Retrato de una época Gran mérito doble del director-guionista Tate Taylor en su segundo largometraje: concreta un relato de casi dos horas y media en el que la intensidad dramática no decae casi nunca y conduce un elenco de actores con puntos interpretativos muy altos. El resultado es una película que atrapa al espectador no sólo porque los hechos que relata son extremadamente potentes sino porque los recursos cinematográficos sobre los que se apoya son eficaces. A tal punto que, si bien queda claro que apela a ganchos emocionales y que los hilos de la trama están hábilmente tejidos para conmover al espectador, la realización convence y el público se entrega sin reparos a los vaivenes de la narración. La pintura de la población sureña de los EE.UU. en los comienzos de los años 60 es sobresaliente, no sólo por los detalles formales de la recreación de una época que está todavía en la memoria de muchos espectadores sino porque también resulta convincente la trama de las relaciones humanas entre los miembros de la pequeña comunidad en la que se desarrollan las historias. El hecho de que la película muestre el punto de vista de los blancos sobre las vivencias de los afroamericanos no le suma ni le resta nada a la propuesta: en todo caso, es una muy buena exposición de un punto de vista sobre un problema complejo en una época caracterizada por posiciones diametralmente opuestas. De todos modos, la película convence, emociona y entretiene. Y en gran medida lo logra porque presenta enormes actuaciones, como las de Viola Davis (inteligente, sutil, expresiva en el papel de la sirvienta Aibileen) y Emma Stone (la aspirante a escritora que decide reseñar las vivencias de las domésticas negras). También sobresalen Octavia Spencer y Jessica Chastain (candidatas al Oscar) y la entrañable Sissy Spacek en una breve participación. A pesar de que en algunos tramos las situaciones y las reacciones de los personajes bordean lo esquemático, el filme redondea una propuesta más que interesante.
La fuerza de las convicciones Billy Beane fue en algún momento de su juventud una promesa de crack jugando al béisbol. Pero el destino le reservó otros caminos y años después, sentado en el sillón de manager de los Oakland Athletic, tiene que tomar una serie de decisiones para encaminar al equipo, sumergido en una profunda crisis. Decide entonces tirar por la borda los consejos de los "expertos" que reclutan jugadores y sigue ciegamente las estadísticas que le muestra un analista económico que comienza a trabajar para él; con esa información (y después de luchar contra numerosos obstáculos, como la tenaz oposición que encuentra en el director técnico del equipo) logra conformar un conjunto sin estrellas pero con un rendimiento espectacular, que lo lleva a los primeros planos y lo convierte en la sensación de la temporada. Con estos elementos, el director Bennett Miller estructura un relato interesante a pesar de sus más de dos horas de extensión. El realizador escapa con elegancia de la trampa de hacer una más de las tantas películas "de deportes", porque no pone el acento en el desarrollo de los partidos ni en las acciones de los jugadores en el campo de juego; prefiere, en cambio, tomarse todo el tiempo necesario para pintar minuciosamente a los personajes y a las relaciones (generalmente complejas) que se desarrollan entre ellos. Y complementa el retrato del protagonista con la descripción de la relación que tiene con su pequeña hija y con su ex esposa (brevísima participación de la siempre correcta Robin Wright). No es tarea sencilla interesar a un público como el argentino (prácticamente ajeno al mundo del béisbol profesional) en los entretelones del armado de un equipo sumido en una crisis terminal, y además, hacerlo desde la óptica de un manager que debe lograrlo sin dinero y en base a estadísticas y áridos estudios numéricos sobre el rendimiento individual de cada deportista. Miller logra su objetivo en parte porque deja muy en claro que lo que le interesa es contar la historia de alguien que se anima a pensar distinto y mantiene sus convicciones a pesar de los contratiempos, y en gran medida porque acierta en la elección del elenco; sobre todo, al confiar el papel protagónico a un actor sutil e inteligente como es Brad Pitt, un notable intérprete que ya hace tiempo demostró fuera de toda duda que es bastante más que una cara bonita.
