Después de sus homenajes al giallo, los hermanos Luciano y Nicolás Onetti, con un guión co escrito junto a Carlos Goitia, regresan ahora apostando a otro subgénero del terror: el slasher, bien puro al mejor estilo "La masacre de Texas". La hermosa y exótica Epecuén (un pueblo que desapareció tras una inundación en 1985 y que al bajar el agua se convirtió en una especie de cementerio de viviendas) se convierte en escenario y un personaje más de la película que gira en torno a un grupo de jóvenes que viajan hasta esas ruinas todos juntos en una combi con el propósito de rodar un documental (como guiño, el director viste una remera de "Francesca", la película anterior de los Onetti). La idea en un principio es contar la historia de una joven que de niña logró sobrevivir a la tragedia que hizo desaparecer a una ciudad, pero no tardan en quedarse varados y, luego, ser atacados por extraña gente del lugar. Los olvidados, los abandonados, los que se quedaron. El film tiene de hecho pequeños momentos de documental que funcionan más que nada para ponernos en contexto sobre Epecuén, lo que sucedió y cómo llegó a ese estado, para quien no está al tanto. Probablemente este punto esté pensado más en función del público internacional, acá es un curioso destino turístico que suele funcionar para viajes cortos y cercanos. Como todo slasher de manual, hay cosas que vimos en muchas películas ya, varios clichés del subgénero y personajes excéntricos como villanos, con mucha personalidad pero nunca tan carismáticos como, por poner uno de mis ejemplos favoritos más actual, "Los renegados del Diablo" de Rob Zombie, otro homenajeador del cine de terror setentoso. Y aun así la novedad radica en que ese tipo de cine no es algo que se suela ver (y menos con esta calidad) dentro del cine argentino. A nivel actoral cada uno de los intérpretes logra aprovechar sus personajes, siendo imposible no destacar, justamente, el de los villanos, Mirta Busnelli, Chucho Fernández y Germán Baudino. Y después, ella, Victoria Maurette, uno de los rostros imprescindibles del cine de género nacional hoy en día. Hay un muy notable trabajo de fotografía, con unas tomas aéreas que retratan Epecuén como si fuese un lugar de película, y buen uso de la banda sonora para terminar de darle vida a estos climas. Mientras el film se toma un buen tiempo para ir presentando a cada uno de sus protagonistas y crear un necesario aire de misterio alrededor del lugar, luego llega el momento en que se tira toda la carne al asador y ahí sí, el gore está servido. Aun con sus lugares comunes y clichés (clichés que muchas veces uno espera o necesita en ciertos subgéneros), el guión funciona por lo efectivo, en su simpleza, lo redondo, donde todo termina cerrando. Sin embargo el plus principal se lo brinda Epecuén y sus escenarios reales, con el emblemático matadero de Salamone incluido. Recomendada para quienes disfrutan de los slashers y el cine de terror perturbador, no apto para impresionables.
Lo nuevo de Eli Roth (escrita por Joe Carnahan) no es una de terror, como toda su filmografía anterior, sino una de acción, en este caso la remake de una película que se convirtió en saga después de los 70s, en este caso con Bruce Willis, uno de los actores más icónicos de este género, como protagonista principal. En esta nueva versión, Nueva York se cambia por Chicago, una Chicago que parece de otra década, mucho más violenta que lo que indica los índices actuales. Allí, Willis interpreta a un médico cirujano que se encarga de salvar vidas en una ciudad donde los tiroteos y los asaltos a mano armadas son cosa de todos los días. En la primera escena, el doctor no logra salvar a la víctima y sin embargo sigue con el paciente que le toca: el que terminó matando a la primera. “¿Ahora va a ir y salvarle la vida a su asesino?”, “Si puedo”, contesta él. Es su oficio, su trabajo, y ése consiste en salvar vidas. El film se encarga de mostrar además que es un hombre de familia, parte de una sociedad muy bien acomodada. Junto a su mujer (Elizabeth Shue) y su hija (Camila Morrone en su debut cinematográfico, la modelo hija de Lucila Polak) tiene un hogar ejemplar. La vida parece sonreírle. Pero en el día de su cumpleaños debe ir a cubrir una guardia de emergencia y esa noche que las deja sola, sufren