Dirigida y escrita por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, Bacurau es una película distópica sobre un pueblo olvidado en Brasil que se enfrenta a la última fase de su inminente desaparición. En esta película dirigida por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho, la historia sucede “dentro de unos años”. En ese futuro cercano, al norte de Brasil, hay un pequeño pueblo, casi olvidado, cuyos habitantes mantienen a flote entre ellos. El intendente sólo se acerca en época de elecciones pero con alimentos vencidos, medicamentos que atontan y ataúdes. Estos últimos son lo único que utilizarán cuando lo necesiten. Los problemas mayores surgirán cuando se den cuenta de que, literalmente, los borraron del mapa. Bacurau ya no existe excepto para sus habitantes que, además, acaban de sufrir la pérdida de una especie de matrona, tal vez una de las más viejas habitantes del pueblo. En esta película que tiene mucho de western (paisajes desérticos, enfrentamientos y hasta fundidos encadenados) y un poco de ciencia ficción, a los cincuenta minutos de película se le suma Udo Kier con un personaje que termina de definir la línea narrativa y que además confirma que el protagonista principal es el pueblo. Hay personajes con mayor relevancia pero pueden desaparecer de nuestra vista, durante largo tiempo, sin que eso descoloque. En esa estructura coral, por ejemplo, está Sonia Braga en un papel muy distinto a Aquarius (película anterior de Kleber Mendonça Filho), que aunque también es muy diferente funcionaba como crítica y denuncia. Braga acá es una médica que cuando se emborracha puede resultar desagradable. Hay detalles que fortalecen la historia, aun desde pequeñeces. En una escena, unos extranjeros pasan por Bacurau y la mujer pregunta: “¿Cómo se le dice a la gente que es de Bacurau?”, esperando el gentilicio adecuado como respuesta, y un niño desde su ingenuidad responde de manera inmediata: “personas”. Sin embargo, los habitantes de Bacurau son marginados. Bacurau está narrada con una crudeza necesaria para la historia que se quiere contar. Quizás, en algún momento, entre las escenas sangrientas hay alguna que descoloca por ser más exagerada y llamativa que el resto pero, en general, se consigue mantener todo el tiempo un nivel de incomodidad latente. Es que la violencia aumenta a medida que se sucede el relato y esos dos muertos que una de las protagonistas ve en un mismo día, en el comienzo, no serán más que un adelanto de lo que está por venir. El tono del film también va mutando, desde uno más realista hasta una mezcla de géneros e influencias cinéfilas.
En la película que Clint Eastwood nos trae para este comienzo del 2020, se cuenta la verdadera historia del hombre que pasó de ser héroe a primer sospechoso por los atentados de los Juegos Olímpicos de 1996. Eastwood, con su habilidad conocida para contar a través de imágenes, retrata con precisión y de manera ágil el largo proceso al que Richard Jewell se ve sometido. Richard Jewell es un muchacho solitario que todavía vive con su madre y que sueña con ser policía. No se lo suele tomar muy en serio y pasa de empleo a empleo, aunque gracias a uno de ellos conoce a un abogado independiente que lo trata “como a un ser humano”. De seguro no se imaginó que ese encuentro sería clave para lo que le tocaría vivir después. En un empleo que le gusta porque lo acerca al oficio de policía que ansía, Jewell trabaja como seguridad durante los conciertos de los Juegos Olímpicos de 1996. Una de esas noches descubre una mochila sola y, por lo tanto, sospechosa. Nadie cree que sea tan importante pero efectivamente se descubre unos explosivos que al menos, al ser descubiertos y tener tiempo de despejar un poco la zona, no causa mayores problemas. Este muchacho del que todos se burlaban pronto se convierte en un héroe. Al menos hasta que el FBI lo investiga y descubre que su perfil coincide con el que ellos tienen como posibles sospechosos de este tipo de atentados: hombres perdedores, que viven con la madre, obsesionados con la fuerza militar, armados, solitarios. Y cuando a uno de estos investigadores (Jon Hamm) suelta la lengua con una periodista ávida de atención (Olivia Wilde), Jewell no tarda en ser el foco de una manera completamente opuesta a la que esperaba. Ahí entra en juego aquel abogado de excéntrica personalidad interpretado por Sam Rockwell. Porque no se olvida de Jewell y porque confía en él, aun cuando tenga tantas posibilidades en contra. El otro gran sostén será su madre, con una maravillosa Kathy Bates. El film no juega con la tensión propia de saber si es o no finalmente Richard Jewell culpable, seguro porque, sobre todo en Estados Unidos, ya todos conozcan la historia. Sino que la tensión y las emociones radican en todo lo que le pasa a este personaje, en este largo proceso en el que se ve envuelto. Ahí entra Paul Walter Hauser en la piel de este personaje, una especie de niño en el cuerpo de un adulto, que aguanta cada cachetada y que aun cuando suele tenerla siempre en contra intenta mantenerse del lado del gobierno y del FBI, porque admira y quiere ser como ellos. Eastwood narra su película con mucho ritmo y sin descuidar a ninguno de sus personajes. Cada uno de ellos tienen sus momentos para lucirse y cada uno es un ladrillo imprescindible de la trama. Además maneja muy bien tanto las escenas más intimistas como las judiciales o mediáticas. “El caso de Richard Jewell” es una muestra más del talento y oficio de Clint Eastwood para contar historias de personajes que le resultan interesantes, y consigue que eso se transmita y contagie. Es un film entretenido, atrapante y emocionante.
