AL INFINITO Y MÁS ALLÁ Damien Chazelle deja la música de la lado y nos lleva de paseo a la estratósfera (¿?). Con “Whiplash: Música y Obsesión” (Whiplash, 2014) y “La La Land: Una Historia de Amor” (La La Land, 2016), Damien Chazelle se convirtió en el niño mimado de Hollywood, quien espera repetir la hazaña dorada con una nueva nominación al Oscar gracias a “El Primer Hombre en la Luna” (First Man, 2018), una biopic muy diferente centrada en el astronauta Neil Armstrong, claro está, el primer humano en caminar sobre el suelo lunar… a menos que se crean todas esas teorías conspirativas. Basados en el libro “First Man: The Life of Neil A. Armstrong” de James R. Hansen, los guionistas Nicole Perlman y Josh Singer delinean una historia intimista sobre este piloto devenido en conquistador del espacio. Un relato carente de triunfalismo, que se concentra en la persona, su vida privada, su familia y una pérdida que lo marcó para siempre. Chazelle se toma su tiempo (casi dos horas y media que se sienten) para mostrar la carrera de Armstrong (Ryan Gosling) dentro de la NASA, desde que aplica para el programa Gemini, hasta sus célebres palabras tras posar las patitas en el satélite. Neil se nos presenta como un hombre retraído y sencillo marcado por la tragedia. Su pasión (suponiendo que la tenga) se relaciona con cumplir esta hazaña y no con la cuestión política de ganarle la carrera a la Unión Soviética. Olvídense los que buscan la típica aventura espacial cargada de información y detalles técnicos sobre cada una de las instancias del Apolo 11. “El Primer Hombre en la Luna” toma un ángulo muy diferente y nos pone en el lugar del astronauta, como en primera persona, abriéndonos paso entre los infinitos riesgos, las frustraciones y los miedos de su familia, una variable que decide dejar afuera de esta ecuación, un poco para no herir a nadie en el camino, y sin darse cuenta del daño que está causando con su alienación. No es ningún secreto que Chazelle filma como los dioses y acá deja la música de lado para convertirse en un “documentalista”. El realizador y el director de fotografía Linus Sandgren –el mismo de “La La Land”- meten la cámara en los lugares más íntimos, los pequeños recovecos de las naves espaciales, la majestuosidad del cosmos, el frenesí de las pruebas aéreas; pero a diferencia de sus películas anteriores, todo carece de esa pasión contagiosa acerca del cine y sus protagonistas. Hay un distanciamiento que no nos permite involucrarnos cien por ciento en esta historia y sus personajes principales. Mucho menos emocionarnos más allá del despegue del Apolo 11 (si nos emocionamos con muy poco) o las últimas instancias de la película. Chazelle intenta humanizar a estos ídolos americanos, convertidos en rock stars durante la década del sesenta y setenta, demostrándonos que son seres de carne y hueso plagados de sentimientos, aunque pocas veces los demuestran en pantalla. Al lado de ellos van sus mujeres, sufriendo en silencio (y no tanto), y arrastrando la carga de ser “la esposa del astronauta”. Este es el papel de Janet Armstrong (Claire Foy), que nunca abandona su segundo plano. La perfección visual de “El Primer Hombre en la Luna” –puntos extra para el diseño d eproducción de Nathan Crowley (“Interestelar”) y la música de Justin Hurwitz que SIEMPRE nos va a recordar a “La La Land”- la convierte en una película que debe ser disfrutada sí o sí en la pantalla más grande, pero también en una obra un tanto inocua y desapegada. Chazelle se rodea de un gran elenco –Corey Stoll, Kyle Chandler, Jason Clarke, Patrick Fugit, Ciarán Hinds, Ethan Embry, Shea Whigham, Pablo Schreiber, Lukas Haas-, mayoritariamente masculino y caucásico porque así era la NASA en los sesenta-, pero el foco siempre está sobre Gosling, protagonista indiscutido de esta historia que, al igual que Armstrong, esconde cada una de sus emociones detrás de una máscara de impasividad. Nunca terminamos de descifrar lo que piensa o lo que siente, para eso están las imágenes de Chazelle que, en este caso, no siempre cumplen con su cometido. Será que Hollywood y las historias triunfalistas sobre el programa espacial –o el espacio, en general- nos mal acostumbraron, pero en el caso de “El Primer Hombre en la Luna” este parece ser un tema menor, una excusa para meternos en la mente de este héroe tan enigmático. Como historia parece tener mucho menos que ofrecer que como documento, y la forma se termina comiendo casi todo su contenido. El realizador se esfuerza y se concentra tanto en los detalles que se olvida de transmitir algo más que sus bellas imágenes y sensaciones, aunque a veces esa cámara en mano tan vertiginosa empiece a marearnos un poco. Se entiende que quiera demostrar su madurez cinematográfica y alejarse de la fantasía musical de su película anterior, pero hasta “Whiplash” sabía cómo entregar contundencia desde la historia, sus protagonistas y el ritmo de su narración. Imposible decir que estamos ante una mala película, aunque como espectáculo –todas las de Chazelle son un gran espectáculo- se queda corto. Tampoco llega a convencer desde su profundidad y los enigmas humanos que trata de descifrar. LO MEJOR: - Todas esas sensaciones que sólo nos da la pantalla grande. - Se celebra que acento este en los personajes y no en la odisea. - Su estilo “documental”. LO PEOR: - El relato en sí no termina de calar. - El uso excesivo de la cámara en mano, ni que fuera The Blair Witch Project.
FRÍO, MUCHO FRÍO Con Spider-Gwen esto no pasaba. Con “La Chica en la Telaraña” (The Girl in the Spider's Web, 2018) queda clarísimo que hay que dejar descansar a Lisbeth Salander, un personaje que habrá tenido éxito desde las páginas de las novelas de Stieg Larsson y sus continuaciones, y en la pantalla con el público escandinavo; pero que no da pie con bola cuando Hollywood trata de reversionarla. ¿Será que nos choca que estando en Suecia nadie hable en sueco? Este es el menor de los problemas para la nueva película de la saga, que se aleja de la trilogía original y hace borrón y cuenta nueva, esta vez con Claire Foy (“The Crown”) como la hacker protagonista. Uno podría pensar que este oscuro thriller criminal, que mezcla traumas personales con quilombos cibernéticos le cae como anillo al dedo al uruguayo Fede Álvarez, responsable de “No Respires” (Don't Breathe, 2016), pero poco y nada agrega a este universo de misoginia y heroínas justicieras, que desde la clandestinidad intentan ayudar a otros. “La Chica en la Telaraña” toma su argumento de la cuarta historia de esta franquicia, escrita por David Lagercrantz tras la muerte de Larsson. La historia arranca mostrándonos el traumático pasado de Lisbeth, la abusiva relación con su padre y un hogar que dejó atrás, para no volver, junto con su hermana Camilla. Sabemos que Salander nunca logró despegarse de estos fantasmas, pero desde el anonimato trata de evitar que otras mujeres atraviesen los mismos abusos que ella tuvo que soportar a lo largo de su vida. Pasaron varios años desde que la historia personal de Lisbeth salió a la luz, gracias al periodista Mikael Blomkvist (Sverrir Gudnason) y su reportaje para la revista Millennium. La chica sigue con su cruzada revanchista hasta que se contacta con Frans Balder (Stephen Merchant), creador de Firewall, un programa militar que le da a un único usuario el poder de controlar una flotilla de misiles. Claro que Balder se arrepintió de su trabajo y ahora quiere recuperarlo de las manos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos. Ahí es cuando entran en juego las habilidades de Lisbeth, que logra “robar” exitosamente el programa, pero es atacada en su casa antes de que pueda devolvérselo a su dueño. Claro que todos la creen culpable, incluidos los servicios secretos suecos y Ed Needham (Lakeith Stanfield), agente de la NSA que viaja hasta Suecia para recuperar lo que le pertenece. Por su parte, Salander debe identificar a sus atacantes, recobrar el programita y contactarse con Balder antes de que caiga en las manos equivocadas. Un lío repleto de asesinos rusos, políticos corruptos y un pasado que vuelve para atormentarla. “La Chica en la Telaraña” se acerca mucho más a una aventura de James Bond o de Etahn Hunt que a las de Salander. Foy hace su mejor esfuerzo, pero nos entrega una antiheroína deslucida (literalmente sin maquillaje) que dejó por el camino sus fetiches y muchos de sus gustos más dark. Atrás también quedaron la antipatía y los recelos de Noomi Rapace, imposibles de descifrar en las actitudes