La primera película película de ficción de la documentalista Lucía Vassallo es una exploración a través del deseo y una noción tóxica, como llaman ahora a lo que antes se le decía pasional, del amor, que quizás no sea más que el lado más oscuro del deseo. Protagonizada por Sofía Gala Castiglione, la película ahonda en la fascinación irracional que una persona puede generar en otra. Cadáver exquisito comienza con lo que parece una muerte. La muerte de una mujer, de un cuerpo blanco y fantasmal. Cuando Blanca cae en un profundo y poco esperanzador coma, Clara queda en una especie de limbo de incertidumbre y desconexión. La mujer que la sedujo, la fascinó, con la que creyó tener algo más que el deseo que corroe por las venas, no sólo parecía haberse evaporado sino que le deja un montón de preguntas sin respuestas. En esa búsqueda de identidad, ambas se confunden y el mundo se torna un lugar extraño. A nivel estructura, en este guion coescrito entre Vasallo y Sebastián Cortés, la película se mueve junto al personaje de Clara (Sofía Gala Castiglione, una de las actrices más talentosas y cautivantes de los últimos años) pero también somos testigos a través de flashbacks de situaciones que giran en torno a Blanca (Nieves Villalba, actriz albina que integra con solidez ese aspecto a la película) de los que ella no sabe nada. Como que en su labor de científica decidió experimentar con su propio cuerpo, sus hormonas y su placer. Lo que empieza como una historia poco original sobre una pareja que al desaparecer una descubre de la otra parte detalles sospechosos -como mensajes eróticos con otros hombres o enterarse que estaba embarazada-, pronto se va abriendo hacia otros lados. Además, mientras Clara en su buceo sobre esta mujer que se convirtió en un enigma a resolver empieza a actuar como ella, el cuerpo de Blanca genera incluso en su enfermera (interpretada por una desaprovechada Analía Couceyro) una fascinación y enamoramiento inexplicables. Entre el presente y el pasado pronto comienza a interesar un poco menos todo lo que concierne a Blanca, al misterio que era su vida y su trabajo, y una se queda con Clara, en ese viaje hacia algo parecido a la locura, que se asemeja a un espiral descendente. El guion tampoco termina de profundizar en muchas de las líneas que abre. En el medio hay un rejunte de escenas, incluidas unas secuencias de danza que pretenden perturbar al estilo la Suspiria de Guadanigno, que no terminan de funcionar y descolocan más que otra cosa; para demostrar que la vida de Blanca, cuyo departamento luce impoluto, era un abanico de actividades e intereses pero también para apostar por climas sensoriales más sórdidos. Afortunadamente siempre está ahí Sofía, entregándose con confianza a su personaje y a este juego de dobles y mutación, y a quien el guion sí le permite explorar una mayor gama de matices. Desde lo técnico, la película es impecable, con planos muy cuidados. La prevalencia del color blanco y las luces generan a veces incomodidad -es poco habitual ver tanta luminosidad en este tipo de películas aal punto que a veces enceguece- y otras intensifica la frialdad y distancia que genera el personaje de Blanca. Porque si bien hay mucho de erotismo, el sexo y el deseo son primordiales en este relato, Blanca siempre transmite frío y distancia, a lo mejor también por una interpretación menos suelta. Osada y con ribetes que la acercan al cine de terror, Cadáver exquisito le entrega a la cartelera una opción original que no deja indiferente aunque no termina de convencer con una historia que promete terrenos que no termine de explorar o explotar. Es una película con muchas ideas. Vale la pena de todos modos por la interpretación de Gala y porque sitúa a Vasallo con una búsqueda artística interesante… y quizás porque con esa fascinación inexplicable que generan ciertas personas y ciertos cuerpos muchxs nos habremos identificadxs alguna vez.
