Magalí es una enfermera que trabaja en un geriátrico en la ciudad de Buenos Aires. Habita en un cuarto de una pensión mientras su hijo es cuidado por su abuela en los alrededores del lejano poblado de Susques, en la provincia de Jujuy. La repentina muerte de su madre la obliga a abandonar no solo ese mundo aislado urbano que construyó sino también a su perro. Retorna a la puna para reencontrarse con su hijo Félix, reticente y arisco, al que apenas conoce. En el cementerio la espía como si fuese una desconocida. Poco comunicativo, su presencia parece resultarle un estorbo. Magalí está dispuesta a permanecer lo mínimo indispensable en ese paisaje árido y hostil, solo piensa en regresar con su hijo cuanto antes a la gran ciudad para retomar sus tareas laborales. Pero la resistencia al desarraigo y el culto de las tradiciones le juegan en contra. Félix quiere cumplir con los mandatos de la abuela en lo que se refiere al culto de la Niña del Cerro, para ahuyentar los males que acechan al pueblo (un puma que persigue a los rebaños de llamas). De a poco la madre recapacita, las tensiones desaparecen y los vínculos se estrechan. La ópera prima de Juan Pablo Di Bitonto transmite su historia a través de silencios significativos, de rostros expresivos y miradas que reflejan los sentimientos interiores. La excelente fotografía de Lucio Bonelli refleja con precisión la inmensidad del entorno, junto al colorido de un paisaje desértico montañoso donde el cardón y la tola se entremezclan con las piedras y el polvo. Difíciles, llenos de obstáculos, son los caminos que deben recorrer Magalí y Félix para cantarle una emotiva chaya a la Niña del Cerro, como así también aquellos que deben transitar madre e hijo para recomponer las relaciones. El distanciamiento con los lazos afectivos, la pérdida de cotidianeidad de los seres queridos, la reconstitución del amor filial son temas muy bien expuestos en Magalí. Un promisorio debut del director Di Bitonto, recibido de Diseñador de Imagen y Sonido de la UBA, que indica que en ciertas ocasiones no son los adultos los que tienen la razón, la voz de los más jóvenes debería ser escuchada. Valoración: Buena.
Claire Denis a lo largo de su filmografía se dedicó a examinar la masculinidad (Beau Travail – 1999) y la femineidad (White Material – 2009) desde un punto de vista novedoso y audaz. Las relaciones amorosas fueron también materia de un análisis pormenorizado en Vendredi soir (2002) o la inolvidable 35 rhums (2008). En High Life incursiona por primera vez en el género de ciencia ficción, lo hace con un tono narrativo lánguido al estilo Tarkovski, con una estructura etérea que además, en la media hora inicial, adormece. En el comienzo vemos a un padre que cuida a su beba. Claro que no es un padre cualquiera, Monte (Robert Pattinson) es un astronauta que está reparando su nave en el exterior mientras su hija en el interior desde un corralito, se distrae con distintas pantallas. El espectador observa las detalladas rutinas de esos dos únicos habitantes del vehículo espacial. Más adelante a través de sucesivos flash backs se desenreda el hilo de la trama. Un grupo de nueve criminales condenados a muerte son enviados al espacio sideral en una misión suicida sin retorno, en la cual deben capturar energía de rotación de un agujero negro. Día a día deben pasar informes para poder subsistir. Si bien Chandra (Lars Eidinger) es el comandante de la nave, la doctora Dibs a cargo de Juliette Binoche es la que ejerce el poder. A bordo, las relaciones sexuales están prohibidas, en su reemplazo existe una máquina sexual donde se practica el onanismo, mientras la doctora recoge esperma de los integrantes masculinos para una inseminación artificial. La suspensión de las reglas que gobiernan la vida, el hecho de castigar la pasión amorosa, conducen a una espiral de violencia, un descenso a los infiernos a través de conductas exacerbadas, arrebatos, insultos, histeria, violaciones y asesinatos. El confinamiento en el espacio, las prohibiciones, las manipulaciones de Dibs y la soledad son los detonantes del descontrol entre los miembros de la tripulación. En medio del