Por siempre Woody Boris Yellnicoff trata de definir ante sus amigos el tipo de relación que tiene con la joven Melody. "Me acompaña a las guardias de los hospitales cada vez que creo tener un melanoma", relata con naturalidad. En la platea, los seguidores (admiradores) de Woody Allen se regocijan íntimamente o festejan con carcajadas. Es que el viejo maestro neoyorquino vuelve con todo y despliega su arsenal de ironías, comentarios ácidos, chistes eficaces y reflexiones profundamente lúcidas (y absurdas) en esta comedia, filmada sobre un guión escrito hace más de tres décadas y ambientada nuevamente en su adorada Manhattan. Desde los títulos (las archiconocidas letras blancas sobre fondo negro, con los nombres ya familiares de los integrantes del equipo técnico) y la primera escena (el protagonista conversa con tres amigos y termina dirigiéndose a la cámara para hablarles a los espectadores) se tiene la sensación de que el Woody de las viejas comedias está de vuelta. El personaje central (neurótico, ácido, hipocondríaco, de a ratos insoportable) es el que en los viejos tiempos hubiera encarnado el propio director; en esta oportunidad se lo confía a Larry David (coautor de "Seinfeld", autor y protagonista de la sitcom "Curb your enthusiasm") y logra un notable acierto. Y vuelve a dar en la tecla con el tratamiento del filme: la narración es ágil, la introducción de nuevos personajes refresca el relato y los chistes funcionan a la perfección. El protagonista se dirige abiertamente al público no sólo como recurso cinematográfico, sino como confirmación de la idea, ya expuesta en el cine de Allen, de que la pantalla no es otra cosa que un límite difuso que, lejos de dividir, vincula a dos mundos fantásticos. El guión es sólido, los actores (en especial esa muy buena comediante que es Ewan Rachel Wood) le sacan el jugo a las situaciones de que disponen, y la historia cierra con un final que sólo Woody Allen es capaz de animarse a proponer.
Una joven máquina de matar El director Joe Wright no pierde el tiempo. En la primera escena pinta descarnadamente a la protagonista, y explota dramáticamente la rigurosidad del escenario elegido: la helada desolación de un bosque finlandés, en la que la muchacha caza y descarna a mano limpia un enorme ciervo. Rápidamente se plantea la relación de Hanna con su padre y entonces, a pocos minutos de comenzada la proyección, ya se entiende que la trama, si bien ha de remitir forzosamente a otros exponentes del género como "Bourne", "Nikita" o "Alias", va a presentar elementos singulares y distintivos. También será original el tratamiento visual que propone Wright; el realizador entrega otro excelente plano secuencia de varios minutos (en una estación de ómnibus y otra de subte de Alemania) que evoca a aquel -monumental- de la evacuación de los soldados aliados que concretó en "Expiación, deseo y pecado"; y también propone ciertas originalidades a partir de la introducción en la trama de una familia británica que (en cierta medida, involuntariamente) ayuda a la protagonista en su huida por el norte de África y el sur de España. Si se quiere, la película puede verse como una más que pinta la persecución de un fugitivo a manos de una organización gubernamental poderosa. Pero la trama muestra condimentos propios más que interesantes: la perseguida es poco más que una niña, y esta niña está poniendo a prueba su especial condición no sólo en las vicisitudes de la fuga sino -fundamentalmente- en el violento contacto que experimenta con un mundo "civilizado" que desconocía absolutamente. Y como si esto fuera poco, Hanna debe desentrañar los oscuros detalles de sus orígenes, signados por las mentiras y la tragedia. En suma: Wright propone (y logra) suspenso, intriga y algo más.
Po lucha contra el mal y busca su origen El comienzo del filme es casi una obra de arte; los dibujos de fuerte inspiración oriental que se suceden en la pantalla, además de narrar con gran síntesis el prólogo del argumento, constituyen una delicia visual y una demostración de creatividad y de buen gusto. Casi inmediatamente, con la presentación de los personajes, ya conocidos por los que vieron la primera película, se inicia la aventura. Hay bastante humor y mucha (demasiada, podría decirse) acción, concentrada en duelos de kung fu que sorprenden por la perfección técnica de la realización y que apuntalan el ritmo del filme, pero que también debilitan la consistencia de la trama. La historia queda clara y los personajes se lucen, pero hay puntas del argumento que merecían mejor desarrollo; los guionistas, sin embargo, siguen apostando fuertemente a la acción y cargan el peso de la narración casi exclusivamente en ese tipo de escenas. A juzgar por las recaudaciones que logran los filmes, no están equivocados. La secuencia final, que describe un combate entre las fuerzas comandadas por el villano de turno (un pavo real obsesionado porque no puede acabar con el inefable panda) y los Cinco Furiosos, no tiene desperdicio. En paralelo, se va develando el misterio de los orígenes de Po, una historia trágica que, por momentos, contiene imágenes sobrecogedoras. El filme busca un balance entre la acción, el humor, la apelación al sentimentalismo y la exposición de la eterna lucha entre el bien y el mal; la mezcla, con predominio de la espectacularidad de las escenas, está lo suficientemente bien dosificada como para satisfacer a públicos de diversas edades. Todas las virtudes que muestra el filme en el aspecto visual resultan magníficamente resaltadas en la versión en 3D. Es en este tipo de películas en que se percibe cabalmente la sensación de la tercera dimensión, que alcanza por momentos un sorprendente realismo.