La ópera prima de Brenda Taubin es un curioso y cálido documental en el que se permite jugar cruzando realidad y ficción. La historia sigue a la señora del título en busca de aquel soldado al que su hija, cuando tenía quince años, le escribió una sentida carta sin conocerlo. En esa búsqueda entra una película con ribetes detectivezcos pero con un estilo kitsch y divertido al que cada uno de sus protagonistas se suma con evidentes ganas. Era el principio de la década de los 80s y los jóvenes argentinos eran enviados a combatir por una guerra que sintieron o les hicieron sentir suya. Los medios de comunicación querían instaurar la esperanza a través de optimistas mensajes sobre el patriotismo y un éxito que nunca llegamos a ver ni a sentir. En una de esas emisiones se insta a la gente a escribirles a los soldados que arriesgaban su vida por el país, a enviarles regalos o palabras de ánimo en agradecimiento. Así, una chica de quince años elige una persona al azar y con este muchacho de 19 años llega a intercambiar sólo un par de cartas hasta que una es devuelta y no vuelve a saber de él. Una señora jubilada que disfruta de ir al cine y juntarse con sus amigas comienza a preguntarse qué habrá pasado con ese muchacho que llegó a cartearse con su hija adolescente. Una anécdota que tiene potencial de película. Así, de la mano de la directora deciden emprender una búsqueda y hacer entonces su propia película sobre ésta. Si bien estamos ante un documental, Taubin pone desde el principio el artificio en evidencia. Si la fachada de la casa de Telma no es adecuada desde lo estético, se usará la de la vecina. Lo que en un principio parecen decisiones propias de casi cualquier documental en el que se pretende contar una historia real con una mirada específica, pronto se convierte en un juego con la ficcionalización en el que sus protagonistas se prenden de inmediato, como cuando Telma y sus incondicionales amigas se disfrazan de gángsters y actúan en una de las secuencias más divertidas de la película. La hija Lili tiene un protagonismo menor pero está un paso detrás del movimiento que lleva a cabo su madre. Se prende, se divierte, y a veces duda. A la larga, la carta es una excusa para retratar a estos queribles personajes. Junto con ellas queremos encontrar a «El Tano», el soldado en cuestión, saber qué fue de él, por dónde andará y, sobre todo, si recuerda ese breve intercambio con el mismo fervor. El documental se aleja de los lugares comunes a la hora de tratar con una temática sensible como la Guerra de las Malvinas, no lo explora en profundidad pero se permite ser reflexiva y crítica en su justa medida, y lo hace con imaginación, humor, respeto, color (la dirección de arte es notable). Aun con toda esa artificialidad la película se siente auténtica y Taubin se muestra como una realizadora en busca de un estilo personal cuyo primer paso resulta exitoso y dan ganas de ver con qué más nos sorprenderá en el futuro. De esas experiencias que te dibujan una sonrisa en el rostro.
Después de su estreno en el Festival de Cine de Mar el Plata y tras su paso por varios festivales, llega de manera exclusiva a la pantalla en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), la séptima película del director y escritor César González. Con una carrera que lo hizo moverse tanto en ficción como documental e incluso con algunas más experimentales, en este último film César González se mueve en una senda similar en la que lo hizo Atenas, en la cual seguía a dos mujeres que en el intento de reintegrarse a la sociedad tras salir de la cárcel en algún momento se juntaban pero la realidad las separaba de manera forzada. Aquí sigue exclusivamente a un personaje también femenino, en este caso una joven que parece no tener otra vida más que su trabajo, un trabajo en limpieza de una imprenta por el cual debe sentirse muy afortunada ya que le brinda un sueldo en blanco y hasta obra social; derechos básicos que parecen privilegios y se obtienen a costa de un trabajo alienante. González muestra una rutina agobiante cuyo único respiro parece ser una cerveza o un vino que se toma en el cordón de la vereda. En un momento de impulsividad de esa vida mecánica, la protagonista le roba un reloj caro a su jefe (Edgardo Castro en el papel del jefe aparentemente copado que está siempre al borde del acoso) y culpan a su compañera de trabajo quien es inmediatamente echada. A partir de allí la espiral sigue descendiendo y el personaje de Nadine Cifre, que además de protagonizar y cargarse toda la película colabora en el guion junto al director, es acechada por el tiempo que corre y amenaza con explotar como una bomba. González narra su película a través de un registro naturalista e intimista que lo acerca al documental, mostrando el día a día de barrios marginados. Es en la última parte donde la tensión se incrementa y uno espera junto a su protagonista saber qué (nos) va a pasar. En el medio, la participación especial de Érica Rivas termina de darle forma a la parte más efectista del guion. No es su película más lograda ni llamativa y aun así sigue planteando a González como una de las voces a escuchar y seguir. Un retrato honesto y punzante de la clase obrera.