un violento asalto. Sin que la policía le brinde algo de información, mucho menos algo parecido a la justicia, sin poder descubrir quiénes fueron los responsables, es que a partir de ahora, el médico encargado de salvar vidas, se convierte en algo que se debate entre el héroe y un asesino a sangre fría según el público y los medios que cubren videos que se viralizan y lo muestran encapuchado, sin lograr identificar su identidad. Porque si bien el film y el retrato de la ciudad tiene mucho de décadas pasadas, la tecnología está bien presente todo el tiempo para recordarnos que en realidad está situada en la más latente actualidad. En "Deseo de matar" se muestra lo fácil que es acceder a las armas en Norteamérica, e incluso aprender a través de internet a sacarle el mejor provecho. Todo esto que sabemos que es real y es un actual problema, acá está narrado con un tono paródico que le resta seriedad –notarlo principalmente en las escenas en las que él asiste a una casa de armas para averiguar cómo puede hacer, nada más parecido al capítulo de Los Simpsons en el que Homero quiere comprar un arma para proteger a su familia-). ¿De qué lado está Eli Roth? Por lo visto del lado de los que creen que todo hogar necesita un arma para protegerse. En cuanto a los personajes, hay una construcción apenas correcta del protagonista y sus dos mujeres a las que falla en proteger (porque qué haríamos sin los hombres las mujeres y mejor ni analicemos la película desde ese lado), sin embargo, la construcción de los villanos, los delincuentes, es nula. Lástima que Willis se encuentra en el momento más álgido de su inexpresividad, ya que su personaje al menos transita diferentes estadíos. Por ahí ronda también Vincent D'Onofrio como el hermano que siempre aparece para pedir dinero; su personaje es la sorpresa más agradable y fresca dentro del anodino reparto. El director acá se aleja del cine de terror sólo lo que le es posible, porque aprovecha las escenas de muerte para meter mano y jugar con el gore y muertes que se suceden de maneras más inesperadas y originales que a mano de una simple bala. Es verdad que por algunos momentos "Deseo de matar" podría parecer tan mala que es buena, pero la mayor parte no. Predecible, ridícula, poco inspirada y con un mensaje más que cuestionable, es un punto bajo de un director que aunque nunca haya logrado destacarse al menos ha sabido regalarnos algunos lindos momentos para los fanáticos del cine de terror. Acá no hay mucho para rescatar, quizás que al menos resulta divertida.
Después de varios años trabajando como actriz y/o guionista dentro del cine independiente norteamericano, Greta Gerwig debuta como directora con Lady Bird, una película muy personal que, por supuesto, además escribe sobre una adolescente de Sacramento durante su último año de secundaria. Christine se hace llamar Lady Bird y pretende que así lo haga el resto de la gente. Es el nombre que se dio a sí misma. Transita el último año de la secundaria en una escuela católica mientras lidia con la constante pregunta de qué va a hacer cuando termine. Es decir, dónde se va a ir a estudiar. Lady Bird sueña con poder hacerlo en una ciudad como Nueva York. Mejor dicho, sueña antes que nada con poder salir de Sacramento, esa ciudad de California de la cual reniega. No obstante, su promedio escolar no es lo suficientemente bueno y la situación económica de su familia está muy complicada, por lo que las universidades que le proponen no son de su agrado. Su hermano vive en la casa con su novia pero apenas consiguen trabajo, su padre acaba de perderlo y su madre se la pasa haciendo turnos como enfermera en un hospital psiquiátrico para poder mantener a toda esa familia. Pero Lady Bird es adolescente y no puede evitar encerrarse en ella misma, en lo que ella siente, en lo que ella quiere. Y se la pasa teniendo choques con esa madre con la cual no siempre logra entenderse más allá de comprender siempre que no quiere más que lo mejor para ella, aun cuando hace comentarios que la destrozan un poquito. La película se enfoca en el personaje de Lady Bird desde varias aristas pero la principal es esa: la relación con su madre. Una madre que parece bastante peculiar a simple vista, con sus exigencias y comentarios algo hirientes, pero que a la larga se