas a salir a navegar, avisá. A Hollywood le fascinan estas historias de supervivencia basadas en hechos verdaderos, y más aún cuando sus protagonistas van al extremo físico para serles fiel a los personajes de la vida real y sus peripecias. El islandés Baltasar Kormákur tiene a su cargo la dirección de este drama romántico basado (libremente) en el libro “Red Sky in Mourning: A True Story of Love, Loss, and Survival at Sea” de Tami Oldham Ashcraft, la verdadera heroína de esta historia, acá, interpretada por Shailene Woodley, quien quedó piel y hueso para representar los 41 días que la chica estuvo perdida en el Océano Pacífico cuando la enmarcación en la navegaba junto a su prometido Richard Sharp (Sam Claflin) fue sorprendida por el huracán Raymond. Los sucesos de “A la Deriva” (Adrift, 2018) tienen lugar en el año 1983. Tami es una joven de espíritu libre que recorre el mundo, de costa en costa, tras dejar atrás su hogar en California. La marea la lleva hasta Tahití donde consigue un nuevo empleo en los muelles y, a la larga, hace muy buenas migas con Richard, marinero experimentado que recorre las aguas con un botecito que construyó con sus propias manos. El amor no se hace esperar y los próximos meses son puro idilio para la parejita que empieza a hacer planes a futuro. Ahí es cuando Richard acepta la tarea de llevar una embarcación privada hasta las constas de San Diego, hogar natal de Tami, por una cuantiosa suma de dinero. Un poco reticente, al principio, la chica acepta acompañar a su enamorado, pero la tormenta los sorprende a mitad de camino, después de haber sellado su compromiso. Tras ser golpeados por la tormenta, Tami despierta después de varias horas de inconsciencia descubriendo que el yate está casi en ruinas, y tendrá que poner todos sus conocimientos y capacidades al servicio de la supervivencia, hasta encontrar la forma de volver a casa. Kormákur se encarga de que vivamos la experiencia de Oldham a flor de piel. Filma en el agua, de forma visceral, alternando los problemas del presente con todos los buenos momentos que vivió la pareja en los meses previos al naufragio. La historia va para adelante y atrás en el tiempo, pero viene con trampita, sobre todo para aquellos que no prestan la debida atención al comienzo de la película. Dejando de lado este recurso narrativo, un tanto berreta que aspira al golpe bajo y al giro de último momento, la historia de Tami se hace llevadera por los cortes temporales, el estilo visual del realizador y, sobre todo, el carisma de su protagonista femenina que es el alma de todo este embrollo. El resto, no deja de ser un relato monótono centrado en el romance idílico de la pareja, sentimientos que la impulsan a seguir adelante a pesar de que al océano no colabora. Kormákur decide filmar en Fiyi y los escenarios naturales se hacen bien palpables, también la odisea marítima de Tami, más si somos conscientes de las dificultades que implica rodar en el agua y en contra de los elementos ambientales. Se nota que los efectos especiales son mínimos, aunque no sean descollantes, pero el realizador los pone al servicio de la historia y del drama, que va in crescendo con cada minuto de metraje. “A la Deriva” no llega al extremo de sufrimiento de “127 Horas” (127 Hours, 2010), pero tampoco logra el mismo impacto como film de supervivencia. Nos podemos relacionar con la protagonista y su aventura fallida hasta cierto punto, aunque la potencia del relato no es tal como para emocionarnos y sentirla mucho más cerca en esos momentos más oscuros donde cree que todo ya está perdido. Es más, su invariabilidad termina aburriendo un poco y cayendo en lugares comunes (no olvidemos que se trata de una adaptación libre, no un documental), entregando una trama que no se destaca del esto, más allá de la potencia que le impone Woodley. Así y todo no alcanza. “A la Deriva” es un relato en primera persona, que van a disfrutar mucho más si no conocen el desenlace real. Si tenemos que comparar, “Everest” (2015), película anterior de Kormákur en la misma vena de “drama de supervivencia”, manejaba muchísimo mejor la tensión y los tiempos que requieren este tipo de aventuras para enganchar mucho más al espectador y llevarnos al borde de las lágrimas. Una vez más, hablamos desde la obra de ficción, de la cual se esperan ciertos “retoques” y concesiones, ¿o acaso no sufrieron por Rose y Jack en “Titanic”? En cambio, el realizador se inclina por un aspecto más “zen” y naturalista, como los verdaderos protagonistas de esta historia. Cuando vamos al cine a ver uno de estos relatos de vida, admitámoslo, nos llevamos puesto un poquito de morbo para disfrutar, también, por ese lado más macabro (es natural, no se sientan mal). Nos conmueven las historias de adversidad y supervivencia, pero al final, sólo nos importa quién vivió para contarla. Hay algo adrenalínico que juega con la tensión y el suspenso, incluso cuando conocemos los pormenores (“Apolo 13”, por ejemplo), de ahí que “A la Deriva” falle en este apartado y se quede solamente en la breve, pero apasionada, historia de amor que empuja la voluntad de la protagonista hasta la costa más cercana. No, no hablamos de “Titanic”. LO MEJOR: - Shailene Woodley es todo lo que está bien. - El estilo visual de Kormákur. - La moderación a la hora de los golpes bajos. LO PEOR: - La cadencia en el ritmo y la tensión. - Solucionar todo con “amor”.