Dirigida por José Alcalá, Nosotros tres sigue a tres amigos inseparables, del Sur de Francia, en medio de un triángulo amoroso a punto de quebrarse. Gilbert y Simone viven en una villa del Sur de Francia en medio de una tranquilidad que a ella le sienta tediosa. Por eso mantiene una relación clandestina con su vecino Étienne que, a causa de una crisis económica, pronto abandona el pueblo y deja a Simone enfrentada con sus propias crisis. Gilbert no se lo hace más fácil y ella abandona de repente el hogar. Nosotros tres sigue a estos personajes, entre idas y vueltas, a los que pronto se les suma su nieto, dando pie a una línea argumental secundaria relacionada con su hija. Catherine Frot interpreta a esta mujer adulta mayor que encuentra como escape a su aburrido matrimonio un amorío con su vecino que representa todo lo opuesto al hombre con quien se casó, pero también en conversaciones a escondidas con su hija, la única que parece entender todo lo que no funciona. Daniel Auteuil es el resentido y testarudo marido que, de repente, se ve corriendo tras su mujer para no perderla. El último vértice de este triángulo está compuesto por Bernard Le Coq, el vital Etiénne que también parece amar a Simone pero sobre todo entendió que la vida es corta y no le queda otra que disfrutar cada momento que pueda de ella. El alma de esta película es sin dudas la Simone de Frot, ese alma libre que necesita volar. A su alrededor se van desplegando diferentes formas de amar y relacionarse, muchas veces alejadas de los mandatos impuestos hace tanto tiempo. Pero antes que nada termina siendo el retrato de personas que no se dejan aplastar por el paso del tiempo y que aprenden a apreciar la importancia vital que los lazos cumplen.
Dirigido por Amparo Aguilar, Malamadre es un documental que indaga en el rol de madre, desde sus entrañas, para deconstruir la idea de qué es ser una buena madre. ¿Qué es para vos ser una buena madre? Con esa pregunta empieza esta película. Amparo Aguilar decide, a través de entrevistas (incluso alguna a ella misma), de estos testimonios, reflexionar sobre el rol de madre. Qué significa ser madre, qué significa ser buena madre, por qué alguien quisiera ser madre, cómo es ser madre, si por el simple hecho de haber nacido mujer significa que también nacimos para ser madre. A través de diferentes voces que, con excepción de los hijos de la directora, sólo tienen en común que son madres, Malamadre se va metiendo en diferentes terrenos de la maternidad, pero como algo alejado de la imagen idealizada y romántica con la que se han teñido tantas obras. Mujeres que desde chicas escuchan las mismas historias y versiones. Que ser madre es algo hermoso, que para ser buena madre hay que dedicarle todo su tiempo al hijo, que aunque tenga sus momentos difíciles todo vale la pena. ¿Y si no es tan así? ¿Y si nos vienen pintando de rosa algo que en realidad tiene tonos muy distintos? La directora, para eso, deja hablar a varias mujeres latinoamericanas e indaga sobre las experiencias propias, que son todas muy diferentes pero tienen en común que no son de ese color rosa. Esto lo rompe sólo para introducir a sus hijos pequeños a los cuales también entrevista sobre sus puntos de vista y la mirada que tienen sobre ella misma como madre desde el lugar de hijos y, a lo último, se permite entrevistar por ellos. Ese agregado le suma un tono un poco más personal. Malamadre, así, funciona sin mucho más que una pluralidad de voces como un retrato multidimensional y actual, porque hoy es un poco más fácil hablar de lo que sucede realmente en la intimidad de manera un poco más despojada de los prejuicios y de la falsa idea del instinto maternal.