de “la reina”. Pero la culpa no es de Foy, sino del incoherente guión de Jay Basu, Álvarez y Steven Knight (este nos duele, más que nada por los “Peaky Blinders”), y una historia plagada de lugares comunes, personajes caricaturescos y la falta de dramatismo que solía tener la saga, más que nada, cuando estaba vinculado a su protagonista. Acá, Lisbeth se parece mucho más a un agente secreto malhumorado, que va de acá para allá, tratando de resolver el problema. La trama es repetitiva y va perdiendo ritmo (o sea, se vuelve sumamente tediosa) a medida que cae en una estructura cíclica llena de persecuciones, encuentros fortuitos y resoluciones agarradas de los pelos. Fede Álvarez sabe cómo capturar los fríos paisajes nórdicos, pero poco y nada hace por estos personajes, sobre todo con la relación entre Lisbeth y Mikael (que acá perdió unos cuantos años por el camino), tan estrecha y pasional -no necesariamente sexual, eh- durante las entregas anteriores. “La Chica en la Telaraña” despoja a la saga de sus elementos más intensos e interesantes y la reduce a un thriller simplista de buenos contra malos. Eso sí, no puede apartarse de su lado más misógino, uno que termina metiendo a la fuerza como para demostrar que los escandinavos son todos unos desviados (¿?). Y hablando de tierras lejanas, entendemos que esta es una versión hollywoodense, pero ya ni se esfuerzan en disimular el idioma local, y disfrazan todo con un extraño inglés de acento nórdico, o eso nos quieren hacer creer. En este contexto, el único que queda bien parado es Stanfield, un personaje bastante desaprovechado, que igual logra meter alguna de sus humoradas. La realidad es que la película de Álvarez no funciona a ningún nivel. Los misterios son de manual y bastante predecibles, el desarrollo de los personajes deja mucho que desear y las habilidades como hacker de Lisbeth van desde “te controlo el microondas con un celular a distancia”, hasta caer en los errores más comunes para una principiante. Sí, hablamos de esos clichés que nos dan vergüenza ajena cuando los vemos en pantalla. Si somos sinceros, la versión de David Fincher no terminó de cerrar del todo y un poco cayó en el olvido, pero esta nueva entrega de la saga Millennium va derechito a la lista de lo más decepcionante del año. LO MEJOR: - Los paisajes escandinavos tienen ese no sé qué. - Álvarez filma bien, lástima que el material no lo ayuda. LO PEOR: - Devuelvan a Lisbeth Salander. - Una historia sin pies ni cabeza. - Mikael Blomkvist está más pintado que la Mona Lisa.
EL GRAN GOLPE Las chicas también quieren divertirse. Bueh, no hay nada de divertido en salvar el pellejo. Steve McQueen no nos entregaba una historia cinematográfica desde que alzó el Oscar a Mejor Película por “12 Años de Esclavitud” (12 Years a Slave, 2013). Ahora, el realizador inglés decide reversionar “Viudas” (Widows, 2018), la miniserie británica homónima del año 1983, haciendo equipo con Gillian Flynn que, por primera vez, adapta una obra que no es propia. La escritora detrás de “Perdida” (Gone Girl, 2014) y “Sharp Objects” (2018) entiende de thrillers protagonizados por fuertes personajes femeninos, de ahí, que sea la mejor elección para este drama criminal, que es muchísimo más que una “heist movie”. Se puede decir que “Viudas” tiene algo de “La Gran Estafa” (Ocean's Eleven) o cualquier otro clásico de atracos bien planeados. Pero en manos de McQueen y Flynn la historia adquiere otros significados y deja deslizar, no sólo el papel de la mujer en la sociedad, sino otros problemas sociopolíticos y culturales como el racismo, la corrupción política y la violencia policial tan en sintonía con la actual administración en los Estados Unidos. La dupla cambia la ambientación británica por las calles de Chicago, más precisamente, el distrito 18, la zona Sur y menos “pudiente” de la Ciudad de los Vientos. No lejos de ahí, Harry Rawlings (Liam Neeson), hombre de influencia y criminal de carrera, muere junto a sus tres secuaces durante un golpe que no sale nada bien. Veronica (Viola Davis), su viuda, no sólo debe lidiar con la pérdida de su esposo, sino con algunas deudas involuntarias que deberá pagar si no quiere poner en riesgo su propia vida. Resulta que Harry decidió robarle dos millones de dólares a Jamal Manning (Brian Tyree Henry), jefe criminal de la zona que, ahora, quiere blanquear los “negocios” y dedicarse a la política postulándose para edil de este distrito, y compitiendo contra Jack Mulligan (Colin Farrell), quien viene de una larga estirpe de gobernantes. A Jack, acusado de manipular algunos fondos, no le interesa seguir el mandato familiar, mucho menos vivir en esta zona tan pobre de Chicago, pero las presiones de papá Tom (Robert Duvall) se hacen sentir, y el apellido pesa más que sus caprichos personales. Por su parte, Jamal y su violento hermano Jatemme (Daniel Kaluuya), llevan todas las de ganar ya que el primero podría convertirse en el primer edil afroamericano del distrito 18, una posición que no le va a dar mejores ingresos que los de sus actividades extracurriculares, pero si el poder para estirar sus influencias. Pero la campaña necesita fondos y esos fondos volaron por el aire junto con Rawlings. Para recuperar el dinero, Veronica debe sumergirse en la oscura vida de su marido, una que siempre trató de ignorar. A pesar de tener un buen pasar y ser una señora de “sociedad”, Harry la dejó en Pampa y la vía, y la única opción que le queda para salir indemne del problema, es contactar a las otras viudas y llevar a cabo el próxima plan que su esposo tenía en la agenda: un botín de cinco palitos verdes, suficientes para contentar a los Manning y repartir el resto entre ellas. Hablamos de cuatro mujeres muy diferentes que nunca se conocieron entre sí: Linda Perelli (Michelle Rodriguez), madre de dos y dueña de una tienda que acaba de perder por culpa de las deudas de juego de su marido. Alice Gumnner (Elizabeth Debicki), una rubia linda sin ninguna experiencia, prisionera de una relación abusiva. Y Amanda Nunn (Carrie Coon), la única viuda que decide no unirse a los planes de Veronica, ya que está demasiado ocupada con su bebé recién nacido. La idea parece absurda y sumamente peligrosa, pero la realidad es que la alternativa es aún peor. Ninguna tiene experiencia (ni mucho que perder en el proceso), pero con sus habilidades combinadas, y mucha concentración, podrían lograr el éxito. McQueen nos muestra toda la planificación, los ensayos, los errores y los riesgos, pero en el camino también nos muestra a este grupo de mujeres determinadas a no bajar los brazos y dejarse intimidar por el sexo opuesto. En Veronica, Linda, Alice y Amanda están representadas otras tantas mujeres, esposas, madres, víctimas, luchadoras de las que (muchas veces) nadie espera nada, y así y todo, logran dejar su huella y hacer una diferencia. En la superficie, “Viudas” es un thriller cargado de acción y violencia con una ejecución impecable –los planos largos de McQueen son hermosos- y un grandísimo elenco (Davis y Debicki son maravillosas) que lleva adelante una historia que jamás decae, y va hilando sus diferentes tramas, peligrosamente interconectadas. Entre líneas, no muy sutiles, la historia se hace eco de la (eterna) situación racial que nunca cambia, la consciencia (e inconsciencia) de clase y de género, y de una realidad pocas veces vista en este tipo de ficciones: las mujeres son tan aptas como los hombres para llevar adelante la ejecución de cualquier plan, el problema pasa por subestimarlas. McQueen nos entrega un par de arquetipos, sólo para poder deconstruirlos delante de la cámara y resignificarlos. Así, su historia se convierte en una gran metáfora del rol de la mujer y cómo es percibida –además de cómo se percibe así misma- en distintos ámbitos y ante circunstancias diferentes. Claro que van a saltar los que enarbolan la bandera de la credibilidad, pero sepan que si el mismo argumento funcionó durante años con elencos mayoritariamente masculinos, no hay razón para que “Viudas” deje de emplear dicha fórmula y nos atrape con su particularidad y, más que nada, con sus protagonistas y sus disyuntivas, tan personales como aplicables al conjunto. LO MEJOR: - Que dice mucho más de lo que parece a simple vista. - El balance entre thriller, drama y temas coyunturales. - Denle todos los premios a Viola. LO PEOR: - Que no haya más películas tan jugadas como esta. - Que el público prefiera los blockbusters y después se queje de la falta de calidad en la pantalla grande.
