Paso en falso Necronomicon: El libro del infierno (2017) es un intento fallido de homenajear a H. P. Lovecraft y su universo. Marcelo Schapces presenta una Buenos Aires sumergida en la oscuridad donde el protagonista deberá ir tras un mítico manuscrito que podría desatar el infierno en la tierra. Luis (Diego Velázquez) es un bibliotecario que trabaja en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Cuando se le encargue la realización de un inventario de una colección descubierta en el subsuelo, tomará contacto con fuerzas que van más allá del entendimiento. Detrás del clima apocalíptico que sufre la ciudad y los sucesos que envolverán al protagonista se encuentran los relatos de Lovecraft, que en el llamado Ciclo de Cthulhú ubica una copia del Necronomicón, un libro apócrifo escrito por un poeta árabe de nombre Abdul Alhazred en el 730. Partiendo de la leyenda de que el mismísimo Jorge Luis Borges, cuando se desempeñó como director, protegió y realizó una ficha del mítico libro, Schapces desarrolla la historia que evita caer en los lugares comunes del género. Aparecerán posesiones, fantasmas e incluso seres monstruosos pero no con el fin de crear sustos a puro golpe de efecto. En una entrevista, Jesús Cañadas, autor de Los nombres muertos, resaltaba una de las mayores virtudes de la pluma de Lovecraft: su maestría radicaba en mostrar no el horror, sino las reacciones de horror del personaje, que es lo que causa más miedo al lector. La intención de Schapces parece ir en esa dirección y en Necronomicon: El libro del infierno, la reacción del protagonista queda siempre en primer plano. Sin embargo, esto no es suficiente. El problema principal de la película se manifiesta en la presencia de personajes que no justifican su lugar en el relato: la hermana de Luis, interpretada por María Laura Calí, podría haberse obviado. Lo mismo sucede con la participación de Federico Luppi, Cecilia Rossetto y Victoria Maurette. Estas participaciones forzadas hacen que la progresión de la narración se vuelva lenta y que sus 87 minutos finales parezcan interminables. De esta manera, Necronomicon: El libro del infierno es un intento fallido de homenajear a Howard Phillips Lovecraft y un traspié en el cine de terror nacional.
En el bosque En Luna, una fábula siciliana (Sicilian Ghost Story, 2017), Fabio Grassadonia y Antonio Piazza narran un hecho verídico pero desde un enfoque distinto al acostumbrado. El secuestro y posterior asesinato del hijo de un arrepentido de la mafia es el disparador para mezclar la realidad con la imaginación de dos niños envueltos en una situación extraordinaria. Luna (Julia Jedlikowska) está enamorada de Giuseppe (Gaetano Fernandez), su compañero de escuela. Poco después de que ella le entrega una carta en la que revela sus sentimientos, el niño es abordado por unos sujetos que parecen policías y nadie más vuelve a verlo. Los días pasan y Luna no logra comunicarse con su pretendiente. Desafiando a su madre, a la maestra y a una comunidad que mira para otro lado, la pequeña lo buscará hasta las últimas consecuencias. Para entender el contexto en el que transcurre la película y el tratamiento del tema por parte de los directores, es necesario remontarse a los años en los que la mafia comenzó a verse acorralada por las fuerzas de la ley. La década del noventa sería decisiva. Luego del asesinato del juez Giovanni Falcone y más tarde el de su colega Paolo Borsellino, las autoridades decidieron dar caza a los “hombres de honor”. Amparados bajo la ley antimafia Rognoni-La Torre, los exintegrantes de la Cosa Nostra declararon como arrepentidos y comenzaron a entregar a sus compañeros. Uno de ellos fue Santino Di Matteo, el encargado de planear y ejecutar el atentado contra Falcone bajo las órdenes de Giovanni Brusca. Para hacerlo cambiar de opinión, este último mandó a secuestrar a Giuseppe, hijo de Santino, que luego de pasar dos años en cautiverio fue asesinado y su cuerpo diluido en ácido. La película que abrió la Semana de la Crítica de la última edición del Festival de Cannes y tuvo su preestreno en el 32 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata gira en torno a este hecho atroz. Pero los directores se basaron también en el relato Un caballero blanco, de Marco Montessola, para desarrollar un relato dramático insertado en un mundo oscuro donde habitan monstruos y los inocentes son víctimas de fuerzas que no pueden controlar. Desde los primeros minutos queda claro que la película no es sobre la mafia. Luna, una fábula siciliana se aborda como un relato fantástico donde la protagonista deberá sortear obstáculos si quiere volver a los brazos de Giuseppe. Los realizadores logran dotar a la película de una atmósfera fantasmal y cargada de símbolos donde el peligro reside en el bosque que Luna, cubierta por un abrigo rojo, deberá atravesar. El atractivo del film radica en que el tratamiento elegido para encarar la historia no le resta dramatismo a lo que sucedió. Por el contrario, Grassadonia y Piazza ofrecen una visión distinta sin evitar mostrar los detalles más escabrosos. Sin embargo, hay algo de luz sobre el final.
