Miguel Baratta escribe y dirige Galpón de máscaras, un documental que gira en torno a la fascinante y misteriosa figura de la máscara, utilizando como punto de origen la vasta colección de la escritora Luisa Valenzuela y una exhibición de éstas en el Museo de Arte Decorativo. “Sin fondo. Lo importante son las máscaras”, le indica la escritora Luisa Valenzuela a la fotógrafa que se encuentra invitada a su casa para retratar parte de su colección de máscaras, aquellas que se verán exhibidas después en el Museo de Arte Decorativo. En esa especie de galpón, o un estudio enorme decorado con una inmensa y variada cantidad de máscaras, Luisa abre sus puertas y a medida que va mostrando algunas de sus más preciadas posesiones también va develando parte de la historia. Orientales, africanas, neoyorkinas, de todos lados y de diferentes épocas. A lo largo de su vida y de sus viajes, Luisa ha logrado armar una admirable colección, por lo que le ofrecen exponerla. Culturas, tradiciones, creencias, rituales, religión. Porque cada máscara representa un mundo en sí. Y ese galpón lleno de máscaras guarda muchas historias. “Las máscaras son mis amigas, las respeto”, explica Luisa sobre por qué nunca se las prueba. Sin embargo el documental, que se encuentra dirigido y escrito por Miguel Baratta, también se sale de ese lugar para mostrar a unas pocas personas más que trabajan alrededor de máscaras, como el intelectual Eduardo Gruner o los que ensayan en un grupo de teatro de comedia. Son los de este último grupo los que crean buenas escenas visuales a través de un fondo negro y diferentes performances con las máscaras. La cámara observa sin intermediar, siendo testigo de un mundo que resulta fascinante por todo lo que abarca, lo que se ve y cuánto que no. Al fin y al cabo, la función más popular que tienen las máscaras es la de ocultar, disfrazar.
Después de consolidarse con la saga de REC la cual co-dirige, el director español regresa con “La posesión de Verónica”, escrita junto a Fernando Navarro, un film que apuesta a otro tipo de subgénero de terror pero que demuestra más que nunca quizás su gran conocimiento del género. Basada en un caso real, o al menos en lo que se sabe al respecto, más bien en el informe policial luego de lo sucedido, el film gira en torno a una adolescente que, tras jugar con sus amigas a la ouija un día de eclipse solar, comienza a experimentar cosas extrañas en su casa y en su propio cuerpo que luego van poniendo en peligro a sus hermanos. Verónica tiene quince años y es la hermana mayor pero es como una madre casi para sus tres hermanos pequeños. Porque su madre (interpretada por Ana Torrent) trabaja todo el día y su padre falleció. Cuando con su amiga se le ocurre jugar a la ouija ella cree que es una oportunidad para volver a hablar con él. Pero claro que las cosas no salen del modo esperado. Como si ser adolescente no fuese un problema en sí, como si crecer no fuera ya difícil y aterrador, se abre una puerta y Verónica queda sola. Su amiga se aleja de ella asustada y su madre sigue ensimismada en trabajar para poder darles de comer, aunque eso implique no estar nunca y ni siquiera escuchar sus gritos de ayuda. Gracias al consejo de una de las hermanas de la escuela católica a la que asiste, una señora mayor y ciega, se enfoca principalmente en cuidar a sus hermanitos. La película está llena de momentos de terror muy bien logrados, figuras que aparecen y que no resultan lo que son, o que cada uno ve de un modo distinto. No hay un abuso de golpes de efectos ni sustos a los que estamos acostumbrados dentro de este género (que consigue buenas películas como El conjuro o Insidious pero después una cantidad inmensa de tantas otras mediocres). Mucho aporta la protagonista principal, Sandra Escacena, quien tiene que convertirse en las varias Verónicas que el film va desplegando. La adolescente, la hermana mayor, la que se siente marginada, la asustada, la valiente, la que decide que si nadie la va a escuchar va a hacer de todos modos las cosas como cree que tienen que hacerse para que aquello que llegó se vaya de una vez. Hay también una interesante construcción de esta familia, mostrando escenas cotidianas dentro de ese departamento que a veces parece tan chico y asfixiante. Los niños y sus interpretaciones muy naturales brindan mucha frescura a ciertas partes del relato. El film a nivel técnico es prolijo y atractivo. La fotografía logra algunas imágenes escalofriantes y la música, una banda sonora que aparece inspirada en las mejores películas de Dario Argento y cuenta con los acordes de la banda Héroes del silencio, hacen que “La posesión de Verónica” parezca un clásico instantáneo. Quizás al final hay algunas líneas y flashbacks reiterativos, repetitivos adrede pero que podrían no estar, o no en esa cantidad. Pero más allá de eso, estamos ante una gran película de terror, que no sólo no tiene nada que envidiarle a las que provienen de la meca del cine, sino que es superior a muchas de ellas. “La posesión de Verónica” es una imperdible para todo fanático del género. Con una historia bien contada, con algunos clichés del género pero sólo los suficientes para que toda película que apunta a este lado funcione de manera efectista. Como siempre, aconsejo olvidarse del “basado en caso reales” pues es claro que este tipo de relatos sobre todo tiene muchas libertades.
