Un plan perfecto El policial argentino gana terreno y se afianza con esta producción que marca el retorno de Pablo Echarri a la pantalla. El mayor problema de Arrebato es que muestra las cartas a poco de iniciarse y no cuesta demasiado entrever el final; su mayor acierto es lograr empantanar esas expectativas y poner en duda el previsible final. Si resulta engorroso definir al film bajo estos parámetros es porque la cinta de Sandra Gugliotta (Un día de suerte) resulta, en sí misma, un trabajo confuso mechado de buenos momentos. Luis Vega (Echarri) es un escritor que no encuentra el tema para su segunda novela. Al principio, Vega aparece dictando una sesuda clase sobre los vericuetos de la ficción, pero su rol docente y su sagacidad desaparecerán tras esa escena. Vega es, en realidad, un ser fastidioso que pese a haber producido un solo best-seller es tratado como Stephen King por su agente editorial. Las contradicciones, entonces, anidan en el núcleo de la película. La idea salvadora es realizar una ficción a partir de un crimen no esclarecido. Vega se acerca a Laura Grotzki (Leticia Brédice), principal sospechosa de la muerte de su marido, y mientras ahonda en un posible crimen pasional crecen también sus celos hacia Carla (Mónica Antonópulos), su mujer, debido a sus reiteradas llegadas tarde del trabajo. El triángulo pasional del que el escritor se nutre se traslada a su vida privada y Gugliotta (también coguionista) consigue que la paranoia de Vega (gracias, sobre todo, a la labor de Antonópulos) sea de a ratos electrizante. La escena final, con acertada musicalización de El mató a un policía motorizado, compensa la tibieza del desenlace.
Rebelión en el parque Ambientada durante la posguerra en Oakton, una ficticia ciudad de la costa este norteamericana (posiblemente inspirada en Boston; sin duda, alguna de Nueva Inglaterra), Locos por las nueces muestra conflictos entre la liliputiense, casi doméstica fauna del Liberty Park (a la manera de la animación contemporánea) y su interacción con el mundo humano, hostil y a la vera del crimen (a la manera de los viejos cortos de animación de Warner Brothers). Antes de que llegue el invierno, una egocéntrica ardilla llamada Surly busca abastecerse de nueces a espaldas de sus colegas. Por su codicia, Surly, junto a su graciosa rata compinche (y muda) Buddy, es desterrado de la plaza por Raccoon, el mapache líder de la cofradía; en su éxodo tropieza con una guarida de maleantes que planea el robo a un banco, usando la casa de tapadera como depósito de nueces. Surly es seguido por Andie, una compasiva ardilla con quien, se desliza, “pasó algo”, y por Grayson, el clásico torpe y cobarde aspirante a héroe. Ni la historia ni los personajes, pese a ser entrañables, deslumbran por su originalidad. El mérito, no menor, de esta coproducción estadounidense, canadiense y coreana, pasa por reproducir con acierto y encanto una historia repetida.
Robo para la causa Un interesante abordaje el del trío de directores compuesto por Neri, Krichmar y Simoncini, acerca de una de las tareas más resonantes de la guerrilla durante los años setenta. Al despuntar 1972, durante el gobierno de Lanusse, un grupo de militantes del PRT-ERP ingresó al Banco Nacional de Desarrollo y se llevó diez millones de dólares. La prensa de la época lo tituló como un robo, pero para ellos fue una expropiación, y su destino, sin confiscar apenas un diezmo, fue financiar la lucha armada. Lo novedoso del film es su factura fronteriza entre documental, making-off y ficción. Oscar y el Turco, los dos militantes que facilitaron la operación por ser empleados del banco, supervisan el casting de actores, se hacen amigos de ellos, intercambian roles en los ensayos, se divierten, hacen un asado. Con la figura siempre presente de Santucho y Víctor “el Gallego” Fernández Palmeiro, cerebro de la operación, Seré millones no cae en un simple homenaje o una reivindicación sino que recrea de modo lúdico un hecho medular en la historia del ERP, sin descuidar la bajada de línea.
