Enanitos azules en la Gran Manzana Ya se había intentado llevar a Los Pitufos al cine, sin demasiada trascendencia ("Los pitufos y la flauta mágica"); el éxito de los pequeños seres azules en la televisión de los años 80 exigía una nueva incursión por la pantalla grande. Los ejecutivos de Sony entendieron que con las nuevas técnicas de animación y el abanico de posibilidades visuales que abre la realización en 3D, había motivos sólidos como para reflotar a los personajes lanzados a fines de los años 50 en las historietas del belga Peyo y popularizados dos décadas más tarde por la serie televisiva que produjeron Hanna y Barbera. La tarea fue encomendada a Raja Gosnell, un realizador familiarizado con la técnica de integrar personajes digitales con actores de carne y hueso que ya había logrado buenos resultados en Scooby Doo (2002, 2004). En esta película, Gosnell logra un destacable nivel técnico, pero no logra redondear un producto sobresaliente. Una de las debilidades más notables del filme está en el guión; las situaciones carecen de originalidad, y la interacción de los siempre simpáticos personajes con los seres humanos resulta demasiado previsible y rutinaria. A pesar de la buena actuación de Neil Patrick Harris (conocido por los televidentes a través de "How I met your mother"), la narración nunca levanta vuelo y se convierte en una serie de escenas de persecución entre los Pitufos y el malvado Gargamel (encarnado por un excesivo Hank Azaria?) y el gato Azrael (quizá el personaje en el que las técnicas digitales logran los efectos más sorprendentes); el mensaje final en apoyo de los valores tradicionales como el amor, la defensa de las convicciones y el apoyo a los más débiles no revierte esa sensación. Está claro que la película está pensada para los más chicos; pero en estos tiempos en los que una incursión por internet permite recordar la vieja serie de televisión, la idea de mostrarlos en la pantalla grande y con toda la tecnología merecía un respaldo argumental más sólido.
Todo tiempo pasado ¿fue mejor? Música de fondo y postales de París (las últimas, bajo la lluvia). En los primeros cinco minutos del filme, es todo lo que muestra Woody Allen?. Es suficiente para demostrar (una vez más) que la capital francesa es una de las ciudades más bellas, seductoras y apasionantes del mundo, y que el director está perdidamente enamorado de ella. Allen ya le había rendido un inolvidable homenaje a la Ciudad Luz en aquel soberbio filme que tituló "Todos dicen te quiero"; en esta oportunidad, vuelve a declarar su amor por París a través de una propuesta llena de calidez y sensibilidad. Uno de los principales aciertos del director está en la selección del elenco: es excelente el trabajo del protagonista, Owen Wilson?, eficazmente secundado por un elenco de primera línea. Otro de los puntos a favor es el guión, inteligente, sutil, tierno, románticamente ingenuo; y la clave de la película está en la naturalidad con la que Allen introduce a los espectadores dentro del mundo mágico al que accede el protagonista cuando, a la medianoche, sube a un viejo automóvil para volver casi un siglo atrás en el tiempo. Entonces se suceden con fluidez los encuentros con Hemingway, Cole Porter?, F. Scott Fitzgerald?, Picasso, Dalí, Buñuel y muchos otros ídolos del personaje (y del director del filme, evidentemente). El truco dramático le permite a Woody Allen formular interesantes teorías acerca de la creación artística, de la nostalgia por un pasado glorioso y hasta de la idea de la felicidad que persiguen los seres humanos. Además, le sirve en bandeja la oportunidad de intercalar algunos guiños humorísticos (y homenajes) acerca de la singular atmósfera cultural que impregnó al París de los años 20. El personaje de Marion Cotillard? (Adriana, una amante de Picasso y de Hemingway que cautiva al protagonista) le permite a Allen darle una vuelta de tuerca a la historia e introducir la reflexión de que la nostalgia por los tiempos que se fueron no es una característica excluyente de quienes vivimos en estos días porque siempre se puede encontrar (y extrañar) una época dorada perdida en los años que pasaron. Adriana contrasta, además, desde la sensibilidad y la emoción, con el pragmatismo elemental que gobierna los actos de la vida de los futuros suegros y de Inez, la novia del escritor, graciosamente interpretada por la siempre correcta Rachel McAdams?. El director se permite un par de chistes simples y directos, como el del investigador privado contratado para seguir a Owen que se pierde en el tiempo, y una especie de cameo "king size" a cargo de Carla Bruni?, pero el tono del filme es decididamente romántico y lleno de nostalgia. Y la fotografía, que durante una buena porción de la filmografía de Woody deslumbró a los espectadores subrayando las bellezas neoyorquinas, aquí se rinde incondicionalmente a la indescriptible majestuosidad de los paisajes parisinos y a la irresistible seducción de los rincones cálidos e íntimos que generan a cada paso sus callecitas empedradas y sinuosas. A pesar de proponer un desenlace quizá demasiado explícito, Allen vuelve a lograr una película deliciosa, de esas que se disfrutan con una sonrisa en los labios desde el primer fotograma hasta los títulos del final.
