El documental de Eduardo de la Serna nos adentra en la vida escolar de dos nenas en primer grado. Mientras una vive en Capital, la otra en un pueblo de San Juan. A través del seguimiento, la película va dejando en evidencia similitudes y sobre todo diferencias entre ambas vidas. El recurso principal de la película es la del registro. El realizador observa, sigue a estas niñas en sus horas escolares, en los conflictos con sus compañeros, con las tareas, y esto, además de no apelar ni a testimonios ni leyendas (excepto una que va indicando los doce meses del año, las doce partes en las que se divide el documental), hace que la narración fluya de manera muy natural. Por suerte contó con el hecho de que los niños se dejaron ser frente a las cámaras a tal punto de sentir que éstas no están. Mientras Gabi va a una escuela rural, Morena asiste a una privada. Gabi come y se lleva lo que queda de la merienda que la escuela le ofrece a su casa; en la escuela de Morena se pelean y hasta juegan con las galletitas. Ambas aprenden a leer, matemáticas…, pero sólo Morena tiene clases de inglés, y además va al psicólogo. Si bien la idea principal de la película puede resultar demasiado evidente, subrayada, el film se destaca por estar narrado de manera sutil, sin artificios, como mencionaba anteriormente. El trabajo principal que tuvo De la Serna parece ser el de elegir qué mostrar de todas esas incontables horas que una nena pasa en la escuela a lo largo del año, es en la edición donde el realizador se hace visible. En general, somos testigos del mundo íntimo que rodea a estas niñas, no sólo a nivel social, sino educativo. Es muy efectivo el retrato que se pinta de la educación, aunque las cámaras las sigan dentro y fuera de la escuela, porque quizás hoy ya no recordamos cómo fue ese primer grado en la escuela. Esa importante etapa donde uno comienza de a poco ser más consciente del mundo que lo rodea pero todavía desde una perspectiva inocentemente intacta. A la larga, La inocencia es una pequeña película que vale la pena ser visionada porque expone de manera poco obvia pero evidente el hecho de que no somos todos iguales ante la sociedad, aunque a veces las inquietudes que nos muevan sean las mismas (“¿por qué llueve?”, se preguntan ambas en medio de ese mundo que comienzan a construirse).
En un lugar de Francia existe un pueblo rural en el que vive Jean Pierre. Jean Pierre es doctor y además de ser el único del pueblo, su infinito compromiso con cada uno de los pacientes hace que sea la persona a la que todos acudan ante la menor duda o dolor. Pero cuando al propio Jean Pierre le diagnostican un tumor, queda en evidencia que él no va a estar siempre para ellos, y es enviada una mujer más joven (aunque ya adulta, alguien que un poco más tarde que el promedio descubrió su vocación) para trabajar con él. Al principio, Jean Pierre y Nathalie no congeniarán demasiado. En realidad él es más bien solitario, aunque visite a su madre o reciba cada tanto la visita de su hijo. Es por eso que no se la hace fácil a ella, como si lo que temiera es en algún momento ser reemplazado. La película En un lugar de Francia expone además de la historia de su protagonista comenzando a hacerse a la idea de una enfermedad terminal, diferentes realidades propias de un lugar que no vive en sintonía con las grandes ciudades, como por ejemplo adolescentes con poca o nula educación sexual, o un joven con problemas al que nunca se le diagnosticó una enfermedad específica. Eventualmente, Jean Pierre terminará descubriendo que su miedo a ser reemplazado es también un miedo a ser complementado. Porque a la larga el pueblo no sólo necesita a un Jean Pierre, sino también a una Nathalie, y es en conjunto cuando mejor funcionan las cosas. Aunque tiene algunos tintes de comedia, En un lugar de Francia es más bien un drama que sin apelar ni a golpes bajos ni a lugares comunes logra tocar fibras sensibles más que nada porque se sienten cercanas a cualquier espectador. Si bien es dura, porque elige temas duros a tratar, también su corazón y honestidad la terminan convirtiendo en una película disfrutable y que se permanece en uno largo rato, una virtud a la que no muchas películas acceden.