CUENTOS QUE NO SON CUENTO Justo en la coyuntura. Más de una vez escuchamos eso de que “la realidad supera a la ficción” y esta película viene a corroborarlo con creces. En cualquier otro contexto pensaríamos que Spike Lee es un exagerado e inventa relatos bizarrísimos, pero el argumento de “Infiltrado del KKKlan” (BlacKkKlansman, 2018) es una historia demasiado real, una que se conecta a la perfección con el escenario sociopolítico que se vive en el país del Norte, y en varios otros a lo largo y ancho del planeta. Podríamos definirla como una dramedia biográfica, pero es mucho más. Entre sus momentos humorísticos –momentos que se desprenden de la historia y nunca tienen la intención de ser graciosos per se- y la violencia (física y psicológica) que desprende, “Infiltrado del KKKlan” se convierte en un documento de la xenofobia que impera en los Estados Unidos, odios exacerbados por las políticas de un presidente que no esconde, para nada, sus propios prejuicios. Las memorias de Ron Stallworth, “Black Klansman” (2014), son el punto de partida de Lee y sus coguionistas, Charlie Wachtel, David Rabinowitz y Kevin Willmott, para contar las peripecias del mismísimo Stallworth, acá interpretado por John David Washington –hijo de Denzel, por si preguntan-, el primer detective afroamericano del departamento de policía de Colorado Springs (en Colorado). Estamos a finales de la década del setenta, después de la muerte de Martin Luther King y, supuestamente, del final de la segregación racial en USA (¿alguna vez terminó?). La policía de Colorado alienta a los afroamericanos a sumarse a la fuerza y ahí es donde Stallworth quiere hacer una diferencia, pero en seguida va a chocar con los odios de algunos compañeros, y los prejuicios de tantos otros. Ron es un novato que, de momento, trabaja en los archivos aguantando las burlas y el desdén de sus superiores pero, ambicioso como es, pretende trabajar como oficial encubierto, aunque su primera misión lo obliga a replantearse muchísimas cosas sobre su naturaleza y su oficio. A Stallworth le toca infiltrarse en una reunión patrocinada por la Unión de Estudiantes Negros, cuyo orador es Kwame Ture (Corey Hawkins), líder de la lucha por los derechos civiles, considerado una amenaza por las autoridades. Ahí conoce a Patrice Dumas (Laura Harrier), una chica 100% comprometida con la causa, que le va a mover un poquito más el felpudo. (No sean mal pensados, hablamos de moral y convicciones). Stallworth es reasignado a la división de inteligencia donde decide seguir una pista que le llama la atención: una anuncio en el diario local que busca miembros para el Ku Klux Klan, sí, así como lo leen. Ron llama, y pretendiendo ser un blanquito bastante racista, charla largo y tendido con Walter Breachway (Ryan Eggold), presidente de la “organización” en la rama de Colorado. Haciéndola corta, consigue entrevistarse cara a cara con Breachway para ver qué anda tramando el grupete de odiadores, pero el color de su piel podría ser un problema a la hora de la reunión. Así es como el oficial Flip Zimmerman (Adam Driver) se hace pasar por él ante los miembros del Klan, mientras Stallworth sigue juntando data a través de sus conversaciones telefónicas. Lee y compañía consiguen un relato tan impensadamente gracioso como escalofriante. Las situaciones que se dan son hilarantes y los mensajes entre líneas contundentes, pero no se puede dejar pasar que el odio que desprenden muchos de estos personajes es real, sobre todo el de los miembros más extremos, dispuestos a todo para hacer valer su mensaje. Ante los ojos de las autoridades, los integrantes del KKK son unos fantoches inofensivos, pero con la visita de David Duke (Topher Grace), el “Gran Hechicero” de la organización, las cosas se ponen más peligrosas para Zimmerman y para Patrice, el blanco más relevante. “Infiltrado del KKKlan” es una lección intensiva de historia: la del racismo en los Estados Unidos (por sobre todo); la de la comunidad afroamericana y cómo son percibidos (por los demás y por ellos mismos); y la del cine, que se encargó de crear estereotipos falsos y dañinos que, a la larga, repercutieron en el inconsciente colectivo. Todo esto por el mismo precio, gracias a la mano maestra de Lee tras las cámaras, que muchas veces se autorreferencia o toma prestado el estilo blaxploitation, justamente, para remarcar lo contrario. “Infiltrado del KKKlan” estará ambientada en la década del setenta, con sus afros y pantalones anchos, pero se siente más actual que nunca porque estos temas, lamentablemente, siguen en vigencia. Washington y Driver son el centro interpretativo de esta historia, pero sobre Harrier recaen muchas de las reflexiones más categóricas y directas de la película. A diferencia de Stallworth, Dumas no es un personaje real, pero sí está inspirado en esas incansables luchadoras del Black Power. Lee decide empoderarla un poco más y sumar coyuntura desde diferentes frentes: a la lucha de los derechos civiles, el acoso sexual y la discriminación, hay que sumarle el abuso policial y el descreimiento de las autoridades, algo que Patrice no puede dejar de ratificar. Al final ya no hay risas que valgan porque la ficción de Lee tiene demasiado de realidad. El argumento de “Infiltrado del KKKlan” nos resulta simpático y anecdótico, pero nada que hayan hecho Stallworth o Zimmerman logra cambiar la mentalidad social, mucho menos evitar que la xenofobia se propague o llegue a su fin. Los diarios, gente como Trump o Bolsonaro, le dan la razón al realizador que, a pesar de entretenernos por más de dos horas con esta “fábula”, no puede permitir que nos quedemos en nuestra zona de confort. Claro que como director se toma sus licencias dramáticas, y suma personajes y acontecimientos que nunca existieron, aunque su idea es clara: el peligro más grande que representan individuos como Duke, es alcanzar cargos de poder en las instituciones, desde donde pueden ejercer una influencia aún más negativa. Sí, son unos fantoches, pero unos fantoches con una ideología extremista y peligrosa tan contagiosa como el sarampión. Lee no propone tomar las armas ni mucho menos –demuestra que la violencia nunca es la solución-, pero sí neutralizarlos a través de la empatía, la educación y el respeto. “Infiltrado del KKKlan” es una película disfrutable como tal, pero también de esas que hay que ver para no olvidarnos que la realidad siempre, SIEMPRE, supera a la ficción. LO MEJOR: - Spike Lee vuelve con todo y a pura coyuntura. - Poder ser contundente desde sus temas y entretenida desde la narración. - Qué lindo rejunte de personajes. LO PEOR: - Ya van a saltar los racistas. - De esta no vamos a tener secuela.