Después de que J. A. Bayona tomara las riendas de la saga para la segunda parte, la dirección del cierre de la trilogía vuelve a estar en manos de Colin Trevorrow, quien de todos modos había colaborado en el guion de la anterior. Lo cierto es que ya ni chispas quedan de la magia con la cual Spielberg dio vida a los dinosaurios, ni siquiera la nostalgia que genera volver a ver reunido el elenco original. Nos encontramos ante un cierre sin alma. Dominion marca el fin de una era. Cuatro años después de Fallen Kingdom (una película con varios problemas de guion pero con una construcción de climas interesantes que la acercaban un poco más al terror), los dinosaurios circulan sueltos por el planeta Tierra y son una amenaza para los seres humanos. Al menos eso es lo que se ve a simple vista: ¿es posible coexistir con criaturas que habitaron el planeta millones de años antes que nosotros? El equilibrio parece siempre a punto de quebrarse y la película comienza con un breve resumen de lo que implica hoy esta reaparición de animales jurásicos en el mundo. La trama de Dominion se divide en dos, claro, hasta que se unan. Por un lado, Claire (Bryce Dallas Howard) y Owen (Chris Pratt) esconden a Maisie, ahora ya adolescente y menos dispuesta a ceder ante esas dos personas que actúan como si fuesen sus padres. Por el otro, Ellie (Laura Dern) se encuentra con una nueva plaga que amenaza con acabar con las cosechas y, con la ayuda de su viejo amigo Alan Grant (Sam Neill), llegan a la pista del poderoso laboratorio Byosin. Laboratorio que rapta a Maisie con fines científicos. Allí donde Ian Malcolm (Jeff Goldblum) brinda charlas científicas con su conocido dejo de ironía, converge toda la historia que tiene como villano a un hombre rico que quiere ser todavía más rico jugando a ser Dios, aunque nunca veamos motivaciones reales. Una ensalada que incluye muchas persecuciones, en Malta, en un laboratorio, en la selva. Sin embargo algo curioso del guion es que los que deberían ser los grandes protagonistas, los dinosaurios, aparecen siempre de fondo, casi como un decorado. Incluso la aparición el Giganotosaurus, uno de los últimos descubrimientos y que se sucedió en el Sur de nuestro país, no consigue peso alguno. En medio de una galería de personajes de lo más diversa, por supuesto, la mayoría apenas desarrollados, se halla un mensaje ecológico tan forzado como casi todo lo que sucede en la película. Ya no hay sorpresas, ya vimos a los dinosaurios gigantes pelear entre ellos o atacando algún humano; y acá vamos a ver poco de eso además. Ellie en algún momento dice que aún no se acostumbra, mostrando emoción ante la hasta hace un tiempo absurda idea de vivir junto a criaturas prehistóricas. Pero eso nunca logra transmitirse a través de la pantalla. Ni el miedo, ni la incertidumbre, la sensación de peligro; todo parece asegurado, dado por sentado. Es que además de un guion rebuscado y perezoso al mismo tiempo que quiere decir muchas cosas y no se detiene en ninguna, la película cuenta con un montaje desprolijo y rápido que entorpece las escenas de acción. La banda sonora es otro problema, invasiva y fuera de tono. Parece una película hecha sin ganas desde muchos aspectos. En el único aspecto donde se destaca es en el de los efectos especiales, con criaturas bien logradas. Lo único que vale la pena es el reencuentro con aquellos queridos personajes que se convirtieron en parte de nuestras vidas. Aquellos junto a quienes soñamos por un rato con un mundo en el que todo era posible. Pero no es suficiente cuando quedan reducidos por el guion del que ni siquiera los nuevos personajes salen bien parados. Todos parecen prescindibles, descartables, un rejunte caprichoso. Cuando más profunda y reflexiva quiere ser la historia, más forzado y subrayado se percibe todo. Se supone que este es el cierre definitivo de la saga aunque hoy en día es difícil predecir que en algún momento alguien decida reabrir la historia. Un cierre decepcionante que no está a la altura e la original y quizás de ninguna de las anteriores, que han sido bastante desparejas. Una oportunidad desaprovechada que elige ir a lo seguro y sin emoción, con escenas genéricas sin una pizca de creatividad.