No para de llover. María y Daniel se dirigen en auto durante esa noche lluviosa a un pueblo de Misiones. Allí aguardan sus ilusiones. Son una pareja casada hace varios años que no pudo tener hijos y le aceptan la adopción de un niño. Pero al llegar, todo amenaza con desmoronarse rápidamente. Aparece la madre y no saben qué va a pasar, si ese bebé del que se enamoran de manera inmediata podrá volverse con ellos. De repente a los miedos sobre esta incipiente maternidad/paternidad se le suman los de esta situación tan incierta e inesperada que termina de descolocar a una pareja de enamorados que ya había empezado a desgastarse. Mientras sigue lloviendo, ellos esperan el llamado telefónico que les confirme cómo siguen. En ese hotel se van encontrando con otros personajes que les despertarán recuerdos y también se encontrarán entre ellos, enfrentados y juntos. Elena Roger y Javier Drolas son los dos actores que dan vida a estos personajes y ambos consiguen interpretaciones muy sentidas. El film está teñido de la melancolía innata que cargan esos protagonistas, lo incierto del futuro. Dirigida y escrita por Maximiliano González, “Lejos de Pekín” apuesta a un tono entre esa melancolía y lo poético, con diálogos bellos pero que a veces no pueden evitar sentirse forzados. El film cuenta con bonitas escenas, tanto en las que ellos están juntos, como las que los encuentra por separados, deambulando durante esa noche lluviosa. La música forma parte fundamental del film, para acentuar el tono a lo largo de casi toda la duración pero también en alguna escena particular, cuando la misma María que después llora bajo la lluvia como para que las lágrimas se pierdan entre ellas, se encuentra conmovida por una interpretación apenas apreciada por las pocas personas del lugar. Ahí aparece Cecilia Rossetto como el personaje que mueve emocionalmente a María de un modo inesperado. A la larga, “Lejos de Pekín” es una película armada de pequeños momentos y encuentros. Los personajes secundarios van y vienen, sin necesidad de un mayor desarrollo. Lo contrario sucede con sus protagonistas, con unos pocos diálogos y gestos construyen una historia no dicha, destacándose en especial Roger, por momentos desgarradora.
Dirigida por Andy Fickman, Jugando con fuego es una comedia que apunta a entretener a los más pequeños. Jake Carson (John Cena) es un brigadista a cargo de un pequeño cuartel. La película comienza mostrándolo en su máximo esplendor, como un héroe por el cual las mujeres suspiran. Pero pronto descubrimos que no cuenta con nada más que eso: su cuartel se achica cuando la mayoría decide mudarse a un lugar con mayores emociones y su vida amorosa es nula, ya que se dedica por completo a su trabajo y por lo tanto se cierra a cualquier atisbo de relación romántica. Así que ahí queda la pobre Dra. Hicks (Judy Greer), una científica obsesionada con las ranas y alguna cita fallida con Carson. La película pronto pasa de las espectaculares escenas de acción entre el fuego a encerrarse en el cuartel con unos pocos personajes. Además de Carson están sus compañeros fieles que no piensan dejarlo y, después de un incendio en una cabaña, tres niños a los que tienen que cuidar, en primera instancia, hasta que regresen sus padres. Pero a las pocas capacidades sociales que tiene nuestro protagonista se le suman las travesuras de tres niños insoportables que pronto se harán querer (al menos por los personajes, para nosotros probablemente sigan siendo irritantes). Entonces el film que al menos prometía un poco de acción y aventuras se convierte en una sitcom que se sucede, casi en su totalidad, dentro de las paredes de ese cuartel. Allí se combinan los gags del comediante Keegan-Michael Key que parece todo el tiempo querer robarse la atención, y John Leguizamo, desaprovechadísimo, junto a un personaje más (interpretado por Tyler Mane) que sólo se dedica a posar con su hacha en silencio y con cara de enojado durante gran parte de la película (así al final tiene una reacción inesperada). .La mayoría de los gags no sólo no funcionan porque no son graciosos, sino que los estiran hasta el hartazgo. Después están las situaciones estrafalarias que generan el grupito de niños, que además atentan con un posible y esperado ascenso para Carson. Acá hay que mencionar que la película está producida por Nickelodeon y, sin duda, se nota que apunta a ese tipo de público: familias con niños pequeños. Sin embargo un producto como este tendría un destino más apropiado en la televisión que en el cine.
