Al margen La ópera prima de Santiago Esteves es un thriller con varios elementos del western donde un chico que está dando primeros pasos en la delincuencia se cruza por accidente con un reciente jubilado que encuentra en él una oportunidad para darle sentido a su vida. El rey del título es Reinaldo Galindez (Matías Encinas), un adolescente que junto a su hermano y un conocido de este roban una escribanía. Al accionar la alarma, Rey emprenderá la huida que terminará cuando caiga en el patio de Carlos (Germán de Silva), un guardia de seguridad jubilado que le exigirá el arreglo de los daños que ocasionó al vivero de su esposa a cambio de no dar aviso a las autoridades. Las cosas se complicarán un poco más para Rey y su hermano cuando los policías que les dieron el dato del robo quieran deshacerse de ellos. Rey y Carlos se encuentran en una encrucijada. Mientras el primero parece confundido y sin un rumbo fijo, el segundo no sabe qué hacer luego de haberse retirado del que fue su trabajo por más de treinta años. Cuando se encuentren, cada uno de ellos tendrá un motivo para seguir adelante y encontrarle sentido a la etapa que está atravesando. Uno de los aspectos más destacables de la película de Esteves es la construcción de los personajes principales. Estos guardan similitudes con el William Munny encarnado por Clint Eastwood y The Schofield Kid que interpretó Jaimz Woolvett en Los imperdonables (Unforgiven, 1992). Eastwood le daba vida a un pistolero reformado que debía volver a las andanzas para mantener a sus hijos, mientras que el joven bandido oficiaba de aprendiz luego de reconocer que su fama no era la que afirmaba desde un primer momento. En La educación del Rey sucede lo mismo. En un principio, Rey trata de mostrarse seguro en lo que hace pero Carlos se encargará de enseñarle no sólo a arreglar unos estantes y componer los plantines. La actuación del novato Matías Encinas sorprende y logra generar empatía desde los primero minutos. Lo mismo pasa con Germán de Silva, que con títulos a sus espaldas como Relatos salvajes (2014) y Las Acacias (2011), vuelve a confirmar su gran calidad actoral. Esteves lleva adelante una historia con personajes que se encuentran en los márgenes de la sociedad, individuos que no son tenidos en cuenta por la mayoría, y que a través de su unión buscarán la forma de sobrevivir.
Tierra de nadie Toda esta sangre en el monte (2018), la ópera prima de Martin Céspedes, es un retrato pocas veces visto en el cine documental. La película, centrada en el juicio por el asesinato de Cristian Ferreyra, miembro del Movimiento Campesino de Santiago del Estero, es un relato violento y descarnado sobre una problemática de la que apenas tenemos conocimiento. El 11 de noviembre de 2011 Página 12 se hacía eco de la detención de cuatro sospechosos por el crimen de Cristian Ferreyra. Todos ellos, empleados del empresario sojero Jorge Ciccioli. En la nota se reproducen los partes de la seccional 22 de la policía de Santiago del Estero, donde se detalla que “Javier Juárez portaba una escopeta colgada al cuello, solicitó dialogar con Godoy y Ferreyra, llamándolos hacia el patio; cuando estaban saliendo, Juárez le disparó a Ferreyra en primer lugar en la pierna derecha y luego a Godoy, quien resultó herido en ambos muslos”. Pero los testigos dirían otra cosa: Juárez le disparó primero a Godoy y luego hizo lo mismo con Ferreyra cuando éste intentó defender a su compañero. Toda esta sangre en el monte es una crónica sobre el juicio que tuvo lugar en Monte Quemado y un estado de situación sobre una realidad que la mayoría de los medios nacionales no reflejan. El documental, que integra la Competencia de Derechos Humanos de la 20º edición del BAFICI, no titubea a la hora de mostrar una clara toma de postura y simpatía hacia los integrantes del MOCASE. Las injusticias a las que siguen siendo sometidos por parte de los empresarios y el poder político, propias de la trama de un western, quedan registradas en las palabras de los protagonistas. Martin Céspedes intercala las imágenes del juicio con las actividades rurales que llevan a cabo los campesinos, que a duras penas logran sobrevivir gracias a la crianza de caprinos y cerdos. Pese a la dura realidad en la que están inmersos y el inevitable tono solemne del relato, el director registra dos secuencias que trastocan un poco la estructura a la que estamos acostumbrados. Una de ellas es cuando un integrante del MOCASE toma lista y un nombre coincide con el de cierto médico rosarino que se fue a Cuba a hacer la revolución. Otro será cuando se detenga en la difícil tarea que emprende un campesino para conseguir señal de celular en el medio del campo. Toda esta sangre en el monte es un documental necesario que trata una temática incómoda para el gobierno de turno y que viene a echar luz sobre una problemática que, lejos de acercarse a una solución, se profundiza a cada minuto.