Acción y reacción En Los sentidos (2016), Marcelo Burd entrega otro documental de observación en donde la no intervención directa del director permite que conozcamos a los protagonistas de una manera privilegiada y que la acción transcurra de forma armónica. Olacapato es un pequeño pueblo de la puna salteña donde los días transcurren sin prisa. La escuela sobresale del árido paisaje y revela la importancia que tiene en la comunidad desde los primeros minutos. Un matrimonio de maestros junto a la cocinera se encargan de los 45 alumnos de distintas maneras. Entre almuerzos y tareas, se interiorizan con ellos y van más allá de su mera función educacional. Los sentidos es el tercer documental de Marcelo Burd luego de codirigir Habitación Disponible (2004) con Diego Gachassin y Eva Poncet y El tiempo encontrado (2014), nuevamente junto a Poncet. Aquí vuelve a elegir el método de observación para registrar la vida de esta comunidad y, sin intervenir en forma directa, capta momentos cruciales. En la mayor parte del metraje, la cámara permanece inmóvil. Ya sea registrando la inmensidad del paisaje con el trasfondo de las máquinas que escupen humo o a unas niñas jugando sobre las vías del tren mientras anhelan poder verlo algún día. El tema del ferrocarril aparece en varias secuencias como el gran generador de trabajo desaparecido, ahora las mineras son las que ocupan a los hombres y con ello sobrevienen los problemas de salud y ambientales. La cámara se fija en el matrimonio de docentes pero también sobre la cocinera y la madre de unos de los alumnos. De manera sutil asomarán las dificultades que enfrentan día a día y cómo los maestros abordan esas problemáticas. Con la misma dedicación, Burd registra las interacciones entre el matrimonio de maestros y en los minutos finales logra capturar un momento decisivo cargado de emoción, sin necesidad de acercar el objetivo para forzar la situación. Los sentidos no busca convertirse en un documental de denuncia. Las injusticias del sistema aparecen pero no se pone acento sobre ellas. Aquí lo que importa es la relación entre los alumnos y los docentes que, entre las lecciones sobre la ley de Newton y los relatos de Julio Verne, encuentran la forma de hacer de este un mundo mejor.
Romanticismo relegado El actor y conductor Pierfrancesco Diliberto, más conocido bajo el pseudónimo de PIF, vuelve a retratar a la mafia en su segunda comedia. Los personajes principales surgieron en su primer film y también se los pudo ver en una serie de televisión. En A la guerra por amor (In guerra per amore, 2016), PIF narra la historia de Arturo, un inmigrante italiano que trabaja como mozo en el restaurante neoyorquino del tío de Flora, su pretendida. El principal problema para el protagonista es que el tío de Flora arregla el matrimonio entre su sobrina y el hijo de un capo de la mafia y a él no se le ocurre mejor idea que viajar a Sicilia como soldado de los aliados a declarar sus intenciones al padre de ella en plena guerra. Esto sucede en el contexto de la operación Husky, en la que el gobierno de Estados Unidos contactó a Lucky Luciano mientras cumplía una condena de treinta años por proxenetismo. El capo mafia utilizó los contactos que mantenía con sus pares de Sicilia para proveerlos de información privilegiada y coordinar la llegada de los aliados al viejo continente. PIF toma a los personajes de La mafia sólo mata en verano (La mafia uccide solo d'estate, 2013), su ópera prima en la que contaba la historia de amor entre Arturo y Flora entre los años setenta y noventa, mientras la cruzada contra la mafia se volvía cada vez más virulenta. La comedia retrataba a la Cosa Nostra a través de los ojos de un niño, luego convertido en periodista. En el 2013, PIF continuaría la historia de su primera película en una serie para televisión. El problema principal de A la guerra por amor está en el tratamiento de lo que en apariencia es la subtrama presente desde el comienzo y en realidad es determinante en la resolución. La película comienza como una comedia ligera sobre los jóvenes enamorados pero descarrila en los veinte minutos finales cuando adquiere un tono de denuncia que contrasta de forma evidente con lo visto en la hora previa. Pareciera que el realizador quiere lograr un efecto parecido al de La vida es bella (La vita è bella, 1997), de Roberto Benigni: tomar un contexto horroroso e insertar a los personajes en un relato en el que no falte el humor y el absurdo. Allí donde Benigni salía ileso, Pif falla. En A la guerra por amor, la historia romántica entre los protagonistas queda relegada en pos de la denuncia. Sin embargo, PIF elabora a un convincente Arturo, algo torpe pero firme en sus intenciones. A él no le importa liberar a un pueblo oprimido por Mussolini aliado con Hitler, ni la mafia que cuenta con más autoridad que el propio ejército. Será el personaje del teniente Chiamparino (Andrea di Stefano), el más idealista, quien luchará contra su propio ejército y cuestionará la breve alianza con los “hombres de honor”. Este es el verdadero tema de la película y PIF utiliza una historia de amor para denunciar esas negociaciones que en la década del 40 sellaron el destino de Italia con sangre y fuego.