CHUAVECHITO, CHUAVECHITO Asesinatos, lujuria, drogas, marionetas... ¿lo qué? Los Muppets fueron, son y serán personajes irreverentes, cuyos productos, no siempre están orientados a los más chicos. Incluso aquellas películas dirigidas por Jim Henson como “El Cristal Encantado” (The dark cristal, 1982) o “Laberinto” (Labyrinth, 1986) son fantasías bastante oscuras para el público más menudo. Admitámoslo, los grandes lo pasamos muchísimo mejor (y entendemos todos esos dobles sentidos) cuando se trata de Kermit, Miss Piggy, Gonzo y compañía. Será por eso que Brian Henson –hijo y heredero del talento de papá Jim- decidió irse para el otro extremo con “¿Quién Mató a los Puppets?” (The Happytime Murders, 2018), comedia detectivesca no apta para menores… ni mayores impresionables. Henson y el guionista Todd Berger toman los elementos más clásicos del policial negro para plantear esta sátira protagonizada por Phil Phillips (Bill Barretta), ex policía –el único puppet que logró convertirse en oficial- devenido en detective privado, que trata de sobrevivir y ayudar a los suyos en medio de una Los Ángeles muy poco tolerante cuando se trata de sus habitantes más afelpados. En este universo alterno, humanos y títeres conviven, aunque no muy amistosamente. Los tiempos cambiaron y las criaturas peludas dejaron de ser adorables, convirtiéndose en ciudadanos de segunda, totalmente marginados, despreciados y discriminados por sus pares de carne y hueso. ¿Les suena conocido? En esta realidad, los puppets no tienen muchas opciones, más allá de trabajos de cuarta o caer en el vicio de la “azúcar”. No es chiste, literalmente, es caramelo molido. Phil decide aceptar un nuevo caso, y mientras sale a buscar pistas sobre los chantajistas de su clienta Sara (Dorien Davies), queda metido en medio de una masacre marioneteril perpetrada en un local de pornografía. El muñeco no es sospechoso a los ojos de sus ex compañeros oficiales, pero Connie Edwards (Melissa McCarthy) no guarda el mejor de los recuerdos de sus días de patrulla junto a Phillips. El teniente Banning (Leslie David Baker) los obliga a trabajar juntos y pronto, con la colaboración de la marioneta y un segundo homicidio/accidente, descubren que las víctimas están conectadas con The Happytime Gang, un show infantil de la década del ochenta donde solía trabajar el hermano de Phil. El elenco de la serie empieza a caer como moscas, y Edwards y Phillips deberán dejar de lado sus diferencias para resolver el misterio que pronto pone al títere en la mira del FBI. “¿Quién Mató a los Puppets?” es, en esencia, una buddy cop movie bien guarra, con la única salvedad de que los chistes sobre sexo, drogas y cualquier barbaridad que se les ocurra viene de la mano de las marionetas… y de McCarthy, bastante acostumbrada a estos personajes sin ningún límites de conducta. Acá, el gore (¿lo podemos llamar así?) no tiene que ver con tripas ni sangre, pero ojo con el vellón que vuela por los aires. Estos puppets tienen vida propia, sufren, gozan y mueren si algún can feroz se encapricha con sus partes, y muchas veces tienen sentimientos más profundos que los humanos que los desprecian. Phil es el clásico detective honorable del film noir, con la ingenua secretaria incluida (Maya Rudolph), esa femme fatale que le quita el sueño, y una voz en off que lo sigue hasta al baño. A Melissa ya la vimos interpretar a la oficial ruda, maleducada y un poco “marimacho”, pero acá se ríe incluso de ella misma (también es productora del film), y de esa imagen que construyó con gran parte de sus papeles, tal vez, demasiado consciente que no encaja en los parámetros de “belleza” hollywoodense. Igual, quien ríe último, ríe mejor, ya que es una de las actrices mejor pagas de la industria gracias a esta “marca registrada” que se creó que, nos puede gustar o no, pero funciona dentro del mercado norteamericano. Como cualquier policial negro que se precie como tal, los realizadores deciden mostrarnos una ciudad decadente, llena de antros lúgubres y delincuentes de ambos lados. Todo tiene un olorcito a retro como si se hubiera estancado en el tiempo (la década del ochenta, tal vez, o incluso antes), elementos que ayudan al contraste -y a destacar la incompetencia del FBI con el agente Campbell (Joel McHale) a la cabeza-, y a construir esta sátira que en ningún momento da concesiones, y así se entiende el disgusto de Disney ante la perspectiva de que las actitudes de estos “muñecos” puedan confundirse con las de los verdaderos Muppets, de los cuales tienen los derechos, obvio. Acá, no hay personajes conocidos, pero nadie puede negar el parecido que estos simpáticos protagonistas guardan con las creaciones de Henson padre. ¿La diferencia? El humor políticamente incorrecto que enarbolan, sí, incluso mayor al de sus congéneres. “¿Quién Mató a los Puppets?” es bizarra a la enésima potencia, exagerada y extrema, graciosa y digerible, justamente, porque no estamos ante un elenco conformado completamente por seres humanos. La trama policial y el misterio marcan el ritmo de la historia y de los chistes, pero nadie puede dejar escapar las analogías en épocas de un gobierno tan racista como el de Trump. El entretenimiento y las risas están asegurados, aunque no es la brillantez que uno quisiera esperar, ya que no puede (ni quiere) evitar los lugares comunes del humor más escatológico, en vez de refinar ese tipo de comedia que venimos disfrutando desde hace más de cuarenta años. LO MEJOR: - Que no se impone ningún límite. - Las analogías que construye. - Imposible no enamorarse de estos losers de peluche. LO PEOR: - Sacando los muñecos, no deja de ser una “comedia sarpada”. - A Disney NO le gusta esto.
EN TU CARA, LIAM Denzel se hace el buen samaritano... a las piñas. Denzel Washington no quiere perderse el tren de los héroes de acción maduritos y vuelve a la carga con “El Justiciero 2” (The Equalizer 2, 2018), secuela de la película de 2014, que trajo a la pantalla grande al personaje de la serie televisiva homónima de la década del ochenta. Robert McCall (Washington), ex black op jubilado (y dado por muerto en los papeles, ponele), cambió el trabajo en la ferretería por un remis, con el que alterna sus días de ocio y de buen samaritano. Después de ayudar a Alina (Chloë Moretz) en la película anterior, Bob le tomó el gustito a esto de salir de las sombras por un rato y poner sus habilidades al servicio de aquellos que lo necesitan. El resto del tiempo se dedica a transportar a los habitantes de Boston (Massachusetts), hacer buenas migas con los vecinos, mantener el perfil bajo y terminar una extensa lista de libros pendientes. Un tipo que vive tranquilo sin joder a nadie y, de vez en cuando, hace un trabajito anónimo y extraoficial en el extranjero. Así comienza la película de Antoine Fuqua -que repite tras las cámaras-, con McCall en un tren de camino a Estambul y una misión bastante clara. “El Justiciero 2” arranca bien arriba y a pura súper acción, mechando con la impasibilidad del protagonista y sus métodos tan refinados, aunque no menos violentos. En seguida volvemos a la tranquilidad del hogar, tal vez demasiado tranquilo, ya que el guión de Richard Wenk (“16 Calles2, “Los Siete Magníficos”) se toma su tiempo (demasiado) en sentar el verdadero conflicto de la historia, uno bastante flojo de papeles, por si preguntan. En algún lugar de Bruselas (Bélgica), Susan Plummer (Melissa Leo) y Dave York (Pedro Pascal), operativo de la Agencia de Inteligencia de Defensa, llegan para investigar el aparente homicidio/suicido de un agente y su esposa, un caso que pone en alerta a la vieja amiga de Robert, la única que, junto a su marido Brian (Bill Pullman), están al tanto de su paradero. Las cosas se complican y a McCall no le queda otra que salir a la luz e involucrarse para atrapar a los malos de turno. Nadie puede negar la elegancia con la que filma Fuqua -otro egresado de la escuelita de los videos musicales-, con principal atención a los espacios y las escenas de acción. Pero los principales problemas de esta secuela radican en el ritmo (dos horas que se sufren), y una justificación bastante tonta para todos los murtos que va dejando por el camino. “El Justiciero 2” nos presenta un montón de personajes secundarios –un anciano al cual transporta Robert; un joven vecino al que trata de alejar de la delincuencia- pequeñas conexiones que, en definitiva, resultan un estorbo para la trama principal y sólo sirve de excusa para reforzar las actitudes más nobles de nuestro héroe. La previsibilidad y los lugares comunes del género pronto se hacen presentes y no queda mucho más para disfrutar que el desenlace natural de los acontecimientos y ese encuentro final y violento, que nunca puede faltar en este tipo de películas, acá, con huracán incluido. Sabemos que Denzel, a esta altura, casi que actúa por inercia y la mayoría de las escenas le salen de taquito, pero tiene más de sesenta pirulos, y ni lo vemos sudar un poco a lo largo de la película. No queremos discriminar al héroe entrado en años, pero este tipo de historias cargadas de misterio y giros inesperados, piden a gritos cierta credibilidad, y no presentarnos a estos superhombres como el Bryan Mills de Liam Neeson. Pequeños detalles que se van sumando a esa trama flojita y al hecho de que, al igual que la película anterior, se nos hace un poco complicado relacionarnos con este personaje tan adusto y reservado. Se supone que debemos compadecernos de las víctimas que él busca ayudar, y así justificar hasta sus actos más violentos, pero acá no hay muchos elementos de los que podamos agarrar para tal fin o, tal vez, el problema reside en que, justamente, hay demasiados. Fuqua junta a un gran elenco, actores de primera línea que poco pueden hacer con un argumento trillado que repite fórmulas y el mismo esquema de la película anterior (no, no es un cumplido). “El Justiciero” no vino a cambiar las reglas del género, aunque uno esperaría, al menos, un poco de entretenimiento pasatista. Imposible cuando el ritmo va por un carril y los acontecimientos por otro muy diferente. No hay cohesión, pero sí demasiadas subtramas que distraen, o mejor dicho, que ocultan el hecho de que los “malos” tienen una motivaciones bastante vagas. Lo más lindo es ver como Pedro Pascal se sigue afianzando como protagonista de Hollywood, sumando papelitos por aquí y por allá (“La Gran Muralla”, “Kingsman: El Círculo Dorado”, “Wonder Woman 1984”), aunque lamentablemente este añade otro bodrio a su currículum. El director tampoco la viene pegando con sus elecciones más recientes, entre remakes injustificadas como “Los Siete Magníficos” (The Magnificent Seven, 2016), dramas sin mucho peso como “Revancha” (Southpaw, 2015) y esta secuela que, tranquilamente, podría haber dejado en otras manos y ocupar su tiempo en historias más interesantes. “El Justiciero 2” está bien filmada, Fuqua elige detenidamente los planos y le presta atención a los detalles. Pero en última instancia, no alcanza con que se vea linda y las escenas de acción queden bien delante de la cámara, tiene que haber una buena historia que lo sostenga todo. LO MEJOR: - A Denzel esto le sale de taquito. - Queremos a Pedro Pascal en todos lados. - Fuqua filma lindo. LO PEOR: - No hay una trama que sostenga tanto embole. - El ritmo desentona, como muchos de sus sub plots.