Leyenda urbana La enésima revisión del mitológico Hércules (esta vuelta, inspirada en un comic del desaparecido historietista Scott Moore y dirigida por Brett Ratner, de la última X-Men) tiene un par de novedades para ese género siempre al borde de la extinción: el péplum. Ya nadie necesita al nuevo Lou o Arnold rodeado de amazonas voluptuosas. La historia es otra. Dudosamente este Hércules sea hijo de Zeus; es el líder de una elite de mercenarios que sirvió al rey Euristeo y ahora recorre Grecia en busca de los trabajos mejor pagos. Esos son sus nuevos 12 trabajos. No hay mitología sino algo prosaico; quienes crean los mitos son los mercenarios de Hércules, mezcla de bardo medieval con los desquiciados motociclistas de Mad Max, para obtener encargos de sangre y oro. La otra novedad es que Dwayne “La Roca” Johnson se está animando a actuar. Hay, como mucho, dos grados de separación entre su Hércules y el gladiador de Russell Crowe, personaje con el que la historia, a través de flashbacks, tiene cabos sueltos en común. Dwayne, incluso, se arriesga con monerías (requerimiento en boga y cualidad poco frecuente en el cine de acción), lo cual alivia la primera parte del film, largamente monótona, donde Hércules acepta la tarea de proteger al rey de Tracia, Cotys (John Hurt), del despiadado Rhesus (Tobias Santelmann), cuyas dotes de magia vuelven a diversas tribus tracianas contra el reino. La segunda parte intercala escenas de lucha con la relación entre Hércules y Ergenia (Rebecca Ferguson), hasta el retorno de Euristeo (Joseph Fiennes), cuando la trama toma un giro algo impensado. Sin alcanzar la complejidad estética de 300, este segundo tramo combina muy bien la acción con la trama y justifica esta última recurrencia al griego más forzudo.
El recreo de los duros Alguien dijo una vez que ver Los indestructibles (cualquiera de las tres, a elección) es como recibir una patada en el escroto. La frase, sin firma local, es menos acertada que graciosa. Más bien, ver Los indestructibles (nuevamente, cualquiera de las tres) es como ver a los campeones del mundo jugando un torneo de Fútbol 5: todo depende de que uno disfrute el fútbol. Indestructibles 3 arranca cuando Barney Ross (Stallone) y su banda descontrolada rescatan a Doc (Wesley Snipes) de una cárcel rusa de máxima seguridad. En la siguiente misión descubren que Stonebanks (Mel Gibson), el indestructible renegado, sigue vivo; Caesar (Terry Crews) recibe en el escroto algo más que una patada y Ross, con ayuda del Mayor Drummer (Harrison Ford), planea armar una nueva brigada, cambiando a sus colegas por sangre joven. A diferencia de las anteriores, Indestructibles 3 juega más que nunca con la idea (inspirada en cómics como Watchmen) de héroes retirados, oxidados (y lo oxidados que están: a 30 años de sus grandes hits, tipos como Ford y Schwarzenegger parecen encargados de un relicario o conserjes de un hotel en Tuscaloosa). Es el recreo de los duros, el “hasta la vista baby” de Arnie en versión extra large. Si le divierten esas cosas y le gusta la acción, Los indestructibles 3 es su película.
El libre albedrío Enrico Oliveri es líder de la oposición italiana. Mientras se acercan las elecciones, su coalición de izquierda se ha vuelto una maquinaria obsoleta, sorda e impotente a los cambios que reclama el electorado. Tras ser increpado en un congreso, Enrico (el genial Tony Servillo) hace mea culpa y se refugia en París; visita a una ex novia guionista de cine (Valeria Bruni Tedeschi, que es eso y mucho más en la vida real) mientras su asistente, desesperado por la presión mediática, se apura a reemplazarlo por su hermano gemelo Giovanni, un extraviado profesor de filosofía que es rescatado de un loquero. Una curiosidad: el canoso Giovanni se asemeja bastante a José Manuel de la Sota; azarosa y graciosa coincidencia, porque el personaje apuntará a la destrucción del establishment político. Aparte de jugar a príncipe y mendigo (en una escena prodigiosa, Giovanni baila rock en el loquero mientras Enrico se integra al equipo de filmación en París), la película muestra lo que es y no posible, la realidad y la utopía, en un mundo (o al menos, en una Europa) que ha perdido las ilusiones y está un par de escalones abajo del desencanto. Viva la libertà muestra filigranas de un guión que fue varias veces revisado; cuando parece que príncipe y mendigo harán el enroque definitivo, el director Roberto Andò (joven realizador que debutó como asistente de Fellini, Coppola y Cimino) termina con una sesgada referencia a La naranja mecánica. Es una entre tantas citas al cine de la película que, realizada el mismo año de La grande belleza, termina encumbrando al gran Servillo. Tanto, que parece imposible haber sido hecha sin él.