El otro juicio En El vecino alemán (2016), Rosario Cervio y Martín Liji realizan un documental ficcionado sobre la figura de Adolf Eichmann, el nefasto oficial de la SS encargado de la solución final, desde un enfoque diferente a lo acostumbrado. Renate Liebeskind (Antonella Saldicco) es una joven traductora que debe traducir al español el juicio al jerarca nazi Adolf Eichmann, el responsable de transportar a miles de judíos a los campos de concentración. Más allá de su labor, comienza a visitar los lugares donde vivió el alemán en Argentina y a entrevistar a personas que llegaron a conocerlo a él y a su familia. La filmografía sobre Eichmann, ya sea documental o ficción, es variada pero, en su gran mayoría, se focaliza en la espectacularidad de su secuestro a manos de la inteligencia israelí como fue retratado en varios documentales realizados para la televisión. Por otro lado, en Eichmann (2007) se relatan los últimos momentos del condenado a muerte y su estadía en Argentina a través de flashbacks. En El vecino alemán, los directores apenas hacen referencia al tema del secuestro cuando la protagonista investiga sobre la denuncia de desaparición de Eichmann y el recorrido de la justicia Argentina que terminó con una rotunda respuesta del estado Israelí. Aquí se hace especial foco en la vida del germano y la mirada que los argentinos tenían sobre él. Las descripciones de los vecinos y compañeros de trabajo se contraponen con las secuencias del juicio y los testimonios de los sobrevivientes. El enfoque de Rosario Cervio y Martín Liji es interesante y se podría relacionar con lo que Hannah Arendt escribía en Eichmann en Jerusalén, una recopilación de los reportajes que hizo para The New Yorker sobre el juicio. Allí la filósofa insinuó que el nazi era un hombre corriente, una persona “terriblemente normal” y producto de su tiempo. Según ella, el mal puede provenir de gente común que renuncia a razonar para entregarse a la ideología de su época. La mayor virtud de los directores del film radica en recoger este concepto, y dejar abierta la polémica que se inició hace más de cincuenta años.
El eslabón perdido del rock En Miguel Abuelo et Nada, el documental (2018), el trío de directores conformado por Facundo Caramelo, Juan Manuel Muñiz Oribe y Agustín Argento desmenuza el disco que Miguel Abuelo concibió en el extranjero y que nunca se llegó a editar en nuestro país. El rockumental es una crónica de aquellos días donde el fundador de Los Abuelos de la Nada vagó por Europa en busca de un sonido que dejó una huella imborrable en la historia del rock nacional. Corría el año 1970 y Miguel Abuelo había sido elegido para actuar en la versión local de Hair, el musical que contaría además con Rubén Rada, Horacio Fontova y Valeria Lynch. Días antes del estreno y sin dar explicaciones dejó todo y se fue a Europa. Así comenzaba el viaje que daría como resultado Miguel Abuelo et Nada, el documental el eslabón perdido del rock nacional. En la película, los directores entrevistan a los músicos y artistas diversos que acompañaron a Abuelo en su gira psicodélica por casas prestadas en España, Francia y Holanda. El gran mérito de los realizadores es que nunca pierden el foco y no se dejan seducir por la figura de Abuelo. La película es sobre el disco y los personajes que confluyeron para darle vida. Así, Abuelo tendrá la misma relevancia que Daniel Sbarra, la actriz Elizabet Wiener o Carlos Beyris, por nombrar a tres de los protagonistas que desfilan ante la cámara. Miguel Abuelo et Nada, el documental no se destacará por las formas, pero tiene un alto valor histórico al rescatar esa joya del rock que, gracias al trabajo de los directores, quedará como registro de una época que definió la obra de uno de los artistas más influyentes del país.
