Un roto para un descosido Conocida por su estilo áspero, la danesa Susanne Bier, directora de Hermanos, encara su primera comedia romántica sin perder el menor toque corrosivo. Ida (Trine Dyrholm) descubre que su marido la engaña justo cuando está por partir desde Copenhague hacia Italia, para asistir a la boda de su hija. El descubrimiento es el golpe de gracia de una tragedia personal: cerca de la tercera edad, Ida está sometida a quimioterapia para combatir cáncer de mamas, pero su peluca rubia, tan natural, y su sonrisa, tan carismática, mantienen el ánimo a flote. En situación no menos desventajosa está Philip (Pierce Brosnan), que perdió a su mujer en un accidente automovilístico. Philip es el padre del novio y todo hace suponer que antes o después de la boda habrá un encuentro amoroso entre ambos, en el escenario deslumbrante de mar y costas rocosas del sur de Italia. Bier presenta esa posibilidad y luego la complica con los rollos de los protagonistas, pero la película avanza gracias a la vulnerable y enamoradiza Ida, cuyo apego a la vida desarma al acartonado Philip. Brosnan, una vez más, impecable en su impostada flema británica.
Mercado 4, Asunción del Paraguay. Víctor es un carretillero, suerte de changarín en la jerga guaraní, que sueña con la fama televisiva mientras el trabajo no le alcanza ni para comprar un celular. Entonces llega la chance: un puestero le ofrece cien dólares, el valor del celular que Víctor anhela, a cambio de transportar un carro con siete cajas al otro extremo del gran mercado. Se desconoce el contenido de los paquetes. Los directores Maneglia y Schembori juegan con ese enigma; hacen hablar a dos puesteros sobre una alta suma en moneda verde y Nelson, otro carretillero, escucha la conversación. Nelson arma una escuadra de carretilleros para interceptar a Víctor, un héroe de fierro que como Javier Mascherano (a quien hasta se parece) sortea todos los obstáculos para cumplir su objetivo. Nominada a los Premios Goya y competidora del Festival de cine de San Sebastián, esta cinta paraguaya hace gala de un humor absurdo y una ironía típicamente latina, sin descuidar los brochazos de thriller ni la crítica social. La cuidada fotografía costumbrista de Richard Careaga redondea esta gran adición del cine sudamericano.
Crítico de cine, ex director del Bafici y codirector de Yo no sé qué me han hecho tus ojos, Sergio Wolf realiza, como hiciera con Ada Falcón, otra poética incursión documentalista, en este caso sobre una lluvia de meteoritos caída en Chaco millones de años atrás que inspiró búsquedas científicas y codiciosas expediciones a lo largo de dos siglos. Con la pertinente alusión del título al relato de H.P. Lovecraft, Wolf busca en el mapa la localidad chaqueña Campo del Cielo, recoge leyendas mocovíes sobre los dioses y la furia del cosmos y las intercala con imágenes de un mediometraje dirigido por Juan Carlos Martínez, integrante de la comunidad mocoví; después se remonta al virreinato y la búsqueda del Mesón de Fierro, el lingote más grande jamás encontrado, para rematarla, ya en la historia reciente, con las investigaciones del catedrático William Cassidy durante los sesenta y las intrépidas incursiones de Robert Haag, comerciante de meteoritos. La polaridad de los norteamericanos Cassidy y Haag –el primero, un noble hombre de ciencia que supo ganarse la amistad de los aborígenes; el otro, un payasesco Indiana Jones– encuentra el dramatismo justo para reavivar, ficcionando lo real, la incandescencia del viejo mito.
En 2006, con la beca de una universidad norteamericana, Julieta Vitullo viaja a las Islas Malvinas para escribir su tesis sobre la guerra y sus repercusiones en la literatura y el cine argentinos. Julieta tenía ocho años cuando estalló la guerra; ella escarba una llaga pero, a diferencia de otros, le da un marco a su búsqueda. “Sólo los vencidos vuelven a buscar respuestas”, cita a alguien, Fogwill o Carlos Gamerro, que incluyó en su bibliografía. En ese trayecto, ella conoce a dos veteranos de guerra, Carlos Enriori y Dacio Agretti; ellos también, más que ningún otro, buscan respuestas. Julieta volverá a las Malvinas en 2010, bajo circunstancias personales más traumáticas; entrevistará a isleños, aprenderá algo más sobre la idiosincrasia del lugar. Pero son las vivencias con los ex combatientes, las de cuatro años antes, aquellas que marcan a fuego a la investigadora y a este documental. Enriori con sus reflexiones sobre el reclamo de soberanía enlutado y su retorno al velorio de un amigo en Dos Cerros; Agretti admirado por la belleza de las islas, con la memoria empañada por aquel crudo invierno. Pequeños momentos hacen a esta película atípica, saludablemente descomprimida de la tensión con que tanto ficciones como documentales abordan aquella temporada trágica.