Basada en una historia original (¿teoría, será adecuado llamarla? Ya que lo que se pretende es reconstruir parte de la historia de nuestro país) de Pancho O’donnell, la película dirigida por Nicolás Capelli recrea mayormente lo que habría sucedido en la reunión entre San Martín y Bolívar en Guayaquil. Pero esa reunión se da, en la narración de esta película, más bien en la última parte. Antes, el guión escrito a seis manos por Alvaro Arostegui, Nicolás Capelli y Alberto Rojas Apel (que además tiene un pequeño papel) se preocupa en presentar a los personajes, brindarles dimensión y delinear el contexto histórico. El guión funciona a nivel narrativo aunque los diálogos suelen tener problemas. Se siente forzada la necesidad de plasmar esa época, para nada natural. Aunque, y aquí vamos al que considero el problema principal de la película, probablemente las actuaciones no ayuden demasiado a que así sea. Lo cierto es El encuentro de Guayaquil cuenta con un elenco bastante conocido. Pablo Echarri es San Martín, Anderson Ballesteros es Bolívar y Arturo Bonín es Mitre, pero además hay participaciones de Naiara Awada, Juan Palomino, Emme y Luciano Castro, entre otros. De ese grupo quien mejor sale posicionado puede que sea Ballesteros, pero en general las actuaciones son exageradas y parecen salidas de una mala obra de teatro. Hasta los acentos, como el gallego de Bonín o el peruano de Emme, son horribles. Echarri compone a su San Martín con énfasis, sin embargo su interpretación es más bien artificiosa. La película se sucede entre diferentes lugares y tiempos, teniendo que estar atentos a veces a la leyenda que figura y nos sitúa antes de varias secuencias; personalmente, ése es un detalle que me parece bastante molesto, y me pasa con todas las películas que utilizan ese recurso. En cuanto a la fotografía, probablemente a causa de un presupuesto menos acorde de lo que uno supondría necesario para una producción de este tipo, la película recae principalmente en planos americanos o primer planos. De hecho, la famosa conversación sobre la cual gira en torno la película cuenta con planos y contraplanos que se sienten muy televisivos, y esa sensación está durante gran parte de la película. O cuando San Martín anuncia a lo que suponemos es una multitud su idea de liberar Perú, pero sólo lo vemos a él y sus secuaces en un plano cerrado. Dicho esto, la película sortea esos problemas de producción de manera satisfactoria. Además, el uso de claroscuros ayudan a recrear la época con cierta frescura. A grandes rasgos, en El encuentro de Guayaquil nos vamos a encontrar con una parte de la historia que no figura en los libros educativos, una construcción de personajes complejos y llenos de contradicciones, polémica, claro, pero también una propuesta que más allá de ser ambiciosa se la siente artificiosa, y esto es más que nada a causa de actuaciones que, quizás porque en su mayoría provienen de la televisión, no están en sintonía con la película que quiere ser.
Se estrena Viajo sola de Maria Sole Tognazzi, protagonizada por Margherita Buy junto a Stefano Accorsi. En Viajo Sola su protagonista, tal como lo indica su título, viaja mucho. Pero apenas conoce los lugares que pisa, aunque visite varios países en una semana. Es por eso que a veces, en cuanto a la fotografía, se puede sentir que la película desaprovecha locaciones cuando en realidad la cuestión está en que la mayor parte de la vida de esa mujer se sucede dentro de los hoteles. Margherita Buy y Stefano Accorsi vuelven a ser pareja en pantalla aunque esta vez es ella la encargada de llevar adelante toda la película. Irene (Buy) es una mujer adulta, exitosa, con un trabajo a simple vista soñado: se la pasa viajando y quedándose en hoteles lujosos. Su trabajo consiste en evaluar hasta el mínimo detalle cómo funciona el hotel con cada uno de sus clientes. Pero Irene también lleva, ante la mirada de muchos, una vida vacía, ya que no tiene pareja, no tiene hijos, y su tiempo parece dedicado solamente a su trabajo. Es cierto que no tiene hijos pero tiene familia: es o intenta ser una buena tía con sus sobrinos; y tiene una relación aunque ya más cercana a la amistad (al menos en eso se convirtió a lo largo de los años), con Andrea (Accorsi). El problema surge cuando Andrea conoce a una chica, como probablemente conoció a muchas a lo largo de su vida, y ella queda embarazada, lo que desestabiliza a Irene, quien teme perder esa relación tan extraña como perfecta, que no se desgasta a lo largo de los muchos años que hace que