Los años maravillosos Liebig (2016) posee un inexorable contenido nostálgico pero no se queda sólo con eso y hay momentos para el humor, una cualidad difícil de encontrar en el género. El documental abre con una placa donde se da la información necesaria para iniciarnos en el recorrido que comenzará con un plano aéreo de los vestigios de la empresa Liebig's Extract of Meat Company Limited. En los primeros años del siglo XX se instala a orillas del Río Uruguay y se construyen casas y diversos lugares de entretenimiento para los trabajadores. El film narra los días dorados de la compañía a través de las personas que pasaron gran parte de su vida allí dentro. Christian Ercolano dirige el documental que no ahondará en las causas del cierre del establecimiento en 1980 sino que posará la atención en el proceso productivo que se daba en la planta y los recuerdos que albergan los pobladores traducidos en fotografías en blanco y negro o latas originales de la carne que allí se envasaba. En consecuencia, el director dedicará el tiempo justo a cada uno de los entrevistados sin caer en golpes bajos. Por el contrario, el hilo conductor de la cinta será la Fiesta de la Identidad y el Patrimonio que se celebra los primeros días de enero. En Liebig no hay una voz en off que nos vaya relatando los hechos. Los testimonios son de primera mano, Ercolano aprovecha a los protagonistas y las pinceladas de humor aparecen de manera natural, lo que hace de Liebig un documental ameno y disfrutable.
Un tibio regreso Presentada como una comedia dramática, la segunda película del belga Bavo Defurne cuenta con el protagonismo excluyente de Isabelle Huppert como una cantante caída en desgracia que se enamora de un joven boxeador con quien planea su gran regreso. La secuencia inicial de Volver a empezar (Souvenir, 2016), que está entre lo mejor de la película, muestra lo que parece una copa de champagne, asociada al éxito y la fama, que con el correr de los segundos deviene en un antiácido. Solo con este acertado indicio, el director nos da una pincelada de Lilianne, una cantante que quedó en el olvido luego de perder en el famoso Concurso de la Canción Europea Eurovisión. Treinta años más tarde trabaja como mano de obra en una fábrica de paté donde conoce a Jean, un joven que aspira a ganar el título de boxeo provincial. Como el más que elocuente y obvio título elegido en español, además de iniciar una relación amorosa, surge la posibilidad de volver a los escenarios. Luego de debutar en la dirección de largos con North Sea Texas (Sur le chemin des dunes, 2011), Defurne se inclina por una historia que no tiene nada de original y cuyo único acierto es el protagónico de Huppert, que interpreta con sobriedad a una mujer de otro tiempo cuya fama fue momentánea. Las dos canciones compuestas por el grupo Pink Martini que interpreta, una de ellas es el título original del film (Souvenir), junto a sus movimientos en el escenario, la configuran como una artista anclada en la nostalgia. Esto es lo que Huppert transmite de una forma impecable. Pero es indudable que la interpretación de la protagonista no es suficiente para una película que carece de momentos reflexivos y de humor. Los personajes secundarios están nada o poco explotados con la falsa esperanza de que con Huppert alcanza y sobra. Un claro ejemplo de un film dramático sobre un personaje que prepara su gran regreso es El Luchador (The Wrestler, 2008) de Darren Aronofsky. En el film protagonizado por Mickey Rourke, el director llevó adelante una narración con un protagónico excluyente pero con secundarios igual de importantes en la trama, como la moza interpretada por Marisa Tomei y la hija del luchador encarnada por Evan Rachel Wood. En Volver a empezar el secundario de Kévin Azaïs no está lo suficientemente desarrollado como para crear una figura de contrapeso y complementaria. El conflicto interno de su personaje está apenas reflejado y las motivaciones quedan relegadas a un segundo plano. No obstante, no puede considerarse que la segunda película de Bavo Defurne sea mala y, sin lugar a dudas, estaremos atentos a un director con ideas más que interesante.