UN PLATO QUE SE SIRVE TIBIO Jennifer Garner vuelve a patear traseros, pero la historia no la acompaña. La venganza no es exclusiva de los hombres, como tampoco el cine de súper acción. Pierre Morel, responsable de “Búsqueda Implacable” (Taken, 2008) y de convertir a Liam Neeson en un héroe madurito, hizo escuela en esto del “ojo por ojo”, y empapado de este nuevo empoderamiento femenino que salpica todos los rincones de la industria, se despacha con “Matar o Morir” (Peppermint, 2018), un thriller dramático cargado de violencia, pero con muy poco contenido. Celebramos que Jennifer Garner se ponga al frente de esta historia y vuelva al terreno de Sydney Bristow pateando traseros, pero el guión de Chad St. John -“Londres Bajo Fuego” (London Has Fallen, 2016)- no le otorga las herramientas suficientes para lucirse, como sí lo hacía, por ejemplo, la serie producida por J.J. Abrams. La cosa empieza cinco años atrás, con Riley North (Garner), y su bella familia, que hace lo que puede para apaliar los problemas económicos. Ellas trabaja en un banco, mientras su marido Chris (Jeff Hephner) se rompe el lomo como mecánico, todo para darle a su pequeña hija Carly el mejor pasar. El problema es que el señor North intenta buscar una salida más fácil, pero a último momento se arrepiente y decide evitar involucrarse en los chanchullos de un amigo, quien intenta robarle a Diego Garcia (Juan Pablo Raba), un poderoso narcotraficante. Claro que a Garcia no le gusta que le toquen el bolsillo, y aunque Chris no hizo nada malo, igual piensa dar el ejemplo y demostrar que, con él, nadie se mete y vive para contarlo. El día del cumpleaños de Carly, los North salen de paseo y son sorprendidos por los hombres del mafioso que arremeten contra ellos. Se imaginarán que la única sobreviviente del tiroteo es Riley, y a pesar de identificar positivamente a los perpetradores, todos quedan en libertad por culpa de algunos funcionarios corruptos, y el hecho de que a ella la consideran un poquito traumada como para tener en cuenta su testimonio. Cinco años después, durante el aniversario de aquella fatídica noche, los cadáveres empiezan a acumularse. Primero, los tres supuestos sospechosos, después el juez y el abogado de la causa. La policía está un tanto consternada por la violencia de los crímenes, pero todas las pistas confluyen en Riley North, ahora convertida en una Charles Bronson revanchista. Nadie sabe muy bien qué anduvo haciendo la señora a lo largo de todos estos años, pero entre los detectives Stan Carmichael (John Gallagher Jr.), Moises Beltran (John Ortiz) y la agente del FBI Lisa Inman (Annie Ilonzeh), van a tratar de descifrar sus intenciones y detenerla antes de que sea demasiado tarde. La cuestión es que Riley no tiene nada que perder y, además, para muchos está considerada una justiciera más que una criminal. Sí, la opinión pública tiene un peso específico en esta historia, aunque Morel nunca lo desarrolla y se decide por una trama llena de acción desenfrenada, violencia extrema, tiros y explosiones. Hay atisbos de explicar cómo una tranquila ama de casa se convierte en la versión femenina de Rambo, pero igual nos cuesta comprar este argumento demasiado exagerado y agarrado de los pelos. Ojo, si se tratara de un hombre, tampoco funcionaria, ya que al menos, en el caso de Liam Neeson y su Bryan Mills, dábamos por sentado que se trataba de un ex agente súper entrenado. La venganza mueve montañas, pero lo de Riley se hace poco creíble. Igual, “Matar o Morir” entra en ese subgénero de “vigilantes” que se enfrentan solitos a un ejército y salen bien parados porque el bien siempre gana, no importa que tan chifladito esté el justiciero en cuestión. Morel y John se esfuerzan demasiado en mostrarnos a Riley como un personaje fuerte y patea traseros que, con algunas habilidades aprendidas por el camino, puede enfrentarse a todos los delincuentes de la zona. Suman policías ineptos, personajes corruptos y malos muy malos sin muchas justificaciones, como para llenar todos los casilleros de los lugares comunes. Nos resulta imposible empatizar con un personaje como el Garner. Sí, la pobre mujer perdió a su familia, la hicieron pasar por loca y, encima, no recibió ni un poquito de justicia; pero los realizadores la convierten en esa loca descontrolada que dispara y luego pregunta, casi sin ninguna escala. “Matar o Morir” es una película vacía, como tantas otras de súper acción. Pierde la oportunidad de presentarnos una gran historia encabezada por un personaje femenino, de esos que no abundan, en cambio, utiliza una fórmula gastada que puede funcionar para ciertos arquetipos ya en desuso, pero no para un planteo de 2018. Sabemos que Morel sabe filmar muy bien este tipo de encontronazos, y que Garner se le planta a cualquier desafío, pero acá hace lo que puede con lo que tiene que, en realidad, es bastante poco, y no logra conquistar nuestros corazones. El final nos llega de forma predecible, con falta de emoción, y casi que lo esperamos con los brazos abiertos después de más de hora y media de este juego del gato y el ratón entre los buenos, los malos y Riley, que no termina de decidirse. LO MEJOR: - Si querés acción, vas a tener acción. - La venganza no discrimina entre sexos. LO PEOR: - La historia y los personajes carecen de desarrollo. - Demasiados lugares comunes, a pesar de su antiheroína.
MAGIA POTAGIA Y sí, un hechicero lo hizo. Al ver el nuevo capítulo de esta extensión de la saga mágica o nueva saga, como quieran llamarla, quedan varias cosas en claro. La primera, y a diferencia de la historia del niño que sobrevivió, es que J.K. Rowling no tiene la menor idea de lo que nos quiere contar y parece que va improvisando por el camino. Puede que estemos equivocados y haya un plan mayor donde está todo bien orquestado –al menos, así se sentían los libros de Harry Potter-, pero la autora ya empieza a manipular su propio canon, bien aceitado a lo largo de siete novelas y sus derivados, para que todo eso que “nos hace ruido” encaje a la perfección dentro de un argumento, de por sí, bastante embarullado. La otra cuestión, tal vez la más importante, es que ahora nos resulta clarísimo que esta NO es la historia de Newt Scamander (Eddie Redmayne) -magizoólogo responsable de ese librito de estudios conocido como “Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos”-, sino la de Gellert Grindelwald (Johnny Depp), el mago tenebroso más temido y peligroso, por lo menos, hasta la aparición de Voldemort (sí, acá lo nombramos porque somos corajudos). El buenazo de Newt, y su amor por todas las bestias, se convirtieron en una excusa para contar esta historia previa a la aparición de Harry y su archienemigo. Acá la cuestión es mostrar el ascenso al poder de este villano, y claro, llegar a la instancia donde el célebre Albus Dumbledore lo derrotó. Este último dato, de lo primero que aprendió Potter sobre su director de camino a Hogwarts al leerlo en uno de los cromos de las Ranas de Chocolate, se convirtió en el puntapié de “Animales Fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” (Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald, 2018) y, por lo menos, su secuela, porque acá la cuestión es detener a este poderoso hechicero que, sabemos, tiene una historia muy personal con el profesor. La última vez que vimos a Grindelwald, quien (se sabe) llevó a cabo una guerra mágica contra los muggles (siempre a favor de la supremacía de los magos), bajo el infame lema “por el bien mayor”, había quedado en custodia del MACUSA (ministerio de la magia de Estados Unidos), tras revelarse que se escondía bajo la apariencia del auror Percival Graves (Colin Farrell). Pasaron seis meses y, en vísperas de su traslado a Europa para ser juzgado por sus crímenes, Grindelwald logra escapar con la ayuda de sus secuaces y parte rumbo a París en busca de ese “arma” que tanto necesita: el Obscurial, también conocido como Credence Barebone (Ezra Miller), el huerfanito con problemas ‘de manejo de la ira’, que también huyó hacia la Ciudad Luz con la intención de encontrar a su verdadera familia. ¿Cómo encaja Newt en todo esto? Alejado de Tina Goldstein (Katherine