NO PARES, SIGUE, SIGUE, NO PARES, SIGUE, SIGUE Jason Statham yéndose a las piñas (¿?) con un tiburón gigante y prehistórico. No se diga más. Venimos de unas cuantas malas experiencias con bichos gigantes como kaijus y dinosaurios que no se terminan de extinguir. “Megalodón” (The Meg, 2018) perpetúa ese cine catástrofe y de monstruos con una propuestas que se enfoca en el drama, la sangre y la súper acción, pero nunca deja de reírse de sí misma… y de recordarnos que sólo hubo una gran película protagonizada por un escualo asesino. Jon Turteltaub, responsable de “La Leyenda del Tesoro Perdido” (National Treasure, 2004) y su secuela, es el director a cargo de esta coproducción entre Estados Unidos y China, que intenta sacar provecho del creciente mercado cinematográfico asiático y, de paso, le da un poco de contexto a esta disparatada aventura marina. Los guionistas Dean Georgaris, Jon Hoeber y Erich Hoeber toman como punto de partida el libro de Steve Alten “Meg: A Novel of Deep Terror”, publicado en 1997, para contar la historia de Jonas Taylor (Jason Statham), un buzo de rescate que, hace un tiempo, tuvo que tomar una de esas decisiones que trastocan cualquier vida, cuando durante el salvamento de la tripulación de un submarino, dejó a atrás a varios de sus hombres para proteger al resto. Taylor asegura haber experimentado el ataque de una criatura gigantesca, pero es obvio que nadie le cree, el médico de turno lo toma por loquito, y le dan la baja deshonrosa. Cinco años después nos vamos a Mana One, una plataforma de investigación ubicada a 300 kilómetros de la costa China, en el Océano Pacífico. Este emprendimiento es la inversión del multimillonario Jack Morris (Rainn Wilson) que, junto con el doctor Minway Zhang (Winston Chao), su hija Suyin (Li Bingbing) y el resto de su equipo, están explorando una sección todavía más profunda de la Fosa de las Marianas: un lugar escondido a la vista de los humanos tras una nube de sulfuro de hidrógeno que genera un termoclina. La misión parece tener éxito, pero mientras todos celebran el descubrimiento de este nuevo fondo marino y sus especies, el sumergible que contiene a los tres científicos –Lori (Jessica McNamee), ex esposa de Taylor, Toshi (Masi Oka) y ‘The Wall’ (Ólafur Darri Ólafsson)- es atacado por una criatura no identificable y pierde contacto con la base, quedando en muy serias condiciones. Ahí es cuando James ‘Mac’ Mackreides (Cliff Curtis) sale en busca de una solución: ir hasta Tailandia, encontrar a Taylor en uno de los tantos bares donde suele caer borracho y ofrecerle la oportunidad de redimirse y salvar a los científicos antes de que sea demasiado tarde. Con un gran “te lo dije” entre los labios apretados, Jonas acepta la tarea, pero el rescate no sale como lo planeado. La criatura en cuestión resulta ser un megalodón –un gigantesco tiburón prehistórico, supuestamente extinto hace millones de años- que logra atravesar el termoclina y ahora amenaza con destruir, no sólo la plataforma submarina, sino ir derechito hasta las playas rebosantes de turistas. “Megalodón” cae en todos los lugares comunes que se les ocurran, incluyendo elementos de otras historias acuáticas como “El Abismo” (The Abyss, 1989) y la mismísima “Tiburón” (Jaws, 1975). Hace gala de algunos buenos efectos (al menos no son tan chotos como en “Alerta en lo Profundo”) y una gran representación de la criatura en cuestión, pero a pesar del gore que debería ostentar –la película está calificada para mayores de 13 años, por lo tanto no hay tanta sangre como debería-, se contiene y prefiere darle prioridad al humor y la ironía. De ahí que nos banquemos esta oda al sinsentido, al romance en situaciones extremas, a las paparruchadas de los millonarios que meten la pata, y a cierto mensaje “ecologista”, donde el hombre siempre tiene la culpa de interferir en el curso de la naturaleza. “Megalodón” no da respiro y manda una acción detrás de la otra “sin solución de continuidad”. Los protagonistas corren contra reloj para frenar al escualo asesino, más allá de saber que no tienen muchas chances de salir con vida en un encuentro uno a uno con esta bestia marina. Por algún extraño motivo, todos se trasladan de un lugar a otro en manada para llevar a cabo la tarea, ya sean médicos, nerds tecnológicos, empresarios u oceanógrafos. Acá, la plataforma de investigación y todos sus recursos están medio al pedo, y Statham no duda en irse a las manos con el monstruito de turno. Si se ríen de sólo leerlo, la película de Turteltaub les va a resultar entretenida y divertida. Quiere ser verosímil cuando trata de explicar los temas científicos (esto no es NatGeo, obvio), pero no la podemos tomar en serio la mayoría de las veces. Y esa es la idea, suponemos, porque hasta Jason despotricó contra la abundancia de humor y la falta de violencia y gore extremo que se suele esperar de estas historias terroríficas. Los realizadores prefieren este otro enfoque porque saben que jamás van a poder estar a la altura del clásico de Steven Spielberg, el cual no se olvidan de homenajear. También se concentran en su elenco, un grupo variopinto y diverso, del que se destaca el carisma de Statham, mucho más relajado e imperfecto como héroe de acción que no tiene miedo de mostrar su lado más sensible. Aunque la estrella principal es el escualo, acá no tiene ese lugar de privilegio que uno esperaría de una película titulada “Megalodón”. Los realizadores pierden la oportunidad de centrar su historia en la criatura y toda la fauna que se pasea por la fosa de las Marianas, pero deciden concentrarse en los seres humanos, actores de segunda y muchas veces de madera, que nos hacen reír con sus ocurrencias y comentarios desafortunados mientras un tiburón gigante se mastica a su compañero de trabajo. No podemos buscarle la lógica, así que la única que queda es sentarse con el balde de pochoclos, disfrutar y reírse un poco de cómo Hollywood raspa el fondo del tarro. LO MEJOR: - Bancamos a Jason Statham. - Aguanten esas escenas en el agua. - Ese tercer acto en la playa. LO PEOR: - Poca sangre, pocas tripas derramadas. - ¡¿Alguien quiere pensar en la familia del escualo?!
