Dirigida por Lee Unkrich (un asiduo de Pixar, habiendo dirigido entre otras, Toy Story 3) en conjunto con el animador Adrian Molina, quien escribe el guión junto a Matthew Aldrich, lo nuevo de Disney y Pixar es un homenaje a la cultura mexicana y, como siempre, una historia llena de amor y ternura. En “Coco”, Miguel es un niño que viene de una familia que, a diferencia de todo mexicano, odia la música. Todo se debe a que su tatarabuela fue abandonada por un músico que la dejó con una hija pequeña sólo para perseguir su carrera musical y sus sueños de ser reconocido. Ésa es la historia que Miguel conoce aunque ése sea un tema del que prácticamente no se habla en su familia. Pero Miguel no es como el resto de su familia. Aunque es un niño pequeño ya entiende que no puede seguir mandatos, que tiene que vivir su vida, que no puede ser un zapatero como el resto de su linaje, aquellos que posan en sus retratos con los rostros más aburridos y resignados. La vida puede ser algo más, diferente. Y él encuentra toda esa inspiración que necesita en la figura de Eduardo de la Fuente, un músico ya fallecido pero siempre admirado, que además actuó en varias películas que Miguel ve y revé a escondidas. Se avecina el Día de los Muertos y Miguel decide jugársela. Se considera a sí mismo un músico aunque nunca haya cantado frente a nadie pero eso se va a terminar. No obstante, un percance lo termina arrastrando hacia el mundo de los muertos, donde terminará de reencontrarse con lazos familiares y, claro, con él mismo. Es que allí descubre secretos familiares y, también, que no todo lo que brilla es oro. Además tiene que conseguir la bendición de su familia (y no cualquiera bendición, porque cualquiera lo dejaría sin su preciada música) para no quedar atrapado en ese mundo. Si bien desde el vamos “Coco” rememora demasiado a la película mexicana “El libro de la vida”, lo cierto es que ambas utilizan una misma temática, la cultura mexicana en esa celebración anual tan especial, pero más allá de algunos puntos en común narrativos, difieren bastante. También es cierto que en cierto modo “Coco” es más simple y menos profunda, sin necesidad de que esto suene como una crítica negativa. Así, lo nuevo de Pixar nos permite adentrarnos en parte de esta cultura sin dejar de lado esas historias que tanto aman contar y que tan buen resultado les da, porque a la larga nosotros las seguimos disfrutando. Estamos entonces ante una película divertida y conmovedora al mismo tiempo, de esas que emocionan porque tocan las fibras sensibles de cualquier persona que tenga un poquito de corazón, que crea en seguir lo que éste nos dicte, que tenga una familia a la que quiera aunque no siempre entienda, y que tenga también a aquellas personas que por más que no estén en este nivel terrenal siguen estando con uno a medida que los recordamos. Justamente lo interesante que tiene esta celebración, y por lo tanto la película, es que se festeja el Día de los Muertos desde la alegría. No es un lamento para quienes no están, sino que es un festejo por quiénes fueron y cómo los recordamos. Tim Burton ya lo había entendido muy bien cuando se inspiró en este día para su retrato del mundo de los muertos en “El cadáver de la novia” (que en su película contrastaba con el de los vivos al que presentaba oscuro y aburrido). A la larga, “Coco” es una historia bonita y contada como siempre con una magistral visual, canciones pegadizas, buenos gags y personajes queribles. Y, como pocas veces, es una película que podría verse doblada sin problemas ya que en realidad acá tiene mucho más sentido que hablen en español, por supuesto.
