Borrá todo lo que dije del amor porque no sabía bien quién era de Guillermina Pico El documental experimental de Guillermina Pico es una especie de diario íntimo audiovisual donde expone quién es y qué le pasa a través de retazos y donde queda en evidencia su sensibilidad y sobre todo su conexión con la naturaleza. Como muchos diarios íntimos, Borrá todo lo que dije del amor porque no sabía bien quién era está construido por medio de frases, reflexiones, preguntas, anécdotas, recuerdos. Un collage, en este caso audiovisual, que va desnudando a su protagonista de un modo sutil y poético y es que es un diario que construye una persona con una mirada muy sensible y observadora. Hay presente en este documental experimental, que dura sólo una hora, varios elementos que se repiten. Una fuerte conexión para con la naturaleza: los paisajes, el verde y los marrones, los caballos. Los viajes en auto por la ruta. La música. Y, en el medio, intercaladas, frases o reflexiones varias en pantalla. Mensajes que a veces se deja a ella misma, como el que le brinda título a la película, o un “Llevate a pasear. Llevate a algún lado”. Entre La Pampa y Barcelona, su protagonista graba momentos, no sólo con una cámara. Así se siente su película: como el registro de ciertas escenas de su vida que la llevan a reflexionarse y preguntarse y se presentan hoy en forma de película. Como sucede con muchos diarios íntimos, cuando uno los lee desde afuera se sienten algo incompletos, con vacíos esperando ser llenados. Incluso da la extraña sensación de ser poco apropiado acceder a ese material tan personal, tan de uno, que parece destinado a estar escondido. Como cuando la vemos a ella bailando frente a su webcam una canción de Lady Gaga. Guillermina Pico escribe y dirige este primer largometraje (tras realizar varios cortos) en el que además realiza fotografía, montaje y sonido. Es su película y es ella. Y sin embargo nunca se percibe un costado narcisista, porque no habla de ella sólo por hablar, sino que lo hace a través del entorno que la rodea, de lo que percibe, de lo que siente. Es poesía audiovisual. Aun así, Borrá todo lo que dije… se siente por momentos un poco distante. Es que es su mundo personal, le pertenece a ella, lo comparte pero sólo de a momentos, a través de retazos, y algunas cosas se terminan sintiendo incompletas o en el aire.
Steven Spielberg regresa muy pronto luego de la notable “The Post” esta vez con la película a la que le dedicó el mayor tiempo del año que pasó: la super producción basada en el libro de Ernest Cline, “Ready Player One”. Como siempre, el director oscila en su filmografía entre las historias de un mayor contenido social y político y aquellas superproducciones que apuestan al niño interior, a la aventura o ciencia ficción. Claramente “Ready Player One” se encuentra dentro de este último grupo. La película se sucede unas décadas en el futuro pero está impresa de una fuerte nostalgia por la cultura pop ochentosa. Sus protagonistas se encierran, o se escapan de la realidad, en juegos virtuales donde pueden ser lo que y como quieran. Allí son fuertes, bellos, ingeniosos, sociables. Como Wade Watts (Tye Sheridan, un joven actor prometedor), que dice que tiene amigos y son los que se encuentran dentro de este mundo virtual y por lo tanto a quienes nunca les vio el verdadero rostro. Escrita por Zak Penn junto al escritor de la novela Cline, “Ready Player One” empieza cuando el personaje de James Halliday (el ahora frecuente colaborador Mark Rylance), ni más ni menos que el creador de este Oasi), una especie de Steve Jobs, fallece y deja en el juego una serie de pistas que le brindarán a quien resuelva cada acertijo, ni más ni menos que la posesión y el destino de toda esa marca. Allí aparece el villano, Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), dueño de una compañía similar pero menor que sin dudas necesita apoderarse de ella para convertirse en quien realmente quisiera ser. En la película, las peripecias por las que el protagonista Wade junto a sus amigos virtuales (y potencial historia romántica) irán sorteando no sólo con el fin de ganar el juego, sino con el más importante que es el que un malvado sin talento cuya compañía tiene cientos de empleados jugando a sus órdenes se quede con este maravilloso mundo, se suceden de manera más