La lucha cuerpo a cuerpo Gabriel Patrono y Matías Lojo realizan un registro pormenorizado del nacimiento y la evolución de El Reloj, la mítica banda nacida Lomas del Mirador que pasará a la historia como la primera en incursionar en el rock pesado en Argentina. Entre la falta de reconocimiento, las separaciones y los regresos, el documental se centra en lo que fue y en lo que pudo llegar a ser. “Sin la música la vida sería un error”. La frase de Nietzche que resalta en letras blancas sobre un fondo negro será el hilo conductor de la película dirigida por Gabriel Patrono, realizador de Blues de los plomos (2013) y Matías Lojo (Dos locos en Mar del Plata, 2009). Porque antes que nada, los directores rescatan la pasión y el amor hacia la música que profesaban y aún profesan los integrantes de El Reloj. Si bien Alguien más en quien confiar (2017) supone una cronología a rajatabla como queda establecido desde el subtítulo, la película transita por varios caminos que se bifurcan para terminar en un mismo lugar. Desde aquella primera formación de 1970 integrada por Willy Gardi, Tucata Suarez, Eduardo Frezza, Luis Valenti y Juan Espósito hasta la última del 2001, los relatos a cámara y los materiales de archivo dejan en claro que sin pasión y perseverancia la banda nunca hubiera cruzado la General Paz. Porque esa frontera, que no supone ningún desafío para la mayoría, en el caso de una banda de rock adquiere un sentido simbólico. El Reloj, que empezó en Lomas del Mirador y llenó lugares de Haedo y Ramos Mejía, se alimentaba del boca a boca sin un aparato detrás. Su pico de popularidad llegaría con la primera actuación en el Teatro Astral y luego en el Luna Park pero cuando parecía que pegaban el salto con su primera gira internacional algo cambió. La nostalgia es un gran componente del largo pero no el más importante. Las personalidades de los integrantes irán desplegándose de los mismos relatos y de los recuerdos que comparten. Y aunque en la película está siempre latente la idea de que la misma banda hubiera triunfado en otro país por el estilo revolucionario que supuso, los protagonistas que se fueron y los que aún quedan de pie demuestran el orgullo de haberla luchado cuerpo a cuerpo.
Cambio de paradigma Malena Noguer y Martín Ferrari ponen el foco en un modelo educativo contrapuesto al tradicional que responde a la necesidad de movimientos sociales que surgieron al calor de los cambios de los últimos veinte años en América Latina. ¿Qué tienen en común Aline de la ciudad Ribeirao Preto con Margarita de la comunidad indígena vilele de Saladillo en Santiago del Estero? ¿O Ever de la ciudad de Popayán en Colombia con Milton y Leopoldo de Chimoré en Bolivia? ¿Y Blanca, alumna de la Escuela Mujeres de Frente en Quito, con Daniela y Fernando, asistentes al bachillerato Popular Darío Santillán de la ciudad de Buenos Aires? En La educación en movimiento (2017), Noguer y Ferrari recolectan los testimonios de profesores y alumnos integrantes de movimientos sociales que encontraron en un modelo distinto al predominante la salida para formarse y prepararse en un contexto adverso y fluctuante. Los realizadores recorrieron parte de Latinoamérica para demostrar que otra educación es posible. El movimiento al que hacen referencia en el título queda ilustrado en la presentación de los protagonistas que con sus participaciones dejan entrever a un sistema que no está preparado para satisfacer las necesidades actuales. Un sistema con elementos foráneos que niega a los autóctonos, como las lenguas de los pueblos originarios o el respeto por la tierra. Y no solo dirigirán su atención a los casos de la Escuela de Agroecología del MOCASE y de la Escuela Media del Campo del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra en Brasil, también habrá tiempo para las experiencias de la Escuela de Mujeres de Frente en Quito y el bachiller Darío Santillán en la ciudad de Buenos Aires. Tanto en el campo como en la urbe se evidencia que la educación tradicional no se adapta a las distintas necesidades de los alumnos. El documental de Malena Noguer y Martín Ferrari es un registro valioso que pone en evidencia la crisis que atraviesa toda la región pero, a la vez, demuestra que otra educación es posible.