Se estrena Dos amores en París, escrita y dirigida por Eric Lavaine, una comedia romántica de enredos que pone en el centro a una mujer con problemas para tomar decisiones. Juliette tiene unos cuarenta años y lleva una vida en la que no se hace responsable de tomar ningún tipo de decisión. Una amiga le dice cómo vestirse, otra cómo peinarse, su padre decide por ella en cuestiones más personales (incluso es quien le da trabajo) y hasta decisiones como qué comer en un restaurante terminan siendo tomadas por la persona que la acompaña. Si bien, por alguna razón, llegó hasta esa edad cómoda con este tipo de vida, al mismo tiempo le impidió poder tener una pareja duradera. Luego de que otro hombre más la deje por su incapacidad para tomar una simple decisión, deprimida y desesperanzada, es que por consejo de sus amigas decide volver al ruedo. Así, tras una situación confusa, conoce a un guapo y educado escocés que, después de tener sexo, resulta que está comprometido con otra. Decepcionada una vez más, una noche de fiesta salvaje, o lo que pretendía serlo, termina conociendo a un profesor de cocina que inmediatamente hace además buenas migas con su padre. Y cuando todo parece ir encaminado para ella de una vez, regresa el escocés perdidamente enamorado y habiendo dejado a quien iba a ser su futura mujer. Así, Juliette se encuentra frente a un dilema que requiere una decisión: ¿con cuál de los dos quedarse? Y sin saber cómo manejar esa situación simplemente va dejándose llevar, como si esperara que algo de afuera lo solucionara por ella. Entonces, de repente, se encuentra preparándose para dos bodas que, casualmente, incluso tienen la misma fecha. Dos amores en París está llena de encuentros y desencuentros y de situaciones inverosímiles y forzadas. Las pocas probabilidades de situaciones como, por ejemplo, que dos personas aparezcan a la misma hora en el mismo lugar, a ella le suceden todas juntas, una detrás de otra. Lavaine apuesta a una comedia desenfadada, pero se la siente poco inspirada, queriendo ser una comedia cuyo humor ni siquiera logra funcionar la mayoría de las veces. Mientras los personajes masculinos están más bien estereotipados, hay un par de secundarios, por ejemplo las amigas de la protagonista, que aportan algo de frescura al relato: la liberal, que se la pasa teniendo sexo con desconocidos, y la más estructurada, casada con un hombre que no trabaja y se queda en el hogar cual amo de casa. Por cierto, Juliette conoce muy bien la razón de este problema (el no poder decidir) que surgió cuando perdió a su madre tempranamente, pero tampoco se ahonda mucho por ahí.