dinámica y creíble que en la novela original. Así, la película resulta entretenida y ágil aun en sus dos horas de duración. No obstante, en cuanto al desarrollo de los personajes encontramos el punto más flojo. Incluso la historia romántica entre Wade y Artemis (nombre de su avatar) se sucede de manera algo repentina y sin profundidad. Visualmente sí estamos ante un Spielberg desbordante. Los efectos especiales ayudan a dar vida a todo este mundo y las múltiples referencias a la cultura pop nos la hacen sentir más cercana. Sin embargo es tanta la información visual a veces que satura. Así, entre tantas referencias muchas quedan perdidas en el trasfondo. Y las más disfrutables son las más aprovechadas, como aquella secuencia muy divertida y atractiva que gira en torno a la película “El resplandor”. Con respecto a la crítica que brinda el relato, éste es obvio desde la primera instancia. La necesidad que hoy en día hay de escaparse a un mundo virtual y dejar de lado lo real. El hecho de que muchas veces no podemos ser nosotros mismos si no es bajo una máscara. “Ready Player One” es una película entretenida y visualmente deslumbrante, llena de amor por una cultura que si bien pertenece a otra época sigue más vigente que nunca entre los nostálgicos (que somos muchos). La historia es simple, el guion mejora bastante la narración de la novela, pero aun así se siente la falta de un poco más de desarrollo de los personajes al igual que ese mundo exterior que parece tan oscuro y hostil y es más que entendible que uno termina prefiriendo encerrarse en un videojuego. Sabemos que Spielberg es un director que no decepciona.
Agnés Vardá, considerada la abuela de la Nueva Ola Francesa del cine y quien se encuentra a punto de cumplir 90 años, sigue haciendo películas aun tras sus problemas con la vista, los cuales expone sin vergüenza en su documental “Visages Villages”. Un documental que es como una especie de diario de viaje que realiza junto al artista y amigo JR a través del interior del país, descubriendo personas e inmortalizándolas en fotografías que luego se convierten en murales. Agnés y JR viajan sobre una hermosa camioneta en forma de cámara fotográfica que además funciona como tal, ya que tiene una cabina que saca fotografías tamaño mural. Con ella van encontrando a personas comunes a las que, al escucharlas, cada una tiene una historia muy particular por contar. Y luego instalan esas fotografías en lugares significativos para ellos en tamaños todavía más grandes. Paredes, trenes, containers, cualquier lugar donde haya espacio y que signifique algo (mucho) para esa persona. Dos generaciones de artistas y dos estilos muy distintos, un mito viviente del cine francés y la cultura artística hipster actual se combinan con una bella película como resultado. Una película pequeña pero llena de corazón y emociones (puede ser muy divertida y tierna –y hasta original, como ese comienzo en el que no logran cruzarse- y en otros momentos algo más agridulce y melancólica). Es un placer seguir a Vardá y eso también se nota que le sucede a JR, quien la admira y acompaña aunque a veces se burle cariñosamente de ella para luego ceder a su capricho con tal de que se recuperara de un mal trago. Algo que tiene de interesante además la película, es que transita por varios estadíos para no tornarse luego repetitiva. Conocemos el arte que van llevando a través de estos pueblos, a personas “x” y sus historias, pero también nos vamos adentrando en la relación entre ellos dos y a lo último los seguimos en otro tipo de viaje, mucho más personal, y sobre el cual no conviene adelantar demasiado pero estará relacionada a Godard, figura muy relacionada con la directora. Es ahí cuando Vardá aflora más como persona que como cineasta y termina de imprimirle el alma a la película. “Visages Villages” está concebida a cuatro manos, escrita y dirigida por sus propios protagonistas. Y resulta un viaje encantador. Estuvo nominada como documental a los premios Oscars, no ganó pero se llevó un premio honorífico Vardá (quien además es la persona de mayor edad en ser nominada a esos premios) y además cosechó algunos premios más durante la temporada. Pero todo esto es anecdótico, datos de color. Lo importante es que este mito aún sigue vivo y nos acaba de regalar una película y experiencia bella y conmovedora.
