Vida nueva, historias viejas Al director Garry Marshall no le fue nada mal en sus anteriores incursiones por el género de la comedia romántica; dejó un título sumamente popular con "Mujer bonita" hace dos décadas, y adoptó la fórmula de las múltiples historias paralelas en una gran ciudad, enlazándolas con una fecha muy especial en "Día de los enamorados", hace dos años. Con esos antecedentes, reunió a un elenco de estrellas de todas las edades y estructuró un guión acerca de historias que transcurren en Manhattan en las últimas horas del último día del año. De todas las subtramas, la que protagonizan Michelle Pfeiffer y Zac Efron resulta quizá la mejor armada; bastante obvia es la de la complicada relación madre-hija que viven Sarah Jessica Parker y una ya crecida Abigail Breslin; y absolutamente predecibles las que animan las parejas formadas por Ashton Kutcher y Lea Michelle (famosa entre los más jóvenes por su participación en la exitosa "Glee") y el cantante Jon Bon Jovi y la rubia Katherine Heigl. Hilary Swank hace lo que puede con su personaje (la encargada de que todo salga bien en la megafiesta de Times Square) y Robert DeNiro le pone su innegable carisma a un enfermo terminal que pasa sus últimas horas en un hospital, acompañado por una abnegada enfermera que interpreta Halle Berry. El problema de la película es que todo resulta demasiado obvio; los mensajes directos, los lugares comunes y los golpes bajos destinados a conmover a la platea se ven venir con demasiada anticipación, por lo que su eficacia resulta neutralizada. De esta manera, todo se reduce a ver a cada una de las estrellas en su pequeña participación; y como los productores han tenido la sagacidad de apuntar a todas las generaciones, por la pantalla desfilan ídolos para todos los gustos. Con todo, la narración es prolija y las casi dos horas que dura el filme no llegan a pesar sobre los espectadores; además, ayuda el clima de fiestas de fin de año que ya se vive a pleno.
La trama secreta de la Navidad Es probable que quienes saben que en esta producción están involucrados los creativos de Aardman, esperen encontrar en el filme el nivel de excelencia mostrado en títulos inolvidables de esa factoría como "Pollitos en fuga" o "La batalla de los vegetales". No es así; por un lado, la técnica utilizada en este filme es la de la animación digital y no la de "stop motion". Por otro lado, no están presentes los queribles personajes que la productora inglesa inmortalizó a través de inolvidables cortos: el inefable Wallace y su genial perro Gromit. Entonces, esta película que dirigió Sarah Smith está más cerca de "Lo que el agua se llevó" que de cualquiera de las que protagonizan los entrañables muñecos de Aardman. Y no es poca cosa. Lo mejor del filme está en el primer tramo del relato: la presentación de la sofisticada sede polar que comanda la familia Claus (Santa, sus dos hijos y el anciano Abu Santa, ya retirado) y que integran millares de pequeños y diligentes duendes resulta más que prometedora. Y en la descripción del operativo milimétrico (a bordo de una nave que recuerda a la mítica Enterprise de "Viaje a las estrellas") gracias al cual miles de millones de niños reciben su regalo en todo el mundo, están los momentos más logrados de la narración. Después las cosas se complican; Arthur, el menor de los hijos de Santa (que se ocupa de contestar las cartas de los niños) se empeña en entregar el único regalo que quedó olvidado. Lo hará utilizando el viejo trineo tirado por renos que usó su abuelo y que hoy está arrumbado como un trasto viejo, y provocará múltiples trastornos en su intento. Al mismo tiempo, logrará revalidar el auténtico espíritu navideño, algo relegado en medio de tanta tecnología. Demasiadas complicaciones en la trama, un ritmo vertiginoso y un lenguaje visual un tanto abigarrado le restan puntos al producto; sin embargo, es cierto que muestra tramos de gran belleza y chispazos de humor, entregados en una realización impecable.