parece mucho a cualquier madre de adolescente que no sabe cómo tratarlos durante esa época tan complicada y tumultuosa. Con quien puede ir en el auto escuchando Las uvas de la ira y emocionándose hasta las lágrimas para luego discutir y terminar arrojándose del auto con tal de no seguir escuchándola. Luego aparece el resto de las cosas que la rodean. Una clase social en la cual no se siente cómoda, creyendo siempre que se merece algo más y que en algún momento eso le va a llegar. Las expectativas versus la realidad. Las amistades, a veces puestas a prueba por ella misma. Y el despertar sexual, aquel al que Lady Bird no le tiene miedo y se siente ansiosa por descubrir. El tono de Lady Bird es más bien intimista. La dirección de Gerwig es discreta y sin embargo consigue momentos muy logrados desde esa sutileza, retratando con mucha belleza la ciudad de Sacramento (esa ciudad a la que su protagonista parece odiar pero la atención que le presta indica que en realidad la ama, como le dice la hermana de la escuela católica a la que asiste) desde ciertos rincones. También hay un muy buen uso de la música que sirve para mucho más que situar la película en el 2002, año en que sucede. El elenco es uno de los puntos más fuertes del film. Saoirse Ronan elimina todo acento irlandés interpretando a la adolescente protagonista con mucha frescura. Laurie Metcalf se lleva todos los laureles como esa madre tan particular. Lucas Hedges y Timothée Chalamet -otros dos actores a los que hay que prestar atención-, brindan su aporte como esos dos intentos de novios que tiene Lady Bird. Beanie Feldstein como la mejor e incondicional amiga es una muy agradable sorpresa. Tracy Letts, Lois Smith y Odeya Rush terminan de completar el sólido reparto.
Dirigida por John Francis Daley y Jonathan Goldstein (dupla que escribió Quiero matar a mi jefe y Spiderman: regreso a casa y dirigió la remake de Vacaciones) y escrita por Mark Perez, Noche de juegos es una comedia con tintes de terror y acción que gira en torno a una de esas noches a la que alude el título, en la cual no se sabrá qué es un juego y qué es real. Rachel McAdams y Jason Bateman interpretan a un matrimonio que disfruta interminables noches de juego (de todo tipo) junto a sus amigos. Son competitivos y buenos jugando y, al mismo tiempo, son una pareja consolidada que empieza a buscar armar una familia. Quieren tener un hijo, pero hay un factor que se los impide y probablemente sea el estrés provocado por la inminente llegada del hermano de Max (Bateman), figura que siempre lo opacó porque se mostraba mejor que él en todo, en el juego y en la vida. Brooks (Kyle Chandler), efectivamente, llega haciendo alarde de sus logros y aprovechando cada oportunidad para humillar a su hermano. Entre sus excentricidades, invita al grupo de amigos de la pareja a un juego muy particular en la enorme casa que está alquilando: un juego de rol de misterio que gira en torno a un secuestro. Entonces entran a la casa y secuestran a Brooks. Pero esto no estaba armado. Como no se dan cuenta de manera inmediata, el resto sigue jugando con feroz competencia. Así se va generando un juego de enredos que, de a poco, pone sobre la mesa sangre, tiros, atropellos y un cúmulo de situaciones desbordantes. Noche de juegos es una comedia con un poco de terror, de acción, de policial, de romance incluso. Una mezcla extraña que, a la larga, funciona. Entretenida, con algunas sorpresas, pero también con las típicas y esperadas vueltas de tuerca entre lo que es real y lo que es juego. Lo bueno es que aprovecha de manera irónica muchos de los clisés de estos géneros. Bateman cumple, pero es McAdams el corazón principal del film, con su innegable carisma, logrando ser encantadora de una manera que se percibe siempre fresca y genuina. A su alrededor los secundarios brindan cada uno su aporte, resaltando Jesse Plemons como un vecino que quiere a toda costa ser parte de este grupo al mismo tiempo que no supera la separación con la mujer por la cual accedió a ellos. En cuanto a elenco, hay algunas sorpresitas más cerca del final. A nivel dirección, es bastante funcional con excepción de un par de escenas -como un largo plano secuencia que va y viene entre varios personajes- donde se permiten los realizadores también jugar un poco.
