Dios, patria y cine noir En su segundo largometraje de ficción, Cristina Fasulino combina una serie de influencias y arriba a un film extraño, donde las partes no llegan a cristalizarse y, sin embargo, consigue un buen resultado. La película está ambientada en 1987; mientras Alfonsín anuncia la ley de amnistía, una docente muere misteriosamente en un colegio franciscano. El investigador Morgan (Gonzalo Urtizberea), un Marlowe criollo, con petaca en lugar de termo, entra al colegio y atraviesa una red de relaciones ocultas, hasta hallar un par de dibujos de una estudiante que parecen anunciar el asesinato. Los dibujos son de Ariadna, una chica nacida en cautiverio mientras su madre, sobreviviente, teme que la amnistía devuelva a los captores a su hogar. Si la primera parte sugiere un thriller sobrenatural, al estilo de Alex De la Iglesia y Guillermo del Toro, la segunda se impone como testimonio de lo que la dictadura dejó (y en ese sentido, El día fuera del tiempo es un desprendimiento de El secreto de sus ojos). De los tres curas del colegio, el padre Rafael, un español agraciado, aparece como el más solícito con Morgan; se muestra protector con Ariadna y atraído hacia su tía, la profesora de música. En ese núcleo la trama empieza a desnudarse, pero Fasulino también incorpora personajes bizarros, como un pirulinero gay y un monaguillo algo retrasado, con corte de pelo a lo Carlitos Balá. Entre algo de humor y una esencia bien porteña, la película encuentra su encanto.
Adictos a la caricatura No es difícil para Mark Ruffalo, galán latino en Hollywood, representar a un adicto al sexo en vías de recuperación, poner cara de “ahora no puedo pero las hice todas” y jugar a ser víctima para ganarse a Gwyneth Paltrow. Pero incluso con el sostén de Tim Robbins, como coordinador de un grupo de rehabilitación cuyo miembro estelar es Adam (Ruffalo), el debut del guionista Stuart Blumberg cuenta con un antecedente en el tema que lo condiciona. Allí donde Shame, de Steve McQueen (ganador del Oscar por 12 años de esclavitud), muestra descarnadamente la ansiedad y la compulsión, el film de Blumberg pone foco en situaciones disparatadas que responden a la “dramedia” y se sintetizan en Neil, el personaje de Josh Gad que no puede resistirse a frotar mujeres en el subterráneo. Tal inclinación por la caricatura pone a Gracias por compartir más cerca de Mejor imposible, el film protagonizado por Jack Nicholson que satiriza el trastorno obsesivo compulsivo, pero sin la gracia narrativa que hizo de este último un clásico del género. La química entre Ruffalo y Paltrow es lo más destacable y en cierto modo compensa los peores vicios de la película.
Vidas al límite En cada versión audiovisual, las biografías de personajes históricos resienten una serie de obstáculos casi insalvables; como al realizar un busto, la idea de transcripción es, en quien mira, más fuerte que la obra misma. En el caso de Violette, el fuerte de Martin Provost (ya conocido por su film Séraphine) radica en volcar una mirada angular sobre un fenómeno cultural del siglo XX, el existencialismo francés, y una de sus pilares, Simone de Beauvoir, a través de la vida de una escritora menos pública pero no menos importante en el desarrollo de aquel movimiento. Violette Leduc no tuvo una vida fácil. Bastarda de nacimiento, sobrevivió la posguerra en el mercado negro, perdió un embarazo y se enamoró en forma platónica de Simone de Beauvoir, que la impulsó a parir sus dolencias en escritos salvajes. El retrato de Beauvoir, en la magnífica interpretación de Sabrine Kiberlain, es ejemplar; muestra su frialdad de la mano con su pasión por lo dionisíaco, el torbellino irrefrenable representado en Violette y, en consecuencia, su madrinazgo sobre la principal protagonista, una pieza clave del film, tiende a orbitar como el verdadero sujeto de la película, por encima de cualquier trazo biográfico. Entre tanto angst, la presentación un tanto caricaturesca de Jean Genet y del mecenas literario Jacques Guérin, factótum en la publicación de La hambrienta, generan descompresión y humor negro durante la filmación de un corto que representa, con citas a El acorazado Potemkin, la pérdida del embarazo de Violette. Con todo y, fundamentalmente, con otro incomparable rol de Emmanuelle Davos, la película pierde frescura al reiterar la venalidad de los personajes y al estirar el metraje más de lo necesario. Son los únicos defectos de una obra que no dejará de ser relevante para aquellos interesados en un contexto literario fundacional.