Hecha de manera colectiva bajo la dirección de Ana Santilli Lago, Ayelen Martinez, Laura Lugano y Malena Battista, Los fuegos internos es un documental que aborda la locura desde adentro y sin caer en la romantización. “Cuando yo me sacaba la ropa, creía que era invisible”, trata de explicar uno de los protagonistas de Los fuegos internos lo que le pasa por la cabeza cuando uno desde afuera sólo ve a un loco desnudo. En este documental también hay escenas ficcionalizadas protagonizadas por ellos mismos, tres amigos que se conocieron tras una internación psiquiátrica. Así, se nos permite introducirnos en la cabeza de personas que tienen en común la estadía en el Hospital Alejandro Korn de Melchor Romero y salen al mundo como pueden, de a poco, acompañados. Los fuegos internos está narrada de manera poética pero no retrata la locura como algo romántico sino que intenta hacerlo desde las entrañas. Las vidas de los protagonistas las narran ellos y actúan alguna escena en particular, por ejemplo el momento en que uno de ellos conoce a la mujer con la cual se terminará casando. A lo largo del documental se los ve intentando explicar lo que les pasa o sienten, en actividades como las de un taller de escritura del que puede salir un libro, o compartiendo mates mientras debaten sobre asumir responsabilidades. Tampoco se le escapa una de las cuestiones principales: el rol que el Estado ocupa (o no) al respecto. Sin ponerse en rol de denuncia es inevitable que aparezca esta arista. “Más que pedir ayuda, dejarse ayudar”, es una de las reflexiones que terminan de cerrar este singular y sentido retrato sobre una temática todavía poco visible que intenta mostrar un poco de este mundo entre los delirios, las alegrías y las tristezas, sin romantizar ni estigmatizar.
Escrita y dirigida por Maura Delpero, “Hogar” es una película que pone en foco el tema de la maternidad de un modo actual y necesario. Instinto maternal. Aquello que durante tanto tiempo nos hicieron creer que existía para hacernos sentir mal si de repente una mujer no lo tenía desarrollado. No, la maternidad será deseada o no será. En su ópera prima, Delpero indaga en los diferentes conceptos de maternidad a través de una historia a nivel narrativo muy pequeña y simple. En un refugio religioso a cargo de monjas se da cobija a mujeres solas con sus hijos. Pero no es un simple hogar, allí estas mujeres, en su mayoría adolescentes, deben acatar las reglas de estas hermanas. A ese hogar llega una nueva hermana, Paola, desde Italia. Cuando una de las jóvenes madres decide escaparse dejando a su hija pequeña sola y desamparada, Paola comienza a relacionarse con la niña y generar un vínculo afectivo. “Hogar” sigue a tres mujeres principalmente. A dos jóvenes amigas pero muy diferentes entre sí y a la hermana que acaba de llegar, primero un poco más abocada a la relación de amistad y luego a la que la hermana genera con la niña abandonada. Pero siempre, con una pequeña excepción cerca del final, las sigue sólo en relación a este lugar. Un triángulo compuesto por tres modos acercamientos distintos a la maternidad: la que le cuesta asumir ese rol porque prefiere salir y hacer vida de la mujer joven que es, la que disfruta de ser madre y espera un segundo hijo, y la que se encuentra en un rol maternal sin buscarlo pero con el cual se siente pronto cómoda. A través del relato van apareciendo diferentes aristas prevaleciendo por un lado el retrato de estas mujeres que fueron madres muy jóvenes y desamparadas de no ser por estas monjas que las cobijan, y por el otro lo que tiene que ver con lo religioso al estar quedándose en esta institución, con unas señoras monjas que pueden parecer estrictas y desalmadas. ¿Qué hace a un lugar que se lo pueda llamar casa? La solidaridad femenina. La responsabilidad. Las opresiones. Sin apelar a muchos diálogos y apoyándose en el silencio que caracteriza a un lugar como ese y a los gestos y miradas de sus protagonistas es que Delpero va narrando su película. La fotografía, fría, austera, también es acorde. La directora refleja entonces a través de sus personajes diferentes posturas sin tomar partido, sin juzgar. Son diferentes puntos de vista sobre un mismo tema. Un tema complejo al que nunca se puede acercar de un solo y simple modo. ¿Qué es entonces la maternidad? “Hogar” es un una ópera prima que bajo su simpleza narrativa se permite abrir posibilidades y lo hace de un modo muy prolijo. También hay que resaltar las interpretaciones de sus actrices, alguna más contenida que otra pero siempre muy naturales. Un sensible retrato sobre el mundo femenino.