El portugués João Pedro Rodrigues escribe y dirige O Ornitólogo, un extraño viaje hacia sí mismo que realiza un joven estudiante de las aves tras perderse por unos rápidos. O Ornitólogo comienza con Fernando y sus binoculares observando a las diferentes especies de aves que circulan por un bosque. Las observa en silencio y a lo lejos, para ser testigo de su comportamiento en el estado más natural para ellos. No obstante mientras navega por un río, aparentemente calmo, se distrae con una que le llama la atención y, por no querer despegar los ojos de ella, termina llegando a unos rápidos que lo hacen volcar y perderse. En ese momento entran dos personajes más: dos chinas jóvenes y cristianas que quieren realizar el Camino de Santiago pero que se hallan bastante desorientadas. Lo encuentran, lo rescatan… y lo atan, convencidas de que están malditas y que castrarlo va a ser el sacrificio que las libere. Ése es sólo el comienzo de un relato que lleva a Fernando a través de la selva, en medio de la naturaleza y las especies salvajes, con algunos (también extraños) encuentros más con otros seres humanos. Jóvenes borrachos que practican un peculiar ritual disfrazados, un pastor sordomudo, unas mujeres que cazan andando a caballo. Rodrigues entrega algunas escenas bellísimas, sabiendo aprovechar el marco que le sirve como escenario, desde lo general y desde lo particular. Y le imprime al relato un ritmo pausado que lo va tiñendo de misterio. Hay algo muy pesadillesco durante todo el metraje además. Todo va sucediendo de manera impredecible, hasta un final muy sobreexplicado desde lo simbólico, pero al mismo tiempo inesperado.
Dirigida por Júlia Murat y escrita junto a Matías Marini, Pendular es una película sobre dos personas y su relación, dentro de un mismo espacio, con límites muy marcados. Una mujer y un hombre se van a vivir a un galpón grande y abandonado. Son dos artistas. Ella, bailarina y él, un escultor. Ella y él, así, sin nombres. Ese galpón es el espacio donde pretenden trabajar y seguir desarrollándose y para eso marcan con una simple cinta naranja en el suelo el límite entre un espacio ahora dividido en dos partes. Porque la idea es trabajar por separado pero seguir estando juntos, poder observarse, escucharse. Sin embargo que dos personas que se amen trabajen juntos no parece ser la mejor idea. Al principio sí, es divertida y curiosa. Pero pronto ese espacio enorme comienza a sentirse algo asfixiante y empiezan a aflorar diferentes aspectos de su relación que amenazan con ponerla en riesgo. Uno de los hallazgos de esta película de Murat recae en los dos protagonistas: Raquel Karro y Rodrigo Bolzan, quienes se entregan en cuerpo y alma a sus dos personajes, y así dan vida a esta mujer y este hombre que son tan amantes como artistas. Hay mucho de teatral, claro, en una película que sucede casi en su totalidad en el ámbito cerrado de esa locación, y así son también sus interpretaciones, muy físicas (y no dicho esto sólo por las escenas de sexo, sino porque mucho lo trasmiten a través de sus cuerpos). Principalmente se ve esto en Karro y sus movimientos de baile cada vez menos prolijos, más exaltados, como el incierto futuro de esa relación. A la larga, la protagonista principal es ella, quien sufre la transición más notoria no sólo en su cuerpo sino y más que nada en su psicología. Con un gran aprovechamiento de los espacios y una interesante construcción de imágenes geométricas que refuerzan varias de las metáforas que el film pretende expresar, Pendular es una película sobre las relaciones y la importancia de los espacios y los límites (sin necesidad de que sean tan literales, por supuesto) que tienen que existir entre las personas. No se puede hacer todo juntos, no se puede estar todo el tiempo pegado a un otro, porque en algún momento nos vamos a terminar asfixiando.
Uno de los últimos estrenos del año es La ley de la jungla, una absurda y efectiva comedia francesa dirigida por Antonin Peretjatko y escrita por Frédéric Ciriez. Vincent Macaigne interpreta a Marc, un pasante del Ministerio de Normas y Estándares que es enviado a la Guayana Francesa para chequear y aprobar la construcción de una pista de esquí en medio de la selva tropical. Además, antes de irse tiene un pequeño y confuso altercado con el fisco. Una vez en la selva conoce a otra pasante, Tarzan, en este caso de la Oficina Nacional Forestal y, junto a ella, terminan perdidos en medio del hostil y salvaje ambiente. En la película de Peretjatko suceden cosas todo el tiempo. El humor no da respiro y apuesta al absurdo y lo impredecible. El director demuestra su habilidad para el slapstick y el timing y así va desarrollando una historia a base de chistes que incluso cuando se repiten una, dos, tres veces, siguen funcionando. Hay lugar para todo en la trama: bichos, armas, canibalismo, afrodisíacos. Claro que detrás de todo eso también el director aprovecha para exponer su crítica al capitalismo y la burocracia. Las interpretaciones ayudan mucho a que se pueda mantener siempre este tono absurdo y cómico. Macaigne ya ha demostrado que tanto el drama como la comedia le sientan bien, Mathieu Amalric (el supervisor que quiere construir esta pista de esquí) nunca falla y Vimala Pons, en el papel de Tarzan, resulta tan divertida como encantadora de un modo fresco y natural entre tanta artificialidad. Quizás los momentos más logrados son aquellos que tienen que ver con la burocracia y lo político y quedan algo deslucidos los de la comedia romántica, cuando se le da demasiado lugar a la historia entre los dos protagonistas.