Apariciones Suerte de Víctor Sueiro pero con mucha más onda, el español Juan Manuel Cotelo saltó a la fama internacional con La última cima, documental sobre el teólogo y sacerdote Pablo Domínguez Prieto, y redobló la apuesta con este documental ficcionado sobre la fe católica que superó récords de audiencia cuando se estrenó en España. En su doble papel de periodista y protagonista, Cotelo se presenta como un incrédulo (la figura es “abogado del diablo”) que recorre el mundo en busca de testimonios sobre apariciones y conversiones; pruebas de fe, digamos. Hay un encuentro con un millonario en la Abadía de Westminster, con un médico norteamericano de pasado abortista, con una modelo colombiana que se hartó de la frivolidad; con Lola Falana, ex bailarina y cantante de Las Vegas, amante de Sammy Davis Jr. Todos ellos hoy comulgan y difunden el catolicismo. La película termina con un peregrinaje a Medjugorje, en Bosnia, meca católica contemporánea y lugar de las primeras apariciones marianas. Aunque Tierra de María está destinada a la grey cristiana, el humor de Cotelo evita que la cinta caiga en un lugar panfletario y trillado.
El camino del exorcista Desde que El exorcista inventara, para el bien o el mal del cine, el subgénero de horror eucarístico, todas las películas sobre posesiones siguieron un rumbo más o menos parecido, crecidas a la sombra de un hit difícil de superar. Líbranos del mal es una variación de la posesión original y eso la hace interesante. Mientras en el clásico de William Friedkin el detective juega un rol marginal, en este film la investigación tiene un rol predominante, a punto que el director Scott Derrickson (El exorcismo de Emily Rose) alterna con buen pulso entre ambos géneros. El oficial Sarchie (Eric Bana) sigue una serie de hechos violentos vinculados a ex marines (el diablo, como en El exorcista, proviene de Medio Oriente; en este caso, de Irak). Hay un operativo en un zoológico a oscuras, luces infrarrojas y una mujer enloquecida que recita “Break On Through” de The Doors. Es lo mejor de la película. Después surge, inevitable, el cura católico, para explicarle a Sarchie que los líos provienen del más allá. El venezolano Edgar Ramírez representa a un exorcista atípico, rockero, un Lou Reed católico, cuyo estilo es forzado y va a contrapelo del drama. Pese a todo, Líbranos del mal tiene suficiente para complacer a los fans del género.
Lobo suelto Ex cantante de Los Baraja, Cadáveres y una larga lista de bandas punk, el extravagante Marcelo Pocavida resultó el candidato ideal para encarnar al primer asesino serial argentino. La actuación, además, tuvo una vuelta de tuerca: su personaje, Ricardo B., es el protagonista de un film slasher en donde encarna a un asesino serial, y a lo largo de la filmación arremete contra todo el staff. Conocidos cultores del circuito gore argentino, con su debut Making off sangriento: Masacre en el set de filmación (al mismo tiempo, adaptación de un mediometraje), los hermanos Quintana hacen una ocurrente lectura del género rojo sangre, donde no sólo hay un serial killer al estilo Texas Chainsaw Massacre sino parodias diversas al cine nacional. Mientras el director dentro del film, un tal Lisandro Acuña (¿un cruce entre Lisandro Alonso y Ezequiel Acuña?), es un estudiante egresado y becado, Ricardo B. parece tener algo personal contra esa casta y su “liberación” dentro del rodaje recuerda a La sombra del vampiro (en el set hay incluso un retrato de Klaus Kinski en Nosferatu). Para redondear el gesto paródico, el rol de policía cazador lo interpreta Javier Diment, activo guionista (Aballay) y realizador de films de género como Diablo.
Una historia de amistad En su debut, la mexicana Claudia Sainte-Luce cuenta una historia autobiográfica, dramática pero atenuada por un tono familiar y al borde de lo empalagoso. Claudia (Ximena Ayala), una huérfana de 22 años, se despierta una noche con dolores abdominales y termina siendo operada de peritonitis en la clínica de la ciudad. Al principio se muestra hosca, más preocupada por retornar a su casa y su trabajo en el supermercado, pero durante la internación se genera una amistad con Mónica (Lisa Owen), hospitalizada en la cama vecina por su infección HIV. Madre de cuatro hijos de distinto padre (el último de los cuales, su verdadero amor, fue quien la infectó), Mónica invita a Claudia a visitar su hogar una vez que ambas son dadas de alta. Luego de una escena inicial rodada cámara en mano (cuando Claudia ingresa al hogar) con un claro estilo Dogma, Los insólitos peces gato es una película de corte sentimentalista, sin ningún grado de tensión. Pese a todo, un cuidado debut de Sainte-Luce, que seguramente repuntará en próximos trabajos.