Francis Lawrence (Las secuelas de Los juegos del hambre, Soy leyenda, Constantine) dirige esta adaptación de la novela de Jason Matthews que escribe Justin Haythe ("Revolutionary road", "El llanero solitario", "La cura siniestra"). En ella, Jennifer Lawrence es Dominika Egorova, una bailarina de ballet a la que en pleno escenario su compañero le rompe “accidentalmente” la pierna y a partir de ahí también ve rotos todos sus sueños. Dominika vive con su madre enferma a quien su carrera le permitía una buena vida. Ahora, sin ella, corre peligro de perderlo todo. Y entonces aparece su tío, quien le demuestra que adentro suyo hay un ser más oscuro de lo que imaginaba, que sale a flote en las situaciones límite, y entonces le propone, o mejor dicho no le deja otra opción que, trabajar con él. Su rol debía ser el de seducir y de repente se encuentra desnuda bajo un hombre al que desprecia y cubierta de sangre. Como las cosas no salieron del modo que se suponía que tenían que salir, este tío no encuentra otra opción para que su sobrina siga con vida que llevarla a una escuela donde entrenan “Sparrows”. Un lugar donde te enseñan a distanciarte de todas tus emociones para poder utilizar tu cuerpo y seducción con el fin de cumplir diferentes asignaciones de parte del Estado. Dominika ya no tiene control, poder sobre su cuerpo, sobre su vida; ahora es del Estado. Nate Nash es un agente norteamericano que tiene un topo en Rusia, y Dominika será asignada para descubrir ese nombre. Dominika y Nate son el mismo eslabón de dos gobiernos muy distintos: los fríos y destemplados rusos para los que las mujeres no son más que objetos, y los cálidos norteamericanos que se preocupan además por la seguridad de sus agentes. La idea de "Red Sparrow" podría haber resultado algo mucho más interesante bajo los ojos de quizás alguien como David Fincher. Acá, la solemnidad se apodera del relato que para el colmo dura más de dos horas. Y en su intención de ser un relato perverso y oscuro, muchas veces se torna algo ridículo, como varias de las escenas de la escuela que entrena a Dominika. Hay un gran elenco detrás. Jennifer Lawrence queda totalmente deslucida con su falso acento ruso, su rostro sin emociones (como su personaje, esto no es crítica), y poniéndole el cuerpo (muchas veces desnudo) a este ave atrapada. Joel Edgerton logra aportar algo de calidez a una película muy fría y distante aunque su personaje no tenga mucha dimensión. Matthias Schoenaerts (el perverso tío, con familiares así quién quiere familia), Charlotte Rampling, Jeremy Irons, Joely Richardson, Mary Louise Parker. Rodada en locaciones reales como Moscú, Budapest y Londres, el film cuenta con una fotografía cuidada y elegante a cargo de Jo Willems, quien ya trabajó con el director en las películas de "El juego del hambre" que Lawrence dirigió (o sea todas menos la primera). A la larga, "Operación Red Sparrow" (agreguémosle la palabra "Operación" para que sepamos que es una de espías) es un relato de espías clásico en su estructura pero que pretende ser más oscuro y violento que muchos de ellos. Con un tono monocorde y muchas vueltas de tuerca especialmente en el último tercio, el film además pone en foco un mundo donde las mujeres son humilladas y tratadas como objetos. Pero también juega a retratar dos tipos de patriotismos bien diferentes: el ruso y el norteamericano. Entre tanta oscuridad y rojo, se podría haber jugado un poco más con las diferentes tonalidades. El resultado termina siendo bastante plano.