Una fecha muy especial Los productores son conscientes de que existe un gran sector del público que se siente atraído por el género del suspenso y del terror. A esto se agrega el creciente interés por los temas vinculados con la religión desde un costado apocalíptico. Hay una vertiente de este subgénero que apunta a las descripciones más o menos explícitas de una hecatombe universal que amenaza con acabar con el género humano; y otra vertiente que se ocupa de la liberación de las fuerzas del mal para la perdición de las almas. En este último grupo se inscribe esta coproducción estadounidense-española, lanzada en todo el mundo casi en coincidencia con la fecha en cuestión (aunque a nuestro cines llegó unas semanas tarde). La película está narrada en una progresión que intenta -sin mayor éxito- ser dramática, a medida que pasan los días que conducen a la peculiar combinación de cifras iguales, y se apoya en flashbacks que muestran la tragedia que casi quiebra la vida del protagonista: el incendio en el que perecieron su mujer y su hijo. Las visiones que experimenta este escritor se van a potenciar cuando viaje a Cataluña y se instale en una casa en las afueras de Barcelona, en la que agoniza su padre (con el que nunca tuvo una excelente relación) y en la que vive su hermano, un sacerdote postrado en una silla de ruedas. Claro que todo esto sólo es una excusa para generar un crescendo dramático que, para desgracia del director y desencanto del público, nunca llega a cuajar del todo. En parte, esta frustración se debe a las pobres interpretaciones de los integrantes del elenco y, en gran medida, porque ni el guión ni el ritmo de la narración logran atrapar al espectador en la espiral de suspenso y horror que propone el esquema del filme. La investigación que lleva adelante el protagonista para desentrañar el misterio que lo rodea tampoco consigue un remate satisfactorio como para redondear un producto acorde con las expectativas de los aficionados a este género.
Quiero vivir tu vida Desde hace un tiempo, la industria del cine ha redescubierto a la comedia como un género muy popular; la idea de lograr interesantes recaudaciones siempre anima a los productores de Hollywood, y es por eso que en este caso, decidieron volver sobre el tema de las identidades intercambiadas que tantas veces se ha transitado en el cine. Pero estas comedias en las que los personajes intercambian cuerpos parecen ya haber dado todo lo que podían dar. Al menos esta película, dirigida por David Dobkin (el de "Los rompebodas") no le agrega absolutamente nada nuevo a la lista de títulos sobre el tema. No lo ayudan los guionistas (Jon Lucas y Scott Moore, los de "¿Qué pasó ayer?" y "Navidad sin los suegros"), que transitan sin pena ni gloria las situaciones embarazosas y grotescas que genera el intercambio de los personajes. A todo esto se le agrega una dosis (quizá excesiva) de ese humor rayano en el mal gusto que se ha puesto de tan de moda en las comedias norteamericanas de la última década. Los protagonistas hacen lo que pueden con sus personajes: Jason Bateman (un actor solvente, no siempre bien aprovechado) y Ryan Reynolds sortean con suerte dispar las escenas que propone el guión, y Leslie Mann y Olivia Wilde (la de "Dr. House") no encuentran en los coprotagónicos femeninos elementos como para construir personajes sólidos. Y se nota una situación paradójica, frecuente en este tipo de filmes que pretenden hacer una bandera de la incorrección política: al final, la transgresión resulta sólo formal. El soltero inmaduro, exclusivamente dedicado a pasarla bien con el mínimo esfuerzo, terminará reconociendo las ventajas de las relaciones formales y estables; y el casado, aburrido a muerte con su vida de trabajo, monótona y sin alternativas novelescas, acabará por reconocer que es precisamente esa existencia aparentemente gris y anodina la que lo satisface plenamente. Nada nuevo bajo el sol.
El agente secreto más incompetente En los años 60, la irrupción del agente secreto James Bond (indivisiblemente asociado por entonces con la figura de Sean Connery) generó la aparición de una serie de parodias o de imitaciones de la exitosa serie de filmes basados en las novelas de Ian Fleming. Desde el querible Super Agente 86, pasando por James Coburn en la piel de Flint (peligro supremo) hasta el burdo James Tont encarnado por Lando Buzzanca, fueron muchos los personajes que, desde el sesgo del humor, recrearon las aventuras del agente con licencia para matar. No podía faltar, por cierto, la caricatura generada en la propia patria de 007: así nació Johnny English, una excusa más para que Rowan Atkinson repita la gesticulación y el humor físico que tan buenos resultados le dio en el personaje de Mr. Bean, ese clásico del humor televisivo. El personaje protagonizó un filme de 2003, dirigido por Peter Howitt, y no aportó otra cosa que lugares comunes alrededor de la idea de un agente secreto sumamente torpe y despistado, permanentemente convencido de que es el mejor en su especie a pesar de que las cosas no pueden salirle peor. Exactamente lo mismo es lo que se plantea en esta secuela, ocho años después; English está reencontrándose consigo mismo en un monasterio en el Tibet. Hasta allí van a buscarlo sus superiores y le asignan una misión compleja y decisiva para el futuro del planeta; desde luego que, como toda la platea ya sabe, English hilvanará un desaguisado tras otro mientras, casi de casualidad, va desentrañando el complot que investiga y que, aun a pesar de su torpeza, terminará por desbaratar. Hay todo un público que disfruta de las morisquetas y del falso aplomo que muestra Atkinson en sus personajes: a ellos está dirigida la película, sin otra alternativa que enhebrar una serie de situaciones para el exclusivo lucimiento del personaje (y del actor). No hay mucho más en este filme, cuyos recursos humorísticos se ven notoriamente envejecidos.