La búsqueda Borrá todo lo que dije del amor, porque no sabía bien quién era, ópera prima de Guillermina Pico, mezcla de documental y ensayo, donde la directora abre las puertas de su mundo y entrega una obra sobre momentos de su vida con una abrumadora carga de nostalgia. La primera película de la realizadora oriunda de La Pampa es una colección de instantes: como si se trataran de las piezas de un rompecabezas. Pico parece buscar algo en las imágenes que capta en su lugar de nacimiento, en Londres o en Buenos Aires. Esos retazos de momentos forman el largometraje que apenas excede la hora de duración. Las secuencias, en ocasiones demasiado cortas, evidencian esa constante búsqueda en el exterior, donde la naturaleza ocupa un lugar preferencial. En cambio, puertas adentro, la directora registra charlas familiares o por ejemplo un baile de pueblo, donde la nostalgia pasa a un primerísimo plano. El mayor acierto de Pico es transmitir ese sentimiento a través de instantes que se desarrollan frente a la cámara con total naturalidad. Asimismo y, pese a que la duración del film es bastante acotada, hay otras escenas que no aportan nada significativo a la mencionada búsqueda y hacen que la atención lograda hasta el momento se disperse. No obstante, Borrá todo lo que dije del amor, porque no sabía bien quién era es una propuesta distinta que merece ser experimentada y que, sin lugar a dudas, no debería pasar desapercibida.
Los de afuera son de palo Entre viñedos (Ce qui nous lie, 2017), la nueva película de Cédric Klapisch, navega entre el drama y la comedia a partir de la historia del reencuentro de tres hermanos que deben hacerse cargo del emprendimiento familiar. Jean (Pio Marmai), el mayor de los tres hermanos, vuelve a su hogar natal luego de diez años de ausencia. Su deseo de conocer el mundo y alejarse de las obligaciones impuestas por su padre lo llevan a alejarse de todo lo conocido. Mientras tanto, Juliette (Ana Girardot) y Jérémie (François Civil) fueron los encargados de sostener la empresa familiar pero las cosas cambiarán ante la inminente muerte del patriarca. Los reproches y las diferencias emergerán entre los hermanos que con sus limitaciones sostuvieron la empresa familiar. Mientras Juliette debe lidiar con los empleados y tomar las decisiones más importantes, Jérémie se debate entre lo que es mejor para su núcleo más íntimo y los deseos de la familia de su esposa. Asimismo, Jean deberá resolver su situación matrimonial que pende de un hilo. El principal mérito del director es que evita regodearse en la relación conflictiva entre Jean y su padre para concentrarse principalmente en cada uno de los hermanos y su entorno. Será a partir de las enseñanzas, pero también de las diferencias, que buscarán sortear las dificultades que se les presentan. Los flashbacks son recurrentes pero bastante medidos y ayudan a entender la postura actual de cada uno de los hermanos y los roles que asumieron en su adultez. Tal vez, lo que juegue en contra en Entre viñedos es la duración. Sus casi 120 minutos pesan y queda la impresión de que con una hora y media de metraje habría alcanzado para narrar los conflictos de los personajes y su posterior resolución. No obstante lo señalado, la película de Cédric Klapisch resulta llevadera y si bien no marca un hito en el cine galo es una historia que refuerza aquella idea expuesta por José Hernández en el Martín Fierro y que nos es tan familiar.
