Pibe chorro es un documental de Andrea Testa (co directora de La larga noche de Francisco Sanctis) que, enfocado en un joven asesinado por una banda de una villa, refleja una mirada social y actual. La realizadora Andrea Testa intenta abordar la problemática de los menores de edad, delincuentes, asesinos, que por ley pueden ir a parar a la cárcel, y lo que genera como sociedad el hecho de que siempre se trate sobre personas que pertenecen marginalmente a un mismo sector. Tema complejo, de muchas aristas, y en el cual las leyes de nuestro país todavía no parecen estar preparadas para hacerse cargo. Así, Testa, omniscientemente, va partiendo de prejuicios hasta acercarse cada vez más para no hacer un retrato vivo sobre los chicos marginados, que incluso viven separados marcadamente del resto de la ciudad como bien se resalta visualmente en algún momento, sino que indaga en la mirada social que los rodea. A través de entrevistas a personas tales como de la calle o cercanos a la persona sobre quien ronda el film y hasta algún especialista, algunas imágenes de registro y la introducción de textos de Vicente Zito Lema, Testa logra alejarse del documental que uno podría esperar al conocer su temática, una especie de collage audiovisual que de todos modos no se siente ni desordenado ni improvisado. Porque aunque en algún momento llegue a un lugar esperado, cerca del final, cuando se habla sobre el final justamente de Gabriel, ella sabe rematar con otra realidad, una más íntima, menos cruda. Además, Pibe chorro utiliza el término que da nombre al título no para remarcar sobre de qué va la película, porque a la larga no aborda la delincuencia juvenil como uno podría suponer, sino para hablar del concepto en sí. Testa construye en Pibe chorro un ensayo duro, potente, que puede y debería dar mucho que hablar, y lo hace a través de diferentes recursos que lo alejan de un producto clásico, sintiéndose personal. Es un acercamiento honesto a una problemática que ofrece muchas posturas ideológicas y la realizadora expone la suya con confianza y certeza.
Hay varios detalles a tener en cuenta sobre esta película que recién ahora llega a unas pocas salas de Buenos Aires. Primero, que está dirigida por Raúl Ruiz, el chileno de extensísima filmografía exiliado largos años en Francia donde rodó sus últimas películas antes de su deceso hace unos años. La segunda, su duración, ni más ni menos que poco más de cuatro horas. Es que fue concebida inicialmente para una miniserie de televisión y luego se “comprimió” (por así decirlo) en dos partes de aproximadamente dos horas cada una. Y así pudo darse el lujo de pasar por las pantallas grandes… hace unos años, porque el último de los datos, más de color este, es que tiene poco más de cinco años, pero tras su paso por Les Avant Premieres ahora hay nueva oportunidad para verla acá en el cine. Las historias son muchas. La primera parte puede parecer algo confusa, es difícil introducirse inmediatamente en el relato, pues está llena de personajes y de idas y venidas en el tiempo y entre escenarios. El tono se encuentra en el medio entre novelezco y teatral, con diálogos poéticos, calculados que entre las actuaciones dramáticas a veces hace que se perciba un poco artificial. Los movimientos de cámaras, que casi nunca se quedan quietas, son las que más cine respiran. Huérfanos, traiciones, infidelidades, muertes, celos son sólo algunos de los ingredientes que las muchas historias de esta película trata entre aquellos personajes que aparecen y desaparecen. Es el del Padre Dinis (interpretado por Adriano Luz) el que ronda mayor tiempo. “Sé casi todo. Sé demasiado. Ojalá no supiera tanto”, estando presente en diferentes tiempos y diferentes lugares, siendo testigo de varias de las historias, en una película en la que hay muchos narradores y muchas versiones, incluso un teatro en miniatura que sirve para recrear ciertas escenas –quizás de las que hubiese sido más difícil y costosas de rodar. Historias dentro de otras historias. Un joven bastardo en busca de su identidad, un sacerdote con un oscuro pasado, una condesa atrapada en un matrimonio que no la colma y la lleva a una relación clandestina, un conde frustrado con el amor, una mujer manipuladora y vengadora… Así, “Misterios de Lisboa” es una galería de personajes. El problema es que quizás es difícil sentir empatía por alguno de ellos, si aparecen y desaparecen. Aun así, ciertas escenas o secuencias funcionan como sí solas de una belleza hipnótica. Hay que estar muy predispuesto a sentarse cuatro horas a ver una película, pero si las ganas están y uno logra introducirse en ella, el resultado será al menos una experiencia más que interesante y es una de las últimas películas de un prolífico cineasta como lo fue Raúl Ruiz.