UNA PINTURITA El cine nacional sigue sumando grandes estrenos a la cartelera. ¿De quién te reíste Hollywood? Después de romperla con “El Ciudadano Ilustre” (2016), Gastón Duprat vuelve con otra comedia particular de la mano de “Mi Obra Maestra” (2018), la historia de una amistad inquebrantable, por así decirlo. Guillermo Francella es Arturo, un galerista que, a simple vista, parece un tipo viajado, culto y un tanto engreído, el cual tiene la difícil tarea de seguir comercializando las obras de Renzo Nervi (Luis Brandoni), artista muy reconocido en la década del ochenta, que no supo adaptarse a la “modernidad” del siglo XXI. Los cuadros y el estilo de Nervi están demodé, y su mal genio no ayuda a las relaciones públicas. Igual, la amistad que mantiene con Arturo sigue siendo su gran salvavidas, aunque los caracteres de ambos choquen constantemente. Con los años, Renzo se convirtió en un hombre bastante resentido con la sociedad y las representaciones del consumismo. Trabaja a sus tiempos y a su antojo, lo que lo llevó a una situación económica bastante precaria. Cargado de deudas y al borde de la indigencia, Arturo le vuelve a tirar un salvavidas de la mano de un encargo que podría sacarlos a ambos de este pozo. Como era de esperar, Renzo mete la pata, se accidenta y cae en una profunda depresión. El cariño es mucho más fuerte que el enojo, y Arturo hará lo que sea para ayudar a su amigo en los momentos más oscuros. Sí, lo que sea, y ahí es cuando entran en juego los giros narrativos y las bizarreadas a las que nos tienen tan acostumbrados las historias de Duprat. A pesar de que ambos protagonistas son bastante más desagradables que la media –no muy diferentes a la mayoría de los personajes del realizador-, la trama logra sacar lo mejor de ellos, y demostrarnos que la amistad le puede hacer frente a cualquier circunstancia. Sabemos, desde el principio de la película, que Arturo tiene un plan entre manos y lo logra llevar a cabo, en mayor o meros medida. Renzo puede tener un carácter irascible y querer ir al choque constantemente, pero se deja llevar por las ideas de su compa ya que el fondo sabe lo que le conviene. Los problemas se empiezan a asomar en el horizonte con la intromisión de Alex (Raúl Arévalo), un supuesto alumno del pintor demasiado honorable que, en plan “humanitario”, presiente que el galerista está tramando algo. Así, “Mi Obra Maestra” comienza a mezclar géneros, y entre la comedia absurda y el drama más lacrimógeno –tal vez, los momentos más sensibles se dan entre los dos hombres en la habitación del hospital-, termina insinuando una trama policial con varios plot twist bajo la manga. Duprat tiene buenas ideas, tal vez demasiadas para una sola película. En un punto, se sienten las casi dos horas del relato y la cantidad de giros que le va sumando a la trama, aunque deje varias incongruencias por el camino (¿qué onda con Arturo “analizando” gente en la calle?). Igual, más allá de cierta previsibilidad y la adrenalina que puede despertar la tramoya de Arturo, lo más importante a destacar son los lazos que unen a estos dos hombres maduros que, muchas veces, pueden llegar a comportarse como chicos. Lo de Francella y Brandoni es un verdadero duelo actoral, aunque el segundo rankea mucho mejor a la hora de interpretar, de forma más naturalista, a este hosco pintor bohemio (y un tanto anárquico) que se empecina en vivir bajo sus propias reglas. A Francella se le nota mucho más el personaje, ese sujeto canchero y puteador que ya vimos varias veces en diferentes pantallas. Sus contrastes se contagian al entorno y ese constante choque de formas de vida, actitudes y espacios: de la pulcritud y el snobismo de las galerías de arte alrededor del mundo, al amasijo de basura, cachivaches y animalitos adoptados que resulta ser la desvencijada vivienda de Renzo. Y este contraste también se traduce en la forma en que estos dos protagonistas perciben a la ciudad de Buenos Aires, un personaje más en la historia, aunque nunca queda bien definido, al menos no de manera prolija. Como ya se dijo, “Mi Obra Maestra” quiere abarcar mucho y, en ese afán, varios de sus elementos pierden potencia y coherencia. Francella y Brandoni son los únicos actores que se destacan dentro del conjunto, los demás (Arévalo, Andrea Frigerio) son meros secundarios o plot devices para la trama. Igual, alcanza con la dupla, sus tropos generacionales (aunque algunos sean un tanto añejos) y sus mañas, pero sobre todo el vínculo que se forma delante de la cámara, el cual, intuimos, es muy parecido al que tienen los actores más allá de la pantalla. Duprat filma muy bien y le da la atención que necesita cada detalle, la importancia y definición de los diferentes espacios que, una vez más, vuelven a remarcar esos contrastes ligados a los dos personajes principales. Pero falla en varios puntos del guión, sobre todo cuando quiere retorcer demasiado la trama y de jade la lo más importante: la amistad incondicional entre Renzo y Arturo. LO MEJOR: - Brandoni y Francella, pero un poquito más de puntos para Luisito. - La dicotomía entre espacios y personajes. - El absurdo que sigue destilando las historias de Duprat. LO PEOR: - Demasiadas vueltas en un solo relato. - Ciertos momentos que desentonan.