Regresa la saga Jeepers Creepers con su tercera parte, también escrita y dirigida por Víctor Salva pero con menos ingenio e imaginación que nunca. Llega una nueva entrega de Jeepers Creepers, esa película de terror que fue una grata sorpresa para el género allá por el 2001 pero pronto, en el 2003, se encontró sin inspiración para su secuela. En este caso, la tercera parte sucede en el medio de las dos anteriores y pretende ser una película hecha para el fanático. Con guiños a las películas anteriores y al mismo tiempo personajes nuevos y la presencia más visible que nunca del famoso monstruo y su camioneta, esa trampa mortal, Víctor Salva sortea como puede los problemas de producción (muchos por su causa y su situación personal, claro) y hace reaparecer tras muchos años -no tantos como los que se toma el propio monstruo, que aparece cada 23- al Creeper. En Jeepers Creepers 3 hay personajes por todos lados y un intento de que cada uno de ellos tenga cierta dimensión e importancia en el film. No obstante, todo se percibe siempre desordenado, fallido, con saltos inconexos en el medio que los dejan al olvido durante largo rato, que entran y salen sin mucha coherencia en el relato. Todo esto hace que sea imposible empatizar con alguno de ellos y que nunca sepamos quién funcionaría como el protagonista principal. Hay también una intención por bucear en quién es realmente este monstruo, un interés por sus orígenes, pero todo queda en la superficie. Quizás, si Víctor Salva logra que le produzcan alguna otra película, ésta sea una de orígenes, quién sabe. En cierto modo, aquella era más modesta en cuanto al relato y acá lo quiere abarcar todo. También hay escenas graciosas y humor sobrevolando el relato pero es inevitable preguntarse cuánto de eso es de manera consciente y cuánto involuntaria. Al sentido del humor del film difícilmente se lo sienta genuino. Como cuando el personaje de Meg Foster (actriz que hace lo mejor que puede), utiliza una mano con vida propia para descubrir los orígenes del Creeper, y luego los detectives se van tomando su turno para ser como poseídos; los actores parecen tomárselo muy en serio pero esa secuencia es ridícula. Además, la información que allí recopilan sobre el monstruo nunca se comparte y a la larga ni termina sirviendo para derrotarlo. Algo de lo que funcionaba en esa primera entrega era el hecho de que durante gran parte del relato no vemos y no sabemos quién es el que conduce un camión viejo y enorme y guarda cadáveres en su guarida. El fuera de campo era su punto más fuerte. Acá al Creeper lo vemos bastante más tiempo, a veces hasta muy de cerca, y eso le resta misterio. El otro protagonista es, claro, su camioneta, esa trampa mortal llena de sorpresas, digamos, porque en algún momento ya comienza a repetir sus truquitos.