La realizadora cordobesa Inés Barrionuevo (Atlántida y Julia y el zorro; co-directora de Las motitos) estrenó su última película en la Competencia Oficial del Festival de Cine de San Sebastián antes de ser parte de la Competencia Latinoamericana del Festival de Cine de Mar del Plata y ahora llega a la cartelera local. Escrita junto a Andrés Aloi y protagonizada por Nina Dziembrowski, la historia gira en torno a su mudanza obligatoria desde La Plata a la Ciudad de Buenos Aires para quedarse en la casa que es de su abuela. En ese cambio de hogar, de ciudad y de escuela (encima de una pública a una religiosa), Camila no sólo recorre un camino de autodescubrimiento sino que alza la voz para poner su granito de arena para un mundo un poco más igualitario y menos injusto para las mujeres. Como casi toda adolescente, Camila es rebelde, impulsiva, curiosa y no se entiende con los mayores, en especial con su madre. Como si no fuese suficiente con los cambios y emociones propios de esa etapa que todxs transitamos con un remolino de sensaciones intensas, la mudanza y el cambio de colegio y por lo tanto de grupo, deja a su protagonista en un lugar de aparente vulnerabilidad, en medio de una sociedad que también empieza a cuestionarse. Sin embargo ella se muestra segura y no teme enfrentarse ni a sus compañeros varones que la tildan de feminazi ni a las autoridades de la escuela que le piden que no vaya a la escuela con el pañuelo verde. Uno de los grandes aciertos de Barrionuevo en esta película es el modo en que filma los cuerpos, femeninos especialmente. Ya sea en una fiesta nocturna o en la intimidad de la casa, Barrionuevo la capta a Dziembrowski con un poético erotismo. Desde los aspectos técnicos, estamos ante una película muy lograda, prolija sin parecer fría o demasiado calculada, donde la banda sonora también toma protagonismo. Pero mientras allí es sutil, lo es un poco menos en el guion, con un desarrollo de personajes desparejos y algunas líneas de diálogo filosas. Con la ola verde como marco, es un retrato de lo que es ser adolescente hoy, con una visión actual y fresca sobre temas como el bullying, el aborto, el abuso, las diferencias de clase, los vínculos, la sexualidad, etc. Una coming of age con color local y una mirada feminista que opta siempre por la perspectiva de la adolescente protagonista, quien va creciendo a medida que la película lo hace y pone en discusión un montón de temas para pensar y seguir repensando. Es cierto que a la hora de pintar este cuadro la película a veces no puede evitar caer en el subrayado o recopila muchos tópicos y se sobrecarga pero no llega a ser superficial y panfletaria como Moxie de Amy Poehler, una película que tiene un arco parecido con su protagonista adolescente también. Una historia generacional contada con mucho respeto y empatía. Camila saldrá esta noche y su realizadora Inés Barrionuevo apuestan por el compromiso político y deciden alzar la voz.
En 1986, Tony Scott dirigió una película que combinaba el drama y el romance con la acción que provenía de un entrenamiento para pilotos de la Armada de los Estados Unidos con un resultado algo kitsch e irresistible. Además del protagónico de Tom Cruise, un actor con innegable calidad de estrella desde sus comienzos, la película contó con una banda sonora propia de la época, con la pegadiza Take My Breath Away de Berlin que ganó el premio Oscar a Mejor Canción Original. Ahora, más 30 años después y bajo la dirección de Joseph Kosinski (Oblivion, Tron: Legacy), nos llega una secuela que Scott había empezado a desarrollar y que seguramente lo haría sentirse orgulloso. Algo que vale la pena aclarar es que detrás de este proyecto siempre estuvo un Tom Cruise muy comprometido. No sólo le puso su cuerpo a una película en la cual esto tiene un valor mayor por la manera de rodar las escenas de acción, sino que apostó al cine en su máxima expresión, negándose a que la película se estrene por plataformas de streaming -algo muy común actualmente: que las películas se estrenen en simultáneo-, sino también a recurrir lo menos posible al CGI para causar efecto con imágenes reales y realistas. En esta tardía secuela que llega en el momento en que tenía que llegar, Maverick (Cruise) se presenta como una persona cuya carrera parece haberse estancado: mucho reconocimiento pero poco ascenso. Sin embargo eso no lo detiene a ir siempre en busca de más; al contrario, ese salirse de las reglas es probablemente lo que mantuvo fuera de puestos asegurados. Tras una muestra de rebeldía, se entera de que es convocado para entrenar a una camada de