Los mutantes y el orgullo de ser diferente De las innumerables películas que se han hecho a partir de la popularidad de los héroes de historieta, la serie de los mutantes resulta una de las más consistentes. Las dos primeras entregas (dirigidas por el inteligente Bryan Singer), además de ser muy buenas películas de acción y aventuras, instalaron el tema de los seres especiales, que disponen de habilidades que los convierten en personas singulares, pero que por esa misma razón sufren discriminación, prejuicios, odio y persecuciones. La tercera entrega de la saga corrió el enfoque hacia la acción, y la cuarta comenzó la exploración de los orígenes de los mutantes, concentrándose en Wolverine, uno de los personajes más populares. Esta película explica el comienzo de todo: Charles Xavier y Eric Lehnsherr vivirán experiencias que los marcarán profundamente e intervendrán decisivamente en un episodio que podría haber desencadenado una guerra nuclear: la crisis de los misiles rusos en Cuba, en 1962. En esos episodios se sentarán las bases que derivarán en la aparición del Profesor X y de Magneto, respectivamente, como archienemigos eternos. El salto atrás en el tiempo responde a requerimientos comerciales, porque la saga aparecía ya un tanto agotada; la presencia de actores jóvenes renueva el interés del público y abre la posibilidad de nuevas aventuras en posteriores entregas, pero por sobre todas las cosas, da pie a una narración entretenida y administrada con excelente ritmo, al punto que las más de dos horas de proyección pasan casi inadvertidas. El director Matthew Vaughn ha sabido recrear el espíritu de la historieta, y presenta personajes consistentes y atractivos, además de introducir con nuevos bríos el tema de la discriminación y del orgullo de ser distinto. De manera que hasta puede perdonarse un error incomprensible en una producción multimillonaria: nuestra Villa Gesell aparece pintada como un apacible pueblito con lago, montañas y cabañas estilo suizo.
Las estrategias de un abogado Suele decirse en el teatro que una pieza que transcurre en la sala de un juzgado siempre resultará entretenida; el concepto, válido en el cine, ha dado pie a una infinidad de títulos a lo largo de la historia del séptimo arte. Sin embargo, en los últimos años (y bajo el dominio de los efectos especiales y del 3D), el género parece haber quedado relegado a las series de televisión. El director Brad Furman, sobre el argumento de una novela de Michael Connelly, retoma el tema y entrega una narración interesante (a pesar de cierta confusión en los primeros minutos), con la que logra mantener la atención de los espectadores a lo largo de casi dos horas de proyección. El realizador dispone de un elenco sólido (sobre todo en los roles secundarios, con buenos trabajos de William H. Macy y de Marisa Tomei) y solventes personificaciones de los protagonistas, Matthew McConaughey y Ryan Phillippe. Pero el logro más significativo del filme está en la manera de contarlo, un poco "a la antigua", sin estridencias, sin escenas explosivas pero con muy buen ritmo. La trama (densa, sustanciosa) colabora en la construcción de los climas; los giros del argumento se van dando con naturalidad, sin mayores arbitrariedades, y las complicaciones que va sufriendo un caso aparentemente sencillo van sorprendiendo al espectador al mismo tiempo que al protagonista. Este abogado inescrupuloso, que tiene su oficina montada en un antiguo automóvil Lincoln (el título original es "The Lincoln lawyer"), tiene siempre presente una máxima de su padre: el hombre sostenía que era muy difícil defender a un inocente porque un error conduciría indefectiblemente a una enorme injusticia. El letrado enfrenta, en un caso aparentemente sencillo, la posibilidad de enmendar un error cometido en el pasado, pero deberá proceder con gran astucia para lograrlo. En la línea de las películas inspiradas en las novelas de John Grisham, este "thriller legal" resulta muy satisfactorio.