La última película de Guillermo del Toro, La forma del agua, es un bello cuento de amor y de hadas entre una mujer muda y una misteriosa criatura anfibia. Elisa (la exquisita Sally Hawkins), la princesa sin voz, como la llama el narrador de la película, es una muchacha muda que vive sola en un departamento ubicado arriba de un cine poco frecuentado. Su vecino, Giles (un encantador Richard Jenkins, quizás el más sólido del reparto), que también hace de narrador, es un hombre solitario, un alcohólico recuperado que intenta seguir trabajando de lo que sabe hacer: pintar publicidades en una época donde comienza a terciar la fotografía. Entre los dos hay una amistad fuerte e incondicional que se pondrá a prueba a través del film. Elisa trabaja como empleada de limpieza en un laboratorio de alta seguridad en plena Guerra Fría. Allí tiene otra amiga, Zelda (Octavia Spencer), que habla por todo lo que no habla ella y que, por su color de piel, también, a veces, es tratada como diferente. Los días de Elisa se parecen todos entre sí, aunque eso no sea precisamente malo. Encuentra sus momentos, comparte otros con su vecino viendo películas clásicas o acompañándolo al local de pasteles al que él quiere ir sólo con la intención de poder conquistar a un muchacho que allí trabaja, y llega a su lugar de trabajo algo tarde pero siempre logra fichar a horario gracias a Zelda. Todo esto lo hace con una sonrisa y, a veces, con pasos de baile. Cuando al laboratorio arriba una extraña criatura (encarnada por Doug Jones), mitad pez y mitad humana, las cosas comienzan a revolucionarse. Con ella aparece Strickland (Michael Shannon, gran compositor de malvados), sádico y encargado de proteger (es decir, conservar) a este extraño ser. Además de las situaciones que genera en el laboratorio, provoca algo en la propia Elisa que lo ve encerrado y se compadece. Es la única que logra comunicarse con él, porque es la única que lo intenta. Con paciencia comienza a acercarse hasta ganarse su confianza. Hasta que las cosas se ponen cada vez peor para esta asustada criatura, acá encerrada y maltratada constantemente, que supo ser venerada como un Dios en el lugar de donde proviene. Elisa no puede soportar dejarlo ahí y planea escaparse con él. Pero este romance no parecer estar destinado a ser, especialmente con el perverso Strickland detrás. La trama, que podría sonar entre absurda y bizarra, está construida con una sensibilidad y belleza únicas, algo parecido a un largo sueño. Guillermo del Toro es un gran creador de monstruos humanos, monstruos no como algo malvado y temeroso, sino como algo distinto. Y a lo distinto es a lo que a veces se le tiene tanto miedo. Y en esa idea de rechazar lo diferente podrían caer también Giles por su homosexualidad o Zelda por su color de piel. La forma del agua desprende tanto amor por el cine como por sus personajes. A excepción de Strickland -a quien parece intentar querer pero él se lo hace imposible (no obstante, sí se encarga de mostrarnos cómo y por qué el personaje es así)-, cada uno de los principales y secundarios están tratados con mucho cariño y cuidado. Acá también logra resaltar Michael Stuhlbarg en el papel del científico que esconde otro secreto. Algo no siempre sencillo de lograr: hay una gran construcción de todos los personajes, cada uno tiene su dimensión, ninguno queda desdibujado. La película está escrita junto a Vanessa Taylor, mayormente guionista de series, pero la historia es del propio director. Y de eso no quedan dudas. No sólo por ese monstruo con alma, esa criatura incomprendida y marginada, sino porque en el personaje de la propia Elisa se pueden ver atisbos de otros personajes femeninos que ha sabido retratar en sus películas anteriores. Todas conforman un universo sólido y propio. Como era de esperar la dirección de arte es otro de los puntos fuertes. Guillermo del Toro sabe estar en cada detalle y son aquellos los que le terminan de brindar el tono de cuento a la película. Un cuento no apto para niños, con momentos inclusos de violencia que impresionan pero son necesarios para comprender lo que se quiere narrar.