pilotos que se caracterizan por ser los mejores del país. Allí se reencuentra con un teniente, un poco menos joven que el resto, que se le presenta hostil. Se trata ni más ni menos que del hijo de Goose, personaje fallecido en la primera película, lo cual le trae a Maverick recuerdos y miedos. Entre ellos se generará una relación muy interesante. La trama de esta secuela es simple, quizás incluso más que la de su antecesora. Pero así como simple es efectiva, funciona sin vueltas, sin muchas sorpresas pero con una emoción genuina. Hay una misión que parece muy difícil, incluso imposible de efectuar y salir con vida. Maverick sabe que un buen piloto es capaz pero eso requiere de un fuerte entrenamiento y convicción. El grupo de jóvenes, una galería de personajes diversos aunque apenas desarrollados, a los que entrena parecen ser capaces aunque cada uno tenga una pequeña debilidad por sortear y una natural enemistad de competencia entre ellos, por lo que lo principal va a ser aprender a trabajar en equipo. La película nunca profundiza ni especifica dónde se encuentra el blanco, quiénes son estos enemigos. Es una decisión algo naif que no molesta porque el corazón se encuentra en otro lugar. Por otro lado está la línea romántica, aquí ya sin la presencia de la actriz Kelly McGillis que interpretaba a Charlie y entrando un nuevo personaje encarnado por Jennifer Connelly. La actriz interpreta a una bartender que aprendió a moverse en un mundo rodeado de hombres y con quien Maverick tuvo una intermitente historia que deja en evidencia el constante movimiento en el que él siente que tiene que estar. La película apuesta mucho a la nostalgia pero sin hacerlo desde un lugar gratuito y con un hermoso sentido de espejo con aquella: acá Maverick es un poco como fue Charlie en aquella, hay una sentida escena donde Rooster, el hijo de Goose que interpreta Miles Teller, toca Greats Balls of Fire, y hasta está tensión homoerótica en el juego en cuero en la playa; todo funciona dentro de esta historia. Hay mucho homenaje sentido y allí entra en juego el único otro actor además de Tom Cruise que repite personaje: Val Kilmer. El actor que desarrolló un cáncer de garganta (en Prime se puede ver un documental al respecto) que le truncó la carrera aquí tiene unas pocas pero sentidas escenas. El último tramo se dedica más que nada a la acción con unas secuencias adrenalínicas y muy emocionantes, rodadas con mucha precisión. Ahí está Tom Cruise queriendo salvar las salas, que las películas se vean en pantalla grande porque no es lo mismo verla en tu casa y, peor aún, desde la pantalla de una tablet o la del celular. En el guion está Christopher McQuarrie, responsable de escribir gran parte de la filmografía de los últimos años de Tom Cruise. Está hecha para él, para que se luzca y por supuesto sí lo hace. Una trama que opta por las fórmulas y se sucede con mucha fluidez porque no falla aun cuando resulta cursi. Una banda sonora nueva pero con estilo ochentoso y una canción original de Lady Gaga terminan de pintar una película que es un espectáculo. En una época cargada de secuelas y remakes, Maverick resulta una sorpresa y la muestra de que con amor y ganas se puede rendir homenaje y ser genuino al mismo tiempo.
Una pierde la cuenta de cuántas películas y series forman parte de un universo que en un principio entusiasmaba pero a medida que se expande y abre más y más senderos ya no todos nos llaman por igual. Vi la mayoría de las películas y sólo un poco de las series, curiosamente Wandavision es la única que terminé. La traigo a colación porque Wanda, o Scarlett Witch es la otra gran protagonista de esta nueva entrega de Marvel, la segunda parte de Doctor Strange que en realidad es la parte vaya-una-a-saber de una saga que cierra alguna historia, abre otras tantas, se despide de un personaje y presenta a varios más. Después de que Scott Derrickson se bajara de la secuela de su película que tuvo como protagonista absoluto a Benedict Cumberbatch, quien se puso, o a quien pusieron, al frente fue a Sam Raimi. Un director que empezó su carrera cuando junto a unos amigos filmó una peliculita de terror hoy icónica como es Evil Dead (con su segunda y tercera parte, una más inventiva que la otra) y pronto se hizo un nombre hasta llegar incluso a dirigir aquella trilogía de Spiderman con el Tobey Maguire que tanto extrañamos (Spiderman: No way home sin duda le debe mucho a Raimi). Entonces esto me vuelve a entusiasmar, sobre todo tras varios años sin dirigir una película desde Oz: the Great and Powerful, aunque también me haga sentir cierto