Dirigida por Guillermo Casanova, y escrita junto a Inés Bortagaray, Otra historia del mundo es una ficción con mucho de realidad y, como dato de color, fue la película que Uruguay envió como representante de su país el año pasado a los Oscars. Otra historia del mundo está basada en la novela Alivio de luto del escritor uruguayo Mario Delgado Aparaín. Mosquitos es la ciudad imaginaria del interior de Uruguay donde sucede. Allí rige una dictadura (aunque nunca se mencione esa palabra) a la que Milo (Roberto Suárez) y Gregorio (César Troncoso) simulan un ataque de guerrilleros. ¿Cómo? Secuestrando los enanos de jardín que colecciona el coronel Werner y difundiendo en la radio local un mensaje subversivo. Las cosas para estos dos amigos no salen como esperaban y uno de ellos resulta descubierto y preso, el otro consigue, luego de un tiempo, hacerse algo más cercano al coronel para que le permitan dar clases de historia. Sin embargo, “cuanto más lejos estemos de contar la historia reciente, mejor para todos”, dice el coronel en medio de un notable diálogo entre ambos personajes y sólo le permite enseñar hasta el descubrimiento de América. Es a través de esas clases, que parecen a simple vista inofensivas, que Gregorio va narrando y trazando una nueva historia y le servirá, si las cosas esta vez sí le salen como espera, para encontrar a su amigo. Alrededor, una galería de personajes que se van cruzando y entrecruzando, hijos, esposas, amantes, terminan de darle vida a esta trama. El film comienza con un tono ligero, rozando lo absurdo y, de a poco, se va tornando más serio y oscuro. No demora mucho en conseguir este cambio. Milo desaparece y estamos ante una película que por más teñida de ficción que esté, resulta demasiado cercana. No obstante, a grandes rasgos, se podría decir de Otra historia del mundo que es una sátira política que intenta mostrar unos sucesos duros de la manera más amable que encuentra. Sin artilugios ni artificios (con excepción de las historias que cuenta y reinventa el protagonista), los aspectos técnicos del film cumplen su función sin destacarse, como la fotografía de Gustavo Hadba que aunque resulta convencional también lo hace de manera expresiva. El guion mantiene un buen ritmo aun durante las casi dos horas de duración aunque presenta algunas cuestiones poco verosímiles, detalles que hacen algo de ruido si uno se pone quisquilloso. Es verdad que no hay que olvidarse que, si bien este universo nos resulta demasiado conocido, estamos ante una creación ficticia, aun así se presentan algunas incoherencias en el desarrollo de personajes o ciertas tramas.