LA MANO QUE MECE LA CUNA "Hubieras cerrado las piernas". Uno podría creer que en materia de terror está todo dicho, escrito y filmado, pero por suerte siempre viene alguien a sumar su granito de sustos. “El Demonio Quiere a tu Hijo” (Still/Born, 2018) tiene unas cuantas fallas argumentales, pero logra crear buenos climas y esa incertidumbre incómoda de no saber, con certeza, si lo que estamos viendo se trata de algo estrictamente sobrenatural. El ignoto Brandon Christensen debuta en la pantalla grande dirigiendo y coescribiendo esta historia que nos mete de lleno en la vida de Mary (Christie Burke), madre primeriza que da a luz a gemelos, pero lamentablemente, uno de los bebés no sobrevive al parto. La chica y su esposo Jack (Jesse Moss) se mudan a barrio coqueto y tratan de seguir adelante con su vida disfrutando de la dicha del pequeño Adam. Todo es amor y felicidad mientras mamá se queda en casa a cuidar al bebé y papá debe volver al trabajo porque las cuentas, y este nuevo hogar, no se pagan solos. Al principio todo bien, más allá de que el dolor por la pérdida del gemelo sigue flotando en el aire. Mary intenta acomodarse al ritmo del pequeñín, hacer alguna que otra amiga en la cuadra, y sobrellevar los cambios, aunque se le hace un poco difícil. Entre el cansancio y el tiempo que pasa sola en la casa con el bebé, Mary empieza a imaginar cosas y sentir que su hijo corre peligro; para muchos que la rodean, síntomas de estrés post parto, lo que la lleva a acudir a un especialista (un Michael Ironside que NO hace de malo). La medicación no hace mucha diferencia y los hechos extraños se empiezan a suceder a su alrededor. Mary llega a la conclusión de que hay “algo” en la casa que quiere apoderarse de Adam, algún tipo de ente sobrenatural que no piensa detenerse ante nada. Lo bueno de Christensen es que toma nota del terror más clásico como “El Bebé de Rosemary” (Rosemary's Baby, 1968), “El Exorcista” (The Exorcist, 1973) y “La Profecía” (The Omen, 1976), pero deja flotando en el aire la duda constante de si se trata verdaderamente de un ente demoníaco o la atrofiada psique de la protagonista. “El Demonio Quiere a tu Hijo” flota alrededor de esta incógnita hasta el mismísimo final y atrapa con ese suspenso tan simple, lo que suma puntos para una trama que, lamentablemente, se va desbalanceando a medida que crece la locura de Mary. La exageración del personaje, la estupidez de los que la rodean, los lugares comunes y la “inverosimilitud” de ciertos momentos rompen el clima que crea el realizador en la primera parte de la película. Acá no se trata de casa ni artefactos embrujados, nunca sabemos de dónde viene este demonio, ni por qué se metió con esta joven familia. Y esa incertidumbre ayuda a la atmósfera del film, que echa mano de cada uno de sus recursos, escasos (sobre todo, económicamente), pero bien utilizados. A Burke le calza perfecto lo de madre estresada que ama a su bebé, aunque las pocas horas de sueño empiecen a hacer estragos en su persona pero, al final, le gana la exageración y algunas actitudes que, hasta ahora, no entendemos demasiado. Igual, es la gran protagonista, junto con el pequeñito (en este caso, pequeñita) de turno. El resto es un decorado que poco aporta, más allá de convertirse en plot devices para generar más drama o confusión, en la ya desbalanceada emocionalidad de la protagonista. “El Demonio Quiere a tu Hijo” no carece de jump scraes y algunos momentitos gore bien acomodados. Nos engaña pensando que va a ser una montaña rusa llena de tensión y algún que otro giro, y a pesar de que mantiene sus climas hasta último momento, se va tropezando por el camino con una trama demasiado estirada, personajes y situaciones forzadas y cierta incoherencia que borra el interés de un plumazo. Es como si Christensen hubiera realizado dos películas en una: la primera con una atmósfera cuidada, un argumento bien claro y una protagonista que le pone onda. Con una buena banda sonora y una fotografía que ayuda, aunque tenga un par de tomas extrañas, siempre poniendo como eje central la bonita (y medio terrorífica) casa de la pareja y el cuarto de ese bebé convertido en víctima. La otra es un tanto más desprolija, apresurada, incoherente y exagerada. Todo lo malo que le podemos achacar al terror, sobre todo, después de tantos exponentes berretas. “El Demonio Quiere a tu Hijo” tiene muy buenas intenciones y, en su mayoría, queda muy bien parada. Nos entrega una historia llena de suspenso y sobresaltos con ese airecito a clásico del terror que, de a ratos, se mezcla con los recursos “tecnológicos” del bien/mal usado found footage. Es llevadera, aunque le sobren minutos, y aunque un tanto predecible por momentos, se destaca por su atmósfera de misterio que prevalece hasta que empiezan a correr los títulos finales. Eso sí, te saca un poco las ganas de convertirte en madre. LO MEJOR: - Que pone en juego nuestros nervios… - … Y nuestras dudas. - A pesar de sus fallas, cumple el cometido. LO PEOR: - Viene bien, hasta que desbarranca un poco. - Cuanto personaje cliché y medio al pedo, ¿no?
EL PERFECTO ASESINO Nuestro criminal más famoso llega a las pantallas grandes y no podemos resistirnos a sus encantos. Luis Ortega sigue sumando porotos en su corta, pero fructífera carrera. Después de abordar el reality crime televisivo de la mano de los Puccio e “Historia de un Clan” (2015), se mete de lleno con el asesino serial más despiadado que engendró nuestro país: Carlos Robledo Puch, quien con sólo veinte años a cuestas fue condenado a cadena perpetua, donde cumple condena desde el año 1972. El debutante Lorenzo Ferro se mete en la piel de Carlitos, un adolescente encantador que, gracias a su actitud relajada y su rostro angelical, va por la vida obteniendo todo lo que quiere… aunque no le corresponda. Carlos, hijo único y “milagroso” de Aurora (Cecilia Roth) y Héctor (Luis Gnecco) atraviesa la juventud sin ningún tipo de filtro, sin distinguir en “lo tuyo y lo mío”, y sin mucho respeto por la existencia del otro. No es un chico de familia humilde que pasa penurias, ni de padres abusadores. Simplemente, nunca conoció ciertos límites y, digámoslo como debe ser, se convirtió en un sociópata. Sin control por parte de papá y mamá, y el mundo como un patio de juegos, Carlitos toma lo que quiere sin pedir permiso, pero sus actos delictivos empiezan a cobrar relevancia (y escalar en violencia) después de conocer a Ramón Peralta (Chino Darín), compañero de la escuela secundaria. A diferencia de Puch, el autodidacta, Ramón viene de una familia “delictiva”. Sus padres -Mercedes Morán y Daniel Fanego- lo reciben con los brazos abiertos y, en seguida lo introducen en el negocio de los robos a pequeña y grande escala. Pero Carlos es impulsivo, y como no siente ningún respeto por el otro, el gatillo se vuelve una moneda corriente a la hora de dar un golpe. Pronto, Carlitos y Ramón forman un dúo demasiado peligroso, pero detrás de esa amistad hay deseos no correspondidos y objetivos muy diferentes que se van a interponer por encima del compañerismo. Ortega no trata, bajo ninguna circunstancia, de romantizar la vida de este criminal precoz y, muchos menos, su abultado prontuario. “El Ángel” (2018) se balancea entre momentos violentos y crudos, y otros un tanto hilarantes y bizarros, manteniendo una estética visual muy particular –que un poco nos recuerda a “Asesinos por Naturaleza”-, que mezcla la música contestataria y cierta imprudencia (¿o es ingenuidad?) de principios de la década del setenta, con ese aire barroco y añejo de las casas ricachonas de Buenos Aires. En resumen, una película de contrastes que entretiene, hecha luz sobre la historia de este asesino -sobre todo para las nuevas generaciones-, y de paso, trata de analizar las razones tras sus actos delictivos y esa “vía libre” que le dio la época y, justamente, esa carita angelical que no levantaba muchas sospechas… en oposición a los “cabecitas negras”, claro. Ferro no es el mejor actor del mundo, pero sale bien parado en esta, su primera película. Actor y director logran encontrar el punto justo para que su Carlitos nos “enamore” (¡miren esa carita, por Jebús!), pero jamás logre nuestra empatía: logramos distanciarnos y no crear ningún tipo de lazo con este ser