Jonathan Dayton y Valerie Faris sorprendieron hace varios años con esa linda película que es "Little Miss Sunshine" pero, más allá de algún intento en el medio (Ruby Sparks), no lograron volver a sorprendernos y generarnos algo similar a lo de aquel film protagonizado por una pequeña y adorable Abigail Breslin. Con Emma Stone y repitiendo a Steve Carrell (totalmente opuesto al personaje que interpretó en la anterior), esta vez los directores apostaron por el relato más clásico, por un subgénero que tiene reglas tan claras que es difícil correrse y apuntar por algo novedoso. Y eso mismo sucede con “La batalla de los sexos”. Basada en un caso real, la película muestra a dos personajes diferentes y de diferentes ideologías sobre todo, enfrentados. Pero en realidad la película no es un partido de tenis ni el orgullo de quien se alce como ganador. "La batalla es de los sexos" no sólo porque hay un hombre contra una mujer, sino porque hay un hombre machista y retrógrado por un lado y por el otro a una mujer, feminista si se le quiere agregar, no más que una mujer que busca tener los mismos derechos que un hombre en una carrera que se encarga de diferenciarlos todo el tiempo. Billy Jean King quiere cobrar como cobra un hombre por jugar al tenis. Cuando obtiene un no como respuesta decide junto a su representante armar su propia liga y de a poco va reclutando un grupo de talentosas mujeres. Empiezan sin dinero pero con muchas ganas y de a poco se van ganando su lugar. Bobby Riggs es un ex campeón del tenis y actual apostador crónico. Entre su incansable cantidad de apuestas, comienza a obsesionarse con la idea de ganarle un partido a Billy Jean y así demostrar que los hombres son mejores que las mujeres en el deporte. A Billy Jean no le interesa entrar en ese juego ridículo y mediático (Bobby Riggs se caracteriza además por ser un personaje que ama la atención y las cámaras y no teme ni ridiculizarse con tal de lograrlo ni hacer los comentarios más machistas), ella simplemente quiere ser quien es, jugar al tenis que es su gran amor, y poder ser libre también en sus elecciones personales. Ahí entra en juego el personaje interpretado por Andrea Riseborough, una peluquera de la que se enamora Billy Jean, quien está casada con Larry King y a escondidas comienza a descubrir quién es realmente. “La batalla de los sexos” es una película entretenida pero demasiado correcta. Todo es muy de manual, incluso a la hora de representar los ideales feministas por los que lucha Billy Jean junto a sus chicas. El feminismo está más bien retratado a través de situaciones y líneas de diálogo demasiado comunes, sin una mayor profundidad. No obstante, si bien estamos ante una historia de hace unas décadas sigue sintiéndose muy actual, porque la mujer sigue luchando por lo mismo y si bien han habido avances aún se está lejos de haberlo conseguido. Emma Stone y Steve Carrell aportan mucho al film con su carisma, tanto juntos como separados. También vale destacar la presencia de Sarah Silverman, una actriz que a la que muchas veces se la termina comiendo el personaje. Lo suficientemente divertida, curiosa por la historia a tratar especialmente para quienes no la conocen, pero ni novedosa en el tratamiento de su temática y mucho menos en su narración, estamos ante un film que cumple sin pena ni sobresaltos. El estar rodada en 35 mm le brinda además una estética retro que funciona.
Dirigida y escrita a cuatro manos por Teresa Saporiti y Claudio Remedi, “Sinfonía en Abril” es un documental sobre el centenario del Genocidio Armenio. Lo que hacen sus realizadores es enfocarse en la ceremonia y en sus preparativos. Así, no explora específicamente el genocidio ni hay historias personales en el medio, de hecho no hay ni un solo testimonio, sólo se dedica a observar. Diferentes formas de prepararse para esa fecha. Una marcha hasta el memorial llevando flores y ofrendas, una restauradora con un antiguo libro sobre la historia de su país, un grupo practicando danzas típicas, un coro ensayando el homenaje, una campaña de donación de sangre y clases escolares sobre el genocidio armenio son algunas de las líneas narrativas que paralelamente se van desarrollando tanto en Buenos Aires con la colectividad armenia de acá como en Ereván, capital de la República Armenia. Todo para confluir en la ceremonia, con esa sinfonía que da título a la película. La cámara generalmente elige no acercarse, observar sin introducirse, ser un testigo. Claro que en la elección de las imágenes luego surgen diferentes reflexiones, especialmente sobre el pasado y el presente y la importancia de la historia y su memoria. Todo esto de una manera siempre más bien sutil. Al no abundar en detalles ni acercarse demasiado a ningún personaje en particular, tampoco explorar al genocidio en sí, ni cómo ni por qué se dio, por momentos se lo siente algo frío o distante, interesante siempre por su temática poco tratada pero con la sensación de que falta algo de profundidad, algo que nos introduzca un poco más. Un singular tratamiento del tema, singular principalmente porque elige correrse de la tragedia y de lo más doloroso, pero no lo niega ni lo esconde, sólo que elige mostrar a personas que se juntan con alegría para conmemorar y comprometerse con la historia de su país.