Más aventuras del capitán Sparrow Los estudios Disney y el megaproductor Jerry Bruckheimer ya saben de memoria cómo pilotear esta nave de los Piratas que inventaron en 2003; en esta oportunidad, cambiaron al eficaz Gore Verbinski (al mando de las primeras tres entregas de la saga) por Rob Marshall (director del notable musical "Chicago"), prescindieron de algunas de las figuras secundarias (Keira Knightley, Orlando Bloom, Jonathan Pryce), incorporaron a la bella Penélope Cruz y al correcto Ian McShane. Apostaron, además, a simplificar la historia (enredada y hasta incomprensible por la cantidad de subtramas) de las tres películas anteriores. El resultado tiene aciertos y errores: si bien el argumento resulta más consistente, la narración presenta problemas de ritmo y la película, aunque algo más corta que sus predecesoras, parece más pesada. La responsabilidad, en este caso, recae fundamentalmente en la tarea del director, que no logra balancear adecuadamente las escenas "lentas" (indispensables para el desarrollo de la trama) con las de acción, que conforman indudablemente la columna vertebral del filme. El primer cuarto de hora promete mucho; después hay un bajón notable y el ritmo parece renacer en la segunda mitad, pero evidentemente, la acción no es el fuerte de Marshall. Resulta interesante y novedosa la aparición de las sirenas (Astrid Berges-Frisbey, bellísima) y aparece desaprovechada la interacción entre Sparrow y Angélica (la hija de Barba Negra que interpreta Penélope Cruz). Johnny Depp asume casi con exclusividad el protagonismo de la película, y repite incansablemente los tics que hicieron más que popular a su personaje. Sale airoso, aunque se trate de la cuarta entrega; pero se plantea el interrogante: ¿estará agotado? ¿se habrá visto ya todo lo que Jack Sparrow tenía para mostrar? Habrá oportunidad de responder a estas preguntas, porque es casi seguro que esta no ha de ser la última aventura que el inquieto capitán pirata vivirá en la pantalla.
Madre hay una sola Desde hace seis décadas, los estudios Disney han sorprendido a los públicos de todo el mundo con una serie de documentales sobre la vida de los animales silvestres. Desde "El desierto viviente" o "El ártico salvaje" hasta este estreno, los técnicos y los artistas se han preocupado no sólo por registrar minuciosamente todos los aspectos de la vida cotidiana de las distintas especies, sino de realizar una titánica tarea de montaje para presentar todo ese material en función de una historia más o menos dramática, con lo que el impacto sobre los espectadores queda asegurado. No es tarea fácil, por cierto, y desde siempre, se les ha criticado a los guionistas una tendencia a "humanizar" las relaciones, los conflictos y la interacción entre los animales, con la consiguiente pérdida del propio carácter de éstos. Lo que no debe perderse de vista, en todos los casos, es la calidad técnica que muestran estos productos. En esta oportunidad, el relato se articula alrededor de una guepardo hembra y sus cachorros, y de una joven leona que pierde a su madre y debe luchar para ser readmitida en la manada. Guiados por la voz de un relator, los espectadores asisten a un registro deslumbrante de los más mínimos detalles de la vida y de la diaria lucha por la subsistencia de cada uno de estos animales. Si bien los guionistas no han evitado las violentas escenas de caza, es cierto que el admirable montaje de las escenas suaviza las imágenes más fuertes. El uso de la música resulta apropiado para subrayar el carácter de cada una de las escenas, aunque (como suele suceder en este tipo de películas) en algunos casos parece demasiado obvia y descriptiva. La fotografía es excelente, y hay que resaltar el ímprobo trabajo que supone lograr las sorprendentes tomas que se proyectan a lo largo de una hora y media de relato. También debe señalarse que el ritmo de la narración decae sobre la mitad del filme y la trama se vuelve reiterativa hacia el final, sin que esto le reste méritos a la producción.
Caperucita en el crepúsculo Lo interesante de los relatos clásicos es que siempre admiten nuevas versiones e interpretaciones; en este caso, le toca a la tradicional historia de Caperucita y el Lobo, bajo el tratamiento de una trama de violencia e intriga. El punto de partida es el conflicto de una joven, enamorada de un leñador pero obligada a casarse con otro joven, de mejor posición económica; el drama comienza cuando la hermana de la protagonista aparece muerta por el ataque de un misterioso hombre lobo que atemoriza a todo el poblado. Los aldeanos, desesperados, convocan a una suerte de exorcista que se especializa en eliminar a este tipo de bestias; cuando éste llega, desencadena una nueva crisis al revelar que el hombre lobo se oculta bajo una apariencia humana, y que por lo tanto puede ser cualquiera de los habitantes del pueblito. La directora Catherine Hardwicke intenta reflotar en este filme los mecanismos que le dieron buenos resultados (al menos, en la aceptación por parte del público adolescente) en "Crepúsculo", pero sufre demasiados tropiezos. La trama muestra debilidades que impiden que el público entre en la convención indispensable en este tipo de relatos: no se pretende que la historia sea creíble sino que resulte convincente. Además, el paralelo con el tradicional cuento se va haciendo cada vez más forzado y arbitrario. Amanda Seyfried trata en todo momento de darle intensidad a su personaje, pero el guión no le brinda demasiadas oportunidades; Gary Oldman, un muy buen actor, aparece duro y esquemático en el rol del exterminador de hombres lobo, y Julie Christie se ve un tanto desconcertada con el personaje de la abuela. Los efectos especiales y los aspectos visuales están muy cuidados, pero la puesta en escena no termina de convencer. En síntesis: Hardwicke parece haberse quedado a mitad camino entre una realización de suspenso y terror y la reedición de la aventura romántica con rasgos dramáticos y fantásticos que intentó en "Crepúsculo".
