Los paranoicos En su ópera prima, el uruguayo Matías Ganz propone con La muerte de un perro (2019) una oscura sátira social a través de un eficaz cruce de géneros y un elenco a la altura de las circunstancias. Los protagonistas de La muerte de un perro son la pareja conformada por Sylvia (Pelusa Vidal), recién jubilada, y Mario (Guillermo Arengo), un médico veterinario. Mientras ella pasa todo el día sumergida en un estado de paranoia que la hace sospechar de que su empleada doméstica le roba objetos que más tarde encuentra en el lugar donde los dejó; Mario, se ve envuelto en un linchamiento público a través de las redes sociales por una negligencia que provocó la muerte de un perro. Pero en esta historia nada es producto del azar ni de la mala suerte sino de hechos que se encadenan. La casona del matrimonio sufre un ataque que deviene en un robo y se ven obligados a mudarse temporalmente a la casa de la hija de ambos. La paranoia de Sylvia se traslada a Mario conjeturando extrañas teorías conspiratorias sobre los acontecimientos recientes, dando como resultado más violencia. Ganz logra con habilidad una historia universal pero narrada con elementos de la idiosincrasia local, con un sentido del humor rápido e irónico, utilizando elementos relacionados con la paranoia de clase y el miedo a la vejez. La película, que por momentos parece estar estructurada a partir de una serie de viñetas aisladas pero que al final confluyen en un todo, construye a través de las acciones y el silencio de los protagonistas la sensación de un final trágico en el que una especie de paradoja hace que los espectadores se enfrenten a sus propios prejuicios. La música de Sofía Scheps, que también es responsable del diseño sonoro, es uno de los aspectos técnicos que más ayuda en la creación de los diferentes climas que envuelven la historia. Tanto Arengo como Vidal son artífices en gran parte del resultado final. Personajes complejos, que se manejan más por la intuición que por el razonamiento, logrando con sus actos situaciones realistas que rozan la inverosimilitud. Con elementos del thriller psicológico, pero también típicos de la comedia negra y el drama social, Ganz logra una película potente, en la que reflexiona sobre la condición humana, las consecuencias de sus actos y la impunidad de cierta clase social que siente que sus derechos están por encima del resto.
La danza y el cine Un viaje por el universo creativo del prestigioso coreógrafo argentino Oscar Araiz es la original propuesta de Paula de Luque en Escribir en el aire (2019), una fábula cinematográfica, según su propia definición. Oscar Araiz, uno de los precursores de la danza contemporánea en el país, creador del Ballet del Teatro San Martín, director del Ballet Estable del Teatro Colón, de la Danse del Grand Théâtre de Genève, Suiza, del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y de Danza del Teatro Argentino de La Plata, recibió numerosos premios, entre ellos el Konex de Brillante, pero esta es la primera vez en que el cine se posa sobre su figura. Escribir en el aire no es un documental ni una ficción, tampoco una videodanza ni un documental ficcionado, es un hibrido que conjuga todas esas disciplinas artísticas para dar origen a una obra que funciona como el reflejo más puro del objeto retratado, en este caso Oscar Araiz. De Luque, también bailarina, se introduce en el mundo de Araiz, en su vida y su obra. Lo vemos en su etapa creativa, en charlas con amigos pero sin que nada sea casual sino que todo responde a una puesta en escena deliberada, en Escribir en el aire todo es verdad pero también mentira. Mientras el retrato toma forma en paralelo somos testigos a una puesta coreográfica que funciona como un espejo de lo que se cuenta. La poesía hecha danza, el cine hecho poesía y el arte en su estado más genuino dan como resultado una obra conceptual que le escapa a los encasillamientos que rigen al cine y a la danza contemporáneos.