temor: sé que no son los directores los dueños de estas películas, sino una productora que conoce fórmulas que evidentemente le rinden y todo indica que seguirá siendo así. Sin embargo las esperanzas de ver un poco de un autor como Raimi estaban a la orden, aunque sepamos que no es él quien tiene el corte final. Doctor Strange in the Multiverse of Madness empieza con un primer acto poco interesante, situándolo tras lo sucedido en Spiderman: No Way Home. Por un lado se presenta a un nuevo personaje, una joven que llega de otro universo llamada América Chavez (interpretada por Xochitl Gómez, quien viste una campera de jean con la leyenda Amor Es Amor y un pin con la bandera LGBTQ), a través de dos escenas grandilocuentes llenas de efectos especiales como es de esperar. Pero el verdadero conflicto se termina de definir cuando Doctor Strange recurre a Wanda, la viuda de Vision que quedó desolada tras su muerte. Sin contar mucho más, porque además estas películas obsesionan a sus seguidores con el tema spoilers, la historia se abre a diferentes universos y por lo tanto a una infinidad de posibilidades. En otras palabras, todo puede pasar pero al mismo tiempo siempre suele suceder lo más predecible. Si bien en la primera parte de la película no aparece ni un abismo de un sello de autor de Raimi, de a poco empieza a emerger, aunque siempre lo haga a través del filtro Marvel, con efectos especiales por doquier y el miedo a perder la calificación PG-13. Nos vendieron esta entrega como la primera de terror y eso es una gran mentira, pero no quiere decir que no aparezcan elementos propios del género (algunos se han podido ver incluso en el trailer) en algunas escenas más logradas que otras. En su segunda mitad es cuando aflora lo mejor que puede hacer Raimi acá, un Raimi condicionado que no por eso iba a dejar de divertirse. Y acá sí hay una película divertida que va de menos a más. Hay demonios, brujería, zombies, muertes sangrientas (aunque la sangre no suela estar en primer plano). Como en todas estas películas también hay un interés romántico inocentón (el protagonista se reencuentra con Christine, el personaje interpretado por Rachel McAdams, a quien no supera aunque intenta simular que sí) y una infinidad de cameos de personajes y actores que apuestan a la sorpresa y al guiño más que otra cosa. Hay una escena post créditos que sigue abriendo posibilidades (además de confirmar un fuerte nombre para lo que viene en el universo Marvel) y otra que no aporta mucho a la trama pero gana en simpatía. Elisabeth Olsen y su Scarlett Witch ganan protagonismo con un conflicto que a esta altura se siente ya demasiado plano y le impide desarrollarse mejor como personaje (bueno, tuvimos la serie ya, dirán algunos, pero me sigo negando a la idea de que algo no funcione con excusas de ese tipo -me sucede lo mismo con una adaptación literaria que se supone que para comprender, apreciar hay que haber leído el libro antes). La actriz se luce mejor que nunca en la saga y se agradece su fuerte presencia en la historia. Incluso se destaca por sobre Cumberbatch en las escenas compartidas. Un elemento que funciona mejor que en otras entregas es la música, acá por el experimentado Danny Elfman. Una banda sonora menos genérica que le aporta dramatismo a algunas escenas y hasta se anima a ser la protagonista de una de ellas. Menos eficaz resultan los efectos CGI en ciertas escenas. El guion de Michael Waldron se desarrolla de manera esperable y efectiva aun entre tanto personaje e introduce algo interesante que no se termina de explorar: el papel de los sueños, que acá se alejan de lo inconsciente para sembrar pistas de algo tangible. Lo mismo pasa con la idea de abrirse a una cantidad desconocida de universos; una creería que desbordaría en imaginación pero se queda a medias tintas. Excesiva, despareja, alucinante por momentos, Doctor Strange 2 no es la película que un acérrimo admirador de Raimi esperaba ver porque sabía que no iba a encontrarse con un autor en plena libertad. Sin embargo en su Raimi contenido, y con sus referencias a su filmografía, hay mucho más cine que en las películas genéricas del Universo Marvel. El resultado es una película divertida, con varias sorpresas, que podría haber explorado más la enorme idea a la que el título refiere pero sí abre puertas. Resta ver si Marvel se anima lentamente a salirse un poco del molde o prefiere quedarse en la fórmula que tanto le ha rendido. Todo indica que a los fanáticos de Marvel no defraudará pero tampoco a aquellos que busquen algo de riesgo sin esperar algo totalmente distinto.