Nada que ver con Jacinta Pichimahuida Desde hace algunos años, el cine (y, sobre todo, la televisión) está impulsando personajes políticamente incorrectos, y una clave de humor zafada, con toques escatológicos y al borde (o un poco más allá) del mal gusto. Actores, directores y libretistas jóvenes (y no tanto) están en esta línea, que tiene legiones de seguidores en todas partes del mundo. Jake Kasdan inscribe esta comedia en ese rubro, con resultado desparejo; el director se ocupa de pintar con claridad a la protagonista, una maestra con cero vocación docente que trata de conseguir un buen partido para casarse. En ese empeño, decide operarse los senos para lucir más atractiva, y no desprecia ninguna posibilidad (legal o ilegal) de conseguir los dólares necesarios para concretar la intervención quirúrgica. Mientras tanto, maltrata alumnos, fuma porros, bebe alcohol, descuida sus clases, ignora olímpicamente a sus colegas y desprecia a todo aquel que no pueda exhibir una jugosa cuenta bancaria. Cameron Diaz trata de ajustar su interpretación a los rasgos del personaje, pero no logra concretar un buen trabajo, mas allá de su espléndida figura. El problema es que la comprenden las generales de la ley que gobierna a toda la película: así como la mayor parte de las situaciones obvian la sutileza, las interpretaciones actorales carecen de matices (a excepción, tal vez, del trabajo de Phyllis Smith, la regordeta colega de la protagonista con la que ésta logra una mínima sintonía). Con todo, el filme muestra momentos francamente divertidos; generalmente, se trata de "gags" o de chistes puntuales que aprovechan las características especiales de determinados personajes. La trama, sin embargo, no consigue el impacto que promete el tema del filme. El problema fundamental es que Kasdan no logra balancear el relato ni disimular algunas deficiencias del guión, demasiado previsible a pesar de que el tono zafado de la trama habilitaría la expectativa de giros argumentales en cualquier dirección.
A luchar por la justicia El director Joe Johnston podría haberse contentado con hacer una película más para sumarla a la gran cantidad de títulos que han reflotado a una impresionante cantidad de héroes de historieta, ciñéndose a lo que se supone que la mayor parte del público espera cuando concurre a ver este tipo de cine. Es decir, mucha destrucción, profusión de efectos especiales y espectaculares escenas de acción. Sin embargo, el realizador se toma su tiempo para relatar prolijamente los antecedentes del personaje y sus tribulaciones cuando, infructuosamente, trata de sumarse a las filas del ejército para pelear por su patria en la guerra contra Hitler. Apoyado en una ambientación excelente de los años ’40, Johnston sorprende con esa parte del relato casi tanto como con la apariencia que logra (a través de un doblaje técnicamente perfecto) para el protagonista. Chris Evans muestra entonces un físico enclenque que contrasta con los músculos trabajados del Capitán América, en el que se convertirá por obra y gracia de un experimento científico. Ya con las características del héroe, tendrá que pasar por un "purgatorio" como artista de teatro encargado de inflamar el espíritu patriótico de sus connacionales (con el objetivo de que compren bonos para financiar la guerra) antes de pasar a la acción y ocuparse personalmente de destruir a la siniestra organización Hydra, integrada por los más nazis entre los nazis, que pretende apoderarse de todo el planeta, Alemania incluida. Los guionistas se han ocupado de suavizar las características más patrioteras del personaje, a través de (por ejemplo) un par de números musicales que recrean con muy buenas armas y bastante humor el espíritu de la época. Las escenas de acción están perfectamente logradas y dosificadas con buen criterio dentro del ritmo del relato. De manera que las dos horas de película transcurren sin sobresaltos. El final, por supuesto, no es otra cosa que una invitación masiva a ver "Los vengadores" el año que viene.