caos, Monte se comporta como un monje en materia sexual, busca redimirse y a su vez es objeto del deseo de la doctora. En medio de cielos estrellados enmarcados en una pátina de azules profundos y líneas doradas, la directora, más que hablar del futuro para interrogarse sobre el presente, aborda tal vez demasiados temas: la represión, la sexualidad impulsiva, la incomunicación, la paternidad, la angustia, la violencia. Dirigido a un público pensante que rechaza ciertas coordenadas del cine de Hollywood, Denis abusa de los saltos temporales como también del despacioso ritmo que imprime a la trama. Por último vale destacar la actuación de Robert Pattinson, un actor que desde hace un tiempo no le teme a los desafíos, al dejar de lado producciones comerciales para involucrarse en proyectos arriesgados con personajes más complejos. Un film con altibajos donde el panorama desolador sobre la condición humana y los movimientos en cámara lenta por efectos de la gravedad se transforman en morosidad. Valoración: Regular
El destacado realizador francés François Ozon, autor de obras que han impregnado la memoria del espectador como la emotiva El refugio (2010), la intrigante En la casa (2012) o la excelente Frantz (2016), novedosa remake de Broken Lullaby (Ernst Lubitsch – 1932), deja de lado la ficción para reconstruir hechos reales basados en un caso de pedofilia actualmente en los tribunales franceses. La trama tiene como epicentro al sacerdote Bernard Preynat, acusado de abusar sexualmente de numerosos niños entre los años 80 y 90 cuando tenía a su cargo grupos de boy scouts. Los actos condenables del clérigo salieron a la luz en el 2015, gracias a la creación por parte de las víctimas de la asociación La palabra liberada, en la cual detallaron las agresiones sufridas. En la causa también quedó involucrado por encubrimiento el arzobispo de Lyon, lugar donde tuvieron lugar los acontecimientos, el cardenal Philippe Barbarin. La película avanza como si se tratara de una investigación periodística al estilo de En primera plana (2015), la ganadora del Oscar a mejor film de 2016 realizada por Tom McCarthy. La diferencia con el director norteamericano es que Ozon pone el énfasis en la tensión entre las víctimas y el abusador, al reunirlos en varias secuencias de gran tirantez. El protagonismo pasa de mano en mano. El relato se inicia con Melvil Poupaud, el recordado protagonista de Cuento de verano (Éric Rohmer – 1996), en EL rol de Alexandre Guérin, un padre de familia burgués con cinco hijos a los cuales educa bajo los ritos católicos pese a su pasado conflictivo con la Iglesia apostólica romana. Es el primero en poner una demanda judicial, pese a que su caso prescribió. Trata de permanecer en el anonimato mientras busca nuevos testimonios para poder llevar a juicio al sacerdote. Luego continúa con Denis Ménochet, recientemente visto en El emperador de París (Jean-François Richet – 2018), una víctima al principio renuente a declarar, pero que al enterarse que Preynat sigue en contacto con menores, decide participar activamente y dar a conocer los hechos a través de la prensa. Su papel es decisivo y preponderante para poner al pederasta en los estrados judiciales. Casi al unísono surge Éric Caravaca, bien presente en los cinéfilos argentinos por su protagónico en Amantes por un día (Philippe Garrel – 2017), que acompaña a Ménochet en sus demandas y en la creación de la asociación que puso fin al silencio de los damnificados. Por último, Swann Arlaud, aquel seductor sin alma, un predador detestable en Una vida, una mujer (Stéphane Brizé – 2016), es el personaje más conflictivo y más afectado por las vejaciones padecidas. Aquel que no pudo encausar su vida, formar una familia ni mantener una relación estable. Otro personaje relevante aunque invisible es el Papa Francisco a través de sus declaraciones y por el intercambio epistolar con las autoridades eclesiásticas y los acusadores. La estructura narrativa se apoya en las lecturas de cartas a través de una voz en off, las sucesivas reuniones entre la curia y los demandantes, los diálogos íntimos familiares y los encuentros de los