Luca Guadagnino dirige esta película escrita ni más ni menos que por James Ivory, adaptación de la novela de André Aciman. Protagonizada por Timothée Chalamet y Armie Hammer, “Llámame por tu nombre” es la historia de un amor de verano que además es, como si no fuera suficiente ese calor, el primero de esos amores. En el norte de Italia un verano de 1983, Elio espera que esa estación se termine entre algunas salidas con su novia de verano (Esther Garrel), interminable cantidad de libros, y zambullidas a la pileta. Como todos los años, en medio de una familia de eruditos, su padre arqueólogo (interpretado por un brillante Michael Stuhlbarg) contrata a un asistente durante el verano. Este año quien llega es Oliver. Elio y Oliver no parecen llevarse bien desde el primer minuto pero en realidad es una especie de inocente histerequeo lo que se va dando entre ellos hasta que Elio, sin dudarlo, descubre lo que le sucede realmente. Es un adolescente, hace calor, y sus hormonas estallan. Nadie mejor que él para saber las cosas que convulsan en su interior. Entre ellos se va generando, de a poco, de manera sutil pero siempre muy genuina y creíble, una relación emocional. Una complicidad que prescindirá de muchas palabras. Juntos desprenden mucha dulzura y calidez, aun en las escenas sexuales (escenas nunca explícitas y de mucha delicadeza), aun en la famosa escena del durazno. A Guadagnino ya le tocó retratar el despertar sexual en “Melissa P.” o la sexualidad que aflora durante un caluroso verano en la remake de “La piscina”. No obstante, es acá donde encontramos la mayor muestra de madurez como realizador. Retratando esta parte de italiana con su temperatura pero también la belleza de algo efímero, no destinado a durar. Y además utilizando a la escultura o la presencia constante de frutas como ideas para reforzar la sensualidad. Aparte del guión, las actuaciones ayudan a darle dimensión a estos personajes y así lograr química, una buena conexión entre ellos. No sólo entre Oliver y Elio (quienes juntos logran a veces con muy poco, apenas un roce, un gesto o un abrazo antes de ni siquiera tener sexo), sino entre los personajes que los rodean, especialmente con los padres de Elio, especialmente con su padre. Un padre que todos quisiéramos tener, y con un Stuhlbarg protagonizando una de las mejores escenas de la película. Hammer y Chalamet son la dupla ideal para retratar este amor tan intenso como todo amor de verano y tan perdurable como todo primer amor. Y es ese plano final, ese terrible en el mejor de los sentidos, plano final que tiene a lo mejor de Chalamet frente a cámara, provocando mil emociones, revolucionando cada fibra de nuestro ser. Un actor al que sin dudas vamos a ver mucho (se lo podrá ver pronto en “Lady Bird” y un poco después en lo próximo de Woody Allen), y al que vamos a querer seguir viendo mucho. Hermosa y sensual, “Llámame por tu nombre” no es más que una bella e intensa historia de un primer amor, un amor adolescente que además tiene la mala fortuna de ser un amor de verano (¿y cuánto dura un amor de verano? Adivinaron). Es nada más que eso y al mismo tiempo es todo lo que queríamos de eso: una historia contada de manera delicada y sutil, sin clichés ni lugares comunes. La pareja que conforman Elio y Oliver es una de las más dulces y tiernas que se ha visto últimamente, y eso es en gran parte porque detrás están Chalamet y Hammer entregando lo mejor de sí y en sintonía entre ellos.
Otra película de terror llega a la cartelera. En este caso, dirigida por Dan Bush y escrita junto a Conal Byrne, “La bóveda” parte de una premisa que podría haber resultado interesante: el robo a un banco con rehenes en un mismo lugar donde décadas atrás otro robo con rehenes resultó en un final catastrófico con las víctimas torturadas por un enloquecido ladrón, y en cuya bóveda, el único lugar del banco que cuenta con una cantidad de dinero importante (al menos la que los ladrones quieren o necesitan), residen los fantasmas de aquel fatídico desenlace. Los problemas con esta película son varios y, más allá de la poca inspirada dirección, la mayoría radican en un guión al que se le ven los hilos, lleno de huecos y personajes mal construidos. Los ladrones son tres hermanos: dos mujeres que parecen luchar por tomar la posta (una interpretada por Francesca Eastwood, una de las hijas de Clint, y la otra por Taryn Manning, más conocida por ser Pennsatucky en "Orange is the new black") y un tercero que parece ser el más sensible y dócil, aunque nunca se termine de explotar este costado. Afuera hay un detective (Clifton Collins Jr.) que poco va a aportar más allá de lo funcional. Y dentro quedó un personaje bastante tranquilo y callado, excepto para decir lo justo y necesario, interpretado por un anodino James Franco (nada más alejado que su reciente trabajo en su propia película, “The disaster artist”). Es el suyo un poco el personaje que va moviendo el relato, el