Además de su paso por la Semana de Cine Italiano que empieza ahora en el Cinemark Palermo, consigue su modesto estreno comercial la película Il Solengo de Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis. Este documental se centra en la figura de un personaje muy particular que en realidad nunca va a aparecer, sino que va a estar presente principalmente a través de testimonios de personas que vivían en su mismo pueblo. La figura en cuestión es conocida como Mario di Marcella (se decía que el Marcella era porque es el nombre de su madre). Con un grupito de hombres (no hay mujeres en la película) ya mayores se va construyendo de manera oral la historia de este tal Mario. Comienza desde lo más anecdótico, con un tono más cercano a la comedia, sin ser necesariamente eso. Se parte desde lo curioso de su personalidad, su aislamiento y ciertas actitudes que muchas veces lo terminaban tildando de loco, para luego ir socavando en su historia familiar, ya que proviene de padres muy particulares. Al menos esto es lo que se conoce, esto es lo que se dice. Mario en realidad nunca interactuó demasiado con nadie así que a su alrededor todo lo que se crea es casi un mito. “El que sabe, sabe que no sabe”, dice uno de los protagonistas que brinda testimonios, su mejor versión del “Sólo sé que no sé nada”. Porque lo cierto es que si bien la mayoría de los testimonios coinciden, ninguno da nada por sentado, siempre se basa en un rumor de un rumor de un rumor, en algo que alguien contó, o simplemente en algo que se aparenta. “La gente no siempre ve las cosas como uno”, y justamente allí caen la diversidad de testimonios. La película dura apenas poco más de una hora y es un retrato entretenido sobre una figura misteriosa, pero a medida que el relato va avanzando también lo hace su ritmo y su tono va mutando, derivando en un último tramo más lento y amargo, pero también más poético, que el resto del film. Modesto, sin muchas ambiciones (la puesta en escena es bastante simple y el mayor interés a nivel visual se genera desde las imágenes del bosque) y con un grupito de entrañables personajes, esta película logra la no fácil tarea de generar interés por un personaje que a la larga nunca sabremos si existe, nunca le veremos ni oiremos, aunque sí sabemos que está presente en el grupo de estos hombres que comparten sus historias y anécdotas al respecto del curioso outsider que vivía en el bosque. Porque a la larga, como otro de sus personajes dice, “Los humanos no podemos entender las cosas que no experimentamos”.
Escrita y dirigida por Mario Levín, KM 0 Ficciones Urbanas es un documental poético sobre la Plaza de Congreso y todo lo que ella abarca y vivió. A través de diferentes recursos tales como una narración en off, unos pocos testimonios, leyendas incrustadas en colores y enormes sobre ciertas imágenes, material de archivo y original… se va construyendo el símbolo que es la Plaza. La fotografía recorre a la Plaza desde cada ángulo, cada rincón, de día, de noche, en la cotidianeidad y en momentos emblemáticos, esa Plaza que supo ser y es terreno de luchas, desencuentros personales, marchas por la memoria y reivindicaciones sexuales. La describe desde los contextos sociales, la arquitectura y la gente que vive y trabaja allí. Dividido especialmente en el Norte y el Sur, la película también apuesta a la memoria del cine. No es casual que este ensayo poético se expresara a través del él. Extraña y fascinante al mismo tiempo, KM 0 Ficciones Urbanas es una especie de collage audiovisual. No encuentro mejor forma de describirla ya que en apenas una hora de duración intercala imágenes fijas, en movimiento, de archivo, actuales, obras pictóricas, leyendas enormes y en colores con frases que terminan de cerrar ideas, las diferentes narraciones en voz, la del narrador principal y la femenina que lee una carta nunca recibida… Las intercala y a veces las superpone, logrando interesantes juegos visuales. El cine independiente argentino está plagado de películas que intentan construir nuestra historia, desde una mirada cada vez más personal, y hay un intento en cada uno de ellos por diferenciarse del resto, mostrar algo de un modo que nadie más, contar algo de otra manera. KM 0 Ficciones Urbanas hace lo propio y es así que logra un producto interesante desde su contenido y aún más desde su forma. Chiquita y poética, sin pretensiones pero con las ambiciones necesarias.