Lo que el agua nos dejó Los hermanos Onetti se alejan del giallo italiano para abrazar el slasher en Los olvidados (2017), su nueva película de terror que se centra en un grupo que va a filmar un documental a la abandonada Villa Epecuén y quedará a merced de una familia poco convencional. A bordo de una van, un director de cine, su novia, la camarógrafa, el sonidista, un ayudante y una antigua pobladora de Villa Epecuén, llegan a la ciudad que quedó bajo el agua luego de la inundación de 1985. Con la intención de filmar un documental que narre los hechos que ocurrieron hace treinta años, irán recorriendo los distintos lugares que recuerda la protagonista. No pasará mucho tiempo para que comience el horror y este grupo quede sometido a la voluntad de una familia oriunda del lugar, comandada por Mirta Busnelli. Asimismo, un misterioso hombre interpretado por Gustavo Garzón, conectado con el funesto clan, se cruzará en el camino de estos. Esta vez detrás de cámara encontramos a los dos hermanos Onetti. Si las dos películas anteriores, Sonno Profondo (2013) y Francesca (2015), la primera dirigida y escrita por Luciano y la segunda dirigida por él y coescrita con su hermano, eran un homenaje al giallo, en Los olvidados exploran el slasher. Y esto es bastante consecuente con la carrera de los Onetti debido a que el slasher se nutre del giallo. La película cumple con todos los requisitos del género y posee una gran calidad técnica. Sin embargo, los hermanos se guardan una sorpresa para el final que vendría a cambiar la característica de la final girl (última chica), aquella que sobrevive luego de enfrentar al asesino enmascarado. Si en Sonno Profondo y Francesca (aquí hay una referencia en la remera que usa el personaje de Damián Dreizik) se limitaban a homenajear sin agregar alguna cualidad distintiva, es en Los olvidados donde se animan a cambiar un poco las reglas del juego y dejar su marca propia.
Desde adentro Mariana Lifschitz abre las puertas de su intimidad para narrar la experiencia de encarar el comienzo de la escolarización de su hijo. Lo interesante radica en que comparte todo el proceso junto a otras dos madres, una en Finlandia y otra en Francia, para ilustrar las dificultades que atraviesa la educación pública. Primer grado en tres países, el segundo documental de Mariana Lifschitz, va de lo particular a lo general. Narrado en primera persona, la realizadora sitúa la acción en septiembre de 2014, momento en el cual comenzó la búsqueda de la escuela para su hijo. Mientras tanto, en Francia y en Finlandia, Leo y Julia inician primer grado. A través de Skype, Mariana, junto a las otras dos madres, una de ellas argentina y la otra francesa que vivió en nuestro país y regresó a Francia, pondrán en común sus primeras sensaciones. Diferentes factores serán objeto de comparación en el registro de Lifschitz, desde la disposición de los chicos en el aula, pasando por el trato de los docentes, hasta los métodos de evaluación. Primer grado en tres países podría verse como una continuación necesaria de La inocencia, de Eduardo de la Serna, en donde se documentaban los primeros pasos en la escuela de una niña en la provincia de San Juan y de otra en la ciudad de Buenos Aires. Si bien allí el contraste se daba en otros aspectos como el económico, la educación adquiría un rol fundamental. Aquí el foco se pone exclusivamente en los métodos de aprendizaje, las costumbres y las idiosincrasias propias de cada sociedad sobre un sistema educativo que indudablemente requiere una revisión. La visión de la directora permite explorar un proceso en el que se deja entrever una problemática que no conoce de fronteras.