Se estrena The disaster artist: obra maestra, sobre la realización de la peor película de la historia, The Room, y su curioso director y protagonista, Tommy Wiseau. James Franco dirige y protagoniza y se convierte en él en esta gran comedia sobre la amistad y la necesidad de perseguir nuestros sueños. James Franco es actor, director, escritor, fotógrafo, artista plástico y vaya uno a saber cuántas cosas más. Ha sacado libros, ha dado clases, ha dirigido algunas películas sin mucho éxito pero sobre todo es conocido por su faceta actoral en el género de la comedia. No resulta una sorpresa entonces que Franco se haya sentido identificado, o al menos cercano, a Tommy Wiseau, un muchacho del cual además nadie sabe demasiado, de dónde viene, su edad ni siquiera de dónde saca tanto dinero. Porque Wiseau se muestra como una persona que busca el éxito a toda costa pero siempre trabajando, aunque no haga las cosas del modo más convencional, digamos. Nuestros objetivos los podemos cumplir siempre y cuando no dejemos de trabajar para ello, aunque nos pongan trabas, aunque no seamos necesariamente talentosos. Por eso quizás James Franco haya sido la persona idónea para poner en foco a Tommy Wiseau, a quienes ya conocían aquellos que vieron The Room porque es imposible de olvidar. Y así, Franco logra su mejor película como director y su mejor interpretación hasta la fecha. Basada en las memorias que Greg Sestero escribió junto a Tom Bissell, The disaster artist: obra maestra empieza con el encuentro entre Tommy y Greg (interpretado por el hermano Dave Franco), dos aspirantes a actores. Greg queda inmediatamente deslumbrado por Tommy que sin miedo se sube al escenario y entrega todo en una interpretación desbordada. No tardan en hacerse amigos y Greg se va a vivir con él a un departamento que tiene en la ciudad de las estrellas para perseguir su carrera como actor. A Greg comienzan a ofrecerle algunos papeles, aunque sean roles menores, pero a Tommy le cuesta bastante pasar las audiciones. No obstante, Greg nunca deja de creer en él y lo insta a hacer su propia película. “Si nadie te va a dar un papel en su película, entonces hacela vos”. Así comienza la odisea de The Room. Y si bien Dave y James Franco son indudablemente hermanos porque su similitud física es perceptible a primera vista, James acá está caracterizado para parecerse más a Wiseau y no distraernos entre ambos parecidos. Entonces, con una cuenta que parece no tener límites y por lo tanto contando con un presupuesto ilimitado, algo impensable en el mundo del cine sobre todo para un principiante, Wiseau se carga toda la película para él. Escribe, dirige, protagoniza y produce. Y hace toda su película a su modo, sin escuchar sugerencias, ni de presupuesto ni de dirección ni de guión, teniendo a un script doctor (interpretado por el fiel amigo de Franco, Seth Rogen) prácticamente de decoración. La película está escrita por Scott Neustadter y Michael H. Weber y ésta se balancea entre el homenaje a Tommy Wiseau y su curiosa película, y la relación de amistad con Sestero. Así, hay una gran comedia a la hora de mostrar cómo se hizo The Room, sin embargo hay también mucho corazón porque a la larga Wiseau hizo esta película ante todo porque Sestero creía en él, aunque por momentos esa relación se torne algo asfixiante para uno de los dos. No se queda en una simple comedia con escenas graciosas. Es inevitable querer comparar esta película con Ed Wood, pero al mismo tiempo totalmente injusto. Allí Tim Burton no sólo retrataba a este también curioso personaje y contaba cómo se había realizado aquella peor película de la historia a la que después The Room le sacaría el puesto, sino que también era un homenaje al cine de esa época y a la figura del gran Bela Lugosi. James Franco es acá menos ambicioso, apuesta al género que conoce –aunque es curioso que sea la primera película de comedia que dirige tras pasar sin mucho éxito por el documental y el cine de época principalmente- y se convierte en Tommy Wiseau de una manera increíble que, por si no se vio The Room y todavía quedaban dudas, la comparación entre ambos durante los créditos dejan en evidencia. Sí, así era The Room realmente, sí, así dice sus famosas líneas Tommy Wiseau.
Dirigida por Drew Gabreski y escrita por Gerald Nott, “Se ocultan en la oscuridad” es una de las tantas películas de género que con poco presupuesto pero muchas ganas y, a veces, algunas buenas ideas, llegan a la cartelera. Luego de su intrigante prólogo, la película presenta al Dr. Chambers que se acaba de mudar con su mujer embarazada y su pequeño hijo a un pueblo de Pennsylvania. La idea era encontrar cierta tranquilidad, especialmente para ella, que ya perdió algún embarazo y necesita creer que todavía puede volver a concebir. No obstante, el pequeño Nathan se ve constantemente atraído hacia el bosque y eso asusta a Heather. “Se ocultan en la oscuridad” aprovecha la interesante temática de los terrores nocturnos. Un estado en el que una persona no está dormida aún, puede abrir los ojos pero se encuentra paralizado. En la película, cuando Chambers vive estos terrores nocturnos (un trastorno que generalmente no sucede de manera tan asidua) observa unas extrañas figuras que se van tornando amenazantes. Pero no es el único que los advierte, el niño les está diciendo que ve un hombre con un sombrero pero sus padres tardan en creerle. Y pronto será claro que en ese pueblo pasan cosas raras y hay gente que sabe más de lo que dice. Nos encontramos ante un film modesto, no sólo desde su producción. Hay una razón de estar en cada uno de los personajes secundarios que andan dando vuelta por ahí, desde el hijo mayor del doctor hasta la chica con la cual coquetea y su familia. También hay una buena construcción de climas y sobre todo buenas interpretaciones, algo no siempre tan habitual en estas pequeñas producciones. El punto más flojo del guión radica en lo que concierne a la trama principal sobre estas extrañas figuras o seres. Falta cierto desarrollo de lo que sucede y la resolución se percibe muy apresurada, dejando cierto gusto a poco. “Se ocultan en la oscuridad” es una película chiquita y modesta que cuenta con elementos interesantes que la hacen disfrutables para quienes disfrutan del género. No hay grandes sorpresas pero sí buenos personajes y una historia atrapante. Como detalle final, creo que es la primera vez que el título en español le queda mucho mejor que el original, “Be afraid” (Ten miedo).