De remate Favorito de los coleccionistas de arte, el rematador Virgil Oldman vive solitario en una mansión de las afueras de Londres. Está solo, pero no tan solo. Cuando necesita compañía se refugia en la Sala Magna, donde una abrumadora cantidad de retratos femeninos lo consuela con la mirada. Virgil (Geoffrey Rush) consiguió esos cuadros ofertando la mejor cifra, por intermedio de su compinche Billy (Donald Sutherland). Ah, la soledad. Y el leitmotiv se repite. “¿Cómo es estar casado?”, pregunta Virgil a un colega, que responde: “Es vivir preguntándote si compraste con la mejor oferta”. Imprevistamente, aparece una oferta insoslayable: una rubia veinteañera, bella, acaudalada y acomplejada. Claire (Sylvia Hoeks) elige a Virgil para inventariar y subastar la colección de arte que hereda. El corazón de piedra de Virgil tiene un tembleque; el vínculo se vuelve personal y entonces interviene el amigo Billy. “Como las grandes obras –dice–, incluso las emociones pueden falsificarse”. En un raro giro hitchcockiano, Giuseppe Tornatore elucubra un thriller de haute couture con autómatas renacentistas, un playboy nerd (Jim Sturgess) y un romance neurótico. Absolutamente todo (o casi) remite a los encumbrados momentos de Brian De Palma en films como Femme Fatale y Blow Out, y quizá por eso en varios aspectos La mejor oferta resulta previsible. Pero la actuación de Rush y el dominio estilístico de Tornatore, que embellece cada eslabón de la trama con un gran trabajo visual, sostienen a un film digno y atrapante.
Más larga, más monstruosa El año pasado, Michael Bay arrojó al mundo una desopilante comedia de acción titulada Pain & Gain; ambientada en Miami, con Mark Wahlberg como un patovica aprendiz de chorro, su sarcasmo fue tan intenso que nadie la tomó en serio. Bay entendió el mensaje; volvió a su especialidad, armó la cuarta Transformers y la hizo más larga, más monstruosa y cerró contrato con un conglomerado chino (situación que, llamativamente, también se refleja en la pantalla) para haber batido ya récords de taquilla respecto de las secuelas anteriores. Apostando, en reemplazo de Shia LaBeouf, a Wahlberg como nuevo protagonista de un personaje llamado Cade Yeager, La era de la extinción arranca cuando este último descubre a Optimus Prime en su taller de pequeños robots. Con la ciudad de Chicago devastada tras la última invasión alienígena, la CIA impulsa una caza de Transformers que aprovecha Megatron, líder de los Decepticons, para combatir a Optimus y sus Autobots y conquistar la Tierra. Lo más novedoso es la incorporación de un científico capaz de reproducir sus propios Transformers para defender al planeta; una idea que Bay no desarrolla o quizá prefirió estirarla hasta el próximo film. Total, siempre hay tiempo.
Amor o acuerdo Dos muchachos chatean por una webcam hasta que en la pantallita de uno aparece otro, su pareja. El tercero es más joven, supuestamente está solo pero de todos modos se acopla al nuevo panorama. La invitación ya no es conocer a alguien sino participar de una fiesta con una pareja. Y el tercero, “el pendejo” (ninguno tiene nombre), con inocultable temor, se anima al departamento de estos treintañeros. En esta suerte de comedia erótica gay, el cordobés Rodrigo Guerrero no sólo consigue una escena particularmente divertida, previa al ménage à trois, sino que muestra la evolución del extraño (Emiliano Dionisi) desde su tímido ingreso hasta su integración de un modo natural, fresco, real. Del mismo modo, Guerrero plasma muy bien la relación de la pareja que componen Nicolás Armengol, como el más jovial y abierto, en contraste con el inicialmente reacio (y recio) personaje que compone el rosarino Carlos Echevarría (el más fogueado de los actores, con un CV que se remonta a la esencial Garage Olimpo de Marco Bechis). El manejo de los tiempos, la tensión y la descompresión hacen de El tercero una pequeña demostración de maestría cinéfila.