Escrita y dirigida por Cristian Tapia Marchiori, Juan Palomino protagoniza La noche más fría, un retrato sobre los sin techo y la importancia de la solidaridad. Carlos vive en el centro de una plaza donde, de a poco, pudo ir construyendo algo parecido a un hogar. Alguna vez luchó en Malvinas, alguna vez fue marido y padre. Pero un accidente le quitó a su mujer y a su hijo se lo llevaron, aunque él lo sigue buscando incansablemente. Mientras tanto, sobrevive a base de propinas que le dan por barrer algunas veredas y de la solidaridad de quienes lo conocen hace tiempo. Es invierno y hace frío. Y está solo. Y va a hacer más frío. Carlos entonces planea ir a un refugio porque una noche como esa es muy difícil sobrevivir en la calle, especialmente con su frágil salud probablemente producto de su forma de vida. Pero un altercado lo deja injustamente afuera. Lejos de su lugar, sin la posibilidad de un poco de calor, luchando constantemente por proteger las pocas cosas que tiene. A través de La noche más fría, Cristian Tapia Marchiori va narrando lo que es vivir a la intemperie, expuesto ante todo tipo de adversidades. Juan Palomino interpreta a este sin techo de un modo contenido pero lo suficientemente expresivo para generar aquello que su personaje va generando también en el relato, empatía. A la larga, a Carlos sólo lo mueve la posibilidad de poder encontrar a su hijo. La película, que fue rodada en Pergamino, es un retrato intimista, amable pero al mismo tiempo lo suficientemente crudo como para entender lo que es vivir de este modo. La cámara sigue siempre a Carlos, a veces siendo testigo de situaciones que generan impotencia. Desde escenas en que se lo muestra como a una persona que, a simple vista, genera cierto miedo o incomodidad ante gran parte de la sociedad hasta aquellas en la que la gente lo ve como la persona que realmente es, atenta y cargada de buenas intenciones.
El artista y activista Ai Weiwei dirige un documental que pretende poner en foco cómo es ser refugiado desde las zonas que mayor cantidad de estos genera. Más de 65 millones de personas en el mundo se han visto obligadas a abandonar el lugar donde nacieron. Ese movimiento de gente continúa perpetuándose, especialmente en ciertas zonas conflictivas, habiéndose tornado mayor que el de la Segunda Guerra Mundial. Ai Weiwei introduce su cámara y él mismo dentro de veintitrés países, transmitiendo datos numéricos pero también mostrando cómo vive la gente así, esperando. Con una fotografía impactante especialmente cuando apuesta a los planos cenitales, pero también sabiendo acercarse a algunas personas que se abren frente a la cámara, incluso utilizando la cámara de teléfono, Ai Weiwei introduce además durante todo el film frases de diferentes líderes espirituales que funcionan como múltiples epígrafes. Es una película que no sólo sirve para conocer y entender el mundo de los refugiados sino para comprender que son personas, que como todo el mundo lo que quieren es un hogar, y muchas veces ese hogar es el que se vieron forzados a dejar atrás, otras son como una especie de permanentes pasajeros en tránsito, porque no pueden volver pero tampoco pueden entrar a un lugar nuevo. Otro punto interesante del film es que pone en foco el trabajo humanitario, mostrando cómo se trabaja y la importancia de involucrarse. Durante las casi dos horas y media que dura el documental, lo cierto es que no puede evitar tornarse algo repetitivo, incluso en la constante aparición de frases que funcionan como ciertos separadores, pero las hay demasiadas. Weiwei hace un muy buen trabajo de registro y opta por imágenes antes que testimonios, que de todos modos los hay (y hasta éstos se sienten algo repetitivos a veces, como para que quede bien en claro lo que se quiere enfatizar: que un refugiado es ante todo un humano y que por lo tanto tiene los mismos derechos que nosotros). Interesante y necesario, "Marea Humana" es un estudio sobre los refugiados que podría haber sido algo más exhaustivo, que por momentos se lo siente algo superficial, que hay mucho material para ahondar que no aparece.