Cuidado con el castor Jodie Foster vuelve a dirigir después de más de 15 años y elige una historia muy original, acerca de un hombre que encuentra en el títere de un castor un ancla con el mundo, del cual estaba casi totalmente apartado por una profunda depresión. Walter se convierte en protagonista excluyente de la película y es importante subrayar que la elección de Mel Gibson para encarnarlo resulta sumamente acertada; aquí, el protagonista de tantas aventuras alocadas y de vertiginosas historias de acción (y también de un recordable "Hamlet", de la mano de Franco Zeffirelli) confirma que es un gran actor; compenetrado al máximo con el papel, logra convencer al público de que un hombre, voluntaria e indisolublemente atado a un títere que habla por él, no sólo no resulta ridículo sino que puede ser tremendamente conmovedor. Walter, al borde del suicidio, se desdobla entre su propia persona (gris, débil, destrozada) y la fuerte personalidad del castor que lleva en su mano izquierda; el muñeco asume el comando de esta compleja entidad y parece que Walter va a encontrar un camino para resolver sus problemas. Pero las cosas no son tan sencillas, y paralelamente, se desarrolla el conflicto de su hijo mayor, obsesionado por la idea de tener que repetir el oscuro destino de su progenitor. Un gran mérito de la directora es asumir sin complejos un asunto que, bajo otro tratamiento, podría caer fácilmente en el ridículo. Foster lo toma con naturalidad, lo narra hábilmente y, apoyada en un elenco sólido (que ella también integra), termina por entregar una de esas películas que dejan mucho margen para la reflexión. Otro rasgo de inteligencia de la directora está expresado en la evidente intención de escapar de las fórmulas del melodrama y de zafar, a través del humor y de la transgresión, de situaciones que la solemnidad condenaría irremisiblemente al ridículo. Es posible que la película no conquiste al gran público; pero no deja de ser una propuesta más que interesante.
Los autitos se pasean por el mundo Hace cinco años, los estudios Pixar deslumbraron a los espectadores con una entrañable historia protagonizada por automóviles "humanizados" a través de la gran expresividad que les dan un par de ojos en los parabrisas y bocas en la parrilla delantera. Los artistas de los estudios sorprendieron por la calidad de los dibujos y por lo imaginativo de los escenarios concebidos para cada una de las escenas, además del extraordinario manejo de las técnicas de animación digital. Y, por sobre todas las cosas, llegaron al corazón de los públicos de todas las edades con una historia simple, bien contada y aderezada con toques de humor y de nostalgia sabiamente balanceados con escenas de intensa acción. Muchas de las virtudes de aquella primera entrega están presentes en esta (inevitable) continuación; el grave inconveniente está en la historia, que no parece surgida de la misma usina de ideas que permitió plasmar excelentes películas como "Wall-E", "Buscando a Nemo", "Up, una aventura de altura" o esa trilogía histórica que es "Toy Story". El protagonista de esta aventura de los simpáticos autitos es Mate, la grúa que tenía un papel secundario en la primera entrega; Rayo McQueen, el héroe, está relegado en esta historia (bastante confusa para los más chicos) de agentes secretos, espionaje internacional y combustibles alternativos. La narración no es fluida y la atención del espectador va y viene a lo largo de todo el relato. El gran aporte de esta secuela está, sin dudas, en la magistral elección de los escenarios en los que transcurre la historia: las recreaciones de Tokio, París, Londres y de un par de deliciosas ciudades italianas no tiene desperdicio. Y la concepción del encuadre, así como la realización técnica, son impecables. Advertencia: no llegar tarde a la proyección para no perderse "Una aventura en Hawai", el habitual cortometraje que Pixar siempre regala a sus espectadores en oportunidad de sus estrenos. Están todos los personajes de Toy Story (menos Andy).