A cierta edad, la gente empieza a temerle al espejo por cuestiones de arrugas, calvicie y demás. Los Russell también pero, a diferencia del resto, lo culpan de sus desgracias. El tercer largo de Mike Flanagan en apenas dos años, que cierra una suerte de tríptico sobre fuerzas espectrales, es un recreo para fans del género resignados a tanto estreno sustentado en guiones obvios y bombardeo audiovisual. Oculus no brilla por su originalidad, pero golpea a tiempo y envuelve desde el comienzo, con flashbacks de una masacre y la excarcelación de Tim Russell, diez años después, acusado de haber matado a sus padres. Tim es convocado por su hermana Kaylie para revisitar estratégicamente la casa donde ocurrió el parricidio, no sin antes recuperar, gracias a su empleo de subastadora, un objeto clave: el espejo que enajenó a la familia y a otras por generaciones (digno decorado, pudo haber sido, de la mansión que enloqueciera a Jack Nicholson en El resplandor). Flanagan inquieta al darle vida al espejo; allí se reflejan imágenes que alteran y encima Kaylie lo provoca con mascotas, sensores de calor y cámaras de video. Aunque la osadía cede y el final no está a la altura de su debut Absentia, Oculus confirma a Flanagan como un realizador personal dentro de uno de los géneros más trillados.
Tras mostrarse en la vidriera de los Oscar con El lado oscuro de la vida, la compañía de los hermanos Weinstein exporta su receta de ganadores losers a territorio británico. Basada en hechos reales y bajo la dirección de David Frankel (El diablo viste a la moda), Mi gran oportunidad cuenta la historia de Paul Potts, un tímido regordete que fue blanco de bullies toda su vida por dedicarse a la ópera, en lugar de ir al pub a hablar de fútbol, hasta que obtuvo su reconocimiento en 2007, tras triunfar en el popular show televisivo Britain’s got Talent. Los Weinstein hacen su habitual truco tribunero: retratan a Potts como empleado de un negocio de venta de celulares en un remoto pueblito galés, mientras el real Potts trabajó para el Partido Liberal en la ciudad inglesa de Bristol. La película alterna entre esta forzada britishness, como sucedáneo de los films de Loach y Mike Leigh, con una historia de amor y una quimérica prueba de suerte en Venecia que realmente dan el voto ganador. Y pese al grand finale excesivo, las actuaciones, en especial las de James Corden como Paul y Alexandra Roach como su amada Julz, son un antídoto contra el pomposo sello Weinstein.
Qué pasa cuando un director provocador encara la remake de un film igualmente espinoso? A juzgar por esta versión de Oldboy a cargo de Spike Lee, lo más probable es que no ocurra nada. Este clásico indiscutido de Park Chan-wook, de por sí la adaptación de un manga, ganó en 2004 el premio del jurado en Cannes y puso al cine coreano en el mapa de los imprescindibles. En ese marco, una remake parece un paso suicida. Parafraseando su título más conocido, Lee no hizo lo correcto. Pero ciertamente lo hizo a su modo. Adaptada a la ciudad de Nueva Orleans, la película sigue fielmente a la original. Joe Doucett (Josh Brolin) interpreta a un policía corrupto que Lee, astutamente, acerca en un juego de espejos al Bad Lieutenant revisitado por Werner Herzog. Doucett es secuestrado y confinado a una habitación clandestina, donde es filmado cual reality show durante (y aquí empieza la pesadilla) veinte años. Doucett escapa y planea su venganza, retratada en un histórico plano secuencia donde destruye a un ejército de sicarios. Mientras en el film de Chan-wook esta escena resulta antológica, en el de Lee no la cree ni el mismo Brolin. El norteamericano quiso llevar a un plano de realismo un film esencialmente surrealista, y ese es su gran problema.