que, aunque hipnótico, no puede ocultar lo sociópata. Piénsenlo como el Joker de Ledger, un personaje del que no podemos despegar la mirada, pero del que nos despegamos emocionalmente. Ahí está uno de los grandes aciertos de “El Ángel”, que también se destaca por un gran detallismo de la época y su pericia visual. Hay algo “escenográfico” y teatral que se cuela en medio de tanto realismo, siempre apoyado por una banda sonora bien pum para arriba (Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll, La Joven Guardia, Pappo, Giguiola Cinquetti y hasta Palito Ortega). El otro punto fuerte es el Chino Darín y su Ramón, complemento y contraparte de Ferro; una amistad y una constante tensión sexual que va moldeando la inestable personalidad del protagonista. Ortega no convierte la sexualidad de Puch en un tópico a tener en cuenta, sino en uno de los tantos aspectos de su complicado temperamento. Es un detalle de color en el cual no ahonda, simplemente, para no darle excusas al juicio del espectador. “El Ángel” es una película visual que describe a sus protagonistas a través de hechos y no de palabras. Nunca emite juicios de valor sobre el comportamiento de Puch o Peralta, y deja que el espectador saque sus propias conclusiones entre canciones, crímenes, algunas humoradas y cierta “ingenuidad” de su estrella principal. Lo bueno es que la inexperiencia de Ferro se apuntala con la trayectoria de un gran elenco que suma diferentes contrastes a este nuevo exponente del reality crime. Lo bueno de Ortega es que moderniza su relato para llegar a una audiencia mucho más joven que ni había nacido en la época de los crímenes de Puch, sumando nombres como el de Ferro, Darín y Peter Lanzani. En “El Ángel” hay un documento histórico que se toma sus libertades, pero también un enfoque vanguardista que lo aleja de la clásica narración policial y eso, en estas épocas de estancamiento, siempre es un punto a favor. LO MEJOR: - A pesar de la inexperiencia, Ferro logra que la cámara se enamore de él. - Que el relato nunca romantiza la violencia ni los crímenes de Puch. - La reconstrucción de época con ese enfoque tan moderno. LO PEOR: - No todos son un diez en ese elenco. - Algunos querrán una historia criminal más detallada.
MUTANTES Y ORGULLOSOS. AH, NO, PARÁ Estas historias young adult están un poco demodé. Creíamos que ya no quedaban novelas young adult distópicas para llevar al cine, pero nos equivocamos. “Mentes Poderosas” (The Darkest Minds, 2018), basada en la historia homónima de Alexandra Bracken publicada en 2012, nos muestra un futuro alterno donde una extraña enfermedad (IAAN - Idiopathic Adolescent Acute Neurodegeneration-) comenzó a diezmar a la población infantil y juvenil de los Estados Unidos. Sólo el 2% logró sobrevivir, pero desarrolló diferentes habilidades que pusieron en alerta a las autoridades. Los chicos que presentan síntomas son separados inmediatamente de sus familias y enviados a campamentos especiales donde son “catalogados” de acuerdo al grado de complejidad (y peligrosidad) de sus poderes: verdes, azules, dorados, rojos y naranjas. Ruby Daly acaba de cumplir los diez años, está asustada, pero sigue viva y sana… hasta la mañana siguiente, cuando se manifiestan sus habilidades y mamá Molly llama a la policía. En Thurmond, el famoso “campo de rehabilitación”, Ruby descubre que es una “Naranja” y que la mayoría de su clase, junto con los Rojos, son exterminados inmediatamente. La chica logra zafar del poco auspicioso final y hacerse pasar por Verde. Seis años después, no hay cura a la vista y los chicos siguen encerrados. Cada tanto se les hacen pruebas para determinar si están dentro de los parámetros y no representan ninguna amenaza, y es ahí donde el futuro de Ruby (Amandla Stenberg) se vuelve a poner peligroso. Por suerte, tiene una aliada que intuye la verdad, la doctora Cate Connor (Mandy Moore), que la ayuda a escapar de las instalaciones y le promete un poquito de protección como miembro de la LIGA, una organización de rebeldes que se oponen a los métodos del gobierno. Todo lo que Ruby quiere es volver a casa, y sin saber en quién confiar, decide huir del ala protectora de Connor y unirse a un grupo de adolescentes que también huyen de los cazadores de recompensas dedicados a perseguir y recolectar a los pequeños fugitivos. Al principio, hay un poco de desconfianza, pero Ruby termina haciendo buenas migas con la pequeña Zu (Miya Cech), Chubs (Skylan Brooks) y Liam (Harris Dickinson), un joven héroe que supo rescatar a varios de sus amigos de los campos y, claro, conecta con ella casi de inmediato. La idea es encontrar una comunidad donde se refugian todos los niñitos fugitivos. Hasta ahí se dirige el grupo, encontrando un montón de peligro por el camino. A diferencia de muchas de sus congéneres con fuertes protagonistas femeninas como “Los Juegos del Hambre” (The Hunger Games) o la saga “Divergente” (Divergent), “Mentes Poderosas” hace demasiado hincapié en la fugaz relación romanticona que se establece entre los personajes principales y se olvida del contexto, convirtiéndose en una historia bastante genérica y aburrida. Jennifer Yuh Nelson, directora más acostumbrada a películas animadas como “Kung Fu Panda 2” y “Kung Fu Panda 3”, hace lo que puede con el insípido guión de Chad Hodge “Wayward Pines”), que se olvida que esta es una película de acción y ciencia ficción protagonizada por chicos con “poderes”. Sí, tenemos muchas persecuciones, algunos efectos baratos, unos malos re malos (militares, obvio) y a Gwendoline Christie (nuestra querida Brienne) interpretando otro papel para el olvido, como la caza recompensas “Lady Jane” (ni Phasma se animó a tanto). El problema principal reside en los jóvenes protagonistas, un grupo de actores sin carisma encabezados por Stenberg, que ya nos había aburrido de lo lindo en “Todo, Todo” (Everything, Everything, 2017). Tenías más onda como Rue, Amandla. Lástima que los chicos crezcan y pierdan un poquito (bastante) la gracia. Y, una vez más, la historia, que no se explaya mucho que digamos. No sabemos las causas de la pandemia o por qué los chicos sobrevivientes desarrollaron poderes. No entendemos dónde están los padres y por qué no hacen algo para recuperar a sus hijos, ya que no es posible que todos sean unos HdeP desalmados que prefieren verlos encerrados en campos de concentración sufriendo penurias, ¿o sí? Se supone que están ahí mientras el gobierno busca una cura y miente descaradamente en el noticiero de las cinco; pero Nelson sólo nos muestra las ciudades vacías y los chicos a la fuga, sin adultos a la vista más allá de que la enfermedad ni los afectó a ellos. El gran desacierto de “Mentes Peligrosas” es que es un relato muy agarrado de los pelos, demasiado enfocado en la “relación romántica” de la parejita protagonista y muy poco en Ruby como la adolescente más poderosa, y la única que puede hacerle frente a cualquier amenaza que venga. Los realizadores cometen el error de concentrarse en el futuro de la franquicia y lo que pueda pasar en posibles secuelas –claro que Bracken escribió toda una saga de novelas- recargando la película de “misterios” e “incógnitas”, dejando una trama abierta con la esperanza de seguir acumulando episodios. Algo poco probable, ya que no hay nada llamativo en esta entrega como para continuar avanzando, y si algo demostró el género últimamente (el fracaso de la misma saga “Divergente” o “Maze Runner”) es que al público adolescente (o el que fue creciendo con este tipo de literatura) ya no le atraen estas historias de nicho que se repiten desde sus tropos y argumentos un tanto calcados. “Mentes Peligrosas” podría confundirse con una muy mala adaptación de los X-Men, pero ni siquiera llega a eso con una inversión mínima, un guión desprolijo y actuaciones para el olvido. Quizás nos estamos poniendo grandes para estas cosas, pero preferimos la vuelta de Katniss antes de seguir sufriendo nuevas historias distópicas con adolescentes en peligro. LO MEJOR: - la banda sonora seguro es un hit en Spotify. - Que uno se emociona esperando la palabra “mutante” a lo largo de la película. LO PEOR: - Una trama que, en realidad, no cuenta nada. - Sus personajes insípidos. - Que tiene más romance que acción, devuélvanme mi dinero.