Waterston), Scamander volvió a Londres para seguir con sus investigaciones, catalogando nuevas criaturas, pero tras los incidentes de Nueva York, el Ministerio de la Magia inglés le prohíbe el viaje a otras regiones, lo que va a dificultar bastante su próxima misión. El mismísimo Dumbledore (Jude Law) le pide que marche hacia París para encontrar a Credence y protegerlo. En pocas palabras, evitar que caiga bajo los influjos de Grindelwald, o sea asesinado por los aurores que lo consideran una verdadera amenaza. Esta es la trama que propone “Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald”, un juego del gato y el ratón donde todos confluyen en Francia y se persiguen de acá para allá. En el proceso, Grindelwald va adquiriendo poder al convencer a nuevos seguidores de su cruzada, y Rowling nos plantea una colección de extraños parentescos, bastante retorcido y sin sentido. ¿O sí? El tiempo y las tres secuelas que nos quedan, lo dirán. Mientras tanto tenemos una historia desprolija que se esfuerza por planear a futuro y se extiende (demasiado) presentando situaciones y protagonistas que, en esta entrega particular, no tienen demasiado peso. Hay mucho y mal llevado, personajes que entran y salen de escena sin un objetivo claro, u otros que simplemente desaparecen dejando su “hilito” inconcluso. Lamentablemente, el foco está puesto en el villano -bien constituido, atrayente y con sus buenas justificaciones-, pero choca que sea Depp (como protagonista) al que se le da tanta cámara e importancia. ¿En serio no se podía recastear al actor? Por su parte, Law es todo encanto cuando se trata de Dumbledore, un personaje que, seguramente, cobrará muchísimo más protagonismo en las próximas entregas. Lo que no está demasiado claro, es cómo un personaje tan pacífico como Scamander va a encajar en este nuevo escenario, que poco y nada tiene que ver con sus amados animalitos. Sí, están ahí, y sirven a algún que otro propósito, pero el título ya les queda grande. Esta no es una saga al estilo Indiana Jones, donde Netw se pasea por diferentes continentes en busca de nuevos especímenes, es “Harry Potter para adultos”, donde el mundo mágico trascendió la escuela y las aventuras juveniles para concentrarse en personajes creciditos como los lectores de la serie. Una franquicia más “oscura” y “política”, si se quiere, que se basa en todos los conocimientos previos del espectador para entender cada uno de sus pequeños detalles. Ahí, otro gran problema para el público random que se acerca a la sala sin tener las herramientas necesarias sobre la creación de J.K. Rowling. “Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald” es una película para el fan que, pocas veces explica su universo y da por sentado que todos conocen de hechizos, personajes y criaturas. David Yates, que a esta altura sólo dirige películas de Harry Potter y aledaños, se vuelve a poner tras las cámaras y, más allá de un montón de escenarios y una hermosa puesta en escena, no aporta mucho más. Esta entrega sigue expandiendo el universo, presentándonos nuevos lugares con un nivel de detalle que cualquier saga envidiaría, pero no todo debe ser “escenografía”, y ahí es donde más falla desde el argumento. “Animales Fantásticos 2” es una película de “relleno” que sienta las bases para lo que vendrá: ¿el esperado enfrentamiento entre Dumbledore y Grindelwald”. Si vieron el póster saben que esta es una historia recargada de personajes que, muchas veces, ni se llegan a lucir. Sobre todo, los femeninos. No es ninguna novedad, ya que Rowling es una narradora bastante clásica que se apega al modelo del camino del héroe (léase héroe, nunca heroína), un tanto extraño para una escritora que se calza la camiseta feminista, pero también le da su apoyo a un golpeador como Depp. Pero ese es un tema aparte. Este mundo mágico es un universo de hombres que provocan sus guerras y después las resuelven. Claro que hay mujeres en puestos de poder, pero acá ya quedan relegadas a meras sidekicks de sus contrapartes masculina, o como protagonistas de momentos anecdóticos que no tienen verdadero peso en esta historia más grande. “Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald” cuenta muchísimas cosas, pero dice verdaderamente poco. Después de dos películas no entendemos el propósito de Credence –bah, mucho menos el de Newt-, pero nos quedamos con revelaciones de último momento que ponen patas para arriba todos nuestros conocimientos y sólo buscan ese golpe de efecto final. Básicamente, más de dos horas de película para llegar a ESE instante, que no todos compramos satisfactoriamente. En esto se convirtió la saga, un relato larguísimo, recargado de personajes, criaturas y escenarios coloridos, que deja la gran revelación para su final, como buena excusa para correr al cine ante el próximo estreno de la franquicia. Los fans súper chochos de ver como se sigue expandiendo este universo, ahora más oscuro y comandado por los adultos, pero sin una historia bien encaminada y de peso de fondo, como sí la tenía la epopeya del niño mago. Rowling está improvisando sobre la marcha, volviendo sobre sus pasos, retorciendo el canon para que las cosas encajen. Los hilos se notan en el argumento y un poquito, se va perdiendo esa “magia”. LO MEJOR: - La expansión y la atención a los detalles del mundo mágico. - Y sí, este Dumbledore “joven” suma muchos puntos. - A pesar de Depp, Grindelwald es un gran villano. LO PEOR: - Que Scamander y sus animalitos pasaron a un segundo plano. - No tiene muy en claro lo que quiere contar.
NAZIS, I HATE THESE GUYS Nazis, experimentos, soldados yanquis e inmortalidad. Our kind of thing. “J.J. Abrams presenta” y, por las dudas, nos ponemos a elaborar teorías de si esta nueva aventura forma parte del universo de Cloverfield. De entrada, les cortamos el mambo y les aseguramos que la película del casi debutante Julius Avery (“Son of a Gun”), no tiene nada que ver con invasiones extraterrestres o paradojas espacio-temporales. En cambio, el realizador y sus guionistas -Billy Ray y Mark L. Smith- arman un vertiginoso thriller cargado de misterios, que toma como escenario las horas previas al desembarco en Normandía por parte de los norteamericanos. Boyce ( Jovan Adepo) –el Danny de “Sorry for Your Loss”-, es uno de los tantos soldados de la división Airborne (aerotransportados) que deben saltar tras las líneas enemigas y asegurar la llegada del resto de las tropas por mar. Si vieron “Band of Brothers” (2001), saben que esta primera incursión no fue un jardín de rosas: los alemanes estaban bien preparados para la recepción, los aviones aliados cayeron como moscas y los paracaidistas quedaron bastante dispersos en el territorio francés. El bombardeo obliga a Boyce y sus compañeros, incluyendo a Rosenfeld (Dominic Applewhite), Tibbet (John Magaro), Chase (Chase) y Ford (Wyatt Russell), un cabo experto en explosivos que viene de pelear en Italia, a saltar antes de tiempo y sumarse al caos que impera a su alrededor, tanto en el aire, como en la tierra. Avery toma la mejor decisión y nos mete de lleno en la batalla, olvidándonos que ésta es, en realidad, una película de terror. Antes de pasar a los nazis y sus locos experimentos (porque por ahí viene la cosa), el director repasa los horrores de la Segunda Guerra Mundial con la excusa de, además de la súper acción que de entrada nos tensiona toda el cuerpo, presentar a los personajes y cada una de sus características. Claro, “Operación Overlord” (Overlord, 2018) no le puede escapar al arquetipo y dentro del grupo de soldados tenemos al temerario (Ford), al inexperto con corazón (Boyce), al gracioso (Tibbet) y el cobarde que ni sabe cómo fue a parar hasta ahí porque él sólo se anotó como fotógrafo (Chase). Igual, tienen que hacer su mejor esfuerzo para sobrevivir y tras perder a su comandante, los pocos que logaron quedar enteros, deben reagruparse y seguir adelante con su misión: destruir una antena alemana ubicada en la iglesia de un pueblito francés que entorpece las comunicaciones y podría poner en riesgo todo el Día D. En el trayecto se cruzan con Chloe (Mathilde Ollivier), una pueblerina que odia a los nazis tanto como ellos; que