Dirigida por Cédric Klapisch y escrita junto a Santiago Amigorena, Entre viñedos es un drama familiar con algunos toques de comedia que explora la relación entre tres hermanos luego de la muerte de su padre, quien los deja a cargo de unos viñedos en Borgoña. Juliette, Jeremie y Jean se criaron entre los viñedos, aprendiendo el oficio desde pequeños. Su padre esperaba que aquello que le perteneció a su familia durante un siglo siga siendo así aún después de su partida. Pero Jean no pudo con esa vida quieta, no al menos ahí, en Borgoña. Entonces se fue de viaje por el mundo para terminar teniendo una vida similar en Australia, donde hoy también es propietario de viñedos. Cuando su padre está por morir, ni más ni menos que diez años después de su partida, él regresa y los tres hermanos quedan a cargo de la herencia, algo que trae más cosas de las esperadas. La película que dirige Klapisch, y coescribe junto al argentino radicado en Francia, Santiago Amigorena, es un drama ligero pero profundo sobre los lazos familiares, las tradiciones y las raíces. Las analogías con el vino están servidas sobre la mesa: las cosas mejoran con el tiempo pero no es ése el único factor necesario, todo precisa de un cuidado específico. El regreso de Jean no sólo está marcado por la familia que dejó hace diez años, sino por su otra familia, la que está en Australia, su mujer y su hijo, una española interpretada por María Valverde a la cual ahora “abandona” y de la que hasta parece querer escaparse. A la larga, los tres hermanos son adultos que todavía no han logrado madurar. Klapisch se aleja de las ciudades, se introduce en lo rural y retrata entonces esta nueva etapa también a través del complejo proceso de elaboración del vino que requiere mucho más que, simplemente, tiempo. Y estas partes las retrata de un modo casi documental. El hermano “quebrado” que regresa, el que se quedó y se siente aún más pequeño de lo que es y la mujer que, de repente, tiene que hacerse un lugar en un mundo generalmente dominado por hombres. En el medio, se intercalan con cierta sutileza unos pocos flashbacks que terminan de delinear lo que fue este tipo de infancia para cada uno de ellos. La película dura dos horas y en algún momento esa longitud comienza a hacerse notar. Sobre todo también con respecto al tratamiento de algunos personajes que terminan quedando algo desdibujados y desaprovechados. Entre los tres actores protagonistas, quien se termina luciendo es Ana Girardot, la hermana, logrando opacar al Jean de Pio Marmaï. Otro punto que le juega en contra es la voz en off que aparece de manera algo azarosa sólo unas pocas veces durante el relato.
Ópera prima del colombiano Vladimir Durán, Adiós entusiasmo resultó la película ganadora de la Competencia de Vanguardia y Género de la pasada edición del BAFICI. Coescrita junto a Sacha Amaral, nos encontramos ante un retrato familiar que, más allá de su curiosa premisa, resulta muy cercana. En la casa de Margarita las cosas, las relaciones, la dinámica, se parecen a las de cualquier familia. Un niño y tres mujeres son los hijos de Margarita, una madre que juega su papel como puede (a la larga, no hay una escuela que enseñe a ser padres): Axel, el más pequeño de la familia, curioso, aspirante a artista que se divierte haciendo esculturas; Antonia, la hermana mayor, que recientemente terminó una relación e intenta escaparse de una incipiente; Alejandra, relajada y con un estilo muy personal y Alicia, la más chica de las mujeres, probablemente por eso la que mejor se relaciona con Axel. Las discusiones y los choques que se suceden dentro de esa casa se parecen demasiado a los que se pueden dar dentro de cualquier familia. Pero esa familia no es tan parecida al resto. Pues la madre está encerrada en un cuarto y el único modo en que se conecta con el resto de las personas es a través de una ventanita donde le pasan comida, alguna manta o lo que necesite. Margarita es esa madre que está y no está. No la vemos, pues tiene prohibido salir de su cuarto y, sin embargo, su presencia es siempre muy fuerte, se hace notar todo el tiempo. Su personalidad inestable se evidencia a través de ejemplos claros, como el rápido paso de algo intermedio entre un cumplido y una intencional palabra de aliento, al enojo y gritos desesperados de quien no tiene la atención que espera y cree merecerse. Esta película colombiana, rodada en Argentina, se sucede prácticamente toda dentro de esa casa. En algún momento, para un festejo, llegarán amigos y una tía (la siempre cumplidora Verónica Llinás), adoptando cada uno una postura muy normal y natural ante la, para nosotros, excéntrica situación en que está esa madre. Una reunión que termina como cualquier reunión entre familiares que se relacionan sólo por obligación: con reproches, gritos y palabras hirientes. Más allá de lo caótico e insoportable que, a veces, ese ambiente claustrofóbico parece y nos resulta, lo cierto es que el film adopta mayormente el punto de vista de Alex (Camilo Castiglione) y eso le imprime un tono más ameno. Así, Adiós entusiasmo es un film por momentos divertido y tierno, en otros más tenso. Y si bien todo suena (y podría funcionar, es verdad) de un modo muy teatral, Durán sabe aprovechar los recursos del cine: desde el formato apaisado a los primeros planos que captan hasta los gestos más mínimos.