MOCOSOS ATREVIDOS Los héroes menos pensados vienen a salvar el honor de DC. ¿Por qué las películas animadas de DC son tan geniales? ¿Por qué sus adaptaciones live action no pueden contagiarse con un poquito de este espíritu y humor irreverente, y alejarse de la oscuridad, aunque sea, por un rato? No pedimos chistes a montones sin sentido, sólo un poco de relajo dentro de ese universo tan opresivo que fueron creando. Por suerte, de vez en cuando, Warner Bros. Animation se despacha con una de estas historias. El año pasado “LEGO Batman: La Película” (The Lego Batman Movie, 2017) nos demostró que el murciélago de Gotham puede jugar en equipo y confiar en su ‘familia’. Ahora, “Jóvenes Titanes en Acción!: La Película” (Teen Titans Go! To the Movies, 2018) nos muestra hasta dónde puede llegar la Distinguida Competencia para arrancarnos una sonrisa… mejor dicho, unas cuantas sonrisas. Aaron Horvath y Peter Rida Michail, los mismos (ir)responsables del show de Cartoon Network, se plantan detrás de la cámara y del guión de esta aventura 100% para los más chicos (aunque no TAN chicos)… y 100% para los más grandes que pueden llegar a captar las mil y una referencias que estos dos locos lindos desparramaron a lo largo de la historia. La dupla de realizadores no es nada tímida a la hora de romper la cuarta pared (en tu cara Deadpool), burlarse de cualquier superhéroe, sea de la editorial que sea, y del mismísimo Hollywood que los convirtió en súper estrellas. Por ahí viene el argumento de la primera incursión cinematográfica de los héroes más pequeñines de DC Comics. Los Teen Titans (Robin, Raven, Beast Boy, Starfire y Cyborg) la pasan bomba salvando a la ciudad de los villanos más estrambóticos, sin medir las consecuencias de los destrozos que van dejando a su paso. Son adolescentes y se compartan como tales: un poco caprichosos, bastante insensatos, muy alocados y divertidos y, por supuesto, desobedientes al máximo. Esta conducta tan poco “profesional” los aleja de la perfección de sus contrapartes más adultas, idolatrados por todos y por la industria hollywoodense que no deja de celebrar sus hazañas en la pantalla grande (sí, incluso Linterna Verde). Robin quiere gozar de la misma gloria que su mentor e incita a sus compañeros a seguir por ese camino. A los Jóvenes Titanes les da lo mismo el estrellato, pero entienden que es algo importante para su amigo y el líder del equipo. El primer paso para dejar de ser simples sidekicks, y convertirse en héroes aclamados por todos, es contactar a la directora del momento, Jade Wilson (voz de Kristen Bell), encargada de las aventuras superheroicas más exitosas de todos los tiempos. Pero Jade les canta la posta: para que su historia sea interesante tienen que conseguirse su propio villano para enfrentar en la pantalla. Ahí es donde entra en acción el maloso Slade (Will Arnett), un enmascarado que, como el resto, no los toma muy en serio. Los maquiavélicos planes de Slade y las ansias de Robin para lograr reconocimiento y convertirse en estrella, van a desbalancear la gran amistad de los Titans y poner en juego el futuro de este grupete superheroico y hasta el bienestar del planeta Tierra. “Jóvenes Titanes en Acción!: La Película” plantea una premisa bien simple y directa sobre el compañerismo, la identidad y esto de estar a la sombra de los adultos, para que pueda ser entendida por los más chicos. La forma, por otro lado, es totalmente descabellada, mezclando súper acción, extravagantes momentos musicales, referencias pop a montones y el mismo humor insolente que se desprende de la serie animada. Los Jóvenes Titanes no se parecen a ningún héroe que hayamos visto hasta ahora, básicamente, porque son adolescentes haciendo cosas de adolescentes, obvio que metiendo la pata y aprendiendo de sus errores a lo largo del proceso. Acá no hay traumas ni momentos oscuros (al menos, ellos no lo ven de esa manera), pero sí hay mucha joda, canciones (porque tienen su propio hit, claro), mucha comida (están en la edad del crecimiento) y una seguidilla de bromas que parece no tener fin… hasta que se acaba la película y nos tenemos que volver a casa. ¡UFA! Horvath y Michail conocen muy bien a sus personajes y saben lo que quieren y cómo lo quieren contar. No se refrenan ante nada (siempre dentro de la calificación para toda la familia, otra vez, en tu cara Deadpool) y juegan con diferentes tipos de animación y estructuras dentro de una misma película sin desbalancear ni un poquito el argumento. Hay cameos, guiños al MCU y palitos para el “Worlds of DC”, homenajes a los clásicos del cine y, por sobre todas las cosas, una historia súper divertida para todas las edades. Sí, “funciona a varios niveles” y ese es el éxito más grande de “Jóvenes Titanes en Acción!”. Los realizadores logran llevar toda la irreverencia del show de TV a la pantalla grande sin agotar ningún recurso, o sea, si “Teen Titans Go!” no es lo tuyo, ni te acerques a la sala y volvé a encerrarte con la oscuridad de Zack Snyder. Por el contrario, si no sos de esos fans de DC que se ofenden fácilmente, esta aventura animada es de lo más disfrutable, sin caer en golpes bajos ni convencionalismos cuando llega el momento de presentarnos a estos héroes TAN particulares. Claro que este tipo de humor y estructura sólo funciona con los “dibujitos”. Imposible (y no recomendable) trasladarlos al pie de la letra a una película live action, pero esto no quita que los superhéroes de carne y hueso pueden relajarse un toque y dejar de sufrir por un rato. Las películas animadas de DC funcionan porque no se toman a sí mismo tan en serio, al menos, es lo que parece cunado pueden reírse de “Martha” y contagiarnos las canciones más ñoñas. No se sabe si “Jóvenes Titanes en Acción!: La Película” viene con copias subtituladas (lástima si no, ya que nos perdemos las voces de Bell, Tara Strong, Arnet, Nicolas Cage y Patton Oswalt, entre otros), pero la traducción “neutra” se disfruta a montones y no le quita ni un poquito de doble sentido a esta aventura alocada. LO MEJOR: - Poder romper las reglas en la pantalla sin refrenarse. - Que funciona para todas las edades. - DC puede ser cool y divertido. Sí, puede. LO PEOR: - Que sólo funciona con personajes animados. - tratar de encontrar una copia subtitulada.