Stephen Frears es un director al que, más allá de haberse probado en algunos géneros distintos, las historias basadas en hechos reales, especialmente dramas históricos sobre personas de la realeza, le sientan muy bien. Y más aún cuando además tiene a su disposición actores de la talla de, como en este caso, Judi Dench. La reina Victoria es la mujer que ha reinado por mayor tiempo en la historia de la realeza británica. Una mujer grande, cansada, con algunos problemas de salud, que tiene el país a sus pies. Pero no sólo su país, sino que ha conquistado, aunque sólo haya sido a la distancia, desde el mando, lugares como India. Abdul no ve a esta reina como la emperatriz que se apoderó de su país, sino que la admira y confía plenamente en sus capacidades, más allá de no desconocer ciertos excesos por los que ha pasado su hogar. Y cuando tiene la oportunidad de viajar hacia Inglaterra para ser quien le entregue un regalo de su país, ve la oportunidad de su vida en ella. Lo que Abdul no esperaba ni imaginaba seguramente era que al llegar captaría de tal manera la atención de la reina que ésta lo convertiría no sólo en su asistente sino en su amigo. El retrato que hace Frears, y que lleva a cabo una Judi Dench tan fantástica como acostumbra, es el de una mujer que se la pasa rodeada de personas pero está sola, aislada. Algo así como la María Antonieta de Sofia Coppola, de hecho una de las primeras escenas es muy parecida, pero en este caso con una mujer que ha llevado este tipo de vida demasiado tiempo. Y en los ojos de Abdul ve algo más fuerte y genuino que simple servicio o interés por ascender. En él vislumbra un afecto auténtico que se lo termina contagiando. Pero a ella sola, porque el resto de los ojos ve cada vez peor esta extraña relación. Extraña porque se torna íntima, en el sentido de pasar momentos solos y aislados, mantener conversaciones privadas y permitirse incluso un trato más físico, aunque siempre inocente, que el que se acostumbra con la reina. Frears se mueve entre la comedia y el drama para contar la historia de esta singular amistad. Porque cuando Abdul llega sólo iba a pasar allí unos días y se termina quedando tanto tiempo que incluso luego ella le ofrece que se traiga a su mujer y sus hijos. Y su propio hijo, interpretado por Eddie Izzard, no se preocupa sólo por sentirse desplazado sino que espera pronto quedarse con el trono y deshacerse de Abdul. "Victoria y Abdul" es una película cuyo mayor encanto radica en el tono fresco y amable con el que está contada. Por momentos se la siente muy ligera, es cierto, pero esa modestia le permite desarrollar personajes por sobre los aspectos más vistosos de una película de época y conseguir la dosis justa de emotividad.
La película escrita y dirigida por Simon Verhoeven parte de una premisa interesante: el retrato de una familia tipo alemana a través de la decisión de hospedar a un refugiado de Nigeria. Dos temáticas a simple vista distintas que se complementan para un relato más bien ligero, que apuesta al humor antes que al drama más allá de tener ciertos elementos Un matrimonio integrado por una maestra jubilada y un cirujano que se niega a jubilarse, con dos hijos que han hecho o intentado hacer sus vidas de adultos: un abogado divorciado y con un hijo, con un importante trabajo en una empresa que lo podría llevar a vivir a Shanghai, y una eterna estudiante que deambula entre carreras mientras espera que aparezca el hombre de su vida. Si bien esta familia claramente disfuncional (¿qué familia no lo es?) ya tiene sus roces y no se encuentran los cuatro juntos demasiado seguido, va a ser algo ajeno lo que les terminará de movilizar todo: la decisión de Angelika de, cansada de no poder ayudar más que donando la ropa que ya no utiliza, hospedar a un refugiado. La decisión es prácticamente de ella sola porque no encuentra mucho apoyo en su familia, especialmente en su marido, preocupado más por sus arrugas y por la idea de que un pasante de a poco le vaya quitando su lugar en el trabajo. El refugiado será Diallo, un muchacho joven con una historia difícil pero que está dispuesto a trabajar y poder quedarse en Alemania. En el medio, diferentes tipos de crisis. Sofia pasó por muchas carreras y no está segura de si psicología será por fin la última, mientras se define como una pesadilla para los estudiantes de género porque es la eterna romántica que espera a su príncipe azul. Philipp está a cargo de su hijo pero cada vez le presta menos atención enfocado en su prometedor futuro laboral. La pareja entre Angelika y Richard perdió todo brillo y solidez, enfrascada en la rutina que el paso del