El realizador Martín Desalvo vuelve a hacer dupla junto a su mujer actriz, Mora Recalde, y esta vez apuesta a la comedia. Junto a los guionistas Alejo Flah y Agustina Gatto, retratan la historia de una mujer de treinta y tantos que empieza a sentir ganas y presión por convertirse en madre. Eva tiene treinta y largos y la película comienza con una separación que la deja de nuevo soltera. Como su hermana no puede recibirla, vuelve a la casa de sus padres (hermosa interpretación de Horacio Fontova, al cual quisiéramos ver más). Y allí su preocupación mayor no será conseguir un nuevo lugar donde vivir (la verdad es que le resulta demasiado fácil esa parte) sino encontrar la manera de poder ser madre antes de que se le acabe el tiempo. A partir de ese momento empiezan las peripecias para nuestra protagonista y alrededor de ellas se irá desplegando toda una galería de curiosos personajes. Porque el realizador que entregó películas como El día trajo la oscuridad y Las mantenidas sin sueños, acá se arriesga con una comedia de tono más mordaz e irónico. Así, Eva deambula entre varios intentos de conquista, su ex, un alumno joven al que le enseña a tocar el bajo y el ginecólogo al que siempre le gustó, entre alguno más. Enfrascada en la idea de convertirse en madre, algo que empieza de manera ligera y, quizás porque siente que el reloj la corre, se convierte rápidamente en una obsesión, hay pocas cosas a su alrededor a las que le puede prestar atención. Incluso el sexo pasa a tener un solo propósito y no es, como debería ser, el del mero placer. A nivel audiovisual, el film apuesta a una visión moderna y cool. Escenarios y vestuarios coloridos, “con onda”, junto a alguna escena musicalizada que parecen casi salida de un videoclip. En cuanto a las interpretaciones, los actores se desempeñan con soltura dentro del género, siendo Mora Recalde el corazón de la película, capaz de generar empatía incluso, a veces, a partir de escenas donde las actitudes de su personaje llegan a límites exasperantes. Más allá de poner en foco un tema siempre vigente, por momentos cansa por lo reiterativo dentro de todo ese mundo caótico. Si bien hay una idea de exageración e ironía, molesta a veces tanto hincapié en la maternidad que desdibuja un montón de otras cosas dando vueltas a su alrededor. ¿Cómo alguien a quien se la ve, justamente, cool y moderna de repente es una mujer cuyo único objetivo en la vida parece ser el de poder tener un hijo? La intención del director es clara y se evidencia aún más en esa resolución que, de todos modos, se sucede de manera bastante apresurada y repentina.