ya perdió a toda su familia y hace lo que puede para proteger a su pequeño hermano Paul. Adivinando sus buenas intenciones, la chica decide ayudarlos y marcarles el camino hasta la antena y la iglesia, un lugar que esconde algo más que a un grupo de soldados alemanes comandados por el nefasto oficial Wafner (Pilou Asbæk, el Euron Greyjoy de “Game of Thrones”). “Operación Overlord” plantea una historia a contrarreloj: los soldados americanos, ahora comandados por Ford, tienen apenas unas horas para cumplir su objetivo sin ser descubiertos. No forma parte de sus planes defender a los aldeanos, ni investigar que ocurre entre las paredes de la iglesia, pero una vez que intuyan el peligro y descubran los horrores que pretenden liberar los nazis, no les va a quedar otra que cambiar de estrategia y tratar de matar varios pájaros de un tiro. Lo mejor de la película es que a pesar de su trasfondo terrorífico y fantasioso (nos vamos a guardar las sorpresas, aunque sabemos que los nazis tenían un mambo importante con ese temita de la inmortalidad), nunca deja de ser una historia bélica, cargada de acción, violencia, tensión y ambigüedades morales. Boyce se pone a la cabeza, a pesar de su falta de experiencia y de su torpeza en el campo de batalla, representando al soldado común que no tuvo opción a la hora de ir a la guerra. Los horrores del enfrentamiento se cruzan con lo inexplicable logrando que el “realismo” que propone Avery surja efecto, además de sumar esa camaradería tan característica y tan común en este tipo de relatos. Así, los experimentos y sus consecuencias pasan a un segundo plano, tal vez demasiado para lo que uno espera de la película. Los realizadores se toman su tiempo para mostrarnos de qué va la cosa y, al final, prefieren guardarse unas cuantas explicaciones, que no entorpecen la trama, pero podrían haber enriquecido el conjunto de la historia. Menos es más y por ese lado “Operación Overlord” funciona, y a pesar de que el ritmo nunca baja, las actuaciones se sostienen más allá de algunos clichés, y nos conectamos con estos personajes que lo pasan bastante mal, sentimos que nos falta algo y el tercer acto nos llega de manera abrupta. Pero esa es la decisión de Avery, que prefiere un relato más cercano al género bélico que al terror. El director nos mete de lleno (y muchas veces en primera persona) en el campo de batalla, dotando a su relato de un aire cuasi documental, cercano a la ya clásica miniserie de HBO, creada por Tom Hanks y Steven Spielberg. El resto, tiene ese gustito gótico y oscuro de las películas de monstruos de la década del cuarenta, más ligado a lo científico que a lo sobrenatural. Aunque acá haya un poco de todo. “Operación Overlord” gana desde su ejecución, sus climas, efectos y gore, más que por un argumento que es original a medias. No es la primera vez que nos cruzamos con nazis y su obsesión con la vida más allá de la muerte, en este caso, con una vueltita de tuerca. Acá, no tenemos un Indiana Jones para defendernos, pero estos muchachos corajudos van a hacer su mejor esfuerzo. LO MEJOR: - Su espíritu de película bélica. - Que exprima cada centavo de su acotado presupuesto. - Nos cae muy bien Jovan Adepo. LO PEOR: - Que deja bastante de lado las explicaciones y lo sobrenatural. - El tercer acto llega un tanto apresurado.
THE SHOW MUST GO ON Se nos metió un Freddie en el ojo. La verdad es que no nos gusta que se metan con nuestros ídolos y, aunque siempre buscamos una representación lo más fiel posible, también cruzamos los dedos para que la pantalla nos devuelva esa imagen más “legendaria” que construimos en nuestras mentes. Bryan Singer entendió esta disyuntiva y se enfocó en el mito musical que siempre rodeó a la figura de Farrokh Bulsara, ese chico de voz prodigiosa que quiso escaparle a sus orígenes y llevarse el mundo por delante como si se tratara de una reina. Vamos a dejar de lado los escándalos que envolvieron al director y lo alejaron de la producción por “problemas personales” (lo despidieron), mientras Dexter Fletcher ocupaba su lugar tras las cámaras. Por temitas legales y cuestiones de sindicato, Singer es el único realizador acreditado y es a él a quien debemos atribuirle (entonces) los planos maravillosos que conforman esta biopic que, como tal, no aporta demasiado y “simplifica” una existencia complicada, pero no por ello deja de ser un festejo de la vida y la obra de este gran artista y, más que nada, de la banda. Así es, “Bohemian Rhapsody: La Historia de Freddie Mercury” (Bohemian Rhapsody, 2018) hace hincapié en la amistad, los roces entre los integrantes de Queen, su proceso creativo y, más que nada, su relación con el público, un elemento fundamental para el grupo a la hora de encarar cualquier tema nuevo. El punto de inflexión que eligen los realizadores –sumemos al guionista Anthony McCarten- es el multitudinario concierto Live Aid en 1985, una aparición postergada de la banda que llevaba un tiempo separada, y ese reencuentro con el público que renovó un cariño que jamás se desvaneció, incluso más allá de la muerte de Freddie. Los momentos previos del show, son el punto de partida de esta historia, un precalentamiento (para Mercury y para el espectador) que, de inmediato, nos lleva hasta finales de la década del sesenta cuando Farrokh era un simple empleado del aeropuerto de Heathrow persiguiendo esa oportunidad de brillar. Esta llega cuando conoce a los miembros de la banda Smile, Brian May (Gwilym Lee) y Roger Taylor (Ben Hardy), quienes acaban de perder a su cantante y justo Freddie (Rami Malek) les cae del cielo. Sumemos al nuevo bajista John Deacon (Joseph Mazzello), y así comienzan los muchachos su camino a la fama. Imposible contar décadas de historia en apenas un par de horas de metraje, de ahí que el relato vaya salteando etapas y simplificando un poco (bastante) las cosas. Smile no tarda en convertirse en Queen, y la voz de Freddie (junto con su carisma) en uno de los puntos más fuertes de la banda que empieza a acumular éxitos y reconocimientos, casi de la noche a la mañana. En el ínterin, Freddie conoce a Mary Austin (Lucy Boynton), ese “amor de su vida” y musa inspiradora que se convirtió en amante y compañera de aventuras hasta que la realidad desintegró la pareja. Puede ser que “Bohemian Rhapsody” ponga más empeño en esta relación que en la de Mercury con Jim Hutton, su compañero hasta el final, pero la película decide abarcar estos primeros años de esplendor, la grabación de “A Night at the Opera” y, más precisamente, la creación de su tema más famoso, en vez de incursionar en el estilo de vida del artista y su sexualidad. Todo está implícito, y nadie es tan tonto como para confundir las “excentricidades” de Freddie, aunque él se esfuerce en desmentirlo (y en mentirse) a cada rato. Pero como ya dijimos, Singer y McCarten se concentran en el mito y en esta familia musical que, a pesar de los malos tiempos y las desavenencias, nunca se da la espalda. Mercury es el personaje central, el rey sol alrededor del cual giran los demás planetas, y Malek sabe cómo ganarse a su público con el mismo carisma e hipnotismo que Freddie, pero también con todo el respeto que se merece. Y no es el único. Lee, Hardy y Mazzello sólo son secundarios en los papeles, porque en la práctica logran ese sentimiento de unidad y de conjunto que tanto exudaba la banda, tanto arriba como fuera del escenario. Sí, es verdad, “Bohemian Rhapsody” funciona mejor como homenaje, como un recuento de acontecimientos maquillados, o como una fábula que tiene un lado más oscuro y amargo que los involucrados decidieron evitar. Ya sea por respeto a la memoria del artista o las razones que a ustedes más les guste, los realizadores nunca “se la juegan”, ni nos entregan un relato truculento. Pero, ¿realmente lo necesitamos? Muchos saldrán ofendidos, la mayoría enjugándonos las lágrimas y tarareando esas canciones hasta el infinito porque en ese sentido la película es un regalo para los fans y todos aquellos que disfrutamos con las canciones de la mejor banda de todos los tiempos (vengan de a uno). Esta es la celebración del talento de una banda, la celebración de sus integrantes y cómo se