El delta del tesoro Cuando la marea baja, en la costa isleña afloran cabezas descompuestas de ganado. Un forastero llega, mira las osamentas y huele, más que putrefacción, algún oscuro presagio. Busca asilo en la posada de una mujer mayor, quizá mayor que él, que no pregunta; cuando llega una mujer más joven (¿hija?; ¿amante?), curiosa, el hombre da por toda explicación: “Necesito saber qué hay alrededor”. Y alrededor el forastero cava hoyos en busca, probablemente, del tesoro que algún compinche dejó. El forastero, claro, es un prófugo. En su segundo largometraje, Paulo Pécora traza una ambientación litoraleña digna de los relatos de Saer, con alteraciones visuales y una lograda perturbación del entorno que remiten al cine de Carlos Reygadas y Ben Weathley. La segunda parte marca una clara distinción, con un estilo cercano al thriller, y si bien disminuye el enrarecido, onírico clima de la película, Pécora enfrenta al protagonista con sus perseguidores de un modo original, grotesco, que se eleva en un poético desenlace. La actuación de Germán Da Silva como Pascual (el forastero) es otro acierto de este sugestivo film.
La noche más temida A pocos meses del estreno de La noche de la expiación, el director James DeMonaco vuelve con la primera secuela y así confirma que su idea tiene tela para cortar. En esta ficción, no muy alejada de las teorías más conservadoras sobre el control poblacional, los Nuevos Padres Fundadores de los Estados Unidos dan rienda suelta una vez al año, 12 horas a partir de la medianoche, para que los sectores más violentos e intolerantes hagan una limpieza étnica y de clase. O sea, la purga (tal es el título original) es una licencia para matar pobres, negros y latinos. La purga es también un vale todo donde cualquier hijo de vecino amerita un balazo, pero la cuestión social es el núcleo de la idea y con esta secuela se acentúa. Si la primera película era una mezcla de thriller de ciencia ficción con desenlace de horror slasher, 12 horas para sobrevivir muestra lo que haría John Carpenter con esta idea: hay deambulantes encapuchados al estilo Halloween, una ciudad en llamas como en Escape de Nueva York, un duro justiciero como Kurt Russell y, sobre todo, una parodia política y una crítica social que lleva al extremo las ideas más reaccionarias de muchos sectores de los Estados Unidos. La apuesta fuerte de la película es la de que las familias más pudientes compran ejecuciones y alquilan mercenarios para secuestrar homeless y marginales, con los que organizan cotos de caza para su diversión. Como ocurrió en films recientes, como Ella, el giro está prácticamente tomado de un episodio de la breve pero brillante serie inglesa Black Mirror (otra inspiración y van…), pero el efecto es contundente y deja vía libre a DeMonaco para otra saga.
La otra caída Es 1945 y los aliados invaden Alemania. Los padres de Hannelore Dressler, dos oficiales nazis, optan por escaparse y dejar a la hija mayor a cargo de sus cuatro hermanos. De golpe, Lore se encuentra arrancada de la realidad, como madre sustituta de una nena, dos gemelos y un bebé, arrastrándolos por la Selva Negra para sobrevivir en una Alemania que se ha vuelto hostil, que les niega ayuda por su pasado nazi. El film de la poco prolífica directora australiana Cate Shortland, adaptación de la novela The Dark Room, de Rachel Seiffert, es algo más que una mirada aciaga hacia el interior de la derrota alemana. Menos cerca de La caída que de Madre noche, la novela de Kurt Vonnegut, Shortland hace una impiadosa disección de la orfandad, de una tierra arrasada en donde no hay tan buenos ni tan malos. Durante su huida, Lore y sus hermanos encuentran algo de luz en Thomas, un muchacho judío que la seduce en una brillante escena junto a un arroyo y cierra con la violenta muerte de un orillero. Pero nada es lo que parece y en esa irredenta integridad radica la grandeza de este film.