Escrita y dirigida por Gonzalo Calzada (Resurrección, La plegaria de los videntes), “Luciferina” promete ser la primera de una trilogía de terror, “La trinidad de las vírgenes”. Protagonizada por Sofía del Tuffo, Natalia es una joven monja que regresa del convento a su casa cuando le notifican que hubo un accidente. Su madre murió y su padre quedó en cama y sin hablar. El regreso a la casa implica también un reencuentro con su hermana Ángela (Malena Sánchez), quien lleva un estilo de vida muy distinto al suyo y además tiene una pareja a la que desde el principio se lo percibe violento. En ese altillo donde se encuentra postrado su padre hay también muchas perturbadoras pinturas que su madre realizó antes de morirse, todas sobre úteros. Y secretos, secretos que Ángela sospecha y Natalia tarda más en creer. Cuando Ángela y su grupito de amigos se proponen ir a realizar un extraño rito con ayahuasca, Natalia decide sumarse, probablemente por miedo a lo que le pueda pasar a su hermana en su principio, pero luego para poder descubrir quién es realmente. Además, Natalia posee un don especial. Logra ver cierta luz (u oscuridad) detrás de las personas, como si pudiera ver sus auras. Las locaciones son uno de los puntos fundamentales del film. El realizador aprovecha esos paisajes góticos en medio del Tigre y con las catedrales abandonadas, y consigue unos muy bellos planos. Después, cuando se sucede el ritual y comienzan a salir muchas más cosas de las que esperaban, la acción se mantiene principalmente a puertas cerradas y si bien siempre apuesta a la sorpresa, a lo inesperado, en algún momento ciertas secuencias se sienten un poco más largas de lo necesario. Es que todo lo que sucede a partir de ese momento es como una larga pesadilla. En cuanto a las interpretaciones, además de del Tuffo se destaca Pedro Merlo como Abel, el único de los chicos del grupo con el que Natalia siente afinidad inmediata, como si se entendieran, como si fuesen más parecidos de lo que creen. A nivel técnico, el film es irreprochable ya que Calzada aprovecha al máximo cada uno de los recursos que tiene en su poder. Una notable dirección de arte y buenos efectos especiales terminan de ayudar a crear esta digna y ambiciosa película de género nacional. Puede ser querespecto al guión se sienten algunos aspectos de la trama algo colgados o poco desarrollados, también es posible que sean cosas por desarrollar a lo largo de las próximas películas que seguramente verán la luz en los próximos años, pero esto parece poco probable ya que la idea es que cada historia tenga una protagonista distinta (una virgen poseída). A la larga, “Luciferina” se eleva como una película de exorcismos que toma mucho de lo ya visto dentro de este género (pero visto mayormente en otras latitudes), y le agrega una impronta y personalidad propias.
La ópera prima de Anne-GaëlleDaval gira en torno a Lucie, una mujer soltera, madre, que acaba de superar una batalla contra el cáncer de mama. Un cáncer que la dejó además de los traumas psicológicos propios de la enfermedad, con muchas inseguridades sobre su cuerpo, su forma de mirarse y por lo tanto de esperar que la vean los otros. Aunque su hermano, un doctor que es mucho más relajado en su manera de ser y ser percibido, le dice que tiene que aprovechar y vivir su vida. Es fácil decirlo pero no hacerlo, hasta que Clovis aparece en escena, un hombre soltero y seductor, Lucie comienza a plantearse y replantearse un montón de cosas sobre sí misma. Así es que llega a Dalila, una señora que tiene un negocio de pelucas en el frente y un estudio detrás donde enseña a otras mujeres que pasaron por situaciones similares, a quererse, a mirarse, a acariciarse. Y cuyo diploma sería un espectáculo burlesque protagonizado por todas ellas, mujeres normales en lencería sexy, bailando y desvistiéndose. Lucie, en este camino hacia volver a enamorarse de ella, lidia además con la imponente figura de su madre, que le reclama todo el tiempo que debería encontrar un hombre que cuidara de ella, y es además quien decide hasta cómo tiene que vestirse cada mujer en su mesa. Una mesa en la cual Hortense, la hija de Lucie, no se siente ni nunca se va a sentir cómoda de la manera que esperan. Toda la película está llena de cuestiones sobre las diferentes nociones de ser mujer. Las impuestas por una sociedad a lo largo de tantos años, y las que nos imponemos nosotras mismas. “Una no nace mujer, se hace”, ya lo dije Simone De Beauvoir y es Dalila quien se los va a recordar a aquellas mujeres que no se muestran porque no se ven lo bella que en realidad son. Para Lucie no va a ser sencillo. No quiere decirle a Clovis de su enfermedad pero al mismo tiempo esto los va separando. “La más bella” es una comedia romántica que en realidad no gira principalmente en torno a esta relación, sino que es una de las aristas que Lucie tendrá que trabajar para conseguir la meta principal: aceptarse así de bella como es. Un retrato sobre mujeres, enmarcado por lo difícil que es transitar una batalla como la del cáncer, pero también aquellas que luchan contra mandatos sociales. La buena esposa, la buena madre, la buena hija; conceptos construidos para controlar. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Si bien el film apunta a este estilo de comedia romántica interesante, en el que no es la necesidad de estar con un otro lo principal de la cuestión, no termina de aprovechar los elementos que tiene en sus manos. Algunos clichés, ideas subrayadas y una composición de personajes que no siempre funciona rondan a lo largo de un film que en el apartado técnico tampoco tiene mucho para destacar. De todos modos se agradece la delicadeza y el tacto con el que está tratado una temática que fácilmente puede llevar a lugares comunes. La película escrita y dirigida por Daval es entonces un amable, más cercano al drama ligero que a la comedia romántica en la cual se encuadra, retrato sobre ser mujer y la necesidad de escapar a los moldes que otros nos imponen y sentirse cómoda en la propia piel.