Volver a empezar El director Cameron Crowe (recordado por filmes como "Jerry Maguire" o "Casi famosos") recibió el encargo de dirigir esta película acerca de la nueva vida de un viudo reciente que compra un zoológico en ruinas para reconstruirlo, al mismo tiempo que trata de edificar nuevos puentes en la relación con su hija pequeña y con su hijo adolescente, profundamente golpeado por la muerte de su madre. Crowe aceptó y, además, se hizo cargo del guión; esto le permitió tener un control total sobre la historia, que tranquilamente podría haber sido un compendio de lugares comunes y de golpes bajos. El director, por el contrario, trata permanentemente de conducir la narración con tono emotivo pero sin usar la brocha gorda en el trazo de las situaciones o en la pintura de los personajes. Es cierto que todo resulta bastante previsible y que no hay demasiadas sorpresas a lo largo de las más de dos horas de metraje, pero hay que reconocer también que el tono de la historia convence y atrapa al espectador. Las reflexiones sobre la muerte de un ser querido y el tratamiento de los problemas que surgen cuando se intenta seguir adelante con la vida después de experimentar una situación trágica están expresados con mucha inteligencia y con enorme sensibilidad. Y cuando uno piensa que se trata una vez más de las fórmulas edulcoradas a las que apela el cine de Hollywood, es bueno recordar que la historia está basada en hechos reales ocurridos hace cinco años en Inglaterra. Matt Damon concreta un buen trabajo actoral en el papel protagónico y se complementa adecuadamente con Maggie Elizabeth Jones (su hija) y Colin Ford (el hijo adolescente); el resto del elenco no desentona (correcta Scarlett Johansson como la directora del zoológico), sobre todo en los aportes humorísticos de Angus Macfayden (el excéntrico colaborador de Mee en el zoológico), John Michael Higgins (el "malvado" funcionario del que depende la habilitación del predio) o Thomas Haden Church (el afligido hermano del protagonista). Otro punto a favor es la elección de la música, tema en el que el director es un verdadero experto. El filme seguramente no va a revolucionar la historia del cine, pero está hecho con espíritu sensible y con dignidad, se deja ver con agrado y seguramente será una propuesta interesante para público de todas las edades.
Holmes usa más los puños y menos el cerebro La aclaración que se lee al comienzo del filme es pertinente: "basado en personajes creados por Arthur Conan Doyle". Los seguidores de las novelas del inteligentísimo investigador encontrarán que poco tiene que ver el personaje que interpreta Robert Downey Jr. con el que se puede imaginar a partir de las páginas escritas por el autor escocés. Pero todo esto quedó claro hace un par de años, en oportunidad del estreno de la primera película sobre Sherlock Holmes dirigida por el realizador británico Guy Ritchie. En esta, que presenta nuevamente las andanzas del detective y de su fiel compañero, el doctor Watson, las virtudes y las debilidades de la primera entrega vuelven a advertirse con claridad. Ritchie se concentra en los aspectos formales y resuelve con muy buenos recursos las numerosas secuencias de acción, los combates cuerpo a cuerpo, las explosiones y las persecuciones. Confía ciegamente en el carisma y la simpatía de Downey en la piel de Holmes y en la buena sintonía actoral con Jude Law, que encarna al incondicional Watson. En esta oportunidad, los guionistas agregan la interesante presencia del profesor Moriarty (buen trabajo de Jared Harris) e introducen a la intrigante Noomi Rapace como Madame Simza, una adivina de feria que se une a las andanzas de los detectives. Ritchie ha desarrollado a lo largo de su filmografía una expresión estética y un ritmo narrativo con marca de fábrica inconfundible: los planos de detalle, las reducciones a cámara súper lenta y la edición vertiginosa pero sumamente clara aparecen constantemente en sus películas. En este caso, estos recursos están al servicio de una narración que en todo momento atrapa al espectador, y que redondea un espectáculo atractivo. Los fanáticos del cine policial y de las tramas plenas de intriga seguramente echarán de menos las fantásticas deducciones del detective, columna vertebral de las novelas; y tal vez sientan que el intrépido investigador, en esta versión siglo XXI, se parece más a un agente secreto que al frío y cerebral analista de la realidad que inventó Conan Doyle hace más de un siglo. Lo cierto es que este personaje funciona muy bien en la pantalla, y que el relato de sus aventuras interesa, divierte y cautiva al espectador. No hace falta nada más para que se venga la tercera parte, posibilidad más que sugerida en el final de la película.