tiempo no supo llevar adelante. En el medio, Diallo terminará funcionando como una especie de nexo entre los miembros de esa familia. Al principio todo será algo caótico pero de a poco las cosas comienzan a ir poniéndose en su lugar al mismo tiempo que quedan reflejadas las diferentes sociedades. Diallo proviene de un lugar muy distinto, incluso con otra ideología, con pensamientos que atrasan y se contraponen con esta Alemania moderna en la que ellos dicen vivir. Moderna pero que le cuesta mucho aceptar al que viene de afuera, escaparle a los prejuicios y poder permitir la integración. Así, Verhoeven va desarrollando temáticas actuales socio políticas pero con un tono ameno. No obstante, lo que podría haber resultado una entretenida y rica comedia se termina sintiendo más liviana que lo esperado y al mismo tiempo menos graciosa de lo que pretende ser. El tono buscado no termina de funcionarle y las diferentes líneas argumentales de cada uno de los personajes se tornan demasiado previsibles y blandas. Bienvenido sea el optimismo por el que se opta contar esta historia, que por otra mano podría haber sido un dramón. Lamentablemente el film se queda a medio camino y no ofrece más que una entretenida pero olvidable película
La gente camina apurada, enfundada en sus trajes elegantes, con sus celulares, sin prestar atención más que a sí mismos. Algunos mendigos solicitan una ayuda, o algún voluntario de alguna organización, pero son ignorados por los transeúntes. Una mañana cualquiera, una chica aparece a los gritos escapando de alguien que la quiere matar. Christian (Claes Bang) es como todos, prefiere seguir de largo, pero se ve prácticamente obligado a ayudar intentando frenar al frenético hombre que la persigue. La situación es confusa, y muy breve. Se soluciona rápidamente y Christian se siente muy raro pero algo emocionado por haber sido parte de aquello. Hasta que se da cuenta de que las cosas no eran exactamente como las había experimentado y en ese arrebato le roban el celular, la billetera y hasta unos gemelos que le habían pertenecido a su abuelo. Este es uno de los inicios que tiene "The Square", poniendo en foco el conflicto principal y también a su protagonista, un curador de un importante museo en Suecia a punto de inaugurar una instalación llamada como la película creada por una artista argentina. Un cuadrado en el suelo que por supuesto va a ser el reflejo de otros límites. La nueva película de Ruben Östlund, quien se hizo conocido por su sólida película anterior "Force Majeure", abre muchas aristas sobre el mundo de la alta sociedad, los artistas pseudo intelectuales, la solidaridad, los prejuicios e incluso hasta dónde pueden llegar algunas estrategias publicitarias con tal de lograr la atención buscada. La película deambula entonces entre el Christian que para conseguir lo robado apela a acciones absurdas y dudosas, y su trabajo en el museo, trabajando especialmente en la próxima presentación de la atracción “The Square”. En el medio su vida personal, íntima y social, con otros personajes (destacándose una periodista interpretada por la siempre brillante Elisabeth Moss) y situaciones, algunos pareciendo en un primer momento algo aleatorios, para después comprobar que en realidad todo está medidamente calculado. Como en la que los invitados a una presentación se abalanzan sobre la comida sin importarles el chef que la está presentando, o la charla de un artista con el público siendo interrumpida constantemente por un miembro que padece el síndrome de Tourette. Todo esto le sirve a Östlund para retratar este mundo banal y superficial, lleno de hipocresías y contradicciones, y lo hace a través de escenas tan divertidas como incómodas, llegando en la segunda mitad de una película de dos horas y media, a una de las secuencias más impactantes (aquella a la que hace referencia el póster). Como en "Force Majeure" y ya con un presupuesto mayor, la cinematografía del film nos regala algunos planos hermosos y muy cuidados. El cuadrado se hace presente en el film mucho más que lo que uno ve a simple vista. Tanto en forma como en cuanto a la representación de sus límites. Entretenida e impactante, tan divertida como perturbadora, provocativa y quizás algo excesiva, la ganadora de la Palma de Oro en el último festival de Cannes es una gran película llena de ideas que nos plantea y replantea cuestiones todo el tiempo. ¿Se le puede poner un límite a la libertad de expresión? ¿Podemos confiar en las personas que nos rodean? ¿Llevamos a la práctica todo lo que predicamos? La película como un reflejo en el que no nos va a gustar demasiado mirarnos.