miembros de la asociación. La reacción lenta y tardía del cardenal, un personaje dubitativo y contradictorio, se contrapone a las firmes convicciones de los litigantes, exasperados por la pasividad del arzobispo. Su desafortunada respuesta en una conferencia de prensa: “Por gracia de Dios los actos han prescripto” dan origen al título del film. Preynat es presentado como un cura débil que reconoce sus pecados que atribuye a una enfermedad. Ruega ser perdonado mientras trata de evitar que los acontecimientos tomen estado público. La culpa en sus distintos estratos, el perdón como desahogo emocional sin abandonar la búsqueda de la justicia, la preservación de las instituciones religiosas para no manchar a todos sus integrantes, la apostasía como reacción intempestiva son materia de análisis a lo largo de las dos horas y cuarto del film. Por gracia de Dios, ganador del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Berlín, es una contundente denuncia de un tema que lamentablemente con frecuencia ocupa en la actualidad la tapa de los diarios. Pese a las mayores facilidades y predisposiciones para efectuar las denuncias junto a las medidas tomadas por la Santa Sede, no se puede borrar ese dejo de frustración e impunidad que permanece en el espectador. Todos los castigos y condenas parecen insuficientes para semejantes aberraciones perpetrados contra seres inocentes e indefensos, que en muchos casos contaron con la mirada pasiva de los padres, miembros de una sociedad burguesa cerrada e hipócrita. Valoración: Muy Buena.
Las crisis económicas en la Argentina, lamentablemente, han sido innumerables pero hubo dos que por sus nefastas consecuencias se destacaron entre las demás. La primera ocurrió en 1979 con un índice de inflación elevado y tasas financieras de dos dígitos, sospechosamente atractivas para invertir en plazos fijos, la que desembocó en el colapso de varias instituciones bancarias. La segunda y más recordada fue el “corralito” de fines del 2001, en la cual, entre otras causas, una fuga masiva de capitales concluyó con una restricción de retiro de fondos de los bancos. Siempre los más perjudicados fueron los sectores menos favorecidos socialmente, en tanto que en las altas esferas se beneficiaron unos pocos que conocían la información de antemano. El cine argentino siempre recurrió a la veta humorística para reflejar ambos momentos conflictivos. Fernando Ayala con su gran éxito Plata dulce (1982) reflejó con una comicidad agria los avatares económicos de los argentinos entre junio del 78 y principios de los 80. Leonardo Di Cesare en Buena vida (Delivery) del 2004 retrató con ironía las formas de subsistencia tras el gran desempleo que trajo aparejada la debacle de diciembre del 2001. El film de Sebastián Borensztein mantiene también ese dejo humorístico que se desprende de la novela La noche de la usina de Eduardo Sacheri, en la cual se basa La odisea de los giles. Agosto del 2001, la placidez y la tranquilidad reinan en Alsina, un pueblito perdido en medio de la pampa. Los compases de El Danubio azul de Johann Strauss II en los créditos iniciales, acentúan ese clima sosegado en el que transcurre la vida de los habitantes provincianos. Un grupo de vecinos decide formar una cooperativa para rescatar una cerealera abandonada y ponerla nuevamente en funcionamiento. Luego de mucho esfuerzo consiguen juntar en dólares parte de la inversión, pero una decisión equívoca incentivada por un gerente inescrupuloso para beneficiar a un abogado corrupto, les hace perder gran parte de lo recaudado debido a las medidas difundidas por el entonces ministro Domingo Cavallo el 2 de diciembre de aquel año. Con escasos medios y mucha voluntad intentarán recuperar lo perdido. De a poco son presentados los personajes que conformarán la asociación. Honestos, bien intencionados, algunos fronterizos, todos conllevan un pasado de frustraciones y anhelos en el que el éxito fue fugaz y la reconversión nada fácil. Por la afinidad y cierto costumbrismo se asemejan a los protagonistas de las películas de Juan José Campanella; por la venganza no exenta de humor y las labores de inteligencia que