El regreso de los muñecos más locos de la pantalla La película está claramente apuntada hacia los sentimientos de esa legión de seguidores y de admiradores de los muñecos que creó Jim Henson hace casi medio siglo y que acompañaron la niñez de un par de generaciones a través de la popularidad que se ganaron gracias a su enorme simpatía, su desfachatez y su locura. El principal acierto del director James Bobin (un experimentado realizador de series televisivas) y del guionista (y actor) Jason Segel es el tono que decidieron darle a la realización. La estructura de comedia musical tradicional con permanentes toques de humor permite que la natural simpatía de los muñecos se adueñe de la película. Los personajes humanos están deliberadamente concebidos como estereotipos, precisamente para que el relato funcione sin inconvenientes al despegarlo abiertamente de la realidad. Si se tiene en cuenta que el personaje de Segel es hermano de un muñeco (Walter, fanático de Los Muppets y, obviamente, futuro integrante de la troupe) y que esto es absolutamente natural, los códigos de la película quedan claramente establecidos desde el comienzo. Y hay también frecuentes quiebres como para que el espectador siempre sea consciente del mundo de ficción que se le presenta en la pantalla (Segel dice en un momento "es así, acabo de cantar una canción al respecto", con toda naturalidad). El plato fuerte de la película son Los Muppets. Vuelven a brillar con toda intensidad en la pantalla las características que hicieron inolvidables a personajes como la rana René (ahora se llama Kermit), Miss Piggy (con una excelente secuencia de presentación en París), Fozzie (o el Oso Figaredo), Gonzo (convertido en un exitoso industrial), Animal y su pasión por la batería, y tantos otros. Y, como ocurriera en cada uno de los shows que animaron en la televisión, en cada aparición los muñecos llenan la pantalla con su locura y su desfachatez. El tono de la película está tan bien logrado que aún las escenas más inverosímiles logran sortear sin inconvenientes la tremenda posibilidad de caer en el ridículo. Y, como suele ocurrir en este tipo de filmes, el desfile de figuras que hacen "cameos" es incesante. Un consejo: vale la pena llegar en horario a la función, porque se proyecta un corto de Pixar con los personajes de "Toy Story" que -como siempre- no tiene desperdicio.
Misión cumplida, una vez más Los seguidores de la saga que ya ha llegado a la cuarta entrega (y, antes que ellos, los fanáticos de la serie televisiva de fines de los años 60 que dio origen a los filmes) conocen perfectamente el menú: como entrada hay un episodio que se resuelve rápidamente y en seguida se sirve el plato principal: el encargo de la nueva misión, hecha la clásica salvedad ("si usted decide aceptarla"). Luego viene la presentación de los ingenios electrónicos preparados para el caso específico y de las máscaras que servirán para suplantar a algún personaje o para asegurar la huida. Todo esto aderezado con escenas de acción, persecuciones, peligros extremos y el riesgo permanente de que la misión termine estropeada por algún imponderable. En esta oportunidad, los guionistas aportan cierta originalidad: la primera escena termina con un agente muerto, la secuela de esa acción con la explosión de medio Kremlin y la sospecha de que el agente Ethan Hunt y sus colaboradores han fracasado al punto que se justifica la disolución de la fuerza especial a la que pertenecen. Por lo tanto, deberán actuar en absoluta soledad no sólo para desactivar una amenaza nuclear sino para demostrar su inocencia y aventar las dudas acerca de su lealtad a la causa. El director Brad Bird encaró con solvencia el reto de plasmar esta nueva historia; en su primer largometraje con actores de carne y hueso (antes había realizado las excelentes animaciones "Los increíbles" y "Ratatouille" para los estudios Pixar), Bird explota con la sabiduría de un veterano las posibilidades que le brinda el manejo de una producción multimillonaria. Las secuencias de acción están realizadas con gran solvencia técnica, con una admirable disposición de las cámaras y resueltas en el montaje con un ritmo frenético pero que no abruma al espectador. La elección de las locaciones (Budapest, Moscú, Dubai, Bombay) está también al servicio del espectáculo que se le propone al público y en función de la fluidez del relato, cuya intensidad no decae nunca a lo largo de las casi dos horas de proyección. La cuarta misión en la pantalla grande, entonces, no sólo no defrauda a los millones de seguidores que ya tiene la saga en todo el mundo, sino que seguramente aportará algunos nuevos aficionados, que esperarán la más que cantada (¿en 3D?) quinta experiencia del agente Hunt y los suyos.