Todo está escrito George Nolfi debuta como director con este largometraje para el que también escribió el guión, basándose en una novela que publicó hace casi medio siglo el siempre ingenioso Philip K. Dick (Blade runner, Minority report). Durante los primeros minutos parece que el filme se va a centrar en las intrigas y los vericuetos del mundo de la política norteamericana (hay varios personajes notables de ese ambiente que hacen brevísimas apariciones); sin embargo, pronto la trama sufre un giro (interesante) que lo lleva a desarrollar una historia romántica en un escenario de ciencia ficción. El protagonista se relaciona casualmente con una enigmática mujer y entre ambos surge una electrizante química; paralelamente, se hace evidente que los miembros de un grupo especial (los agentes del destino de los que habla el título) van a intervenir permanentemente para "ajustar" el desarrollo de los hechos al cumplimiento de un misterioso plan establecido de antemano por vaya a saberse qué fuerza sobrenatural. Nolfi cuenta la historia con solvencia y con muy buen ritmo, y alterna las escenas de acción entre el protagonista y los hombres que lo acechan con las intervenciones de la extraña joven (la ascendente Emily Blunt), que parece destinada a compartir su vida con la del joven político, a pesar de los esfuerzos para separarlos que harán los extraños agentes. La película se deja ver con agrado, y tiene algunos hallazgos visuales sumamente atractivos. Sin embargo, el argumento (que amaga con ofrecer sabrosos interrogantes acerca del destino, la fatalidad, el libre albedrío y las consecuencias que producen los actos de los seres humanos) se torna un tanto obvio y esquemático a la hora de plantear el desenlace. De cualquier manera, el saldo que deja la película es positivo; y en buena medida, esto se debe a las convincentes actuaciones de un elenco muy sólido, con menciones destacadas para Matt Damon, Blunt, Anthony Mackie y el siempre eficaz Terence Stamp.
Hasta que nada quede en pie En el tema de las franquicias exitosas no hay secretos: se trata de repetir las fórmulas de seguro impacto en el público y, si la trama puede ofrecer algún elemento original o novedoso, mejor. Si no, no hay mayor inconveniente; se muestran los mismos personajes, las mismas situaciones y se calcan los recursos que hicieron exitosas a las anteriores entregas de la saga. Hay directores que muestran cierto pudor y, en consecuencia, intentan modificar algunos elementos para diferenciar el nuevo episodio de los que ya se vieron. Michael Bay no pertenece a este grupo. El director no es capaz de controlar la fascinación que le producen los efectos especiales, y no logra dosificar las escenas de acción, que a fuerza de repetirse, terminan por aburrir mortalmente. Durante el primer cuarto de hora, sin embargo, parece que habrá novedades; el argumento introduce la idea de que la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia, en la segunda mitad del siglo XX, se debió en realidad al intento de los humanos de intervenir en la guerra entre los Autobots y los Decepticons. Y a Sam Witwicky, el protagonista de las dos anteriores entregas, se lo encuentra con nueva novia y desempleado. Y se acabó. En seguida comienzan (y se prolongan durante algo más de ¡dos horas!) las escenas en las que enormes maquinarias se destruyen mutuamente mientras demuelen prolijamente todo lo que hay alrededor (por ejemplo, un par de ciudades norteamericanas). Entre las maquinarias enardecidas que se disparan con misiles o se trenzan en combates cuerpo a cuerpo, aportan su cuota de destrucción grupos de humanos armados hasta los dientes, comandados desde centrales de inteligencia que permanentemente imparten órdenes equivocadas. El publicitado reemplazo de Megan Fox por Rosie Huntington-Whiteley no marca diferencia alguna; y provoca cierta melancolía ver completamente desperdiciados a buenos actores como John Malkovich, Frances McDormand o John Turturro.