Los fantasmas del pasado A pesar de que el director de esta película es Jim Sheridan no hay que ir al cine con la expectativa de ver uno de aquellos excelentes filmes ("En el nombre del padre", "Mi pie izquierdo") en los que el realizador se ocupaba de temas vinculados con su compromiso social y con Irlanda, su tierra natal. Sheridan decidió embarcarse en un filme de género, con todo el derecho que le asiste; el resultado es una película correctamente construida, con una intensidad dramática convenientemente administrada, y que desarrolla una idea interesante, a pesar de que pueden hacérsele algunos cuestionamientos. No hay que buscar líneas de pensamiento profundo o símbolos escondidos: Sheridan quiso entretener a la platea, y lo logró en gran medida. El problema es que se trata de uno de esos filmes que dependen en gran medida de la vuelta de tuerca que plantea el argumento al promediar la narración. Si al espectador le convence el giro que toman los acontecimientos, todo sigue sobre ruedas y el final termina por acomodar todos las piezas del rompecabezas; si, en cambio, no entra en la convención que le proponen el director y el guionista, el espectador puede sentirse defraudado y hasta engañado por algunos trucos de narración, indispensables para mantener la intriga del argumento. También puede discutirse el cambio de género que se observa sobre la mitad del filme: lo que en un comienzo parece una película de terror en la que la casa es protagonista destacada, con los consabidos ingredientes de sonidos extraños y aterradores, detalles siniestros y cuartos secretos, gira drásticamente hacia un thriller psicológico, basado en los imprevisibles juegos de la mente humana. Con todo, la propuesta de Sheridan es válida; el elenco se desempeña correctamente, con la mayor parte de la responsabilidad interpretativa en las espaldas de Daniel Craig y de Rachel Weisz (pareja en la vida real). Hay un buen aporte de Naomi Watts en una breve intervención.
Capa, espada y efectos especiales Paul W. S. Anderson no se hizo demasiados problemas con la adaptación de esta novela clásica, que ya ha tenido una gran cantidad de versiones en el cine. Se inclinó por escenas de acción a granel y un tratamiento superficial y esquemático de los personajes, que sin duda son mucho más ricos de lo que se puede ver en la pantalla. Pero el director no intenta otra cosa que entretener al público y es por eso que apuesta fuertemente a la acción y a los impactos visuales. Desde este punto de vista logra ampliamente su cometido, ya que las casi dos horas de proyección no pesan sobre el espectador; y el tratamiento visual de la película resulta excelente, tanto en el vestuario de época como en la recreación (gran trabajo de los encargados de efectos especiales y de la generación de escenarios virtuales) de los ambientes en los que se desarrolla la narración. No es una novedad que los recursos electrónicos han permitido superar todo obstáculo a la hora de generar espacios virtuales, pero también hay que reconocer el talento de los escenógrafos para lograr la sensación de realidad que consiguen a lo largo de todo el filme. Y todo esto, para enmarcar adecuadamente las escenas de acción, inteligentemente coreografiadas y realzadas por la cámara lenta, que describen los frecuentes lances a punta de espada que protagonizan los personajes. Hay que tener en claro que se trata de una versión muy libre de la novela de Dumas. Por lo tanto, no debe sorprender que los personajes tengan actitudes y entrecrucen diálogos que a simple vista resultan anacrónicos; tampoco hay que ir a buscar una nueva mirada sobre un personaje arquetípico como D´Artagnan (a cargo de Logan Lerman, lejos del tamaño dramático del héroe imaginado por Dumas) ni sobre sus tres compañeros de andanzas. Si el espectador puede dejarse llevar por el ritmo de la aventura y el despliegue visual que se le ofrece desde la pantalla (mejor si es en 3D), la diversión y el entretenimiento están asegurados.