Sobredosis de acción y de aventuras para disfrutar Desde el mismo diseño de los títulos de presentación del filme (acompañados por una rítmica partitura de John Williams, que anticipa que la narración no le va a dar tregua al espectador), se tiene la sensación de que se va a asistir a un relato inolvidable. Los 107 minutos de proyección confirman de cabo a rabo ese primer impacto. Spielberg y sus guionistas no se toman demasiado tiempo para presentar al protagonista y sientan rápidamente la base de lo que se va a ver durante todo el filme: una sucesión de aventuras que se enganchan perfectamente a pesar de que saltan permanentemente por el espacio y por el tiempo. Los personajes de Hergé (autor de la historieta en la que se inspira el filme) le sirven al director para anclar el relato y el tono de "comic" le permite desembarazarse de las limitaciones que puede proponer una historia con personajes reales. Las piruetas que concretan los protagonistas, entonces, ni siquiera están obligadas a respetar las leyes de la gravedad; si todo esto se lleva a cabo en escenarios imaginados y realizados en función del despliegue coreográfico de los personajes, la diversión está más que asegurada. En necesario remarcar que todo está vertebrado alrededor de una línea argumental muy fuerte, de manera que lo que ocurre en la pantalla está perfectamente respaldado por la historia; que ésta siga una lógica disparatada es otro tema, muy en línea con los códigos de la historieta. Es natural, además, que en una realización de este tipo, uno de los puntos de mayor atracción esté en la factura técnica. El nivel de perfección de la animación digital es pasmoso, con alardes de virtuosismo que se expresan, por ejemplo, en el manejo de los reflejos en las superficies vidriadas o el realismo logrado en texturas complejas como la superficie del agua o el movimiento del cabello de los personajes. Pero lo más importante es que ese superlativo manejo técnico está puesto al servicio de la narración de una historia vibrante, que no da respiros por el ritmo y el vértigo de la acción; la larga secuencia que se desarrolla en una deliciosa recreación de Marruecos es un ejemplo de sabiduría en el diseño de la acción, la puesta de cámaras (aunque se trate de una animación), el montaje y, por sobre todas las cosas, una lección sobre cómo se hace cine de aventuras. Y a esperar la segunda parte.
Las apariencias engañan Giuseppe Capotondi es un director italiano que ha hecho muchos videos musicales y cortos comerciales; sin duda, la experiencia en el montaje y en la técnica narrativa que recogió en esa actividad le sirvió de mucho a la hora de plantear su primer largometraje. Este relato que en principio parece una historia sentimental pero que rápidamente deriva hacia una trama de suspenso con ingredientes de policial, está planteado con mucha habilidad por parte del director y de los guionistas. Capotondi va presentando a los personajes y comienza a desarrollar la historia mientras "avisa" al espectador que debe estar atento a todos los detalles que se le presentan en la pantalla, porque la narración va a presentar algunas zancadillas dispuestas simplemente para agregarle interés al relato. El director se permite algunas tomas elegantes desde el punto de vista formal, y administra la narración con ritmos cambiantes, a medida que la acción pasa del planteo de la relación entre los protagonistas al tema netamente policial. Es muy buena la tarea actoral de Ksenia Rappoport como protagonista casi excluyente del filme. La actriz le da vida a una inmigrante que trabaja de mucama en un hotel, pero le aporta sutiles elementos enigmáticos que hacen pensar que hay algo más en ese personaje. También es bueno el trabajo de Filippo Timi en el papel de Guido; ambos construyen personajes convincentes, sólidos, sobre los que se va edificando una trama que se vuelve atractivamente ambigua a medida que el director introduce elementos engañosos, que inducen al espectador a dudar de casi todos los datos que le son proporcionados. Tal vez los más avezados espectadores - sobre todo, aquellos que prefieren el género de suspenso - sientan que algunos giros de la trama resultan poco sorpresivos, pero hay que reconocer que la película mantiene el interés del público y redondea un muy buen entretenimiento a lo largo de una hora y media de proyección.