Si no hablamos Tengo miedo torero (2020) es la transposición cinematográfica de la única novela escrita por el escritor, artista visual y pionero del movimiento queer en Latinoamérica, Pedro Lemebel, quien sacudió a la conservadora sociedad de Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet a finales de la década del 80. Con dirección de Rodrigo Sepúlveda (2012) y la actuación de Alfredo Castro, la historia se centra en la relación que mantienen una travesti y un guerrillero mexicano miembro de la resistencia chilena. Tengo miedo torero es una adaptación de la obra original pero no sigue de manera fiel los acontecimientos que en ella se narraban. Sepúlveda junto al coguionista Juan Tovar tomaron la novela, se la apropiaron, e hicieron un recorte de la misma. Tengo miedo torero, escrita en 2001 y reeditada por Tusquets en 2019, se ubica en 1986 en Santiago de Chile. Carlos, un joven del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que va a participar del fallido atentado a Pinochet, vive una relación sentimental con una travesti: “La loca del frente”. Por otro lado Pinochet lidia en la intimidad con sus fantasmas y con Lucía, su mujer, obsesionada con los últimos modelos de la diseñadora Nina Ricci. La película deja de lado esta historia para centrarse en la primera. Lo político en su sentido más amplio es el eje sobre el que gira Tengo miedo torero. Alfredo Castro interpreta a “La loca del frente”, una vieja travesti, habitante de una casona destruida en un barrio popular, bastante alejado del centro, que cose y borda para la “gente importante”. A su modo, busca divertirse en medio de la violencia política que brota en las calles. Se evade de una realidad que según sus propias palabras le da miedo. No la desconoce pero tampoco asume un compromiso. Por un motivo que de casual no tiene nada se topa con Carlos (Leonardo Ortizgris), un apuesto joven mexicano. Las palabras avanzan al mismo tiempo que el coqueteo y pronto ella le ofrece su casa para guardar “unos libros de arte” que corren peligro. Claro que los libros no son libros y que en cuestión de horas la casa de “La loca” se vuelve en un centro de operaciones clandestino desde donde se planifica el atentado a Pinochet. Aunque todo esto sucede fuera del campo visual del espectador, el director se encarga, a través de ciertas dosis concisas y muy claras de información, de que si existía duda alguna de lo que se estaba tramando, está se disipe. Lo central en Tengo miedo torero es la deconstrucción política y social de un personaje ajeno a la realidad que se ubica en una zona de confort que le queda cómoda. Sepúlveda, dotado de una gran sensibilidad y conocimiento de los hechos, apela al melodrama opresivo, con influencias del cine del alemán Rainer Werner Fassbinder, para contar una historia que le escapa a la cursilería kitsch pero donde la canción romática no está ausente. Desde Paloma San Basilio a Chavela Vargas pasando por Elis Regina, Lola Flores y hasta Pedro Aznar, autor de la música incidental e intérprete junto a Manuel García del maravilloso tema de títulos finales, Si no hablamos, componen un soundtrack melancólico con sesgos almodovarianos. El punto más débil del film es un guion que por momentos avanza demasiado rápido y por otros se vuelve demasiado banal frente a la profundidad con la que busca reconstruir ciertos hechos históricos, pero que gracias a la gran actuación de Alfredo Castro se logra pasar por alto.
Los viejos jóvenes Víctor Cruz, realizador de películas como El perseguidor (2010) y Boxing Club (2012), aborda en su nuevo trabajo el tema de la longevidad a través de la mirada enérgica de ancianos de tres países que en algunos casos han pasado los 100 años. Kentannos ¡Que vivas 100 años! (2018) se estructura como una película de cuentos documentales. Dividida en tres partes cada uno se desarrolla en países diferentes con el común denominador de retratar a personajes longevos pero con una actitud positiva frente a la vida. El primer cuento, trabajado desde la coralidad, nos presenta a Panchita, una tica de 109 años, que casi no ve y apenas puede mantener su equilibrio, pero que no ha perdido el humor ni la elegancia para lucir aros colgantes ni pulseras y collares típicos del país. Mientras la visitan sus hijos, Pablo de 93 años y Calixto de 88, Panchita reflexiona sobre la vida y los años con la alegría de quien lo ha vivido todo. Es en esa misma región de Costa Rica, una de las que posee el mayor índice de longevidad del mundo, que vive Sarita una mujer de 93 años que le declara su amor a un policía mucho más joven y Pachito de 98 que todavía monta a caballo pese a la negativa de su hija. Cerdeña en Italia es la región elegida para el segundo de estos cuentos protagonizado por Adolfo, un anciano de 93 años cuyo sueño es poder volar un aeroplano y que a lo largo del relato veremos cómo lo consigue. Mientras que en Japón, más precisamente en la isla de Okinawa, Tomi de 93 será la figura del tercer y último episodio. Una mujer que luego de tres años y tres meses de duelo por la muerte de su hijo se debate entre regresar o no a una banda pop de abuelos de más de 80 años que se convirtió en un éxito viral. Centrada en personajes longevos pero evitando la melancolía y la nostalgia por la juventud perdida, Kentannos ¡Que vivas 100 años! no apela a la resignación y la pérdida sino todo lo contrario. Cruz trabaja la trama a partir de un elemento que la atraviesa transversalmente: los sueños que mantienen con vida a cada uno de los personajes elegidos. Lo hace con una mirada honesta y sencilla, donde el pudor y el miedo no existen pero tampoco el regodeo en la decadencia ni la intencionalidad de exponerlos al ridículo. Kentannos ¡Que vivas 100 años! está plagada de energía, una energía que contagia y que a la vez genera preguntas sobre la vida y como uno se para frente a ella.