Un seductor con familia ficticia Dennis Dugan ya hizo varias películas con Adam Sandler ("Un papá genial", "Yo los declaro marido y... Larry", "No te metas con Zohan") y la dupla nunca logró un resultado altamente satisfactorio. En esta oportunidad, la trama se basa (libremente) en "Flor de cactus", una comedia inspirada, a su vez, en una exitosa obra de teatro. La película no logra alzar vuelo, a pesar de que en el primer cuarto de hora pareciera establecerse un planteo interesante, con elementos originales como base de la comedia de enredos. Dugan presenta al personaje de Sandler, un cirujano plástico, a través de la relación con sus pacientes y ex pacientes, y apela a elementos sorpresivos para esbozar una crítica a la adicción que tienen algunas personas a las cirugías estéticas. Pero la ilusión dura poco; el guión rápidamente se centra en los malos entendidos que surgen de la falsa relación del protagonista con su secretaria (y después, con los hijos de ésta) dentro de una trama de mentiras montadas para seducir a una muchacha. La incorporación de Jennifer Aniston y de la bella Brooklyn Decker al elenco, al igual que la participación de Nicole Kidman, no implica un salto de calidad sino más de lo mismo en los remanidos recursos tantas veces vistos en este tipo de películas. Es una pena, porque en algunas (pocas, muy pocas) escenas, Sandler y Aniston demuestran que son capaces de manejar el género con buenas armas, y que tal vez con otro guión, la comedia hubiera salido a flote. No es así, y la reiteración de momentos ridículos termina con cualquier posibilidad de éxito. El resultado es una trama absurda, con abuso de escenarios supuestamente "paradisíacos", y momentos tan claramente preparados para el lucimiento de los actores (sobre todo, de los chicos) que terminan por producir exactamente el efecto contrario en el espectador. Sin sorpresas, con un final "cantado" y personajes secundarios sin lucimiento, la comedia naufraga a pesar de los esfuerzos de los protagonistas.
Toretto recargado En la década del ´60, las primeras películas de James Bond lograban exactamente lo mismo que provoca en el público esta realización de Justin Lin: entretener y divertir aunque lo que ocurre en la pantalla resulte completamente inverosímil. Es más: parte del encanto de este tipo de filmes reside precisamente en lo absurdo de la mayor parte de las situaciones que se plantean en la pantalla. Es mérito del director, de los guionistas y de los actores lograr que el público acepte la convención y se entregue sin reparos a la narración que se le propone. En esta oportunidad, los audaces conductores de esos sorprendentes automóviles que ya son una marca de fábrica en esta serie de películas están en Río, tramando el gran golpe que les va a permitir vivir el resto de sus existencias sin problemas; hasta allí llega un agente federal norteamericano que los quiere apresar. La trama no es otra cosa que un pretexto para justificar (levemente) las persecuciones y las carreras por las calles que constituyen la razón de ser de la saga. En este caso, enmarcadas en la sorprendente belleza de los paisajes cariocas. Los personajes masculinos rivalizan para demostrar quién es el más "duro" o el más ocurrente a la hora de replicar, y las mujeres dejan en claro que tienen tantas agallas como belleza. También resulta divertido conjeturar si las remeras de Vin Diesel y de Dwayne Johnson serán capaces de contener tanto músculo anabolizado sin estallar en pedazos. El plato fuerte son las escenas de acción; cada una va superando a la anterior en audacia, precisión e imaginación, hasta desembocar en la gran secuencia de la persecución final por las calles de Río: los autos chocan y estallan en número tal que produce la sensación de que ha de haber quedado diezmado el parque automotor brasileño. Esto es entretenimiento y diversión en estado puro. No hay que buscar nada más; y hay que reconocer que, a lo largo de más de dos horas, la película logra acabadamente su objetivo.