Que treinta años no es nada La directora Paula Hernández no pierde el tiempo con preámbulos: la primera escena muestra a los dos protagonistas masculinos, hace más de 30 años, en un pueblito de Entre Ríos. La segunda, al personaje femenino, que vuelve al país y a reencontrarse con sus amigos de la adolescencia. El relato va a continuar así durante más de una hora y media, proporcionando al espectador los datos necesarios como para que comprenda (y palpite) la relación entre los tres al cabo de los años. Ese es el centro de la película: el vínculo entre estos chicos, que viven momentos muy intensos en esa primera etapa, y que se van a reencontrar mucho tiempo después para darle (o no) continuidad a aquella relación. Resulta sumamente interesante el montaje de la película, que superpone las escenas con independencia del tiempo; hay aquí un mérito sustancial tanto del guión como de la narración cinematográfica, porque el hilo del relato aparece con absoluta claridad para el espectador. Paula Hernández maneja con seguridad tanto el rumbo y el ritmo de la narración como el trazado de los personajes: los construye en paralelo entre la adolescencia y la edad adulta, y tiene en esa tarea un muy buen aporte por parte de los actores, sobrios y eficaces tanto los adolescentes como Roger, Peretti y Ziembrowski en la piel de los adultos. La directora evita también apelar a golpes bajos o a situaciones ya transitadas por muchos otros filmes, y lo logra acabadamente; Hernández consigue climas intensos y escenas conmovedoras con muy buenos recursos técnicos y artísticos. Y el resultado es una película interesante y atractiva, en la que las relaciones entre los protagonistas fluyen con intensidad pero sin estridencias; no hay en este filme buenos ni malos, sino seres humanos que vivieron (y viven) experiencias que los marcan y que determinan el rumbo de sus existencias, aunque ni siquiera ellos mismos sean conscientes de las transformaciones que experimentan. Como suele ocurrir en la vida misma.
Hay gato para rato Era evidente que los creadores de "Shrek", agotado este personaje, iban a buscar una nueva cantera para estructurar una nueva serie de aventuras animadas en clave de humor; la buena acogida por parte del público que tuvo la aparición del Gato con Botas como segundón del simpático ogro verde proyectó al felino espadachín como seguro protagonista de su propia película. Aquí está la aventura prometida: acompañado por Kitty, una contrafigura muy bien pensada para balancear las características del Gato, y por el inefable Humpty Dumpty, los guionistas proponen una hora y media de acción matizada por escenas algo más lentas destinadas a desarrollar la trama y a explicitar algunos mensajes didácticos. Precisamente son estos tramos los más flojos de la película, y los que producen cierta dispersión en el público menudo. Pero, rápidamente, vuelven las corridas, los duelos a espada, los bailes y las persecuciones para levantar el ritmo de la narración. Y es en estas secuencias en las que el equipo técnico se luce plenamente; la recreación del pueblito en el que el Gato y Humpty Dumpty pasaron sus primeros años es deliciosa. Y la concepción y la realización de los escenarios fantásticos del castillo en las nubes resulta admirable. Una vez más hay que hablar de la perfección a la que se ha llegado en la verosimilitud que alcanzan las animaciones de los personajes. Las expresiones de los cuerpos y de los rostros son casi perfectas, y en muchas oportunidades, el espectador debe recordar racionalmente que se trata de imágenes generadas electrónicamente, porque lo que sus sentidos le indican es que hay en la pantalla un gato (o una gansa, o un… huevo) con excelentes dotes actorales. De cualquier manera, el objetivo de los realizadores es divertir a la platea; hay que decir que, una vez más, lo logran, y con recursos más que aceptables. Y, desde luego, queda la puerta abierta para más aventuras gatunas.