que brinda menos información que la que tiene pero la suficiente como para que ciertas cosas vayan de a poco saliendo a la luz. “La bóveda” no funciona como película de robos a bancos porque no logra ni siquiera construir la tensión necesaria pero tampoco funciona como una de terror, más allá de algunos pequeños atisbos, porque no consigue ni buenos sustos. Se mueve entre varios subgéneros, incluso intenta conseguir algo de drama familiar, pero fracasa en su indecisión. La vueltita de giro al final resulta poco sorprendente y original. Las motivaciones de los personajes nunca terminan de ser claras (con quién y por qué tiene ese muchacho esa deuda tan terrible). El film comienza cediendo espacio a la figura del detective, dando algunos atisbos de su personaje, y luego prácticamente desaparece hasta que le conviene a la historia. Todo termina resultando un revuelto de ideas (algunas mejores que otras) sin el trabajo suficiente y deriva en un producto tan aburrido como inverosímil. El problema principal de “La bóveda” es que ni siquiera entretiene. Es una película de terror, si es que elegimos ese género para etiquetarla, sin gracia. A la larga, los rasgos del film que podrían haber sido interesantes terminan todos desaprovechados en una más de esas películas de terror clase B que llegan a la cartelera con cierto atraso. Un género donde se puede hacer mucho con poco siempre y cuando haya buenas ideas y se sepa qué hacer con ellas. Acá nadie sabía qué hacer con una buena idea.
Dentro del vasto universo Marvel llega “Pantera negra”, la película que presenta a un superhéroe nuevo que pronto será parte del mundo del resto de los Vengadores. El director es Ryan Coogler (el mismo de la gran “Creed”) y la película la escribe junto a Joe Robert Cole. “Pantera Negra” presenta primero un nuevo escenario: Wakanda. Allí, en medio del África pero escondida y aislada del resto del mundo, nos encontramos ante un pueblo muy avanzado a nivel tecnológico. Luego, al protagonista, T’Challa, que regresa a ocupar el puesto de rey de Wakanda cuando su padre fallece y de repente se encuentra no sólo con las responsabilidades propias de cada rey sino con la amenaza de perder ese puesto a manos de un asesino. Como varias películas de superhéroes, “Pantera Negra” tiene más de un villano, o mejor dicho presenta a uno y luego devela que el verdadero villano no era aquel, sino una amenaza mayor. Allí entra en juego primero Andy Serkis, esta vez alejado de la captura de movimiento para presentar su histrionismo en carne y hueso, con un personaje al que se le hubiera deseado más tiempo en pantalla. Después, está Michael B. Jordan, un personaje más oscuro y al cual se lo desarrollará un poco más, el que mejor representa la tragedia. No obstante, su Killmonger termina resultando algo plano. A nivel estético, la película cuenta con una dirección de arte muy lograda, consiguiendo un estilo tribal y moderno al mismo tiempo ya sea desde el vestuario como la construcción de Wakanda. En cuanto a la música la combinación es similar, sumándole algo de hip hop a los tambores. Chadwick Boseman es el encargado de dar vida al personaje que da título al film. No es la más lograda de las interpretaciones, cumple pero sin más pretensiones. En cambio, acá son las mujeres las que mejor se lucen. Lupita Nyong’o, Danai Gurira y Letitia Wright entregan tres personajes fuertes y con convicciones y al mismo tiempo cada una mucha personalidad. También está Angela Bassett, aunque no la ayudan sus pocos minutos en pantalla. En cuanto al tono, en “Pantera negra” hay una seriedad un poco mayor a lo que nos venía acostumbrando Marvel. Si bien tiene algunos chistes, se deja de lado el humor canchero que caracterizó a las últimas entregas. Coogler se toma muy en serio el trabajo de realizar esta película y esto se ve de manera más que clara en la trama y las referencias a la situación actual de EE.UU. No obstante, ninguna denuncia o crítica hace que se pierda el eje del relato, simplemente son parte de él. Con respecto a otros aspectos técnicos, Coogler se trajo consigo a gran parte del equipo que trabajó con él en “Fruitvale Station”. “Pantera negra” funciona muy bien por sí sola, es la que más se despega del universo Marvel propiamente dicho. También es cierto que es el inicio, la presentación (aunque sí, ya lo habíamos visto en “Civil War”) que el personaje necesitaba y éste no se da en el medio de todos los otros superhéroes. A la larga estamos ante una película entretenida y bien construida que, como muchas, falla más que nada en la construcción de sus villanos. Pero la película sabe lo que quiere contar, lo que quiere decir. Después, además, implica algo muy importante para la gente de color, es verdad, pero no necesita alimentarse sólo de eso. Por último, no hace falta aclarar que la película cuenta con dos escenas post créditos así que siempre es recomendable quedarse hasta el final de los largos créditos.