En la reciente película que dirige y protagoniza Casey Affleck, “La luz del fin del mundo”, se retrata un mundo apocalíptico que quedó casi extinto de mujeres y niños. Allí, este padre intenta sobrevivir junto a su hija, a la cual hace pasar por un varón para protegerla, moviéndose entre bosques y casas abandonadas. La película sigue a estos dos personajes combinando sus momentos íntimos, en los que ella le hace incontable cantidad de preguntas para entender no sólo el mundo en el que vive sino el que no llegó a conocer, con los de un poco más de tensión, alejándose de todas las personas porque cualquiera podría ser peligrosa. El mundo que conoce esa niña, Rag, está casi todo abocado a lo que su padre le contó y los libros que lee. Ni siquiera logra recordar a su madre (Elisabeth Moss, en unos pocos flashbacks que terminan de explicar qué sucedió) y está a punto de dejar de ser una niña. Por suerte tiene a un padre que intenta instruirle de la mejor manera, hablándole sobre ética y moral o explicándole que hay (o hubo) personas con otro color de piel y que eso no los hace diferente. Affleck consigue retratar este mundo apocalíptico a través de los fríos escenarios y también consigue que la niña sea la protagonista del film, la que vivencia todos estos cambios. Sin embargo se toma demasiado tiempo para narrar las idas y vueltas y lo hace con un ritmo lento y cansino que resulta apropiado para comprender la desolación pero pesan durante las dos horas de relato. A la larga los mejores momentos de la película son los más intimistas entre ellos dos, en especial la conversación sobre el sexo y la menstruación que el padre debe llevar a cabo e improvisa como puede. En cuanto al tema y al mensaje, Affleck no puede evitar subrayarlo todo. La idea de un mundo sin mujeres, la importancia del género femenino para la humanidad, todo esto de una manera poco sutil. “La luz del fin del mundo” funciona como una película apocalíptica intimista, consiguiendo en algunos momentos conmover y apostando por un tono esperanzador entre tanta oscuridad. Lamentablemente además de no contar nada original resulta más bien aburrida y subrayada, lejos de sus anteriores películas como realizador.
Raúl (La democracia desde adentro) es un exhaustivo documental que abarca la figura política de Raúl Alfonsín, desde su asunción como presidente después del Golpe Militar hasta sus últimos momentos. Dirigido por Juan Baldana y Christian Rémoli, este documental, que pronto se podrá ver en una versión completa por televisión, comienza con las raíces de la figura del radicalismo. Chascomús como el lugar de donde salió y al que siempre vuelve. Con voces de familiares, amigos y figuras de la política, la idea es desentrañar el rol que esta figura cumplió en la historia de la política argentina. Para eso también se valen de valiosas imágenes de archivo y varios discursos, acá plasmados, muchas veces, sobre murales. Se agrega además como una especie de hilo conductor la creación de un mural artístico con su rostro. Entre los testimonios conseguidos están los de sus familiares, como su nieta y su hijo, pero también de políticos como Carlos Menem, Aldo Rico y Hugo Moyano, entre otros. No obstante la voz que prevalece es la del propio Alfonsín, a través de su oralidad. Además del trabajo que tiene el documental en cuanto a contenido, la película tiene a favor que, más allá de elegir retratar a Raúl Alfonsín como una figura imprescindible para la democracia, se abre por momentos un abanico de opiniones y posturas a la hora de analizar cada uno de sus pasos. No se queda en el mero homenaje. Momentos como el cambio de moneda, el copamiento en La Tablada o el enfrentamiento a Clarín y a la Iglesia se recrean desde los diferentes testimonios y archivos. “El sentido de su vida era la política”, define el hijo al padre y así se termina de cerrar este perfil.