Juan Pablo Buscarini dirige la película de Tini: El gran cambio de Violetta, en la que el personaje de Martina Stoessel se convierte finalmente en ella misma. La serie de televisión de Violetta logró un éxito difícil de predecir. De repente, su nombre e imagen se vio en diferentes partes del mundo, incluso en merchandising como remeras o cuadernos. Martina Stoessel interpreta allí a una adolescente que regresa a Buenos Aires tras varios años de vivir en Europa, y decide dejarse llevar por su vocación, la música. Ahora, Tini: el gran cambio de Violetta, dirigida por Juan Pablo Buscarini (el mismo de El inventor de juegos y El arca, entre otras dedicadas más bien a un público infantil), pretende dar un cierre a este personaje. Con la pesadilla de una canción nueva que está dentro suyo pero que se le va volando, comienza la película de Tini. Atareada por su reciente gira y sintiendo la distancia que hay entre ella y su novio también músico, León (Jorge Blanco), cada uno en distintas partes del mundo, Violetta se siente fuera de lugar y sin inspiración. Que la atosiguen con la idea de grabar pronto un nuevo disco no la ayuda, pero la gota que colma el vaso termina siendo la noticia de que su novio estaría en pareja con otra cantante con la que actualmente está compartiendo carrera. La prensa tampoco colabora y, sin saber qué hacer, decide de repente retirarse del mundo de la música, aquel que tantas alegrías le dio. El refugio lo encuentra en su familia, en su padre, interpretado al igual que en la serie por Diego Ramos. Y es él quien le entrega una invitación que si bien recibió desde hace un tiempo, siente que éste es el momento más adecuado. Así, Violetta, con su corazón roto, viaja al sur de Italia a encontrarse con parte de sus raíces, las que provienen de su madre y su carrera también como cantante. Violetta, que antes que nada siente la necesidad de encontrarse a ella misma, llega a un retiro para artistas dejando mucho más que las valijas en el fondo del océano. Con nuevos amigos, alguien que quizá se convierta en un nuevo amor (Adrián Salzedo como Caio), y parte de su herencia materna, Violetta comienza a sentirse nuevamente inspirada y motivada, y eso se va contagiando hacia lo demás. Aunque el dolor por la repentina ruptura y consecuente indiferencia de León sigue estando presente. Además de León, otro de los personajes principales de la serie que repite es el de Mercedes Lambre, Ludmila, como la villana ahora convertida en amiga que intentará que si o si, León y Violetta sigan juntos. Con su argumento trillado, esa historia donde los sueños se terminan cumpliendo y el amor siempre triunfa, es una película sin sorpresas y sin riesgos. Símbolos obvios como los mencionados anteriormente como la canción que se va volando o el equipaje que se termina perdiendo en el mar, y una producción destacable con escenarios bellísimos y un vestuario impecable (Red Valentino como la marca que elige vestir a Martina Stoessel se hace presente también en el film) terminan de hacer de esta película algo con buenas intenciones pero sin mucho más por ofrecer. La historia de Tini: El gran cambio de Violetta, es un digno producto salido de la factoría de Disney, con mensajes sobre el poder del amor y la posibilidad de que los sueños se hagan realidad, pero sin mucha profundidad. De seguro conformará al público al que está mayormente dirigido: a los fanáticos de la serie y de este personaje. No obstante no se siente que tenga mucho más para aportar al resto.
El director de “El arca rusa”, Alexander Sokurov, se centra ahora en la Francia de la Segunda Guerra Mundial, más específicamente en el 14 de junio de 1949, cuando Hitler entra a París. De acá parte para reflexionar sobre el Louvre, su historia y la relación entre el director de museos de Francia, Jacques Jaujard, y el Conde Franz Wolf-Metternich, militar encargado de asegurar que todo el arte atesorado en Francia pasara a mano de los nazis. “Francofonia” es un ensayo personal –habla en primera persona, se incluye en el relato como el director que es; recuerda hechos, no se limita a contarlos de manera académica- poético y reflexivo que explora no sólo el pasado, sino también el presente. Un documental con ciertas inclusiones de ficción, como los diálogos entre los dos protagonistas mencionados anteriormente. A nivel histórico aporta una mirada interesante, más específica, sobre aquel momento. Pero más allá de que el centro del film es sin dudas el Museo del Louvre, el director enfoca más en su importancia, en el lugar que ocupa, que en el museo en sí, o en sus obras, que apenas aparecen. A nivel visual, entre imágenes de archivo y otras recreadas, el film es donde encuentra su punto álgido. Un film interesante y poético pero que depende demasiado de un espectador avezado, como por ejemplo cuando hace guiños a otras películas, incluyendo las suyas, haciendo que parte se quede afuera. Es un film complejo, bello, a veces demasiado metafórico, pero además de una pretensión que lo terminan tornando frío, distante, difícil de conectar emocionalmente con él. No obstante se aprecia esta reflexión sobre el arte, su utilidad y que muestre los esfuerzos que a veces se han llevado a cabo para poder conservarlo. Una propuesta sin dudas arriesgada y valiente. “Todo el universo define una obra. Y sólo la guerra decidirá en qué lugar termina”.