se conocen más allá de no haber funcionado como pareja. No es difícil para Irene sentirse sola. Viaja sola, duerme sola en enormes camas matrimoniales, desayuna sola, y además tiene que lidiar con las opiniones de gente cercana como su hermana, que no entienden el modo de vida que lleva. Los lujos a los que se somete constantemente reflejan el vacío existencial que de a poco comienza a aflorar. “El lujo es un engaño, esta vida no es real”, le dice una huésped a la que conoce en un hotel de Alemania y lo más cercano que tiene en ese momento a una amiga. Viajo sola es un drama con algunos tintes de comedia, que antes que nada reivindica a su protagonista como una mujer fuerte e independiente, alguien que no necesita más que hacer lo que le gusta y que no depende de otras decisiones más que de la suya propia. Porque es cierto que el film plantea cierta crisis pero no cae en el lugar común y esperado (sobre todo teniendo en cuenta que es una película italiana, cuyo cine suele hacer mucho hincapié en las familias tipo), sino que más allá de que su directora retrata incluso la vida matrimonial con el personaje de la hermana, siempre apela a la idea de que la mujer es independiente cuando es ella la que decide vivir como vive (esto se ve reflejado incluso en el personaje secundario de la mujer que pasa a esperar un hijo de Andrea). Para ser libre no es necesario estar sola, es una elección. A la vez, la película y su protagonista juegan mucho con las ironías, hasta el último momento. Otro de los juegos interesantes, que se da a lo largo de todo el metraje, tiene que ver con la voz en off que no hace más que leer las preguntas que debe responder sobre el hotel, y a veces parecería que fueran sobre su vida. Porque Irene se plantea qué tan conforme está con esa vida que construyó, así como mil veces le preguntaron qué tan conforme está con el hotel donde se hospedó. Y la respuesta parece ser que lo importante es estar bien con uno mismo, aunque el film no cae en el error de explicitarlo. Viajo sola es la reivindicación del personaje femenino fuerte e independiente, mostrando la evolución de su protagonista de manera sutil pero evidente. Porque no es la misma Irene la del comienzo que la del final, aunque esté en el mismo lugar. Una película atípica y valiosa, y con una interpretación brillante de Margherita Buy.
Se estrena La ilusión de estar contigo de Anne Fontaine protagonizada por Gemma Arterton y Fabrice Luchini, una reversión moderna sobre el clásico de Flaubert. Emma Bovary era una compleja mujer a la que Gustave Flaubert le dio vida en su obra más reconocida, “Madame Bovary”. Aburrida, inquieta, fantasiosa, ávida lectora de historias que la hacían soñar y anhelar mucho más que la vida de esposa que llevaba, Bovary era un personaje imposible de clasificar. En La ilusión de estar contigo, o Gemma Bovery en su título original, Anne Fontaine (directora de Coco Avant Chanel y Madres perfectas) adapta una novela gráfica escrita por Posy Simmonds que toma como punto de partida la novela de Flaubert. Martin Joubert es un hombre intelectual que actualmente es dueño de una panadería en un pueblo pequeño de Francia. Cuando llega Gemma al pueblo y se convierte en su nueva vecina, él no sólo queda cautivado por su belleza, sino que mientras en una primera instancia se queda impregnado a la idea de compartir casi el mismo nombre de uno de sus personajes literarios favoritos, de a poco va descubriendo, o se empecina en descubrir, que tienen en común mucho más que un nombre que suena casi igual. Joubert se obsesiona cada vez más con Gemma porque cada vez la ve más parecida a Emma y la observa cometer los mismos errores y teme entonces que el destino de ambas sea el mismo, lo que da comienzo a encuentros y desencuentros entre ellos. Acá entran en juego dos personalidades e interpretaciones bien distintas pero que en conjunto brindan una combinación fresca y atractiva. Él aporta principalmente el humor, con sus actitudes y pensamientos impulsivos y descabellados muchas veces, y ella es pura sensualidad desde un costado muy natural, porque es bella y sexy aunque ni lo intente. Si hay algo que sabe hacer Fontaine es retratar a complejos personajes femeninos con mucha naturalidad. Pero de a poco esta especie de comedia romántica (en realidad no hay entre ellos nunca una relación amorosa precisamente) va tomando tintes más serios (a la larga, Madame Bovary es una tragedia) sin dejar nunca de lado un tono amigable. Porque además, se percibe mucho cariño por sus protagonistas.