La nueva película de Pablo Giorgelli, escrita junto a María Laura Gargarella, Invisible, es un retrato intimista sobre una adolescente que queda embarazada mientras deambula viendo qué y cómo hacer con eso que no estaba planeado. El aborto es un tema que últimamente parece más actual que nunca y, sin embargo, siempre estuvo vigente, aunque escondido, aunque de eso no se hablara. Invisible llega a las carteleras justo cuando se abre el debate en el Congreso, pero todavía en el marco de la ilegalidad. Ely es una adolescente que transita el último año de secundaria al mismo tiempo que trabaja como ayudante en una veterinaria y mantiene una relación esporádica con el hijo del dueño, un hombre casado. En su casa, su madre transita una depresión que la mantiene encerrada, sin hacer nada, sin poder salir a trabajar y ni siquiera dar una vuelta. Y además Ely queda embarazada. La primera decisión que toma, o considera tomar, es la de no tenerlo. Pero cuando se va a hacer los estudios pertinentes se encuentra con que nadie va a ayudarla ahí si es esa la decisión que quiere tomar. En nuestro país, el aborto es ilegal, lo máximo que pueden hacer es brindarle ayuda psicológica (o sea convencerte o hacerte creer que te convencen de querer tenerlo). Ely es una adolescente y es además el único sostén de una familia en la cual no encuentra ni el apoyo ni el cariño que necesita. Es una joven independiente y, generalmente, es como si viviera sola. La única que sabe, en principio, es su mejor amiga junto con la cual investigarán para poder realizarse el aborto con pastillas, el más accesible para ella que está sola. Pero la información es como toda información virtual, no verificada, a veces incompleta. Una operación en un lugar seguro puede llegar a salir un sueldo o más. Entonces estamos ante una película que expone los problemas que conlleva casi siempre para una mujer decidir qué hacer con su cuerpo: no puede tenerlo (porque es adolescente, porque no tiene un buen sustento económico, porque no tiene una pareja estable) y al mismo tiempo no puede abortarlo (es ilegal, es difícil conseguirlo, es caro). Más allá de este contexto social, Invisible no tiene al aborto como tema central de la película, sino que la idea es centrarse en esta adolescente, introspectiva, callada, ante una situación límite como es en la que se encuentra. Nadie parece notar que ella tiene un problema hasta que lo pone explícitamente en palabras, primero a su amiga, más adelante a la otra mitad responsable de ese embarazo. El director de Las Acacias sigue acá a su protagonista tomando siempre cierta distancia, como una especie de testigo silencioso. En esa rutina que va desde las clases en la escuela donde mostrará cada vez un menor interés, en el trabajo, en la casa intentando que su madre salga, se mueva, haga algo, o con su amiga, desde una tarde navegando sitios sobre el aborto hasta una noche de boliche en la cual cada una se va, siempre estando de acuerdo la una con la otra, por diferentes sendas. Mora Arenillas es la actriz encargada de dar vida a esta Ely, en una interpretación sutil e intensa que junto a algunas expresiones y facciones recuerda quizás a Ailín Salas.