Dirigida por Alejandro Cohen Arazi y José Binetti, esta ópera prima es un documental cuyo contenido puede no ser muy novedoso pero su mayor atractivo es a nivel audiovisual. Por ejemplo, los primeros veinte minutos, quizás extensos pero aun así hermosos, es una observación detallada y bella, con juego de imágenes y música, de las salinas de un pueblo del sur de Buenos Aires llamado Médanos. La erosión provocada por la sal, esa sal que brinda trabajo pero a la vez parece destruirlo todo, retratada con un lente que sabe capturar y que además se permite distorsionarse, o mejor dicho, duplicarse. Recién después de este aletargado inicio, aparecen los primeros testimonios. Resumiendo, Cáncer de máquina ahondará en cómo es la vida y el trabajo en ese lugar tan inhóspito y tan particular, la nada misma. Hay algún testimonio que más bien parece el monólogo de un trabajador ya cansado que necesita hacer catarsis. Hay alguno otro que puede rememorar a uno delos documentales de Herzog, Encuentros al fin del mundo, que cuenta cómo es la vida en ese lugar tan solitario, viviendo tan aislados, algo que sólo personas muy especiales pueden lograr . Pero también hay constantes imágenes de la naturaleza, del cielo, de ese lugar tan especial. Como ejercicio visual, es interesantísimo lo que hacen Arazi y Binetti, este recorrido lisérgico que proponen. A nivel narrativo, por momentos se puede tornar lento y reiterativo, pero la alternancia entre estos dos modos de contar la película –o sea, uno más enfocado en las imágenes, el otro en las palabras- logra generar cierto equilibrio para que la película no llegue a resultar tediosa. Hipnótica y poética, con un relato enfocado más que nada desde lo visual (a la larga, los testimonios no hacen más que aportar un poco de contexto), Cáncer de máquina es una extraña e interesante propuesta, aunque a nivel narrativo le falte fuerza.
Tras ganar el voto del público en el último BAFICI, se estrena Poner al rock de moda, documental sobre Banda de turistas dirigida por Santiago Charriere. “Banda de turistas” es una banda de rock y pop conformada por unos muchachos que ya tienen cuatro álbumes en su haber, pero cuyo mayor éxito llegó gracias a la canción Química. Lo que Charriere intenta hacer con esta película, un documental con apenas un atisbo de ficción, es retratarlos como lo que son: una banda conformada por personas que ya son amigos, una familia, y que viven su momento de éxito. El retrato que se hace es más bien íntimo. En su mayoría grabaciones caseras, sin testimonios dirigidos especialmente a la cámara. Por momentos la cámara se regodea en planos detalles, y es que antes que nada es una película de seguimiento. No hay prácticamente un hilo narrativo, sino más bien una sucesión de momentos típicos de una banda, compuestos por viaje en ruta, recitales y entrevistas en su mayoría. Sin un interés particular por la banda, Poner al rock de moda no tiene mucho que aportar. Si bien se percibe honesta y sin pretensiones, no termina de ser una película más de una banda más. Hay un claro intento de búsqueda de algo distinto, y ahí es cuando entra de manera esporádica Luis Luque como un magnate que en cierto modo los va guiando. Él decide que quieren un hit, ellos tienen que buscar uno; él decide que quiere un disco, ellos tienen que ponerse a hacer uno. Pero nunca se termina de explotar y todo termina quedando un poco a la deriva. Poner al rock de moda no termina siendo más que otra película sobre una banda, que acierta en el retrato de este mundo de un modo realista, pero que no tiene mucho más para ofrecer.