Venganza absurda La segunda película de Matías Szulanski versa sobre la venganza con tintes de humor, bastante violencia y una característica que comparte con su antecesora: el absurdo. Pendeja, payasa y gorda (2017) comienza parafraseando a Confucio: “Si buscás venganza, cavá dos tumbas” y da paso a una chica preparando el terreno para un cadáver. Así, antes del minuto de metraje, inferimos que la trama girará en torno a revanchas personales que dejarán un reguero de cuerpos en el camino. La trama es así: la Gorda del título es Mirta Wons, una mafiosa que les encarga a la Pendeja (Ana de Vicentis) y a la Payasa (Florencia Benítez) conseguir un riñón para su hermano, un sicario que conoció mejores momentos y que no solo trabajó para su hermana sino también para Hernández (Claudia Schijman), enemiga jurada de la Gorda. Luego de su ópera prima, Reemplazo incompleto (2016), Matías Szulanski vuelve al ruedo con una estructura que remite directamente a Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994) y a Fargo (1996) o El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998) de los hermanos Coen por lo absurdo de algunas situaciones. Dividida en capítulos mediante intertítulos que sirven como guía, el relato partido irá tomando forma con el correr de los minutos. El nexo entre las historias que parecen individuales y que inexorablemente confluirán hacia el final en una sola es Martín, un drogón interpretado por Germán Tripel que trabaja para las dos mafiosas. De esta manera, Matías Szulanski desarrolla una historia de venganza con una buena dosis de situaciones absurdas. El peso del relato recae en las interpretaciones de Mirta Wons y Claudia Schijman, los dos personajes cuyo momento a solas resultará lo mejor de la película. Pendeja, payasa y gorda configura la búsqueda de una identidad por parte del director que comenzó con su experimental Reemplazo incompleto y que ahora se despacha con un film más asequible y digerible.
Nada que temer El origen del terror en Amityville (The Unspoken, 2015) tiene todos los clichés del género condensados en una hora y media: personajes poco desarrollados, música que señala los momentos para sobresaltarnos y puertas que no paran de abrirse y cerrarse solas son los lugares comunes de una película que no logra su cometido. La franquicia Amityville cuenta con más de una decena de películas en su haber. Todo comenzó allá lejos, en 1979, con Aquí vive el horror (The Amityville Horror) que luego tendría una segunda parte en 1982 y hasta nuestros días contó con remakes, precuelas e incluso una versión en tres dimensiones. Aquí, además de la evidente referencia en el título que tiene el film en español, la conexión con aquellas recién existirá sobre el final. El origen del terror en Amityville no escapa de la lógica de sus predecesoras. En este caso tenemos a Angela (Jodelle Ferland), una adolescente que trabaja en una guardería para ayudar a su padre que se encuentra desempleado. Los hechos inexplicables comienzan a manifestarse cuando su jefa le ofrece un ingreso extra por cuidar a un chico en la casa donde una familia entera desapareció sin dejar rastro veinte años atrás y ella queda inmersa en una trama que se conecta directamente con su pasado. A su vez, un grupo de conocidos de Angela escondió drogas en la casa que hasta ese momento estaba abandonada y hará lo que sea necesario para recuperarla. Así las cosas, la protagonista quedará en medio de sucesos paranormales y una banda de cuasi criminales. Si películas como La cabaña del terror (The Cabin in the Woods, 2012), Te sigue (It Follows, 2014) o La Bruja (The Witch, 2015) habían revivido un género que parecía estar condenado, El origen del terror en Amityville las niega y vuelve a traer fórmulas repetidas hasta el cansancio que buscan el golpe de efecto momentáneo. Sin embargo, a Sheldon Wilson, director y guionista del film, hay que reconocerle algo: en apenas hora y media logra introducir todos los clichés necesarios para que la película consiga el efecto contrario al que busca. Los objetos que se mueven solos, las puertas que se abren y se cierran y las apariciones del más allá son algunos de los recursos que se repiten durante todo el metraje. El origen del terror en Amityville es un pastiche insoportable con temáticas y recursos que resisten el paso del tiempo y nos aseguran solo una cosa: no hay nada que temer.