La rebelión de las amas de casa François Ozon es un director que ha dado muestras de originalidad dentro del cine francés actual, con títulos como "La piscina", "8 mujeres" o "Gotas que caen sobre rocas calientes". En esta oportunidad, toma una pieza teatral de Barillet y Grédy, y recrea una comedia ubicada en los años 70 en la que el trasfondo es la revalorización del rol de las mujeres en la sociedad. Convoca para formar el elenco a dos glorias del cine francés como Catherine Deneuve y Gerard Depardieu y rinde un evidente homenaje a Jacques Demy, aquel de "Los paraguas de Cherburgo", "Las señoritas de Rochefort" y "Piel de asno" (casualmente, las tres protagonizadas por Deneuve). Ozon toma la historia de una mujer que redescubre sus ocultos talentos y se revaloriza como ser humano al tener que asumir la dirección de la fábrica (de paraguas) que regentea su marido enfermo, y la encara como una comedia con rasgos vodevilescos, con un tratamiento visual y formal obviamente desplazado en el tiempo para que coincida con la década del 70, en la que transcurre la acción. El problema es que su película se ve vieja y pasada de moda; la atrevida inclusión de un par de números musicales resulta fallida porque no logra que el público supere ese umbral de aceptación de las convenciones del género que resulta indispensable para que los actores no luzcan ridículos cuando rompen a cantar. Por lo tanto, las situaciones resultan poco convincentes, las actuaciones se ven postizas, los pasos de comedia no logran el efecto deseado y el fundamento conceptual de la película (la revalorización de la condición femenina) aparece impostado e inconsistente. El filme, con todo, alcanza a mostrar retazos del talento artístico de los protagonistas (y también de algunos actores secundarios) y de la idoneidad del director para narrar una historia, pero resulta insuficiente para convertirse en la fábula con enseñanzas sociales que pretendió ser.
El camino de la redención se abre por extraños senderos Las imágenes parecen salidas de una película del gran Sergio Leone; los jinetes cabalgan lentamente, el polvo se levanta bajo los cascos de los caballos, los rostros desencajados presagian la violencia que pronto va a ganar toda la pantalla, la música enmarca emotivamente la escena. Sin embargo, las vestimentas advierten al espectador que no está viendo vaqueros en el salvaje oeste norteamericano sino gauchos argentinos; y hay otra particularidad: el marco geográfico no es la llanura pampeana sino un árido paisaje al fondo del cual, invariablemente, se advierte el perfil de las montañas. Por lo demás, esta película dirigida por Fernando Spiner se ajusta acabadamente a los cánones del western; y el realizador sale airoso de la prueba, que con un tratamiento menos comprometido con el género hubiera podido convertirse sin demasiado esfuerzo en una enorme ridiculez. El relato capta casi desde el primer fotograma la atención del espectador. La escena de apertura, que sirve tanto de presentación del protagonista como para establecer uno de los ejes del drama, está resuelta con enorme solvencia. Afortunadamente, el cine argentino ya ha superado ese umbral de calidad y profesionalismo que le permite enfrentar satisfactoriamente estas secuencias de acción y con ambientación de época. Por lo tanto, el espectador puede liberarse de la angustia de esperar con temor algún tropiezo técnico y dejarse llevar por el ritmo del relato. Aballay, al frente de una banda de forajidos, ultima al padre de un niño en presencia de éste. Los dos personajes cruzan una mirada que los signa profundamente; el gaucho vivirá de ahora en más el calvario del arrepentimiento y de la búsqueda de la redención y el muchacho esperará con impaciencia el momento en el que, ya adulto, pueda consumar la venganza. La presencia de los demás personajes traza líneas dramáticas que subrayan la potencia de la tragedia de los protagonistas. El Muerto (Claudio Rissi, en un buen trabajo si se prescinde de la inexplicable tonada), otro bandido, quiere hacer suya a la sugestiva Juana (Moro Anghileri, muy correcta), quien a su vez se siente atraída por Julián (Nazareno Casero), ya convertido en el joven que llega buscando a Aballay (un convincente Pablo Cedrón) para ultimarlo. La película alterna escenas de acción y de violencia con otras de ritmo más pausado y reflexivo. La mezcla permite al director dosificar el relato y mantener la atención del espectador hasta llegar al esperado desenlace. Y, desde el punto de vista dramático, resulta sumamente interesante el encuentro entre los protagonistas, hasta que se produce la inevitable revelación final. Los aspectos visuales del filme son descollantes; los movimientos de cámara, sobre todo en las escenas de acción, se ven impecables. También son puntos altos la calidad de la fotografía y de la iluminación, puestas con sensibilidad e inteligencia al servicio de los magníficos escenarios naturales de Amaicha de Valle.