conjugaban para crear hermosas piezas de arte, y la celebración de sus seguidores que recibieron la amena invitación para apropiarse de cada uno de sus temas (dale, ¿cuántas veces tarareaste “We Are the Champions” en la cancha?). El resto, resulta un tanto anecdótico, aunque acá el éxito de Queen, siempre va en paralelo con ese sentimiento de soledad e inseguridad que no deja de perseguir a Freddie. “Bohemian Rhapsody” es un drama biográfico musical, no un documental que busca 100% la objetividad. Y Singer se asegura de que notemos la diferencia recreando con pasión, y una maestría narrativa pocas veces vista en su filmografía, grabaciones, conciertos y giras por el mundo, convirtiendo su película en un extenso y contagioso videoclip que no podemos dejar de mirar. Hay una conexión especial con cada una de estas canciones y ahí reside el gancho y el gran atractivo del film, no en el morbo o la necesidad de ver a un personaje caer hasta lo más bajo. Malek le aporta toda el alma y, curiosamente, conmueve mucho más con cada interpretación sobre el escenario, que con sus momentos más sentimentales. Es extraño darse cuenta que a uno se le caen las lágrimas cuando ve al público hermanado y tarareando, en vez de ante la revelación de su VIH positivo. Pero ahí es donde funciona la magia de Queen y de “Rapsodia Bohemia”, dejando que la música se haga cargo de las emociones. En su conjunto, la historia de Singer y Fletcher (le vamos a dar el crédito también) funciona mejor como película a secas que como biopic, su narrativa es simple y correcta, brilla desde lo visual, y nos presenta un cast perfecto, imposible de diferenciar de los verdaderos protagonistas. Carece de la profundidad que uno podría esperar de la vida de Freddie Mercury, pero no deja de lado lo esencial y, sobre todo, encara esta trayectoria con muchísimo respeto. “Bohemian Rhapsody” es un viaje emocional para cualquier fan (de Queen o de la música), más para aquellos que vivimos el fenómeno. Tal vez no tenga el mismo impacto en un público menos “entregado” que llega a la sala en busca de un relato a puro drama, pero desde mi lugar, no puedo juzgar negativamente una historia que me arranca sonrisas y lágrimas por igual, mientras me empuja a hacer palmas durante “Radio Ga Ga”, casi sin poder evitarlo. LO MEJOR: - Malek, y un elenco insuperable. - Medio que lo odiamos, pero Singer filma como los dioses. - El corazón de un relato que, en realidad, no es tan profundo. LO PEOR: - El show (y el personaje) tiene que compensar la falta de historia. - Que no puedo ser objetiva cuando se trata de Queen.
ALICIA Y DOROTHY TE MANDAN SALUDOS Disney le sigue apostando a la magia, los relatos familiares y las fábulas con moraleja en acción viva. Lasse Hallström (“Chocolate”) y Joe Johnston (“Capitán América: El Primer Vengador”) unen fuerzas para la adaptación de “El Cascanueces y el Rey de los Ratones” (Nussknacker und Mausekönig) de E.T.A. Hoffmann y el famoso ballet de Piotr Ilich Chaikovski, para perpetuar las historias protagonizadas por jovencitas que atraviesan aventuras en escenarios maravillosos, con la única intención del autodescubrimiento y esas lecciones de vida tan importantes. Así, Clara (Mackenzie Foy, la Murph de “Interestelar”) se suma a compañeras de andanza como Alicia (“Alicia en el País de las Maravillas”), Dorothy (“El Mago de Oz”) y hasta la Sarah de “Laberinto” o la Ofelia de “El Laberinto del Fauno”, pero su viaje carece de profundidad y, en cambio, le sobran los lugares comunes, y todo este despliegue termina siendo una excusa para la parafernalia visual, los escenarios y vestuarios elaborados, los efectos especiales y la adaptación musical a cargo de James Newton Howard. Esta es la primera Navidad de los chicos Stahlbaum tras la muerte de mamá, y aunque trate de disimularlo, a papá Stahlbaum (Matthew Macfadyen) también le cuesta seguir adelante. Antes de partir hacia la ominosa fiesta en casa de Drosselmeyer (Morgan Freeman), los hermanitos reciben regalos anticipados, que su madre quería asegurarse que tuvieran. A Clara, una chica curiosa, inventiva e inteligente -cualidades heredadas de su progenitora-, le toca un pequeño cofre que, según dice, contiene todas las respuestas que necesita. Pero hay un problema, le falta la llave y ahí es donde comienza la verdadera aventura. Tras pedirle ayuda a Drosselmeyer, Clara encuentra una pista y su recorrido la lleva ¿por la madriguera del conejo? –bueno, es el tronco hueco de un árbol- hasta un insólito mundo paralelo donde, posiblemente, encuentre algo más que la llave necesaria. Por algún motivo, la chica acepta de una toda la extrañeza que la rodea y enseguida hace buenas migas con Phillip (Jayden Fowora-Knight), un soldado que se convertirá en su servidor y protector, de entrada, contra el Rey de los Ratones, quien posee la preciada llave. Así nos enteramos que existen cuatro reinos mágicos y sus respectivos soberanos: el rey de las Flores (Eugenio Derbez), el rey de la Nieve (Richard E. Grant), la reina de los Dulces (Keira Knightley) y un cuarto dominio cuya reina, Madre Ginger (Helen Mirren), fue desterrada porque trató de rebelarse. Ginger tiene la llave en su poder con propósitos más oscuros y con ganas de empezar una guerra que podría destruir estos mundos, de los que la mamá de Clara supo ser reina. Ahora, la chica debe ponerse al frente de la batalla para salvar a sus nuevos amigos y recuperar lo que le pertenece. “El Cascanueces y los Cuatro Reinos” (The Nutcracker and the Four Realms, 2018) es un empaque bonito y recargado para una historia vacía, sobreactuada y plagada de clichés que aburre a grandes y, suponemos, a chicos. Un relato demasiado infantil y simplista que mezcla realidad y fantasía sin ningún miramiento, ni cuestionamiento, más si tenemos en cuenta que estamos parados en pleno siglo XIX. Hallström y Johnston se esmeran demasiado en la puesta en escena: los escenarios artificiales, los vestiditos ampulosos y en meter a la fuerza alguna de las piezas del ballet cuando la historia se empieza a poner aburrida. Se pierden en todos estos detalles y le dejan poco margen de acción a la historia y al desarrollo de los personajes, que terminan siendo un conjunto de estereotipos, de esos que encontramos en cualquier cuento de hadas. Se olvidan que esto es una adaptación libre y pueden hacer con ella lo que se les canta. Claro que el eligen el camino más fácil y simplista, la dicotomía de buenos y malos, la fábula con moraleja aprendida, y dejan escapar la oportunidad de presentar a Clara como una nueva heroína, acorde a los tiempos que corren. No se entiende la sobreactuación (y la voz impuesta) de Knightley, el desperdicio de una gran actriz como Mirren y el tedio de una narración que queremos que llegue a su fin, casi desde el principio. Foy todavía es un trabajo en proceso, pero sabemos que puede conmover cuando los guiones están a su altura. Poco y nada puede a hacer con la adaptación de Ashleigh Powell, una historia de manual que va llenando todas las casillas del relato más clásico. Lo que más choca de “El Cascanueces y los Cuatro Reinos” es su artificialidad (en todo sentido), que ya ni encaja en las jóvenes audiencias de hoy en día, capaz de distinguir un ratoncito real de uno generado por computadora. La puesta es demasiado teatral y ni se la juega por los extremos de, por ejemplo, un Tim Burton y su Alicia. “El Cascanueces y los Cuatro Reinos” es una película fallida porque ni siquiera entretiene. Su acumulación de convencionalismos y estereotipos atrasa en el presente panorama cinematográfico, creyendo que puede reemplazar una buena narración con su exagerada parafernalia visual y moralejas. No está mal que quiera seguir este camino, pero elige muy mal las herramientas, ya que hay un sinfín de historias clásicas que nos sorprendieron con su versión renovada y moderna. La película de Disney no lo logra y cree poder perpetuar estas fórmulas gastadas. LO MEJOR: - La adaptación musical de James Newton Howard. - Helen Mirren 2020. LO PEOR: - Una narración que no convence. - Un despliegue visual que empalaga. - Una película fuera de época que no logra adaptarse a los tiempos que corren.