Claudio Remedi dirige esta primera película de ficción producida por Grupo de Boedo Films. En su hora y medio, La ilusión de Noemí es un retrato sobre la infancia pero que también trata sobre temas que conciernen de manera más directa a los adultos, como el trabajo y la explotación que se puede sufrir en ese lugar, la vida en un barrio de Buenos Aires (las locaciones del film incluyen La Plata y Berisso), las miradas rígidas sobre ciertos mandatos sociales y hasta una incipiente historia de amor entre los padres de estos amigos. Más allá de ser una película chiquita y sin pretensiones, La ilusión de Noemí no teme abordar todos estos temas y pincelar algunos más, para entregar una historia tan simple como compleja. Los protagonistas son los dos niños, una nena y un varón, amigos incondicionales e inseparables. Pero ella lidia con la presencia insoportable y rígida de la tía, que ni siquiera ve con buenos ojos que una nena sea amiga de un varón, y pretende llevársela a San Juan, y un padre viudo que hace lo que puede, dentro y fuera de la casa. Él es hijo de padres divorciados y la madre se encuentra luchando por hacerse un lugar como trabajadora en un mundo que se le presenta ridículamente hostil, mientras el padre apenas aparece. Noemí y Sergio se entienden, se encuentran, se divierten, juegan y son simplemente ellos: dos niños descubriendo poco a poco el mundo, de la mano. Es así que, inspirados por una visita al museo de Ciencias Naturales, juegan a excavar en el patio de la casa de ella y encuentran una caja cerrada que no pueden abrir. La historia del film es pequeña, aunque como menciono anteriormente, abarca diferentes aristas e incluso perspectivas, no sólo las infantiles. Se toma un poco su tiempo para generar un interés específico, pero una vez que lo encuentra no lo pierde. Aun así se sienten algunas incorporaciones que sobran, como la señora perdida que entra a su casa y comienza a decir cosas en otro idioma que ninguno entiende. A la larga, La ilusión de Noemí es un discreto ensayo sobre la amistad infantil que no teme incluir en el relato a los adultos y sus problemas. Rodada sin pretensiones, a nivel fotográfica su mayor logro es el de capturar rincones de Buenos Aires poco vistos. En cuanto a interpretaciones, sobresalen las infantiles, se sienten más espontáneas que algunas de las adultas. Un film pequeño pero con corazón.
Se estrena la ópera prima de Pepa San Martín, un retrato sobre una pre adolescente en medio de una familia disfuncional. Sara está por cumplir 13 años. Y como todo niño que está transitando el lento y caótico traspaso de la niñez a la adolescencia, se siente confundida, a veces enojada, a veces triste, que no la entienden o que no la escuchan. Pero desde afuera la gente observa su situación como si fuera diferente a la de muchos: porque vive junto a su madre y su pareja, otra mujer, y se divide visitas con su padre y su nueva mujer, quienes nunca terminan de ver con buenos ojos la situación “rara” en la que viven sus hijas. Porque además Sara tiene a Cata, su hermana menor, y porque como todas hermanas, ellas también tienen sus desencuentros y discusiones. El punto de partida de la Rara, película dirigida y escrita por Pepa San Martín es un caso real de Chile en el que dos madres perdieron la tenencia de sus hijas por cuestiones homofóbicas. El principal atractivo de esta película es que cuenta con la perspectiva de su protagonista Sara (Julia Lübbert, quien brinda una interpretación sutilmente magnífica). Una pre adolescente que así de confundida como se siente con respecto a muchas cosas, es consciente de la situación en que vive, comprende y acepta la situación pero al mismo tiempo sabe resguardarla, ser discreta a la hora de mostrarse con los demás, comprendiendo también que todavía hay muchos prejuicios para con las relaciones compuestas por dos personas del mismo sexo. Ella sabe que sus cambios de humor no se deben precisamente a esa situación, no obstante, la gente de afuera, en especial su padre, elige agarrarse de ese detalle como motivo.