SU MISIÓN, SI DECIDE ACEPTARLA ES… Ethan Hunt no tiene paz en esta nueva entrega de la saga. Más allá de los superhéroes, “Misión: Imposible” se convirtió en una de las franquicias de acción más exitosas de todos los tiempos, en gran parte, gracias al carisma y a las acrobacias de su eterno actor principal: Tom Cruise. ¿Se acuerdan cuando creíamos que iba a hacerse a un lado y dejarle el lugar a Jeremy Renner? Ahora, estamos seguros de que esto NO va a pasar, y que Tomasito va a seguir colgándose de cuanto acantilado/avión/edificio se le cruce, hasta que el cuerpo ya no le dé más. Pasaron más de veinte años desde aquella oscura primera entrega dirigida por Brian De Palma. La franquicia tuvo altos y bajos (te estamos mirando a vos, “Misión: Imposible II”), pero a partir de la cuarta entrega –“Misión: Imposible - Protocolo Fantasma” (Mission: Impossible - Ghost Protocol, 2011)- encontró un nuevo rumbo y una nueva fórmula con más acción, humor y giros argumentales, y no tanto dramón personal para los protagonistas. Después de romperla con “Misión: Imposible - Nación Secreta” (Mission: Impossible - Rogue Nation, 2015), Christopher McQuarrie vuelve a ponerse detrás de las cámaras de esta sexta entrega, la única que decide retomar, de alguna manera, los acontecimientos del capítulo anterior y a su inescrupuloso villano Salomon Lane (Sean Harris). Pasaron dos años desde que Ethan Hunt (Cruise) y su equipo atraparon a este agente descarriado con su propia misión para “salvar al mundo”. Ahora se vienen las repercusiones de dicho arresto, y los seguidores de Lane, apodados Los Apóstoles, deciden continuar con su obra amenazando con detonar tres artefactos nucleares en ciudades no identificadas. Ahí entran en juego Hunt, Luther (Ving Rhames) y Benji (Simon Pegg) tratando de evitar que el plutonio caiga en las manos indebidas. Lamentablemente, la moral de Ethan le juega una mala pasada, el material radioactivo desaparece y la culpa recae sobre sus hombros poniendo en alerta a la CIA y a Erica Sloan (Angela Bassett), que decide tomar cartas en el asunto, pasar por arriba de la autoridad de Alan Hunley (Alec Baldwin), y meter a su propio hombre en el medio, August Walker (Henry Cavill), un agente de actividades especiales con más músculo que cerebro. A Hunt y su gente no le queda otra que hacer equipo con Walker y viajar a París para contactar a la Viuda Blanca (Vanessa Kirby), mujer de sociedad que, en sus ratos libres, también se dedica a la venta de armas y, en este caso, a contactar al vendedor del plutonio con su posible comprador. Se podrán imaginar que nada ocurre como lo planeado y ahí empieza la verdadera misión imposible. En el medio, Ethan descubre que el pago para acceder al plutonio es la excarcelación de Lane, que viene cambiando de prisión y gobierno desde su captura, hace dos años atrás. Y si bien tiene seguidores que harán lo que sea para liberarlo, hay otros como Ilsa Faust (Rebecca Ferguson) que no van a permitirlo tan fácilmente, entorpeciendo la tarea del mismísimo agente del FMI. McQuarrie tira todo por la ventana, nos lleva de Belfast a Berlín, después a París y Londres, para terminar entre las nevadas montañas de la India. Ethan y su equipo echan mano de todos los artilugios conocidos aunque, en esta ocasión, se nota que el director va por la acción física y más cruda, y no tanto por el lado de las complicadas puestas en escena y los escenarios tecnológicos de entregas anteriores. A Cruise no le queda acrobacia por hacer (y sabemos que las hace todas), pero también aprovecha para demostrar su costado sensible sin exagerar. Hunt siempre se nos presentó como una especie de superhéroe irrompible, y es bueno ver aflorar un poquito de su humanidad, siempre apoyado por el humor de Pegg y el sarcasmo de Rhames. No sabemos qué pasó con William Brandt (Renner), aunque suponemos que siguió por el lado de la burocracia gubernamental y ahora trabaja en alguna oficina de Washington o Langley. Acá, le toca, una vez más, a Ferguson jugar el papel de la chica pateatraseros, aunque (todavía) no forme parte de este equipo oficialmente. Ahí se la extraña a Paula Patton. McQuarrie se rodea de demasiada testosterona, pero balancea la narración hacía el final (no vamos a dar pistas). Lamentablemente, Kirby está demasiado estereotipada y desaprovechada dentro de una historia que tiene tiempo de sobra (dos horas y media) para darle un poco más de relevancia a este personaje casi ocasional. Sabemos que la estrella sigue siendo Cruise y ahí es donde debe poner el foco. Actor y director vienen trabajando juntos desde hace rato (“Jack Reacher” y más allá, en su etapa como guionista) y se nota la química a la hora de orquestar cada una de las escenas de acción, además de los efectos en cámara, que le dan un aspecto visual (McQuarrie filma en 35mm.) y una veracidad imposible de emular con una pantalla verde de fondo. El realizador aprovecha el 10° aniversario de “Batman: El Caballero de la Noche” (The Dark Knight, 2008) para rendirle su sincero homenaje (sí, no es joda); hasta la banda sonora de Lorne Balfe nos recuerda los sonidos de Hans Zimmer, demostrando como la secuela de Christopher Nolan sigue impactando e influenciando al cine de acción después de tantísimo tiempo. Por lo demás, “Misión: Imposible – Repercusión” es una dignísima secuela que mantiene el nivel de la franquicia, sigue siendo fiel a su homónima televisiva, se supera con sus escenas de acción y persecuciones, pero no aporta nada nuevo y se apega a una fórmula que le funciona muy bien. La trama, como es costumbre, está llena de giros, tal vez se extiende demasiado y, por momentos, se torna un poquito previsible si prestamos la debida atención a la saga. Igual, todo es mega disfrutable y pochoclo del bueno, aunque Cavill no mantenga el mismo encantando de, por ejemplo, “El Agente de C.I.P.O.L.” (The Man from U.N.C.L.E., 2015). Entendemos que no es su trabajo hacer del tipo fachero (nadie puede opacar a Tom, ¿no?) -y suponemos que de ahí viene el bigote polémico-, pero tampoco le queda muy cómodo el rol de agente duro y despreocupado. Ojo, también puede ser que no le dé el rango actoral e hizo su mejor esfuerzo. “Misión: Imposible” sigue sumando buenas entregas a una franquicia bien consolidada, perpetuando el género de espías en clave más “liviana” y otorgando buen entretenimiento. La oscuridad de De Palma hace rato quedó atrás, pero los que tomaron el testigo encontraron el tono intermedio para el lucimiento de su estrella y de estas historias plagadas de acción y suspenso que dejan los quilombos políticos en manos de otro tipo de proyectos. LO MEJOR: - Tom Cruise no se rompe. - El balance entre acción, humor y recontra espionaje. - El aspecto visual y los efectos. LO PEOR: - Se hace un poco chiclosa. - Queremos más mujeres en ese equipo.