Llega a carteleras «la mejor película española del 2021». Lo dice la cantidad de nominaciones y premios Goya además de haber sido la enviada representante para los premios Oscars, cuando antes se podría haber pensado que ese puesto lo tenía Madres Paralelas de Almodóvar. Lo cierto es que Fernando León de Aranoa en su última película consigue hacer un retrato preciso y ácido sobre un tipo de hombre empresario que, hay que decirlo, seguramente todos conozcamos. Blanco (Javier Bardem) es un hombre exitoso, que hizo crecer a su negocio de básculas a través de esfuerzo y humildad hasta transformarla en una poderosa empresa. Es carismático, seductor y está siempre atento a las necesidades de sus empleados a quienes los considera su familia, porque es un buen esposo pero nunca ha tenido hijos. Por eso no sorprende cuando se encuentra este los finalistas para un premio a la excelencia. ¿Qué se esconde detrás de este admirado hombre? León de Aranoa no tarda en mostrarnos su verdadero costado: se acuesta con muchachas jóvenes que trabajan para él, acaba de despedir arbitrariamente a un hombre con hijos pequeños, se mete en el matrimonio de su amigo y empleado protegido al que defiende aun tras los continuos traspiés en su empleo, y está completamente obsesionado con llenar el espacio vacío de su mural de premios y reconocimientos. Con sólo unos días para demostrar que es la persona que se merece el premio a la excelencia, en una oscura sátira que toca temáticas que cualquier trabajador conoce en primera persona, El buen patrón hace una radiografía sobre el empresario sin escrúpulos. Bardem (que este año fue nominado al Oscar por otra película) resulta una opción idónea para meterse en el papel de este cínico hombre de dos caras, que cae simpático y resulta amigable hasta que se revela como un enemigo en pos de su bienestar. En estos pocos días hacia la esperada resolución, que incluye una visita por parte de la organización que lo nomina no programada en el medio, Blanco trata de liberarse del problemático ex empleado que se ha instalado en las puertas de la fábrica, hacer recapacitar a la mujer de su amigo infiel de que se quede con él, ayudar al hijo de un antiguo empleado al que luego le puede pedir el favor devuelto, y seducir a la nueva joven becaria que pronto se revelará como una antigua conocida. Justo en este momento tan importante el equilibrio que forma parte del lema de su empresa comienza a perderse. Sin embargo, Blanco nunca pierde su postura de hombre seguro de que todo lo puede. Algunas cosas le saldrán como quería, otras tantas no pero lo importante es aprovechar todo a su favor. Y aunque la historia se torne por momentos más y más horrible, El buen patrón está contada a través de un humor negro que le sienta muy bien para correrse de una postura que podría haber resultado panfletaria. El guion que escribe el propio director desarrolla de manera precisa al personaje y sus peripecias en esta decisiva semana. A su alrededor aprovecha para introducir un montón de cuestiones muy actuales y personajes, aunque a alguna de estas subtramas le regale más tiempo de lo necesario, como para regodearse ahí. También hay algo de trazo grueso por momentos. Es que en dos horas de película y una semana de tiempo en la historia es mucho lo que sucede y lo que se narra. León de Aranoa consigue que nunca se pierda ese por muchos momentos incómodo humor que necesitamos para sobrellevar lo cruel, lo horrible, lo frustrante. Aunque en algún momento se sienta un poco estancada, El buen patrón es una película entretenida, contada de manera hábil e interpretada con mucho talento por Bardem pero también por los actores secundarios que orbitan a su alrededor. La puesta en escena es otra protagonista sólida. Sin dudas una película inteligente que sin bajar línea expone el turbio submundo de los empresarios poderosos que siempre se sienten por encima de todo y de todos.
La nueva película del director uruguayo Gustavo Hernández, que ya había probado su amor por el género en películas como La casa muda y No dormirás, regresa con una película de zombies. ¿Qué se puede hacer con un subgénero tan explorado? ¿Intentar encontrarle una nueva vuelta o apostar al homenaje más clásico? Hernández parece haber optado por una opción intermedia. En forma de plano secuencia, Hernández nos introduce a un barrio con personajes cotidianos y un índice de algo que no funciona bien. El travelling llega hasta la protagonista, una joven que se olvidó que hoy le tocaba cuidar a su hija, que bebe a cualquier hora del día, y que trabaja como seguridad (pero sin poseer arma de fuego) en un club deportivo que de noche permanece vacío. Entonces Iris (Paula Silva) se lleva casi obligada a su hija Tata (Pilar García) al trabajo y la entretiene como una trataría de entretener a una nena en un lugar que a simple vista no tiene nada de divertido. Sin embargo el caos no tarda en cobrar forma y pronto el encierro se vuelve protagonista cuando unos seres infectados por un virus cuya procedencia nunca se explicará intentan atacar con furia desmedida a cualquier ser vivo que se les cruce. Pero estos zombies ni lerdos ni perezosos no buscan alimentarse detrás de su violencia sangrienta sino que lo de ellos es la furia como una especie de