La leyenda de la realidad La lucha de la comunidad Qom por sus tierras no solo es un tema de la agenda mediática, que en la mayoría de los casos parte de una estigmatización, sino también del cine documental argentino que busca retratarla desde una mirada opuesta como es el caso de El árbol negro (2018), del binomio de realizadores Máximo Ciambella y Damián Coluccio. A través de una leyenda relatada por Martín, un miembro de la comunidad Qom, en donde cielo y tierra estaban invertidos y conectados por un árbol, los directores trazan un paralelismo con la realidad que los afecta desde siempre. El árbol negro es un documental observacional pero de estructura coral, que sigue a un grupo de miembros de la comunidad en una cotidianidad que gira entre la tradición, el avance de la tecnología, la lucha por la tierra con realización de asambleas y finalmente los choques con la policía. Entre lo etnográfico y lo político, El árbol negro propone, de una manera sumamente estilizada, con imágenes de una belleza indiscutida y una narración poética, un acercamiento honesto y sin demagogia hacia una comunidad que la mayoría de la población conoce por los medios hegemónicos y la estigmatización que hacen de ella.
Al maestro con cariño Cine de pueblo, una historia itinerante (2015), documental sobre la figura de José Martínez Suárez, recurre a imágenes que su director Sebastián Hermida tomó, a modo de diario audiovisual, durante viaje realizado a Villa Cañás, para así reconstruir la figura de uno de los personajes más emblemáticos del cine argentino. Director de obras como Dar la cara (1962) o Noche sin lunas ni soles (1984), José Martínez Suárez no solo es un reconocido director cinematográfico sino también, a sus 90 años, es el presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Como parte de las actividades de dicho evento, organiza una muestra itinerante que recorre diferentes lugares del país llevando el cine a donde no lo hay. Así, regresa a Villa Cañás, el pueblo que lo vio nacer y al que no volvía desde hacía cerca de 70 años. Ese regreso es aprovechado por Sebastián Hermida, uno de los realizadores que lo acompaña junto a Mario Sábato y Cristian Bernard, para registrar la vuelta al pago, el reencuentro con viejos amigos y presenciar como un centenar de chicos asisten por primera vez en su vida a una función de cine. A partir de ese documento desprolijo, cercano al home video, Hermida reconstruirá la vida y obra de Martínez Suárez desde una visión subjetiva a modo de homenaje de un alumno a su maestro. En Cine de pueblo, una historia itinerante conoceremos no solo el detrás de escena de sus películas acompañadas de anécdotas imperdibles, sino también su infancia, la relación con sus padres, sus inicios en la actividad y su vida con y en el cine. La sola presencia de José Martínez Suárez, conocido por su histrionismo y sentido irónico del humor, hace que el documental tome vida propia y crezca a medida que el metraje avanza. Siendo, por más que en la presentación pareciera querer centrarse en los cines itinerantes y no en su figura exclusiva, el protagonista absoluto de la historia.
¿Todo por amor? La ópera prima de Francisco Bendomir presentada en el [21] BAFICI y ahora disponible en Cine.Ar Estrenos, Una chica invisible (2019), resulta una eficaz y original comedia negra que pone el foco en los diferentes niveles de exposición y hasta qué punto ésta puede ser controlada. Daniel (Javier De Pietro), es un experto informático devenido en hacker que instala -a pedido del ex novio de ella- cámaras secretas en el departamento de Andrea (Andrea Carballo). El conflicto se desata cuando él descubre que ella busca suicidarse luego de que se viralizó en YouTube el peor casting de su ascendente carrera actoral. Bendomir construye a partir de esta premisa una comedia tan elegante como ácida con tópicos que indagan en la privacidad, las relaciones, la fama y hasta donde se está dispuesto a llegar para conseguir lo que se quiere. Pero también reflexionando sobre la exposición –voluntaria e involuntaria- y como ésta carece de todo control. La historia de Una chica invisible parte de una situación dramática, con personajes que se cruzan para interferir en las decisiones de los otros, pero que Bendomir convierte de manera hábil en una tragicomedia con toques de ciencia ficción y momentos tan bizarros como actuales que ponen en conflicto lo público con lo privado, yuxtaponiendo realidad y fantasía, para entrelazar el mundo exterior con el virtual y así crear una historia ambigua en donde ambos universos confluyen y entran en estado de tensión para que actuen fuerzas de choque pero también de atracción.