Fabio Grassadonia y Antonio Piazza dirigen y escriben esta película basada en un caso real que comienza como una historia sobre el primer amor para luego retratar un mundo oscuro en el Sur de Italia. Luna y Giuseppe son compañeros de escuela y una tarde se encuentran e inmergen en un bosque que parece encantado. Entre nervios y un coqueteo inocente, Luna y Giuseppe pasan la tarde y deciden que van a volver a encontrarse. Ambos regresan con una sonrisa inevitable en su rostro y vaya uno a saber cuántos sentimientos corriendo en sus venas. Si bien desde una primera instancia la relación entre Luna y Giuseppe parecía ser difícil de concretar, pues los padres de ella le prohíben acercarse a él porque saben que su padre está relacionado con el mundo de la mafia y les parece muy peligroso, Luna es de las primeras en notar que de repente él desaparece, como si se hubiese evaporado de la nada. Y no encuentra respuestas en la escuela, donde se ausenta varios días y a nadie parece importarle, ni tampoco en la casa de él, donde ni siquiera le abren la puerta. Luna es quien va a ir guiando el relato. Una joven decidida que no está dispuesta a quedarse quieta ni con las dudas. Necesita saber dónde está Giuseppe. Pero el mundo en el que vive es mucho más grande y complicado y oscuro de lo que imagina. Y eso de a poco comienza a desestabilizarla. “Luna: una fábula siciliana” está contada con un tono de cuento de hadas oscuro aunque no hay mucha magia más que la de lo que Luna siente y sueña y se imagina. Hay ganas, de nosotros y de la protagonista, de que todo se torne más mágico, de que puedan ser rescatados y vivan felices para siempre. Sin embargo, la vida no es así, y Luna se va encontrando cada vez más cara a cara con un mundo que no comprende. En esta película de dos horas de duración, en algún momento se la empieza a sentir algo recargada especialmente desde lo narrativo a nivel visual. No obstante, la fotografía de Luca Bigazzi es uno de los puntos más fuertes del film, quizás junto a la interpretación de Julia Jedlikowska como Luna. Extraña, fascinante, oscura. “Luna: una fábula siciliana” es una película que mezcla géneros y con ellos crea diferentes sensaciones. Aunque algo despareja, logra contar una historia real y triste de un modo mágico y totalmente inesperado.