Clint Eastwood estrena su nueva película, 15:17 tren a París, donde narra la historia real de unos jóvenes norteamericanos que impiden un atentado en un tren que va rumbo a París. Como mayor singularidad, estos tres personajes principales están interpretados por los propios protagonistas del hecho. Spencer, Alek y Anthony son tres jóvenes californianos que, después de hacerse adultos y haber intentado convertirse en aquello que cada uno quería, deciden irse de viaje por Europa. Allí quedan en medio de un intento de ataque terrorista que terminan impidiendo. Pero la historia de la película (que está basada en el libro que ellos mismos escribieron) comienza mucho antes. Así, 15:17 tren a París parece en un principio ser varias películas en una. Durante la primera parte, los conocemos como niños. Los tres se caracterizan por tener problemas en la escuela, son marginados, sienten que no encajan, excepto entre ellos. Ya durante la adolescencia, aunque algunas circunstancias los alejen, se siguen manteniendo en contacto. Y el foco principal estará en Spencer, quien decide unirse a la Fuerza Aérea para convertirse en rescatista, aunque nadie lo crea capaz de lograrlo. Y todo parece indicar que no estaban tan equivocados. Spencer pone todo de sí y sin embargo un problema físico le impide postularse para el puesto que desea. Así, después se ve en un lugar que no lo termina de convencer pero esto no le impide seguir dando su mayor esfuerzo, aunque siga pareciendo que nunca va a dar sus frutos, pues nada le sale del modo que esperaba. A esta altura el contacto entre los tres amigos se da principalmente vía skype, donde se ponen al día, se alientan y deciden que durante aquellas vacaciones van a irse de mochileros a Europa. Tres norteamericanos en Europa, conociendo gente, bebiendo cerveza, sacándose incontable cantidad de selfies, visitando los lugares más típicos y elegidos de estos destinos. La vida es dura, difícil pero ahora ellos están disfrutando del reencuentro y de un viaje soñado. Y entre tantos destinos de Europa no terminan de decidirse si vale o no la pena visitar París. La última parte de la película es la que se enfoca en el hecho principal, el que los hizo célebres, y es ahí donde reviven el momento en que todo lo que antes había parecido en vano para Spencer de repente cobra sentido. Si bien durante todo el relato hay pequeños atisbos de imágenes de lo que sucede en el tren aquel día, es recién acá donde el film consigue la tensión necesaria, si bien uno ya conoce de antemano la resolución. Si bien no son actores profesionales, hay que decir que los tres protagonistas están muy bien en sus respectivos papeles. Claro, se interpretan a ellos mismos, pero es imposible no pensar en que no debe haber sido fácil revivir ciertos momentos y lo cierto es que se desenvuelven en cada uno de estos bastante bien. Después están las actrices Judy Greer y Jenna Fischer como madres que, ante todo, quieren lo mejor para sus hijos. Por otro lado, con excepción de algunas partes del viaje a Europa, no se percibe un aire a documental o una mera recreación de hechos. Al mismo tiempo, a nivel cinematográfico se la siente poco inspirada. Y eso se nota sobre todo cerca del final, cuando no puede evitar subrayar ideas claras desde un principio. Después está el detalle de que hay un cuarto condecorado pero parecería que ni interesara. Un francés que aparece en la escena pero nunca tiene una pizca de protagonismo, porque lo que importa es la historia de los tres norteamericanos. Tampoco el terrorista tiene un atisbo de construcción como personaje. Todo resulta más bien plano.