Dirigida por Diego Rougier, “Alma” tiene como principal atractivo para el público chileno, que tanto su realizador como sus protagonistas y algunos secundarios son conocidos por su versión local de “Casados con hijos”. Para el espectador argentino, probablemente sea Nicolás Cabré quien lleve a algunas personas al cine. Alma (interpretada por Javiera Contador) es una mujer bipolar, excéntrica en sus costumbres, infantil, inestable, impredecible. Está casada con Fernando (Fernando Larraín), su amor de toda la vida. Un día, al ser despedida de su trabajo por otra de sus locuras, lo va a buscar a su marido y lo escucha de manera casual decir que a veces se siente avergonzado de su mujer. A partir de ese momento, ella lo echa de su casa y abandona su medicación y hábitos saludables (por ejemplo, el de no tomar alcohol). Hasta que en la fiesta de una vecina conoce a Gaspar, un joven argentino (Nicolás Cabré) que parece inmediatamente fascinado por cada una de sus excentricidades y lo que empieza como un juego, como un modo de darle celos a su marido, deriva en un intento de relación que incluso los trae a Buenos Aires. Mientras tanto, Fernando se encuentra desesperado por recuperar a su amor de toda la vida. Si bien la historia de “Alma” no es muy original, la idea de Rougier es contarla de un modo disparatado. Así no sorprende por ejemplo que decida presentar a personajes secundarios a través de videoclips, pero lo cierto es que no funciona del todo (sobre todo teniendo en cuenta que en algún momento hay demasiados personajes secundarios y no todos aportan demasiado). Lo que quiere ser una historia tierna y encantadora, porque es así como se la intenta pintar de manera demasiado forzada a su protagonista, se termina sintiendo más bien ridículo e inverosímil. La idea de poner en tema a una enfermedad como la bipolaridad para reducirla a actitudes más bien infantiles y caprichosas le juega en contra. Alma no logra ser una manic pixie girl, esa chica encantadora como bien lo eran Amelie o Summer (y menciono a esta última especialmente porque hay un robo descarado a 500 Days of Summer de Marc Webb protagonizada por Zooey Deschanel); en cambio, tiende a ser insoportable y exagerada, aún en el tono en el que juega la película, su interpretación. Ella incluso tiene un segundo personaje, donde en pocos minutos provoca algunas risas más que el personaje principal durante todo el metraje. A nivel formal, probablemente los argentinos lo notemos más que los chilenos, hay problemas de continuidad a la hora de filmar la llegada a Buenos Aires, donde los trayectos filmados no tienen sentido en ese orden, pero es un detalle si se quiere. A la larga, Alma es una comedia que intenta ser original y fresca, pero en lugar de aportar algo nuevo con los ingredientes más comunes de las comedias románticas, se aprovecha de ellos hasta la exageración. Las actuaciones que interpretan sus protagonistas a la larga no distan tanto de aquellas que brindaban en la famosa sitcom, pero tampoco el guión ayuda a despegarlos de esa imagen cuando el humor al que se apuesta se termina pareciendo más al que sale de los sketchs televisivos. Es curioso que Nicolás Cabré, quizás por estar más contenido que de costumbre, termina siendo de lo mejor que tiene el film para ofrecer.