despliegan, a los del cine de Damián Szifron. Luis Brandoni con su decir claro y pausado es el eje de la narración dando pie a aclaraciones y momentos jocosos. Ricardo Darín y Verónica Llinás conforman una pareja entrañable que se complementa, donde él aporta la reflexión y la mesura y ella el brío y la acción. Carlos Belloso tiene un papel a su medida, mientras que Rita Cortese aporta su aplomo y experiencia en el rol de una empresaria de transporte. Las reuniones de los socios se destacan por los diálogos jugosos, como así también la escena del casamiento por el fiel retrato de los participantes tanto en la indumentaria como en las actitudes tomadas. Al entrar en juego la obtención del botín se entremezclan la aventura y el western en situaciones que generan un cierto suspenso. En el final el público aplaude por haber disfrutado de un film entretenido y bien concebido, pero también porque muchos de los espectadores que vivieron una situación parecida, habrán querido de alguna forma estar en la piel de ese grupo de perdedores que pese a sus modestos recursos se salió con la suya. Valoración: Buena
En estas épocas en que están en boga los movimientos “Me Too” y el que en nuestro país lleva la consigna “Ni una menos”, que promueven el empoderamiento femenino y denuncian la violencia contra la mujer, no es de extrañar que la cinematografía se acople a los tiempos que corren con una película a la medida de los reclamos sobre abusos y machismo. Un emprendimiento que bien podría haber surgido de “Pacific Standard Film”, la productora fundada por Reese Witherspoon que fomenta los protagónicos de actrices. La ópera prima de la guionista Andrea Berloff basada en el comic The Kitchen del escritor Ollie Masters y la ilustradora Ming Doyle, satisfará con creces a aquellas espectadoras enroladas en las corrientes mencionadas, además de proporcionar un ágil entretenimiento que renueva uno de los géneros más populares: el cine de gánsteres. Un cartel informa sobre el tiempo y el lugar: Nueva York 1978. El hampa domina las calles, las prostitutas, los sex shops y los clubes con las Gogo Dancers son las vidrieras céntricas de la ciudad. Un plano nocturno de Manhattan en dirección norte con el Empire State como centro, da paso a otro que se enfoca en un barrio de casas bajas mientras la cámara gira hacia el este en dirección al East River. Allí habitan secuaces de la mafia irlandesa. Tres breves secuencias dan la pauta del maltrato de sus miembros a sus esposas, en las que el desprecio, el agravio y la indiferencia son moneda corriente. Las mujeres son como objetos al servicio del hombre, no recibieron ningún tipo de educación y su rol se limita al de esposa procreadora y servil. Al ser encarcelados luego de un robo fallido, son ellas las que se harán cargo de la organización recolectando deudas, otorgando protección a los comerciantes y manteniendo la autoridad. No están dispuestas a ser sometidas nuevamente, los vejámenes son historias del pasado, no le temen a las armas ni les tiembla el pulso al manejar cuchillos para descuartizar cadáveres. De a poco su poder sobrepasa al que tuvieron los maridos y deben negociar con otras bandas más poderosas. Los hombres son violentos, traidores y arrogantes con excepción del padre de Kathy (Melissa McCarthy) que peca de inoperante. Las tres mujeres, a medida que suman cadáveres, presentan una moralidad ambigua, sin embargo el espectador empatiza con el trío protagonista debido a su pasado tortuoso y a la habilidad para abrirse paso en un territorio dominado por el sexo opuesto. Elisabeth Moss (El cuento de la criada), Melissa McCarthy (¿Podrás perdonarme?) y la menos conocida actriz de color Tiffany Haddish tomarán las riendas del negocio, son las que le darán esa identidad distintiva al film, ese aire fresco al género basado en una química entre ellas que funciona a la perfección, en un montaje ágil propio del cómic y en personajes bien delineados que sufren una profunda transformación. El drama, la comedia y la acción se entremezclan en un pasatiempo placentero confirmando las buenas expectativas que el tráiler había dejado. Valoración: Buena.