Lo que vale es la intención Para el centenario del nacimiento de Julio Cortázar, y como parte de una serie de eventos conmemorativos a nivel nacional, el director Julio Ludueña escribió y coordinó la realización de diez cortos, a cargo de diez artistas plásticos y dibujantes (con nombres mayúsculos como Luis Felipe Noé y Carlos Alonso, entre otros), inspirados en Historias de Cronopios y de Famas. Considerada una obra menor por los admiradores de Rayuela, Cronopios… es, sin embargo, una colección de cuentos breves, como aforismos lisérgicos, casi surrealistas, donde Cortázar puso a prueba su ingenio. Nada de eso puede percatarse en la película. Los cortos, de libre adaptación (el libro, como cabe imaginar, se resiste a una adaptación literal), naufragan al abrazar la mística de Cortázar, el intelectual denunciante, dejando a un lado el alto voltaje de su visión. La animación es también discreta, anacrónica, como si Pixar nunca hubiera existido (en conjunto, el resultado es como un collage de Fierro y Cerdos & Peces con mensaje tercermundista). Sólo el corto con ilustraciones de Crist, un trasnochado cruce de dos ejércitos con oblicuas referencias a la Conquista del Desierto, se alinea en cierto sentido con la perspectiva cortazariana.
Mirá lo que te digo Víctor Kesselman, director debutante, publicista y artífice de una idea, en apariencia, poco vinculada al cine, propone en Aprox un híbrido de documental y ficción; su finalidad es demostrar la relevancia de los gestos y por qué, a diferencia de las palabras, ellos nunca mienten. Quizá sea su demora en salir a luz, con el consecuente anacronismo de los celulares y monitores que se muestran, junto al escenario, natural para Kesselman, de una agencia publicitaria, y un humor absurdo, lo que hace de Aprox un trabajo que emerge fuera de contexto con lo que actualmente ocurre en el cine argentino (y, quizá por eso, intermitentemente entrañable). Las intermisiones del autor entre escena y escena, para demostrar su teoría gestual mediante gráficos y flashbacks, recuerdan a algunos trabajos de El Pampero Cine (la productora de Mariano Llinás), mientras que tanto la estética como el humor remiten a cierta lógica picaresca del cine durante la primavera alfonsinista. A través de su estructura desarticulada, Aprox pretende un estatus experimental, pero es más bien un capricho de autor para ser disfrutado u odiado.
Vida de un perfeccionista Hijo del célebre compositor Alberto Williams, protagonista de la cultura en pleno apogeo de las vanguardias, Amancio Williams (1913-1989) fue una figura central de la arquitectura argentina. Que muy pocas de sus obras hayan podido concretarse, por la disparidad de sus ambiciones y las posibilidades que ofrecía el país, explica a Williams como una figura marginal, un soñador utópico que prefirió (según declara el mismísimo Clorindo Testa en el documental) avanzar en cada proyecto sin importarle mucho que finalmente se realizara. La Casa sobre el arroyo es la más famosa de sus obras finalizadas, la que más tiempo encuentra en el documental. Construida en Mar del Plata entre 1943 y 1945, la casa, sostenida sobre una suerte de puente, representa las ideas de su autor acerca del uso del espacio y la preservación del suelo. Un año después, Williams concreta los planos de su obra más ambiciosa: un edificio de oficinas suspendido; la obra (como el aeropuerto sobre el río) no se llevaría a cabo y presagia las ideas de Richard Rogers y Norman Foster. El documental muestra la tensión entre Williams y Le Corbusier, cuando el francés lo alentó a realizar, en la práctica, su diseño de la Casa Curutchet; muestra su fugaz relación con Walter Gropius, creador de la escuela Bauhaus, y termina mostrando la brutal vandalización de la Casa sobre el arroyo, símbolo del descuido del patrimonio argentino. Con el testimonio de arquitectos de renombre, familiares y colaboradores de Williams, la película es un documento de enorme valor, no sólo para los interesados en la arquitectura.
Acción mutante Con producción de Michael Bay y protagónico de su actriz fetiche Megan Fox, como la periodista April O’Neal, el primer reboot de Tortugas ninja desde el clásico de 1990 es una superproducción cargada de ideas ya vistas, donde se pierde el espíritu de la historia original. Inicialmente un cómic, luego una tira animada hasta su llegada al cine, el mayor atractivo de estos superhéroes mutantes siempre fue el contraste de sus personalidades. Aparte de los líderes, Leonardo y Splinter, las tortugas destacaban por la rebeldía de Rafael, las excentricidades de Donatello y Michelangelo, el despistado de turno. La película lima en gran parte esas sutilezas de guión, pone énfasis en el personaje de O’Neal (encarnado por una poco convincente Fox) y basa toda la apuesta en el despliegue de escenarios, con imágenes que remiten a otros blockbusters (en el arranque, una Nueva York parecida a la Ciudad Gótica de Batman Inicia; en la acción, a las Spider Man de Sam Raimi). Tortugas ninja deja margen para otra secuela, donde cabe esperar que Bay, o el director de turno, tenga mejores ideas para estas populares criaturas; que las merecen.