Richard Berry (también uno de los actores del trío protagonista junto a Daniel Auteuil y Thierry Lhermitte) realiza la adaptación cinematográfica de esta obra de teatro que actualmente se encuentra en cartelera en su versión nacional en la calle Corrientes. La película y obra tratan sobre una noche en que se reúnen tres amigos de toda la vida, tres hombres ya grandes, con vidas y carreras armadas (de manera satisfactoria o no), diferentes cada uno en profesiones y especialmente en las relaciones amorosas. Pero lo que parecía o prometía ser una noche más entre amigos, de repente se transforma en algo a más cercano a la tragedia. Porque uno de ellos llega tarde y desesperado contando que acaba de asesinar a su esposa, una mujer más joven y aparentemente desinteresada por él, tras una fuerte discusión. Es a partir de esa irrupción que los tres debatirán, beberán, comerán, tomarán café, se gritarán, reirán, reprocharán y sobre todo tendrán que demostrar qué tan fuerte es esa amistad para seguir acompañándose y ayudándose aún en un momento tan difícil como éste. Auteuil es el reumatólogo cuya mujer nunca hace ni dice nada, y el único que es padre de los tres. Berry es un radiólogo romántico y nostálgico que de todos modos tiene problemas para comprometerse con una mujer; y Lhermitte es el peluquero exitoso, que se la pasa conquistando a jóvenes y bellas mujeres, y se casa con una de ellas y quien trae el percance mencionado a la reunión. Tragicómica, con algunos gags más eficientes que otros, Nuestras mujeres no puede evitarse tornarse muy teatral, no logra despejarse nunca de su raíz en el teatro (incluso los actores entregan interpretaciones bastante histriónicas), apelando a los recursos más obvios en un intento de alejarse, como un comienzo con plano general exterior, o la inclusión de la voz en off. No obstante aun así logra ser un retrato interesante sobre el hombre en una edad en la que se supone que ya debería tener su vida solucionada pero, más allá de sus aparentemente exitosas vidas, no dejan de ser personas con pedazos que recoger y relaciones que regar, especialmente con las mujeres de sus vidas. Sin embargo, las mujeres a las que refiere el título de la película, ninguna cobra demasiada importancia, prefiriendo el film enfocar en la neurosis masculina y la temática principal es la de la amistad entre ellos.
La periodista de moda Diana Vreeland supo escribir sobre Balenciaga: “Balenciaga decía a menudo que las mujeres no tenían que ser perfectas o bonitas para llevar sus prendas. Cuando vestían su ropa, se volvían hermosas”. Me pareció pertinente recordarla porque en la película que nos compete, su protagonista, una diseñadora que llega de París a su pueblo natal australiano, menciona que Balenciaga la quería. Y es que Myrtle “Tilly” Dunnage, una Kate Winslet esplendorosa, logra exactamente eso con las aburridas mujeres del pequeño pueblo aburrido que la desterró hace largos años y al que hoy regresa como una talentosa diseñadora de moda. Y es ese talento, ese poder que tiene para transformar a las mujeres, que comienza a transformar no sólo a ellas, sino a todo el pueblo. The dressmaker, la película en su título original, está dirigida por Jocelyn Moorhouse quien regresa al cine tras largos años de ausencia con un guión escrito por su marido, P.J. Hogan, y basado en la novela homónima de Rosalie Ham. Tilly regresa a su pueblo natal e inmediatamente se roba las miradas. No sólo la de aquellos que la miran sabiendo quién es y la fama oscura que la rodea, sino también miradas de admiración y atracción. Tilly no pretende pasar desapercibida y tiene los medios necesarios, su talento para el diseño y la costura, para que así sea. Pero el propósito de su regreso no es precisamente el de transformar a aquel pueblo pequeño e infierno grande en un lugar más hermoso, sino que tiene que ver con un pasado que no recuerda del todo y con el que necesita hacer las paces, a través de la venganza. La película comienza más bien como una comedia, por momento exagerada y con ciertas referencias al western, pero a medida que su protagonista va retornando a ese pasado de la mano de una madre que no la recuerda o finge que no la recuerda y miradas desaprobadas de ciertos habitantes, su tono se va tiñendo de comedia dramática, hasta llegar a un último tercio más oscuro, con algunos golpes bajos que terminan desluciendo el logrado comienzo del film. Un gran punto a favor que tiene el film, es su elenco. Desde una impecable Kate Winslet capaz de demostrar todo su sex appeal, hasta secundarios como Liam Hemsworth en un papel con mucho corazón y armando junto a Winslet una inesperada pero agradable pareja, Sarah Snook como la vecina poco agraciada que a través de la vestimenta adecuada (los diseños de Dunnage) se convierte en una atractiva mujer y consigue como marido a aquel a quien le echó ojos pero apenas la registraba, Hugo Weaving como el curioso comisario que tiene como fetichismo la ropa de mujer, y especialmente Judy Davis como la inestable madre de la protagonista. Como era de esperarse, el film se destaca por un vestuario jugado y atractivo, a cargo de Marion Boyce en términos generales y Margot Wilson especialmente para los que viste Kate Winslet. Un film simpático pero desparejo, que lamentablemente a medida que avanza va perdiendo el brillo que desde sus primeras escenas logra. Su extraño mix podría haber generado algo más interesante y arriesgado.