Hugo es un taxista que no hace mucho más de su vida que manejar incansables horas su taxi y ver partidos de fútbol como fanático acérrimo de San Lorenzo que es. Su vida parece estar marcada por esa rutina, en la que no sucede mucho más que un poco de contacto físico con una prostituta o una visita obligada a su abuela. Hasta que lleva a una madre y su hijo adolescente como pasajeros y, a través de una billetera olvidada, Hugo comienza a introducirse en sus vidas. Hay un pasado que nunca fue pisado en la vida de Hugo, y tiene que ver con una carrera prometedora que fugazmente desapareció tras una lesión en el pie. Es por eso que en el muchacho ve el reflejo de lo que él podría haber sido y de repente se encuentra haciendo todo lo posible para que él tenga esa misma oportunidad y esta vez no la desaproveche. En el medio, Silvia, la madre, da destellos de una posible conexión entre ambos. Carlos Portaluppi y Ana Katz, quienes ya habían demostrado su química en la película que ella dirigió, Una novia errante, dan vida a este taxista solitario y madre incansablemente trabajadora y algo bohemia. Pero Hugo no puede cuidar una planta ni llegar a una cita, demasiado enfundado en sus propios pensamientos y esa obsesión que tiene con el fútbol. Dirigida a cuatro manos por Daniel Otero y Nicolás Suárez, Hijos nuestros explora una relación que nunca a llegar a ser del todo relación. Hugo no es el padre de ese chico, y Silvia no puede aceptar que la dejen plantada. Es el propio Hugo quien tiene que trabajar para superar esa frustración de su vida que lo llevó a dejarse estar, siendo lo físico sólo un detalle y más bien poniendo en juego su salud. La historia de Hijos nuestros es pequeña, demasiado sencilla, y allí radica parte de su encanto. Porque, especialmente tras su resolución, a simple vista amarga y a la vez optimista y llena de vida, deja en evidencia una transformación hasta último momento muy sutil en la vida de este taxista. El fútbol aparece como marco e incluso desarrolla metáforas pero lo cierto es que no es necesario ser fanático o conocedor de aquel deporte para disfrutar de la película (doy fe, que de fútbol no sé nada ni tampoco me interesa). Otro detalle interesante del film que le aporta humor y originalidad son las incursiones oníricas en la vida de un Hugo al que siempre se lo siente sobrepasado, que no duerme suficiente, y así escucha que le hablan directamente a él desde la televisión o en la iglesia le cantan lo que para él es su himno. A la larga, Hijos nuestros es una de esas valiosas películas del cine nacional que merecen ser más vistas de lo que seguramente su distribución lo permita. Así que recomendaría que no la dejen pasar.
Víctor Postiglione escribe y dirige otra de las películas que apuestan al género en la industria nacional. Esta vez, un thriller con cierto toque fantástico, una historia sobre la muerte y las decisiones en vida. ¿Qué es un tiempo muerto? En el cine, es un momento en el que no sucede nada que haga avanzar a la historia, como un flashback, que nos ayuda a conocer algún costado de la trama pero no la modifica. En esta película, es algo parecido. Un tiempo muerto es un momento que se puede contratar (tras una suma bastante grande de dinero) para volver a vivir cierta escena con una persona ya fallecida, una oportunidad para decir algo que en su momento no se creyó importante porque supuestamente habría mucho tiempo para eso. “La muerte es un paso inexorable. Vuelve a su origen, al nacimiento, al principio”. Franco (Guillermo Pfening) queda devastado tras la trágica y repentina muerte de su mujer. Sumergido en su propia tristeza, la aparición de Luis Ayala (Luis Luque), un aparente amigo de su mujer, lo mueve a introducirse en un mundo desconocido. Es que los diarios que ella, periodista, dejó y comentarios que este hombre le realiza le hacen creer que realmente puede haber habido algo extraño en su muerte, que puede no haber sido casual. De repente, Franco se encuentra dándole la espalda a su racionalidad y apostando casi ciegamente (algo que hay que decirlo, hace un poco de ruido en el guión) en una mujer a la que le paga 20.000 dólares que no tenía con la esperanza de volver a ver a su amada. Y de a poco se va encontrando con una historia más oscura de lo que esperaba. Hay una correcta construcción de climas y atmósferas en esta película rodada mayormente en Colombia pero un guión plagado de diálogos sobreexplicativos y un desborde de tonos (es una de terror, una de suspenso, una dramática y una romántica, todo al mismo tiempo) derivan en un resultado más bien desparejo. Aun así cabe destacar que esta ópera prima no deja de ser una muestra más de un cine que no deja de buscar nuevas historias y no temen apostar al género.