Quizás el evento cinematográfico más importante del año no sea otro más que la nueva entrega de esta saga icónica. Porque además de ser una de las películas más esperadas del año, marca ni más ni menos que el 40º aniversario desde que la primera de estas películas llegó a los cines, así como quien no quiere la cosa, y de a poco enamoró a un público ávido de historias mitológicas sobre el bien y el mal enmarcadas en este universo alucinante que supo crear George Lucas. “El ultimo Jedi” arranca allí donde terminó “El despertar de la fuerza”. Rey se fue a buscar a Luke Skywalker para que le ayude a controlar toda esa fuerza que siente dentro suyo. La una vez princesa y ahora Generala Leia sigue a cargo del grupo rebelde y buscan escapar de los súbditos de Snoke que sólo quieren verlos muertos. De allí se van desplegando otras líneas argumentales con cada uno de los personajes que presentó el episodio anterior como el piloto rebelde Poe Dameron, el ex storm strooper Finn, el malvado General Hux; y con la incorporación de algunos nuevos de la mano de Laura Dern y Benicio del Toro principalmente, dos atractivas incorporaciones, y la presentación de Kelly Marie Tran como Rose, una fiel miembro de la resistencia. Como el propio tráiler adelanta, también aparecen nuevas criaturas, porque sin duda estamos ante un universo inabarcable. La película que dirige y escribe (con asistencia de Carrie Fisher) Rian Johnson es quizás la más autoral de la saga. Acá vemos al director más que nunca. Además de los efectos especiales se nota un hincapié en la composición de las imágenes, creando algunas escenas a nivel de una saga mitológica. En cuanto al guion, las muchas líneas y personajes a veces le juegan en contra pero en general hay un muy buen trabajo con ellas, teniendo sólo unas pocas flojezas, y es incluso mucho más sólida que “El despertar de la fuerza”. En el tono también hay un cambio, apenas algo más que ligero, y se incorpora un humor que si bien siempre estuvo presente desde la primera entrega, acá se percibe con mayor fuerza. Sin adelantar demasiado de la trama, porque seguro nadie quiere leer mucho al respecto antes de ir a ver la película, sí podemos decir que hay un poco de buceo por los orígenes de Kylo Ren y Rey, dos personajes que tienen mucho más en común que lo que se puede percibir a primera vista. Hay escenas emocionantes entre antiguos personajes y no hace falta decir que las escenas protagonizadas por Carrie Fisher, a quien por supuesto le está dedicada la película, están inevitablemente cargadas de una impronta emocional muy fuerte. Hay sorpresas también. Y llegamos al final de la película más larga de la saga (dos horas y media siempre cargadas de acción), deseando que no se hubiese terminado aún pero con una escena que nos indica que habrá más y que van por el mejor de los caminos. “El último Jedi” es la segunda parte de esta nueva trilogía y aporta una misma cuota de nostalgia tanto como de innovación, permitiendo que se disfrute en similares proporciones por los viejos fanáticos y por los más recientes, porque con la compra de Disney nos aseguramos que haya Star Wars para rato, así que por ahora hay una razón más para esperar todos los diciembres. Desde hace un par de años no nos vienen fallando ni decepcionando.
La primera película de Marcelo Burd como realizador en solitario, Los sentidos, es un documental que retrata la vida en un perdido pueblo de Salta: Olacapato. En Olacapato no pasan muchas cosas, al menos a simple vista. Lo que hace Burd con su cámara es observar y retratar esa supuesta “nada” que sucede en ese lugar perdido. A la larga, es una película construida por medio de pequeños momentos. Clases escolares con el maestro enseñando a hacer un cohete con una botella, compras en el almacén, discusiones sobre la empresa que hace poco llegó y parece querer adueñarse del pueblo, la bibliotecaria presentándoles a Julio Verne, niños jugando sobre las vías del ferrocarril que hace años que no pasa. La cotidianidad en su máximo esplendor. Con Los sentidos estamos ante un documental de observación, con carácter intimista, en el que Burd nos permite acercarnos a determinados personajes, como el maestro de la escuela o la dueña del almacén, y es a través de ellos que va mostrando cómo es la vida en ese lugar. Si bien en apariencia no suceden muchas cosas, lo llamativo es también que es una comunidad rural que tiene mayores comodidades que otras tantas. Una escuela donde se preocupan de que los niños estén alimentados, de que asistan a clases y hasta de que vean al médico si tienen algún problema. Y si bien el film sigue también por momentos a algunas de las familias, es en lo educativo donde se encuentra el foco principal. Porque el sistema educativo del que somos testigos viendo la película rompe los estereotipos que se tienen sobre las escuelas rurales. Las familias, a grandes rasgos, parecen estar bien. Sobreviven, pueden comer, sin esperar mucho más. La promesa de una empresa que llegue y les brinde trabajo tampoco es imprescindible. Acá la gente está simplemente cómoda. Los problemas, o las dudas, aparecen cuando se piensa en el futuro, en lo que vendrá. Quedarse ahí o irse, ésa es la cuestión. “No pasa mucho acá”, es una de las reflexiones finales que brinda un joven muchacho, uno de los pocos habitantes de Olacapato, pensando sobre su futuro. Ni siquiera el ferrocarril pasa. Y lo que sí se sucede es una pequeña gran película.