La desviaciones sexuales han estado presentes últimamente en la filmografía de José Celestino Campusano: el violador serial en Cícero impune (2017) y el incesto en El silencio a gritos (2018). Ahora es el turno de la pedofilia en el ámbito eclesiástico, un tema de gran repercusión mediática no sólo en la Argentina sino también a nivel mundial. Si bien la trama gira en torno a Ariel, un joven homosexual nacido en el ámbito rural que intenta encontrar nuevos rumbos en su búsqueda sexual luego de haber sido seducido y manipulado por un sacerdote de su comunidad, el punto álgido del film que despierta debates y manifestaciones acaloradas como se pudo comprobar en el último BAFICI, son los abusos sexuales infantiles cometidos por miembros de la iglesia. Cuando el film se sitúa en el entorno familiar de Ariel, resulta previsible y remanido. La familia está compuesta por el clásico padre despótico y tirano que no tolera la orientación sexual de su hijo, y la hermana tolerante y comprensiva ante la ausencia de la madre que los abandonó. Campusano, al menos podría haber evitado al espectador la tan trillada escena en la que el padre lleva al hijo a un prostíbulo para que se haga «hombre», con un final negativo y frustrante. María Luisa Bemberg en Miss Mary (1986), por mencionar uno de los tantos ejemplos, lo había recreado en una recordada secuencia. Por el contrario, Hombres de piel dura cobra fuerza cuando se introduce en terrenos religiosos, los diálogos son más sustanciosos y las situaciones más tensas e inciertas. La imagen de los sacerdotes sentados en las reposeras en el retiro espiritual, en la cual exponen sus aberrantes conflictos con poco remordimiento, recuerda la ligereza del grupo de clérigos sancionados en El club (2015) del chileno Pablo Larraín. Los conflictos de fe del cura compuesto por Germán Tarantino, sus frecuentes recaídas en el pecado y la indebida protección de su superior, son los aspectos más positivos al comprometerse en la denuncia de manera cruda y sin rodeos. Otro aspecto no menor a considerar son las actuaciones. Al nutrirse Campusano de actores locales no profesionales, los resultados por lo general son dispares. Puede ser excelente como el conflictivo trabajador social compuesto por Kiran Sharbis en El azote (2017), endeble como todo el elenco boliviano en El silencio a gritos, en bruto sin pulido pero realista en Fantasmas en la ruta (2013). Aquí distan de ser homogéneas. Es buena la de Juan Salmieri (tiene cierto recorrido profesional) en el rol de un peón de campo, crudas y a tono las de la prostituta y su hija adolescente, poco convincente y afectado la de Wall Javier y decididamente flojas la de los dos sacerdotes. En este último caso, en las dos escenas que los encuentran dialogando mientras caminan, los intérpretes adoptan ciertas posturas inamovibles que tornan lo dramático en cómico, sumado a ello una exposición oral rígida y sin matices. Pese a todos estos reparos, el film de Campusano se impone como una denuncia rotunda, valiente, por momentos brutal, que produce indignación al saber que parte del relato está basado en hechos reales. Valoración: Buena.