TE CONOZCO MASCARITA The Shape está de regreso para celebrar el 40° aniversario de su raid asesino. Si bien, a “El Loco de la Motosierra” (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) se le atribuye el origen de ciertos elementos comunes al slasher, fue la pequeña obra independiente de John Carpenter la que sentó las bases y se transformó en la madre de este sangriento subgénero y, por supuesto, en un clásico indiscutido del horror de todos los tiempos. Muchos siguen citando a “Noche de Brujas” (Halloween, 1978) como “una alegoría sobre la virtud y el peligro de la promiscuidad sexual”, pero para su creador, nunca fue más que una película de terror que se burla de sí misma y de muchos de sus truquitos baratos. Claro que nadie dijo que esto fuera algo malo. Hace 40 años, Michael Myers -o The Shape (la forma)- irrumpía en la cultura pop y se convertía en uno de sus monstruos más celebrados, y Jamie Lee Curtis (la incansable Laurie Strode) en la Scream Queen por excelencia (perdón Janet Leigh, pero ya sabemos de dónde lo heredó la nena), gracias a la historia de este loquito que durante la Noche de Brujas de 1963, perdía la chaveta y apuñala a su hermana hasta la muerte. Tras pasar quince años en una institución psiquiátrica, el joven Myers logró escaparse y volver a Haddonfield, su pueblito natal, para continuar su raid asesino, con mascarita y cuchillo en mano. Por suerte (¿o desgracia?) se cruzó con Laurie que, a diferencia de muchas de sus víctimas, no se la iba a hacer nada fácil. Michael siguió volviendo casi convertido en una especie de ser sobrenatural imposible de matar, atravesando secuelas y reboots que pocas veces le hicieron honor a la visión de Carpenter. Ahora, con todo el visto bueno del director y con David Gordon Green detrás de las cámaras, The Shape retoma a su mejor forma (je) con una historia bastante clásica y rebosante de tropos, pero con el acento puesto en la víctima y sus traumas, un tema muy allegado a la coyuntura, donde el #MeToo juega un papel preponderante. “Halloween” (2018) es el slasher que la era del Time’s Up necesita, un borrón y cuenta nueva para la saga, que decide borrar todas esas continuaciones, y hasta se ríe de detalles ridículos y obsoletos como el parentesco entre Michael y Laurie. A Green, un realizador que atravesó varios géneros y tipos de presupuesto, se lo nota muy respetuoso de la franquicia, cómodo con la historia que debe contar y con el lucimiento de sus heroínas. Sí, la cosa viene en plural porque pasaron cuatro décadas desde aquella fatídica y sangrienta noche de 1978, donde Strode se convirtió en una sobreviviente y en una luchadora incansable para lograr que su hija y su nieta estén preparadas para los horrores de este mundo… sean cuales sean. El guión de Green, Jeff Fradley y Danny McBride (otro comediante que se sumerge en el género terrorífico y sale bien parado) nos trae derechito al presente donde Michael Myers lleva 40 años encerrado en el Smith's Grove Sanitarium, ahora bajo la supervisión del doctor Ranbir Sartain, algo así como “el nuevo Dr. Loomis”. El asesino serial lleva todo este tiempo sin decir palabra, aunque está sumamente consciente de su entorno. Igual, no muestra ningún signo particular cuando Aaron Korey y Dana Haines intentan entrevistarlo y llevarse su visión de los hechos de 1978 para su podcast, incluso ante la mención del nombre de Laurie, y cuando Korey decide mostrarle su famosa máscara recuperada. La negativa de Myers los lleva a su siguiente objetivo: la mismísima Strode, que lleva casi la misma cantidad de tiempo aislada del mundo en una casa/fortaleza, lidiando con sus traumas y preparándose para un nuevo encontronazo con su victimario, algo que entiende, llegará tarde o temprano. Esta actitud tan combativa le costó un par de matrimonios y el alejamiento de su hija Karen (Judy Greer) y su nieta Allyson (Andi Matichak) que la quieren mucho, pero ya no pueden seguirle el juego de la paranoia. Como si se tratara del Joker tras despertarse de su estado catatónico en “Batman: El Regreso del Caballero Oscuro” (Batman: The Dark Knight Returns”, algo hace click en Myers tras la visita de Korey y Haines, y aprovecha el traslado de institución para escaparse y volver al ruedo, ¿adivinan?, durante la noche de Halloween. La fuga no pasa desapercibida, y tanto Laurie como el sheriff Frank Hawkins (Will Patton), harán todo lo que esté a su alcance para evitar una nueva masacre. Y en el caso de la ex niñera, salvaguardar la vida de su familia. “Halloween” (2018) nos lleva de la mano por un camino harto conocido, lleno de violencia y gore, como debe ser. Los realizadores saben que no pueden innovar demasiado en cuanto a la historia sin caer en tramas estrafalarias, entonces deciden ir por lo clásico y repetir la pesadilla con los estigmas de nuestro tiempo. Igual, la película viene con varias vueltas de tuerca desde lo narrativo, tratando de indagar en la psique del asesino y sus motivaciones, pero mucho más en la de su víctima y como el trauma repercute en todos aquellos que la rodean. Las medidas de Laurie parecerán extremas y exageradas, pero quien la puede culpar después de haber experimentado semejante tragedia. Esta es la novedad que suma Green y compañía, un poquito de profundidad que excede los meros cuchillazos, las muertes súper sangrientas y las persecuciones que, sabemos, no van a llevar muy lejos a sus presas. De repente, las mujeres (como esas niñeras que se convirtieron en “objeto de deseo asesino”) no son solamente la carne de cañón para La Forma, y a pesar de que no todas las que se cruzan en su camino van a vivir para contarlo, la historia jamás las colocan en ese lugar de víctima que les asignó el género desde hace años. Sí, Michael tiene cierta predilección por las chicas (como la gran mayoría de los asesinos seriales), pero ya no les corresponde a los hombres (ni a las autoridades) venir al rescate. “Halloween” encuentra un gran equilibrio entre lo nuevo y lo viejo, rescata lo mejor del personaje y la historia original, y se concentra en la dicotomía de víctima/victimario, siempre conectando con los temas más actuales. Por lo demás, es divertida, sangrienta y espeluznante, se siente como una película más acabada (a pesar de su escueto presupuesto), y nos engancha desde los primeros acordes de la clásica musiquita compuesta por el mismo Carpenter cuatro décadas atrás. Para innovación profunda tenemos otro tipo de terror, esto es un slasher y Green sabe cómo jugar con los tropos, ser fiel a su visión y respetuoso del material, dejando lugar para algunas sorpresas y, obvio, acá no vamos a revelar. Michael Myers volvió para hacer de las suyas, y Laurie no piensa quedarse de brazos cruzados. LO MEJOR: - Jamie Lee Curtis es un tesoro de la humanidad. - Green encuentra lugar para sorprender, y sumar temas coyunturales. - Nos alcanza con esa musiquita para ponernos los pelos de punta. LO PEOR: - El slasher es el slasher y no puede escapar de ciertos lugares comunes. - Que las autoridades sigan siendo tan opas.