Como es arriba, es abajo Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca (2016) de Guillermo Glass y Federico Axat nace de la necesidad de un grupo de amigos montañistas de darle cierre a una aventura que los marcó para siempre. La idea del grupo era subir hasta la cima del Dhaulagiri en el Himalaya y realizar un documental donde quede registrada la monumental hazaña. Pero las cosas no salieron tal como lo habían planeado y uno de los integrantes no logró ascender los 8000 metros. Años después, uno de ellos decide contactarse con los demás y terminar la película inconclusa. En los primeros minutos de Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca, la tragedia queda expuesta de manera muy sutil. Todos hablan de Darío y de la necesidad de cerrar un ciclo y en el camino hablar sobre una pasión que tratarán de explicar con palabras e imágenes. Las secuencias son atrapantes ya que luego de hacer base, las condiciones climáticas se recrudecen y captar la experiencia es una empresa dificultosa. Los directores no apelan a golpes bajos y, por el contrario, durante más de la mitad del metraje, todo es entusiasmo. La cámara logra captar la emoción de los protagonistas y el documental no busca presentar la situación como la del hombre versus la naturaleza. Aquí, entran en comunión con la montaña y el desafío forma parte de un estilo de vida. La hermandad entre los montañistas, las consecuencias de las inclemencias de las bajas temperaturas y decisiones de vida o muerte hacen de Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca un documental emotivo y único.
Solos contra el mundo Dos son familia (Demain tout commence) es la remake de la película mexicana No se Aceptan Devoluciones (2013). El film se limita a replicar la trama de aquella de forma fiel y se apoya íntegramente en la excelente interpretación de Omar Sy (Amigos intocables, 2011). Samuel vive en Marsella y trabaja a bordo de un barco turístico. Durante el día pasea a los visitantes y por la noche organiza fiestas donde consigue a la mayoría de sus conquistas amorosas. La rutina se altera cuando una mañana aparece una de sus amantes casuales (Clémence Poésy) con un bebé en brazos y asegura que se trata de su hija. Luego de pedirle dinero para pagar el taxi, desaparece sin dejar rastro. Solo con la niña, viajará a Londres en busca de la madre y se instalará allí con la esperanza de volver a encontrarla. La película se divide en dos partes bien diferenciadas. Por un lado, la primera, donde Samuel se adapta a su nueva vida como padre y doble de riesgo en una serie de acción. Aquí es donde la comedia se desarrolla con buen pulso por parte del director Hugo Gélin. Las situaciones más graciosas se dan cuando el protagonista debe hacerse cargo de la crianza de su hija en un país que no es el suyo, con un idioma que no domina y que tampoco se preocupa en aprender. Samuel decide mentirle a su hija e inventa una historia donde su madre es una espía que viaja alrededor del mundo completando intrincadas misiones. En la segunda parte se da paso al drama, de golpe pero con cautela. El problema surge cuando ella vuelve y reclama el lugar que dejó vacante. Cuando la trama comienza a dar indicios de que el resto del film girará en torno a la batalla judicial por la tenencia de la criatura, como en Kramer vs. Kramer (1979), la película se centra en una cuestión más grave que Samuel mantuvo en secreto. Son muy pocas las reversiones que superaron o, al menos, igualaron a la película original. Dos son familia puede considerarse un film tierno y emotivo que le hace justicia al de Eugenio Derbez gracias a la eximia interpretación de Omar Sy pero, sobre todo, por respetar la trama.