Viaje al interior del tiempo En octubre de 2016 Luciano Nacci viaja con un amigo a Cuba haciéndose un montón de preguntas sobre la isla y su gente ante las que espera encontrar respuestas. Los caminos de Cuba (2019) es el registro de un viaje que se aleja de los centros turísticos para adentrarse en el interior de un país en permanente transformación. El documental, realizado independientemente y de manera austera, aunque no por ello descuidado visualmente, busca encontrar las respuestas que interpelan a su realizador a través del testimonio de un grupo de lugareños que conforman un recorte heterogéneo de la sociedad cubana. Campesinos, músicos, artistas son quienes prestan su voz ante las preguntas de un visitante que busca entender los por qué de un país único, que por momentos parece anclado en el tiempo, y por otros, como en salud, más adelantado a cualquier otro del resto del mundo. La geografía del lugar de por sí es un marco propicio para cualquier proyecto audiovisual, y si bien Nacci focaliza en las personas por sobre el paisaje, este complementa la narración ampliando el espectro social y contextualizando lo que se cuenta. Los caminos de Cuba busca encontrar las respuestas sociopolíticas sobre un país que a una sociedad sumida en el capitalismo le cuesta entender, y de la misma forma que le sucedió a su director más que respuestas surgen nuevas preguntas que en un solo viaje resultan imposibles de responder.
Muerte tropical El director Roly Santos, que recientemente estrenó en Canal 9 y Octubre TV la serie Dédalo (2020), vuelve a incursionar en el género policial para abordar la historia de un ex policía contratado para investigar un extraño asesinato en la llamada Triple Frontera que conecta Argentina, Brasil y Paraguay. Agua dos Porcos (2020) es la transposición cinematográfica de la novela El muertito que su propio autor, Oscar Tabernise, adaptó. En ella, un investigador, ex policía, viaja de Buenos Aires a la selva mesopotámica fronteriza para resolver la extraña muerte de un empresario que apareció castrado en el río. A medida que el caso avanza descubre que la verdadera razón de su trabajo es otra, mientras descubre una red de trata de personas, tráfico de bebes, pedofilia y sadismo. Protagonizada por el uruguayo Roberto Birindelli junto a un elenco multicultural que incluye nombres de Argentina y Brasil, Santos aprovecha la atmosfera agobiante de un ambiente regido por sus propias leyes, donde la ausencia del estado se hace notar y la corrupción es quien gobierna, para narrar una especie fallida de film-noir expresionista moderno donde el paraíso está representado en el espacio físico y el infierno en una serie de personajes construidos a base de clisés y lugares comunes. La trama, predecible, con giros narrativos forzados y plagada de estreotipos, termina de desmoronarse gracias a una serie de subtramas, sin sentido alguno, que además de no aportar nada alargan un relato anacrónico donde el factor sorpresa no existe y todo es tan obvio como parece.
Un lugar en el mundo Basada en el libro homónimo de Zabo, Yo, adolescente (2019) es una película de iniciación ubicada temporalmente en la etapa pos Cromañón, es decir hace poco más de 15 años, centrada en el personaje de Zabo (gran actuación de Renato Quattordio), un muchacho que, mientras cursa la última etapa del colegio secundario y se enfrenta al suicidio de un amigo, escribe sus vivencias en un blog. La tercera película de Lucas Santa Ana (Como una novia sin sexo, El puto inolvidable. Vida de Carlos Jáuregui ) es una típica coming-of-age en donde los personajes buscan construir su identidad. Para eso experimentan con el sexo, las drogas, el alcohol, la amistad y todo aquello que a esa edad se permite más allá de las prohibiciones. Claro que la época en que Zabo y sus amigos atraviesan ese periodo no es la mejor. Tras la tragedia de Cromañón los boliches y recitales están prohibidos y para divertirse deben ir a la provincia o ingeniárselas para organizar fiestas en un galpón abandonado. Así transcurren los días mientras la incertidumbre del futuro los acecha. Yo, adolescente es una película de autodescubrimiento, simple, melancólica, irreverente pero también clásica, atravesada por el drama y la comedia, que invita a reflexionar sobre una generación a través de la voz de un personaje representativo y desde su propio punto de vista. Que no tiene por qué ser el mismo de todos ni provocar una identificación universal. La historia sigue su derrotero en medio de una crisis existencial típica de una edad convulsiva con más contradicciones y dudas que certezas. Santa Ana apela a una estética punk rock cool con canciones de Árbol, Airbag y Adicta reversionadas por Zero Kill, Lichi, y el elenco del film, y una puesta en escena que apela a una desprolijidad adrede de encuadres estudiados y colores saturados, para interpelar al espectador en base a la pregunta de ¿qué es ser adolescente?, aunque por momentos con subrayados innecesarios que buscan resaltar un mensaje moralizador que se sobreentiende.