El virus está en nosotros mismos No es la primera vez que el cine encara el tema de una epidemia global incontrolable y describe los esfuerzos de los científicos para lograr rápidamente una vacuna que permita conjurar la amenaza. El principal mérito de Soderbergh está en la estructura narrativa que eligió para construir el relato y en el acento que pone el guión en las distintas reacciones que provoca la amenaza sobre la especie humana en general y, en particular, sobre los protagonistas de cada una de las historias paralelas que se desarrollan en la pantalla. La tensión no deja de crecer desde que se advierte que las simples toses de los distintos personajes implican algo más que un simple resfrío; la preocupación de las autoridades sanitarias, el planteo de los jefes de seguridad acerca de la posible existencia de un arma bacteriológica, el descuido de la gran mayoría de los seres humanos ante los agentes de contagio, los dramas particulares de cada uno de los infectados, la denuncia destemplada de un bloguero, los intereses políticos, los esfuerzos de los científicos para lograr la vacuna se van entrecruzando para crear el tenso escenario en el que el director va a mostrar lo más contundente del filme: el peligroso comportamiento "en manada" del que somos capaces los seres humanos cuando nos domina el pánico. El espectador juzga desde la seguridad de la platea las actitudes mezquinas y egoístas de algunos personajes, hasta que advierte que tal vez esa sería su propia actitud ante una situación límite como la que se plantea en la pantalla. Y se convence de que, en muchos casos, el más letal de los virus no puede rivalizar con los efectos sociales de una comunidad regida por el "sálvese quien pueda". En una nueva muestra de su capacidad para manejar con habilidad y solvencia varias líneas narrativas de manera simultánea, Soderbergh conduce el relato sin tropiezos, y aplica eficaces golpes de timón sobre el relato para mantener al público bajo una tensión creciente.
La política y los opuestos Tiene varios méritos esta comedia que alcanzó un éxito impresionante en las boleterías de su país de origen. Uno es el guión, chispeante y fresco; otro, el tono de la narración, que presenta detalles formales interesantes. Y otro es, sin dudas, el personaje que interpreta Sara Forestier, la hija de un inmigrante ilegal argelino y una hippie francesa; la chica, a los 20 años, ha decidido usar la cama para reformar (políticamente hablando) a los "fachos". El relato se centra en la relación de Baya (la joven en cuestión) con Arthur Martin, un investigador menos conservador y formal de lo que parece. Sin embargo, lo mejor de la película no está en estos aspectos, sino en la formulación desprejuiciada y desacartonada de algunos de los problemas más serios que afligen a las sociedades de la Europa moderna: a través de los pormenores del relato del particular vínculo entre Baya y Arthur, se alude a los problemas de los inmigrantes ilegales, al choque de culturas, a la discriminación, a los prejuicios raciales, a la intolerancia política, a los tabúes familiares; y, desde luego, al sexo y a las relaciones de pareja . El tono humorístico con el que se abordan estos temas no les quita peso sino que, por el contrario, funciona como un consistente recurso narrativo. Lo interesante es que el director Michel Leclerc no pretende ofrecer respuestas a los interrogantes que plantea ni soluciones a los problemas que muestra: prefiere (sabiamente) exponer los hechos y dejar las reflexiones posteriores a cargo de los espectadores. Son muy buenos los trabajos actorales de Jacques Gambin y Sara Forestier, los protagonistas, adecuadamente acompañados por el reparto; si bien hay algún exceso en la caracterización de Baya (por momentos el personaje bordea la caricatura) el relato cierra satisfactoriamente, aunque algunos espectadores puedan sentirse defraudados porque, en cierto modo, se abandona la postura políticamente incorrecta que campea en todo el filme.
Mi mejor amigo es un gorila Este tipo de comedias no persiguen otro objetivo que el de entretener livianamente al público durante un par de horas. No se les exige, por lo tanto, profundas reflexiones o el planteo de dilemas morales. Pero si apenas a un cuarto de hora de proyección el espectador ya sabe exactamente todo lo que va a pasar y cómo va a pasar, las posibilidades de lograr la meta de no aburrir descienden dramáticamente. Después de ver a la chica que rechaza la propuesta matrimonial del protagonista, de apreciar la preocupación que despierta entre los animales del zoológico la depresión en la que se sume el guardián y sobre todo, de conocer a la compañera de trabajo de éste, simpática, comprensiva y atractiva, no hay dudas de cómo se va a desarrollar el argumento y de qué manera se producirá el desenlace de la historia. El director Frank Coraci no aporta absolutamente nada nuevo. Intenta hacer pie en la comicidad de Kevin James (conocido por los televidentes sobre todo por su participación en "The king of Queens") y le da rienda suelta en largas escenas en las que los animales intentan aleccionarlo sobre los métodos más eficaces para seducir a las hembras de la especie. Pero, en el mejor de los casos, sólo consigue dibujar una leve sonrisa en el rostro de los espectadores. Hay toda una subtrama en la que uno de los animales en cautiverio, un gorila (al que se presenta como un ser melancólico y reflexivo), se convierte en una especie de amigo y confidente del protagonista; tampoco en ese tramo alcanza el filme vuelo propio o momentos de originalidad como para sumar puntos a la propuesta. La trama tampoco ayuda, y todo se reduce simplemente a admirar la perfección técnica con la que los animadores y los creadores de efectos especiales logran hacer interactuar a los animales con los humanos. Llega el punto en el que el público tiene la sensación de que las bestias (ayudadas por la electrónica) son intérpretes más dúctiles que sus colegas humanos.