catarsis, una ira que cuando es saciada les permite, como descubrirá pronto su protagonista y un extraño (Daniel Hendler) que se sumará en el intento de supervivencia, unos exactos 32 segundos de calma y tranquilidad. En esta película escrita por el director junto a Juma Fodde Roma, la historia de los zombies salvajes de Virus: 32 no es mucho más que eso, con el agregado de una infectada embarazada a la que el personaje de Hendler, su marido, quiere obligar a parir porque es su hijo el que lleva dentro. No se explica de dónde salió y ni siquiera los personajes se lo cuestionan: en este momento sólo importa saber si hay salvación, si es posible llegar a un lugar donde puedan estar a salvo de las violentas criaturas. En cambio sus personajes sí cargan con una historia personal que la trama va desarrollando de a poco: se entiende por qué Iris actúa como actúa ante la vida y ante su hija, con ese aire de aparente irresponsabilidad y despreocupación, la tragedia que lleva a cuestas. También está la niña cargando su propia cruz. Es cierto de todos modos que ese componente dramático a veces desentona con el ritmo frenético de la película de género y hay momentos mejor aprovechados que otros. Además a veces coquetea con algunos lugares comunes y por lo tanto predecibles. Hernández demuestra su oficio con una película que tiene buenos momentos de terror, con escenas sangrientas y una tensión que no da respiro, todo en una enorme locación y con sólo un puñado de personajes. Porque a la larga es cuestión de segundos, porque la vida puede cambiar de un momento para otro, porque a veces no hay tiempo para detenerse si se quiere seguir adelante y porque, si algo nos enseñó la reciente pandemia, es que hay catástrofes que no se pueden prevenir pero eso no implica que no estemos preparados para sortearla o al menos dejarlo todo en el intento, con el aprendizaje de que quizás ya nada sea como antes. Virus: 32 es una propuesta fresca y rica para amantes de géneros. Una película que consigue transmitir muchas emociones distintas, con el agregado del componente local aunque la historia luzca universal.
Justo cuando se cumplen 100 años del nacimiento de María Luisa Bemberg, quizás la directora de cine más importante que nos dio el país, no sólo por la calidad de sus películas ni por los temas que trató con una mirada adelantadísima a su época, sino y sobre todo por haber sido quien abrió camino a toda una camada de mujeres trabajadoras detrás de cámaras, se estrena este documental del director Alejandro Maci, quien trabajó de cerca con Bemberg, y le rinde homenaje al mismo tiempo que expone una obra fundamental que vale la pena seguir revisitando. María Luisa Bemberg venía de una familia de la alta sociedad y empezó su carrera en el cine a una edad en la cual suele estar descartada la idea de volver a empezar, en especial para una mujer; su primera película la dirige a los 58 años. También es importante resaltar que fue una de las fundadoras de la UFA (Unión de Feminista Argentina) en una época en la cual «feminismo» era considerada una mala palabra. Vale la pena destacarlo porque sus películas por un lado nunca renegaron de su posición social sino que al contrario ella quería contar historias críticas desde adentro de éstas, y por el otro porque siempre puso en el centro a la mujer rebelde y su deseo como motor para correrla del lugar de objeto al cual solía estar anclada siempre en las historias que contaban los hombres. Maci presenta a Bemberg de manera cronológica, a través de extractos de entrevistas y testimonios de algunos colaboradores como Graciela Borges, Susu Pecoraro, Lita Stantic e Imanol Arias. Así repasa su carrera desde el cortometraje Juguetes y su trabajo en el guion de Crónica de una señora hasta su breve pero contundente filmografía como realizadora de largometrajes. Se detiene en cada uno para narrar el contexto en que se realiza y también analizar un poco los temas que trata y el acercamiento atípico para esa época en la que puede poner como protagonista a una mujer infiel que abandona a su marido para escaparse con su amante (Momentos) o utilizar una historia de amor real para hacer una crítica a la Iglesia (Camila), con la cual se consagraría al llegar ni más ni menos que a los Premios Oscar. El eco de mi voz es un documental tradicional que sin muchos artilugios ni sorpresas resulta valioso por poner en foco a esta mujer que sorteó las barreras de género y en el camino dejó un puñado de buenas películas que no pierden vigencia. En el último tramo, Maci, que demás dialoga con la directora a través de unas grabaciones, decide ponerse frente a la cámara para hacerlo más personal, pero desentona un poco con el resto de la propuesta. En el medio, anécdotas de otras personas o testimonios de la propia Bemberg, como que se sintió motivada al ver una película de Agnes Vardá o cuando confiesa sin pudor que «Los hijos no bastan» (si aún hoy es difícil que una mujer lo reconozca…), hacen de El eco de mi voz un documental que vale mucho la pena ver. Un lindo homenaje que además de traer a Bemberg dialoga con nuestros tiempos porque fue la pionera de un largo camino por recorrer y porque sus ideas y películas permanecen actuales. Ideal para conocerla un poco más y ver o volver a ver su obra.