Estrella y Leonor están plancha que te plancha cuando el alisado de la ropa es un quehacer doméstico casi perimido en el vertiginoso mundo del siglo XXI. Sin embargo, el desenfreno y la aceleración no se condicen con el ritmo de vida de ambas, además la profesión de modista de la madre y el trabajo de la hija en una cooperativa de costureras que confecciona uniformes, las induce a planchar cuanta prenda esté dando vueltas por la vivienda. Habitan juntas en un pequeño departamento, asumen a su manera la reciente muerte del cabeza de familia, disponen de tiempo, se necesitan, comparten largos momentos frente al televisor. Ninguna tiene una gran vida social, Leonor siempre termina sola en los escasos bailes a los que asiste, Estrella prefiere recluirse en el hogar y en los recuerdos. Las rutinas se repiten: preparar café para el desayuno, hacer la cama, el trabajo, la máquina de coser, la ducha, la cena, la televisión. De pronto la apacible cotidianeidad se interrumpe, cuando Leonor, con poca anticipación, le comunica a su madre que se va a trabajar a Londres como au pair porque ganará más. Una forma de cortar la dependencia. La ópera prima de la andaluza Celia Rico Clavellino transcurre en espacios interiores por los pasillos y estrechos ambientes del alojamiento, con predominio de primeros planos en un film austero, de miradas e imágenes, con pocas palabras. En la segunda mitad, Lola Dueñas (Estrella), asidua partícipe de las películas de Almodovar, carga con el peso de las acciones ante la ausencia de Anna Castillo (Leonor), gran protagonista de El olivo (Icíar Bollaín – 2016). Los timbres y los tonos de llamada de los teléfonos se suceden para dar pie a los escasos diálogos o a la aparición de personajes secundarios que nunca cobran relevancia, ya que todo gira en torno al vínculo materno-filial. Una película que demuestra que no son necesarios los grandes presupuestos para llegar al corazón del público. Sincera, humana, el espectador comparte con las protagonistas los espacios domésticos por los que transitan, sus silencios y los distintos estados emocionales por el que atraviesan gracias a las excelentes actuaciones de las intérpretes. Una pieza de cámara, minuciosa, detallista para apreciarla con tranquilidad. Calificación: Buena
Una familia tipo con dos hijas se brindan al amor de distintas maneras. Armelle, la madre en tren de separación, hace abandono del hogar dejando a las adolescentes en custodia del padre. Es la mala de la historia, es la Nora de Casa de muñecas, es la villana Irene de la ópera Bajazet de Vivaldi, cuya aria Sposa son disprezatta (Esposa, soy despreciada) que acompaña los créditos finales, es un rótulo que concuerda con su accionar. En búsqueda de su espacio, deja atrás un marido que la agobia, dos jóvenes hermanas resentidas por el alejamiento, tratando de poner orden en su nueva vida que compartirá con otro hombre. Mario, el ex marido, está confundido y abrumado, no sabe cómo manejar esta ruptura, intenta salir adelante con sus hijas, pero ante cada contratiempo busca desesperadamente a su ex para plantearle el problema. Tiene la autoestima muy baja, se culpa de no saber tratar a las mujeres, se siente un perdedor ante ellas. La hija mayor lo apoya, cada vez que tiene la oportunidad le recrimina a la madre su comportamiento de manera enérgica. No quiere compromisos ni fuertes ataduras en el amor, tan solo disfrutar el hoy y el aquí. Un simple mensaje de texto basta para dar vuelta la página. La menor, en cambio, se siente desorientada. Molesta con el padre, trata de llamar la atención como sea para estar al lado de la madre, el intento de lesbianismo es una de las argucias. La ópera prima de Claire Burger, en la que la mayoría de los actores son no profesionales, parece tener su contrapartida en la historia, al cobrar importancia las técnicas de la troupe que representará “Atlas”, una obra que pretende dar lugar a la palabra improvisada de sus integrantes vocacionales, para romper la frontera que existe entre el público y el escenario. Allí recurre Mario para dejar atrás sus miedos y soltarse más en la vida. Una vez más el teatro como terapia al igual que en Norberto apenas tarde (Daniel Hendler – 2010), para hacer frente a sus limitaciones y sacar a flote sus virtudes. Un film que tiene al beso como elemento recurrente: el de la hija mayor con su pareja delante del padre en la puerta de la casa, los besos experimentales de la menor con su compañera de clase, el que el protagonista le pide a su colega teatral para sentirse mejor. Una exploración de los sentimientos que a través de perfomances, representaciones teatrales y danzas, refleja una sublimación de los padecimientos y perturbaciones amorosas de cada uno de los miembros de la familia. Una obra innovadora, delicada, en la cual una separación se transforma en un componente positivo y no en un hecho disruptivo. Valoración. Buena
Se aproximan las vacaciones de invierno, los tanques de Hollywood de animación comienzan a saturar las pantallas, a los que se les suele sumar algún producto comercial local, con trilladas aventuras protagonizadas por cómicos rodeados de mediáticas sexys de turno. En medio de ese asedio cinematográfico, con un fin consumista que se reproduce en el merchandising que brota cual epidemia en locales afines, surge un oasis en el presente mes de julio llamado Delfín, una propuesta para toda la familia, sana, honesta, sin ningún tipo de estridencias. Un padre, acuciado por las deudas y la amenaza del desalojo, vive con su hijo de 11 años en una humilde vivienda en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Delfín, nombre que le dio su madre, quiere formar parte de una Orquesta infantil en una localidad vecina con su corno francés. Hará lo imposible para tomar parte de la prueba sin descuidar sus quehaceres diarios como su trabajo en la panadería, la asistencia a la escuela y las prácticas con el instrumento. Los juegos infantiles y las travesuras propias de la edad, completan su mundo junto a la atracción inexplicable que siente por una maestra. El director Gaspar Scheuer con su trayectoria de sonidista y su participación como productor en la maravillosa La calle de los pianistas (Mariano Nante – 2015), pone el foco en la música como medio de esfuerzo y superación. Una película conmovedora, tierna y auténtica que no busca la manipulación emocional del espectador, en la que prevalece la bondad y las buenas intenciones, dejando a los malos en planos generales bien al fondo. Seleccionada entre las nueve participantes del Cannes Écrans Juniors 2019 por su calidad temática vinculada a jóvenes que rozan la adolescencia, desfilan por su trama tópicos como los riesgos de promesas incumplidas, la solidaridad provinciana ante la adversidad y las consecuencias de un comportamiento intempestivo. Valentino Catania, con un rostro muy expresivo, aporta espontaneidad a un personaje inocente, pero tenaz en su propósito. Un sólido elenco de adultos lo rodean en su pequeña gran aventura que se impone por su frescura y naturalidad. Valoración: Buena.
Francia 1805 es el año de la exitosa batalla de Austerlitz para el ejército de Napoleón, una obra maestra táctica del emperador. En ese contexto se mueve un oscuro personaje, François Vidocq, prisionero en una galera, que ya había escapado muchas veces de sus encierros. Se mueve por ambientes sombríos y sucios con otro nombre, escapando de un policía que lo tiene al acecho. El público parece inmerso en una novela de Victor Hugo, más precisamente en Los miserables. Pero no, se trata de El Emperador de París, la última realización de Jean-François Richet sobre la vida de Vidocq, el primer director de la “Seguridad nacional”, cuya vida inspiró al novelista romántico y a Edgar Allan Poe. El relato se centra en los cinco años en que salió de su turbio pasado para ascender socialmente colaborando con la policía de París como infiltrado, en pos de lograr su amnistía. En cambio, se soslaya la intensa vida amorosa que tuvo el creador de la primera agencia de detectives privados. La aventura, presente en los enfrentamientos con cuchillos, los asaltos, los escapes y las persecuciones, marca el ritmo de un film ágil que no decae en ningún momento. Una gran puesta en escena plena de contrastes, entre la luminosidad de los grandes salones de la corte con un colorido vestuario, y los tenebrosos túneles que transita Vidocq junto a las pocilgas donde se aloja, contribuye al realismo de las acciones. Richet introduce al espectador en un mundo de mentiras, venganzas y favores donde las traiciones se pagan con la vida. Un juego de intereses y alianzas donde nadie es lo que aparenta ser, en especial la joven baronesa que interpreta Olga Kurylenko, una trepadora al igual que el personaje que componía Emma Stone en La favorita (Yorgos Lanthimos – 2018). No es sencillo el camino que debe transitar Vincent Cassel (Vidocq), los enemigos se encuentran en todos los ámbitos de la sociedad, en su travesía perderá a amigos, partidarios y hasta su amante. August Diehl junto a Denis Lavant son los villanos repulsivos capaces de cualquier atrocidad. Ambos, a su debido momento, tendrán a sus órdenes una banda clandestina, una policía del submundo que parece surgida de La Corte de los Milagros. A ellos deberá enfrentarse el ex delincuente en escenas que no escatiman violencia. Un combo de Cine de Súper Acción, aquel ciclo emblemático de la TV argentina, un elenco de categoría, junto a una dirección de arte minuciosa que deleitará a quienes buscan entretenimiento e ilustración. Valoración: Buena